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La caida del imperio romano (página 7)




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En las retóricas imprecaciones de Salviano, en su
evangélica defensa de los oprimidos, late probablemente el
ideario de una minoría, acaso el fruto de la obra
monástica de los ascetas de Lérins. Salviano piensa
que los cristianos, como discípulos de Dios, deben
librarse de los bienes materiales, porque la riqueza privada es
la fuente del mal. Estamos lejos de las inquietudes religiosas y
políticas de Paulo Orosio y de Hidacio. Pero una
convergencia existe: la indiferencia de estos escritores
cristianos por el destino de un Estado cristiano que abandona los
ideales morales del cristianismo.

Bagaudas y circuncelianos

La invasión de 406, que derramó por toda
la Galia tribus de suevos, de vándalos asdingos y
silingos, y de alanos, ocasionó en aquella provincia una
ruina económica que los potentiores quisieron esquivar
oprimiendo más a los humiliores. Estos no pudieron
soportar las cargas tributarias, y los bagaudas del siglo III20
renacieron con la desesperada violencia de las insurrecciones
campesinas. Siervos de la gleba y corporales, colonos, esclavos y
hasta jornaleros y arrendatarios libres abandonaron sus
cabañas, formaron bandas (bagaudas) que crecieron hasta
convertirse en verdaderos ejércitos.

El movimiento alcanzó su más alto vuelo
entre los años 435 y 448. Alcanzó a toda la Galia.
Los bagaudas encontraron en sus asaltos a las ciudades romanas el
apoyo de la plebe hambrienta de las ciudad Uno de sus jefes,
Tibatto, dio a la rebelión de la Galia un carácter
separatista. Cuando Tibatto fue aniquilado por un ejército
romano, los bagaudas aparecieron en la España
septentrional. Hacia el año 440 puede afirmarse que la
península hispánica estaba en poder de los suevos y
de los bagaudas. El gobierno de Rávena envió tropas
romanas a la provincia tarraconense. En 449 algunos bagaudas se
refugiaron en la iglesia de Tarazona. El general romano Basilio
los exterminó dentro de la iglesia, y sus soldados mataron
allí mismo al obispo León.21 Hasta cinco
años más tarde las huestes visigodas no dominaron
la sublevación hispánica.

Los bagaudas se rehicieron entonces en la Galia
acaudillados por un médico, Eudoxio. El
generalísimo romano Aecio recurrió contra ellos a
tropas alanas, y Eudoxio se refugió en la corte de Atila,
y acaso intentó persuadir al rey de los hunos para que
realizase su campaña de conquista de la Galia.

La defensa de los bagaudas por Salviano no deja ninguna
duda sobre el carácter social de estos levantamientos. Los
bagaudas se rebelan contra los impuestos, contra la rapacidad de
los ricos, contra la venalidad de jueces y de funcionarios. Al
mismo tiempo es un movimiento separatista, un intento de fundar,
al menos en la Galia,22 un Estado independiente.

La rebelión de los circuncelianos («los que
merodean alrededor de las cillas o graneros») es religiosa
y social a la vez. En el Africa romana había surgido una
fuerte corriente provincialista, que en el siglo IV tomó
forma en el cisma donatista. Los cristianos de Africa, guiados
por el obispo de Cartago Donato,23 mantuvieron una actitud
rigorista frente a los cristianos que, en las persecuciones,
habían renunciado a su fe y rehuido el martirio. Su
protesta contra la intervención de Constantino en los
asuntos eclesiásticos fue tajante. Cuando el emperador
Constante quiso forzar a los donatistas a la obediencia,
éstos pidieron ayuda a los circuncelianos.

Existían en Numidia equipos de jornaleros que se
contrataban en las fincas rústicas para los trabajos
estacionales de recolección. El paro agrícola y la
miseria transformaron a los circuncelianos en rebeldes agrupados
en partidas armadas. El cristianismo donatista dio a estas gentes
hambrientas un programa religioso. Sus caudillos Axido y Fasir
fueron llamados «jefes de los santos». Muchos
esclavos se les unieron. Algunos obispos donatistas, aterrados
por el radicalismo social de la insurrección, pidieron
ayuda al conde romano de Africa. La represión
rebasó en violencia al levantamiento, y los donatistas
pudieron alabarse de ser la Iglesia de los mártires. Los
circuncelianos no fueron dominados hasta mediados del siglo
V.

Bagaudas y circuncelianos son campesinos acorralados que
se rebelan contra los grandes propietarios y contra el Estado, el
«exactor tiránico» de la plebe. Estas
insurrecciones son anteriores a las grandes invasiones del siglo
V, y se valen del desfallecimiento del Gobierno de Rávena
ante los bárbaros para resurgir poderosamente. Salvo las
incitaciones de Eudoxio a Atila, ningún indicio nos
descubre relaciones o alianzas entre los campesinos insurrectos y
los bárbaros. El Imperio se sirvió de mercenarios
alanos, los guerreros del fiero rey Goar, para reducir a los
bagaudas galos. El reino vándalo africano de Genserico
persiguió con la misma crueldad a los católicos que
a los donatistas circuncelianos. Los godos aprovecharon la
rebelión de los bagaudas hispánicos para ofrecer al
Imperio, a un elevado precio, soldados para la
represión.

El fin de los bagaudas se produce cuando disminuye la
presión tributario, al desarticularse la
administración fiscal del Imperio.

Por otra parte, el asentamiento de los federados
bárbaros y de sus ejércitos en la Galia, Hispania y
Africa desacopla el desarrollo militar del
levantamiento.

La nobleza romana y la germana

Ni las invasiones ni los asentamientos germánicos
aportan un cambio sustancial en los grupos sociales del Imperio
de Occidente o de los recién fundados reinos
germánicos. Los factores sociales determinantes no son ni
la raza ni el linaje, sino la posesión de la tierra y los
cargos públicos, otorgados por el gobierno de
Rávena o por los monarcas germánicos.

La nobleza romana fue respetada por los bárbaros,
y si bien tuvo que compartirla con éstos, conservó
una privilegiada posición. Poseedora de grandes
propiedades rurales, incesantemente dilatadas por las
apropiaciones de las tierras de los acogidos a su patronato, o de
fincas rústicas o urbanas anexionadas durante el
desempeño de una elevada función pública,
disfrutaba de prerrogativas fiscales, jurídicas y
militares tanto más acrecentadas cuanto más se
relajaba el Estado. El triunfo de los bárbaros
favoreció esta tendencia autártica, y la
colaboración de la nobleza en el gobierno de los Estados
germánicos resultó beneficiosa para ambas partes.
Los reyes bárbaros se sirvieron de la experiencia
administrativa de la antigua nobleza romana, y ésta
conservó y aun enriqueció su patrimonio,
resarciéndose con creces de pérdidas financieras
derivadas de los alojamientos. Así pudo conservar esta
aristocracia en las monarquías germánicas muchos
elementos del derecho y de la administración romanos.
Algunos de estos nobles romanos fueron consejeros de los reyes
germánicos que realizaron una obra política de gran
vuelo: León de Narbona, del visigodo Eurico; Casiodoro,
del ostrogodo Teodorico; Partenio, del franco
Teodoberto.24

La nobleza germana de nacimiento se transformó,
como la romana, en aristocracia latifundista y
burocrática. Y como las donaciones territoriales y los
cargos públicos sólo podía obtenerlos por
decisión real, fue una nobleza más palatina que la
romana. El latifundio no era desconocido por los invasores, y la
gran propiedad o «villa» gala, anterior a la
conquista romana, había perdurado durante la época
imperial.25 Asimismo, los sistemas romanos del patronato y del
colonato fueron adoptados por la aristocracia
germana.26

La aristocracia latifundista romana, 1ª nobleza
germana y los jefes militares, bárbaros o romanos,
superaron sus diferencias en el interés común de
debilitar la autoridad del Estado.

La Iglesia y la beneficencia
pública

El grupo social más influyente en la sociedad
romana del siglo V es la Iglesia. Sus inmensos dominios
territoriales le proporcionan una fuerza económica que
aventaja, por su cohesión y eficacia administrativa, a la
de los señoríos laicos. Cuando el núcleo
intelectual pagano de la época teodosiana se
extinguió,27 la Iglesia se convirtió en la
única depositaria de la cultura antigua. Si los obispos
fueron, como se ha dicho, defensores de las ciudades, los papas
desarrollaron una acción diplomática descollante en
la defensa de Roma. Inocencio I fue intermediario entre Alarico y
la corte de Rávena. León I se entrevistó con
Atila, y negoció con éxito la retirada del
ejército de los hunos. San Germán de Auxerre
intentó el apaciguamiento de los bagaudas de la Galia
noroccidental y de los bretones secesionistas; en las
negociaciones entre la corte de Rávena y el reino visigodo
de Tolosa intervinieron clérigos.28

La Iglesia fue heredera de la romanidad. El clero era
romano. En el siglo V sólo hubo dos obispos germanos.
Hasta tiempos carolingios, en el siglo VIII, no se
completó la fusión de romanos y germanos en el
episcopado cristiano.29

El Estado cedió a la Iglesia la beneficencia
pública. En una sociedad primordialmente agrícola
como la romana, en la que el pueblo había sido
desposeído de sus tierras, y la propiedad agraria
repartida entre los grandes dominios señoriales, los
poderes públicos habían establecido desde hacia
siglos la distribución gratuita de víveres entre el
proletariado hambriento de las ciudades. La Iglesia
constantiniana destinó una parte de las donaciones que
recibía de los emperadores y de los devotos acaudalados al
alivio de la miseria de los pobres; el Estado fue gradualmente
transfiriendo a la Iglesia el ejercicio de la beneficencia,
proporcionándole los medios económicos necesarios.
El traspaso a la jerarquía eclesiástica de los
socorros destinados a los necesitados, iniciado ya por
Constantino, dio a la Iglesia un gran ascendiente sobre la plebe
romana.30

La estructura social de los pueblos
germánicos

Entre los germanos el grupo social más numeroso
lo constituían los hombres libres (ingenui), los
guerreros. Los pueblos bárbaros que se establecieron en
las tierras habitadas por una sociedad declinante, pero
más civilizada, tuvieron que estructurarse militarmente
para vencerla; por eso el guerrero, de condición libre,
fue entre los germanos un importante factor social. En la paz,
las aseambleas locales de hombres libres (mallus),
reunidas periódicamente a cielo descubierto, tomaban las
decisiones que interesaban a la comunidad. En tiempo de guerra,
la autoridad absoluta correspondía al rey o jefe militar,
el dux, por derecho hereditario o por la elección
de la asamblea de guerreros. Y como el estado de guerra se hizo
costumbre durante varías generaciones para estos pueblos,
y los reinos germánicos surgieron de la conquista militar,
las jóvenes monarquías bárbaras se
configuraron autoritariamente, y la asamblea de hombres libres
sólo perduró en el reino de los francos.

