Roma no había sufrido desde Cannas un desastre
militar parecido, comparó Amiano Marcelino. Las bajas
romanas excedieron de los dos tercios de las tropas. Valente
murió, con todos sus generales, y sus restos no fueron
encontrados.
En sí mismo, el combate de Andrinópolis,
como el de Cannas, no decidió el destino del Imperio. Los
vencedores no pudieron ocupar ni Andrinópolis ni
Constantinopla. Pero el Estado romano había agotado sus
defensas. Ya no eran posibles restauraciones como las realizadas
por Aureliano o Diocleciano. Las invasiones germánicas,
cada vez más impetuosas, no se
interrumpirían.
Notas
1 Además de los estudios citados en la
nota 1 del capítulo 1, pueden con. sultarse: A. PiganioL,
L'Empire chrétien (325-395) (de la Histoire
Générale de G. Glotz, t. IV, 2e. partie); 1. Vogt,
La decadencia de Roma, (200-500) Metamorfosis de la cultura
antigua. Ediciones Guadarrama. Madrid, 1968; E. STEIN, Histoire
da Bas-Empire, t. 1, De l´etat romain à lÉtat
bizantin, ed. fr. por 1-R. Palanque, 2 vols., París, 1959;
A. A. VASILIEV, Historia del Imperio bizantino, Ed. Iberia,
Barcelona, 1946; R. Paribeni, L'Italia impe. riale
d´Ottaviano a Teodosio, Milán, 1938 (t. 11 de la
Storia d´Italia illustrata); E. SCHWARTZ, El emperador
Constantino y la Iglesia cristiana, Ed. Revista de Occidente
Madrid, 1926; P. PETIT, Précis d'Histoire Ancienne,
París, 1962.
2 Mommsen la llama "germanización" (El
mundo de los Césares, op. cit., p. 154.
3 Supra, I, 2.
4 Supra, I, 2
5 MOMMSEN, Op. cit., PP. 293 y
ss.
6 MOMMSEN, Op. cit., p.
430
7 ¿Cuál ha sido la supervivencia de
la civilización romana en lo hispánico? Para
MENÉNDEZ PIDAL (Historia de España, Espasa-Calpe,
Madrid, 1935, Introducción al tomo II, pp. IX-XL) y para
Luis G. DE VALDEAVELLANO (Historia de España. De los
orígenes a la baja Edad Media Revista de Occi. dente,
Madrid, 1952), decisiva. La mima opinión, pero matizada,
sostiene C. SÁNCHEZ ALBORNOZ (España, un enigma
histórica, Ed. Sudamericana, 2 vols., Buenos Aires, 1962,
2.º edición, y en Proceso de la romanización
de España desde los Escipiones hasta Augusto, Buenos
Aires, 1949). 1, VICENS VIVES (Historia económica de
España, Barcelona, 1967, 5.1 edición) y 1. CARO
BAROJA (España primitiva y romana, t. I de la Historia de
la Cultura española publicada por Seix y Barra],
Barcelona, 1951-1957) mantienen una posición intermedia
entre estas interpretaciones y la de AMÉRICO CASTRO (La
realidad histórica de España, Editorial Parrua,
México, 1954), quien niega todo parentesco entre la
Hispania romana y la de la Reconquista.
8 Sup,a, I, 9.
9 Supra, I, 9.
10 SALOMON REINACH: Un homme 4 projets da
Bas-Empire», Revue Archéologique, 1922, 11, p.
205.
11 ROSTOVTZEFF, op, cit., t. II, p.
475.
12 ROSTOVTZEFF, OP. Cit., t. 11, p.
474.
13 Rostovtzeff, ap. cit., t. II, p.
474.
14 Supra, I, 2.
15 Lugar de nacimiento.
16 P. PETIT, op. cit, p. 327. Los historiadores
han llamado Bajo Imperio a la época de la historia de Roma
que empieza con el gobierno de los Severos.
17 A. PIGANIOL, OP. Cit., p.
494.
18 L. Brentano: Das Wirtschetsleben der Antiken
Welt, 1929, pp. 150 y ss. M. KASER: Derwho romano privado, 60,
11, 4.
19 En el año 305 Diocleciano, en un acto
históricamente insólito, como ,es la voluntaria
renuncia al poder, abdicó e hizo abdicar a
Maximiano.
20 Constantino llevó tan lejos el
principio hereditario como un rey carolingio o navarro de la Edad
Media.
21 Se le ha llamado novator turbatorque rerum,
innovador y transformador de las cosas.
22 Aunque sigan titulándose
pontífices máximos, es decir, supremos sacerdotes
de la religión pagana, hasta el 379.
23 Esta es la base del cesaropapismo del Imperio
de Oriente, manifiesto ya en el hijo de Constantino, Constancio
II, actitud que fue censurada por san Ambrosio y por san Juan
Crisóstomo.
24 Supra, I, 4.
25 Los partidarios de Juliano se preocuparon por
probar que el sobrino de Constantino había "rechazado" el
poder, según la vieja tradición republicana, y
sólo por las amenazas de sus soldados habla acabado por
aceptarlo.
26 Como en China en las dinastías Han,
occidentales y orientales. (206 a. de C. -220 d. de
C.).
27 II, 2.
28 II, 3; II 4.
29 La particióm no significaba la
existencia jurídica de dos Estados. Véase infra,
111, 5, y IV, 7.
30 Diocleciano había disuelto este
servicio de policía, que fue restablecido por
Constantino.
31 LOT, Op. Cit., PP. 80, 15 1,
32 En el año 312 fue disuelta
definitivamente la guardia pretoriana, sustituida por una guardia
palatina, similar a la de los reyes persas.
33 V. DuRuy, Histoire des Romains,
París, 1879-1885, VII, 206.
34 Lot, op. cit., P. 87.
35 A. PIGANIOL, L´Empire
chrétien, 332.
36 LoT, op. cit., p. 402.
37 VOGT, OP. Cit., PP. 146
ss.
38 P. PETIT, op. cit., p. 320.
39 El legado de Roma, op. cit., p. 98.
40 Además de la bibliografía
incluida en la nota 47 del capítulo 1, y del bello estudio
de Schwartz, op. cit., Histoire de l´eglise depuis les
origenes jusqu´a nos jours, de A. FLICHE y V. MARTIN, t.
III; De la paix constantinienne a la mort de Théodose, de
P. DE LABRIOLLE, G. Bardy, J-R, PALANQUE, París, 1936; G.
Boissier «La fin du paganisme, étude sur les
dernières luttes religieuses en Occident au IVe
siècle" París, 1891.
41 I, 6.
42 El año 305 Diocleciano abdicó y
obligó a Maximiano a abdicar. Los Césares
Constancia Cloro y Galerio fueron designados Angostas, siendo
nombrados Césares Maximino Dala y Severo. Al morir al
año siguiente Constancia, fue designado Augusto Severo,
siendo Licinio el nuevo César. Pero esta tercera
tatrarquía se deshizo: 1) por la muerte de Severo, el 307;
2) por las proclamaciones como Augustos de Constantino -hijo de
Constancia Cloro- y de Majencio -hijo de Maximiano- realizadas
por las legiones, en las que había prendido el principio
dinástico; 3) por el regreso al poder de Maximiano.
Llegaron a ser cinco los Augustos. La confusión fue
aclarándose por la muerte de Maximiano, ordenada por
Constantino (310); la muerte natural de Galerio (311); la de
Majencio , en su lucha con Constantino (312) y la de Maximino
Daia, vencido por Licinio (313). De 313 a 324 reinaron Licinio en
Oriente y Constantino en Occidente.
43 La cruz, según Lactancio. El monograma
que enlaza las letras X y P, según Eusebio de
Cesárea en su Vida de Constantino. La conocida leyenda que
Constantino referiría a Eusebio de [Cesárea, fue
elaborada más tarde. Eusebio no la hubiera omitido en su
Historia eclesiástica. Según LOT (Op, cit., 28)
Constantino hizo grabar sobre el broquel de sus soldados el
nombre de Jesucristo en griego. El lábaro o pendón
fijo a un asta ter-minada por una corona es posterior, de 317,
fecha en que Constantino designó Césares a sus
hijos Crispo y Constantino.
44 SCHWARTZ, Op. Cit., PP.
109-110.
45 Licinio al prefecto de Nicomedia, según
Lactancio, De mortibus persecutorum, 48, 4-8, y Eusebio, Historia
eclesiástica, X, 5, 6-9: «Hemos querido hacer
conocer esto a Tu Excelencia de la manera más precisa,
para que no ignores que hemos concedido a los cristianos la
libertad más completa y más absoluta de practicar
su culto. Y puesto que la hemos, concedido a los cristianos, debe
ser claro a Tu Excelencia que a la vez se concede también
a los adeptos de las otras religiones el derecho pleno y entero
de seguir su costumbre y su fe y de usar de su libertad de
venerar los dioses de su elección, para paz y tranquilidad
de nuestra época. Lo hemos decidido así, porque no
queremos humillar la dignidad ni la fe de nadie». El
rescripto de Licinio ordena también devolver a los
cristianos las casas particulares e iglesias
confiscadas.
46 Principales opiniones: 1) A Constantino
sólo le movió el interés político. Es
el criterio de Burckhardt, Harnack, V. Duruy, Schwartz,
Grégoire. 2) Fue fetichismo de la cruz, creencia
supersticiosa de que el símbolo que hizo colocar en los
estandartes de sus soldados antes de la batalla del puente Milvio
le había dado la victoria, idea que le sugerirían
hábilmente personajes de su corte, como el obispo de
Córdoba, Osio, Es la tesis de 0. Seek. 3) Fue un creyente
convencido, según Boissier Lot, Palanque. 4)
Confundió el cristianismo con una gnosis
filosófica, a inicia de Stein, Salvatorelli,
Piganiol.
47 La manumisión ante un funcionario civil
exigía numerosas formalidades secundarias. Al suprimir
éstas en la manumisión ante un sacerdote,
Constantino daba más valor al testimonio de un
clérigo que al de sus propios magistrados (SCHWARTZ, Op.
cit., P. 114).
