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La caida del imperio romano (página 3)




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45 La semana astrológica perdura m los
nombres de los días de la semana de las lenguas neolatinas
y germánicas: 1.º, Soles dies (Sonntag en
alemán); 2.º, Lunae di(lundi e. francés, lunes
en castellano, Montag en alemán); 3.º, Martis dies
(Mardi, martes); 4.º, Mercurii dies (miércoles,
Wednesday, en inglés, de Wodan, Mercurio); 5.º, Jovis
dies (jeudi, jueves, Donnerstag alemán, Thursday
inglés; Donar y Thor son divinidades germánicas
asimiladas a Júpiter); 6.º, Veneris dies (vendredi,
viernes, Freitag alemán, de la Venus germana Freia);
7.º, Saturni dies (inglés Saturday).

46 Véase el amenísimo relato de
APULEYO El asno de oro.

47 Véase E. BRÉHIER, Histoire de la
Philosophie. L´Antiquité et la Moyen Age,
París, 1948 (hay trad. cast., Ed. Sudamericana, Buenos
Aires, 4.ª edición, 1956). E. BRÉHIER, La
philosophie de Plotin, París, 1928.

48 WALTER COETZ, Historia Universal, I-XI, vol.
II, p. 8 de la ed. casi., Madrid, Espasa-Calpe, 1933.

49 Sobre el cristianismo primitivo véase:
1. DANIÉLOU-H. I. MARROU, Nouvelle histoire de l` Eglise.
1 Des origines a Grégoire le Grand, París, 1963
(trad. cast., Ed. Cristiandad, Madrid, 1964); L. DUCHESNE,
Histoire ancienne de I'Eglise, I-III, París, 1906-1910; E.
GILSON, La philosophie au Moyen-Age. Des Origines patristiques a
la fin du XIVe, París, 1947; A. HARNACK, Die Miss¡"
und Ausbreitung des Chistentums, I-II, Leipzig, 1924; H.
LIETZMANN, Geschichte der Alten Kirche, I-IV, Berlín,
1953; J. MOREAu, La persécution du chistianisme dans
l´empire romain, París, 1956; HUBER JEDíN,
Manual de Historia de la Iglesia, 1, Biblioteca Herder,
Barcelona, 1965; GUIGNEBERT, El cristianismo antiguo, Breviarios
Fondo Cultura Económica, México; el vol. XI de la
citada The Cambridge Ancient History.

50 Desde la derrota de Antíoco III de
Siria (paz de Aparnea, 188 a. de C.) Oriente helenístico
estuvo sometido a una implacable explotación
romana.

51 Los levantamientos judaicos persistieron,
incluso después de la destrucción del Templo de
Jerusalem por Tito (70 d. de C.), hasta la última
insurrección en tiempo de Adriano (año
135).

52 Libertos y esclavos fueron los primeros fieles
de la nueva religión que no eran de origen judío.
Comerciantes libertos los que llevaron el cristianismo a las
regiones occidentales del imperio. Véase MARY L. GORDON,
"The Nationality of slaves under the Early Raman Empire", Journal
of Roman Studies, vol. XIV, 1929. No he podido manejar este
texto. Tomo el pasaje transcrito de R. TURNER, Las grandes
culturas de la Humanidad, México, Fondo de Cultura
Económica, 1948, p. 964: "El [esclavo] perdió los
grandes dones de la nacionalidad, sus herencias e inspiraciones,
su vigorosa capacidad creadora y su calidad individual
única; pero escapo también a las limitaciones de la
raza y de la tradición y encontró fácil
convertirse en ciudadano del mundo. Tenía una gran ventaja
sobre el hombre libre, el hábito del trabajo duro, y
gracias a la esperanza de emancipación, el incentivo
constante para trabajar bien y con diligencia. El trabajo era el
ingrediente salvador que defendía la clase de los esclavos
de una total corrupción, y que le dio cierta dignidad
propia no reconocida. Además, las innumerables
inscripciones sepulcrales, en las que los libertos y sus hijos
consignaban la pérdida del padre, la esposa o el hijo
(pater carissimus, coniunx inconiparabilis, filius dulcissimus)
sugieren que los lazos del hogar deben haber sido especialmente
preciosos para quien había surgido de la
degradación sin esperanza de la esclavitud… Y si el
hogar y sus afectos -ese antiguo cimiento de la grandeza romana-
renovaron su carácter sagrado en la población
servil, fue esta misma clase despreciada y degradada la que
primero recibió y transmitió la religión del
amor fraternal. Los primeros cristianos fueron en su mayor parte
de ascendencia humilde y probablemente servil. Los esclavos y
libertos del primer imperio pueden aspirar a la mayor importancia
histórica como primeros depositarios de la nueva
religión. Llevaron al cristianismo su cosmopolitismo
tradicional, su disciplina para el trabajo y el sufrimiento, y
ese afecto familiar que todavía aroma y florece en sus
cenizas; mientras del cristianismo recibieron en seguida una
inspiración más grande que la de la raza y una
emancipación espiritual tan audaz como triunfante:
-¿Eres llamado esclavo? No te importe».

