- Viejas
preguntas, ¿futuras respuestas? - El
problema del hambre: ayer y hoy - Cereales y oleaginosas. Total mundial (1961 –
2007) - Evolución de la población, los
cereales y oleaginosas y los alimentos - Evolución del precio internacional del
trigo, el maíz y la soja (enero 2000 – abril
2009) - Producción y abastecimiento de alimentos
industriales - Puntos
de partida para una agenda política
Viejas preguntas,
¿futuras respuestas?
En un mundo que se asombra con la velocidad
y el alcance de los cambios tecnológicos, ingentes masas
de personas están subalimentadas y numerosos países
son cíclicamente sometidos a hambrunas. Literalmente,
miles de seres humanos mueren cada año de
inanición. Ante un contraste tan dramático surgen
interrogantes elementales. ¿Estamos ante un límite
de la naturaleza o frente a una inequidad social básica?
En otras palabras, ¿se trata de un problema de
disponibilidad de alimentos o de una distribución
regresiva del ingreso que impide a determinados segmentos
sociales acceder a ellos? Hace más de treinta años
este problema fue planteado crudamente en la polémica
entre el Club de Roma y el Modelo del Mundo de la
Fundación Bariloche
Inicialmente, el epicentro de la
cuestión radicó en equiparar la velocidad de
crecimiento de la población con la de la oferta de
alimentos, en el marco de un conjunto finito de recursos
naturales y a partir de una tecnología dada.
Posteriormente, el problema tendió a
encauzarse en la medida en que los cambios tecnológicos
asociados con la denominada "revolución verde" derivaron
en un salto sustantivo en las cantidades producidas. A ello se
sumó una creciente sofisticación de "los alimentos"
como bienes finales, a partir de la diferenciación y la
certificación, entre otros procesos. Sin embargo, una
mayor cantidad disponible —y la consecuente
conformación de mínimas reservas de
seguridad— no implicó erradicar el problema:
actualmente cerca de 1000 millones de personas están
subalimentadas. Lo que es más grave aún: en los
últimos 15 años la cifra creció algo
más del 8% (FAO, 2008).
En simultáneo, además, se ha
tornado notablemente compleja su forma de abastecimiento y
producción, a la vez que aparecieron nuevos usos
industriales y energéticos de las materias primas
alimenticias. En el otro extremo, sin embargo, la
distribución del ingreso no mejoró sustantivamente,
lo que ha afectado negativamente la accesibilidad, especialmente
en los segmentos poblacionales menos favorecidos.
Consecuentemente, el problema global del hambre no sólo
sigue vigente, sino que se ha tornado más complejo y
más grave. Examinaremos estos temas en lo que sigue del
trabajo, comenzando por la identificación de la magnitud,
pasada y reciente, del problema.
El problema del
hambre: ayer y hoy
Las formas de aprovisionamiento de
alimentos, así como también la asimetría
eventual entre la velocidad de crecimiento de la población
mundial y la capacidad global de generar su subsistencia, son
temas que han preocupado a la sociedad desde tiempos remotos. En
1846, Malthus postuló en su Ensayo sobre el principio
de la población que ésta crecía en una
progresión geométrica, mientras que los medios de
subsistencia lo hacían en una progresión
aritmética. Concluyó, entonces, que en determinado
momento la población no podría disponer de los
recursos alimentarios necesarios para su subsistencia. Esta
teoría daba por sentado el uso de tecnologías
invariantes, lo cual marcaba un estrecho límite en
términos de los recursos naturales aplicables a tales
fines: tierras fértiles y agua, entre otros.
Los esfuerzos conjuntos de diversos
países e instituciones en materia de investigación
y difusión de nuevas tecnologías agrarias
—semillas de alto rendimiento, fertilizantes, sistemas de
riego, herbicidas y maquinaria— derivaron en un aumento de
la producción de productos primarios y de alimentos. El
desarrollo y la inicial difusión masiva se registraron en
los países con sistemas agrícolas más
desarrollados: Estados Unidos, Canadá y la Unión
Europea. Posteriormente, bajo la lógica que consideraba a
la tecnología como un bien público y con ello
sustentaba la puesta en marcha de múltiples instituciones
públicas en la materia, el modelo se trasvasó a
varios países en desarrollo.