48 Aunque esta orden no fue respetada hasta
comienzos del siglo y, cuando Prudencio reclamó su
cumplimiento.
49 PIGANIOL, L´Empire chrétien, op.
cit., p. 27. Los clérigos y monjes eran llamados
filósofos. Al abolir las leyes de Augusto sobre el
matrimonio, Constantino pensaba favorecer a «los que viven
para filosofar".
50 SCHWARTZ, OP. Cit., P. 118.
51Los donatistas (llamados así por el nombre de
su jefe, el antiobispo de Cartago, Donato) se negaban a readmitir
en la comunidad a los cristianos que habían abjurado en
tiempo de las persecuciones. En esta actitud rigorista
había un fondo revolucionario, relacionado con el
descontento social de las clases pobres africanas. Donato fue
excomulgado. Sus partidarios apelaron al emperador, y
Constantino, para quien la unidad de la Iglesia era un objetivo
primordial, convocó el sínodo de Arles (314), que
confirmó la condena de Donato. Perseguidos más
severamente desde entonces los donatistas reprocharon a la
Iglesia su traición al espíritu del cristianismo a
cambio de la protección imperial, Cuando Constantino quiso
someterlos por la violencia, los donatistas se unieron a los
circuncelianos, campesinos sublevados contra los terratenientes
romanos, como los bagaudas galos. La rebelión tuvo
entonces un carácter más social que religioso. No
se extinguió hasta el siglo V.
52 E. VACAUDARD, Etudes de critique
et d´historie religieuse, París, 1905; A. HARNACK,
Militia Chisti, 1906.
53 E. SCHWARTZ, Op. cit., pp,
187-204.
54 A. PIGANIOL, op. cit., p.
43,
55 A. PIGANIOL, op. cit., p.
368.
56 Evangelio de San Mateo, 16, 18.
57 L. BRÉHIER et P. BATIFFOL,
Les survivances du culte imperial romain. París,
1920
58 La palabra misa, cuyo sentido y origen
permanecen oscuros, no aparece hasta fines del siglo IV, empleada
por san Ambrosio (PIGANIOL, op. cit., p. 373).
59 B. BOTTE: Les origines de la Noél et de
I'Epiphanie, Lovaina, 1932.
60 I, nota 40.
61 Mas ninguna otra religión ha
enaltecido, como el cristianismo, a sus mártires, cuyo
culto es más popular que el de los otros
santos.
62 Según Toynbee, hay en el alma humana
una sed de dioses. Derribados, por el monoteísmo, se
deslizan dentro de él: doctrina de la Santísima
Trinidad, adoración del Cuerpo y de la Sangre de Cristo,
culto de la Madre de Dios, de los santos, etc. El islamismo -y
también, aunque con menos rigor, el protestantismo-
serían intentos más felices de restauración
del monoteísmo (Estudio de la Historia, VII-XII,
293).
63 ROSTOVTZEFF, Op. Cit., 11, p.
410.
64 A. PIGANIOL, op. cit., p.
376.
65 I, 5, BURCKHARDT, op. cit., p.
106, sugiere que los reclusi egipcios en tomo al templo de
Serapis pudieran ser los directos precursores de los anacoretas
cristianos.
66 J. M. BESSE, Les moines d'Orient jusqu'au
concile de Chalcédonie, París, 1900.
67 A. PIGANIOL, Op. cit., pp. 380 s.
68 E. Ch. BABUT, Priscillien et le
Priscillianime, París, 1909; MENÉNDEZ PELAYO,
Historia de los heterodoxos españoles, B. A. C., Madrid,
1956, I, pp. 133 ss. Menéndez Pelayo es muy severo con el
priscilianismo.
69 El término pagano aplicado a los
practicantes de la religión destronada, aparece por
primera vez en una ley de Valentiniano Ien 370. Probablemente,
paganos y gentiles fueron palabras sinónimas, como dice el
Código Teodosiano. Es indudable que las gentes del campo
(pagus) permanecieron aferradas a sus antiguas creencias durante
varias generaciones.
70 B. FARRINGTON, Ciencia y
política en el mundo antiguo, pp. 61, y ss.
71 EUSEBIO DE CESÁREA, Elogio de
Constantino, Vida de Constastino; JULIANO, Panfleto sobre los
Césares; Zósimo Historia nova, II, p. 29, atribuye
una influencia decisiva a las ejecuciones de Crispo y de Fausta
en la conversión personal del emperador. Constantino como
Octavio Augusto, había castigado a los suyos en nombre de
la moral, que quería restablecer en la sociedad romana.
Consultó, según Zósimo, a los
filósofos, que le dijeron que sus Crímenes no
tenían absolución. Pero «un egipcio llegado
de España» le aseguró que el cristianismo
perdonaba todas las faltas, y entonces el emperador se
convirtió. Ese egipcio llegado de España
¿sería Osio, cuya nacionalidad nos es desconocida?
Pero Osio era ya consejero de Constantino cuando acaecieron estos
hechos, no anteriores al 326, fecha de la ejecución de
Crispo. La leyenda de Zósimo no parece verosímil,
aunque es posible que la muerte de Crispo y de Fausta permitiese
a algunos clérigos del séquito de Constantino una
mayor privanza en el ánimo del emperador.
72 J. Burckardt,, Del paganismo al cristianismo;
H. LIETZMANN, Op. Cit.; C. BARBAGALLO, «L'Oriente e
l´Occidente nel mondo romano », Nuova Rivista
Storica, VI, 141, 1922.
73 A. PIGANIOL, pp. 26-27, 70 y ss.
74 Contra Juliano, I, 21.
75 Sólo Galo y Juliano, hijos de Julio
Constancio, hermano de Constantino, se salvaron. Para BURCKHARDT
(Op. Cit., p, 324), el reparto de Constantino tendía
precisamente a impedir las matanzas sultánicas que
hubieran puesto en peligro la dinastía. Pero el
ejército entendió que sólo los hijos de
Constantino debían heredarle y eliminaron a Anibalino y a
Dalmacio.
76 La disputa renació cuando Constante,
católico ortodoxo, restituyó a Atanasio el obispado
de Alejandría. (Véase supra, II, 4.) Los arrianos,
perseguidos ahora, se reunieron en Antioquía, con el apoyo
de Constancio II El conflicto se agravó cuando el papa
Julio quiso imponer el arbitraje de Roma, La querella se
propagó de los obispos a los fieles, y degeneró en
motines callejeros en Constantinopla entre arrianos y nicenos. En
el concilio de Sárdica, los obispos nicenos occidentales
excomulgaron a los arrianos, reunidos en el sínodo de
Filipópolis (343). Estos excomulgaron a su vez a los
sinodales de Sárdica y rechazaron el acuerdo de recurrir
al obispo de Roma para resolver los conflictos entre las
comunidades provinciales. Pero entre los arrianos había
varias sectas: los homusianos (que afirmaban la similitud
sustancial del Padre y del Hijo); los homeanos (que creían
en una semejanza no sustancial), y los radicales o anomeanos
(partidarios de la doctrina de la diferente naturaleza del Padre
y del Hijo). Esta división debilitaba su fuerza frente a
los ortodoxos. "Cada año o cada mes damos una nueva
definición de la fe", escribía tristemente Hilario
(Contra Constancio).
77 ALLARD, Julien l'Aposlat, 1,
París, 1900
78 "Su querida Lutecia", la llama en una de sus
cartas. Es digna de atención la preferencia de Juliano por
aquella pequeña ciudad, que estaba destinada a ser siglos
más tarde, la capital intelectual del mundo occidental, la
heredera de la cultura clásica, que Juliano amaba
tanto.
79 Sin embargo, como las disensiones de los
obispos eran tan profundas que sólo la autoridad imperial
podía impedir el cima, la tolerancia de Juliano
facilitó el fortalecimiento de grupos heréticos,
como el de los donatistas.
80 «Hay que convencer con la
razón» (Epístolas, 114). Como decía
san Jerónimo "era una persecución dulce, que
atraía al sacrificio más que obligaba a él".
(Cronicon ad olympiadem).
81 Reconocía que el paganismo
"ha caído muy bajos (Opera, t. II).
82 FARRINGTON, Op. cit,, p.
47.
83 El filósofo pagano Libanio
ya comparó la belleza de ambas muertes.
84 Véase bibliografía del
capítulo I, notas 33, 34, 38, 45,160, especialmente el
libro de Farrington. Consúltense también:
Burckardt, Del paganismo al cristianismo, op, cit.; R. Turner,,
Las grandes culturas de la Humanidad, F. C. E., México,
1948, pp. 945 y ss.
85 FARRINGTON, ap. cit., pp. 28, 122
y ss., 202.
86 TATON, op. cit., 1, pp. 345, 408;
El legado de Roma, op. cit, pp. 353 a 427.
87 E. PETIT, Tratado elemental de Derecho romano,
Madrid, 1925, p. 55; El legado de Roma, op. cit., pp. 225 a
275.
88 I, 5.
89 ZIELINSKI, Historia de la civilización
antigua, edit. Aguilar, Madrid, 1934, p. 409.
90 La palabra clásico aparece por primera
vez en Aulo Gelio, autor latino de las Noches áticas,
libro de decadencia. Aulo Gelio emplea el término
«escritor clásico» en oposición a
"escritor proletario" Si consideramos que en Roma eran llamados
classici los ricos, el vocablo denuncia el evidente
carácter clasista de la cultura grecorromana.
91 W. JAEGER, Cristianismo primitivo y paideia
griega. Breviarios F.C, E., México, 1965, pp. 108 y
ss.
92 Mommsen, op. cit., P. 431; H.
HEDÍN, op. cit., J., p. 370.
93 Ocasionada probablemente por guerras
intestinas entre ostrogodos, burgundios y alarnanes.
94 Una excelente exposición de conjunto
sobre el nacionalismo egipcio bajo la dominación romana,
en 1. BURCKHARDT, Op. Cit., PP. 112 y ss.
