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El vuelo de la mariposa. Cuentos fantáticos para niños y adolescentes




Enviado por Ernest Brandy



Partes: 1, 2

  1. El pequeño
    Dudú
  2. El último
    cuadro
  3. El vuelo de la
    Mariposa
  4. Héroe por
    una noche
  5. Las chicas de la
    luz

El pequeño
Dudú

. 1

Me crié con mi abuelo Pedro que jamás
olvidó esta historia ocurrida en una de mis inolvidables
vacaciones. . No tuve la dicha de conocer a mis padres porque
siendo muy pequeño murieron en un accidente aéreo.
Mi abuelo Pedro se quedó solo cuando mi abuelita
Lucía murió de unas fiebres extrañas. Ell
andaba por los ochenta años.

Mi abuelo era alto; delgado, canoso, de tez clara, ojos
azules, y rostro con pocas arrugas. Su andar era ágil y su
vigor, el de un hombre más joven. Era inteligente y
sabía mucho pues vivía leyendo libros de todo tipo.
Era complaciente, sosegado y sobre todo muy comprensivo. Cuando
perdió a su única hija, que fue mi madre, quiso
quedarse conmigo que entonces tenía dos
años.

Mi abuelo Pedro vivía orgulloso de mí. A
todos sus amigos les decía que yo era un chico muy bueno y
educado einteligente y por eso yo no hacía muchas maldades
que pasaban por mi mente.

No pretendo hacer mi biografía, sino contar cosas
que a mi me pasaron y que no le han sucedido a muchos muchachos
de mi edad. Parecen insólitas e irreales, pero son
verdades.

Mi primo Julito tenía trece, pero parecía
que tenía menos porque era medio tonto, miedoso y a nada
extraño o misterioso le encontraba explicación. A
pesar de todo, en la escuela era muy buen estudiante y con muy
buenos resultados en los exámenes. Yo de eso no quiero
hablar. Aprobaba, pero no merecía felicitaciones por
ello.

Nos gustaba mucho programar excursiones, casi siempre a
las cuevas que están en las lomas un poco distantes de
donde vivimos. A los montes a cazar; ir al mar a nadar y
protagonizar todo tipo de aventuras que nuestra
imaginación era capaz de diseñar.

Mi abuelo me compró una lona impermeable de unos
dos metros de ancho por tres de largo y con ella mi primo y yo
hicimos una casa de campaña. La armábamos en la
arena cuando íbamos a la playa o en el campo en las
excursiones, y también en el fondo del patio inmenso que
tiene nuestra casa. Ese era nuestro campamento de
verano.

Alicia y Rosita, dos amigas nuestras y vecinas del
barrio, se unían a nosotros y nos acompañaban
muchas veces en las excursiones o los viajes a la playa. Rosita y
Julito se trataban como si fueran noviecitos. Alicia y yo como
hermanos. Alicia es rubia; de ojos claros, de tez rojiza y labios
entomatados. Parecía una muñequita rusa.
Tenía una sonrisa gozosa que indicaba que siempre estaba
contenta.

Rosita, en cambio era su antónimo natural.
Trigueña; de pelo lacio muy negro, ojos verdosos vivaces,
medio gordita y entretenida. Era una muchacha alegre, pero no
como Alicia. Tanto Alicia como Rosita respetaban mucho a mi
abuelo.

El nunca permitía que los cuatros
estuviéramos mucho tiempo dentro de la casa de
campaña. Mi abuelo Pedro era muy celoso y estaba enchapado
a la antigua. Cuando nos veía a los cuatro juntos y no
pensaba nada bueno.

Julito y yo planificamos ir de pesca el día
siguiente; domingo. El sábado por la tarde preparamos los
cordeles y los anzuelos. En dos vasijas echamos las carnadas que
no eran otra cosa que lombrices.

Por la tarde el cielo se nubló y fue como si la
naturaleza nos hubiera puesto el dedo en la llaga. Yo enseguida
pensé en mi abuelo. ¨Si llueve no pueden ir a
pescar¨, nos hubiera dicho. Afortunadamente el viento
espantó las oscuras nubes y de nuevo el sol
salió.

Entusiasmados, nos levantamos temprano, desayunamos y
después de escuchar el sermón del abuelo sobre los
cuidados y los peligros nos fuimos de pesca. Siempre que lo
hacíamos competíamos. Unas veces mi primo pescaba
tres o cuatro truchas, otras veces yo lo aventajaba. Ese
día la picada estuvo mala y sólo pescamos una cada
uno. Cansados, recogimos los cordeles y las truchas y los metimos
en las mochilas.

Como la pesca había estado mala; sin las
emociones de otras veces, decidimos ir a la Cueva de la Lechuza _
así la nombran_, y bañarnos en un charco que hay
dentro de la misma. En el centro de la cueva está este
charco cuyas aguas son siempre muy frías y cristalinas. El
pequeño lago parece un espejo entre las piedras. En
él se reflejan las estalagmitas y la escasa
vegetación formadas por helechos y bejucos.

Nos bañábamos con mucho cuidado pues este
lago ,en el centro, es muy profundo. Nos limitábamos a
nadar por las orillas.

Salíamos y entrábamos al agua.
Estábamos tan entusiasmados que no nos dábamos
cuenta de lo que sucedía. Nuestras pertenencias estaban
desapareciendo. Fue Julito quien se percató de
eso.