Había hombres libres en las aldeas, en las
ciudades, en los dominios rurales. Con ellos fueron
mezclándose los supervivientes de la clase de ciudadanos
romanos libres, en su mayoría artesanos
(collegiati) y comerciantes (mercatores),
habitantes de las ciudades, en un ininterrumpido proceso de
fusión étnica.

Los ingenui bárbaros que recibieron tierras en
los alojamientos, o despojaron de ellas a los vencidos,
convirtiéndose en pequeños propietarios rurales, se
vieron aprisionados en la misma malla que arrastró a los
campesinos libres romanos al colonato y al patronato. Sin
embargo, en el siglo V los colonos germanos no quedaron
hereditariamente adscritos a la gleba; conservaron la libertad de
romper el pacto convenido con el señor. Otros no
recibieron tierras, sino que se vincularon por lazos de fidelidad
o de dependencia personal o militar, bien a su rey, formando
parte de su comitiva (comitatus), bien a los
seniores bárbaros (como los saiones de
la España visigoda). En la clientela de los reyes
germánicos había nobles y hombres libres, pero la
aptitud personal y la capacidad militar compensaban las
diferencias de linaje.

La situación de los colonos sólo
aventajaba a la de los siervos en la posesión de una
personalidad jurídica que fue negada a los hombres de
condición servil. Para su provisión de esclavos los
bárbaros siguieron modelos romanos: prisioneros de guerra,
deudores insolventes, hijos de padres esclavos o de uniones
mixtas; se impuso la esclavitud a los culpables de determinados
delitos. Los siervos del rey (servi regis) y de las
iglesias (servi ecclesiarum), entre los que había
médicos, artífices especializados y comerciantes,
disfrutaron de compensaciones materiales que envidiaban muchos
hombres libres.

La sociedad germánica del siglo V vino a
restaurar en territorios del Imperio formas de vida arcaizantes,
que Roma había superado hacía varios siglos. En
este sentido, la instalación de los bárbaros en la
pars occidentalis fue un retorno al pasado.

3. La corte de Rávena y los primeros Estados
federados germánicos

El panorama político del siglo siglo siglo V en
el Imperio de Occidente es complejo y confuso. Hasta Teodosio los
emperadores ejercen realmente el poder, visitan las provincias,
mandan los ejércitos. Pero la dinastía teodosiana
se encierra en Rávena o en Constantinopla y abandona los
asuntos públicos a las rivalidades de la camarilla
cortesana y a las ambiciones de los jefes del ejército.
Con mucha frecuencia surgen usurpadores del trono (Constantino
III, Geroncio Máximo, Jovino Sebastián, Juan) que
toman bárbaros a su servicio, como los emperadores
romanos, Estos tres factores, camarilla imperial, jefes
militares, antiemperadores, tejen una red inenarrable de
intrigas. Los jefes bárbaros entran en el juego
político como profesionales de la guerra que contratan sus
ejércitos al mejor ofertante, como los condotieros
italianos de los siglos XV y XVI, y prestan sus servicios hoy al
enemigo de ayer. Ni los más grandes personajes de la
época, un Constancio, un Aecio, que sirven al Imperio
desinteresadamente, dejan de recurrir a la intriga y a la
traición, usados como ingredientes necesarios de la
política.

Los vándalos, alanos y suevos en la
Galia

Mientras Alarico vivía su aventura italiana, la
Galia era saqueada por los vándalos, alanos y suevos. Los
hunos, después de haber aniquilado a los alanos y a los
godos en las estepas del sur de Rusia,31 habían disfrutado
durante veinticinco años pacíficamente de su
victoria. Al empezar el siglo V emprendieron la conquista de
Panonia, la Hungría actual. Los vándalos asdingos,
que ocupaban la llanura panónica desde mediados del siglo
III, no intentaron resistir. Embarulladamente abandonaron el
campo a los temidos jinetes asiáticos. Pero el camino de
Italia estaba interceptado por los visigodos de Alarico,
acantonados en aquel momento entre Panonia y Dalmacia.
Sólo quedaba a los asdingos una abertura, la del oeste,
por la calzada romana que, uniendo la Nórica con Maguncia,
lleva a la Galia a través del valle del Danubio
superior.

Se incorporaron a los fugitivos en su éxodo,
aunque sin fusionarse con ellos, los suevos del alto valle del
Danubio, unos grupos de alanos escapados de las comarcas
señoreadas por los hunos y los vándalos silingos
del valle del Main. Los cuatro pueblos alcanzaron la Orilla
derecha del Rin en diciembre de 406.

Ya se dijo en el capítulo anterior32 cómo
atravesaron el Rin y la trascendencia de este suceso. La Galia se
entregó inerme a los asaltantes. Ninguna ciudad, excepto
Tolosa, opuso resistencia: Trévexis, la antigua capital de
la Galia, Estrasburgo, Worms, Amlens, Reims, toda la Galia
septentrional y central, así como la Aquitania, fueron
saqueadas hasta el agotamiento de sus recursos.

Los conquistadores no se propusieron destruir el Imperio
ni someter a su obediencia a los habitantes de las regiones que
devastaban. Buscaban, sin un plan fijo, tierras donde
vivir.

El único ejército romano que se
enfrentó con esta irrupción victoriosa de tribus
bárbaras fue el de Bretaña. Dejando desguarnecida
la isla, el pequeño ejército desembarcó en
la Galia. Su general Constantino se proclamó emperador, y
recibió de sus soldados la púrpura imperial. Pero
sus tropas no eran bastantes para impedir las correrías de
los bárbaros, ni pudieron evitar la invasión de la
península ibérica.

Los protagonistas de la invasión de 406 no
fundaron más que efímeros reinos: el de los suevos
en Galicia, absorbido por el Estado visigodo en 585; el de los
vándalos silingios y alanos, desaparecido mucho antes, en
418; el africano de los vándalos asdingos, destruido por
Justiniano en 533. Pero infligieron al Imperio una herida que,
sin ser mortal, nunca se curaría, precipitando su
fin.

Antiemperadores y bárbaros en la Galia y en
España

El anticésar Claudio Constantino ocupó
Arles, capital de la prefectura de la Galia, y mandó a su
hijo Constante a someter Hispania. Constante venció la
débil resistencia de los parientes del emperador Honorio,
que habían reunido algunas tropas auxiliares
(ningún ejército romano estaba acantonado en la
península), y se adueñó nominalmente del
país. Encargó la defensa de Hispania al general
Geroncio y volvió al lado de su padre en Arles. Pero
Geroncio aspiraba también al trono, y nada hizo por
impedir la irrupción en la península de los
vándalos, alanos y suevos el año 409.
Proclamó emperador a su hijo Máximo,
persiguió a Constante por la Galia hasta eliminarlo, y
sitió a Claudio Constantino en Arles. Constantino acababa
de conseguir de Honorio el reconocimiento de sus pretensiones
sobre la Galia. Pero Honorio cambió de parecer, y
envió contra ambos usurpadores un ejército mandado
por el general romano Constancio. Geroncio fue derrotado, y se
suicidó cuando sus tropas se pasaron al campo enemigo,
Constancio sitió a Claudio Constantino en Arles.
Surgió entonces otro antiemperador, el galo Jovino,
proclamado por la aristocracia gala en Maguncia, dominada por los
burgundios, y apoyado por éstos y por los guerreros alanos
del tornadizo rey Goar. Constancio concedió a Claudio
Constantino y a sus soldados una capitulación generosa,
para disponer contra el nuevo enemigo de todos sus recursos
militares. Pero Honorio quiso vengar en Claudio Constantino la
muerte de sus parientes hispanorromanos, y ordenó que le
fuera presentada en su palacio de Rávena la cabeza de su
enemigo.

Los visigodos en la Galia

Al año siguiente, el 412, llegaban a la Galia los
visigodos. El sucesor de Alarico, Ataúlfo, siguió
la política nacionalista del fundador del reino godo en
los primeros años de su breve reinado. Como Alarico,
Ataúlfo hubiera querido establecer en la fértil
Africa romana a su pueblo, pero desistió, porque no
disponía de naves de guerra para forzar un desembarco. Y
como Italia, arruinada y hambrienta, no brindaba incentivos para
el asentamiento de los visigodos, Ataúlfo resolvió
que los sucesos de la Galia y de España eran favorables
para una gran aventura militar.

Los visigodos atravesaron Italia de sur a norte y, a
través de los Alpes, alcanzaron el valle del
Ródano. En el primer momento Ataúlfo parece
inclinarse por el partido del anticésar Jovino. Pero las
rivalidades entre los bárbaros encienden odios inagotables
que destruyen su solidaridad étnica frente a Roma, y en el
campo romano ni los emperadores ni sus adversarios pueden
prescindir de los soldados bárbaros. El visigodo disidente
Saro, rival de Alarico desde que ambos servían a Teodosio
I, abandona el servicio de Honorio para unirse a Jovino, y esto
basta para que Ataúlfo rompa con el antiemperador.
Actúa entonces la diplomacia imperial para atraerse a los
visigodos: el prefecto de la Galia Dardano negocia una alianza
entre el Imperio y Ataúlfo. Los visigodos recibirán
una annona y una provincia gala para su alojamiento en calidad de
federados. A cambio, Ataúlfo vencerá y
entregará los usurpadores (Jovino y su hermano el
corregente Sebastián) a Honorio, y dejará en
libertad a Gala Placidia, la hermana del emperador, rehén
de los visigodos desde el saqueo de Roma de 410.

