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La caida del imperio romano (página 8)




Enviado por santrom



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El combate fue librado por germanos contra germanos, por
visigodos y francos contra ostrogodos y hunos. Esta batalla, que
se ha considerado decisiva para el destino de Occidente, fue
sostenida por dos ejércitos cuyos efectivos eran
intercambiables. Los supervivientes de las huestes de Atila
serían veinte años después soldados al
servicio de Roma.79 Pero la victoria romanogermánica
destruía la mítica invencibilidad de Atila y
salvaba a Occidente de la dominación de los nómadas
asiáticos. Los historiadores que minimizan la importancia
de este triunfo80 cometen probablemente un error. Sería
exagerado afirmar que Europa nació en los Campos
Mauriacos; pero allí, por primera vez, los pueblos
occidentales defendieron su civilización del
aniquilamiento.

Atila en Italia

El rey de los hunos rehizo sus huestes durante el
otoño y el invierno de 451. El ataque a la Galia
había sido un error. Al amenazar a los visigodos, Atila
los había impulsado a la alianza con Roma. Pero
aquéllos no defenderían Italia, que quedaba lejos
de su campo de acción; por el contrario,
celebrarían la caída del odiado Aecio. Italia era a
la vez el corazón del Imperio y su miembro más
débil. Ni siquiera disponía de un ejército
de mercenarios para presentar batalla en campo
abierto.

En la primavera de 452 Atila y sus jinetes atravesaron
los desguarnecidos Alpes orientales, recorrieron la llanura
veneciana y sitiaron Aquilea. Durante varios meses las reforzadas
murallas de la ciudad inmovilizaron a los hunos. Pero al fin
Aquilea fue tomada y arrasada.81

El valle del Po no ofreció resistencia.
Milán, Pavía, Mantua, Verona se rindieron sin
combatir.82 Aecio aconsejaba al emperador que huyera a la Galia,
mientras llegaban los socorros que se esperaban de
Constantinopla. Pero Valentiniano III prefirió refugiarse
en Roma, y allí se dirigía Atila con el grueso de
su ejército.

Según Prisco, los consejeros del huno quisieron
disuadirle de este designio. La conquista de Roma acarreaba la
desgracia. Alarico, jefe de los visigodos, había muerto
después del saqueo de la urbe. Atila vacila. Ese elemento
irracional, que en su compleja mentalidad convive con el valor,
la inteligencia y la astucia, le paraliza. o acaso observa que su
ejército está agotado por la fatiga y las
enfermedades.

Estas dudas son resueltas por la llegada de una embajada
de Roma. La preside el papa san León, y la completan el
cónsul Avieno y el prefecto Trigetio. Cerca de Mantua, a
orillas del Mincio, se entrevistan el guerrero que representa la
fuerza del paganismo curoasiático y el obispo que gobierna
la cristiandad occidental.

Se ignoran los detalles de la negociación. Pero
todo inclinaba a Atila a mostrarse conciliador. Evacuaría
Italia, pero amenazaba con una nueva campaña devastadora
si no recibía un tributo anual y si Honoria no le era
enviada, con su dote. Y el huno regresó a Panonia sin
haber logrado tampoco esta vez una victoria brillante. Un
ejército del Imperio de Oriente amenazaba sus posesiones
danubianas.

Muerte de Atila y desaparición de su
Imperio

Esta vida circuida por el halo de la gloria que empezaba
a declinar por haber ambicionado demasiado, terminó
bruscamente, oscurecida por la intemperancia. Atila murió
en una de sus innumerables noches de bodas, ahogado por una
hemorragia.83

La desintegración del Estado huno empezó
al día siguiente. Los numerosos hijos de Atila se
disputaron la sucesión. Pero la causa decisiva de la
disolución de este Imperio fue la sublevación de
los pueblos germánicos avasallados. El rey de los
gépidos Ardarico, uno de los más estimados
consejeros de Atila, fue el primero en emanciparse. Le siguieron
los ostrogodos. Elac, el mayor de los hijos de Atila, que quiso
contener el desmoronamiento del Estado, murió en una
batalla, junto al río Nedao, en Panonia. Sus hermanos
combatieron sin éxito unos contra otros, reducidos a pesar
suyo a jefes de tribus indisciplinadas, llevadas por su
instintivo nomadismo a la dispersión.

Algunos de estos grupos se instalaron en los Balcanes,
acatando la soberanía del Imperio de Oriente. Otras hordas
se establecieron en la estepa ucraniana. Allí se mezclaron
con nuevos pueblos nómadas euroasiáticos que
seguían afluyendo desde las estepas del Asia
Central.

De los germanos «súbditos» de Atila,
los gépidos permanecieron en la llanura del Tisza hasta la
llegada de los ávaros. Los ostrogodos se asentaron en la
orilla izquierda del Danubio como federador del Imperio, Los
otros pueblos, restos de federaciones dispersas (hérulos,
esciros, rugios) se refugiaron en los valles de los Alpes
Julianos.

Así se disolvió la amenaza de una
irreparable barbarización del Occidente. Sin una clara
conciencia de lo que sucedía, romanos, visigodos y francos
hablan defendido contra los hunos la cultura de la
Antigüedad tardía. Se configuraba una comunidad
germanorromana que iba a imprimir su carácter a mil
años de la vida de Occidente.

6. La pervivencia de la romanidad en el Occidente
germanizado

Se trata ahora de analizar la interpretación que
los romanos de la primera mitad del siglo V dieron a los
dramáticos acontecimientos que se han relatado en las
páginas anteriores. A través de toda la literatura
del siglo v, quizás con la sola excepción ya
mencionada de Salviano de Marsella," tanto los escritores paganos
corno los cristianos coinciden en un entusiasta elogio de la obra
civilizadora de Roma, y nadie parece poner en duda la continuidad
de la ordenación romana del mundo. El galo Rutilio
Namaciano, testigo del saqueo de Roma por Alarico, escribe seis
años después una descripción poética
del retorno a su país, Itinerario de Burdeos a Roma, en la
que alienta una conmovedora convicción de que Roma, "la
madre de los dioses y de los hombres", saldrá fortalecida
de los males que padece, porque "es ley del progreso avanzar
entre desgracias" (ordo renascendi est crescere posse
malis
). La propagación de las normas jurídicas
romanas a todos los pueblos conquistados hizo «del mundo
entero una ciudad», convirtió en «urbe a todo
el orbe» (urbem fecisti quod prius orbis
erat
).

Como Horacio y Estilicón, también
Valentiniano III y Aecio tuvieron su Claudiano: Flavio Merobaudo,
hispano como Prudencio, fue el poeta oficial de la corte de
Rávena, y mereció la gloria de una estatua en el
foro de Trajano en Roma. Los signos externos parecían
indicar que los fundamentos de la Roma imperial
permanecían intactos.

Más que la creencia en los dioses antiguos, es
este culto a Roma el que anima ese contemplativo y
paralítico patriotismo que nos sorprende en los escritos
del siglo V. Esta constante valoración de la misión
histórica de Roma aparece asimismo en los escritores
cristianos: San Ambrosio, Prudencio, Orosio, Sidonio Apolinar. De
todos ellos es Prudencio quien dio un sentido más
universal a la obra civilizadora de Roma, al trabarla con el
cristianismo. La unidad romana había preparado a los
hombres para recibir la revelación del verdadero
Dios.

Pero el virtuosismo retórico de los panegeristas
del Imperio es, si bien se mira, un testimonio más del
envejecimiento de la civilización romana. Esa fe
grandilocuentemente expresada en los destinos de Roma es pasiva e
inoperante. El pasado se describe con los colores más
vivos, pero los panegíricos de los personajes del momento
trasvierten insinceridad. La grandeza de los grandes emperadores
del pasado resalta más la pequeñez de los
contemporáneos.

La Iglesia, depositaria de la
romanidad

Cuando la administración imperial se desintegraba
en las provincias ocupadas por los bárbaros, sólo
la Iglesia estaba organizada para conservar en Occidente la
cultura romana. Y así vino a ser la Iglesia, que tanto
debía al Imperio romano, depositaria del espíritu
de la romanidad.

A partir del siglo V el nombre de romanus toma un
significado nuevo. Todavía en Paulo Orosio Romania se
opone a Gotia, en el sentido de Imperio romano entendido como
organismo político. Pero el concepto de Romania va
precisándose, hasta designar a los romani, los romanos que
hablan latín y actúan en el ámbito de las
formas de vida romanas. Posteriormente la identificación
de Iglesia y romanidad da al vocablo romanus una
significación más concreta: son romani los
habitantes del Imperio que profesan la fe católica, en
oposición a los bárbaros, arrianos o
paganos.85

Esta primera mitad del siglo V, en la que (como ha
podido observarse) el Imperio mantiene apenas una apariencia de
autoridad, es un período de expansión y
afianzamiento de la organización eclesiástica en
los islotes de romanidad que sobreviven en el Imperio, incluso en
los territorios dominados por los federados germánicos. Se
fundan nuevos obispados, se levantan numerosos monasterios. Los
obispos dirigen la defensa de las ciudades amenazadas o negocian
la retirada de las huestes asaltantes. En páginas
anteriores se ha citado la decisiva intervención del
obispo Germán de Auxerre, que consigue en 445 un
armisticio entre los armoricanos subleva-dos y el rey de los
alanos Goar, mercenario de Aecio; la energía desplegada
por el obispo de Orleáns san Aniano en la defensa de la
ciudad sitiada por Atila. San Severino mantuvo en la
Nórica la resistencia de la población romana
atacada por los rugios, y cuando Odoacro invitó a los
romani de la región a establecerse en Italia, sólo
los terratenientes se dirigieron a la comarca napolitana
(llevando consigo, por cierto, los restos mortales de Severino),
pero los campesinos permanecieron en el país para no
seguir siendo explotados por los señores romanos. Tres
siglos más tarde había todavía romanos
católicos en algunos valles de los Alpes bávaros y
de la Alta Austria.