_¿Mayito, dónde está nuestra ropa?
_me dijo extrañado y mirado a todas partes.

Entonces me di cuenta de eso y me hice la misma
pregunta. Miré a todas partes queriendo encontrarlas, pero
fue inútil.

_Julito alguien las escondió.

_Pero aquí no hay nadie mas que nosotros._me dijo
asustado.

Salimos del agua, nos paramos en un peñasco,
examinados los alrededores y caminamos con cuidado por lo
resbaloso de las piedras y no encontramos nada.

Entonces nos sentamos y nos pusimos a pensar en lo
sucedido sin llegar a conclusión alguna. Llevábamos
unos minutos reflexionando cuando sucedió lo inesperado:
escuchamos una risa larga y extraña que nos llenó
de incertidumbre.

_JI, ji, ji, ji…

Miramos a todas partes y no vimos a nadie.

De nuevo la risa que parecía de un
extraterrestre.

_Ji, ji, ji, ji…

Estábamos tan asustados que sentimos el deseo de
salir corriendo de allí de aquella cueva. Julito se
abrazó de mí y sentí que su cuerpo temblaba.
Yo sentí miedo, pero no tanto como él.

_¿Quién está escondido
aquí?_pregunté y no hubo respuesta.

__¿Quién anda por
ahí?_preguntó mi primo.

De nuevo la extraña risita.

_Ji,ji.ji.ji…_la risa ahora venía desde
otro ángulo de la cueva. Era como si el extraño
visitante se moviera de lugar a otro muy
rápidamente.

Entonces mi primo, con los ojos desorbitados, temblando
de miedo me indicó con su índice derecho y
balbució una palabra de golpe que penetró en mis
oídos como un disparo de escopeta.

_! Mira!_dijo.

_¿Dónde?_pregunté
ansioso.

_! Allí, mira para allí!_dijo
indicándome con el índice derecho.

Miré y cuando vi aquello pensé que me
moriría del susto. No sabía si era realidad o
ficción. Por momentos pensé que era una
alucinación o la aparición de un ser del mas
allá.

Lo que teníamos delante de nuestros ojos era una
figura pequeña de más o menos medio metro de
estatura. Su cuerpo tenía forma de un negro africano en
miniatura. Sus ojos eran grandes e inquietos, parecían dos
moscateles, y su piel tan negra como las plumas de un
cuervo.

_!Es un diablo!_exclamó mi primo.

_! Cállate, nos puede atacar!_le dije
asustado.

_! Es un güije!_me dijo mi primo mirándome
con los ojos desorbitados.

Mi abuelo una vez me habló de los güijes. El
me dijo que eran unos diablillos con cuerpo de humanos que
venían del más allá y le hacían
maldades a las gentes. Decía él que estos seres
disfrutaban escondiéndoles los objetos a las personas y
haciéndole todo tipo de maldades.

Me contó que una vez un güije se
metió en la casa y no los dejaba dormir. Cuando ellos se
acostaban los destapaban y le encendían las luces de la
casa. Por las mañanas cuando mi abuela se levantaba e iba
a colar café no encontraba el colador y cuando lo buscaban
lo encontraban en el techo de la casa o en el latón de la
basura. Al parecer ahora teníamos frente a nosotros uno de
ellos.

_!Lánzale una piedra… espántalo!
_exclamó mi primo acobardado.

_No. Si es un güije no nos hará
daño.

De repente el extraño personaje se fue acercando
a nosotros hasta tenerlo frente a frente. Se paró delante
en silencio. Nos miraba y reía con la risita que
escuchamos al principio. Nosotros estábamos petrificados.
El muñeco aquel no dejaba de reír y bailar.
Movía la cintura de un lado a otro con las manos apoyadas
en la misma. Sus movimientos eran graciosos. Eso nos hizo
perderle el miedo y nos fuimos familiarizando con aquel
fenómeno.

Entonces yo comencé el diálogo. Le hice
una pregunta que para sorpresa mía me la contestó
en español.

_Qué cosa eres; un diablillo, un güije, o un
espíritu venido del más allá?

Dejó de reír y bailar y se
acuclilló. De su boca de labios gruesos muy negros
salió la primera frase:

_No soy nada de eso. Soy malabeño.

Con el seño fruncido le hice la otra
pregunta.

_ ¿Ese es tu nombre?

_No. Yo era de Malabo. Malabo…bubis…Soy de
Bioko.

Ni mi primo ni yo entendimos nada de aquello.

_No sabemos lo que dices. Explícate mejor._dijo
Julito. Bueno…mas bien lo balbució.

_Malabo…nací allí.

_ ¿Eres un fantasma con ese
nombre?_pregunté

_No vuelvas a decirlo. No soy fantasma._dijo enojado _
soy de Bioko.

_¿Qué es eso, un
país?_pregunté de nuevo.

__Es una isla de África. ¡Viva el Rey
Malabo, hijo de Moka!_dijo eufórico. Los de allí
nos dicen bubi.

_No comprendemos mucho lo que dices, pero sabemos
dónde está África. ¿Cómo te
llamas?_le dije.

_No tengo nombre alguno… Bueno…

_Nos gustaría decirte alguno._dijo mi
primo.

_Dudú. Soy el pequeño
Dudú.

Nos gustó el nombre. No sabemos si lo
inventó en ese momento o si tenía que ver con
algunos de sus antepasados. Lo cierto es que nos dijo llamarse
Dudú y Dudú se quedó.