Ataúlfo cumplió la mitad del convenio, la
desaparición del anticésar y de su hermano, pero no
entregó a Gala Placidia. Honorio reclamó a su
hermana y suspendió el abastecimiento de los visigodos,
instigado por el general Constancio, que ambicionaba el
matrimonio con Gala Placidia, como un pedestal para el trono.
Falto de víveres para abastecer a su pueblo,
Ataúlfo quiso apoderarse de los almacenes de trigo de
Marsella, pero el general romano Bonifacio lo impidió.
Ataúlfo no permaneció inactivo. En el otoño
de 413 Narbona, Tolosa, Burdeos, la comarca más rica,
más romanizada y menos dañada por las invasiones,
fue ocupada por los visigodos.

Ataúlfo obraba contra Honorio obligado por las
circunstancias, forzado por la o necesidad de víveres.
Pero sus miras eran más altas, y no carecían de
grandeza, si es cierto el relato de un caballero de Narbona, que
había servido en el ejército de Teodosio, recogido
por el historiador Paulo Orosio:

"Este caballero nos dijo que en Narbona había
llegado a intimar grandemente con Ataúlfo, y que le
había relatado con frecuencia -y esto con toda la seriedad
de un testigo que presta declaración- la historia de su
propia vida, que estaba a menudo en labios de este bárbaro
de rico espíritu, vitalidad y genio. Según la
propia historia de Ataúlfo, éste había
empezado su vida con un vivo deseo de borrar todo recuerdo del
nombre de Roma, con la idea de convertir todo el dominio romano
en un imperio que sería el imperio de los godos… La
experiencia le había convencido, con el tiempo, de que,
por una parte, los godos estaban sumamente descalificados por su
barbarie indomable para una vida gobernada por la ley, mientras
que por otra parte sería un crimen suprimir el gobierno de
la ley de la vida del Estado, pues el Estado deja de ser
él mismo cuando la ley deja de gobernar en él.
Cuando Ataúlfo hubo adivinado esta verdad, resolvió
alcanzar la gloria que estaba a su alcance, de usar la vitalidad
de los godos para la restauración del nombre romano en
toda -y quizá más que en toda- su antigua
grandeza."33

Lo evidente es que el matrimonio de Ataúlfo con
Gala Placidia servía estos fines políticos. El
ceremonial de la boda, hasta los vestidos de los contrayentes fue
rigurosamente romano. El hijo de esta unión fue llamado
Teodosio, como el padre de Gala Placidia, el gran emperador, y
era el hilo maestro de la trama política urdida por
Ataúlfo; aquel niño sería el legítimo
heredero de dos grandes pueblos, que aportarían la fuerza
goda y la ley romana a una fusión llamada a grandes
destinos.

Estos grandiosos proyectos se frustraron en poco tiempo.
Las relaciones con la corte de Rávena empeoraron desde el
matrimonio del monarca visigodo con Placidia. Ignoramos
qué es lo que Ataúlfo se proponía al
proclamar emperador al mismo Atalo que ya habla coronado y
destronado Alarico,34 montando en Burdeos una corte rival de la
de Rávena, con un gobierno sin autoridad formado por
nobles aquitanos. La campaña militar de Constancio
aventó este decorado teatral. Desde la capital
prefectorial de Arles, el rival de Ataúlfo bloqueó
por hambre al pueblo visigodo, al disponer la ocupación
por tropas romanas de todos los puertos mediterráneos de
la Galia. Ataúlfo, buscando comarcas fértiles y no
devastadas para abastecer al pueblo godo, pasó con su
ejército a la provincia Tarraconense, y Atalo fue
capturado por los romanos. En Barcelona nació y
murió a poco de nacer el pequeño Teodosio, y
allí mismo fue herido de muerte Ataúlfo por un
cliente de Saro, a fines del verano de 415, año y medio
después de las esperanzadoras nupcias del rey visigodo con
la hija de Teodosio el Grande.

Ataúlfo recomendó antes de morir que
Placidia fuese devuelta a la corte de Rávena, para
facilitar un nuevo pacto de su pueblo con el Imperio y el
asentamiento definitivo de los visigodos. Pero el partido
antirromano eligió rey a Sigerico, asesinado a los siete
días, y luego a Valia. El nuevo monarca intentó,
como sus antecesores, trasladarse al Africa, pero su flota
naufragó. Acosados por el hambre, los visigodos volvieron
al servicio de Roma. Por el tratado de 416, Valía se
comprometía a devolver a Placidia y a expulsar de la
península ibérica a suevos, vándalos y
alanos. Los visigodos recibieron del Imperio una annona de
600.000 medidas de trigo.

Vándalos, alanos y suevos en la
península Ibérica 35

La epidemia política de las usurpaciones fue
causa directa de que el año 409 irrumpieran en
España los cuatro pueblos bárbaros que
habían roto tres años antes la frontera del Rin.
Vándalos asdingos y silingos, suevos y alanos prolongaron
en España durante un bienio la aventura que vivieron en la
Galia. Desmontaron el frá. gil caparazón defensivo
de las ciudades y vagaron por la inerme península,
aterrorizando con sus harapientas pellejas a los civilizados
hispanorromanos.

Orosio, Hidacio, y san Isidoro36 acentúan con
tonos sombríos las depredaciones de los invasores. Los
relatos de estos historiadores han acuñado una imagen
escalofriante de este período: guerra, hambre, peste,
bestias feroces que buscan la carroña en los lugares
habitados, perceptores de impuestos que se llevan los
últimos recursos. Verdad es que toda expedición
bélica acarrea crueldad y miseria, y que los recursos del
país estaban ya muy disminuidos por las seculares
exacciones fiscales. Pero, como escribía Orosio,37 la
conquista de Roma no había sido menos cruenta; y los
bárbaros no pretendían sojuzgar a los habitantes de
la península: querían alimentos para remediar su
hambre y tierras que habitar y cultivar. Por eso ningún
abismo irreparable se abrió entre bárbaros e
hispanorromanos, y fue posible y aun preferible para los nativos
una convivencia pacífica, romo sabemos por el mismo Paulo
Orosio.

La segunda fase de la invasión se inicia en 411.
Los cuatro pueblos reciben o toman tierras y se las reparten. Se
desconoce si por un acto de fuerza o por un acuerdo con los
hispanorromanos. El gobierno de Rávena tuvo que aceptar el
hecho consumado, pero como un arreglo provisional. Hidacio38
refiere que los suevos y los vándalos asdingos ocuparon
Galicia; los alanos, Lusitania y Cartaginense, y los silingos, la
Bética. Es decir, la totalidad de la península
menos la tarraconense, la provincia más próxima a
Roma, la primera romanizada, acaso la más remisa en
aceptar la negociación directa con los
bárbaros.

El reparto evidencia que después de cinco
años de marchar juntos estos pueblos seguían
diferenciados en cuatro unidades políticas independientes,
cuatro civitates, como las llamaron los romanos. Lo que no
sabemos es si aceptaron la autoridad militar de un dux
único, o cada civitas era gobernada por un rey. Las
crónicas han conservado varios nombres de estos caudillos:
el asdingo Gunderico, el silingo Fredebaldo, el suevo Hermerico,
el alano Adax.

Cuando el año 416 el monarca visigodo
Valía emprendió, como federado de Roma, la tarea de
arrojar de la península a estos cuatro pueblos, la
victoria visigoda sobre los alanos y los vándalos silingos
fue rápida y completa. En menos de dos años estas
dos civitates quedaron aniquiladas, y sus escasos supervivientes
se incorporaron a la comunidad de los vándalos asdingos.
El rey silingo Fredebaldo fue llevado a Roma
prisionero.

Quedaban en la lejana Galicia los asdingos y suevos,
enzarzados en guerras intestinas. Pero Valia fue llamado por el
generalísimo Constancio (fines del año 418), quien
ofreció a los visigodos un nuevo foedus, contratando sus
servicios militares a cambio de su alojamiento en la vasta
región situada entre el Loira y los Pirineos y entre el
Atlántico y Tolosa, cediéndoles siete ciudades:
Burdeos, Agen, Angulema, Saintes, Poitiers, Périgueux y
Tolosa. Esta comarca comprendía territorios de varias
provincias (las dos Aquitanias, Novempopulania y Narboriense
primera) y carecía de un nombre que expresara su unidad.
Sidonio Apolinar la llama Septimania en una carta a
Avito.

Los motivos de esta nueva mudanza en la política
imperial pueden explicarse por el temor de la corte de
Rávena a que los éxitos visigodos se repitieran a
costa de los vándalos asdingos y suevos. En este caso la
mayor parte de la península ibérica hubiese quedado
en poder de Valía, y los visigodos hubieran sido
más poderosos de lo que al Imperio convenía. Roma
conseguía también por la alianza entre Constancio y
Valia alejar a los visigodos del pulmón del Estado romano,
del litoral mediterráneo. En cuanto a la Galicia, que
hospedaba a asdingos y suevos, era una región
atlántica, y su ocupación no implicaba un peligro
ni inmediato ni vital.

En cambio, el pacto de 418 significaba para el pueblo
visigodo un asentamiento estable después de cuarenta
años de peregrinación por las provincias romanas,
desde los Balcanes a Hispania, en una de las regiones más
prósperas de la Galia, tan feraz como el Africa que
habían anhelado desde los tiempos de Alarico.