53 Filón, filósofo judío de
Alejandría, contemporáneo de jesús, hizo un
esfuerzo por derivar de la Ley mosaica la filosofía
platónica. Orígenes y Clemente de Alejandría
iban a intentar la misma empresa dos siglos más
tarde.

54 Supra, I, 5.

55 Fue necesario defender el estamento sacerdotal
del montanismo, herejía que en la segunda mitad del siglo
ir sostuvo la igualdad de todos los cristianos para la
celebración de la Cena.

56 Testimoniado por documentos de los papas
Víctor 1 (189-198) y Calixto 1 (217-222).

57 Supra, I, 5.

58 «Dad, pues, al César lo que le
corresponde y a Dios lo que le per. tenec—, SAN Mateo, 22,
21.

59 Esta psicosis colectiva contra el cristianismo
es similar a tantas otras de la historia. Piénsese en la
desencadenada contra los judíos en la Edad Media, o en la
Alemania nazi, o contra los comunistas por el maccarthysmo
norteamericano.

60 Cuando las persecuciones cesaron, hubo
discordias entre los partidarios de perdonar a los
apóstaras (lapsi) y los intransigentes, que llegaron a
elegir un antipapa,

61 Según la Historia Augusta, que ofrece
escasas garantías, Alejandro Severo pretendía que
el sincretismo absorbiera las das religiones refractarias,
judaísmo y cristianismo.

62 Sobre el arte véase F. WICKROFF:
Römische Kunst (trad. ingl., Roman Art, Londres, 1922); El
legado de Roma, op. cit., pp. 509.564; Rivoira, Architettura
romana, Milán, 1927; Arnold Hauser, Historia social de la
Literatura y del Arte, I-III Ed. Guadarrama, Madrid, 1957;
Antonio García Bellido, Arte Romano, Enc. clás.,
núm. 1, Madrid, C. S. 1. C., 1955; 1. R. MÉLIDA,
Arqueología clásica, Madrid, Ed. Pegaso. El tomo V
de la Suma Artis de 1. PIJOÁN es útil por su
documentación gráfica; S. Reinach,
Répertoire de peintures grecques et romaines,
París, 1922

63 Véase Arnold Hauser, op.
cit., 1, 165.

64 En el 9 d. de C. tres legiones romanas
mandadas por Varo fueron aniquiladas en este lugar; Roma ya no
volvió a intentar la ocupación de
Germania.

65 El nombre de germanos fue dado primeramente a
unas tribus semiceltas de la orilla irquierda del Rin (germeni
cisrhenani). Se ignora el origen de esta palabra, que fue
aplicada al conjunto vastísimo de tribus que poblaban las
selvas ante las que se detuvo la conquista romana. Ellos, los
germanos, nunca adoptaron un nombre genérico.
Prescindiendo de las clasificaciones de Plinio y de
Tácito, topográficas y míticas, la
gramática comparada presenta este cuadro:

Dialectos septentrionales: escandinavo antiguo y lenguas
modernas que de él derivan.

Dialectos orientales: gótico, burgundio,
vándalo. Todos desaparecidos, aunque fue la gótica
la lengua adoptada por Ulfilas para su traducción de la
Biblia.

Dialectos occidentales: francos, alamanes,
bávaros, lombardos, anglos, sajones, frisones (de los que
provienen las lenguas alemana, inglesa y holandesa). En el siglo
III se habían desarrollado sus industrias
metalúrgica y textil, y era activo el comercio con Roma.
Pero la mayoría de la población vivía de la
agricultura y, en los años de malas cosechas, del
botín

66 Véase nota anterior.

67 Nombre de la frontera militar
romana.

68 ROSTOVTZEFF, op. cit., II, pp.
433-434, nota 18 del capítulo XI.

69 Supra, I, 3.

70 Es "la aparición del
principio germánico del homenaje feudal" (J, 1. HATT,
Histoire de la Gaule romaine, París, 1959).