Si estos obispos, y muchos otros, pudieron intervenir
tan destacadamente en la vida política de las provincias,
la mediación de los papas en los grandes acontecimientos
padecidos por la ciudad de Roma fue relevante, hasta anular la
gestión de las magistraturas civiles. Si Inocencio I fue
intermediario entre la corte de Rávena y Alarico, san
León I (440-461) se apuntó una trascendental
victoria diplomática a los ojos de sus
contemporáneos con la retirada de Atila (aunque los
motivos del khan de los hunos pudieron ser ajenos a la habilidad
negociadora del papa). Cuando Genserico tomó Roma, el papa
León salvó del saqueo las iglesias de San Juan de
Letrán, San Pedro y San Pablo.

La primacía del obispo de Roma triunfó
definitivamente durante el pontificado de León 1,
sustentada teológicamente en la doctrina de la
sucesión apostólica. Todo lo que Cristo dio a los
apóstoles lo dio tan sólo a través de Pedro.
Pedro había otorgado una participación de su poder
a los demás apóstoles. El obispo romano, como
sucesor de Pedro, participaba su poder a los demás
obispos, quedando así éstos sometidos a la
autoridad del papa. Cuando Hilario, obispo de Arles,
intentó crear un patriarcado galo independiente de Roma,
san León obtuvo el apoyo imperial para desbaratar la
secesión. Un decreto de Valentiniano III del año
445 reconoció a la sede romana el poder supremo, tanto
judicial como legislativo, sobre la Iglesia. La supremacía
ecuménica del obispo de Roma quedó reconocida en el
concilio de Calcedonia de 451.86

La salvación parcial de la cultura
clásica

El empobrecimiento espiritual de la época se
revela en la esterilidad de creaciones literarias. Las
aspiraciones intelectuales se reducían a la
posesión de una elocución elegante y al
conocimiento de las nociones indispensables para la
interpretación de la Biblia y de los Padres de la Iglesia.
En las escuelas occidentales se abandonó definitivamente
el estudio de la lengua griega, desdeñando el de la
filosofía y el de la ciencia. Los primeros siglos de la
Edad Media sólo conocerán la filosofía por
los resúmenes de Boecio. La ciencia renunció a la
observación y a la experimentación, sustituidas por
la interpretación moral y mística de los textos.87
El latín permaneció como lengua de la
legislación y de toda documentación escrita, y
desde luego, de la literatura eclesiástica, pero
empobrecido como lengua de cultura.

En el siglo V subsistían aún escuelas de
retórica subvencionadas por el gobierno imperial, pero
desaparecieron en los nuevos reinos germánicos. Durante
algún tiempo la aristocracia romana intentó salvar,
mediante la enseñanza privada, el legado de la cultura
grecorromana. Sólo la Iglesia creó, en un
período posterior al que nos ocupa, escuelas para la
formación de clérigos.

La decadencia o desaparición de las escuelas
elementales paganas y los cambios experimentados por las lenguas
vernáculas ensancharon el muro intelectual que distanciaba
a las masas de las clases elevadas. Pero el saber acabó
por ser un usufructo de la clase sacerdotal, porque se conservaba
en un latín que el pueblo no entendía. La cultura
cristiana fue menos accesible a las masas cristianas que la
cultura pagana al pueblo pagano. Los cristianos que no
pertenecían al clero llegaron a ser privados de los
Evangelios, sustituidos por una exposición elemental y
rutinaria de la doctrina cristiana.

Las artes plásticas

Los contemporáneos elogian la magnificencia de
las iglesias, catedralicias o monásticas, construidas en
los siglos V y VI. Pero los estudios arqueológicos
atestiguan que eran edificios pequeños, modestas
imitaciones de la basílica de Santa María la Mayor
de Roma.

Es en la nave mayor de esta iglesia, construida entre
los años 432 y 440, donde la decoración
helenística del mosaico obtiene resultados valiosos. Es un
arte narrativo, como el de los manuscritos. Los temas son relatos
bíblicos en imágenes, episodios guerreros, escenas
campestres, milagros. Las figuras tienen dignidad y nobleza,
están dibujadas con acusados contornos, y se hallan en un
mismo plano, formando composiciones simétricas, de
dramática animación. La técnica es
todavía la de la Antigüedad
clásica.

Los sarcófagos continúan ofreciendo bellos
bajorrelieves, pero la técnica de la escultura de bulto va
desapareciendo en el siglo v. La renuncia a la profundidad
espacial y a la perspectiva, tan características del arte
de los primeros siglos de la Edad Media, es, conviene repetirlo,
no una ruptura entre el arte pagano y el cristiano, sino entre el
arte clásico y el posclásico, cambio que se inicia
en el siglo III.88

La orfebrería es el arte más
representativo de la época, por la habilidad. de los
orfebres godos para engastar en las placas horadadas piedras
preciosas. A esta artesanía se limitó de momento la
participación germánica en el campo de la
creación artística, hasta que la amalgama de formas
peculiares del llamado "arte de las estepas" con influencias del
arte mediterráneo fue elaborando, con lentitud, un arte
genuinamente germano.

La conversión de los bárbaros al
cristianismo y el problema del arrianismo
germánico

Si la generación de san Agustín y de san
jerónimo pudo vivir las catástrofes de la
época con el alma angustiada, creyendo que el hundimiento
del Imperio (para ellos complemento preciso del cristianismo) era
el anuncio de la llegada del Anticristo, la generación
siguiente, la de Paulo Orosio e Hidacio, más habituada a
la presencia de los bárbaros, interpreta los
acontecimientos que se siguen produciendo con una visión
diferente. Orosio admite que existen romanos que prefieren
convivir con los germanos a sufrir las cargas fiscales del
Imperio.89 Y cree que la expansión del cristianismo ha de
favorecerse de las invasiones: "Si los bárbaros fueran
enviados al territorio del Imperio romano sólo para que
las iglesias de los cristianos, en Occidente como en Oriente, se
llenaran de hunos, suevos, vándalos y burgundios y otros
numerosos pueblos de creyentes, debíamos alabar y
agradecer la bondad divina, porque tantos pueblos -y aunque esto
vaya unido a la amenaza de nuestro Imperio- reciban el
conocimiento de la verdad, que ciertamente no podrían
encontrar sino por esta ocasión.90

La misma idea de que las invasiones son un designio de
Dios para atraer a los hombres a la salvación inspira un
escrito anónimo de la primera mitad del siglo V, De
vocatione omnium gentium, dirigido contra la
herejía pelagiana. Las armas que destruyen el mundo sirven
para la propagación del cristianismo. La oposición
entre romanos y bárbaros puede superarse en la unidad del
cristianismo.

La Iglesia, sólidamente constituida,
abandonará el Imperio de Constantino y de Teodosio, como
un barco irremediablemente destinado al hundimiento, y se
salvará acomodando su organización a la de los
nuevos reinos germánicos. Esta adaptación se ve
facilitada por la anarquía de la época, en la que
los obispos encuentran numerosas oportunidades, como
representantes de la población romana, para negociar con
los reyes bárbaros, Estos contactos proporcionan a la
Iglesia un vastísimo campo de acción,

Antes de las invasiones del siglo V las misiones
cristianas en las regiones fronterizas habían obtenido
algunas conversiones entre los germanos, sobre todo en los
acantonamientos de tropas. En las comunidades cristianas de
Colonia, Tréveris, Maguncia, Worms y Estrasburgo
había germanos. Los obispos de las regiones
próximas al limes evangelizaron, con resultados variables,
las tribus germánicas que recibían tierras romanas.
Pero ninguna de las confederaciones germánicas asentadas
fuera del Imperio fue objeto de ninguna misión planificada
por la Iglesia. Más existió una propagación
de la fe realizada por comerciantes, desterrados, prisioneros de
guerra romanos o por soldados germanos licenciados que regresaban
a su país. Los continuos tratos entre los dos mundos, el
romano y el germano, facilitaron desde fines del siglo a la
penetración del cristianismo en la sociedad
germánica. Fue un proceso muy lento, pero constante y
eficaz. En él hubo progresos espectaculares, como el ya
mencionado del godo Ulfilas.91

Los visigodos aceptaron el arrianismo moderado de
Ulfilas antes de establecerse en tierras romanas. La fe arriana
de los vándalos y de los ostrogodos parece indicar
también que su conversión fue anterior a la
penetración en el Imperio de Occidente, donde la fe nicena
era unánime desde tiempos de Teodosio el Grande. El caso
de los suevos y burgundios es distinto. Se sabe que fueron
arrianizados por misioneros godos en la primera mitad del siglo
V.

El arrianismo de estos pueblos era un resultado del
azar, pero su fidelidad a la doctrina de Atrio perseveró
por causas más políticas que religiosas. Era una
afirmación nacionalista de la Germania frente a la
Romania; la confirmación de la personalidad del pueblo
vencedor. El arrianismo era esgrimido por los reyes
germánicas como un signo de independencia. Se podía
ser cristiano sin ser ciudadano romano y sin obedecer a la
jerarquía eclesiástica católica. La iglesia
arriana se adaptó a las costumbres germánicas; la
lengua de la liturgia fue en cada pueblo el habla
vernácula, y es indudable que las diferencias religiosas
retrasaron la fusión de las poblaciones germanas y romanas
(como acaeció en la España visigoda), contribuyendo
al fracaso de la obra unificadora del ostrogodo Teodorico en
Italia.

La organización de la Iglesia católica se
fundamentaba en las ciudades. Pero los bárbaros
preferían la vida rural, a la que apenas alcanzaba la
actividad de los obispos. En el agro la evangelización fue
más obra de los monjes que del clero regular, si bien es
de advertir que la fuerza expansiva de las misiones
monásticas se desarrolló en una época
posterior a la que ahora nos ocupa.

Las luchas religiosas entre germanos arrianos y romanos
católicos fueron para la Iglesia romana un percance
llevadero. Es verdad que los católicos africanos fueron
perseguidos por los vándalos, y que algunos reyes
visigodos (los de Tolosa como los de Toledo) tuvieron discordias,
más políticas que religiosas, con los obispos
católicos. Pero la iglesia arriana no pudo competir con la
católica en las controversias teológicas. Sus
obispos, latinistas mediocres, eran superados por los
teólogos católicos en elocuencia y en dominio de la
doctrina, y fue cuestión de tiempo para los obispos
ortodoxos conseguir la conversión de los reyes visigodos y
burgundios, que arrastró la de sus pueblos. El arrianismo
había desaparecido en Occidente a fines del siglo
VI.

