- Nos
hemos tropezado con el sexo — como
actividad - ¿Qué pasa en esa cabecita?
(¿"en cuál"?, preguntaría el
bromista) - Pero,
¿qué debemos hacer? - Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad
del salto final - En
resumen - Bibliografía
Educar es asistir activamente a un
proceso de emancipación. Aunque a muchos de entre nosotros
y ellos mismos les pese, tenemos hijos, con un sólo
propósito final: para que crezcan, forjen sus vidas
propias y se alejen de nosotros. Ese es el proceso evolutivo en
el que van adquiriendo sus nociones de autonomía y se van
produciendo rupturas con las dependencias a los
padres.
La edad del aceptar que son maduros es
frecuentemente el momento en que ese choque generacional es
más espectacular y, en ocasiones, más
difícil de comprender para los padres y más
dolorosa para los adolescentes — que pueden aún, tener
treinta años de edad.
Partamos de lo obvio: los hijos no vienen
con un manual de instrucciones, y cada uno es un ser único
e irrepetible que, para ser comprendido, requiere de sus padres y
aun de sus hermanos, mucha paciencia, capacidad de escuchar y
dotes de observación.
El ser humano, ya hemos precisado, tiene
una triple dimensión: biológica, psicológica
y social. En el adolescente se producen repentinamente cambios en
las tres dimensiones, lo que causa el desconcierto del propio
joven y el de su familia. Aunque la transición de la
niñez a la edad adulta pueda durar muchos años, la
edad de la emancipación suele venir acompañada de
un cambio de carácter, a veces profundo. (Véanse
mis lecturas al respecto).
Comienza el adolescente percibiendo una
apariencia física diferente: los rasgos infantiles dejan
paso a un cierto desgarbo y desproporción en las formas
corporales, surge el vello, la maduración de las
gónadas sexuales da lugar a las primeras menstruaciones en
las hembras y a las primeras eyaculaciones en los varones. De
pronto, los niños se topan con un cuerpo extraño y
deben acomodarse a la nueva circunstancia: se ven "metidos" en
una anatomía casi adulta que les resulta ajena y les
inquieta sobremanera.
El cuerpo se convierte en algo nuevo, que
debe ser minuciosa y constantemente calibrado: las sesiones de
espejo se hacen interminables, cualquier cambio — espinillas,
vello, cambio de voz en los varones, la menstruación y el
crecimiento de los senos en las hembras — se convierte en un
contratiempo y comienzan las reflexiones y, a veces, los
incesantes cuidados corporales para aceptarse a uno mismo y para
ser bien visto por los demás.
En esta edad, distinguirse de los
demás no es normalmente un objetivo. La mayoría de
los adolescentes, en esta fase de la edad de la metamorfosis, se
muestran rebeldes a las consignas pero obedecen sumisamente los
dictados de la moda juvenil más convencional.
Nos hemos
tropezado con el sexo — como actividad
Con la maduración sexual, surge la
atracción por el otro sexo y el descubrimiento de esa
entidad extraordinaria que llamamos "el amor". Es un momento que
se vive muy atribuladamente y que se percibe como un
descubrimiento espectacular. Con la evolución de las
costumbres, se han modificado las conductas de los adolescentes
respecto al sexo. Ahora, ellas también toman la
iniciativa. Los modos y estrategias de seducción son
más abiertos y directos, y se activan tanto por los
varones como por las hembras. Este descubrimiento de la
sexualidad conduce a la exploración del placer que produce
practicarla, a solas o en compañía.
¿… y después…
qué…?
En la República Dominicana existe
una dimensión especial de este fenómeno y es el
"matrinoviazgo"; que consiste en el apareamiento temprano entre
adolescentes jóvenes, envueltos en relaciones
exclusivistas y que, con la anuencia familiar culminan en un
matrimonio — tan aparatoso como efímero.
(Familiarity breeds contempt — and children. Mark
Twain [1835 – 1910]).
Hoy, pocos adolescentes ven el sexo, como
de antes se veía, como algo perverso o pecaminoso. Sin
embargo, se esconden casi lo mismo que lo hacían sus
mayores, pero no temen tanto la práctica de la "actividad
del sexo" por el placer de tenerlo. Aunque para los padres, la
actividad sexual de sus hijos adolescentes es, ante todo, un
problema de conciencia moral, "pero si son tan jóvenes
que…", de estilo, "en nuestra época, el sexo era una
cosa más romántica, más elegante…" y,
fundamentalmente, de riesgo, "mira que si la dejas embarazada" o
"si te quedas encinta, ¿qué harías con un
niño a los 14 años?". Pero para muchos
adolescentes, el sexo es una aventura apasionante por la que
merece la pena asumir ciertos riesgos imprudentes. Esta manera
tan divergente de vivir la sexualidad frena la
implantación de una educación íntima eficaz
para los niños. Prohibir drásticamente o
anatematizar las relaciones sexuales propicia que las realicen
con conciencia de culpa, que no soliciten la información
necesaria y que corran riesgos perfectamente evitables, como las
enfermedades contagiosas y el embarazo no deseado. Pero,
tolerarlas sin inhibiciones y con licencia, conduce al
desastre.