El pequeño Dudú se puso de pie y fue hasta
una inmensa piedra que estaba cerca de nosotros, en la entrada de
la cueva, y nos trajo las ropas que había escondido
allí. Las puso donde mismo nosotros las dejamos antes de
meternos al agua. Entonces nosotros comprendimos que lo
había hecho por maldad.

_¿Dónde vives,
Dudú?_preguntó mi primo.

_Dónde estamos. Cuando me aburro, me voy a otro
lugar donde haya aguas y peces. A veces salgo y recorro muchos
lugares, pero no me ven. La gente no quiere nada conmigo. Una vez
trataron de cogerme unos estudiosos porque decían que yo
era un animal de otro mundo o un güije. Yo no les voy a
decir a ustedes todo lo que soy. No lo
comprenderían.

_¿Entonces, no tienes amigos?_le
pregunté.

_No. No puedo tenerlos.

_¿Quieres ser amigo de nosotros?_preguntó
Julito.

_Si, me gustaría. Vivo muy aburrido._en su oscuro
rostro se dibujó la tristeza.

_Ya eres nuestro amigo, Dudú._le dije
entusiasmado.

Dudú rió y bailó de nuevo. Se
veía contento, feliz. Nosotros también.
Habíamos perdido el miedo y le habíamos tomado
afectos a aquella criatura extraña.

Dudú revisó nuestras mochilas y vio que
sólo habíamos pescado dos truchas. Nos
dijo:

_¿Eso fue lo que pescaron?

_Si — le dije — la picada estaba mala.

_Síganme.

Salió delante. Nosotros detrás. Salimos de
la cueva y fuimos hasta el río. Cuando estábamos en
la orilla, Dudú se lanzó al agua y estuvo
zambullido un buen rato. Julito y yo pensábamos que se
ahogaría pero no, después nos dimos cuenta que al
parecer podía respirar debajo del agua.

Cuando menos lo pensamos empezó a lanzar truchas
hacia fuera. Nosotros estábamos pasmados. Salía a
la superficie y lanzaba una: luego se zambullía y
volvía a salir de nuevo y lanzaba otra y así nos
lanzó diez truchas. Nosotros nos pusimos muy
contentos.

Metimos las truchas en las mochilas y le dimos las
gracias a nuestro extraño y nuevo amigo. Estuvimos un rato
más con él y nos despedimos de Dudú ya fuera
del agua. No queríamos irnos, pero se nos había
hecho un poco tarde y mi abuelo seguro estaba preocupado por
nosotros.

_¿Cuando quieran verme vengan a la cueva _ dijo
Dudú.

_Lo sabemos. Pronto nos volveremos a ver._le dijimos a
coro.

Retornamos a la casa comentando todo el tiempo por el
camino lo sucedido. Cuando llegamos se lo contamos a mi abuelo.
El reía a mandíbula batiente y nos decía que
nos habíamos acostado a dormir en la cueva y
habíamos soñado con ¨ese tal
Dudú¨.

_Mayito, soy muy viejo para que me engañen. Esa
historia es un poco extraña y están exagerando. Yo
sé que los güijes han existido y que han hecho de las
suyas, pero no como ustedes cuentan. No creo en nada de lo que
dicen._dijo el abuelo y río a carcajadas.

A mi abuelo le llamó mucho la atención
cuando mencionamos lo dicho por Dudú en cuando a Malabo y
Bioko.

Como él había leído tanto nos
explicó que Bioko era una isla que formaba parte del
territorio de Guinea Ecuatorial en Africa. Dijo mi abuelo que
Malabo era uno de los principales lugares de Bioko.

En cuanto a Malabo nos contó que fue un rey que
hubo en Bioko. Ese asunto era lo único que a mi abuelo le
extrañaba un poco de la historia que le contamos, porque
mi primo y yo no sabíamos nada de eso. Los dos en Historia
éramos regulares en la escuela.

Después se lo contamos a Rosita y a Alicia y
éstas nos creyeron a medias. Nos dijeron que sólo
nos creían si le ensañábamos al
Pequeño Dudú. No le prometimos nada porque
teníamos que consultarlo con él.

2

Dos días después de lo sucedido volvimos
al río a pescar y para sorpresa nuestra allí nos
estaba esperando el nuevo y extraño amigo. Nos dijo que
guardáramos los cordeles y las carnadas y nos sacó
de las aguas cuatro hermosas truchas. Después los tres nos
fuimos para la cueva y nos lanzamos al agua.

Llevábamos un largo rato en el charco, y como el
agua estaba muy fría, a Julio se le entumecieron los
músculos y se encogió una cuerda tratando de
atravesar de un lado al otro el charco. Julito manoteaba en el
agua desesperadamente. Yo estaba insultado porque mi primo estaba
a punto de ahogarse. Si yo me lanzaba al agua a rescatarlo nos
ahogaríamos los dos. Ya Julito había tragado
agua.

_! Ayudenme! ¡Me Ahogo! ¡Mayito,
ayúdame!

Yo estaba tan desesperado como él, pero no
podía hacer nada. Entonces Dudú se lanzó al
agua y con la ayuda de una rama que había en el fondo del
lago sacó a Julito salvándole la vida.

Mi primo estaba pálido. Tosía y respiraba
con dificultad. Su cuerpo temblaba por el susto que pasó.
Poco a poco se fue recuperando. Juró que jamás se
bañaría en el lago. Entonces Dudú bailaba y
reía. Se sentía contento por haberle salvado la
vida a Julito.