Supervivencias paganas en el cristianismo
germánico

Ni el cristianismo arriano ni el católico
modificaron sustancialmente la mentalidad y las costumbres de los
germanos. En la época inmediatamente anterior a las
emigraciones del siglo V, la ideología de los
bárbaros evolucionó hacia un sincretismo de sus
dioses tradicionales con las divinidades grecorromanas.
Así se produjo una humanización del culto, la
aparición de una relación personal del hombre con
su dios. Las deidades deben corresponder con su protección
a las ofrendas de los creyentes, y si el favor divino falta, la
relación personal hombre-dios se rompe. Si el misionero
cristiano derriba el roble sagrado o la imagen de la divinidad
sin quedar aniquilado por ésta, es prueba de que el dios
de los cristianos el más poderoso.

La sustitución del culto de Wodan o de Thor por
el cristiano no implica la cristianización profunda de los
germanos, la cual fue un largo proceso en el que el cristianismo
no pudo rehuir su propia germanización.

El entierro del rey Alarico en el cauce del río
Busento93 tiene la belleza pagana de un episodio de la
Ilíada pero sería incomprensible si el cristianismo
de Alarico y de sus guerreros hubiera sido algo más que
una aceptación nominal de la nueva religión. Los
antiguos cultos se disfrazaron con la liturgia cristiana. Se
bebía y brindaba por Cristo con el mismo entusiasmo que
antes por Wodan o por Donar, Cristo era para los germanos el
Señor del destino, el juez que abre a sus fieles el cielo
y que arroja en el infierno a los pecadores; era, sobre todo, el
dominador de demonios. El temor a las divinidades infernales no
había desaparecido, y el sacerdote cristiano tenía
que bendecir los ganados, los frutos de los campos, el lecho
conyugal.

El desarrollo natural de la cultura germánica
quedó interrumpido por el contacto con una religión
que había madurado, influida por la filosofía
griega. El arrianismo fue (como la Reforma más tarde) la
expresión del drama interno que oponía el
cristianismo germánico al catolicismo romano.

La idealización del mundo
germánico

La fidelidad germana a las formas primitivas de vida fue
preferida por muchos romanos a la corrupción de costumbres
en las ciudades del Imperio, a la venalidad de funcionarios y
jueces, a la injusticia social que estaba destruyendo las
estructuras del Estado. El testimonio de Salviano de Marsella94
aparece confirmado por el diálogo que Prisco sostuvo con
un griego que vivía en el reino de los hunos. En sus
Historias bizantinas Prisco cuenta que durante su estancia en la
corte de Atila, en una ocasión, paseando, solo a lo largo
de la empalizada que protegía la mansión real, se
le acercó un hombre que tenía la apariencia de un
huno acomodado y que le saludó en lengua griega. Prisco
quiso saber cómo había llegado allí. Era un
rico comericante heleno de una ciudad de Mesia conquistada por
los hunos. En el reparto del botín era costumbre que los
prisioneros más acaudalados fuesen atribuidos, con todos
sus bienes, al mismo khan o a sus allegados. Y él y todas
sus riquezas habían correspondido a Onegesio.
Después se distinguió luchando contra los romanos,
y según las costumbres de los hunos, entregaba su propio
botín de guerra a su señor. Onegesio le
devolvió la libertad. El griego había casado con
una mujer bárbara y gozaba del favor de Onegesio.
Prefería su nuevo estado al antiguo, porque entre los
hunos -dijo a Prisco-, cuando la guerra termina, cada uno
disfruta de lo que posee en libertad; en cambio, entre los
romanos la paz es menos soportable todavía que la guerra
por las cargas tributarias y porque la ley no es la misma para
todos. ]ni ricos la incumplen, los pobres sufren todo ,el rigor
de la Administración.

El comerciante griego del relato de Prisco expresaba la
opinión de numerosos ciudadanos romanos. Muchos
provinciales buscaron un acomodo pacífico con sus
huéspedes germánicos, y se consideraron dichosos
librándose de la administración romana.95 La
convivencia de germanos y romanos progresó
rápidamente.

Las fundaciones de los primeros reinos bárbaros
están urdidas con hechos violentos, protagonizados por
guerreros de una innegable fuerza humana. Esta fue la edad
heroica de los germanos, que el inglés Chadwick
comparó con la época homérica de la antigua
Grecia.96 En ambos casos el contacto de una vieja
civilización con un pueblo primitivo y de agresiva
belicosidad da el precipitado de una nueva situación en la
que las dos sociedades, la vencida y la vencedora, quedan a
merced de los grandes jefes militares y de sus guerreros. Las
hazañas de Teodorico de Verona, de Beowulf, de Gunter, del
huno Etzel, estimularon la fantasía de los germanos
durante siglos, despertaron en las tribus germánicas una
fuerte conciencia de sí mismos y fueron su patrimonio
común. El deseo de perpetuar la memoria de sus
héroes se expresó en cantos transmitidos oralmente.
La falta de un texto escrito favoreció el vuelo de la
fantasía de los poetas populares, que transforman a los
caudillos germánicos en figuras míticas, llevadas a
un destino trágico por una fuerza irracional.

Los héroes de estas proezas no son inferiores a
los de la epopeya griega, pero no tuvieron su Homero. Y pasaron
siglos antes de que sus gestas se recogieran en poemas escritos.
El Beowulf anglosajón parece haber sido redactado en el
siglo VIII. De la misma época o algo posterior es la
Canción de Hildebrando, del cielo ostrogodo de las
leyendas en torno a Teodorico de Verona. El poema de Los
Nibelungos, esa espléndida expresión de fuerza
sólo obediente al sentimiento de lealtad, es del siglo
XIII. Al lado de estos poemas rudos, pero henchidos de fresca
energía, resalta más la mediocridad de las obras
literarias romanas del siglo V.

7. El Imperio de Oriente en la primera mitad del
siglo V 97

En páginas anteriores98 se ha expuesto la
historia del Imperio de Oriente hasta el advenimiento al trono de
Teodosio II. Si se quiere entender lo que sucedió en
aquellos años es necesario tener presente que la unidad
teórica del Imperio subsistía. En Constantinopla y
en Rávena reinaban asociados dos emperadores de la
dinastía teodosiana. La debilidad de los augustos (que
utilizaron rara su política personal tanto
Estilicón como Rufino y Eutropio) comprometió
constantemente la coordinación gubernamental de las dos
cortes, pero las relaciones entre ambas mejoraron después
de la muerte de Estilicón. Sólo cuando Honorio
nombró augusto a su cuñado Constancio el gobierno
de Constantinopla rechazó esta designación, porque
era inconciliable con el sistema colegial establecido por
Teodosio I: un solo Imperio con dos gobiernos, regidos por
herederos directos del gran emperador.

Cuando Honorio muere en 423, Teodosio II piensa por un
momento unificar el Estado. Pero surge entonces el antiemperador
Juan, y Gala Placidia, que reside aquellos años en
Constantinopla, pide a su sobrino Teodosio II ayuda para que
Valentiniano III sea emperador de Occidente. Esta demanda no se
opone, sino que favorece la continuidad del gobierno colegial: a
Arcadio y Honorio, la primera generación teodosiana,
sucederían los varones de la segunda generación,
Teodosio y Valentiniano III. Por eso el ejército de
Oriente impone en Rávena a Gala Placidia y a Valentiniano
III. Desde ese momento la pars orientalis tiene una preeminencia
sobre la pars occidentalis que pronto los jefes bárbaros
perciben y aceptan.

La amistad entre las dos cortes se manifiesta en los
años siguientes: Valentiniano III casa con Eudoxia, hija
de Teodosio II; la Iliria orienta] (por cuya posesión
habían disputado los dos gobiernos desde tiempos de
Estilicón) es cedida al Imperio de Oriente; el año
438 se publica el Código Teodosiano, destinado a conseguir
la unificación jurídica de todo el Imperio, uno de
los últimos esfuerzos realizados para mantener su
unidad.99

Si los ataques de Alarico y de Atila a Occidente
salvaron a los emperadores de Constantinopla de graves amenazas
militares, en cambio Teodosio II y sus sucesores ayudaron a Roma
en la medida de sus debilitadas fuerzas, contra Alarico en 410,
contra los vándalos en 431 y 441. El sucesor de Teodosio
II, Marciano, ordenó una expedición militar para
socorrer Italia, invadida por Atila en 452. Los resultados de
esta colaboración bélica fueron
prácticamente nulos, pero prueban que el gobierno de
Constantinopla no se desentendió de la defensa de
Occidente.

Teodosio II (408-450) y su corte

Cuando Arcadio murió, su sucesor tenía
siete años. El prefecto del pretorio Antemio asumió
la regencia con atinadas medidas. Había cedido el peligro
exterior. Alarico se dirigía a Italia y los hunos no
amenazaban todavía. Antemio aprovechó esta tregua
con eficacia: reorganizó e' ejército,
reforzó las fortificaciones de la frontera danubiana, hizo
construir la gran muralla de Constantinopla, rehizo la flota y
pactó una paz con los persas.

Desde 414 la hermana mayor de Teodosio II, Pulqueria,
dirigió prácticamente la política imperial.
Era inteligente, devota, enérgica. Tenía la
vocación política y las dotes de mando de que su
hermano carecía. El emperador no se interesó nunca
por los asuntos de Estado. El «calígrafo»,
como fue llamado, era aficionado a copiar manuscritos antiguos, y
dedicaba su tiempo a esta tarea, en una soledad que amaba tanto
como a sus códices. Pulqueria gobernó por
él. Mantuvo con implacable celo la rígida
centralización administrativa, la complicada
organización burocrática que Diocleciano y
Constantino habían planificado, el carácter sagrado
de la monarquía absoluta, en la que el emperador es el
vicario de Dios: los rasgos orientalizantes que
caracterizarán el Imperio bizantino durante su vida
milenaria.