El Imperio de Occidente después del "foedus",
de 418

Entre los años 418 y 423 pudo creerse que la
crisis abierta por las invasiones estaba vencida. Si expulsar a
los bárbaros no fue posible, se había logrado
incorporarlos al servicio militar del Imperio. Era, al fin y al
cabo, la misma solución dada por Teodosio I al problema
planteado en los Balcanes por los visigodos treinta y seis
años antes, sólo que aplicada a mayor número
de pueblos y en diversas regiones de la pars occidentalis. La
administración romana, con sus jueces y sus agentes
fiscales, no desapareció totalmente de las provincias en
las que había hospedados bárbaros. Estos eran
soldados contratados por Roma, que recibían como paga
tierras, esclavos y annonas. El imperio esperaba reducir gastos
con este procedimiento, procurando al mismo tiempo mantener su
administración y su sistema tributario en todas las
provincias.

Italia estaba libre de bárbaros. Después
del saqueo de Alarico, Roma había recuperado su vida
ociosa y despreocupada; el trigo africano seguía
abasteciéndola. El cuadro que presentan en estos
años las otras provincias tampoco es desalentador. El
ejército romano había abandonado la isla de
Bretaña para cubrir la frontera del Rin, pero una
situación análoga producida en el siglo III no tuvo
resultados irreparables. Los visigodos estaban alojados en
Aquitania, y los suevos y los vándalos asdingos en
Galicia. Las rivalidades entre estos federados eran explotadas
hábilmente por la diplomacia romana. Los suevos y los
asdingos solicitaban una renovación de la alianza con
Roma. Muerto Alarico, los visigodos acabaron siendo colaboradores
útiles: sofocaron la guerra civil promovida por el
antiemperador Jovino y aniquilaron a los alanos y a los silingos.
Instalados por último entre el litoral atlántico y
el valle del Loira, se esperaba de ellos que rechazaran a los
piratas sajones y que sometiesen a los revueltos armoricanos de
la Galia noroccidental. Se había logrado además
instalar a estos federados godos en la fachada atlántica
del Imperio, y a los suevos y asdingos en la región
-hispánica menos romanizada, más apartada y
difícil de defender. Se alejó a los visigodos de la
costa mediterránea, salvaguardando las comunicaciones
marítimas y terrestres de Roma con la Galia y
España. Se logró formar un pequeño
ejército destinado a la desguarnecida Hispania, con la
misión de mantener a los vándalos asdingos y a los
suevos distanciados del Mediterráneo, acantonados en la
franja atlántica de la península.

Se creía en la corte imperial que una
restauración de la normalidad era todavía posible.
Un decreto de 418 reorganizaba las asambleas provinciales, que
habían sido instituidas en el siglo I para la
celebración del culto de "Roma y de Augusto". Aunque en el
Bajo Imperio adquirieron el derecho de dirigirse en
petición o reclamación al emperador, estas
asambleas nunca llegaron a ser ni representativas ni
deliberativas. La restauración de estos concilios
religiosos del paganismo en un Imperio cristiano resultaba
incongruente. Era, sin duda, una demanda de ayuda que el gobierno
de Rávena hacía a los potentiores de las
provincias. Fríamente acogida por éstos, fueron sin
embargo convocadas anualmente (al menos la de la Galia, que se
reunía en Arles) hasta la desaparición del Imperio
de Occidente.

Constancio, coemperador de Occidente

La reacción antigermana que había
derribado a Estilicón39 consiguió que durante medio
siglo ningún oficial bárbaro fuese jefe supremo del
ejército. Les sucesores de Estilicón fueron
romanos, pero también ellos se vieron obligados a reclutar
sus tropas entre las tribus germánicas (y aun entre los
hunos), y a servirse cada vez más de ejércitos
bárbaros federados. Desde la muerte de Teodosio el Grande
ningún emperador toma el mando de sus ejércitos, y
estos generales romanos, nombrados patricios y magister utriusque
militiae, corno Estilicón, son poderosos en una
época de guerra permanente. Su política es tan
personal como la de los jefes bárbaros, e igualmente
funesta para el Imperio.

El primero de estos generalísimos romanos fue
Constancio, antiguo oficial de Teodosio el Grande y de
Estilicón. Nacido en Naiso, en la Iliria, como Aureliano y
Diocleciano, fue el último de los grandes generales de
aquella provincia apuntaladores del Imperio. Enérgico,
incansable y ambicioso, impuso su voluntad al débil
Honorio después de su victoria sobre los usurpadores
Flavio Constantino y Geroncio. Elevado a la dignidad de patricio
y generalísimo, fue durante diez años (411-421) el
árbitro del Imperio. Constancio deseaba desposarse con
Gala Placidia para coronar su carrera política
emparentando con el emperador. El matrimonio de Ataulfo, con la
hija de Teodosio I enfureció a Constancio; el patricio
romano impidió el entendimiento con Roma que el monarca
visigodo pretendía.40 Cuando Ataúlfo y el
pequeño Teodosio murieron, y Gala Placidia fue devuelta
por Valia, Constancio pudo contraer las anheladas nupcias con la
hermana del emperador. Tres años después Honorio le
otorgaba el título de augusto, asociándole al
gobierno imperial.41

Pero Constancio murió aquel mismo año 421.
El Imperio de Occidente perdía su político
más hábil y su mejor general. El prestigio de
Constancio había sofocado en la corte de Rávena el
hervidero de las intrigas, que ahora, muerto el cuñado de
Honorio, rebrotaron con renovada energía. Placidia,
enemistada con Honorio, abandonó la corte de
Rávena, llevándose al hijo que había tenido
de Constancio, el futuro emperador Valentiniano III. La hija y el
nieto del gran Teodosio fueron acogidos en Constantinopla por el
emperador de Oriente Teodosio II.

Honorio murió dos años después de
Constancio sin dejar sucesión.

4. La defensa de la Galia y el abandono del Africa
romana

En los treinta años del reinado de Valentiniano
111 (425-455) se decide el destino del Imperio de
Occidente.

El joven emperador heredaba un Estado exangüe, pero
que estaba aún a tiempo de salvarse. Los usurpadores
habían sido vencidos; los bárbaros, hospedados por
el sistema romano de acantonamiento militar las ruinas de Roma y
de Italia, restauradas. Más que las nuevas mareas
invasoras, fueron los enemigos interiores; los que aceleraron el
desmoronamiento: la nobleza latifundista, aliada con los reyes
bárbaros y con los jefes del ejército contra la
autoridad del Estado; la corruptela de la Administración,
acaparada por la aristocracia.

En vano dispuso el gobierno de Valentiniano III la
promoción a los altos cargos de los funcionarios
subalternos y de los abogados,

y el restablecimiento de los defensores de las ciudades,
y la protección de los curiales contra las arbitrariedades
de la nobleza.

El Estado se desintegraba porque la sociedad romana se
estaba destruyendo a sí misma, transformándose en
un informe apiñamiento de pequeños grupos sociales,
disociados radicalmente unos de otros, y todos del cada vez
más fantasmagórico Imperio, con un ciego y suicida
egoísmo.

El reinado de Valentiniano III

Por un momento pareció que las dos partes del
Imperio iban a reunirse al morir Honorio, y que Teodosio II
recogería la herencia íntegra de Teodosio el
Grande. Pero surgió en Rávena otro antiemperador,
el notario de Palacio Juan, apoyado por algunos altos
funcionarios y reconocido por el Senado de Roma, y la corte de
Constantinopla decidió coronar emperador de Occidente a
Valentiniano III. Un ejército imperial dirigido por el
general alano Aspar, atravesó en el verano de 425 los
pantanos de Rávena, y el anodino usurpador sucumbió
desamparado por sus partidarios.

Teodosio II había escogido la solución
más prudente: rehuir la responsabilidad directa del
gobierno de Rávena, reservándose una influencia en
él a través de Valentiniano III y de una camarilla
de cortesanos adictos. La intervención militar bizantina
estableció un precedente: en lo sucesivo, ningún
emperador de la pars occidentalis fue tenido como legítimo
sin el consentimiento del emperador de Oriente.

La ayuda militar tuvo su precio: la Iliria oriental, con
las ricas minas de plata de Macedonia (que Estilicón
había querido conservar para Occidente), quedó
incorporada a la pars orientalis. Se concertó
también el matrimonio de Valentiniano III con una hija de
Teodosio II, la princesa Licinia Eudoxia.

Valentiniano III tenía siete años cuando
recibió solemnemente en Roma la púrpura imperial.
Reinó tutelado por su madre Gala Placidia, proclamada
augusta por Teodosio II.

Durante los primeros años del reinado la defensa
del Imperio quedó paralizada por las intrigas de la corte.
Cuatro camarillas competían por el poder: la de Placidia,
a quien era fiel el general romano Bonifacio; la de la corte de
Constantinopla; la del magister militum Félix, y la de
Aecio, temible por su amistad con los hunos. La alevosa intriga
de Félix para arrebatar a Bonifacio el favor de Gala
Placidia debilitó la defensa de Africa, en el momento en
que los vándalos iniciaban su conquista.42

Aecio

Mientras Genserico precipitaba la ruina de Africa
romana, una dramática lucha por el poder paralizaba la
política imperial. La desaparición sangrienta del
patricio Félix en 430 y de Bonifacio, nombrado
generalísimo por la versátil Placidia dos
años después, permitió a Aecio, el tercer
protagonista de la tragedia, regir durante veinte años el
Imperio, con los poderes ilimitados de un
Estilicón.

Como Constancio y como Bonifacio, Flavio Aecio era
romano. Había nacido en 390, en la pars Orientalis del
Imperio, en Silistria, una ciudad de la baja Mesia. Su padre
Gaudencio fue general de caballería y alcanzó la
dignidad de comes (compañero) del emperador Honorio. Su
madre pertenecía a una familia de la aristocracia
italiana. Entró adolescente en la guardia imperial, y fue
entregado como rehén, primero a Alarico, quien
perfeccionó su formación militar, y luego al khan
de los hunos Rugila, en cuya corte intimó con el joven
príncipe Atila. Esta amistad, y la larga convivencia con
los bárbaros fueron muy útiles más tarde a
Aecio. Ningún romano conocía como él la
fuerza real de los hunos, ni sabía servirse con la misma
astucia de las discordias entre los bárbaros, ni hablar a
los soldados germánicos en su propia lengua.