95 A la bibliografía de la nota 60 del
capítulo 1, pueden agregarse: Histoire de l'art bi—tin,
publicada por Ch. Diehl, París, 1933; L. BRÉHIER,
L'Art chrétien, París, 1928; 0. MARUCCHI, Manuale
di Archeologia cristiana Roma, 1933.
96 Entre las construcciones religiosas de
Constantino merecen mención especial las de los Santos
Lugares. En el Gólgota, cuyo emplazamiento sitúa la
tradición en el centro de Jerusalén, lo que no deja
de ser extraño Allí se edificaron: el Santo
Sepulcro, llamado después iglesia de la
Resurrección, de planta circular; más al este, la
gran basílica, que debla rebasar en grandiosidad a todas,
concluida el 335. Entre ambas edificaciones, en el lugar donde
los judíos decían haber hallado la tumba y el
Cráneo de Abraham, en el centro de Jerusalén -y de
Palestina y del mundo, según los judíos- y
próxima a una gruta donde los paganos adoraban aún
a Afrodita, se erigió una cruz monumental, conmemorativa
de la verdadera Cruz, hallada, según una tradición
de la época de san Ambrosio, por santa Elena, madre de
Constantino. Santa Elena había regalado trozos de la cruz
a varias iglesias.
97 La Iglesia proclamaba su triunfo con esta
riqueza ornamental.
98 Res gestae, XVI, 10, 13-17.
99 Alineamiento horizontal de cabezas, que luego
se reitera en relieves y mosaicos bizantinos y
medievales.
100 A. HAUSER, OP. Cit., 1, p. 167.
101 La corona le fue entonces ofrecida al
prefecto del pretorio Salustio, pagano y amigo íntimo de
Juliano, quien la rehusó, volviendo a rechazarla a la
muerte de Joviano.
102 Joviano era cristiano, y su
proclamación acaso fuera un compromiso entre el
ejército de Oriente, muy cristianizado, y el potente
ejército de Iliria
103 El Senado de Constantinopla quedó
equiparado al de Roma Desde ese momento el Imperio ya no
volvió a estar unido más que durante tres meses, de
septiembre de 394 a enero de 395.
104 I, 8.
105 Las culturas sedentarias
más importantes nacieron en los valles de los grandes
ríos: Amarillo, Indo, Eufrates-Tigris y Nilo. Estas cuatro
civilizaciones -la chína, la hindú , la
mesopotámica y la egipcia- se hallaron
geográficamente aisladas por desiertos, estepas, mesetas
hostiles; y las tres primeras separadas entre sí por las
enormes montañas y mesetas de la Alta Asia.
Posteriormente, surgieron las dos grandes civilizaciones
mediterráneas, la oriental
grecohelenística
y la occidental romana.
106 Como el Imperio romano en Bizancio,
después de la Caída de Occidente en poder de los
bárbaros germanos. Para la historia de los hunos,
véase F. ALTHEIM, Op. Cit., PP. 158 a 172.
107 Llamados desde el siglo v ostrogodos o
« godos brillantes », en oposición a los
visigodos o "godos prudentes* (y no godos del este y del oeste
respectivamente, según F. LOT, Op. Cit., p,
169).
CAPITULO III
Las reformas de Diocleciano y de Constantino
revitalizaron, por muy breve tiempo, el gastado organismo del
Estado romano. Pero la obra de estos emperadores, más que
una restauración, fue una compostura. Las drásticas
medidas adoptadas por la monarquía absoluta devoraron el
remanente de vitalidad que la sociedad romana conservaba,
dejándola sin defensas contra la
barbarización.
Después de la batalla de Andrinópolis,
cuando la guerra despertaba en las regiones fronterizas con
indicios evidentes de empeoramiento, los problemas internos se
agravaron también: la presión fiscal, necesaria
para acopiar más recursos bélicos, drenaba la
declinante riqueza privada de Roma; el patronato 2 socavaba la
autoridad del Estado; faltaban soldados y labradores; y al
antagonismo entre ricos y pobres, a la hostilidad entre curiales
y campesinos, sé sumaban ahora las querellas religiosas
para acrecer el desajusté de la sociedad
romana.
1. De la economía dirigida al cantonalismo
económico 3
La producción de riqueza dibuja una curva
ascendente en la primera mitad del siglo iv, para incidir a fines
del mismo siglo en el deterioro económico de las
provincias occidentales del Imperio, mientras las orientales
conservan su prosperidad.4
— El panorama de la economía romana en el siglo
iv es menos sombrío que el de la centuria anterior- El
desplome del poder romano en el siglo v no se explica sólo
por una crisis económica. Si falta mano de obra, se cubre
en parte con el asentamiento de labradores germanos y con una
modesta pero positiva mecanización del campo: el tratado
agrícola de Paladio, redactado a fines del siglo iv, nos
informa de la generalización del uso del carrosegadora en
las planicies de la Galia del Norte. Si se abandona el cultivo de
las tierras menos fértiles, las que se labran dan las
cosechas acostumbradas. El cultivo de la vid se extiende a la
región ¡lírica comprendida entre el Save y el
Danubio, y aumenta en la Galia, que produce vinos de alta calidad
(Mosela, Burdeos). La abundancia de oro está testimoniada
por los escritos epocales: San Ambrosio de Milán menciona
los tahalíes y collares de oro de los soldados. Santa
Melania encuentra en una de sus habitaciones, al hacer inventario
de sus bienes, 45.000 solidi.5 Libanio señala que los
obsequios acostumbrados en trigo y vestidos de los litigantes a
los jueces se hacen ahora en oro y en plata.
– La producción minera y metalúrgica
mantiene niveles parecidos a los de tiempos anteriores ; se
explota el hierro de la Nórica y de las islas de Elba y
Cerdeña; el estaño de Lusitania y Galicia; el cobre
de Huelva y de la península balcánica; el oro de
España, Tracia y Cerdeña; la plata de
Cerdeña, Bretaña y España. Si el Estado
reduce las exportaciones de algunos metales, es por motivos
relacionados con la situación militar.
La fabricación de vidrio en la región
renana progresa técnicamente, y el vidrio es exportado
desde Colonia a Escandinavia y hasta Asia. El comercio romano con
Oriente es intenso. La paz con los persas sasánidas
favorece los intercambios con China y la India, de las que llegan
sedas, perfumes, perlas, y a las que se venden metales preciosos.
Este tráfico enriquece las ciudades sirias, y mientras la
ciudad de Roma languidece, resplandecen Antioquía,
Alejandría, y sobre todas, Constantinopla.
La disminución de los terrenos
cultivados
Pero el fulgor de este cuadro podría
desorientarnos. Existen otros aspectos menos
venturosos.
Durante el reinado de Honorio se desgravaron por
improductivas 130.000 hectáreas de tierra en Italia,
350.000 -casi la mitad de la superficie cultivada- en Africa
romana, 450.000 -más de la mitad cultivable- en Bizancio.
El Estado romano, que vivía de los tributos, quiso
contener la alarmante reducción de unidades fiscales; se
prohibió a los herederos renunciar a los baldíos;
se ordenó que, en las ventas de fincas rústicas,
fuese incluido un lote de tierras improductivas (adjectio); se
gravó la tributación de los terrenos abandonados a
la colectividad o al propietario a que habían pertenecido.
Una ley de Teodosio I daba al cultivador de añojales
derechos perpetuos sobre el erial labrado, con sólo el
pago de una renta. La copiosa legislación para reanimar
los cultivos conservada en el Código Teodosiano evidencia
que estas disposiciones imperiales no tuvieron
eficacia.
El declive de la esclavitud y el desarrollo de la
servidumbre
El acaecimiento característico de la vida
económica del siglo IV es la declinación de la
esclavitud, sustituida por otras estructuras
socioeconómicas, como el colonato,6 y la
militarización de los obreros en las fábricas del
Estado. El esclavo rural no desapareció, pero ya no
trabajaba en las grandes explotaciones; tomaba tierras en
arriendo y las cultivaba en un régimen
prácticamente similar al del colonato.
Los latifundios abandonan la agricultura extensiva,
sustituida por el sistema de pequeñas explotaciones
arrendadas. La decadencia de la producción agrícola
en gran escala es la consecuencia de la decrepitud de la
economía monetaria de mercado, sustituida por la
economía doméstica del trueque de productos. El
fundo-se dividía en dos partes: el propietario se
reservaba la más pequeña próxima a su
«villa», la "terra indominicata", y dividía la
mayor en parcelas, de una extensión equivalente a una
unidad fiscal, trabajadas por colonos, por bárbaros
"tributarii" 7 o por esclavos.
El estado de los colonos empeoró. Una ley de 396
les privaba del derecho de litigar contra su señor,
porque, según el Código de Justiniano, « su
condición es una especie de esclavitud». La
situación del colono era similar a la del esclavo, con la
ventaja jurídica para el Estado de que el colono
podía ser llamado al servicio militar.
Los dominios señoriales y las aldeas de
campesinos libres
Hasta tiempos de Teodosio I muchos pueblos habían
resistido con éxito la presión señorial. Los
campesinos de estas aldeas conservaban su libertad protegidos por
el Estado, aunque por motivos fiscales. Pero Teodosio
derogó la ley que daba a los labriegos preferencia en la
compra de las tierras del consorcio de campesinos, contribuyendo
así a la absorción de estos burgos libres por los
grandes latifundios.
Se desconoce la extensión que llegaban a alcanzar
estas propiedades. A fines del siglo IV una finca de 260
hectáreas era estimada por su propietario como
<<pequeña herencia>>.8 Muchos terratenientes
poseían varios fondos. Un solo dominio de santa Melania,
situado en Sicilia, abarcaba 60 aldeas y trabajaban en él
400 esclavos.
El régimen agrario de Egipto es mejor conocido,
por la abundante documentación papirológica.