71 Los emperadores que se proclamaron
independientes, como Póstumo en la Galia, lo hicieron para
defender mejor las fronteras o por ambición del trono. No
para crear un Estado independiente. Sólo Zenobia
intentó restaurar en Palmira una monarquía
helenística, pero el intento fracasó.

72 Colonia y Tréveris, ciudades
comerciales, pasaron a ser, por su situación fronteriza,
capitales políticas.

73 En esas diócesis parecen
prefiguradas las naciones modernas de Occidente: Gran
Bretaña, España, Francia (Véase PIGANIOL,
op. cit., p. 446).

74 Este se hizo: por alistamiento forzoso de los
hijos de soldados; por la capitatio (los terratenientes
entregaban los hombres menos útiles para el trabajo
agrícola; a veces daban dinero en vez de reclutas, lo que
era preferible para el atado); por recluta entre los
bárbaros y por alistamientos voluntarios.

75 Una iuga de tierra buena equivalía a
tantas de tierra mala, a tartas de viñedos a tantas de
cultivos forrajeros, etc. Un hombre adulto era equipa. rado a
tantas mujeres, etc,

76 A. PIGANlOL, L'impôt de capitation au
Bas-Empire, Chambéry. 1916.

77 Supra, I, 2.

78 En la tarifa de Diocleciano, una casaca
militar valía 1.000 denarios. 35 años más
tarde costaba 200.000 denarios. Los maestros de primera
enseñanza ganaban lo que un panadero. Los de
enseñanza superior el doble. Los jornaleros, pastores y
artesanos no especializados ganan la mitad de un panadero o un
criado. Estos necesitan dos jornales para comprarse unos zapatos,
y once días para poder adquirir un traje.

79 El escritor cristiano Lactancio afirmaba que
había más funcionarios y soldados que
contribuyentes. La exageración es evidente, pero el mal
señalado también.

CAPITULO II

Diocleciano había querido devolver al Estado
romano la ordenación política que la crisis del
siglo in había destruido. Los emperadores del siglo IV se
esforzaron por restablecer en la sociedad romana una
sensación de seguridad. El Imperio, pese a su vastedad,
vivía como en un campo atrincherado, bajo la triple
amenaza de las invasiones bárbaras, de las guerras civiles
y de la bancarrota. El legado del pasado era inservible, por la
creciente barbarización del ejército, de las clases
sociales, de los cuadros políticos, de la vida rural.2 La
ruina de las libertades urbanas arrastró a las provincias
occidentales a una irremediable decadencia. Entre la
disminución paulatina de la producción
económica y el aumento de los impuestos se
estableció una relación de reciprocidad. Aminoraba
la riqueza, y la que quedaba era acaparada por la clase
gobernante.

En este siglo el cristianismo pasó, de
perseguido, a ser la religión oficial del
Imperio.

1. La economía al servicio del
Estado

La vida económica del mundo romano fue organizada
con arreglo a las necesidades del Imperio. Diocleciano y
Constantino sistematizaron la economía dirigida y
Valentiniano I la reforzó.

El colonato se afianzó y se difundió por
todas las regiones del Imperio.3 Un edicto de Constantino
ordenaba encadenar, como a esclavos, los colonos que intentaran
huir de los fundos, y obligaba los propietarios a devolver los
colonos de otro terrateniente, pagando la capitación por
todo el tiempo que los hubieran retenido. Los collegia4 fueron
definitivamente transformados en corporaciones del Estado, para
que sus miembros y sus instrumentos de trabajo permanecieran al
servicio único del Gobierno, si bien sus asociados
quedaron dispensados de tributos municipales. Los industriales
fabricaban armas y tejidos para la Administración
imperial, a los precios establecidos por ésta, por
contratos forzosos, vigilados por jefes de taller (praepositi) y
por procuradores, nombrados por el conde de las sagradas
liberalidades (comes sacrarum largitionum), que verificaba y
almacenaba las manufacturas. Los transportes fueron intervenidos
para asegurar el abastecimiento de trigo, aceite, vinos y carnes
que las provincias suministraban. El acarreo de las annonas a los
almacenes estatales fue asegurado por los curiales o por los
colegios de armadores (naviculalii) bajo la vigilancia del jefe
de las oficinas o de los prefectos de Roma y de Constantinopla.
Las profesiones fueron declaradas hereditarias. Se
prohibió el cambio de oficio.