Después de Pulqueria, y en un segundo plano, la
emperatriz Atenaida, hija de un filósofo pagano de Atenas,
bautizada con el nombre de Eudokia, influyó por su belleza
y por su cultura en el débil Teodosio II. Eudokia y su
consejero Ciro, un griego de Egipto que llegó a prefecto
de la ciudad, favorecieron el desarrollo del helenismo, en una
corte agitada por la rivalidad entre Pulqueria y Eudokia, por las
intrigas de los eunucos y de los altos funcionarios palatinos y
por -as querellas teológicas.

La gran muralla de Constantinopla

Constantinopla era a un tiempo centro político,
administrativo, económico, religioso, literario y
artístico del Imperio de Oriente. La ciudad se
desarrollaba, rebasando el muro que Constantino el Grande
ordenó levantar para su defensa. Para dar a la nueva Roma
más vastos espacios y para protegerla militarmente, el
prefecto del pretorio y regente Antemio hizo construir en 413 la
gran muralla, flanqueada de 96 torres de veinte metros de altura,
que se extendía en una longitud de más de seis
kilómetros desde el mar de Mármara al Cuerno de
Oro. El muro de Antemio salvó a Constantinopla del asalto
de Atila. En 447 un terremoto destruyó la muralla, mas el
prefecto del pretorio Constantino la reconstruyó,
levantando otro muro exterior, rodeado por un profundo foso de 15
a 20 metros de anchura. Esta triple línea de
fortificaciones escalonadas es uno de los más soberbios
monumentos de la arquitectura militar del mundo. Contra esta
corona de baluartes fracasaron los ataques de hunos, persas,
árabes y búlgaros. Constantinopla fue una ciudad
inexpugnable hasta 1453.

El prefecto de la ciudad Ciro construyó nuevos
muros a orillas del mar, y dio a la ciudad alumbrado nocturno.
Protegida por sus murallas, Constantinopla vio ensancharse sus
barrios populosos, en los que se aglomeraba una multitud de
necesitados; sus zonas residenciales, con hermosos palacios y
conventos rodeados de jardines. Y vio embellecerse sus plazas
porticadas, como la del Augusteon, enmarcada por la iglesia de
Santa Solía, el palacio del Senado, el Palacio Sagrado y
el Hipódromo; el foro de Constantino, bajo cuyos
pórticos se alineaban las obras maestras de la escultura
griega, rodeado de suntuosos palacios de cúpulas
resplandecientes, decorados de mosaicos; sus magníficas
plazas, con altísimas columnas en su centro, como las de
Teodosio el Grande y de Arcadio. La «tercera ciudad»,
como la llamó el retórico Themistio (la primera
habría sido la primitiva Bizancio, y la segunda la
construida por Constantino), crecía en tiempo de Teodosio
II "como un animal vigoroso", al impulso de una fiebre
constructora que había contagiado a todos sus habitantes
acomodados.

La Universidad de Constantinopla y el Código
Teodoslano

El marco de esta corte culta y refinada, presidida por
un emperador erudito y una emperatriz que cultivaba la
poesía, era propicio para la realización de dos
empresas culturales de tan alto vuelo como la fundación de
la Universidad de Constantinopla y la promulgación del
Código Teodosiano.

El cristianismo y la invasión goda habían
arruinado la Escuela de Atenas. Constantinopla atraía
ahora a filósofos y retóricos, tanto paganos como
cristianos, y allí acudían estudiantes de todas las
provincias, y hasta de Armenia y del lejano Occidente. En 425 un
edicto de Teodosio II creaba la Escuela Superior cristiana de
Constantinopla.100 La Universidad fue instalada en el Capitolio.
Los profesores recibían un sueldo del Estado, pero les
estaba prohibido, ejercer la enseñanza privada. La Escuela
de Constantinopla superó en poco tiempo a las de Atenas y
Alejandría. La creación de quince cátedras
de griego (dos más que las de lengua latina) era una
decisión realista. Aunque el latín fuese
todavía el idioma oficial del Imperio, el griego era la
lengua más difundida en las provincias orientales, el
habla de la filosofía y de la ciencia.

En 429 el emperador Teodosio II dispuso que se
recopilaran y clasificaran todas las leyes promulgadas desde el
reinado de Constantino el Grande. Una comisión de
jurisconsultos elaboró en ocho años el
Código Teodosiano. Promulgado conjuntamente por los dos
emperadores, en 438, fue solemnemente acogido por el Senado de
Roma.

Este Código y las recopilaciones anteriores de
los juristas Gregorio (Codex Gregorianus, de la
época de Diocleciano) y Hermógenes (Codex
Hermogenianus
, de la segunda mitad del siglo IV), que se han
perdido casi enteramente, sirvieron de base al Código de
Justiniano y ejercieron una influencia directa en la
legislación germánica. La «ley romana de los
visigodos» (Lex Romana Visigothorum), llamada
también «Breviario de Alarico» (Breviarium
Ahuicianum), es un resumen del Código Teodosiano,
publicado a comienzos del siglo VI por el monarca visigodo de
Tolosa Alarico II y destinado a los súbditos romanos del
Estado visigodo. Hasta que el Código de Justiniano
empezó a ser conocido en la Europa occidental, no antes
del siglo xii, toda la legislación de los Estados
germánicos fue influida directamente por el Breviario de
Alarico, e indirectamente por el Código Teodosiano, que
además es la mejor fuente para el conocimiento de la vida
interior del Imperio romano durante el siglo IV y la primera
mitad del siglo V.

Los debates teológicos: nestorianisino y
monifisismo

La fundación de la Universidad de Constantinopla
y el Código Teodosiano son dos tareas que ellas solas
justifican un reinado. Mas lo admirable es que fueron acometidas
y realizadas en tiempos difíciles, en los que si la
amenaza en las fronteras se había amortiguado, el Estado
estaba sacudido por agitaciones nacionalistas en Siria y en
Egipto, que tomaron la forma de herejías
religiosas.

El helenismo no logró nunca unificar realidades
culturales tan antiguas y originales como Siria y Egipto. Desde
la época de Alejandro la civilización
helenística se había difundido desde Armenia hasta
el mar Rojo, desde Persia hasta Cirenaica. Alejandría era
el centro de este cuadrante. Pero la helenización de Siria
y de Egipto, si influyó sobre la clase dirigente, no
penetró en la masa del país. La legislación
imperial era traducida en Siria al arameo, porque el griego
sólo era hablado por una minoría ilustrada. Hasta
en una población tan cosmopolita como Antioquía la
gente del pueblo hablaba la lengua popular siria. Asimismo en
Egipto, si se exceptúa la ciudad helenística de
Alejandría, sólo la clase dominante laica o
eclesiástica, entendía el griego. La mayoría
de la población se expresaba únicamente en lengua
copta.

El arrianismo, tan profundamente arraigado en Siria,
Egipto y Asia Menor oriental,101 había expresado la
antigua hostilidad de estos países contra el mundo griego
y contra su capital Constantinopla. En el siglo V la
herejía adoptó formas nuevas, precisamente en las
provincias mencionadas. «El mapa de las herejías
tiende a coincidir con el de las nacionalidades
»102

Los dos primeros concilios ecuménicos
habían proclamado que Cristo era a la vez Dios y hombre.
Pero ¿cómo si era Dios, era también "el hijo
del hombre1"? ¿Cómo se realizaba en El la
unión de sus dos naturalezas, la divina y la humana? Estas
preguntas constituyen la base del debate cristológico del
siglo V.

A fines del siglo IV había surgido en
Antioquía una interpretación de este problema
teológico que negaba la unión completa de la
divinidad y de la humanidad en Cristo. La naturaleza humana de
Cristo era independiente, antes y después de su
unión con la naturaleza divina. Influidos por el
racionalismo arriano, los teólogos de Antioquía
afirmaban que Dios había venido a habitar en el hombre
Jesucristo. Era Cristo en su humana naturaleza y no Dios quien
había sufrido en la cruz. En consecuencia, la Virgen
María no era Teotokos, Madre de Dios, sino Madre
del Cristo, es decir del hombre Cristo.

Esta teoría creó un problema
político-religioso cuando uno de sus adeptos, Nestorio,
fue designado patriarca de Constantinopla. Nestorio quiso imponer
su doctrina cristológica a toda la Iglesia. El papa
Celestino y el patriarca de Alejandría Cirilo
anaternatizaron el nestorianismo. Teodosio II convocó en
431 el tercer concilio ecuménico, reunido en Efeso, que
condenó la nueva doctrina.

Pero los nestorianos eran numerosos en Siria y
Mesopotamia, y en Edesa tenían una célebre escuela.
Perseguidos en la segunda mitad del siglo V por las autoridades
imperiales, se refugiaron en Persia y reorganizaron en Nisibis la
escuela de Edesa. El rey sasánida protegió a los
nestorianos, de los que podía servirse, llegada la
ocasión, contra Bizancio. Desde Persia el nestorianismo se
propagó por Asia Central hasta China y la
India.

En oposición al nestorianismo nació en
Alejandría una nueva doctrina que disolvía la
naturaleza humana de Cristo en su naturaleza divina. Para los
teólogos de Alejandría, después de la
encarnación la naturaleza humana de Cristo
desapareció en la esencia del Verbo divino. No
quedó más que la naturaleza divina
sirviéndose de las facultades humanas y
gobernándolas. Era pues Dios mismo quien había
padecido el calvario.

El monofisismo, expresión del nacionalismo
religioso egipcio

La crisis religiosa provocada por el arrianismo en el
siglo IV había sido vencida por el alejandrino Atanasio.
Sus sucesores en el patriarcado de Alejandría aspiraban a
dirigir la Iglesia orienta] en los mismos años en que los
papas conseguían establecer su autoridad sobre la iglesia
de Occidente. El poder del obispo de Alejandría era
inmenso. El clero le obedecía. Los monjes de todo Egipto
-numerosísimos, indisciplinados, pero fieles- le apoyaban.
Los intimidados funcionarios imperiales le servían. Para
la población egipcia cristiana (ese pueblo que odiaba a
los judíos y paganos con una fanática violencia,
que había lapidado en 415 a la filósofa pagana
Hipatia, y descuartizado su cadáver) el patriarca de
Alejandría era el sucesor de los faraones. Estaba naciendo
una Iglesia nacional al calor del nacionalismo
egipcio.