También en el valle del Nilo la gran explotación
era sustituida por pequeños predios rústicos
arrendados a campesinos libres, que acababan por quedar
hereditariamente encadenados en el colonato. Pero
subsistían más pueblos de labradores
pequeños propietarios, los vici, organizados en
consorcios protegidos por el Estado, aunque en ocasiones los
emperadores regalaran a sus favoritos aldeas enteras, creando con
estas munificencias nuevos señoríos. En Egipto,
como en Occidente, la gran propiedad creció también
a expensas de las tierras del Estado (patrimonio), que los
emperadores cedían en arriendo, y hasta de los dominios
que formaban los bienes privados del príncipe (res
privata).
En cambio- en Siria del norte se inició en el
siglo IV una decadencia de la gran propiedad, de la que se
beneficiaron los pequeños propietarios. La
nivelación de fortunas favoreció una prosperidad
económica que testimonian las numerosas colonias de
comerciantes sitios establecidos en Occidente en el siglo V.
Sólo las iglesias y monasterios conservaron en Siria sus
latifundios.
La economía dirigida
La industria urbana libre desapareció
gradualmente, nacionalizada por el Estado, que quería
asegurar el suministro de manufacturas necesarias para la guerra,
o atraídas por los fondos, en los. cine se empezaban a
producir todos los bienes que los habitantes. del
señorío necesitaban. El oro ahorrado era invertido
por los propietarios en la adquisición de los objetos de
lujo que los mercaderes. orientales les procuraban.
Las corporaciones de artesanos, que el Estado
había favorecido, en el siglo III, 9 fueron siendo
estatificadas. Las que interesaban más al Estado
disfrutaron de una protección especial: poseyeron bienes
inmuebles, formaron asambleas (concilia) y tuvieron sus propios
cultos religiosos; sus jefes (patroni) recibieron títulos
honoríficos; los miembros de las corporaciones quedaron
exentos, por una ley de Constantino, de prestaciones personales.
Pero todos estaban sujetos a la misma disciplina militar, y
sólo en apariencia eran libres.
Las fábricas del Estado estimularon el progreso
técnico. La fabricación de armas alcanzó un
alto nivel. Los catálogos de precios de los tejidos
descubren una inesperada variedad de calidades.
La economía libre fue extinguiéndose, a
medida que el Estado establecía nuevos monopolios y
acaparaba progresivamente el comercio exterior. Teodosio 1
prohibió a los comerciantes privados la importación
de la seda, y la exportación de hierro, bronce, oro, vino
y aceite había cesado en el transcurso del siglo IV.
Sólo subsistió, al margen de la
fiscalización estatal, el comercio de mercancías
preciosas, que los comerciantes sitios traían a los
escasos pero ricos clientes de Occidente: la mirra y el incienso
de Arabia, la seda china, las perlas y el marfil de la India.
Quizá la época más próspera del
comercio oriental fue la del ocaso de Roma.
El cantonalismo económico de los
latifundios
Esta política económica del Imperio
sólo tenía un horizonte procurar al Estado los
crecientes e inmensos recursos que se necesitaban para costear la
ingente armazón burocrática de la
Administración, para remunerar generosamente a los
soldados, para comprar a los bárbaros, para procurar a la
plebe de las ciudades «el pan y los juegos». La
resistencia de la sociedad romana a las cargas tributarías
fue vencida por una intervención total del Estado en la
economía privada. Las empresas particulares fueron
requisadas. Los bienes de los panaderos, de los armadores o
navicularios, de los transportistas o catabolenses, bloqueados.
Mas como el Estado sólo se proponía reforzar su
sistema fiscal, y no estructurar una sociedad más justa,
respetó, hasta el límite de sus intereses, los
privilegios de los poderosos. Así se llegó a una
fórmula de nacionalización de la industria y de los
transportes en la que los capitalistas conservaron la
dirección de sus negocios, aunque bajo la
inspección del Estado, abismada en el exclusivo
móvil de sus propios ingresos.
La población campesina se sumió en la
servidumbre y en la miseria con una pasmosa docilidad.
Sólo en la Galia renació la rebelión de los
bagaudas al tiempo de las invasiones de los comienzos del siglo
V, insurrección que se propagó a España y
que el Estado romano sofocó con ejércitos
visigodos.
Los pequeños propietarios, estrujados por el
fisco, buscaron la protección de los grandes; al lado de
los colonos y esclavos, así como de los artesanos
incorporados a los fundos, escaparon a la tutela del Estado para
sumirse en el despiadado poder de los señores. Todo
contribuía a aumentar la potencia y la autoridad de los
terratenientes. Abandonando la corte y las ciudades, arraigados
en sus propiedades rústicas (que transformaron en unidades
económicas cerradas, los «señoríos
rurales»), iban a sobrevivir a Roma, señoreando la
vida económica y social del Occidente hasta el siglo
XI.
2. La sociedad civil: el patronato
Si en el siglo IV el Imperio romano no tuvo que soportar
una crisis económica pareja a la del siglo III, su
desvertebración social, en cambio, se agravó. El
régimen de castas, impuesto por la monarquía
absoluta, sólo favorecía a la más
encumbrada. El clarisimado, cuyos elementos más activos
eran altos funcionarios imperiales, invertía en fincas
rústicas el producto de sus usurpaciones, y se
transformaba en la clase de los grandes terratenientes,
poseedores de propiedades vastísimas como pequeños
principados. Los señores del campo y la Iglesia cristiana
fueron las dos únicas fuerzas sociales que pudieron
arrostrar sin deterioro los vendavales de las invasiones,
instalándose privilegiadamente en los Estados
germánicos que se iban constituyendo en las provincias
occidentales del Imperio.
La nobleza de Estado
La nueva aristocracia creada por el absolutismo
monárquico, vinculada a las funciones públicas,
empalidece el fulgor de la antigua nobleza senatorial. Su
escalonamiento jerárquico queda establecido por
Valentiniano 1 en cuatro categorías: a la más
elevada, la de los ilustres, pertenecen los prefectos del
pretorio, los prefectos de Roma y de Constantinopla, el cuestor
de palacio, los altos dignatarios de la corte, los jefes del
ejército; a los ilustres siguen los spectabiles
(respetables), altos funcionarios que no son jefes de servicio,
condes, duques, los gobernadores de provincias importantes;
integran los dos grados inferiores del clarisimado los
clarissimi, funcionarios que pertenecen al orden senatorial, y
los perfectissimi, tribunos militares y gobernadores de
provincias secundarias. Otras dignidades como las de conde y
patricio, tan generosamente otorgadas por Constantino, no se
adscribían a ninguna función ni
servicio.
Todos los nobles pertenecían al orden senatorial,
aunque muchos de ellos no estuvieran en Roma nunca. Otros fueron
incorporados al Senado de Constantinopla, que Constantino y sus
sucesores quisieran equiparar al Senado romano.
Las grandes fortunas de los funcionarios
imperiales
Las reformas de Diocleciano y de Constantino, de
indudable eficacia política, debilitaron las
energías creadoras de la población libre del
Imperio; paralizaron el desarrollo de actividades
agrícolas, industriales o mercantiles; pero no impidieron
a los funcionarios imperiales la formación de nuevas y
grandes fortunas, atesoradas por el fraude, la extorsión y
el soborno, aumentadas a costa de las rentas del Estado. Honrados
estos funcionarios con el orden senatorial, exentos de tributos
municipales, invirtieron el producto de los despojos infligidos a
los bienes privados y al Tesoro público en propiedades
rústicas, siguiendo la tradición romana.10 La
auténtica nobleza senatorial de Roma conservaba sus
grandes riquezas, y hasta se produjo una concentración de
bienes agrarios al extinguirse muchas familias ilustres. Un texto
muy citado del historiador griego Olimpiodoro asegura que a
principios del siglo v muchos nobles romanos obtenían de
sus fincas una renta anual de 4 000 libras (1330 kg.) de oro, sin
contar el vino, el trigo y otros productos en especie, cuyo valor
alcanza la tercera parte de la suma en efectivo. Símaco,
que gastó dos mil libras de oro en las fiestas que
celebraban la designación de su hijo para la pretura,
poseía tres casas en Reina, tres villas en las
proximidades de la ciudad, y otras propiedades en Italia central
y meridional, en Sicilia y en Mauritania. Melania la joven
libertó de una vez 8000 esclavos. Ella y su marido Valerio
Piniano tenían fincas en Italia peninsular, Sicilia,
España y Africa, hasta en la isla de Britania. Paulino de
Pella, nieto de Ausonio, gran propietario bordelés,
poseía bienes rústicos en el arrabal de Marsella,
en Epiro y en Grecia. Estos ejemplos podrían
incrementarse.
Esta nobleza estaba exenta de las cargas fiscales que
pesaban sobre las demás. Sólo tributaban un
impuesto especial, y aun de éste libraba el servicio en la
Administración imperial. La única liturgia
considerable estaba reservada a los elegidos para la pretura y
para la cuestura, que sufragaban los gastos ocasionados por los
juegos públicos celebrados durante el ejercicio de estas
magistraturas. El emperador, informado por los censores del
inventario de las grandes fortunas, designaba a los nobles
más acaudalados, y dictaba disposiciones para asegurar el
esplendor de los juegos.
A la delgadez de los gravámenes corresponde el
espesor de los privilegios. Los nobles están exentos de
los munera que obligan a las otras clases; escapan a las
obligaciones de los curiales. Sus fincas rústicas forman
unidades tributarías independientes, lo que las exime de
la colectiva responsabilidad fiscal. Al percibir directamente los
impuestos de sus colonos, pueden defraudar al Estado, y preparan
la inmunidad tributaría de la Edad Media. Eligen entre los
suyos los «defensores del Senado», que velan en cada
provincia por el mantenimiento de estas prerrogativas.
La vida de los nobles en las
«villas»
Parte de esta nobleza vive en Roma o en las grandes
ciudades del Imperio, en palacios que refulgen de oro, adornados
con ricos tapices de Sidón, perfumados con incienso, y en
los que ofrecen a sus invitados comidas de centenares de platos.