En 1972, poco antes de la crisis del
petróleo, fue publicado el Informe sobre los
límites del desarrollo, donde se realizaron
estimaciones sobre el crecimiento de la población, el
crecimiento económico y la evolución de lo que
denominaban la "huella ecológica" de la población
en la tierra para los siguientes cien años (Meadows et al,
1972). En el informe se sostenía que, dado que los
recursos son limitados, el planeta imponía límites
al crecimiento que hacían que el crecimiento exponencial
de la población y el producto per cápita no fueran
sostenibles en el tiempo. Postulaba que estas dinámicas de
crecimiento exponencial llevarían a un progresivo
agotamiento de los recursos naturales, al cual seguiría un
colapso en la producción agrícola e industrial y,
luego, una brusca reducción de la población humana.
El trabajo planteaba, entonces, como posible solución, el
"crecimiento cero", un "estado estacionario" que se
obtendría al detener el crecimiento de la economía
y la población. Mediante esta idea se intentaba encontrar
una estabilidad sostenible en el largo plazo a nivel
global.
como también intentaba demostrar que
los límites al crecimiento tenían un
carácter físico. Este informe sostenía, en
consecuencia, que la solución debía encontrarse en
la morigeración del crecimiento de la población
(Oteiza, 2004; Gallopin, 2004). En esta interpretación,
las disparidades de ingresos entre países no se
tenían en cuenta. Subyacía la idea de "estabilizar
una situación", pero sin evaluar que con ello se
cristalizaba una distribución desigual del ingreso en
desmedro, principalmente, de los países más pobres.
Frente a ello, el denominado "modelo mundial latinoamericano"
planteaba que los límites al crecimiento del hambre no
eran primordialmente físicos o de disponibilidad, sino
principalmente socioeconómicos o de
accesibilidad.
Cereales y
oleaginosas. Total mundial (1961 – 2007)
-en miles de toneladas, en kilos por
hectárea, en miles de hectáreas-
Datos más desagregados permiten
ahondar sobre el proceso en su conjunto:
Mientras que entre inicios de los sesenta y
el primer lustro del siglo XXI la
población creció 2,18 veces,
la disponibilidad de cereales y oleaginosas lo hizo 2,75 veces.
Es decir, la base de la pirámide alimentaria, que luego se
transforma en alimentos elaborados, creció por encima de
la población.
También la producción de
alimentos finales —en índices globales en base a
valores monetarios— creció tanto por encima de la
producción de cereales y oleaginosas como de los niveles
poblacionales. De este modo, mientras que la población
más que duplicó su nivel, los alimentos finales
casi se triplicaron: los índices indican que a mediados de
2005 eran 2,9 veces superiores a los de inicios de los
sesenta.
Más aún, los alimentos
disponibles per cápita —estimados en valores—
crecieron algo más de un 30% en el lapso analizado,
refutando las predicciones pesimistas basadas en ideas
maltusianas.
Evolución
de la población, los cereales y oleaginosas y los
alimentos
Ahora bien, ¿eliminó esta
poderosa tendencia productivista el hambre en el mundo? La
respuesta es menos optimista que la evolución de las
cifras previas: en simultáneo y pese al incremento de la
cantidad de alimentos, en buena parte de la población
mundial persisten hasta nuestros días la pobreza, el
hambre y la malnutrición. En los últimos
años, esta situación se agravó como
consecuencia, principalmente, del acelerado aumento de los
precios de los alimentos y, desde el año 2008, debido a
los efectos de la crisis mundial. En el último año,
el número de personas desnutridas alcanzó los 963
millones (más del 14% de la población mundial), lo
que significa unas 40 millones de personas más que en
2007, cuando el número ascendía a 923 millones.
Esta alarmante situación ha llevado al alejamiento del
logro de las metas del milenio en reducción de la pobreza
y del hambre.
El problema cobra mayor dramatismo si se
consideran las diferencias regionales. Mientras que la
proporción de la población que sufre hambre en el
mundo es algo superior al 14%, en algunos países de
África esa proporción asciende a más del
45%. De los 963 millones de personas que sufren hambre en el
mundo, 907 se encuentran en países pobres o en desarrollo:
un 58% en Asia y el Pacífico, un 24% en el África
Subsahariana, un 6% en América Latina y el Caribe, y un 4%
en el Cercano Oriente y el Norte de África (Naciones
Unidas, 2009b). En los países más ricos el consumo
de proteínas es más del doble que el de los
países del África Subsahariana: 125 gramos por
persona por día, contra 60 (Herren, 2008).
Paradójicamente, en
simultáneo con los problemas derivados del consumo
insuficiente de alimentos, se observan excesos de consumo en
algunas zonas favorecidas. El mayor consumo de calorías
derivado de las mejoras económicas en una parte de la
población mundial ha llevado al incremento de personas que
padecen obesidad (se estima que alcanzan los mil millones, es
decir, un número superior al de personas desnutridas)
(USDA, 2008). Aunque este problema afecta principalmente a los
países más ricos, en los últimos años
se ha expandido hacia países más pobres donde
convive con el problema de la desnutrición.