Tanto educadores como padres deben
proporcionar a los adolescentes informaciones claras y completas,
primando, en su caso, la recomendación de un sexo
consciente, responsable, seguro y placentero — fácil de
decir, pero no de hacer. La edad del cambio es una fase en que,
por otra parte, los jóvenes necesitan comprobar las
posibilidades y habilidades de lo que perciben como nuevo
continente físico, su propio cuerpo. Por ello, la
práctica de deportes, que a muy pocos atrae, es (dicen
algunos puritanos confusos) particularmente aconsejable en esta
edad.
¿Qué pasa en esa cabecita?
(¿"en cuál"?, preguntaría el
bromista)
En el adolescente, la procesión va
por dentro: su psique, sus emociones, son un hervidero de
problemas, inseguridad, dudas y contradicciones. No sabe
quién es ni lo que quiere, se ve inestable en sus
propósitos. En sus conductas visibles, reacciona de una
forma sorprendente: se muestra testarudo, obstinado en las
discusiones, lleva la contraria casi por sistema, habla poco y
cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a gritos,
como quien está seguro de todo y acaba de descubrir la
verdad de las cosas. Discute sólo para ganar, para hallar
en la lucha dialéctica esa firmeza de la que
carece.
Todo esto, que los educadores, a menudo,
ignoran — por ser ignorantes ellos mismos, fue descrito hace
muchas décadas por Erikson y Anna Freud — pero, es que
los educadores ni educan ni se educan — observaría, con
certeza, el exegeta.
No lo inevitable…
Mientras crece, el adolescente en crisis,
"necesita eliminar al padre", derrocar la autoridad, establecer
su hegemonía propia. Por eso es argumentador, rebelde sin
causa. Pero cree que sólo esa ruptura traumática le
va a conducir a la emancipación emocional, aunque les
place mantener la monetaria de modo indefinido. Con esa
oposición sistemática están reivindicando
ante los adultos el "yo no soy tú". Necesitan ser
autónomos y que se les reconozca como seres independientes
en algunas cuestiones — pero no todas. Pero a la vez, y esto
confunde a los padres, es frecuente que no se muestren
responsables para lidiar con sus estudios, ordenar su
habitación, buscar un trabajo o racionalizar sus gastos
personales. La batalla está asegurada — como asegurada
está la derrota de algunos padres inadecuados.
Los padres les amonestan "si quieres hacer
tu vida y ser independiente para todo: estudia y
organízate mejor" y ellos responden con un lacónico
y polivalente "el único problema es que tú
no me comprendes". Los adultos también fuimos
adolescentes, pero nunca vivimos en la edad en que hoy viven
nuestros hijos. Hace más de 40 años vivíamos
una dictadura, no había más que una estación
de televisión, no existían los ordenadores ni el
Internet, en la escuela las clases no eran mixtas, se pensaba que
la masturbación era pecado, las familias de cuatro, seis
hijos y más hijos eran lo normal, los jóvenes
despertaban al sexo en la veintena y no había
preservativos ni educación sexual alguna, el trabajo
abundaba, el rock era cosa de desquiciados, casi nadie
viajaba en vacaciones y sólo iban a la Universidad unos
pocos elegidos — Cualquier parecido con la realidad actual es
pura coincidencia — Partamos de ello, y estaremos más
capacitados para entender el mundo interior de nuestros
adolescentes, y más motivados para observarles con
atención y escucharles con paciencia, contacto y
entendimiento. Ahora bien, aunque podamos ceder en cosas para
ellos importantes (apariencia externa, gustos musicales y
aficiones, amistades, horarios en días festivos…) hemos
de mostrarnos firmes en lo fundamental: respeto a padres y
hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y
hogareños, salud, industria y seguridad personal…
Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan una
referencia, unas certidumbres que alivien su estado de duda y les
sirvan de orientación. (Véase mi artículo:
Adolescencia: Quo vadis?…).
¡Salud!