Pero la mayoría vive en el campo. Paladio describe la
mansión (pretorium) de un propietario, situada en una
elevación del terreno que domina el paisaje; junto a la
«villa», la pequeña torre del palomar, y
rodeando la casa, hermosos arriates de rosales. El señor
(dominus) ha abandonado la carrera de los honores y el servicio
del Estado. No hace inversiones industriales ni comerciales. Vive
de sus rentas, y amontona grandes cantidades de oro, amonedado, o
en lingotes o en objetos ornamentales. Su fortuna le permite
agrandar y embellecer la <<villa>> y la inseguridad
de la época le induce a protegerla con murallas reforzadas
por torres. Reside cada estación del año en una de
sus fincas de recreo, y conserva su casa de la ciudad.
La administración de sus posesiones requiere una
muchedumbre de administradores, notarios, recaudadores,
albañiles, carreteros y postillones, y miles de esclavos y
colonos. La auténtica vida rústica romana se
conserva en las propiedades dedicadas a la explotación
agrícola, donde el propietario pasa las fiestas paganas
del otoño. Pero la mayor parte del año, y los
años de la vejez -si ha servido en el ejército o en
la administración– los vive en la <<villa>> de
amplias estancias, de bien abastecida despensa, asistido por
numerosos criados y artesanos hábiles, visitado por amigos
y filósofos Con ellos caza, o juega a la pelota, o pasea a
caballo o en coche; después de la comida el señor
conversa con sus invitados; los temas de estas pláticas
son eruditos, o literarios, o mundanos; no faltan en esta vida
ociosa y refinada los placeres del teatro y del
hipódromo.
A fines del siglo IV el poeta Avieno nos describe un
modelo de vida más austero, horaciano, lleno de serena
dignidad, poco corriente en un mundo alterado por las
supersticiones: «Al romper el día dirijo una
oración a los dioses, inmediatamente voy a visitar a los
siervos y les distribuyo el trabajo del día. Hecho esto,
me pongo a leer, invoco a Febo y a las Musas, hasta que llega el
momento de untarme de aceite e ir a hacer ejercicio a la
palestra. Sin preocupaciones, lejos de los negocios, como, bebo,
canto, juego, me baño y reposo después de la vena.
Mientras el pequeño candil va consumiendo su modesta
provisión de aceite, sean estas líneas consagradas
a las nocturnas Camenas.»
Las «villas» fueron mundos pequeños,
sustraídos a los deberes que el Estado exigía a
todos sus súbditos para la salvación del Imperio
romano.
La población rural: los
esclavos
La desaparición de la agricultura extensiva
desalojó de las grandes fincas rústicas a los
esclavos. Los que permanecieron, quedaban maniatados al
latifundio en condiciones similares a la de los colonos. En las
postrimerías del Imperio los esclavos trabajan en las
minas, en las fábricas del Estado o en el servicio
doméstico de los poderosos.
La decadencia de la esclavitud como mano de obra al
servicio del capitalismo romano no significó de momento
una disminución importante del número de esclavos.
En el siglo III, al amparo de los desórdenes, muchos
esclavos habían escapado, pero fueron sustituidos por
prisioneros bárbaros. San Juan Crisóstomo nos
informa de que las ricas familias de Antioquía
poseían cada una mil o dos mil esclavos. Los nobles
romanos paseaban por la ciudad acompañados por
ejércitos de esclavos, sabemos por Amiano Marcelino.
Melania la Joven poseía tantos, que pudo manumitir, como
se ha dicho, ocho mil, en un gesto de generosidad. En Cirenaica,
tan alejada de la frontera danubiana, era rara la familia
acomodada que no tenía un esclavo godo.
La durísima presión del fisco (a la que
hay que referirse reiteradamente, porque sus efectos
entenebrecían la vida material de todas las clases
sociales, con excepción del orden senatorial)
induciría en muchos casos a la manumisión de los
esclavos superfluos. La esclavitud había llegado a costar
más de lo que producía; por eso
desapareció.11 Estos libertos han debido engrosar los
cuadros de colonos agrícolas de los latifundios y la
muchedumbre de mendigos libres.
La Iglesia primitiva había acogido fraternalmente
a los esclavos catecúmenos. En el seno de las comunidades
cristianas, ricos y pobres, libres y esclavos, eran hermanos,
hijos de Dios, Pero la Iglesia no sólo aceptó sin
reservas el estatuto jurídico de la esclavitud del Estado
romano, sino que lo aplicó a sus propias instituciones.
Las Constituciones Apostólicas promulgaron la
prohibición de que un esclavo fuera sacerdote, si no era
previamente manumitido por su dueño. La Iglesia, que tuvo
sus propios esclavos, les pedía que obedecieran a sus amos
como al Cristo.12 Un canon del concilio de Ganges 13
anatematizaba a quien indujera al esclavo a sustraerse a la
servidumbre. Cuando la querella de los donatistas
desembocó en la rebelión de los circumcelianos, a
la que se sumaron numerosos esclavos, la Iglesia condenó
con la misma energía la herejía y la
subversión esclavista.14 Sólo alguno de los Padres
de la Iglesia, corno Gregorio de Nisa o san Juan
Crisóstomo (quien recomendaba a los poseedores de esclavos
que les enseñaran un oficio y los emanciparan),
compartieron con los pensadores estoicos la actitud
filantrópica que había suavizado la
situación de los esclavos en la época de los
Antoninos.
La legislación imperial no mitigó la
inhumanidad de la esclavitud. El señor no era responsable
de la muerte del esclavo ocasionada por castigos corporales; fue
confirmada la prohibición de los matrimonios entre
esclavos y mujeres libres; la mujer que se uniese con su propio
esclavo sería condenada a muerte, y el esclavo a la
hoguera; la manumisión quedaba revocada si el liberto daba
pruebas de ingratitud. Las restricciones imperiales de la
manumisión no serían abolidas hasta el siglo
VI.
El patronato
El año 360 el prefecto de Oriente comunicaba al
emperador Constancio que una multitud de campesinos libres
abandonaban el consorcio de sus aldeas para rehuir los impuestos,
acogiéndose al patronazgo de un terrateniente o de un jefe
militar. El emperador ordenó el castigo de los poderosos y
de sus clientes, pero en vano. El sistema prosperó,
extendiéndose por todo el Imperio, a pesar de las
prohibiciones legisladas por Valente y por Teodosio I.
Uno de los discursos políticos del
retórico pagano Libanio versa sobre el patronato.
Según Libanio, no sólo campesinos libres, sino
aldeas enteras que pertenecían a un dominio
señorial, solicitaban_ el patrocinio de un jefe militar,
al que correspondían con un tributo, disminuido del que
debían al propietario. El patrono envía
destacamentos militares para echar a los recaudadores del Estado
o del señor. El patronato es un recurso de la fuerza
contra la ley, otro síntoma de la decrepitud del Estado de
derecho, un avance del feudalismo medieval.
Fracasada la legislación contra el patronato, los
emperadores ensayaron una táctica indirecta para
contrarrestarlo : aliviar la situación de las clases
humildes. Valentiniano I nombró defensores de la plebe,
funcionarios escogidos entre la clase de los honorati y
designados para cinco años. El defensor plebis
tenía la misión de proteger a los pobres contra los
impuestos injustos. Pero nadie deseaba enfrentarse con los
propietarios de los señoríos, y los prefectos del
pretorio encontraban muchas dificultades para cubrir las vacantes
que se multiplicaban. Teodosio encomendó a las curias la
elección de los defensores de la plebe, que, degradados de
funcionarios del Estado a empleados municipales, quedaron
más desarmados ante los propietarios. A fines del siglo v
la institución de los defensores de la plebe
subsistía, pero, designados por los mismos propietarios,
civiles y eclesiásticos, la naturaleza de sus atribuciones
quedaba desvirtuada.
Después de legislar contra el patronato durante
cincuenta y cinco años sin éxito, el Estado
capituló. La Constitución del 415 legalizaba la
apropiación de tierras realizada por el sistema del
patronato antes del año 397, a condición de que los
patronos aceptaran la responsabilidad de las liturgias y de todos
los deberes fiscales de las fincas rústicas que se
hubieran apropiado. Aunque el patronato quedaba prohibido,
triunfaba. El resultado fue un avance del proceso que delegaba en
el propietario la autoridad fiscal del Estado.
3. El ejército romano en la
época de las invasiones
Pese a la incapacidad del ejército romano para
evitar las cabalgadas de godos, alamanes y francos por tierras
romanas en el siglo III, y de los fracasos de las legiones en las
guerras persas, el prestigio militar de Roma deslumbraba
todavía a muchas tribus bárbaras. Pero el desastre
de Andrinópolis anonadó la reputación del
ejército romano.
Las reformas de Galieno habían acrecentado la
importancia táctica de la caballería15 y los
emperadores ilirios pudieron disponer de numerosos escuadrones,
Constantino debilitó el ejército fronterizo para
reforzar el de reserva,16 compuesto por unidades de maniobra,
cuya eficacia gravitaba sobre la movilidad de la
caballería. Después de Andrinópolis el
jinete es el soldado de choque, revestido de cota de malla y
armado con un arco poderoso, como la caballería persa. El
infante desciende a soldado auxiliar, y su armamento se aligera.
Estas reformas, necesarias pero contrarias a la tradición
militar romana, significaban una aceptación de los
métodos bélicos del adversario, la renuncia a la
ciencia militar antigua.
La germanización del
ejército
Pero la decadencia del ejército tenía
causas más profundas. Ya no era un ejército de
romanos. Las tropas fronterizas se reclutaban entre las tribus
bárbaras, recompensándolas con lotes de tierra.
Estos soldados-campesinos del limes, hijos y padres de soldados,
verdaderos siervos militares, eran mediocres legionarios. El
trabajo de la tierra, la vida sedentaria, disipaban su valor
combativo. También las tropas escogidas, los
comitatenses, se alistaban ahora entre los
bárbaros de las fronteras. La Iliria, vivero con la Galia
del ejército romano en el siglo III, que había dado
a Roma excelentes soldados y hasta buenos emperadores,
había quedado prácticamente despoblada. El hueco
que los ilirios dejaron en las cohortes fue cubierto por
sármatas, alamanes, francos, godos, vándalos, y
hasta pequeños contingentes de alanos y de
hunos.