Estas reglamentaciones, iniciadas en el siglo III, se
aplicaron con un rigor ordenancista que resultó muy
eficaz. Las necesidades del gobierno quedaron
aseguradas.

Mas sería equivocarse deducir de estos hechos que
en este tiempo el Estado romano no toleró otro
régimen económico que el estatificado. La
economía dirigida había sido la solución
dada por los emperadores del siglo III a la crisis que se ha
estudiado en el capítulo anterior. Al parecer, los
gobernantes del siglo IV siguieron, a pesar suyo, una
política económica que, en las circunstancias de la
época, parecía irreversible. Pero protegieron, o al
menos respetaron, la pervivencia de la economía privada,
que nos es menos conocida porque nunca estuvo
reglamentada.

Lo evidente es que los grandes beneficiarios de esta
política fueron los terratenientes, los altos funcionarios
del Imperio y los jefes del ejército.

La vida económica en las
provincias orientales

El esplendor que la dominación helenística
había dado a las ciudades sirias y minorasiáticas
fue paralizado, pero no destruido, por la conquista romana. En el
siglo IV el Oriente pudo soportar mejor que la región
occidental del Imperio la dictadura económica del Estado,
porque sus antiguas estructuras económicas se
habían desarrollado en el seno del despotismo
monárquico. Tampoco las provincias orientales padecieron
el azote de las invasiones con la misma intensidad que las de
Occidente. Abandonada Mesopotamia a los persas, la frontera de
Siria no fue atacada ni en el siglo IV ni en el V.

Sustentadas por la fabricación de la
púrpura, de armas, de vidrios, de joyas de oro y plata, de
tejidos, ni la vida urbana ni la pequeña propiedad
declinaron. Antioquía, Damasco, Edesa, Tiro, siguieron
siendo ciudades prósperas y suntuosas. Antioquía
fue la capital continental del Oriente romano, antes de la
fundación de Constantinopla, como Alejandría era la
capital marítima. En Antioquía se acuñaban
las monedas imperiales para el Oriente. Emplazada en el valle del
Orontes, en un hermoso paraje, era acaso la más bella
ciudad del Imperio. Su calle principal, flanqueada a ambos lados
por columnas, tenía una longitud de unos siete
kilómetros, y cruzaba en líneas recta la ciudad.
Abundantes caudales de agua proveían a sus numerosos
baños públicos y privados. El parque de recreo de
la ciudad era famoso por sus laureles y sus cipreses, por sus
fuentes y surtidores. No sabemos de ninguna otra ciudad de la
Antigüedad que tuviera, como Antioquía, alumbradas
sus calles de noche.' Antioquía arracimó el
comercio de lujo del Imperio. Su gran puerto de Seleucia,
ampliado en este siglo por Constancio II, era el centro de
distribución de las mercancías destinadas a Roma y
a Constantinopla. La ruta terrestre que partía de la
ciudad se dividía en Herápolis en tres caminos
comerciales: el del norte, a través de Asia Menor, llegaba
a Constantinopla por Cesárea de Capadocia; el del centro
era el de las caravanas del Asia central; el del sur, siguiendo
el curso del Eufrates, alcanzaba el golfo
Pérsico.

La agricultura siria era la más próspera
del Imperio. Sus vinos y aceites, los más estimados en
Constantinopla y en Roma. Por eso la superficie del caput o
unidad fiscal imponible, era más pequeña en Siria
que en las otras provincias.

Asia Menor se benefició de la fundación de
Constantinopla. Sus pequeños valles, bien cultivados, su
minería y su industria originaron un activo comercio con
la nueva capital, y su defensa militar fue reforzada para
seguridad de la corte.

Egipto en cambio se empobreció, por la rutina de
la explotación agraria y por los abusivos monopolios
romanos. Alejandría siguió siendo el primer foco
cultural del Imperio, pero Antioquía, y muy pronto
Constantinopla, la sobrepasaron como centros
comerciales.

La región más debilitada del Oriente
romano fue la península balcánica, asolada de nuevo
por las invasiones desde el año 378.