_Dudú te agrademos mucho lo que hiciste por mi
primo. Le salvaste la vida._le dije-

Julio, todavía medio asustado, le mostró
su gratitud.

_Gracias, Dudú. Ahora eres más amigo
nuestro que antes. Te defenderemos siempre. A nadie le
permitiremos que digan que tú eres un diablito o que haces
daño.

Mi primo, que de no haber sido por Dudú ahora
estuviera muerto debajo de las aguas del charco en la cueva, y yo
salimos rumbo a mi casa y cuando llegamos no nos
atrevíamos a contarle a mi abuelo lo sucedido, pero por
fin lo hicimos.

Mi abuelo se enfureció cuando supo todo lo
ocurrido. Cuando le dijimos que el Pequeño Dudú
había salvado a Julito nos dijo que lo estábamos
engañando nuevamente y que lo hacíamos para
dramatizar aún más el hecho.

Nos prohibió que volviéramos a la Cueva de
la Lechuza y como castigo nos prohibió salir de la casa
por una semana. En vacaciones un castigo así es cruel para
cualquier muchacho de nuestra edad. De todas formas él
tenía la razón.

Empezamos a extrañar a Dudú. Planificamos
varias veces un plan de fuga para ir a verlo, pero no fue
posible; mi abuelo no nos perdía ni pies ni pisadas.
Vivía velándonos. Pensábamos que Dudú
también nos extrañaba y a lo mejor creía que
no lo volveríamos a ver jamás.

Esa noche mi abuelo dormía y roncaba como la
locomotora de un tren. Julito y yo no nos podíamos dormir.
Escuchamos un ruido en el patio y nos asustamos. Creíamos
que había un ladrón. Sigilosamente nos levantamos y
nos dirigimos a la cocina. Por una rendija que había en la
pared de madera que daba al patio nos asomamos y para sorpresa
nuestra vimos a Dudú, muy encantado, meciéndose en
la hamaca que estaba en la terraza y donde mi abuelo
dormía la siesta.

Abrimos cuidadosamente la puerta y lo llamamos. Afuera
todo estaba oscuro.

__! Dudú! ¡Dudú!

El miró hacia la puerta y nos vio. Entonces su
alegría fue tal que se puso a bailar como siempre lo
hacía.

_! Ven, ven, pero no hagas ruido!

El diminuto negrito entró y fue hasta nuestro
cuarto. Lo miraba todo. Examinó la habitación
iluminada por una débil bombilla que daba una luz
amarillosa y se subió a mi cama. Se acostaba, se
ponía de pie sobre ella y bailaba y bailaba demostrando
que estaba alegre porque nos había encontrado y porque por
primera vez estaba sobre una cama.

_¿Qué les pasó, mis
amiguitos?_preguntó sentado sobre las sábanas y con
las pequeñas piernas cruzadas.

Julito le contestó:

_Estamos castigados por el abuelo. Nos prohibió
salir de la casa. Tampoco podemos ir a la cueva ni
pescar.

_Mi abuelo es así, pero no es malo. El no cree
que tú existes._le dije.

_Si me descubre…

_No te preocupes. Estarás con nosotros. Te
mantendremos escondido aquí en el cuarto.

__Sus ronquidos parecen los bramidos de un toro._dijo el
Pequeño Dudú y sonrió con su diminuta
boquita negra .

_Estamos acostumbrados a sus ronquidos. Otra persona no
pudiera dormir en esta casa. Bueno dormirás con
nosotros.

_Yo nunca he dormido en esto. Yo vivo en el monte y las
aguas. Allí duermo felizmente.

Convencimos a Dudú y se acostó en mi cama.
No podía asegurarlo porque me quedé dormido, pero
pienso que él también se durmió.

Temprano en la mañana, como de costumbre mi
abuelo se levantó, hizo el café y después
nos lo llevó a la cama. De no haber sido porque
Dudú estaba metido casi debajo de mí, lo hubiera
descubierto. Dudú, haciendo mil muecas tomó de mi
vaso. Era la primera vez que lo hacía.

Mi abuelo preocupado porque no abríamos la puerta
del cuarto, de vez en vez tocaba en la misma y le decíamos
que estábamos leyendo. Los tres hablábamos bajito
para que no descubriera a Dudú.

Al mediodía nos llamó a almorzar y dejamos
al amigo escondido debajo de la cama. En la tarde, cuando nos
llamó a comer hicimos lo mismo. Así estuvimos
haciéndolo dos días, pero mi abuelo comenzó
a sospechar que algo raro estaba ocurriendo y a casa rato nos lo
daba a conocer.

_Aquí hay gato encerrado. Algo raro está
sucediendo y tienes que decírmelo, Mayito._me dijo una
mañana muy enojado.

_No pasa nada, abuelo. Como tú nos prohibiste
salir nos pasamos todo el tiempo leyendo y haciendo cuentos que
inventamos.

Como él nos conocía muy bien, pensó
que lo estábamos engañando. A partir de ese
día iba a mi cuarto a cada rato lo que nos ponía en
aprietos porque teníamos que esconder a Dudú. Nos
poníamos tensos y nos asustaba la idea de que el abuelo lo
descubriera y le hiciera daño.

Convencimos a Dudú que se fuera y que nos
esperara en el río pues el castigo había llegado a
su término y con el pretexto de que iríamos a casa
de nuestras amiguitas Alicia y Rosita, iríamos al
río a encontrarnos con él.