Evolución
del precio internacional del trigo, el maíz y la soja
(enero 2000 – abril 2009)
-en dólares por tonelada-
Estas condiciones indujeron a un incremento
en el precio de los "insumos alimentarios" que rápidamente
se trasladó a los alimentos finales. En este contexto, los
precios crecientes de alimentos afectan con mayor intensidad a
los hogares más pobres —tanto urbanos como
rurales— dado que son quienes gastan mayor parte de su
ingreso en alimentos: en países pobres los gastos en
alimentos promedian más del 50% de los
ingresos.
La crisis financiera, aunque derivó
en reducciones sustantivas en algunos precios, no se
reflejó aún con idéntica magnitud en el
mercado de los alimentos. A un año del comienzo de la
denominada crisis financiera global, con las iniciales
reducciones de precios de algunos productos, la tendencia de
fondo parece mantenerse incólume. Más allá
de los vaivenes de precios, persisten algunas de las causas
—el uso de materia prima agraria para biocombustibles y el
fenómeno de la urbanización de sociedades
masivamente rurales, entre otros— que afectarán la
demanda y los precios de los alimentos, así como
también el tema de la pobreza a futuro.
Ello lleva a presumir que el incremento
evidenciado en los últimos años en el número
de personas subalimentadas responde, en buena medida, a los
problemas de accesibilidad. En este plano, las mayores
restricciones para el acceso a las canastas alimenticias
adecuadas se originan en los niveles de precios, asociados a la
mayor complejidad de la estructura de aprovisionamiento, y en los
legendarios problemas de regresión en la
distribución del ingreso.
Producción
y abastecimiento de alimentos industriales
Una mayor producción de granos,
carne y leche no se traduce de manera automática en oferta
de alimentos disponibles para los consumidores, menos aún
si éstos son urbanos. Existe en el medio una larga serie
de pasos de transformación industrial, acondicionamiento,
concentración, transporte, logística y
comercialización hasta llegar a los consumidores. Este
segmento de la oferta ha ido ganando en complejidad pari
passu con la maduración de la denominada
revolución verde y los primeros desarrollos del paradigma
biotecnológico. Como consecuencia, el precio pagado por
los consumidores refleja cada una de estas etapas con sus rasgos
dominantes: concentración de la oferta, existencia de
barreras tecnológicas, controles estatales y escalas
productivas. A medida que se suman etapas se "agregan"
participaciones en el precio, lo que lleva a su consecuente
aumento y sofisticación. Estas etapas agregadas son
funcionales a la exclusión.
En un extremo (el aprovisionamiento de
insumos para la actividad primaria), existe una creciente
presencia de empresas de gran porte y cobertura global,
provenientes del mundo industrial de alto perfil
tecnológico. Semillas modificadas genéticamente,
fertilizantes, paquetes completos de herbicidas e, incluso,
maquinarias y equipos tienen creciente peso en la
conformación de "qué y cómo cultivar". Basan
sus ofertas en conocimientos que se desplazan cada vez más
hacia la investigacióncientífica, aumentando la
importancia de los derechos de propiedad intelectual: patentes,
derechos de obtentores vegetales, registros de genética
animal, marcas, modelos y diseños de envases. Sin duda
ello amplía la base de producción, pero
implica crecientes costos.
Otra alternativa se refiere a aquellas
materias primas que requieren un proceso de transformación
—trigo, maíz, leche, cacao, café y ganado,
entre otros —que por lo general están sujetas a las
reglas industriales. Se trata de los fenómenos de los
menores costos asociados con las grandes escalas, las
tecnologías de proceso y conservación, los flujos
continuos de producción y las grandes concentraciones de
capital fijo. A grandes rasgos, la desconcentración en la
etapa primaria tiene como contrapartida la concentración
en la transformación industrial. En este contexto,
el acceso a las grandes inversiones, los sistemas de
patentes, el control de las marcas y la existencia de "barreras a
la entrada" de nuevos consumidores son claves para captar parte
de las rentas generadas a lo largo del proceso.
De esta forma, contar con mayor
disponibilidad de materias primas es sólo un aspecto del
problema. Para lograrlo y convertirlas en alimentos se necesita
de una larga y costosa serie de etapas de transformación.
