Nuestra pareja. Nuestro más cercano prójimo
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Nuestra pareja. Nuestro más
cercano prójimo
Cada ser humano experimenta, en el curso de su paso por
la Tierra, los cambios de una época a otra, porque nuestra
vida terrenal, de forma parecida a un año, se agrupa en
lapsos de tiempo, en las fases de primavera, verano, otoño
e invierno. Las fases en la vida del ser humano se corresponden
con el transcurso de los procesos vitales de su cuerpo
físico. Este transcurso se desarrolla en ritmos, que
también podemos llamar saltos de la vida. Siempre que se
presentan saltos del tiempo, lo que equivale a saltos de la vida,
en el ser humano cambia en ciertos aspectos la actitud; él
pasa a otro mundo de pensamientos.
La transición de la primavera al verano de una
vida terrenal se denomina pubertad; el niño va madurando
hacia el adulto, hacia el hombre, hacia la mujer. La persona
joven que va madurando se despide de la primavera, de la vida
libre y sin complicaciones, del acogimiento que ofrece el hogar
familiar. La persona crea para sí misma, según sus
propios criterios, una nueva vida, que tiene muy diferentes
sentimientos, palabras y actos. Pasa por lo tanto al verano, con
todo lo aprendido y adquirido hasta entonces.
En la naturaleza, la transición de la primavera
al verano hace fluir incrementadamente una vez más la
savia en el mundo vegetal, de modo que en un árbol se
muestran las flores y los primeros frutos que luego
alcanzarán su madurez en el verano. Con nosotros los seres
humanos sucede algo parecido. Precisamente en la
transición de la pubertad a la edad adulta emergen otra
vez con intensidad las fuerzas, que entre otras cosas contiene
los deseos de la reproducción de la vida. Estas fuerzas
legítimas, que sirven a la conservación y a la
reproducción de la vida, frecuentemente las hemos
invertido en su polaridad. El principio creador y dador de vida
lo hemos degradado –al polarizarlo como querer tener, como
tomar-, transformándolo en la sexualidad, que se orienta a
la obtención de placer.
Tal como la naturaleza está activa para dar el
fruto que corresponde a cada especie respectiva, también
la persona joven se activa cada vez más para tener una
relación de a dos que haga convertirse el impulso de la
vida en fruto, lo cual en el nivel de lo puro significa que la
rama en el árbol de la vida desea dar frutos, lo que
equivale a hijos.
Sería por tanto algo dado por la naturaleza el
engendrar hijos. Dado que la mayoría de las almas que
ahora están encarnadas, es decir que son seres humanos,
llevan en su interior desde encarnaciones anteriores el deseo de
reproducción invertido en su polaridad, aumenta cada vez
más el deseo de sexualidad como una finalidad en sí
misma. Esto significa que al fin y al cabo se hace un mal uso del
acto carnal. Parece que sólo hubiera que dar un fruto o
ninguno, a lo sumo un hijo o dos. Pero la sexualidad, que
también podría llamarse posibilidad de relajarse
brevemente, ha permanecido.
La sexualidad sin otro objetivo que ella misma, es un
juego con fuerzas que son dadas para crear vida y no para jugar,
para desperdiciarse sin sentido. En el intercambio sexual se va
creando conscientemente una tensión sensual, que luego se
descarga en una <<avalancha de excitaciones>>. Con
ello, tanto el hombre como la mujer, pierden una gran cantidad de
energía del cuerpo y del alma. El punto culminante del
acto carnal se siente como relajación.
La vida de los seres humanos en nuestro mundo conlleva
diversas tensiones, situaciones que presionan, fracasos,
estrés y disgustos: el sistema nervioso se pone tenso y
vibrante. Muchas veces se busca la compensación, la
relajación en la sexualidad. Pero como el colapso de las
excitaciones nerviosas, la relajación inducida, no aporta
ninguna solución a lo que ha llevado al exceso de fatiga
nerviosa, las causas permanecen: de nuevo se va creando la
tensión y con ello el deseo de la relajación
sexual. De forma que para relajarse en la sexualidad, el hombre
toma ala mujer y la mujer al hombre.