Cuando Honorio murió, el usurpador Juan
había nombrado a Accio jefe de la guardia,
encargándole que reclutara un ejército de
mercenarios bárbaros. Aecio fue al país de sus
amigos hunos para reunirlo. Cuando llegó a Italia con los
temibles guerreros asiáticos era demasiado tarde: Juan
había sido ejecutado en Aquilea y Valentiniano III y Gala
Placidia reinaban en Rávena. La regente prefirió un
pacto con un adversario enojoso a los riesgos de una guerra
civil. Nombró a Aecio magister militum y le entregó
oro para que pagara y licenciara a una parte de los auxiliares
hunos. Aecuio recibió órdenes de acudir, con la
pequeña hueste que conservaba, en defensa de Arles,
amenazada por los inquietos visigodos. Esta misión fue
realizada brillantemente.

La victoria avivó su ambición. Los
años siguientes fueron sombríos. La calma que
alivió al Imperio de Occidente durante los últimos
tiempos del emperador Honorio fue sacudida por el hervor vital de
los pueblos bárbaros. Aecio luchaba sin descanso y con
fortuna contra los francos y los visigodos en la Galia, sin dejar
de intrigar en la corte contra sus rivales Félix y
Bonifacio. La amistad con el khan de los hunos le facilitó
tropas para desembarazarse de sus adversarios. En 434 Gala
Placidia se resignó a nombrarlo patricio y
generalísimo de los ejércitos romanos. Desde ese
momento hasta su muerte, Aecio se consagró a la defensa
del Imperio, y gracias a sus esfuerzos Valentiniano III mantuvo
durante esos años la sombra de su autoridad.

Los vándalos ocupan el África
romana

Los suevos y los vándalos asdingos, que estaban
alojados en Galicia, se sentían atraídos por la
España del sur.43 Venciendo a los suevos, fueron los
asdingos quienes ocuparon Andalucía.44 Cuando Constancio
retiró de la península al ejército visigodo
de Valía, contaba con reducir a suevos y vándalos
con tropas romanas. Pero las huestes imperiales fueron derrotadas
por los vándalos, que en428 ocuparon Cartagena y Sevilla.
La posesión de estos puertos dio a los vándalos la
flota romana de España. En Cartagena, marinos romanos
debieron instruir a los asdingos en la técnica de la
navegación. En los puertos mediterráneos
españoles fue organizada la primera escuadra que tuvo un
pueblo germánico. Una incursión a las Baleares y
otra a Mauritania Tingintana, de las que Hidacio nos informa,
proporcionaría a los vándalos la experiencia
marinera necesaria para realizar la expedición naval al
Africa, que los visigodos habían intentado
infructuosamente. La aventura de Mauritania descubriría a
los vándalos las debilidades militares de las provincias
africanas.

El año 428 murió el rey Gunderico,
sucediéndole su hermano bastardo Genserico.45 En él
tuvo el pueblo vándalo un jefe excepcional. Era cojo, de
pequeña estatura, astuto y cruel. Despreciaba el lujo,
pero atesoraba con avidez el botín arrebatado a sus
enemigos. Taciturno de ordinario, encontraba siempre el gesto
oportuno o las palabras precisas para arrebatar de entusiasmo a
su pueblo. Capaz de planear las más ambiciosas empresas
políticas, intuía siempre el momento idóneo
para ejecutarlas. Hábil diplomático, poseía,
como los romanos, el arte de dividir a sus adversarios. Fue el
primer político germánico de su siglo. En los
cuarenta y nueve años de su reinado fundó en Africa
el primero de los Estados bárbaros independientes
incrustados en territorio romano, y supo modelarlo con una
coherencia política asombrosa, para el informe material de
que disponía. Más que Alarico o Atila, fue
Genserico quien asestó a Roma daños
irremediables.

Mientras Genserico preparaba cuidadosamente el embarco
de sus gentes, los suevos creyeron que la ocasión era
favorable para vengar anteriores humillaciones militares. En
Mérida atacaron a los vándalos, mas fueron vencidos
nuevamente, y su rey Hermigario murió ahogado en el
río Guadiana.

80.000 vándalos hicieron en la primavera de 429
la travesía de las costas de Tarifa a las de
Tánger. A los vándalos asdingos se habían
unido los escasos silingos y alanos supervivientes de la
campaña de exterminio de Valla, y algunos hispanorromanos.
Era todo lo que quedaba de los temidos pueblos que habían
atravesado el Rin el último día del año 406,
con excepción de los suevos, que permanecían en la
península hispánica. Genserico no debía
contar con más de 15.000 soldados.

Avanzaron con lentitud, a través de la
Mauritania, siguiendo una ruta terrestre que atraviesa el
desfiladero de Taza, sin encontrar resistencia. Emplearon un
año en recorrer 2.000 km. Caminaban, pues, unos ocho km
diarios, destruyendo todo lo que no podían
llevarse.

Genserico había emprendido la conquista del
Africa romana en el momento más propicio. A las viejas
discordias entre católicos y donatistas, a la
anarquía ocasionada por la rebelión de los
circumcelianos, se sumaba ahora, para empeorar la
situación de aquellas provincias, la ruptura de su conde
Bonifacio con la corte de Rávena.46 Aunque a la llegada de
los vándalos Bonifacio había recuperado el favor de
Gala Placidia, se malogró, para la organización de
la defensa militar, el año que los vándalos
habían invertido en llegar de Tánger a
Numidia.

En campo abierto los vándalos no pudieron ser
contenidos, pero la ciudad de Cartago rechazó el ataque de
Genserico. El rey vándalo sitió entonces Hipona,
bien fortificada, defendida por tropas romanas. Allí
quedó cercado el obispo de la ciudad, san Agustín
(que había alentado a muchos obispos y sacerdotes
africanos a permanecer en sus ciudades, compartiendo los
sufrimientos de la población católica), muriendo
durante el largo asedio de catorce meses.

La corte de Rávena no disponía de recursos
para socorrer la plaza. Teodosio II envió a su general
Aspar, que fue derrotado por Genserico. Bonifacio regresó
a Italia, las ruinas de Hipona fueron abandonadas a los
vándalos y el ejército romano se replegó
sobre Cartago.

El Gobierno imperial propuso a Genserico en 435 un
foedus de acantonamiento. Se ofrecía a los vándalos
la parte occidental de la provincia Proconsular, con la ciudad de
Hipona, Numidia septentrional y la Mauritania oriental o
sitifiana 47 a cambio de ayuda militar y de un tributo en trigo
para el abastecimiento de Italia, Genserico aceptó.
Quería dar descanso a sus soldados y afianzar la
instalación de su pueblo en las feraces tierras
alcanzadas.

El rey vándalo no se satisfacía con un
pacto como el que admitieron otros pueblos germánicos. Las
discordias entre los propietarios romanos y la plebe
púnica, entre católicos y donatistas, los rescoldos
de la rebelión de los circumcelianos, desgarraban el
Africa romana. Para constituir un Estado germánico
independiente, Genserico socavó el poder de los
terrateniente romanos y del clero católico. El arrianismo
de los vándalos fue manejado como un arma política
contra la Iglesia africana y contra los disidentes donatistas. La
nobleza romana no tuvo ocasión, como en otros
países, de pactar con el invasor a costa del Imperio.
Desposeída de sus dominios, los potentiores que no
pudieron huir, quedaron sometidos a servidumbre. Los humiliores
aceptaron con momentáneo júbilo el cambio de
señor, y los esclavos que colaboraron con los
vándalos fueron manumitidos.

Cuatro años después del tratado con Roma,
en 439, Genserico atacó a Cartago por sorpresa. La ciudad
había recobrado en ese tiempo su vivir ocioso, su
parasitaria indolencia, su pasión por los juegos. El
ejército vándalo la ocupó casi sin lucha,
saqueándola metódica, implacablemente. Sin dar
tregua a las escasas y desmoralizadas tropas imperiales, los
bárbaros se expandieron por la Tripolitania, y al
año siguiente invadieron Sicilia. Valentiniano, III
propuso a Genserico un nuevo foedus en 442. El Imperio
reconocía la ocupación efectuada por los
vándalos de toda la provincia Proconsular (el granero de
Roma), con Cartago, la segunda ciudad del Imperio de Occidente;
de la Bizacena; de una parte de Tripolitania y de Numidia. Roma
conservaba el resto de estas dos últimas provincias y la
Mauritania, mas sin flota para defenderlas, dejándolas
abandonadas a su suerte.

Pero Genserico, que había obtenido las comarcas
más feraces del Africa romana y concentrado en ellas a su
pueblo, ya no ambicionaba más tierras. Su política
se orientaría desde ese momento al dominio del mar. En
expediciones reiteradas a Sicilia, a Córcega, a
Cerdeña, a Baleares, iría estrechando el cerco de
Roma. Los esfuerzos de Aecio por conservar la Galia y por
contener a Atila iban a ser vanos. Era Africa lo que hubiera sido
necesario salvar, para salvar a Roma.

La defensa de la Galia contra francos, visigodos y
burgundios

Aecio carecía de recursos para afrontar tantas
acometidas simultáneas, y escogió la defensa de la
Galia. Los visigodos intentaron, desde Aquitania, alcanzar el
Mediterráneo. Su rey Teodorico I, elegido a la muerte de
Valia, renovó las frustradas ambiciones de Ataúlfo
sobre la Narbonense. En Arles fue derrotado por Aecio (año
425). Es lo más probable que en la tregua que
siguió a esta parca victoria romana, la corte imperial
reconociera a los visigodos la soberanía de Aquitania.48
Pero en 430 Teodorico I quebrantó de nuevo la paz,
asediando Arles, y Aecio volvió a derrotarlo, Seis
años más tarde el rey visigodo quiso apoderarse de
Narbona, fracasando en el asedio. El contraataque romano
llevó hasta Tolosa a las tropas imperiales, El pacto de
418 fue renovado, pero la política antirromana de
Teodorico I no cesó hasta que la amenaza de Atila
unió a romanos, visigodos y francos.

