Si no sirven, si no agradan, o si resultan
hipócritas los tradicionales diagnósticos, recetas
o anticipaciones de estos intelectuales fashion o intelectuales
de mercado, pues que no diagnostiquen, no receten ni anticipen, y
que tampoco imaginen el futuro por los demás. Digo esto
muy convencido de que las industrias culturales a cargo de
intelectuales son funcionales al poder político y
económico que domina y explota a la humanidad en todas
partes. Y decir esto no significa postular el anticapitalismo, el
comunismo rojo, o el nazismo negro, ni ninguna estupidez de ese
tipo, pues ni siquiera es algo original.
Creo que los intelectuales no deberían insistir
en buscar enemigos políticos, de clase o de fracciones de
clases de las sociedades, pueblos o naciones. Por el contrario,
en lugar de mostrar constantemente contradicciones y conflictos
reales y posibles deberían poder ayudar -sólo
ayudar, o sea nada de encarnar supuestas misiones- a pensar lo
más correctamente posible a todos y a cada uno en tanto
individuos y agentes sociales y políticos.
Incluso no haría falta que crearan nada nuevo,
pues lo que hace falta conocer para realizar esta tarea ya ha
sido escrito, pero ha quedado sepultado en el olvido o escondido
tras la maraña de las modas estúpidas.
Entiéndase que esto que propongo no es el
desideratum perpetuo de la tarea de los intelectuales en general.
Sólo se trata de éste presente, no de los futuros
presentes, pues ello equivaldría a caer en una
posición conservadora cuando la mayoría de las
sociedades actuales se hallan muy lejos de ser estáticas y
tradicionalistas.
De modo que sería útil y deseable que los
intelectuales stricto sensu del actual tiempo histórico,
valiéndose de las ventajas representadas por sus
condiciones y training particulares y propios de su oficio,
ayuden al resto de los hombres (intelectuales lato sensu) a
pensar con mayor rigurosidad, profundidad, criticidad y hasta
eficacia en orden a las eventuales necesidades y deseos futuros
de la humanidad en su devenir. Pero, atención, que ayuden
a lograrlo verdaderamente, no a continuar con el "como
si".
El intelectual debe estudiar y expresar, pero no debe
esperar ser leído ni interpretado justamente, a menos que
su pensamiento tuviera dos versiones siempre, como todo
paternalismo: una abstrusa como la que generalmente utilizan para
escribir y otra versión para escolares… de
pantalones largos, y que siempre estuvieran ellos para efectuar
los ajustes correspondientes.
Los intelectuales verdaderos y auténticos "no se
la creen", ni se piensan jamás a si mismos en tercera
persona.
Lo que si acepto que se mantenga como en los tiempos
románticos es el deber ser del intelectual
auténtico y autónomo que es la necesidad de su
independencia respecto del poder. Los intelectuales verdaderos y
auténticos, es sabido y es cierto, deben mantenerse
alejados del poder, tanto del poder político como del
económico, social, religioso, etc. De modo que me refiero
aquí a los intelectuales libres, no a los condicionados
por los contextos del ejercicio de su pensamiento y de su
correspondiente mercantilización.
Los especialistas, asesores y técnicos de los
más variados campos de la actividad social, por más
importantes que pudieran llegar a ser sólo trabajan de
intelectuales, son trabajadores intelectuales pero no
intelectuales, como dije más arriba. Inversamente, yo
pienso como intelectuales a aquellos cuyos pensamientos no
están determinados por los sectores dominantes ni por los
sectores dominados de una cultura concreta, ni tampoco de una
contracultura de cualquier tipo y origen.
O sea que el intelectual con amo, no es un intelectual,
sino un siervo, una caricatura de intelectual. Por eso insisto en
que aprendamos a reconocer las caricaturas de
intelectuales.
Pienso en el verdadero filósofo como el
intelectual emblemático que puede trascender su
época pero no por la inercia que le brinda la
proyección de la cultura sobre él y su
época, tal como sucede en el caso del arte hoy en crisis
sino por la posibilidad de brindar las otras respuestas, es
decir, las que son otras respecto del poder y la cultura
oficial.
El filósofo, para mi gusto, no debe trabajar como
filósofo pues dejaría de ser filósofo en ese
caso. Ciertamente, si trabaja como profesor de filosofía
será él también un trabajador intelectual
que eventualmente hasta podría ser reemplazado por una
persona entrenada al efecto, o por unos libros, o por un
robot.
Por eso pienso en los intelectuales verdaderos como
aquellos que piensan por ellos mismos, para ellos mismos, no en
representación de nadie ni como función social, sin
expectativas de remuneración, de prestigio o de gloria, ni
pertenencia a capilla o cofradía alguna. Y que
jamás caen en la famosa estupidez del "intelectual
orgánico".
Más aún, filósofo es para mi
aquél intelectual que no vive de su pensamiento, es decir,
que no lo vende, no lo comercializa, ni se repite, ni se plagia a
si mismo. Esto último lo vinculo con el apego a sus
propias palabras cuando ellas se han vuelto conocidas. De
ahí que siempre he insistido en que hay que hablar en
criollo, es decir, con sencillez, no utilizando jerigonzas
especiales provenientes de otros, ni tampoco propias, pues se es
pedante en cualquiera de los dos casos.
Por la misma razón considero que un buen
intelectual es aquel que no sólo no repite discursos
memorizados extraídos de obras complejas, ni tampoco de
manuales ligeros, y menos de clichés de moda fruto del
pensamiento políticamente correcto en cada momento que
-bueno es recordar- ¡no siempre ni necesariamente es de
derechas!, pues en tal caso semejante "intelectual" sería
un mero repetidor, un memorista entrenado y hábil en
discursos ajenos.
Un verdadero intelectual no se repite a si mismo porque
se plagia, es decir, no reitera temas ni obsesiones personales,
pues estaría determinado por lo que recuerda en el momento
de hablar, y así no sería libre.
De modo que un verdadero intelectual puede explicar
varias veces una cuestión de distintas maneras, empezando
por el principio, por el final, por el medio, por adelante, por
atrás o por cualquier parte, o con enfoques diferentes en
cada ocasión ya que todo fenómeno social particular
es parte de una totalidad social, pero también es una
totalidad en si mismo, y toda totalidad puede ser abordada desde
si misma, desde sus partes, o desde afuera de ella.
Hay quienes dicen que pensar en libertad, y con libertad
externa e interna, es un acto de soberbia, que un intelectual ha
de ser modesto, etc, etc. He escuchado este pensamiento varias
veces y me hace reír tanto como llorar.
La humildad de los hipócritas es el más
grande y altanero de los orgullos, lo dijo alguien hace 500
años. Deliberadamente no diré su nombre para no
incitar el fetichismo de los citadores a repetición (por
aquello que canta Serrat, que "al olor de la flor se le olvida la
flor"). Es que considero hipócritas a quienes se esconden
tras los restos del pasado para no decir jamás lo que
piensan ellos mismos, y también a los repetidores de
discursos a tono con las épocas o con las líneas
del poder de turno.
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Autor:
Carlos Schulmaister
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