Así lo hicimos una y otra vez. A mucho ruego de
nuestras amigas, tuvimos que llevarlas para que lo
conocieran.

Les advertimos que a la más mínima burla
no las perdonaríamos y jamás lo verían.
Ellas, cuando lo vieron por primera vez se impresionaron un poco,
pero luego les resultó simpático Dudú e
hicieron amistad con él.

El Pequeño Dudú se sentía muy feliz
porque ahora tenía dos amigas. Los cinco
caminábamos por el monte; nos sentábamos a escuchar
los relatos que nos hacía Dudú de sus ancestros y
su tierra y nunca le preguntamos cómo llegó a esta
tierra ni de qué manera. Siempre nos abstuvimos de indagar
sobre su actual existencia.

Todo marchó bien hasta que la tonta de Rosita le
contó a sus padres lo que ocurría y éstos, a
su vez, a otros vecinos. La noticia de la existencia del
Pequeño Dudú se diseminó por todo el
pueblo.

Como siempre ocurre, se tejieron mil versiones; unas
buenas y otra malas. Muchas personas comenzaron a sentir miedo
porque decían que era un diablo o un güije malvado
que podía causar muchos daños.

Nosotros entonces teníamos que encontrarnos a
escondidas con Dudú. El estaba muy triste por todo lo que
estaba ocurriendo. Muchas veces íbamos al lugar de la cita
y él faltaba.

Una noche en el pueblo hubo un incendio. Se hicieron
cenizas: la iglesia vieja de madera carcomida, varias casas y un
establo. Nadie dijo que había sido porque hubo un corto
circuito en un tendido eléctrico. No. Todos dijeron que
había sido el diablillo nombrado Dudú.

Mi abuelo y varios hombres formaron una cuadrilla para
buscar y capturar a Dudú. Varios días estuvieron
buscándolo infructuosamente. Nosotros, cuando
podíamos, le avisábamos para que se
escondiera.

Aquella búsqueda duró casi una semana. Una
noche lo capturaron. Aquello causó tremendo
escándalo en el pueblo. A Dudú lo trajeron
encerrado en una jaula de hierro. Parecía como si
estuviéramos en el zoológico frente a la jaula de
un macaco.

Todo el mundo salió de sus casas para verlo.
Algunas beatas se persignaban porque crían que era un hijo
del diablo. El cura de la iglesia, con una cruz de madera en sus
manos, reprendía una y otra vez a Dudú y
pedía lo peor para él. Otros lo culpaban de cuanta
cosa mala había ocurrido en esos días.

Dudú gritaba, brincaba, y se lamentaba del estado
en que se encontraba. Julito y yo salimos y nos acercamos al
lugar donde lo exhibían. Estábamos asustados y
temíamos por él.

_¡Hay que matarlo! ¡Mátenlo!_gritaban
muchos de los vecinos indignados.

Como había varios hombres armados, entre ellos mi
abuelo, sentimos miedo de que lo mataran.

_Tenemos que hacer algo, Julito _ le dije desesperado y
triste.

_No se me ocurre nada….ahh, ya sé lo que
vamos a hacer.

_¿Qué se te ocurrió, Julito?_le
pregunté ansioso.

_Saliendo del pueblo hay un viejo rancho abandonado. Le
daremos candela y cuando todos vayas a apagarlo aprovechamos y
rescatamos a Dudú. El me salvó la vida, ahora yo
tengo que salvar la suya.

_Es muy buena idea; lo haremos.

No lo pensamos más. Fuimos a la casa buscamos lo
necesario y nos encaminamos al lugar. Poco a poco le prendimos
fuego al rancho por los cuatro costados.

Al poco rato las llamas casi llegaban al cielo. Hubo
tremenda algarabía. Todos corrieron para allá para
sofocar el incendio. Dudú se había quedado
abandonado donde lo tenían y nosotros aprovechamos esa
oportunidad para romper la pequeña puerta de la jaula
donde lo tenían encerrado y lo sacamos. El se puso muy
contento.

Dudú fue con nosotros para nuestra casa y lo
escondimos de nuevo en mi cuarto. Cuando el incendio fue sofocado
todos retornaron enardecidos para donde tenían a nuestro
amigo con intenciones de liquidarlo, pero se quedaron asombrados
cuando encontraron la jaula vacía.

Muchos le atribuyeron el hecho al mismísimo
diablo. Otros dijeron que Dudú se había hecho
invisible. A mi abuelo y su cuadrilla no les quedó
más remedio que guardar la jaula y aceptar la
derrota.

Lo que mi abuelo nunca se imaginó fue que esa
noche durmió en compañía del Pequeño
Dudú. De haberlo descubierto el castigo que nos hubiera
puesto hubiera sido difícil de calcular.

Temprano en la mañana le dijimos al abuelo Pedro
que íbamos a cazar jutías y metimos a Dudú
en un saco y nos lo llevamos. A mitad de camino lo sacamos y
anduvo junto a nosotros hasta la cueva.

Allí donde lo encontramos; donde después
de asustarnos hizo que le tomáramos cariño, no
bailó como aquel día, tampoco rió con su
risa singular, sino que con sus dos moscateles negro_ sus ojos_
llenos de lágrimas se despidió de
nosotros.

Mi primo y a mi se nos hizo sendos nudos en las
gargantas y la tristeza provocó lágrimas en
nuestros ojos.