Las ambiciones de los obispos de Alejandría
fueron estimuladas por los papas, deseosos de humillar a los
patriarcas de Constantinopla. El patriarca de Alejandría
Cirilo fue llamado por su energía un "segundo Anastasio"
Después de la condenación del nestorianismo en el
concilio de Efeso, Cirilo era el gran vencedor, el campeón
de la ortodoxia, el papa de Oriente.

Su sucesor Dióscoro era más ambicioso y
menos escrupuloso todavía. Tomó partido por el
monofisita Eutiques en la polémica cristológica que
éste sostuvo con el patriarca de Constantinopla Flaviano.
En el concilio que, por sus irregularidades, ha sido llamado
«latrocinio de Efeso», atemorizó con las
brutalidades de sus monjes egipcios a los obispos griegos
participantes; hizo deponer al patriarca de Constantinopla y a
todos sus adversarios, acusándoles de
nestonanos.

El papa León I comprendió que
Alejandría era más peligrosa que Constantinopla
para la unidad de la Iglesia y para el mantenimiento lo de la
ortodoxia. Cuando León I resolvió romper con
Dióscoro, moría Teodosio II, y el favorito
Crisafio, protector de los monofisitas, fue destituido.
Así se hizo posible el entendimiento del papa y del
Imperio de Oriente contra el poderoso patriarca de
Alejandría. El emperador Marciano reunió en
Calcedonia el cuarto concilio ecuménico (año
451).

El concilio de Calcedonia condenó el monofisismo
y aprobó la fórmula ortodoxa propuesta por el papa
León, que reconocía en Cristo una sola persona en
dos naturalezas. Se restableció la unidad de la fe, pero
no la unidad de la Iglesia. Porque si el concilio
reconocía al papa la primacía espiritual, en cambio
le negaba prácticamente la posibilidad de intervenir en
los asuntos eclesiásticos orientales. Se concedían
al patriarca de Constantinopla los mismos privilegios que al
papa, con la facultad de dar la investidura a los obispos de las
diócesis políticas de Tracia, Asia y Ponto, medida
que ponía en manos de la iglesia de Constantinopla la
dirección de las misiones cristianas en Europa Central,
Rusia y Oriente.

El monofisismo condenado en Calcedonia arraigó
profundamente en el nacionalismo egipcio, y las querellas
cristológicas se reavivaron treinta años más
tarde.

Las relaciones entre la Iglesia y el Imperio durante la
primera mitad del siglo V presentan las mismas tendencias en la
pars orientalis y en la pars occidentalis: la Iglesia, hasta
entonces protegida por el Estado, intenta desprenderse de la
tutela imperial. Roma en Occidente y Alejandría en Oriente
acometen enérgicamente esta emancipación. Pero
mientras los papas, en un Imperio moribundo, afianzan su poder y
ejercen su autoridad sobre una Iglesia unificada, en Oriente,
fracasada la tentativa alejandrina, la Iglesia se deja gobernar
por el emperador.

NOTAS

1 Además de los libros reseñados en
notas anteriores (especialmente el t. 1, 1.4 parte, de la
Historie du Moyen Age de G. GLOTZ, y las obras de LoT Y LATOUCHE
citadas), F. LOT, Les invasions germaniques, Payot, París,
1945; Pierre Riché, Los invasions barbares, col.
Que-sais-je?, Presses Universitaires, París, 1968; LUCIEN
MUSSET, Las invasiones. Las oleadas germánicas, Ed. Labor,
Barcelona, 1967; 1. M. LACARRA, Historia de la Edad Media, Ed.
Montaner y Simón, Barcelona, 1960; CH. DAWSON, Los
orígenes de Europa, Ed. Pegaso, Madrid, 1945; R. LATOUCHE,
Les grandes invasions et la crise de l´Occident au V
siécle, Ed. Aubier, París, 1946; L. HALPHEN, Les
Barbares, des grandes invasions aux conquêtes turques du
XI- siècle, vol. V de «Peuples et Civilisations-,
Presses Universitaires, París, 1950.

2 Valentiniano III sólo pudo disponer para
la defensa de Italia de un ejército de unos 30.000
hombres. El sostenimiento de estas tropas absorbía un
millón de solidus oro, la mitad de los ingresos
del Imperio de Occidente en aquellos años. En los
últimos días los sucesores de Valentiniano al no
tenían más de 12.000 soldados.

3 Supra, I, 1 y 2, y II, 1 y 2. Para la vida
económica y social de este período puede
consultarse: A. DopscH, Fundamentos económicos y sociales
de la cultura europea, Fondo de Cultura Económica,
México, 1951. Un libro útil par su
bibliografía: L. SuÁREz FERNANDEz, Historia social
y económica de la Edad Media, Espasa-Calpe, Madrid,
1969

4 Los invasores eran numéricamente pocos
(supra, III, 3). No existen datos para determinar la
población del Imperio ni la de los germanos emigrantes.
Pero si la población romana era en el siglo V la misma que
se ha calculado para la época de Augusto (50 o 60
millones) los invasores no eran probablemente más de un
cinco por ciento de esa cifra.

5 Sobre la inseguridad de los conocimientos
acerca del régimen agrario del Bajo Imperio y de los
bárbaros asentados, es interesante consultar Dopsch,
op.cit., p. 194, y LMUSSET, op. Cit., pp.122 y 184.

6 R. LATOUCHE, Les origines de
l´économie occidentale, op. cit., p. 68.

7 La palabra no aparece en los documentos hasta
el siglo VII, pero la unidad rural que señala es muy
anterior. El mansus es la casa de labranza, y por
extensión, sus tierras de labor. De mansus (del verbo
maneo, permanecer) derivan la palabra provenzal meix, la catalana
mas y la castellana masía.

8 Supra, 11, 1.

9 F. LoT, El fin del mundo antiguo…, op. cit.,
324,

10 Sobre el defensor civitatis,LATOUCHE, Les
origines de l'economie eccidentale, op, cit.,p.91,nota
20.

11 La abadía de San Vicente, fundada por
un hijo de Clodoveo, es el origen de
Saint-Germain-des-Prés, en París, en la orilla
izquierda del Sena.

12 Sobre la cesión a la Iglesia de la
beneficencia pública, infra, IV, 2.

13 Cuando en una época posterior, en el
siglo VIII, los dominios se autarquizan, lo hacen por necesidad,
por decadencia del intercambio comercial y de los
transportes.

14 Es la tesis de Henri Pirenne, Historia
económica y social de la Edad Media, Fondo de Cultura,
México, 1963, p. 9 y nota 1, desarrollada ampliamente en
su estudio Mahomet et Charlemagne, París-Bruselas,
1937.

15 Supra, II S.

16 Fue san Agustín quien pidió a
Paulo Orosio el desarrollo de un nuevo tratado de historia, de
los principios históricos de La Ciudad de Dios.

17 Salviano vivía en Tréveris, y
abandonó la ciudad, como muchos de sus conciudadanos,
huyendo de los repetidos saqueos germánicos. En
Tréveris había estudiado retórica y
jurisprudencia. Vivió algún tiempo en la comunidad
de ascetas de Lérins, y se instaló en Marsella
después de recibir las órdenes
sacerdotales.

18 SALVIANO, De Gubernatione Dei, VII, 11,
49,

19 Id., íd., V, 5, 22.

20 Supra, I, 2. La insurrección de los
bagaudas recuerda, por su amplitud y por su violencia, la
jacquerie francesa del siglo XIV. En la guerra de los
cien años los ingleses hicieron prisionero en la batalla
de Poitiers (1356) al rey Juan el Bueno y a la más alta
nobleza francesa, y exigieron, según los usos feudales,
elevadísimos rescates. Para reunir el oro exigido, la
corte y la aristocracia estrujaron tan despiadadamente a los
campesinos, que éstos se sublevaron. Fue una
insurrección contra las insufribles cargas feudales, que
llevaron a los campesinos a la desesperación.

21 MENÉNDEZ PIDAL, Historia de
España, III, pp. 31 y 64.

22 ¿Fue la bagauda de Zaragoza el primer
movimiento nacionalista vasco? Desde estos sucesos los vascos
iniciaron una resistencia contra la monarquía visigoda,
que se prolongó durante toda la existencia del Estado
visigodo hispánico, y que fue continuado contra la
España musulmana (Véase M. VIGIL y A. BARBERO,
Cántabros y vascones).

23 Supra, U, nota 51,

24 L. Musset, op. cit., p. 168.

25 H. Pirenne, op. cit., p. 13.

26 Latouche, Les origines de l'economie
occidentale, op. cit. pp. 25-26.

27 Supra, II, 6.

28 RAMóN DE ABADAL, «Del reino de
Tolosa al reino de Toledo,, en Dels Visigots als Catalans,
Edicions 62, Barcelona, 1969, pp. 33-34.

29 L. MussET, op. cit., p. 127.

30 J. Burckhardt, op. cit., pp. 364-
365.

54¿O fue un arreglo de mentas entre hunos
y burgundios sin intervención romana? Estos dos pueblos
habían vivido en los años anteriores en continuos
combates. Véase P. ALTHEIM: Attita et les Huns, Edit.
Payor, París 1952, p. 119.

55 Los escotos irlandeses se fueron retirando ante el
avance sajón, conservando Caledonia. Después de la
destrucción de los pictos, hacia el siglo XI Caledonia
empezó a llamarse Escocia, por sus habitantes, los
escotos.

56 Una crónica del siglo V refiere que
"los bretones, afligidos por toda clase de infortunios y
desastres, caen en poder de los sajones". La noticia se
sitúa en los afios 441-442.

57 Supra, IV,2. El espesor de la emigración, que
fue muy lenta, se produjo en la segunda mitad del siglo
VI.

31 Supra, II, 8

32 Supra, III, 5.

33 Orosio, Adversus paganos, VII, 43.

34 Supra, III, 6.

35 MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit., t. III, PP.
VII Y SS., 19 Y SS.; Luis G. Da VALDEAVELLANO, OP. Cit, pp. 242 y
ss.; P. AGUADO BLEYE, Historia de Es. paña, Espasa-Calpe,
Madrid, 1947, t. I pp. 333 y ss.