La población romana había disminuido, pero
el Imperio disponía de reservas humanas que no
intentó movilizar. Ningún emperador se propuso un
alistamiento general de la población del Imperio, que el
peligro exterior aconsejaba, pero que la experiencia del siglo
III revelaba peligroso. El Estado prefería la
indisciplinada fidelidad de las milicias bárbaras a la
disciplina militar de las legiones romanas, que habían
sido mejores tropas pero que estaban dispuestas siempre a
proclamar un antiemperador.
Los efectivos del ejército romano
y los de sus adversarios
La Notitia dignitatum17 inclina a calcular las
fuerzas del ejercito romano en poco más de medio
millón de hombres.18 Pero estas tropas carecían de
capacidad de maniobra. Las dificultades de abastecimiento y el
mal estado de los caminos impedían el desplazamiento de
grandes ejércitos expedicionarios. Todavía Licinio
pudo movilizar 165.000 soldados contra Constantino, que puso en
pie de guerra 130.000 milites. Cuarenta años
después Juliano ya no reúne más que 65.000
hombres para su ambiciosa campaña contra los persas.
Sólo quince años más tarde, en
Andrinópolis, Valente dispone escasamente de 30.000
combatientes. A comienzos del siglo V los ejércitos
difícilmente agrupan 15.000 hombres, y los cuerpos
expedicionarios cinco o seis mil.
Las huestes enemigas eran aún más
reducidas. Los godos, vencedores en Andrinópolis, eran
unos diez mil. Los vándalos, que se apoderaron del Africa
romana, no rebasaban los 20.000 combatientes. Todo el pueblo
ostrogodo, acaudillado por Teodorico, pudo acampar en la
pequeña ciudad de Pavía. El antiguo ejército
romano hubiera desbaratado sin esfuerzo estas pequeñas
mesnadas de guerreros valerosos, pero inexpertos en la ciencia
militar.
La germanización de Occidente por
las tropas regulares y federadas
El ejército de la República, el del Alto
Imperio y hasta el de los emperadores ¡lirios habían
sido un instrumento de romanización. El ejército
heterogéneo que en el siglo v se llamaba romano
contribuyó a la germanización de las provincias
occidentales del Imperio. Estas tropas han abandonado la
táctica, las armas y la indumentaria romana. Las voces de
mando se siguen dando en latín, pero es dudoso que estos
bárbaros lo hablen. Los escasos jefes romanos han de
conocer la lengua germana, si quieren hacerse comprender de sus
hombres. Estos bárbaros son tan bravos como
insubordinados. En tiempos de Valentiniano I casi todos tienen un
criado, poseen objetos de oro, celebran ruidosas orgías.
Sus oficiales perciben de la Administración anonas de
soldados inexistentes. Este ejército caro y corrompido
carece de capacidad combativa,19 y sólo es temible para la
población civil del Imperio, como un auténtico
ejército de ocupación.
Las tropas federadas, que conservaron sus armas, su
táctica, su idioma y sus propios jefes, sin proponerse la
destrucción del Imperio, contribuyeron con sus
turbulencias, sus rivalidades y su rebeldía al orden
romano, a la ruina de Occidente.
Los jefes germanos en los altos mandos
del ejército
La hostilidad de los emperadores ilirios alejó
del ejército en el siglo III a los senadores, a la nobleza
provinciana, hasta los curiales. Soldados de fortuna, de humilde
origen, ocuparon sus puestos, y algunos de los más capaces
llegaron a ser proclamados emperadores por sus tropas, Recordemos
a Claudio II, a Aureliano, a Diocleciano.
Mientras la nobleza romana, separada del
ejército, se habituaba a considerar degradante el servicio
de las armas, estos jefes ambiciosos intrigaban para alcanzar el
trono. El absolutismo de Constantino contrarrestó las
amenazas que implicaban para su dinastía estas
pretensiones latentes en la oficialidad romana,
sustituyéndola con godos, francos y alamanes, a los que
nombró jefes de la guardia, duques de las tropas
fronterizas, tribunos militares. Teodosio I se rodeó de
colaboradores militares de origen germánico: los godos
Gainas y Alarico, el caucasiano Bacurio, el vándalo
Estilicón.
Hasta Teodosio los emperadores habían sido los
jefes efectivos del ejército. En las ocasiones
críticas siempre estuvieron en su puesto, al mando de las
tropas. Pero los sucesores de Teodosio declinaron el riesgo de la
guerra, se encerraron en sus palacios de Rávena o de
Constantinopla, abandonando el mando militar a los jefes
germánicos, llamados ahora patricios, es decir, padres
adoptivos de los emperadores.
Cuando las invasiones devolvían al
ejército el papel relevante que la monarquía
burocrática de Dioeleciano y de Constantino, en un
período de paz, le había arrebatado, el
ejército ya no estaba dirigido por el emperador, sino por
estos patricios, todos ellos bárbaros más o menos
romanizados: Estilicón, Rufino, Aecio, Ricimer, Odoacro.
Ninguno de ellos se atreve a proclamarse emperador. Se contentan
con la realidad del poder. Combaten a los enemigos de Roma con
perseverante lealtad. Protegen a los débiles
vástagos de la dinastía teodosiana. Estos
emperadores temen a sus protectores hasta el odio, y acaban por
hacerlos asesinar. Por eso los últimos patricios
actúan con una cautela mayor. Ellos mismos designan
emperadores, y los destituyen si no son bastante dóciles.
Esta situación llega a ser caótica, insostenible,
superflua, y el Imperio de Occidente se desintegra por
inania.
4. Teodosio el Grande: la paz goda y el
Estado católico (378-395)
Al morir Valente, Graciano era el único emperador
efectivo. Su hermanastro Valentiniano II residía en
Sirmio, como un augusto casi irreal, en una corte
fantasmagórica, de la que sólo llegaban los ecos de
las mediocres intrigas de la emperatriz Justina. Graciano, acaso
impelido por la conciencia de su debilidad, tomó la
sorprendente decisión de hacer venir de España a
Teodosio, darle el mando de la caballería y proclamarle, a
los pocos meses, augusto. El padre de Teodosio había sido
un general victorioso en Bretaña y en la frontera del
Danubio. Más tarde había sofocado en Africa la
sublevación del príncipe berberisco Firmo. Entonces
Graciano lo mandó decapitar.20 Teodosio, que había
servido en Bretafia a las órdenes de su padre y que, como
duque de Mesia había vencido a los sármatas,
abandonó el servicio al producirse la ejecución de
Teodosio el Antiguo. Se retiró a su tierra natal de Coca,
cerca de Segovia, donde la familia poseía extensos
dominios. Allí vivió durante dos años, hasta
la llamada del emperador, la existencia ociosa y refinada de un
gran propietario romano.
Recibió el gobierno de Oriente en circunstancias
críticas, casi desesperadas. Los bárbaros
recorrían las provincias balcánicas saqueando y
matando. El Estado no disponía de una sola cohorte para
combatir en campo abierto. Sólo las ciudades amuralladas
resistían.
Desde el primer momento, Teodosio, que compartirá
el Imperio con Graciano y con Valentiniano II, y hasta con
usurpadores como Máximo y Eugenio hasta pocos meses antes
de su muerte, será el verdadero emperador. Su personalidad
se impuso siempre a sus insignificantes corregentes. En muchos
aspectos Teodosio recuerda a Constantino. Inconstante, alterna
las más crueles venganzas con las más inesperadas
generosidades. Sus colaboradores no pueden prever qué
motivos les arrastrarán de los honores a la desgracia.
Buen general, prefiere las negociaciones a las batallas. Cuando
los bárbaros devastan los campos de Mesia, de Tracia y de
Dacia, Teodosio, encerrado en Tesalónica o Constantinopla,
legisla sobre cuestiones religiosas, reforma el estatuto de los
funcionarios. Sin embargo, está lejos de ser un rey
burócrata, un Felipe II. Cuando es necesario está
en su puesto, al frente de sus tropas, y entonces despliega
energía y valor, y sabe compartir con los soldados las
penalidades de la guerra y las ruidosas alegrías de la
victoria. Pero vuelve voraz, al término de cada una de sus
afortunadas campañas militares, a los placeres de la
corte, a la oriental suntuosidad de su palacio de Constantinopla,
en el que los eunucos, chambelanes y servidores se multiplican
durante su reinado.
Las intemperancias de su vida privada no embarazan la
elevada concepción de los deberes del emperador que
guió sus acciones. Y siempre que fue necesario
humilló la dignidad imperial, que él estimaba tan
prominente, a los pies de la Iglesia.
Con todos sus defectos, fue el último emperador
romano de Occidente que combatió al frente de sus soldados
y que no fue manejado por favoritos. Pero la disolución
del Estado estaba tan avanzada que Teodosio sólo pudo
congelarla durante unos años.
El problema visigodo y la paz del
382
Teodosio reconstruyó el ejército de
Oriente con reclutas germanos,21 y se sirvió de unas
tribus visigodas para anular a las otras. La rivalidad entre los
visigodos paganos de Atanarico y los arrianos regidos por
Fritigerno fue útil a Teodosio. Cuando el viejo Atanarico
pidió asilo en Constantinopla, fue recibido como un
huésped ilustre. Cuando murió, sus
espléndidos funerales halagaron la vanidad de sus
partidarios, que se integraron en el Imperio como soldados y
hasta como funcionarios. La diplomacia teodosiana fue pactando
pacientemente con los visigodos más influyentes: Modares,
Fravita, Alarico, hasta conseguir la paz con el más
poderoso e intratable, Fritigerno.
El tratado del 3 de octubre del 382 concedía a
los visigodos las tierras que hablan saqueado, entre el Danubio y
los Balcanes. Los visigodos se instalaban allí como
nación independiente, regida por sus propias leyes,
gobernada por sus jefes. Los escasos romanos que
permanecían en el territorio godo seguirían
rigiéndose por leyes romanas. Las tropas visigodas
servirían al Imperio como confederadas, mandadas por sus
propios generales, y percibirían del Imperio un tributo en
forma de anona.