Llegados a este breve denominador, puede decirse que el
hombre y la mujer frecuentemente se juntan en un
<<emparejamiento>>, para de este modo llevar adelante
juntos su vida. Si el amor sexual de ambos se complementa, si por
tanto se identifican en la relación física, surge
–por medio del emitir y recibir, a partir de muchas
energías de deseos, anhelos, expectativas, etc. Que vibran
del uno al otro- un campo de comunicaciones, que equivalen a
vibraciones, que es humanamente atractivo y que se califica de
enamoramiento o de amor. A partir de este impulso de
excitación, placer y relajación, la mujer ve
entonces en el hombre, y el hombre en la mujer, algunos aspectos
esenciales que les gustan pero que no poseen, sino que encuentran
bonitos y provechosos en el otro, y que este último
podría entonces eventualmente aportar a un
matrimonio.
A todo esto se le llama <<amor>>. Ambos
creen que eso es suficiente para la felicidad que el uno espera
del otro. Entonces el hombre y la mujer se hacen tal vez una
promesa para la vida terrenal, casándose ante la autoridad
civil o ante un cura o pastor; o a otros les basta la vida en
común en lo que se denomina vivir en pareja.
El emparejamiento en el que dos personas están
estrechamente centradas la una en la otra, ya se le llame
matrimonio o pareja, cada cual espera del otro, y ninguno de los
dos quiere dar demasiado, porque el amor –así
piensan ellos- debería complementarlos en todo. Tal vez al
cabo de algunos años aún se complementen en la
sexualidad, pero en los atributos que uno habría que
aportar al otro –es decir, en que ha de dar un rendimiento-
será ya cada vez más difícil. Empiezan las
primeras desavenencias, y con ello surgen las peleas en el
matrimonio o en la pareja. Con frecuencia se ha engendrado un
hijo sin quererlo, debido al mundo de deseos sexuales, de modo
que a las relaciones tirantes que se avecinan se incorpora un
hijo o varios.
Uno hace reproches al otro, porque éste no hace
tal o cual cosa, por ejemplo porque uno no cumple con lo que el
otro ha esperado de él antes del matrimonio. De pronto
emergen las diversas analogías con las que según
hayan sido las circunstancias, ambos se habrían atado en
existencias anteriores, y que ahora han vuelto a reunirlos. En
lugar de disolver estas analogías, estas ataduras en la
red de causa y efecto, continúan peleándose, porque
de repente uno ve al otro de forma muy diferente, es decir con
los ojos de su ley de la analogía.
Las disensiones se vuelven cada vez más graves y
las ganas de tener relaciones físicas disminuyen, porque
ya no se entienden, porque también se ha disuelto la
aureola, hecha de las propias expectativas y deseos, que uno ha
tejido alrededor del otro. Con ello se ha roto eso que se
denomina amor.
Las analogías activas manipulan manejando los
ojos y el apetito sexual. A través de los ojos uno u otro
es impulsado entonces a otra pareja, primero a escondidas, luego
oficialmente. Con ello la separación está
programada de antemano. Los hijos se ven especialmente afectados.
Son o bien apartados, o endosado a uno de sus progenitores. Hasta
que se da este paso, pasan bajo ciertas circunstancias,
años, dominados por las sacudidas.
Las ataduras, las analogías llaman
haciéndose notar; quieren ser resueltas. Hasta que
finalmente –y sin resolver- se las aparta a un lado,
creándose aún muchas más analogías y
ataduras.
Puede que alguien objete y diga: en mi matrimonio o
pareja esto no es así. Es posible que ambos hayan
purificado juntos y se hayan vuelto estables en sí mismos,
de forma que pueden caminar juntos sin esperar nada del otro.