36 PAULO Orosio Historiae adversus paganos. Libri
septem, edición Corpus Scriptorum Ecelesiasticorum
Latinorum, Viena, 1882; SAN ISIDORO, Historia Gothorum,
Wandalorum el Sueborum, traducción castellana de la parte
correspondiente a los suevos: Marcelo Macías:
«Historia de los suevos», Bol. de la Com. de Mon. de
Orense, 1906-1909.

37 Sup-ra, IV, 2.

38 Chronicon, cap. 49, Edición de Th.
Mommsen en Monuenta Germa Historica, Auctores Antiquissimi, XI
(Chronica minora, Ir).

39 Supra, III, 5.

40 Supra, IV, 3.

41 El emperador de Oriente Teodosio II no
reconoció a Constancio. El problema se resolvió con
la muerte del nuevo augusto.

42 El magister militum Félix, tal vez
confabulado con Aecio, hizo creer a Bonifacio que Placidia
había decidido eliminarlo, y a Placidia, que Bonifacio iba
a traicionarla. La madre de Valentiniano III ordenó a
Bonifacio que se presentara en Rávena, y el conde de
Africa desobedeció, temiendo por su vida. Placidia,
persuadida de la traición de Bonifacio por esta negativa,
dispuso instruir contra él un proceso de alta
traición. Bonifacio se sublevó, y el gobierno
imperial envió contra él un ejército godo,
que se apoderó de Cartago y de Hipona. Bonifacio no
pidió a los vándalos que se trasladaran al Africa,
pero las discordias romanas facilitaron los proyectos de
Genserico.

43 Supra, IV, 3.

44 A la que probablemente dieron su
nombre.

45 Geiserico fue llamado Genserico por los
romanos.

46 Supra, IV, nota 42.

47 Es probable que la Mauritania Caesariensis (la
Argelia actual) y la Mauritania Tingintana, atravesadas y
asoladas por los vándalos en su marcha, quedaran fuera del
foedus. Hipona era una pequeña ciudad situada al sur del
puerto de Bona.

48 MENÉNDEZ PIDAL, Op. Cit., III; P. 60.
Sobre el nombre de Teodorico I, llamado Teodoredo por muchos
historiadores españoles véase en el mismo volumen
nota 9, p. 84, Lvis G. DE VALDEAVELLANO, op. cit., lo llama
Teodorico I, como la mayoría de los historiadores
catalanes y desde luego, casi todos los extranjeros.

49 L. MUSSET, op. cit., p. 216.

50 L. MUSSET, Op. cit., pp. 68, 216.

51 Supra, cap. I, nota 28.

52 Supra, cap. 1, nota 63.

53 Y no en Worms, la capital del rey Gunther en
el poema de los Nibelungos.

58 Supra, IV, 4.

59 Sup,a, IV, 2.

60 Supra, TV, 2.

61 F, ALTHEIM, OP. Cit., PP. 161 55,

62 Supra II, 8.

63 Supra, III, 5.

64 Supra, 111, 5.

65 La escritura rúnica de los pueblos
turcos, que es diferente a las runas germánicas,
evoluciona hacia una variedad del alfabeto arameo, que
había sido el lenguaje oficial de los persas
aqueménidas (F. ALTHEIM, op. cit., 55 y ss.). El palacio
de Atila descrito por Prisco recuerda los palacios partos y
sasánidas (ALTHEIM, op. cit., 64). El ceremonial de la
corte es parecido al persa (L. MUSSET, Op. cit.,
30-31).

66 Los romanos no los tuvieron nunca. La
conciencia de su superioridad sobre los bárbaros era
incompatible con el reconocimiento de otros idiomas en un plano
de igualdad con el griego y el latín.

67 Los hallazgos arqueológicos prueban que
los nobles hunos poseían grandes cantidades de
oro.

68 F. ALTHEIM, op. cit., v. 140.

69 Prisco habla indistintamente de "hunos" y
"escitas". El relato de Prisco ha sido traducido por J.-B. BuRy
en su History of the later roman Empire, I, pp.
279-288.

70 F. LoT, Les destinées de l´Empire
en Occident, op. cit, p. 71.

71 Genserico había mutilado, sólo
por sospechas de traición, a la hija del rey visigodo
Teodorico 1, esposa de su hijo Hunerico, y temía que los
visigodos se unieran a los romanos contra él.

72 Esta u la versión aceptada
generalmente. Según ALTHEIM (P. cit. p, 171), Honoria fue
obligada por Valentiniano, III a casarse con el senador
Herculano, para poner término a unas relaciones amorosas
de la princesa con su intendente. Honoria, furiosa contra su
hermano, envió un emisario a Atila para que, a cualquier
precio, la libran de este matrimonio. El enviado llevaba para
acreditar su misión (verdaderamente inesperada para el
khan) el anillo de Honoria, que quedó en poder de Atila, y
que éste presentó siempre como prueba de su
compromiso matrimonial con la hermana de Valentiniano III.
Teodosio II recomendó a su primo que pusiera
término al enojoso asunto, entregando Honoria a Atila.
Pero Valentiniano M encargó a su madre Gala Placidia la
custodia de Honoria, y ya no se vuelve a saber nada de
ellas.

73 En las monedas Honoria lleva el título
de Augusta (ALTHEM, op. cit., P. 171, nota l).

74 Apenas pude reclutar algunos soldados en
Italia.

75 Si Atila contaba con la ayuda de los bagaudas
que habían obedecido Eudoxio, estos cálculos
fallaron.

76 Las fuentes son contradictorias al referir el
sitio de Orleáns. Según el dramático relato
de Gregorio de Tours, los sitiados pidieron por tres veces con
todo fervor la ayuda divina. A la tercera, vieron desde las
murallas levantarse a la lejos una nube de polvo: era el
ejército de Aecio y de Teodorico I. En la Vida de Aniano
se dice que el obispo se trasladó a Arles para informar a
Aecio de que la ciudad no podía seguir resistiendo. Aecio
no tenía fuerzas para oponerse a Atila. Nada podía
hacerse sin la ayuda visigoda. Pero la animosidad de Teodorico I
contra Aecio era más fuerte que su temor a los hunos. El
senador Avito, amigo de Teodorico I, consiguió al fin que
la huestes visigodas se unieran a las de Aecio. Cuando el
ejército de socorro llegó a la altura de
Orleáns, los hunos ya habían empeñado a
entrar en la ciudad, pero sorprendidos por la inesperada llegada
de Aecio y Teodorico I, la abandonaron.

77 En la Champaña, entre Sens y Troyes,
pero muy al sur de los Campos Cataláunicos de
Chalons.

78 Sobre esta muela de superstición y de
astucia en Atila, véase F. AL. THEIM, op. cit.,
especialmente pp, 176 y 177.

79 R. LATOUCHE, Les grandes invasions, op. cit.,
p. 112.

80 Bury, op. cit., y últimamente L.
MussET, op. cit., F, LOT, que había restado importancia al
acontecimiento en su obra El fin del mundo antiguo…. rectifica
en su trabajo posterior Les invasions gemaniques.

81 No fue éste todavía el final de
Aquilea, que había sido durante varios siglos el puerto
más importante del mar Adriático. Reconstruida por
algunos fugitivos del ataque de Atila, fue definitivamente
destruida por los lombardos en el siglo VI. Muchos de los
habitantes de la llanura veneciana escaparon a los hunos
refugiándose en las islas del delta del Po y del Piave.
Una de estas islas, Rivum altum (Rialto) tomaría
después el nombre de la provincia, Venecia.

82 Cuando Atila penetró en el palacio
imperial de Milán se interesó por una pintura que
representaba a los emperadores de Oriente y Occidente sentados en
sus tronos, con los escitas a sus pies. Se dice que el khan hizo
retocar este cuadro de forma que fuera él el ocupante del
trono, y los dos emperadores apareciesen vaciando ante Atila el
oro contenido en un saco. Esta anécdota parece confirmar
las pretensiones de Atila a la soberanía
universal.

83 Prisco es quien relata el suceso con detalles
precisos. Después de innumerables uniones
poligámicas, Atila tomó una nueva esposa, gemana
bellísima. Durante la noche de bodas Atila sufrió,
como en otras ocasiones, una hemorragia. Pero esta vez la sangre,
acumulada en la garganta, lo ahogó. A la mañana
siguiente fue necesario violentar la puerta del dormitorio real.
Hildico, aterrorizada, había sido incapaz de pedir
socorro, ni siquiera de abrir la cámara.

84 Supra, IV, 2.

85 En el siglo V era necesario profesar el
cristianismo para ocupar cargos públicos en el Estado
romano,

86 Aunque el concilio reconoció al
patriarca de Constantinopla la misma autoridad que al papa, este
problema afecta a las relaciones de Roma con la Iglesia de
Oriente, pero no influyó en el desarrollo de la Iglesia
occidental.

87 En esta visión de conjunto, sin duda
justa, debe hacerse una excepción con un excelente tratado
de veterinaria, el Digestorum artis mulomedicinae Libri IV, de
Flavio Vegecio, escritor de la primera mitad del siglo Y, tratado
de valor científico, que rechaza los conjuros y
prácticas supersticiosas, y que mereció la
atención de Petrarca.

88 Supra, 1, 7.

89 Supra, IV, 2.

90 OROSIO, Historia adversus paganos, VII, 41,
8.

91 Supra, 11, 4.

92 Supra, II, nota 75. Ulfias predicó la
profesión de fe homoística entre los visigodos, y
ella fue aceptada por todos los germanos arrianos, excepto por
los vándalos, que profesaron la doctrina de Atrio en su
expresión más radical.

93 Supra, III, 6.

94 Supra, IV, 2.

95 Testimonio de Orosio, citado en IV, 2, supra.
Según Salviano, muchos romanos se unían a los godos
o a los bagaudas porque preferían "vivir libres bajo la
apariencia de esclavitud a ser esclavos bajo la apariencia de
libertad ".