La vida económica en las
provincias occidentales

La tiranía económica, que
dañó sólo superficialmente al Oriente,
contribuyó al empobrecimiento rápido y extremado
del Occidente romano. Las ciudades galas, bretonas, hispanas o
africanas no habían sido colmenas productoras de riqueza,
sino residencias administrativas, lugares de placer para los
potentiores, marco de los sangrientos juegos
públicos. La nobleza provinciana estimaba, como los
antiguos romanos, que la agricultura era el único trabajo
manual que no degradaba. Pero ya no cultivaban la tierra: lo
hacían por ellos sus esclavos o sus colonos. Ya no
vivían en el campo: disfrutaban la ociosa existencia de
los rentistas en lujosos barrios residenciales de la ciudad. La
plebe se había habituado a menospreciar también los
trabajos serviles, que quedaban reservados a los esclavos, y los
ciudadanos romanos sin fortuna vivían de los donativos
públicos de pan y de aceite. En el siglo III se
distribuyeron también vino, sal, hasta vestidos. Los
repartos de víveres y los juegos públicos eran las
drogas adormecedoras de un pueblo defraudado de sus derechos
políticos, de sus pequeñas fincas rústicas,
arrojado a la miseria material y a la corrupción moral por
el patriciado. Ahora, cuando las fuentes de riqueza estaban
exhaustas, cuando decaía la producción
agrícola, y la nobleza abandonaba las ciudades amenazadas
por las invasiones para refugiarse en sus suntuosas villas, el
Estado no sólo tenía que pagar y alimentar al
ejército, sino avituallar gratuitamente a estas
muchedumbres urbanas que podían hacerse
temibles.

Italia fue una de las provincias más perjudicadas
por la política fiscal, por la despoblación
progresiva, por la ruina de sus campos. En el siglo IV
perdió sus exenciones tributarias. Se debilitó su
vida municipal. Decayeron su artesanado y su comercio.

La Galia siguió aquejada de la epidemia de los
bagaudas. A pesar de los cuidados de Constantino y de Juliano,
que debieron a esta región su ascensión
política, las ciudades se despoblaron. Sus recintos se
empequeñecían cada vez que era necesario
reconstruirlos: el de Autun se redujo de 6.000 metros a 1.300; el
de Nimes, de 6.200 a 2.300 metros. Las ruinas no fueron
reparadas. Amiano Marcelino escribía que donde antes
había ciudades, ahora sólo existían
castillos. La propiedad territorial se concentró en
grandes latifundios, como en todo el Occidente.

Africa, que había vivido con los Severos una gran
prosperidad, sufrió también los efectos de la
economía dirigida y de los trastornos ocasionados por los
belicosos nómadas del Atlas. Los grandes propietarios se
refugiaron en el campo, en villas fortificadas. Mas subsistieron
ciudades activas y bulliciosas, como Madaura, Tabesa y Cartago.
Cartago era, después de Roma, la primera ciudad latina del
Imperio, la más animada y corrompida, la Antioquía
de Occidente; pero también el centro esclarecido de la
cultura y de la literatura latinas.'

El proceso económico de la
península hispánica

El capitalismo mercantil impulsado por la
burguesía romana en los primeros tiempos del Imperio
fomentó, desde el siglo I, la inversión de
capitales en Hispania. Las circunstancias políticas eran
propicias. Augusto había completado la ocupación de
la península al someter a cántabros y astures (19
a. de C.). Vespasiano estructuró la dominación
imperial en el aspecto jurídico, concediendo a los
hispanos el Derecho latino. Como en el resto del Imperio, el
imperialismo político se convirtió en imperialismo
económico, y las provincias hispánicas participaron
en el auge económico de Roma.

La racionalización de la explotación
agrícola, peculiar del capitalismo mercantil,
desarrolló el cultivo en gran escala de la vid y del
olivo. Hispania no era ya una colonia abastecedora
únicamente de trigo. El vinum gaditanum
-probablemente de Jerez- ;el aceite -más caro, pero de
mejor calidad que el africano- – fueron altamente valorados en el
mercado de Roma. Los productos de lino y esparto, las salazones
de cerdo y pescado, los caballos, los metales y los esclavos
completaron un comercio muy activo, facilitado por la apertura de
rutas terrestres, por el transporte fluvial y por el intenso
tráfico marítimo, acaparado en gran parte por los
puertos de Cádiz, Cartagena y Tarragona.

El comercio hispánico se orientó
necesariamente a Italia, a la que suministró primeras
materias. Hispania no tuvo países vecino,
económicamente subdesarrollados (como los que la Galia
encontró en Britania y Germania) para comerciar
ventajosamente con ellos.

Los beneficios de la economía hispánica
afluyeron a Roma tan abundantemente que el Estado pudo, con la
reinversión de una pequeña parte de ellos, realizar
una grandiosa política de obras
públicas.