Cuando se educa a un adolescente, hay que
hacerlo a largo plazo. Si hemos mantenido en esta etapa una
actitud de escucha y comunicación, combinando el afecto
con las concesiones y la firmeza, es muy probable que vuelvan a
la normalidad de la vida familiar. Porque, desde esa serenidad
adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro
que es.
Así, quizás,
aprenderán algo…
Pero,
¿qué debemos hacer?
Flexibilidad e inteligencia El empuje que
cada adolescente experimenta para no perderse el estado de
ebullición mental y física que su edad y cambios
corporales le generan es tan fuerte que los adultos poco pueden
hacer, más allá de recabar información sobre
sus hábitos. Entonces tenemos la influencia del medio
social tan llena de riesgos que los padres pueden adoptar
posiciones extremas: prohibición total, protección
excesiva, obsesión por saber todo lo que hace el hijo o
hija… La flexibilidad es la actitud más inteligente: no
porfiemos por las cuestiones menores, pero defendamos una
posición firme, aunque razonada, sobre ciertos
hábitos que atentan contra la salud, la seguridad o el
ritmo de algunas diversiones que impiden que cumplan con los
estudios o que se alimenten y descansen correctamente. Nos
resulta difícil comprender por qué van en masa,
bailan al mismo ritmo, visten igual y escuchan la misma
música. Pero es su seno social, que sienten como protector
de sus inseguridades. Ahí están a gusto en sus
miedos. Se defienden frente a un mundo adulto que consideran
agresor. Es sumergido en esa matriz de masas donde
algunos van incubando su proceso de emancipación.
En períodos posteriores, dejarán de necesitar a la
masa protectora de sus amigos e irán solos y libres.
Esperémosles con las puertas entreabiertas, pero sin
perder el hilo de por dónde y cómo se va tejiendo
ese proceso de construcción personal. (Véase:
Identity: Youth and Crisis por E. Erikson).
Más que nada, esperemos que muestren
responsabilidad y que muestren señales de querer ganarse
la vida — no sólo de rebeldías.
Cómo
ayudar a nuestros hijos en la edad del salto
final
Hay algunas manifestaciones típicas
de esta edad que preocupan a los padres: el fracaso escolar, el
inicio en el consumo de alcohol y drogas, las conductas
marginales, la falta de deseos de trabajar, ese aislamiento de
todo y de todos que puede exigir la intervención de un
psiquiatra… Lo cierto es que cada adolescente es todo un mundo
que hemos de conocer, y podemos ayudar en esta etapa, si actuamos
como sigue:
Mantenernos bien informados de
cómo evolucionan sus sentimientos y emociones, su
cuerpo y sus relaciones sociales, hasta un punto cuando ya
son muy viejos para depender de nosotros
económicamentePermanecer abiertos a la
comunicación con él o ella, en cualquier
circunstancia, que sea legítimaDescubrir qué les preocupa.
Escucharles con paciencia e interés, ayudarlos con
consejos y con firmezaFacilitar su emancipación,
cediéndoles paulatinamente cuotas de libertad y de
responsabilidad — nunca dejarlos sentir que tenemos una
obligación de dejar que sean para siempre niños
dependientes de nuestra ayudaMostrarnos flexibles en lo que
entendamos accesorio, y firmes en todo lo
fundamentalSepamos, en términos educativos,
esperar (mirando a medio plazo) y procuremos, siempre,
ponernos en su lugar. Para ello, debemos conocerle, tener el
soporte decidido de un esposo y respetarse mucho a uno
mismo
En
resumen
La adolescencia y sus conflictos son
resultado de nuestra civilización — porque, recordemos,
esa etapa es invención nuestra — y su entendimiento
requiere educación y entrenamiento.
Padres y, asimismo educadores, que
permaneciendo ellos mismos adolescentes en sus comportamientos,
no pueden servir ni de guías ni de modelos a sus propios
hijos y pupilos — por ello fallan en esta misión tan
crítica, para los jóvenes que serán
herederos del futuro.
Madres que viven obsesionadas con la
juventud perenne, lo que la sociedad les exige y el Ritmo
Social, y papás que se abandonan al sexo promiscuo y
a la multiplicación serial en las calles, no son maduros
para poder esperar guiar a sus propios hijos.
Pero, para eso les sirve el Ritmo
Social. Porque ahí, en ese mundo ficticio de la
publicidad y de la propaganda comprada, pueden fungir a ser los
"mejores padres" — aunque sólo sea en sus
fantasías abultadas de adolescencias inconclusas y de
conflictos irresolutos.
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F.
Larocca