96 H. M. CHADWICK, The origin of the English
nation, Cambidge, 1907.

97 Obras de consulta fundamentales: las citadas
de Vasiliev y Rémondon, y el tomo III de la Histoire du
Moyen Age de G. GLOTZ; Ch. DiEL y G. Marçais, Le monde
oriental de 395 a 1081; Ch. Diehl, Gandeza y servidumbre de
Bizancio, Espasa-Calpe, Madrid, 1943.

98 Supra, III, 5.

99 El Código Teodosiano inició en
realidad la separación jurídica de Oriente y
Occidente, porque las nuevas leyes debían ser comunicadas
a la otra parte del Imperio para su validez, y los emperadores de
Occidente no cumplieron este trámite.

100 Supra, I, 6. Es posible que fuera una
reorganización de una escuela ya existente, y no una
fundación. Se conservan noticias de nombramientos de
profesores de fecha muy anterior a 425.

101 El Asia Menor Occidental, la ribereña
del mar Egeo, estaba helenizada desde los tiempos de las
colonizaciones jónicas, en el primer mile nio a. de
C.

102 R. RÉMONDON, Op. Cit., p.
143.

CAPITULO V

Con los asesinatos de Aecio (al cual los escritores del
siglo VI, con la perspectiva para comprender los hechos que
sólo el tiempo proporciona, llamaron «el
último de los romanos») y de Valentiniano III (con
el que la dinastía teodosiana se extingue) la
descomposición definitiva del Imperio de Occidente se
inicia. En estos años la Administración romana en
las provincias o desaparece o pasa a manos de los obispos en unos
casos, de los reyes germánicos en otros. La autoridad
imperial se va encogiendo, como la piel mágica de la
novela de Balzac, hasta quedar reducida a Italia. El poder
político es ejercido por los patricios y jefes del
ejército, todos germanos. Ellos nombran y destituyen a los
últimos emperadores. Un motín de los soldados
mercenarios bárbaros acuartelados cerca de la corte
proclama, no emperador, sino «rey de Italia» a un
oficial germánico de nombre Odoacro. Es el fin del Imperio
romano occidental.

1. Los últimos emperadores de
Occidente

En el capítulo anterior se ha examinado el
proceso de ruralización de la economía urbana en
Occidente, y la convulsión social originada por los
asentamientos bárbaros, por los levantamientos de los
bagaudas, por la alianza de la nobleza romana con los reyes
germánicos. La complejidad de los hechos, la
documentación insuficiente y a menudo contradictoria (y
siempre limitada a fuentes romanas) justifican el confuso cuadro
de conjunto. El historiador que se mueve entre aguas tan
revueltas como las del siglo V busca en vano la claridad en las
tinieblas. El trazado de las líneas generales de los
acontecimientos se convierte en un zigzag de
perplejidades.

Fin de la dinastía teodosiana

Durante veinte años Aecio había dominado
con su talento y con su energía a un emperador que le
detestaba. El prestigio del patricio declinó cuando no
pudo evitar que Atila invadiera Italia. Se repetía entre
Valentiniano III y Aecio la hostilidad que enfrentó 46
años antes a Honorio con Estilicón. También
fueron olvidados entonces, al ser invadida la Galia por los
vándalos y suevos, los servicios de Estilicón, sus
victorias sobre Alarico y Radagaiso, Y como Estilicón, que
ambicionó la diadema imperial para su hijo, Aecio
pretendió casar al suyo, Gaudencio, con la
primogénita de Valentiniano III. El emperador, que no
tenía sucesores varones, había dado su
consentimiento en uno de sus habituales momentos de debilidad,
pero no se resignaba a que le sucediera en el trono el hijo del
hombre que más odiaba. Llamado por Valentiniano, Aecio
acudió confiadamente a palacio y el emperador lo
mató con su propia espada.

Seis meses después una coalición de los
jefes militares fieles a Aecio y de la aristocracia romana puso
fin a la dinastía de Teodosio. Dos oficiales de la guardia
de Aecio fueron el instrumento de la conjura. Vengaron a su
general, matando al emperador cuando se dirigía a las
carreras, en el camino del Campo de Marte (16 de marzo de 455).
Un miembro del clarisimado, el rico senador romano Petronio
Máximo, fue proclamado emperador.

La muerte de Valentiniano III destruía la
legitimidad dinástica y los pactos federales con los
pueblos germánicos.1 Desde el Rin hasta Africa, se produjo
un movimiento general de los bárbaros, una nueva
expansión territorial, que la muerte de Aecio facilitaba.
Los francos salios se trasladaron del valle del Escalda al del
Somme. Los francos «ripuarios» avanzaron hasta
Colonia y las llanuras del Mosela. Los alamanes, hasta Luxemburgo
y Verdún. Los borgoñones extendieron su dominio
hasta el Jura y el Bajo Ródano.

Genserico saquea Roma

La flota de los vándalos dominaba el
Mediterráneo occidental. Valentiniano III había
ordenado la restauración de las murallas de Roma y de
Nápoles, Porque temía un desembarco de los
vándalos en Italia. Llegó a prometer una de sus
hijas al hijo de Genserico. Al morir Valentiniano III, Genserico
se dirigió a Roma como vengador del emperador asesinado.
Desembarcó su ejército en la Italia meridional, y
sin encontrar resistencia, penetró en Roma el 2 de junio
de 455.

Durante quince días el ejército
vándalo saqueó la ciudad. El papa San León I
consiguió limitar las matanzas y los incendios, salvando
del pillaje las iglesias de San Juan de Letrán, de San
Pedro y de San Pablo. Las riquezas de los otros templos, los
tesoros de los palacios, así como numerosos rehenes (la
viuda y las hijas de Valentiniano III, el hijo de Aecio,
senadores romanos, artesanos especializados) fueron llevados a
Cartago.

El emperador Máximo había muerto dos
días antes de la entrada en Roma de los vándalos.
El rey visigodo Teodorico hizo proclamar en Arles emperador al
clarísimo galorromano Avito, a quien Máximo
había nombrado jefe del ejército de la Galia. Avito
había sido amigo del rey godo Teodorico I y maestro de
retórica latina de Teodorico II. El nuevo emperador fue
reconocido por el gobierno de Constantinopla, y se
trasladó de Arles a Roma con un ejército reclutado
en la Galia.

Ricimerio

La alianza de los jefes militares bárbaros y de
la nobleza romana ya no era necesaria, extinguida la
dinastía teodosiana. Los oficiales germánicos
dominaban el ejército, y los reyes bárbaros eran
todopoderosos en las provincias ocupadas. El emperador, acabada
la dinastía legítima, no cuenta. Quien mande el
ejército tendrá el poder, y podrá designar
emperador a quien le plazca.

Es el momento de Ricimerio. Hijo de un príncipe
suevo y de una hija del rey visigodo Valia, había servido
en el ejército romano a las órdenes de Aecio. El
emperador Avito lo nombró jefe del ejército de
Italia. Las victorias de Ricimerio sobre los vándalos en
Sicilia y en Córcega le dieron renombre en Italia y
prestigio entre sus tropas. Utilizó su popularidad para
destronar a Avito. Ricimerio no fue cruel. Invalidó a su
rival haciéndole nombrar obispo de Piacenza.

Designado patricio por el emperador de Oriente,
Ricimerio tuvo durante quince años (de 457 a 472) el poder
de Estilicón y de Aecio sin el estorbo de un emperador
legítimo. Era él quien nombraba emperadores, a los
que tenía rigurosamente vigilados, y que eliminaba cuando,
como Mayoriano, no se resignaban a ser su instrumento
.

Ni en estas degradadas postrimerías del Imperio
de Occidente se atrevió ningún bárbaro a
coronarse emperador. El imperio era un símbolo que romanos
y germanos respetaban, y que un bárbaro hubiera profanado.
Pero desde la muerte de Teodosio el Grande el poder
pertenecía al patricio y magister militum, y desde la
muerte de Aecio el ejército ya no era dirigido por
romanos. Lo que importaba al ambicioso de poder era el mando del
ejército, no la púrpura imperial. Y las tropas
mercenarias bárbaras que constituían el
ejército romano no conocían al emperador, que desde
Teodosio había dejado de dirigirlas, sino al magister
militum. No obedecían al emperador, sino al
generalísimo.

El emperador Mayoriano

El primer emperador escogido por Ricimerio fue su amigo
Flavio Julio Mayoriano, hijo de un alto funcionario romano de la
Galia. Mayoriano había hecho una brillante carrera militar
al lado de Ricimerio, en el ejército de Aecio. Desde la
muerte de Teodosio I, Roma no había tenido un verdadero
emperador como sin Ricimerio pudo serlo Mayoriano. Condonó
las contribuciones atrasadas, dictó medidas contra la
corrupción de jueces y funcionarios y quiso restablecer la
institución de los defensores de la plebe. Pero la
situación del Imperio le exigía una entrega total a
la defensa militar de las provincias. El año 458, en una
campaña victoriosa, se apoderó de Lyon,
concertó una alianza con los borgoñones y se atrajo
a la población galorromana partidaria de Avito. Al
año siguiente obligó a los visigodos a levantar el
sitio de Arles, y les ofreció la paz y un tratado para
combatir a los suevos en la península
hispánica.

Mayoriano veía en los vándalos la amenaza
más grave para Roma. En 460 preparó desde las
costas españolas una expedición contra Genserico.
Pero su escuadra fue sorprendida en Cartagena por un ataque de la
flota vándala, y Mayoriano tuvo que resignarse a un
tratado en el que el rey de los vándalos se
comprometía a no hostilizar las costas
italianas.

Este fracaso fue útil a Ricimerio. El patricio
deseaba un emperador menos brillante, más gobernable.
Mayoriano regresó a Italia para enfrentarse con Ricimerio
en una batalla que perdió el emperador. Obligado a
abdicar, fue asesinado a los pocos días.