En este marco general pueden darse distintas configuraciones,
cada una de las cuales afecta el precio que percibe el
consumidor, a partir del cual se define la accesibilidad a los
alimentos. Una primera configuración consiste en
productores de muy baja escala que no ingresan al sistema
comercial y si bien pueden utilizar ciertas innovaciones acotan
su actividad a la subsistencia o, a lo sumo, a circuitos de
intercambios informales y acotados localmente.
Puntos de partida
para una agenda política
Visto en perspectiva, el mundo
contemporáneo genera paradojas asombrosas. Por un lado,
los desarrollos tecnológicos se difunden casi
instantáneamente a nivel global, tendiendo a estatuir
pautas de consumo universales correspondientes a los segmentos
medios y altos de las sociedades desarrolladas, con un extenso
flujo de producción de bienes y servicios cada vez
más complejos. Por otro lado, casi 20% de la
población mundial sufre severas condiciones de
subalimentación.
En forma creciente, este problema ocupa las
agendas de cada uno de los países, en especial de los
más afectados, en la medida que alcancen repercusiones
públicas que socaven el funcionamiento político. A
las sociedades involucradas directamente se suman otras que,
excedentarias en alimentos, tratan de paliar la situación
vía la cooperación internacional. Otro costado de
las acciones se desarrolla a través de una infinidad de
organizaciones, desde aquellas centradas en las religiones hasta
las ONG sustentadas por la filantropía.
Complementariamente, un conjunto de instituciones globales (FAO y
Programa Mundial de Alimentos de las
Naciones Unidas, entre otras) relevan y
estatuyen el problema a escala planetaria y, buscan formas de
soluciones. Sin embargo, sus mandatos son muy acotados en las
fases operativas y en las reales injerencias del
problema.
Los recientes episodios de "agflation" y
crecimiento del hambre son ilustrativos de las diversas
estrategias nacionales para combatir el tema. Las baterías
de medidas tienen dos costados. La primera forma tiene como
objetivo mejorar en precios y cantidades las ofertas de
alimentos, mientras que la segunda apunta a los indigentes con
programas de asistencia directa. En algunos casos ello se
inscribe en programas nacionales específicos para combatir
el hambre, mientras que en otros, en cambio, se difuminan en una
amplia gama de acciones con múltiples objetivos que a
menudo desdibujan el objetivo inicial.
Funcionalmente, la conjunción de
ambos enfoques conlleva a una serie de dificultades que
atenúan las eventuales soluciones al problema.
Inicialmente, el monto de los recursos asignados a la
solución del problema es escaso frente a la magnitud del
problema, en especial en algunas sociedades menos favorecidas. A
ello cabe sumar que la dispersión de enfoques y de
"institucionalidades" para implementar las soluciones
"canibaliza" los recursos y reduce la eficiencia de las
intervenciones.
En muchos casos la profundidad y
complejidad del problema demanda una persistencia temporal de las
soluciones que es incompatible con los habituales cortes en los
flujos de fondos, una vez que se comenzaron los programas. A los
pocos recursos y la multiplicidad de enfoques y efectores se suma
una siempre mejorable necesidad de coordinar esfuerzos entre las
intervenciones sobre la oferta de alimentos y las demandas de los
indigentes.
Una tercera conclusión señala
que existe un amplio campo de acciones públicas posibles
en los propios países desarrollados, sobre las estructuras
de aprovisionamiento de alimentos en temas relacionados con la
apropiación y difusión de las tecnologías,
una mayor liberalización del comercio y un mayor
equilibrio en las etapas comerciales y de logísticas, que
mejorarían sustancialmente el problema del hambre tanto
desde la óptica del aprovisionamiento como de la
creación de mejores condiciones de accesibilidad por parte
de los sectores menos favorecidos de la demanda (EBRD y FAO,
2008, Banco Mundial, 2008).
Una cuarta conclusión alerta sobre
la necesidad de revisar, rescatando los
múltiples aspectos positivos
previos, el rol de la institucionalidad internacional como
ámbito analítico y de generación de
propuestas destinadas a paliar el tema del Hambre, alta
tecnología y desigualdad social hambre mundial. En
idéntico sentido, se torna necesario fortalecer la
cooperación internacional, ampliándola no
sólo en el terreno de la asistencia alimenticia sino
también en los planos tecnológicos, productivos y
comerciales sobre actividades que de manera directa o indirecta
afectan el aprovisionamiento y la accesibilidad a los
alimentos.
La solución al problema del hambre
depende de acciones concurrentes tanto sobre la actual estructura
de aprovisionamiento de alimentos como de las condiciones de
accesibilidad, especialmente por parte de los segmentos de
ingresos menos favorecidos.
Autor:
Leonardo Salazar Charles