Los francos, tardíamente aparecidos en las
fronteras del Rin, de incierto origen, de vida oscura antes del
siglo V, estaban destinados a fundar el más duradero de
todos los Estados germánicos. Su largo habitamiento junto
al territorio romano, en la vecindad de sus ciudades comerciales
como Colonia, los convirtió en uno de los pueblos
bárbaros más romanizados. Los francos del noroeste,
llamados literariamente salios,49 se establecieron en la
Toxandria, según Amiano Marcelino, nombre de
difícil interpretación, que acaso corresponda a la
orilla derecha del Rin holandés, comarca desde la que los
francos se desplazaron hacia el Escalda.

El otro grupo tradicionalmente mencionado, el de los
ripuarios, no existió nunca como rama del pueblo franco.50
Geográficamente puede definirse una Francia rinensis, como
la llama el Cosmógrafo de Rávena (obra redactada en
los días de la caída del Imperio de Occidente),
región poblada por los francos del este, y que abarcaba el
valle inferior del Mosa, el del Rin desde Maguncia hasta Nimega,
y el del Mosela desde Toul hasta Coblenza.

En el siglo IV los francos colonizaron las tierras de la
frontera renana, casi abandonadas por Roma. Juliano había
establecido a los salios en el Brabante septentrional como,
súbditos del Imperio. Algunos de los jefes francos,
profundamente romanizados, como Bauto, Merobaldo y Arbogasto
ocuparon altos cargos en el Imperio.

Las tribus francas no participaron en la invasión
de 406. Las unidas a Roma por un estatuto jurídico
ofrecieron resistencia, aunque endeble, a los asaltantes. Cuando
la oleada alano-germánica se trasladó a
España, después que hubo asolado la Galia, los
francos entraron en acción. Los de la Francia rinensis (es
decir, los llamados ripuarios por los historiadores hasta no hace
mucho) saquearon Tréveris y ocuparon Colonia. Los salios,
acaudillados por el rey Clodión, alcanzaron Cambrai y
Tournai. Aecio los derrotó cerca de Cambrai, pero para
atraérselos cambié su estatuto de dediticii51 por
el de federados. El mismo año 428 rechazó a los
«ripuarios» a la otra orilla del Rin.

Los burgundios o burgundiones, originarios de
Escandinavia y afines a los godos52 fueron desplazados desde
Suabia al sur de Coblenza, por los movimientos de pueblos que
produjo la invasión de 406.53 Apoyaron militarmente al
usurpador Jovino, y después de esta aventura el gobierno
de Rávena se los atrajo por un foedus. Cuando los
burgundios quisieron extenderse desde el Palatinado hasta
Bélgica, Aecio lanzó contra ellos a sus aliados
hunos.54 Los burgundios fueron aniquilados, y su rey Gondicario
muerto con todos sus fieles. Era el año 436. Los
supervivientes fueron establecidos por Aecio (que quería
conservarlos como reserva militar del Imperio) en Sapaudia, la
Saboya actual, al sur del lago de Ginebra.

La epopeya de los Nibelungos, que en su redacción
definitiva es un poema de principios del siglo XIII, refleja la
resonancia épica del cataclismo burgundio, aunque en el
cantar alemán se hayan confundido los sucesos de 436 con
los de 451. No fueron los hunos de Atila los que exterminaron a
rey Gondicario (el Gunther del poema) y a sus guerreros, sino los
mercenarios hunos del ejército romano de Aecio. Pero es
admirable que la catástrofe que casi extinguió al
pueblo de los burgundios despertara en sus juglares el
sentimiento, revestido de una forma poética, del
heroísmo y de la trágica grandeza de su
derrota.

La pérdida de Britania y el establecimiento de
los bretones en la península armoricana

La lejana Britania, desasistida militarmente por el
gobierno imperial, fue atacada simultáneamente desde el
siglo IV por los pictos, que desde Escocia desmantelaron el muro
de Adriano, limes septentrional de la provincia romana, y por los
escotos irlandeses, que saquearon primero y ocuparon
después la costa occidental de la isla, desde Caledonia
hasta Cornualles.55 El último general romano que
defendió enérgicamente Britania fue el conde
Teodosio, padre del emperador.

En 401, Estilicón retiró una parte del
ejército romano, y en 407 el general Flavio Constantino se
llevó del país el resto de las tropas imperiales.
La provincia ya no recibió ningún socorro militar
de Roma Los bretones se defendieron con sus solas fuerzas,
llegando a derrotar a una coalición de pictos y sajones.
Pidieron ayuda a Aecio, pero el gobierno imperial no podía
distraer ni un soldado de la defensa de la Galia. Por otra parte,
los bretones fueron incapaces de ofrecer un frente unido a los
invasores.

A mediados del siglo V58 los piratas anglos y sajones
ocuparon la región oriental de la isla y se aplicaron a
exterminar a los bretones, y a destruir todo rastro de
romanidad.

Muchos bretones, probablemente los más humildes,
emigraron a la Galia, huyendo más de los pictos que de los
anglosajones, y se establecieron en la península
armoricana, cuyo paisaje les recordaría el que acababan de
abandonar. Apenas romanizados, habían conservado su lengua
céltica, su vestimenta y sus costumbres, y su llegada a la
romanizada Galia, que había olvidado el celta por el
latín, debe interpretarse como otra invasión
bárbara. Los bretones dieron a la Armórica el
nombre que esta región ha conservado, y su lengua bretona
desplazó a la latina.

La situación de esta comarca norooccidental de la
Galia era muy confusa a la llegada de los bretones, entre el 441
y el 442. Los bagaudas habían sublevado el país,
con la ayuda de la población campesina.57 Vencidos por
Roma con mercenarios hunos cinco años antes, el
levantamiento de la «liga armoricana» y de los
bagaudas en 448 fue sofocado por mercenarios alanos. La
pacificación del país, tan anhelada por Aecio,
llevaba implícita la aceptación del asentamiento de
los bretones.

Roma había identificado la defensa del Imperio
con la de la Galia. El balance de veinte años de esfuerzos
extenuadores parecía positivo. Si Bretaña estaba
definitivamente perdida, el Imperio de Occidente conservaba
aún la soberanía nominal de la Galia.

La pérdida de España: el reino suevo, y
la penetración visigoda en la península
ibérica

Idos los vándalos al Africa, los suevos
derrotados en Mérida por Genserico58 quedaban en la
península como únicos ocupantes germánicos.
No existen testimonios de ningún tratado de alianza entre
los suevos y el Gobierno imperial, pero las visitas de
embajadores romanos a los reyes Rékhila y Rekhiario, y la
cooperación sueva en la campaña contra los bagaudas
del valle del Ebro59 son datos suficientes para considerar de
hecho como federados a los suevos. Fueron huéspedes
bulliciosos y molestos. Su caudillo Hermerico dirigió
incursiones de rapiña contra las poblaciones galaico
romanas, que pudieron defenderse porque habían conservado
las mejores fortalezas del país. El obispo Hidacio
viajó hasta Arles para solicitar ayuda contra los suevos.
Aecio, dux entonces de la Galia, necesitaba sus escasas huestes
para empresas consideradas más urgentes. Hidacio y otros
obispos tuvieron que negociar con Hermerico una paz que fue rota
por los suevos en numerosas ocasiones.

El sucesor de Hermerico, su hijo Rékhila,
conquistó Mérida y Sevilla, sometiendo entro los
años 439 y 446 las provincias Bética y
Cartaginense, después de vencer a todos los generales
romanos -Avito entre ellos- que intentaron
oponérsele.

Rekhiario, hijo y sucesor de Rékhila, se
aventuró en más audaces empresas. Sin abandonar el
saqueo de ciudades hispanorromanas, su expedición contra
la comarca de Zaragoza parece haber apoyado la campaña
militar contra los bagaudas del general romano Basilio.60 Mas
cuando Avito fue proclamado emperador, Rekhiario se negó a
reconocerlo, y creyó propicia la ocasión para
apoderarse de la provincia tarraconense. El rey visigodo
Teodorico II no desperdició esta oportunidad. Como aliado
de Roma, atacó a los suevos, y Rekhiario fue vencido y
ejecutado en Braga. Desde este momento los visigodos, so pretexto
de someter a los suevos, fueron afianzando su poder en la
península.

La situación del Imperio de Occidente a
mediados del siglo V

¿Es posible relatar con claridad lo que es
caótica confusión? En víspera de la ruptura
de Aecio con Atila, cuando el Imperio que, como se ha visto, se
defiende militarmente con mercenarios hunos, va a tenerlos como
adversarios, la situación de la pars occidentalis es, a
grandes rasgos, ésta:

El reino vándalo ocupa las provincias más
ricas del Africa romana, y sus naves dominan el
Mediterráneo occidental. El abastecimiento de Italia
está a merced de Genserico.

El Imperio ha perdido definitivamente Panonia y
Bretaña. Todas las provincicas hispánicas, a
excepción de la Tarraconense, están. en manos de
los suevos.

El gobierno de Rávena conserva un poder nominal
en Mauritania, en la Tarraconense y en la Galia. Pero carece de
barcos para asegurar una comunicación regular con el
Africa occidental. Ninguna ciudad hispánica está
protegida contra los ataques de los suevos. En la Galia prosiguen
infiltrándose francos y alamanes. Los federados burgundios
y visigodos no son aliados seguros. La tenacidad visigoda ha
logrado alcanzar la Narbonense y la costa
mediterránea.

Sólo Italia permanece libre de bárbaros.
Pero sus habitantes no son ya aquellos campesinos soldados que
conquistaron el mundo mediterráneo. La aristocracia
senatorial les arrebató en otro tiempo sus tierras.
Soldados profesionales los apartaron del ejército romano.
Deliberadamente se fomentó entre ellos el envilecimiento
de los juegos públicos, del ocio, de los repartos
gratuitos de víveres. Han perdido el hábito del
trabajo, la voluntad de defenderse, porque no tienen nada suyo
que salvar. Desaparecida la ayuda financiera de las provincias,
sin recursos para pagar tropas mercenarias, el Gobierno imperial
se quedará sin soldados.