Entonces puede suceder que en su desarrollo hacia una
ética y una moral más elevadas ya sólo se
complementen. Sin embargo, también es posible que se
acallen mutuamente, porque ya no tienen nada que decirse.
Así pueden mantener una paz aparente. Entonces los
programas televisivos y las comadrerías pueden ser los
contenidos de sus conversaciones. Han llegado a un acuerdo en sus
analogías. O ambos han adoptado las costumbres el uno del
otro; las proyecciones son en cierto sentido igualadores.
Entonces, también puede haber paz a nivel externo. Cada
cual busca el amor y lo haya únicamente en
Dios.
En el tiempo transcurrido la persona ha ido entrando en
el verano de su vida sin haber dado los buenos frutos, los frutos
de la realización de los mandamientos de Dios, porque a
cada ser humano, en la escuela de la Tierra en la que se halla,
se le ha encomendado purificar con el prójimo lo que de
éste le molesta. Aquello que le altera es una parte de sus
analogías, de sus aspectos pecaminosos que debería
purificar con la otra persona, para liberarse de los pecados que
le atan al prójimo, por ejemplo a la pareja. En el
siguiente gran salto del tiempo, equivale a salto de la vida,
cuando muy paulatinamente la persona vaya pasando del verano al
otoño, es decir hacia la mitad de su vida, sentirá
que su vida se inclina, de forma parecida a como se inclina la
copa de un árbol que lleva muchos frutos.
Quien como ser humano no da buenos frutos, porque en sus
sentimientos, pensamientos, palabras y actos no se lleva bien con
su prójimo –ya sea en el matrimonio, en la pareja,
en una estructura comunitaria o también en el puesto de
trabajo-, siente pánico. Su pánico, que se basa en
su mundo de deseos activo, en el miedo a no haber logrado
algo.
Contiene otros deseos y anhelos intensos: por ejemplo el
deseo se experimentará a nivel sexual, la añoranza
de tener otra pareja que –como se supone equivocadamente-
tiene esas capacidades y atributos que no tenía la pareja
anterior.
La vida no ha traído a esa persona hasta el
momento lo que ella deseaba y se había imaginado. Muy poco
se cuestiona cuál podría ser la causa, porque para
esta persona es algo evidente y está claro: ya
comenzó en la infancia; fue por los padres, por los
profesores. Tampoco los amigos eran como tendrían que
haber sido. La pareja había prometido más de lo que
luego, decepcionadamente, cumplió: fue por lo tanto un
desengaño. Nada se desarrolló tampoco en la
profesión de la forma prometedora con que había
comenzado. El jefe y los compañeros de trabajo sólo
pensaban en lo suyo y no valoraban sus cualidades como
habría correspondido. De modo que surge el deseo de
cambiar de lugar de trabajo, para ganar más y para subir
más alto por los peldaños de la escalera del
éxito, o madura la decisión de abandonar una
agrupación de personas para pronunciar en otra parte
grandes palabras, dar salida a sus opiniones y realizar
allí por fin sus ambiciosos planes de desempeñar un
papel destacado.
Estas decisiones que cambian la vida se basan por lo
tanto en ese pánico que muestra que la persona no ha
aprovechado el verano de su vida. Apenas ha dado frutos sanos y
sabrosos, porque no ha purificado con su pareja las
analogías, los que les había atraído,
aquello a lo que están atados. En el lugar de trabajo no
edificó sobre sus capacidades ni las amplió, porque
las peleas que dominan en el matrimonio o en la pareja
también produjeron sus resultados en el puesto de trabajo:
las desavenencias en el matrimonio o en la pareja condujeron a
desavenencias en la empresa, porque a causa de las disputas, la
calidad del trabajo dejó que desear. Entonces empezaron
las peleas en la empresa, que explican el deseo de querer mejorar
su situación en otro lugar de trabajo, de abandonar una
agrupación de personas porque uno no se entiende con las
personas que hay en ella; e igualmente se anuncia ya al separarse
de su pareja.