No hubo adioses. Tampoco nos dijo cuando nos
volveríamos a ver; quizás nunca más. El
Pequeño Durdú se lanzó al agua y
desapareció.

Nosotros regresamos a la casa y ese día apenas
pudimos ingerir alimento alguno. Dos días después
terminaron las vacaciones y mi primo retorno con su
familia.

Las clases comenzaron y con Durdú,
adueñado de mis recuerdos, andaba de un lado para otro
rogándole a Dios que en las próximas vacaciones lo
encontráramos de nuevo.

Fin

El último
cuadro

1

Lo de la afición por la pintura en Rocco era
innato. En su familia no había ni pintores, ni escultores.
Su padre era marinero y su madre maestra de Provincia.
Tenía una hermana mayor que él_Sofía_que
vivía en París, Francia. A Sofía
también le gustaban las Artes Plásticas; era
escultora. A ella nunca le ocurrió algo tan inesperado y
terrible como lo sucedido a Rocco con su último
cuadro.

Su abuelo Fiodor_de origen ruso_, tan honesto y
cascarrabias como buen agricultor, nunca quiso que él se
dedicara a la pintura. Eso de tener un nieto artista lo
decepcionaba. Aunque se le explicara una y otra vez, no
reconocía que estaba equivocado. Al rudo campesino de
cuerpo corpulento y acerado no le quedó otro remedio que
aceptar la vocación y dedicación de su único
nieto varón.

Su abuela Amalia; excelente tejedora, buena madre y
esposa lo complacía en todo. A ella le gustaban mucho los
cuadros que él pintaba y era su principal crítica.
El punto de vista de su abuela lo había salvado en varias
ocasiones cuando los colores y las formas de alguna de sus obras
no lograban trasmitir el mensaje propuesto.

Su abuela era algo así como una improvisada y
autodidacta especialista a la que Rocco sometía sus
pinturas con el mejor de los deseos. Sin embargo lo que
pasó con su último cuadro no pudo ser evitado ni
por ella ni por nadie. Todo pasó sin premoniciones o
presentimientos.

Era muy pequeño cuando la familia decidió
ir a vivir en Isla Berenice. Es una isla muy bella. Tiene la
forma de una manzana y está situada en el Mar
Mediterráneo. En la Costa Este de la misma está
Marshal City, su capital. Ese nombre lo lleva porque es el de uno
de sus hombres más importantes. Fue uno de sus fundadores.
Allí vivió Rocco con sus padres. Luego se fue a la
Costa Oeste a estudiar y relacionarse con artistas de renombre.
Allí vivió con un tío que era Profesor de
idioma Ingles.

Berenice debió llamarse Jardilandia porque
está llena de jardines. En cada casa; en los parques, en
la orilla de los ríos, en las montañas, donde
quiera hay un jardín con variadas flores de perfumes
agradables. Muchos habitantes de la Isla piensan que en ella hay
todas las variedades de flores que existen.

El paisaje de Berenice es exótico. Hay altas
montañas que le arrebatan espacio a las nubes y su cima se
viste de blanco por las mismas, caudalosos ríos, rica y
muy variada vegetación y una fauna donde abundan desde el
más insignificante gusanillo hasta los más
poderosos depredadores aéreos y terrestres. En la Costa
Este viven familias de muy altos ingresos y sus casas son muy
lujosas. En esa zona hay muchas industrias
importantes.

En el Sur, imperan los agricultores. En el Oeste viven
familias cuyos descendientes eran de Nápoles, Italia, y
son gentes muy importantes. Los hay artistas, escultores,
pintores, teatristas, científicos etc. En esa zona, como
en Nápoles, hay muchos castillos y vetustas mansiones;
muchas de ellas tan descoloridas como aburridísimas.
Varios castillos de estos están llenos de misterios y
algunos escritores de Berenice los han usado en sus novelas de
terror.

Rocco vivía en Santa Rosa, en el oeste del
país. Allí llegó cuando había
cumplido ya los catorce años. Matriculó en una
Escuela Secundaria. Estudiaba por las mañanas y pintaba
por la tarde. En las noches leía o veía la
televisión. Ahora tenía diecisiete
años.

Era un muchacho callado; talentoso, aparentemente tonto,
soñador y disciplinado. Físicamente atraía a
las muchachas con facilidad por su porte atlético, sus
ojos verdes, su pelo negro sedoso y su piel clara, y rostro
atractivo. Su mirada es la de los buenos pintores; penetrante y
escrutadora donde el más mínimo detalle es
atrapado. A pesar de todo no era un caza muchachas.

Rocco decía que su novia era la pintura; su
amante; la pintura y su mejor amiga; la pintura. Como adolescente
primero y joven luego no estuvo exento de resabios, asombros ante
lo inesperado o misterioso, y desde luego, gustaba de las
excursiones y la fantasía.

Cuando fue por primera vez a la Secundaria los otros
muchachos trataron de hacer confianza con él
inmediatamente, pero él no hizo intento alguno en
complacerlos. Ellos lo tanteaban. El hacía lo mismo. Ellos
deseaban conocerlo a fondo.

No soportaba algunos de su grupo. Su seriedad y su
carácter altivo provocó en sus compañeros
cierto rechazo y una andanada de malas opiniones circularon por
el aula y la escuela. Todos decían que era
antipático.