5. El Imperio amenazado por los hunos
61

Al destruir el reino godo de Ucrania, los hunos
provocaron, como se dijo, las migraciones de pueblos que
irrumpieran violentamente en la península balcánica
en 378.62 Los temidos nómadas asiáticos habitaron
las estepas ucraniana y rumana durante treinta años,
explotando su victoria. En un nuevo desplazamiento hacia el
,oeste ocuparon la llanura húngara del Tisza, el
fértil y llano país que atrajo siempre a los
pueblos de las estepas. Este avance originó la fuga
atropellada de los ostrogodos que Radagaiso dirigió contra
Italia,63 y la de los suevos, vándalos y alanos que
invadieron la Galia en 407.

Las relaciones de los latinos, con el Imperio fueron,
sin embargo, amistosas en estos años, Muchos guerreros
hunos se alistaron en el ejército romano. El khan huno
Uldín apresó al godo Gainas, sublevado contra el
Imperio de Oriente, y envió a Constantinopla el macabro
obsequio de la cabeza del rebelde.64 El Imperio se sirvió,
durante mucho tiempo, de mercenarios hunos. Con ellos
derrotó Teodosio I al antiemperador Máximo. Tanto
Estilicón como su rival Rufino, prefecto del pretorio de
Oriente, se rodearon de una guardia personal de soldados hunos.
Con guerreros cedidos por Uldín derrotó
Estilicón a Radagaiso en Fiésole. Aecio fue
más lejos: cimentó la defensa del Imperio en la
alianza con los hunos.

El apoyo prestado por los sucesores do Uldín, los
khanes Mundziuch y Rúa, al Imperio de Occidente no fue
desinteresado. La Panonia fue el precio. Con estos aliados
poderosos pudo Aecio mantener la soberanía romana al oeste
del Rin, y los grandes dominios señoriales galorromanos
fueron protegidos de las invasiones exteriores y de las
rebeliones de los bagaudas.

El Estado huno de Panonia

Fue probablemente Rúa, khan único a la
muerte de Mundziuch, quien estructuró las dispersas tribus
en un Estado en el que quedaron aglutinados los pueblos vasallos:
ostrogodos, gépidos, hérulos, rugios, turingios,
alanos, sármatas, romanos de Panonia. Los hunos eran, en
este conglomerado, una minoría.

El modelo de este Estado debió de ser el Imperio
sasánida. Los hunos, que durante siglos no conocieron otra
civilización sedentaria que la china, habían
entrado en contacto, en su emigración hacia el oeste, con
la cultura persa, y tomaron de ella elementos de su arte, de su
escritura, del ceremonial cortesano.65 Lo mismo que en la corte
sasánida, hubo en la de Atila secretarios encargados de la
correspondencia diplomática en lenguas extranjeras66
indicio de que un cuerpo de funcionarios se estaba articulando en
el nuevo Estado. El jefe de las oficinas de Atila era Orestes, un
romano de Panonia. Rustikio, originario de Mesia, hábil
orador y escritor, redactaba los documentos dirigidos a la corte
de Constantinopla. Para las relaciones con Rávena, Aecio
proporcionó a Atila un retórico italiano. Los
personajes de la corte eran, con Orestes, Onegesio, probablemente
griego, que desempeñaba funciones de un primer ministro;
Ardarico, rey de los gépidos; Valamer, jefe de los
ostrogodos, y Edica, padre de Odoacro, el que pondría fin
al Imperio de Occidente.

Con la burocracia palatina, y como factor
antagónico, surgió en el Estado huno el
régimen feudal. Los antiguos jefes de tribu, de dudosa
fidelidad, perdieron su importancia social,
transformándose en altos oficiales del ejército o
en miembros de la corte, encargados por el soberano de misiones
especiales., embajadas diplomáticas, percepción de
tributos. Así dispuso el khan de una nobleza personalmente
vinculada a la corona, generosamente retribuida con el abundante
botín acumulado.67 Esta aristocracia guerrera, unida al
soberano por lazos de fidelidad personal, recibió vastos
señoríos rústicos, con siervos y esclavos.
Así nació un feudalismo primitivo que no pudo
consolidarse política y económicamente por la breve
duración del reino huno. Este feudalismo es otra
consecuencia de la influencia sasánida.68

Los príncipes de los pueblos sometidos
(ostrogodos, rugios, gépidos, etc.) fueron incorporados a
esta nobleza feudal, siguiendo la costumbre de las estepas
eurasiáticas, en las que se acepta como aliado al enemigo
vencido.

¿Cuál era la extensión del Imperio
de Atila a mediados del siglo V? Los límites de un Estado
surgido del nomadismo son inciertos siempre. Desde la
ocupación de Panonia la masa más densa de la
población huna se asentó en la puszta
húngara, pero la presencia de sus jinetes fue constante en
las llanuras próximas, desde Ucrania hasta Panonia, y
desde Silesia hasta Valaquia.

Atila. sus relaciones con el Imperio de
Oriente

Rúa recibía anualmente 350 libras de oro
de Teodosio II. Para el emperador de Oriente esta cantidad
equivalía a un regalo o a una soldada. Para Rúa era
un tributo. Esta relación equívoca pero
pacífica concluyó cuando algunas tribus turcas,
para escapar a la despótica autoridad del monarca huno,
entraron al servicio del Imperio bizantino. Rúa
exigió que le fueran devueltos los fugitivos.
Constantinopla envío dos diplomáticos para
negociar, pero Rúa murió súbitamente y
fueron proclamados khanes Bleda y Atila, hijos de
Mundziuch.

Los nuevos soberanos aumentaron sus exigencias: se
duplicaría el «tributo» anual, los desertores
serían entregados, los prisioneros

de guerra romanos rescatados al precio de ocho piezas de
oro por cada cautivo. Constantinopla aceptó.

Durante quince años las amenazas de Atila van a
concentrarse contra la corte de Teodosio II. La astucia de Atila
especulará con las dificultades militares del Imperio de
Oriente -la amenaza de los vándalos a sus comunicaciones
marítimas, el peligro constante en la frontera persa- para
imponer a la corte bizantina más pesados
gravámenes. Y cuando la hacienda imperial, exhausta, no
pueda satisfacer las exigencias de Atila, será la
guerra.

Para iniciarla, el rey de los hunos escogerá el
momento más favorable: cuando los ejércitos
imperiales combaten lejos del territorio balcánico, en el
frente del Eufrates, o en el mar pirateado por los
vándalos. Es entonces cuando los jinetes hunos saquean las
ciudades balcánicas: Naiso (Nich), Singiduno (Belgrado),
Sirmio, la llave del frente danubiano. En 443 el Imperio de
Oriente ha de aceptar una paz humillante: el tributo anual,
triplicado, asciende ya a 2.000 libras de oro; es necesario,
además, entregar a los hunos otras 4.000 libras de oro por
indemnización de guerra y devolverles todos sus vasallos
tránsfugas.

En 445 fue asesinado el insignificante Bleda, y Atila
tuvo desde entonces un ilimitado poder sobre todas las tribus
hunas y los vasallos germánicos de su Imperio. Prisco,
bien informado siempre, asegura que Atila se proponía,
como Alejandro y César, conquistar el Imperio
sasánida, avasallar al emperador de Constantinopla y
extender en Occidente su poder hasta las islas
oceánicas.

En 447 Atila emprende una nueva ofensiva contra
Constantinopla. Las huestes hunas atraviesan el Danubio, saquean
la provinccia de Mesia, alcanzan las Termópilas. Teodosio
II pide la paz, y Atila hace una propuesta sorprendente: el
establecimiento de una frontera deshabitada, desde Nich a
Belgrado, en una profundidad de cinco jornadas de camino.
¿Renuncia sincera a los territorios situados al sur del
Danubio? ¿Deseo del nómada de evitar ,a su pueblo
el contacto con una civilización despreciada?

La corte de Atila

En 449 Teodosio II envía al rey de los hunos una
nueva embajada. En la comitiva figura uno de esos griegos de
mirada penetrante, grandes conocedores de hombres, que han
enriquecido la historiografía helénica con retratos
de una precisión y claridad perfectas. Prisco nos ha
legado unas páginas de valor inestimable sobre la corte de
Atila. Este pueblo nómada que está
transformándose en Estado sedentario tiene un esbozo de
residencia fija en la llanura húngara. La mansión
real es todavía de madera, construida con piezas
admirablemente labradas y adornadas con bajorrelieves. El
edificio se levanta sobre un altozano que domina las restantes
construcciones, y lo rodea una empalizada reforzada por torres.
En derredor se erigen las otras viviendas, también de
madera. En el interior del recinto real está situada la de
una de las mujeres de Atila,. a la que Prisco nos describe,
extendida sobre un mullido tapiz, en una habitación
alfombrada de lana, recibiendo los regalos de la corte de
Constantinopla. Rodean a la esposa real sus sirvientas, sentadas
en círculo, trabajando en esos bordados de colores vivos.
que adornan profusamente los vestidos orientales.

El alojamiento de Onegesio, el súbdito más
distinguido por el emperador huno, es casi tan lujoso como el de
Atila, y está rodeado también por un recinto
estacado, pero sin torres.

Los baños son la única construcción
de piedra, trabajosamente acarreada desde Panonia, obra de un
arquitecto romano prisionero. El pueblo vivía en chozas y
tiendas.

El ceremonial de esta corte es tosco, pero de una severa
grandeza. Cuando Atila llega a la residencia real es recibido por
un coro de muchachas que cantan himnos «escitas».69
Avanzan en filas de siete, bajo cintas de finísima tela
blanca sostenida por otras jóvenes. A la puerta de la
residencia de Onegesio la esposa del favorito ofrece a Atila
manjares y vino, que el rey acepta sin desmontar.