Quien conoce las más diversas situaciones de vida
del ser humano, sabe que este período de la vida, de
reorientación e intento de un nuevo comienzo, puede
iniciarse hacia los 30 años y termina entre los 40y los
50, cuando aparece el pánico en la persona porque apenas
ha dado frutos en su verano. Tendría que reconocer que
hasta entonces la vida no había llegado a cumplir su
sentido, sino sólo trajo disputa y los cambios de
profesión. Esto rara vez lo admite la persona. Todo
fracaso lo achaca a que las cosas no salieron bien en el
matrimonio o en la pareja, y con frecuencia se decide empezar una
nueva relación. No hay que ser adivino para darse cuenta
de que tampoco esta pareja o relación saldrá bien,
porque la persona se busca una y otra vez su analogía,
busca según lo que hay en el mundo de sus deseos, que
otros deberían cumplirle.
Lo mismo es válido también en la
profesión y respecto a una comunidad de personas: quien no
sabe lo que quiere es empujado de una pareja a otra, de un puesto
de trabajo a otro y también de una comunidad de personas a
otra. Por muy a menudo que cambiemos nuestra camisa, siempre nos
ponemos la misma forma y el mismo color.
Mientras no seamos fieles a nosotros mismos y no
desarrollemos nuestro ser espiritual, nuestro verdadero yo,
esperaremos siempre de nuestro prójimo lo que nosotros no
tenemos y que por tanto tampoco podemos dar.
Mientras no desarrollemos nuestro ser espiritual,
tampoco alcanzaremos ninguna estabilidad, sino que iremos siempre
a la búsqueda de personas, puestos de trabajo y
comunidades, que creemos podrían darnos lo que al fin y al
cabo nosotros no poseemos y tampoco queremos
desarrollar.
En el otoño de nuestra vida nos encontramos
entonces con las manos vacías, pero con una abundante
experiencia negativa, con una red que tiene incontables nudos e
hilos que otra vez tenemos que deshacer, ya sea como almas en los
ámbitos de purificación o en posteriores
encarnaciones en la Tierra como ser humano.
Quien no da frutos maduros, quien no ha aprovechado su
verano, tampoco alcanzará soberanía en el
otoño, sino será un viejo infantil que
mirará retrospectivamente su existencia terrenal
humanamente espectacular, que cuando sea posible citará
una y otra vez, para tal vez recibir de alguna persona más
joven el reconocimiento por sus desenfrenados apetitos que no han
dado buenos frutos de amor a Dios y al prójimo, sino
sólo el <<Yo-yo-yo>> en la red de los
sentimientos, anhelos, pasiones, apetitos instintivos e
inconstancia del ir de una persona a otra, de un lugar de trabajo
a otro, de una comunidad de personas a otra. Y ¿qué
ha quedado? Un vacío, una vida que no se ha cumplido, una
existencia avejentada que gira en torno a sí misma. Tal
como fue con esa persona en la primavera, e igualmente en el
verano, así es entonces también en el
otoño.
En una única vida terrenal- con la ayuda de
Cristo- podemos deshacer muchos nudos y disolver muchos hilos de
la red de nuestras analogías, si perseguimos de forma
consecuente una meta más elevada, prestamos
atención a la energía del día y aprovechamos
las oportunidades que nos ofrece cada día de nuestra vida.
Sin embargo, en una única encarnación
también podemos ampliar considerablemente nuestra red de
lo pecaminoso. Precisamente nuestra pareja –en la ley de
Siembra y cosecha- está cerca de nosotros. Es por
así decirlo de modo especial, nuestro <<más
cercano prójimo>>. Si resolvemos con ella lo que hay
que resolver, la misericordia de Dios disuelve a la vez otros
muchos hilos de culpa y atadura, en caso de que nuestro
prójimo nos perdone. Sabemos que si damos un paso hacia
Cristo, haciendo lo que Él nos ha encomendado, Él
dará varios pasos hacia nosotros.
Autor:
Maite Valderrama
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