Para muchos muchachos era un entretenido. Lo
decían porque muchas veces se quedaba pensando y pensando,
como ido de la realidad, quizás meditando sobre
algún cuadro que estaba pintando o haciendo uso de su
imaginación en la elaboración de alguna
próxima pintura.

A pesar de todo era muy cortés; educado, de
buenos modales y trato para con los personas mayores. Rocco era
un muchacho sencillo. No sentía orgullo por nada ni le
gustaba llamar la atención por sus vestimentas, sus
cuadros o sus atributos físicos e intelectuales. Ellos,
los de la escuela no habían descubierto todavía que
Rocco tenía un buen corazón.

Llevaba en aquella escuela seis meses y había
logrado tener dos o tres amigos, entre ellos Tania, una muchacha
cuyo temperamento se parecía al suyo.

La madre de Alex, uno de los tres amigos, enfermó
y hubo que ingresarla en una clínica. Alex era muy querido
entre los muchachos del grupo y estos hicieron colectas para
sufragar los gastos de hospitalización de su
mamá.

Los ingresos del padre de Alex y las colectas hechas
entre sus amigos de la escuela no eran suficientes para sufragar
los gastos de hospitalización de su madre. Rocco
buscó uno de sus cuadros, se fue a una plaza donde se
vende de todo y lo puso en venta. Un turista griego lo vio y se
lo compró. El dinero de la venta del cuadro Rocco se lo
entregó a Alex para que pagara los servicios de la
clínica donde estaba ingresada su mamá.

La noticia de la acción de Rocco con Alex
corrió de boca en boca y toda la escuela se enteró.
Eso trajo como resultado que las opiniones sobre él
cambiaran y muchos de los que le resultaba antipático se
le aceraran y trabaran amistad con él.

Cuando Tania, su amiga, se enteró fue hasta
él, lo felicitó, le dio un beso en la mejilla y en
sus labios afloró una dulce sonrisa. Ella valoró de
muy bueno su gesto y le mostró una vez más su
especial simpatía por él. Rocco comprendió,
como romántico al fin, que Tania había aprovechado
la oportunidad para insinuarle sus sentimientos. Sin hacer
absolutamente nada, muchas muchachas de la escuela se enamoraron
de él.

Era imposible responderle a tantas por lo que Rocco
decidió no acercarse a ninguna. Con Tania era diferente.
Sentía un especial interés no declarado por ella
que la desesperaba, pero éste quería estar seguro
se sus sentimientos por los valores morales que ésta
tenía.

__Alex, simpatizo mucho con Tania. No es como las
demás. Tiene mis mismas inquietudes, ve la vida como
adulto, no como un chiquillo alocado de esos que tanto abundan.
No es ninguna chica extraña, lo que pasa es que no es como
las demás _ le dijo en cierta ocasión a su
amigo.

__Rocco, Tania es muy buena muchacha y muy buena amiga.
Todos saben está enamorada de ti y cuando los ven juntos,
se quedan mirándolos y comienzan a cuchichear._dijo Alex
resueltamente.

Suspiró.

___Algunas han intentado levantar una barrera entre
Tania y yo pero no lo han logrado y eso las mortifica. _dijo
Rocco sonriendo.

__Están fascinadas, Rocco.

Los dos rieron. Después comentaron sobre el
interés de algunas porque Rocco les hiciera un cuadro y su
disposición a posar para el mismo en su pequeño
taller de pintura.

__Como sólo has pintado a Tania, sienten celos y
algunas la miran con malos ojos. Sienten envidia por ella,
Rocco.

Rocco se quedó unos instantes
pensativo.

__Te soy sincero; estuve muchas horas con ella cuando le
hice el cuadro y no pensé en nada que no fuera en lo que
estaba haciendo. Quería que me quedara lo mejor posible.
No hubo entre nosotros absolutamente nada._dijo
satisfecho.

__Ellas piensan lo contrario. Los muchachos alaban tu
suerte.

__Se que hay algunos que no me miran con buenos ojos por
eso. Alex, no me voy a llenar la cabeza de musarañas por
esto. Que piensen lo que quieran. Le hice el cuadro a Tania y no
me interesa lo que piensen. No estoy obligado a hacerlo con ellas
._las palabras salieron de su hermosa y expresiva boca con
firmeza.

__¿Ya se lo entregaste?

__Todavía. Esta noche voy a darle ciertos
retoques para entregárselo mañana._dijo
Rocco.

Charlaron un rato más y se despidieron. Elex se
dirigió a su casa y Rocco se dispuso a terminar el cuadro
de Tania en su pequeño taller de pintura. Era una
habitación pequeña de tres metros cuadrados. Las
paredes estaban llenas de cuadros colgados desalineadamente.
Junto a los mismos había afiches de cantantes y grupos
musicales nacionales y extranjeros muy populares. Los Beatles
ocupaban el lugar de honor.

En el centro de la habitación había una
mesa rectangular y sobre la misma: bocetos, papeles garabateados,
libros sobre técnicas de pintura, pinceles, tubos de
óleo, acuarelas y alguna que otra fotografía que
espera el turno para ser pintada en el lienzo. En una de las
esquinas, cerca de la ventana, el caballete donde hacía
los cuadros.

El reguero constante en que se encontraba su taller
estaba muy distante de los rasgos de su temperamento. Cualquiera
diría que era ordenado en todo. En cambio la
habitación donde dormía era todo lo contrario.
Ordenada, limpia y su cama siempre estaba impecablemente
tendida.