La etiqueta del banquete ofrecido por Atila a los
embajadores bizantinos está rigurosamente dispuesta. Cada
invitado ocupa el lugar que corresponde a su rango. Onegesio se
sienta a la derecha del khan, y el hijo mayor de Atila, Elac, en
el lecho real, al lado del soberano, aunque en toda la comida no
levanta la mirada por respeto a su padre. Cuando la comida
termina, dos poetas cantan las victorias de Atila. Los versos
encienden el entusiasmo de los jóvenes y hacen llorar de
nostalgia a los viejos que ya no participan en las batallas.
Después unos bufones restablecen con sus zafias agudezas-
el regocijo tumultuoso de la concurrencia. Entre las risas y los
gritos Atila permanece impasible. Sus invitados han sido servidos
en vajillas de oro y de plata; él, en una de madera. Viste
con una orgullosa sencillez. Ni su espada, ni su calzado, ni los
arneses de sus caballos llevan, corno los de sus nobles, adornos
de oro y de piedras preciosas.

Prisco nos ha dejado de él un retrato
inolvidable. Corta estatura, ancho de espaldas, cabeza grande,
ojos pequeños y hundidos, nariz achatada, cabello canoso,
barba rala, tez aceitunada. Estos rasgos, más
mongólicos que hunos, los ha heredado de las alianza de
sus antepasados con princesas chinas.

La rigidez de su pequeño cuerpo es un reflejo del
sentimiento de su poder, de la conciencia de su superioridad. Uno
de los miembros de la expedición, el intérprete
Vigilio, llevaba la misión de conseguir por medio del
soborno el asesinato de Atila. La conspiración fue
descubierta por el propio sobornado. El khan no tomó
ninguna represalia; despidió a los embajadores, y al mismo
Vigilio, con abundantes regalos, y a continuación
envió un representante suyo a Constantinopla con este
altivo mensaje: «Teodosio es hijo de ilustre y respetable
linaje; igualmente Atila desciende de noble estirpe y ha
mantenido con sus actos la dignidad heredada de su padre
Mundziuch. Pero Teodosio ha faltado al honor de sus ascendientes
y, al consentir en el pago de un tributo, se ha degradado hasta
la condición de esclavo. justo es, pues, que rinda
acatamiento al hombre a quien mérito y fortuna han puesto
por encima de él, y se guarde de atentar en secreto, como
vil esclavo, contra su señor.» Teodosio II se
humilló y pagó mayores tributos.

F. Lot sostiene que si Atila hubiese sido un
auténtico conquistador, en la década de 440 a 450
se hubiera apoderado de Constantinopla.70 Amaba la guerra, pero
sabía renunciar a ella cuando creía que la paz
podía favorecerle. Era imperioso, violento,
colérico, pero nunca sordo a las súplicas. Astuto,
audaz, brutal, pero desarmado fácilmente por la
adulación. Intratable si la corte de Constantinopla le
enviaba como embajadores a funcionarios subalternos, aceptaba
proposiciones ventajosas para Teodosio II cuando los
representantes del emperador eran personalidades del rango
más elevado. El "azote de Dios", como le llamaron sus
atemorizados enemigos, no era más pérfido que un
Valentiniano III ni más cruel que un Genserico. Conductor
de una fuerza destructora que le arrastraba a la guerra por la
guerra misma, tal vez no hubiese podido detener esta corriente
gigantesca en el caso de habérselo propuesto.

Cambio de política de Atila: ruptura con
Occidente

La actitud de Atila en las negociaciones mantenidas con
los embajadores bizantinos durante la primavera de 451 fue
inesperadamente conciliadora. Se comprometió, bajo
juramento, a respetar el tratado de 448. Renunció a su
proyecto de una vasta frontera desértica al sur del
Danubio. Si el Gobierno imperial no acogía más
desertores hunos, Atila se olvidaría de los que
permanecían en territorio bizantino. Y llevaba su
generosidad al extremo de devolver sin rescate a la
mayoría de los prisioneros romanos.

Este cambio sorprendente tenía su
motivación. Atila quería asegurar la paz en la
frontera del Danubio inferior porque preparaba una campaña
contra el Imperio de Occidente. Esta decisión no era
caprichosa, sino la consecuencia de una complicada mudanza
diplomática.

Hacía tiempo que el monarca vándalo
Genserico incitaba a Atila contra los visigodos,71 la
única fuerza militar importante en Occidente. El rey huno,
que se había hecho nombrar, como tantos jefes
bárbaros, magister militum del Imperio, pudo planear el
aniquilamiento de los visigodos sin que esta campafia pareciese
una amenaza para el gobierno de Rávena. Para los hunos,
los visigodos que habían rehuido su soberanía en
376 atravesando el Danubio, eran súbditos fugitivos que
merecían un castigo.

Una querella de familia entre Valentiniano III y su
hermana Honoria, casada contra su voluntad por el emperador,
movió a la nieta de Teodosio el Grande a pedir ayuda al
khan de los hunos al parecer ofreciéndosele como esposa.72
Atila no desperdició esta inesperada ocasión para
exigir, en nombre de Honoria, una participación de la
princesa en el gobierno imperial.73 La corte de Rávena
rechazó esta demanda. Honoria no podía casarse con
Atila porque era esposa de un senador romano, y como mujer, no le
correspondía la dignidad imperial.

La ruptura de Atila con la corte romana no implicaba
necesariamente la enemistad con Aecio, unido a los hunos por
treinta años de alianzas. Pero la cautela
diplomática de Atila aparecía cegada por una
desmedida confianza en sus fuerzas. Al apoyar las pretensiones a
la corona de los francos «ripuarios» de un rival del
príncipe franco protegido por Aecio, se granjeó la
malquerencia del generalísimo romano. Cuando una nueva
embajada huna insistió en los derechos de Honoria a la
mitad del Imperio de Occidente, la respuesta del emperador y de
su patricio Aecio fue rotundamente negativa.

Atila se enemistó a un tiempo con los visigodos,
con los francos, con Valentiniano M y con Aecio. Muerto Teodosio
II, el nuevo emperador de Oriente le negó el tributo
anual. Era una situación nueva que hubiera requerido
prudencia, negociaciones, tiempo. Pero el khan de los hunos se
obstinaba en un proyecto arriesgado con una obcecada tenacidad.
Los informes del jefe de los bagaudas Eudoxio no mentían
al aseverar la debilidad militar del Imperio de Occidente. Pero
era demasiado aventurado desafiar a la vez a romanos, visigodos y
francos, induciéndoles a una alianza contra el
señor de las estepas.

Invasión de la Galia, sitio de Orleáns
y batalla de los Campos Mauriacos

A comienzos de 451 Atila emprendió la ofensiva,
encaminándose a la Galia, En su ejército,
exageradamente cifrado en medio millón de combatientes,
había ostrogodos, gépidos, esciros, rugios. Antes
de partir intentó evitar la coalición de romanos y
visigodos. Dirigió una carta a Valentiniano III
asegurándole que sólo se proponía someter a
los visigodos, y envió una embajada a Teodorico I para
garantizarle que sólo pelearía contra los
romanos.

Teodorico I y Aecio estaban enemistados. Pero la corte
imperial consiguió en el último momento la alianza,
que sería fatal a Atila, con el rey visigodo.

Mientras los hunos pasaban el Rin, incendiaban Metz y,
siguiendo la calzada romana por Reims y Troyes, llegaban a
Orleáns, puerta de la Aquitania visigoda, Aecio
reunía tropas en la Galia:74 francos
«ripuarios», sajones, alanos, burgundios, hasta
bagaudas. Burgundios y bagaudas habían sido adversarios
encarnizados de Aecio, pero odiaban más a los hunos.75 A
estos heterogéneos contingentes se unió el fuerte
ejército visigodo, que dirigía su rey Teodorico
I.

Esperando la ayuda de Aecio, Orleáns
resistió. Las murallas, parcialmente destruidas por los
asaltantes, fueron reparadas por los habitantes de la ciudad,
alentados por su obispo san Aniano.76

Los ejércitos de Aecio y Teodorico I llegaron en
el último momento, cuando los hunos tenían ocupada
parcialmente la plaza. Atila ordenó la retirada,
recorriendo la calzada romana en sentido inverso al que
habían seguido sus tropas el mes anterior: Orleáns,
Sens, Troyes. Cerca de esta última ciudad, en una llanura
apropiada para las maniobras de la caballería, se
libró la batalla de los Campos Mauriacos.77

Los adivinos consultados por Atila auguraron una
derrota, pero también la muerte del jefe enemigo. El khan
huno creyó que el vaticinio se refería a Aecio, y
decidió que la eliminación del generalísimo
romano bien merecía un revés militar, cuya
importancia podía reducirse iniciando la contienda en las
primeras horas de la larga tarde del solsticio de verano, para
que la oscuridad de la noche permitiera salvar a la mayor parte
de su ejército.78

El campo de batalla estaba dominado por una
pequeña colina, que ninguno de los dos adversarios pudo
ocupar en los primeros momentos. Los visigodos, en un ala de la
formación, se enfrentaban a los ostrogodos. En el ala
opuesta Aecio combatía contra los gépidos. El
generalísimo había colocado en el centro al rey
alano Singibano, de quien desconfiaba, a los borgoñones
federados y a los francos. En el campo enemigo Atila ocupaba el
centro con sus mejores tropas, y pudo romper con facilidad el
frente adversario. Pero el visigodo Turismundo, hijo de Teodorico
I, y Aecio se apoderaron de la colina, rechazando a los hunos que
intentaban alcanzarla. La caballería visigoda deshizo la
formación de los ostrogodos, y los jinetes de Aecio
desbarataron la de los gépidos. Amenazados por un
movimiento envolvente, los hunos se retiraron en la
confusión de la noche, buscando refugio detrás de
sus carros. Sólo a la mañana siguiente
apareció entre los innumerables muertos el cadáver
del rey Teodorico I. Los visigodos querían vengarlo. Sin
fuerzas para reanudar la batalla, los hunos podían ser
bloqueados por hambre y exterminados. Pero Aecio temía que
una gran victoria visigoda diera a estos federados poco seguros
un ascendiente peligroso en el declinante Imperio.
Persuadió a Turismundo a que regresara rápidamente
a Tolosa, para asegurar su coronación. Atila
encontró, gracias a Aecio, el camino libre para retornar a
Panonia.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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