Este acuerdo difiere de los foedus concertados
entre Roma y los pueblos bárbaros desde los tiempos del
Alto Imperio en una innovación que, al reiterarse,
condicionará decisivamente los acontecimientos del siglo
V: las tierras ocupadas por los visigodos eran tierras romanas.
Un Estado independiente se instalaba en el dintorno de las
fronteras del Estado romano.22 El Imperio renunciaba a la
romanización de estos aliados, como había desistido
de la romanización de sus propios soldados
vándalos, francos, godos y alamanes. Los visigodos
confederados, sin traicionar nunca la institución
imperial, actuaron como un elemento disolvente de la
romanidad.
La usurpación de
Máximo
Mientras Teodosio negociaba con los visigodos, el devoto
Graciano se instalaba en Milán. Su debilidad fluctuaba
entre la influencia de Ausonio, que le aconsejaba la tolerancia,
y la presión de Teodosio, que le inducía a la
persecución de herejes y paganos. Pero Graciano no
abdicó de sus deberes militares. Estaba combatiendo a los
alamanes en la Retia cuando surgió un antiemperador, el
general hispano Máximo, jefe del ejército de
Bretaña, español también, como Teodosio.
Máximo pasó con sus tropas a la Galia, arrastrando
a la rebelión al ejército de Germania. Graciano fue
traicionado por sus soldados y asesinado por el jefe de su
caballería.23
En estos años Teodosio parecía
desinteresarse del Occidente, y en todo caso prefería,
como siempre, la negociación a la guerra. Durante cuatro
años hubo tres emperadores. Máximo
señoreó desde Tréveris, Bretaña,
Galia y España. Valentimano III, siempre gobernado por su
madre, establecido ahora en Milán, gobernaba Italia,
Africa e Iliria. El equilibrio fue roto por Máximo. So
pretexto de defender la ortodoxia católica contra el
arrianismo de la emperatriz, se apoderó de Italia. Aun
entonces Teodosio permanece indiferente a las peligrosas
ambiciones de Máximo. En Salónica se entrevista con
Valentiniano II y Justina y les reprocha su política
religiosa. Según él la desgracia de Valentiniano II
es un castigo del cielo. Entonces -cuenta el historiador
Zósimo – Justina presenta su hija Gala a Teodosio, que se
enamora súbitamente de la princesa y la pide en
matrimonio. Justina condiciona el consentimiento a la
destrucción de Máximo, y Teodosio
accede.
Soldados bárbaros combatieron contra soldados
bárbaros en esta campaña, que parece haber sido
decidida por la aterradora reputación de las unidades
hunas del ejército de Teodosio. Máximo fue vencido
y muerto en Aquilea.
Un efímero triunfo del paganismo:
el emperador Eugenio
Eliminado Máximo, Teodosio permaneció dos
años en Milán, después de desembarazarse de
su cuñado Valentiniano II, enviándolo a la Galia
bajo la custodia del franco Arbogasto.24 Valentiniano II no
soportó esta tutela con mansedumbre. Cuando quiso acudir
en ayuda de Italia, amenazada por una invasión
bárbara en Panonia, Arbogasto se opuso. La ruptura entre
el emperador y el jefe del ejército se resolvió con
la muerte de Valentiniano, atribuida oficialmente a un suicidio,
sin duda porque Teodosio quiso evitar un enfrentamiento con
Arbogasto.
Pero la guerra se hizo inevitable cuando Arbogasto
proclamó emperador a Eugenio, antiguo profesor de
retórica, recibido con esperanzado júbilo por los
senadores paganos de Roma, El año 382, Graciano
había suprimido los privilegios de las vestaIes25 y las
subvenciones oficiales a los sacerdotes paganos, despojando al
Senado del altar de la Victoria. En vano Símaco
rogó a Valentiniano II, sucesor de Graciano, la
restauración de estos ancestrales residuos de la romanidad
pagana. Triunfó la oposición del obispo de
Milán Ambrosio. Pero ahora Eugenio surgía como una
providencial esperanza para el círculo de Símaco y
de Pretextato. La estatua de la Victoria ocupó otra vez su
lugar en el Senado. Los templos paganos recuperaron sus rentas.
Las ceremonias de la antigua religión revivieron con
solemne brillantez, mientras el «último
romano» Nicómaco Flaviano recorría el
Occidente en busca de aliados,
Esta vez Teodosio no podía contemporizar. La
batalla de Fluvius Frigidus, cerca de Aquilea también, fue
interpretada por paganos y cristianos como un juicio de Dios. El
primer día Arbogasto derrotó completamente a los
godos que mandaba Gainas. Los consejeros de Teodosio se
pronunciaron por la retirada. El emperador pasó la noche
rezando, mientras que en el campo enemigo Eugenio celebraba
anticipadamente la victoria. Al día siguiente, un
huracán se abatió sobre el ejército de
Eugenio con irresistible violencia. Los soldados de Teodosio se
sintieron milagrosamente favorecidos, y su victoria
alcanzó en el mundo romano la significación de una
decisión del cielo, la definitiva muerte del paganismo.
Nicómaco Flaviano y Arbogasto se suicidaron, y Eugenio fue
decapitado por los soldados.
Por tercera vez, ahora definitivamente, la estatua de la
Victoria, protectora de la Roma pagana, fue arrojada del Senado.
Teodosio fue un generoso vencedor. Presentó ante el Senado
a su hijo Honorio como su sucesor en Occidente. Unos meses
más tarde moría en Milán.
La política religiosa de
Teodosio
El arrianismo de Valente había
reanimado las querellas religiosas en las provincias orientales,
Las disputas teológicas rebasaron los círculos
sacerdotales, extendiéndose por la corte, los palacios,
las oficinas, los mercados y las calles. Con una mezcla de
amargura e ironía, Gregorio de Nisa escribe: «Si se
pregunta cuántos óbolos hay que pagar, se os
contesta filosofando sobre lo creado y lo increado. Se quiere
saber el precio del pan, y se os responde que el Padre es
más grande que el Hijo. Se pregunta [a los demás]
por su baño y se os replica que el Hijo ha sido creado de
la Nada». 26
Teodosio atacó radicalmente esta
situación. Su política religiosa fue de una
concluyente simplicidad: acabar las disensiones religiosas
imponiendo la ortodoxia con el rigor de una ley imperial. Des. de
el comienzo de su reinado se enfrentó con el paganismo.
Fue el primer emperador que rechazó la investidura de gran
pontífice de la antigua religión, que Constantino y
todos los emperadores cristianos que le sucedieron habían
seguido recibiendo. Solidarizándose con la decisión
de Teodosio, Graciano abandonó este mismo año (379)
el título de pontifex maximus. La
legislación antipagana de Teodosio siguió un
desarrollo ascendente: se amenazó con el destierro, y
más tarde con la muerte, a los que sacrificaran en los
templos paganos para conocer el porvenir. Graciano ordenó
quitar de la sala de sesiones del Senado de Roma, como se ha
dicho, 27 el altar de la Victoria, y anuló las dotaciones
de los colegios sacerdotales romanos confiscando sus bienes.
Cuando Arbogasto proclamó emperador a Eugenio, Teodosio
condenó el paganismo en todo el Imperio como un crimen de
lesa majestad. Prohibió todas las formas del culto, desde
los sacrificios a las ofrendas y libaciones. Ordenó que
los templos fueran convertidos en iglesias o demolidos. Los
juegos olímpicos se celebraron por última vez en el
año 393, y la famosa estatua de Zeus que había
esculpido Fidias fue trasladada a Constantinopla. La victoria de
Flavius Frigidus consolidó estas drásticas
disposiciones, a las que la religión grecorromana no
sobreviviría.
Los arrianos no fueron tratados con menos rigor. El
edicto de 28 de febrero del 380, promulgado en Tesalónica,
era una verdadera declaración de guerra al arrianismo:
«Todos nuestros pueblos deben, esta es nuestra voluntad,
adherirse a la fe transmitida a los romanos por el divino
apóstol Pedro, la que siguen el pontífice
Dámaso y Pedro, obispo de Alejandría. Esto es, que
nosotros creemos, según la predicación
apostólica y la doctrina evangélica, en el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo, una divinidad de igual
majestad y en divina Trinidad. Sólo los que siguen esta
ley tienen derecho a llamarse cristianos católicos. Los
demás deben sufrir el vergonzoso baldón de la
herejía, sus hogares de reunión no deben llevar el
nombre de iglesias, y han de ser castigados por el juicio divino,
pero también por nuestra intervención judicial, que
nosotros, apoyados en el juicio del cielo, les daremos.>>
28
Con esta declaración, Teodosio superaba
ampliamente el autoritarismo religioso de Constantino, quien
había impuesto su voluntad a los obispos, pero dejando a
los concilios la definición oficial del dogma. Ahora, por
primera vez, un emperador reglamentaba, en su propio nombre y no
en el de la Iglesia, el código de las verdades cristianas
obligatorias para sus súbditos,29 implantando el principio
de la sumisión de la Iglesia al Estado. La ley
definía la distinción entre católicos y
herejes: eran católicos los que aceptaban la fe nicena, y
heréticos todos los demás.
La legislación complementaria del edicto de
Tesalónica prohibió a los herejes reuniones
públicas y privadas, les obligó a entregar sus
iglesias a los nicenos, y hasta restringió los derechos
civiles de los arrianos radicales y de los maniqueos.
Teodosio, que aspiraba a conseguir por el camino de la
intolerancia la unidad religiosa, creyó que un concilio
podía precipitarla. El segundo concilio ecuménico
de Constantinopla del año 381 añadió a la
identidad y consustancialidad del Padre y del Hijo la del
Espíritu Santo. El símbolo de Constantinopla fue
aceptado por la Iglesia de Occidente, que no estuvo representada
en el concilio. Pero el canon tercero, que determinaba «que
el obispo de Constantinopla sea el primero después del
obispo de Roma, porque Constantinopla es la nueva Roma», no
sólo fue discutido por los metropolitanos más
antiguos, como los de Jerusalén, Antioquía y
Alejandría, sino fríamente acogido por el papa
Dámaso. La equiparación de la jerarquía
eclesiástica a la organización estatal era una
medida lógica en la política religiosa de Teodosio.