Entró despaciosamente al taller, se
acomodó en la butaca que estaba frente al caballete de
madera de cedro, y contempló el rostro de Tania, salido de
sus manos. ¨Es bella, la más bella del
aula¨_pensó.

Tomó la paleta en la mano izquierda y un pincel
muy fino en la derecha. Cuando se disponía a retocar los
ojos de Tania, se quedó perplejo. Frunció el
entrecejo, sacudió su cabeza y se dispuso a examinar bien
el detalle.

Monologó:

__Yo me habré equivocado en el color de los ojos
de Tania. Ella los tiene azules y así los pinté,
ahora en el cuadro son…verdosos. ¿Cómo es
posible-…?_una sensación de incertidumbre lo
embargó.

Reflexionó unos instantes. Estaba seguro que los
había pintado tal como eran los de su amiga preferida.
Ahora estaba confundido. Puso la paleta y el pincel sobre la mesa
en desorden y contempló unos instantes el
cuadro.

Monologó de nuevo:

__No es posible que me haya equivocado. He pintado
docenas de cuadros y no me había pasado esto.
¿Cómo pudo ser, Dios mío? No puedo darle
este cuadro a Tania con ese error. Se va a reír de
mí. Me va a decir que soy un entretenido: un
tonto.

Durante el monólogo sus labios se movían
lentos, sus seño estaba fruncido, sus cejas arqueadas y su
mirada estaba clavada en los ojos del cuadro. No entendía
lo que había pasado.

Se puso de pie, quitó el cuadro del caballete y
sin pensarlo mucho lo rompió. Estaba visiblemente
enfadado. ¨Le diré a Tania que no lo pude terminar y
le prometeré que pasado mañana se lo
entrego¨.

Rocco estaba seguro que podía pintar nuevamente a
Tania pues se sabía de memoria su rostro. De olvidar
algún detalle, sólo tenía que apelar a los
pedazos del lienzo roto donde estaba la imagen de su
amiga.

Optó por ir al baño, darse una buen
duchazo, comer y por la noche comenzaría de nuevo el
cuadro. En el baño, sentado a la mesa comiendo, luego
cepillándose los dientes y en todo momento pensaba en lo
ocurrido. No encontraba explicación alguna, como no fuera
un descuido suyo, lo cual era poco probable. ¨Yo le
pinté los ojos a Tania azules, ahora miro el cuadro y
estos tienen un color verdoso.¨ ¨! Qué
extrañó!¨_pensaba.

Por la noche comenzó la obra. Estuvo pintando
hasta las cinco de la madrugada. Había logrado en tiempo
record hacer el trabajo. A medianoche su tío Freddy le
llevó _ como de costumbre_ una taza de chocolate caliente
y galletitas dulces.

Su tío le daba muy buenas atenciones y siempre
estaba pendiente de sus necesidades. A él le simpatizaba
doblemente Freddy. Por su dedicación hacia él y por
su parecido con John Lennon, músico y compositor y
cantante de los Beatles. Freddy era alto, delgado, medio melenudo
y usaba espejuelos para miopes de esos que le dicen fondo de
botella. Era Profesor de Inglés en la Universidad Central
de Berenice.

Una vez terminado el cuadro, Rocco, alelado lo
observó buscando algún detalle olvidado;
algún rasgo indebido o un color exagerado, pero no
encontró nada anormal. Tania había quedado tal y
como era. No había diferencia alguna entre el retrato
hecho por él y la realidad.

Hasta llegó a pensar que este segundo cuadro
había quedado mejor que el primero. Encontraba a Tania
más bonita.

Se puso de pie, se estiró y bostezó de
sueño. Podía dormir toda la mañana porque
era domingo y no había clases. Fue a la cocina,
tomó agua del refrigerador y se dirigió a su
cuarto. Estaba cansado y cuando cayó a la cama se
durmió en el acto.

Había olvidado un compromiso que hizo con Alex de
ir de excursión a una montaña donde
escalarían y cazarían bellas y extrañas
mariposas para la colección de su amigo. Alex fue a
buscarlo a media mañana, pero su tío
justificó su ausencia.

A Alex no le quedó otro remedio que ir solo. Como
conocía tan bien a Rocco, apenas se enojó por lo
sucedido.

2

Al mediodía despertó. Se aseó,
almorzó y vio un rato la televisión. Estaban dando
la película ¨La Guerra de las Galaxias¨, creada
por el guionista, productor y director estadounidense George
Lucas y decidió verla por segunda vez.

Del imperio cinematográfico Lucas había
visto: La amenaza fantasma; El ataque de los Clones y La venganza
de los Sith. Las películas de misterios y aventuras le
fascinaban.

Permaneció sentado frente al televisor hasta que
terminó la película y leyó el último,
del aburrido tropel de créditos que tiene la misma.
Apagó el SHARP y decidió ir al cuarto taller. Su
tío y la esposa habían salido a comer en un
restaurante.

Entró, y después de ojear una revista
sobre Museos Famosos, se acercó al caballete donde estaba
el cuadro de Tania.

Cuando se sentó frente al cuadro y vio aquello se
quedó petrificado. Tenía la sensación de que
estaba alucinando; que veía visiones o que se estaba
volviendo loco. Se puso las manos en la cabeza, abrió los
ojos desmesuradamente y respiró profundo. Estaba frente a
una imagen que no era la de Tania. ¨! Dios, mío!¨,
exclamó muy asustado.

Partes: 1, 2

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