La anarquía en Italia (461.476)

El emperador designado ahora por Ricimerio, Livio
Severo, era tan insignificante como el generalísimo
exigía. La obra de Mayoriano en la Galia y en Hispania se
desmoronó. Visigodos y vándalos denunciaron los
tratados firmados con Mayoriano. Generales romanos, como Egidio y
Marcelino, negaron obediencia a Livio Severo.

Cuando el emperador murió en 465, se produjo un
interregno de dos años Ricimerio gestionaba la ayuda del
Imperio de Oriente para hacer frente al peligro vándalo.
En las negociaciones entre Constantinopla y Milán2 se
acordó designar emperador de Occidente a Procopio Antemio,
emparentado con el emperador Marciano3 La expedición de
los dos gobiernos contra Genserico fracasó. La gran flota
imperial de 1.100 navíos, mal dirigida, fue incendiada por
los vándalos cerca de Cartago (año 468). Este
desastre naval anulaba el mayor esfuerzo realizado por el Imperio
de Oriente en favor de Rorna. Desposeída del dominio del
Mediterráneo central, Constantinopla no podía
ayudar a Occidente.

Ricimerio quiso desembarazarse de un emperador que ya no
le servía. Atacó a Antemio en Roma, asaltando la
ciudad y entregándola al saqueo de sus soldados. El
emperador fue asesinado y sustituido por un senador romano,
Anicio Olibrio, casado con una hija de Valentiniano III, que
contaba por este motivo con el valioso apoyo del rey de los
vándalos, emparentado con la familia teodosiana por el
matrimonio de su hijo Hunerico con la primogénita de
Valentiniano III.

Mayoriano y Antemio habían publicado
todavía numerosas constituciones. Los emperadores que
suceden a Antemio no legislan, como ha señalado F. Lot.4
Era inútil hacerlo, si la autoridad imperial ya no era
acatada en las provincias ni siquiera en la misma
Italia.

Ricimerio murió a los pocos días de la
proclamación de Olibrio, a causa de la peste que se
propagó entre sus tropas en el largo bloqueo de Roma.
Olibrio murió, víctima también de la peste,
dos meses después. Gundebaldo, un príncipe
borgoñón sobrino de Ricimerio, que había
sido nombrado generalísimo por Olibrio, hizo proclamar
emperador a un oscuro oficial de la guardia llamado
Glicerio.

El Imperio de Oriente quiso remediar la anarquía
romana invistiendo la púrpura imperial a Julio Nepote, un
general romano, jefe de las tropas de Dalmacia. Nepote
desembarcó en Ostia con soldados bastantes para obligar a
Glicerio (como Ricimerio a Avito) a la renuncia al trono a cambio
del obispado dálmata de Salona. Pero el poder imperial ya
no existía. Gundebaldo había abandonado el mando
del ejército por la corona del reino burgundio. El nuevo
-generalísimo era Orestes, un romano de Iliria que
había sido secretario de Atila. Orestes dirigió un
levantamiento militar contra el ,emperador, al que obligó
a refugiarse en su Dalmacia natal.

Aunque romano por su nacimiento, por sus servicios a los
hunos el antiguo secretario de Atila no podía ser
emperador. Era más práctico ocupar el puesto de
Ricimerio. Orestes hizo emperador a su hijo Rómulo, que
fue apodado por irrisión
«Augústulo».

El ejército romano era una mezcla
heterogénea de supervivientes de los pueblos
hérulos, esciros, rugios y turcilingos que habían
sido aniquilados en Panonia por los ostrogodos en 469. Estos
soldados mercenarios habían acudido a Italia cinco
años antes con sus familias y sus ajuares, y ahora
reclamaban tierras y esclavos, según el sistema romano de
la hospitalitas.

Pero los repartes de tierras se habían limitado
primeramente a las regiones fronterizas, y sólo el
hundimiento del poder imperial había obligado a Roma a
aceptar los asentamientos burgundios y godos en la Galia, los
suevos en Hispania, los vándalos en Afrecha. %Ceder
tierras en la misma Italia era demasiado, Orestes se negó
a la demanda de los soldados.

Odoacro «rey de las
naciones»

El descontento del ejército se agudizó
porque era difícil abastecerlo, perdidas Africa y Sicilia,
dominadores los vándalos del mar. Estalló una
revuelta militar que fue acaudillada por Odoacro, un oficial de
la guardia imperial, esciro de origen, hijo de un consejero y
embajador de Atila llamado Edico. Odoacro condujo a los
sublevados a la Italia septentrional, para hacer de ellos un
ejército organizado, y lo reforzó con otros
contingentes de tropas, entre las que los hérulos
predominaban. Orestes, con las escasas fuerzas que pudo retener,
se refugió en Pavía. Allí le atacó
Odoacro, persiguiéndole luego hasta Piacenza. Orestes fue
apresado y muerto cerca de esta ciudad, y su hermano Paulo en
Rávena. Rómulo Augústulo era un niño
inofensivo. Odoacro se contentó con destronarlo,
asignándole una pensión y una hermosa finca en la
costa de Nápoles, donde vivió muchos años en
un discreto retiro el último emperador de Roma.

Estos sucesos, tantas veces relatados en los manuales de
historia como trascendentales, debieron de pasar casi
inadvertidos para la mayoría de los contemporáneos.
Ni siquiera dejó de existir, durante cuatro años
más, un emperador legítimo, Julio Nepote, que
tenía sus partidarios y el reconocimiento de
Constantinopla, que Rómulo Augústulo no
había recibido. Cuando, por mediación del: Senado
romano, Odoacro solicitó del emperador de Oriente
Zenón el título de patricio, la respuesta de
Zenón al Senado fue que, siendo Julio Nepote, el emperador
de Occidente, a él debía pedir el Senado el
patriciado para Odoacro.

El ejército había proclamado rey a Odoacro
el 23 de agosto de 476. El nuevo monarca adoptó el
extraño título de rex gentium, rey de las naciones.
En verdad no era, como Eurico o como Genserico, el rey de un
pueblo, sino de un ejército que amalgamaba los restos de
varios pueblos destruidos por otros más fuertes, y que no
llegó, nunca a constituir una nación. La
ficción que había montado Ricimerio veinte
años antes se había desgastado. El título de
emperador de Occidente había perdido su prestigio
mítico a los ojos de los bárbaros, y por eso ni
Eurico ni Genserico, los reyes germánicos más
poderosos en aquellos años intentaron nombrar un
emperador.

Desembarazado de Julio Nepote en 480, Odoacro, que
había hecho llevar por una embajada del Senado romano las
insignias, imperiales al emperador Zenón manifestaba
así su intención de gobernar Italia como
representante del único emperador romano, que continuaba
residiendo en Constantinopla. Es decir, Odoacro devolvía
al Imperio su unidad, unidad que por otra parte nunca se
había roto. El "rey de los pueblos", mantuvo hasta su
trágico fin su papel de patricio y regente del Imperio en
la pars occidentalis., Respetó las leyes imperiales, se
abstuvo de legislar, no acuñó monedas sin la efigie
del emperador, sostuvo la ficción del Senado romano, y
dejó en manos de funcionarios romanos la máquina
administrativa. Aunque arriano, no persiguió a los
católicos. Los soldados recibieron como federados el
tercio de las tierras en las que estaban acantonados. Sólo
desapareció el título romano de magister utriusque
militiae, Odoacro fue para los romanos un patricio, y para sus
soldados un rey, corno los jefes bárbaros que
habían servido al Imperio y que gobernaban ahora Estados
independientes. Con tacto y prudencia, el jefe esciro ensayaba un
sistema viable para poner término a la anarquía
militar.

2. El reino visigodo de Tolosa se independiza del
Imperio (451-484)

Los visigodos eran auxiliares del Imperio instalados en
territorio romano como soldados acantonados. Sus reyes eran
príncipes soberanos de su pueblo, pero no de los
provinciales galorromanos, sobre los que ninguna autoridad
ejercían. Mas a medida que la organización
administrativa romana fue desapareciendo, se creó una
relación nueva entre los monarcas godos y los
provinciales. Mientras en Italia se sucedían emperadores a
cada paso, el rey Eurico, ensanchaba su reino en la Galia
Narbonense hasta Marsella, incorporándole la mayor parte
de la península hispánica, rompiendo el tratado
federal de su pueblo con Roma y fundando un Estado visigodo
independiente.5

Teodorico y Avito

Al morir Teodorico I en la batalla de los Campos
Mauriacos, los visigodos eligieron rey allí mismo al
primogénito de Teodorico I, Turismundo, que había
participado activamente en la contienda.6 En su breve reinado
siguió la política antirromana de su padre.
Combatió a los alanos, establecidos por el Imperio en
Orleans, y puso cerco a la capital de la Galia. Una
conspiración de sus hermanos le obligó a levantar
el sitio de Arles y regresar precipitadamente a Tolosa para morir
asesinado. Su hermano Teodorico II fue elegido rey.7 Sidonio
Apolinar elogia la cultura y las dotes personales de Teodorico,
al que llama «honor de los godos, soporte y salvaguardia
del pueblo romano». El galorromano Avito había sido
su maestro, iniciándolo en la lectura de Virgilio y en el
estudio del derecho romano y todo inclinaba al joven monarca a
una alianza con Rama. El nuevo foedus, que renovaba el pacto de
Valia con Honorio, llevó en 454 a las tropas de Teodorico
II a la provincia Tarraconense, para combatir, como auxiliares
del Imperio, a los bagaudas.

La amistad de Avito con Teodorico II resultó
decisiva en los acontecimientos que siguieron al asesinato de
Valentiniano III. Por mediación de Avito, nombrado
magister militum, los visigodos reconocieron al emperador
Petronio Máximo, renovando una vez más su pacto con
Roma.

Muerto Máximo, Teodorico II logró que los
soldados «romanos» proclamaran emperador en Arles a
su amigo Avito, que fue a Italia con un ejército en el que
los visigodos predominaban.

La resistencia del rey suevo Rekhiario a reconocer
emperador a Avito, y los ataques de los suevos a la Tarraconense,
dieron ocasión a Teodorico II para realizar su
campaña en Hispania,8 "con voluntad y por orden del
emperador Avito", según Hidacio.

Teodorico combate a los suevos en
Lusitania

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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