Pero Dámaso y el obispo de Milán Ambrosio iban a
disputar al emperador la independencia de la Iglesia.
La independencia del poder
eclesiástico: Dámaso y Ambrosio
La decisiva intervención de Teodosio en favor del
cristianismo ortodoxo no determinó, como el emperador
esperaba, la sumisión incondicional de la Iglesia.
Precisamente cuando Teodosio alcanzaba sus victorias militares
sobre Máximo y Eugenio y, en la cima de su poderío,
dictaba su política religiosa, la Iglesia romana se
disponía a afianzar el principio de la independencia del
poder eclesiástico en los asuntos religiosos. Para
conseguirlo, coincidieron dos personalidades de una valía
excepcional: el papa Dámaso30 y el obispo de Milán
Ambrosio. En los acontecimientos políticos de los reinados
de Graciano, de Valentiniano II y de Teodosio, san Ambrosio
intervino con una autoridad que sería inexplicable ,sin el
apoyo silencioso, pero paciente, tenaz e inteligente del
papa.
Ambrosio pertenecía a una familia cristiana de la
nobleza de Roma. Su padre era prefecto del pretorio de la Galia
cuando él nació en Tréveris en 339.
Estudió en la Universidad de Roma, acaso al mismo tiempo
que Símaco, e ingresó en la Administración
como abogado asesor. A los 31 años fue nombrado gobernador
.de la provincia de Liguria, cuya capital era Milán. Tres
años más tarde el clero y el pueblo lo
elegían obispo por aclamación. El funcionario
civil, ante el que se abría una carrera brillante, se
transformó en obispo sin solución de continuidad, y
desplegó en la dirección de la comunidad milanesa
sus aptitudes de administrador, y en sus relaciones con las otras
diócesis sus singulares talentos
políticos.
El concilio ecuménico de Constantinopla de 381
fue una asamblea de obispos orientales. En el mismo año,
los obispos de Occidente se reunieron en Aquilea. El concilio de
Aquilea, que rechazó la organización
eclesiástica establecida en Constantinopla, estuvo
dominado por Ambrosio, que pidió a Teodosio la
reunión ,de un concilio general de las diócesis
orientales y occidentales, «con el fin de que las
cuestiones que, por la actuación de la parte -oriental del
Imperio, han turbado nuestra unión, sean modificadas, y
que sea abolido todo lo que nos separa>>.31 Esta demanda
era una afirmación implícita de que la
organización de la Iglesia era independiente de la del
Imperio.
San Ambrosio iba a defender esa independencia, a lo
largo de su episcopado, con una energía irresistible. A
los obispos arrianos juzgados en Aquilea, que reclamaban jueces
civiles, responde que los sacerdotes deben ser jueces en las
causas de los laicos, y no los laicos en las de los
clérigos. Pide al emperador Graciano la ejecución
de la sentencia de Aquilea contra los arrianos, escribiendo al
emperador que se debe respetar a la Iglesia católica en
primer lugar, y luego las leyes del Estado.32 Muerto
Dámaso, la gris personalidad del nuevo papa Siricio hace
resaltar con más fuerza la 'brillante figura de san
Ambrosio. Todas las tentativas de los paganos por reponer en el
Senado el altar de la Victoria son desbaratadas por el obispo de
Milán. Cuando Valentiniano II ordena entregar a los
arrianos una basílica milanesa, Ambrosio se encierra en
ella con un grupo numeroso de fieles, durante cinco días,
del Domingo de Ramos al Viernes Santo de 385. Es entonces, para
mantener el fervor de sus partidarios, cuando adapta el canto
sirio-griego, creando el canto eclesiástico latino que
lleva su nombre. Al notario que va a proponerle un arbitraje del
consistorio le arguye que si se leen las Escrituras, se ve que
son los obispos los que juzgan a los emperadores. Valentiniano II
tuvo que revocar la donación.
El enfrentamiento de san Ambrosio con
Teodosio
La primacía de la autoridad religiosa sobre el
poder civil fue defendida con la misma rigidez frente a Teodosio.
En la primera misa a la que el emperador asiste durante su
residencia en Milán, san Ambrosio le obliga a abandonar el
coro, donde Teodosio acostumbraba, en las iglesias orientales, a
situarse. El segundo incidente se produjo con motivo del incendio
de una sinagoga por la comunidad cristiana de Calínico, en
Mesopotamia. Teodosio ordenó, al obispo de la ciudad la
reconstrucción de la sinagoga. Ambrosio, en un
sermón pronunciado en presencia del emperador, opuso una
vez más el poder religioso al poder civil: «En los
asuntos financieros, tú consultas a los condes; en materia
religiosa, consulta a los sacerdotes».33 Teodosio se
resistía a capitular, pero cuando fue a misa, Ambrosio
retrasó el comienzo del sacrificio hasta que el emperador,
temeroso de la excomunión, cedió.
Dos años más tarde el conflicto entre el
emperador y el obispo fue todavía más grave. En
Tesalónica, el jefe de los soldados bárbaros
acantonados en la ciudad fue muerto, con alguno de sus hombres,
en un estallido de antigermanismo de la población.
Teodosio, enfurecido, ordenó un castigo terrible. La plebe
de Tesalónica fue recluida en el circo, y tres mil hombres
fueron asesinados por los soldados germanos. Teodosio
revocó su sangriento mandato, pero la contraorden
llegó demasiado tarde, San Ambrosio excomulgó al
emperador y le exigió una penitencia pública.
Teodosio vaciló entre la resistencia y la sumisión,
pero acabó por doblegarse. Durante algún tiempo
compareció en la Iglesia como penitente, y en la Navidad
de 390 fue admitido a la comunión.
Aunque debamos prevenirnos contra la valoración
excesiva de estos hechos, y no veamos en la actitud de Teodosio
sino la obediencia del cristiano que acepta un mandamiento
religioso, es evidente que las humillaciones de Teodosio no se
explican ni por la extraordinaria personalidad de Ambrosio ni por
una espontánea sumisión del príncipe.
Teodosio, que impuso siempre su voluntad a los obispos
orientales, tuvo que aceptar la independencia de la Iglesia de
Occidente en materia religiosa. Pero como Roma no
consiguió arrebatar la Iglesia oriental al cesarismo
constantinopolitano, ni los patriarcas orientales lo deseaban al
precio de su subordinación al papa, la posibilidad de
«abolir todo lo que separaba» (expresado con palabras
de san Ambrosio) a las dos Iglesias era cada vez más
ardua.
El reinado de Teodosio, época de
transición
Cuando fue proclamado emperador por Graciano, Teodosio
hubo de afrontar dos problemas que amenazaban destruir el
Imperio: la invasión goda en la región
balcánica y la desunión interna de la sociedad
romana, desgarrada por la desigualdad social y por las querellas
religiosas.
La solución que Teodosio dio al problema godo
permitió una paz precaria, que no sobrevivió al
emperador. En cambio, inició los asentamientos de pueblos
bárbaros en territorio romano con la autorización
del Estado, y aceleró la germanización del
Occidente.
La política religiosa de Teodosio aniquiló
el paganismo, e hirió mortalmente al arrianismo, pero no
logró la unidad religiosa de las dos partes del Imperio ni
la supremacía del Estado sobre la Iglesia de
Occidente.
El proceso de disolución económica, social
y política del Estado romano era irreversible ya en
Occidente, y la unidad buscada por el emperador no le
sobrevivió. Teodosio aceleró la
desintegración de la pars occidentalis, agravando con sus
prodigalidades las necesidades financieras del Estado;
abandonando a los humildes, los condenaba al patronazgo de los
jefes militares y de los grandes señores; favoreciendo los
ascensos de los germanos en la milicia, preparó la
disolución del ejército romano; destruyendo el
paganismo, enterraba el espíritu de la antigua Roma. Se
malogró el Estado católico que quiso edificar, pero
en ese espejo roto se miraron los Estados bárbaros
medievales. La obra de Teodosio es un puente entre la
Antigüedad y la Edad Media.
5. La dinastía teodosiana hasta la
muerte de Estilicón (395-408)
Al proclamar augustos a sus dos hijos (a Arcadio, en
383; a Honorio, en 394),34 Teodosio inmolaba la continuidad de su
política al principio dinástico. Arcadio, emperador
de Oriente, mostraba a sus dieciocho años una voluntad
débil y una incapacidad para la gestión
política que los trece años de su reinado iban a
confirmar. Honorio, emperador de Occidente, era, al morir su
padre, un niño de once años que necesitaba ser
tutelado. La protección de Honorio fue confiada por
Teodosio a Estilicón, un vándalo romanizado que
había servido al emperador con inteligencia y fidelidad en
la diplomacia y en la milicia. Como todos los altos funcionarios
y jefes del ejército, había adquirido tierras, y
era uno de los mayores terratenientes del Imperio. Teodosio lo
casó con su sobrina Serena y lo nombró general de
la caballería y de la infantería.
El prefecto del pretorio de Oriente era Rufino, otro
bárbaro de origen galo. La rivalidad de estos dos
patricios germánicos resultó decisiva por la
inhibición política de los dos emperadores que
ellos gobernaban; la cooperación, que había
existido siempre, entre las dos partes del Imperio, se
rompió cuando más necesaria era. El gobierno
colegial, que desde Diocleciano hemos hallado tantas veces en el
Imperio del siglo IV (entre Constante y Constancio, entre
Valentiniano I y Valente, entre Graciano y Teodosio), fue
sustituido por dos Gobiernos, no sólo independientes, sino
frecuentemente enemistados. Los sucesores de Rufino en el poder
efectivo de Constantinopla -el eunuco Eutropio primero, la
emperatriz Eudoxia más tarde- contribuyeron, con su
hostilidad a Estilicón, a que un entendimiento con
Occidente en los problemas que interesaban a la totalidad del
Imperio resultara imposible.
Alarico en Iliria
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