El desarrollo económico de la colonia
favoreció principalmente a los capitalistas romanos y a
los grandes terratenientes. Las guerras de conquista
habían facilitado la formación de extensos dominios
rústicos, y el proceso de consolidación y
expansión de los latifundios prosiguió durante los
siete siglos de dominación romana. Lenguas
románicas y latifundismo agrario son los dos legados de
Roma que más han perdurado en la vida
española.

Los propietarios rurales eran romanos enriquecidos en el
ejercicio de la administración colonia], capitalistas
romanos y algunos. jefes indígenas que habían
aceptado sin resistencia la dominación romana. Estos
potentiores formaban una pequeña minoría
que acaparaba la riqueza del país. La mayoría de
los seis millones de habitantes de la península eran
agricultores -esclavos o semilibres- y pastores, pasivamente
insertados en el engranaje colonial. La persistente insolidaridad
entre la ciudad y el campo, que la dominación romana no
mitigó y el carácter urbano de la
colonización imperial explican la escasa
romanización del agro hispánico.

La administración colonial se esforzó en
desarticular la organización tribal de los
indígenas, fomentando la vida urbana. Las ciudades
hispanorromanas, ni muy numerosas ni muy populosas, se trabaron
en una superestructura intensamente romanizada, fundamento de una
conciencia provincial romana, en cuyo carácter unitario
han visto prefigurado un sentimiento de hispanización
algunos historiadores.7

La crisis del siglo III al arruinar la vida urbana,
inició el desmantelamiento de la organización
colonial. Las invasiones de francos y alamanes en 262 y 275
devastaron el litoral de la Tarraconense y la Bética, La
declinación del capitalismo mercantil, asediado en e doble
frente de las luchas sociales y de las incursiones
germánicas desorganizó las planificadas
explotaciones agrícolas, las exportaciones, las empresas
mineras. La producción económica disminuyó.
Las exigencias tributarias del Imperio crecían cuanto
más irrealizable resultaba su cumplimiento. Los
potentiores abandonaron las ciudades para instalarse en sus
villas campesinas. Los pequeños propietarios se acogieron
al colonato, y la clase media urbana, a la clientela de los
potentiores. La agravación de la crisis ocasionó
sublevaciones campesinas,. y los bagaudas galos alcanzaron la
Tarraconense. La crisis del Imperio no presenta, pues, en
Hispania caracteres distintos a los de las restantes provincias
de Occidente.

La reorganización administrativa de Diocleciano
fue un episodio intrascendente que no corrigió la
debilidad de la superestructura colonial urbana. Fuera de las
ahora amuralladas ciudades, la romanización dejó
calzadas, puentes y acueductos en un país de labradores y
pastores, refractarios a la autoridad y a la universalidad de
Roma.

La reducción de las tierras
cultivadas

Los registros estatales del siglo IV atestiguan una
disminución de las superficies agrarias cultivadas en
Italia, en el Africa romana y en los Balcanes. Podemos conjeturar
que lo mismo sucedió en la Galia, perturbada por las
revueltas campesinas y por las invasiones. Los emperadores
prohibieron la venta a extranjeros de fincas cultivables;
hicieron donaciones de tierras abandonadas, con obligación
de explotarlas. Pero estas medidas apenas tuvieron
eficacia.

Los monarcas recurrieron a los bárbaros para
aliviar la falta de trabajadores agrícolas. El
reclutamiento de bárbaros en el ejército
permitía prescindir de los colonos en el alistamiento
militar, para remediar la escasez de labradores

Los métodos de cultivo no variaron, aunque en
este siglo se generalizó el uso de la aceña y de la
segadora.

Pero mientras la agricultura del Oriente romano
prosperaba, o al menos permanecía estacionaria, la de las
provincias occidentales decayó por los cambios de
estructuras agrarias. Mientras en Siria aumentaba la
población campesina, y los pequeños propietarios
formaban comunidades agrícolas y hasta se parcelaban
algunas grandes propiedades; mientras en Egipto las fincas de
extensión medía y la pequeña propiedad
seguían subsistiendo, en Occidente la concentración
latifundista avanzaba. Y los colonos, perdido el gusto de vivir,
se limitaban a producir lo que les exigían los impuestos
estatales y señoriales y sus necesidades
mínimas.

La ruralización del
artesanado

Aunque en esta época Surgen nuevas
palabras técnicas aplicadas a los Oficios, que han
inducido a algunos historiadores a suponer una
especialización laboral que probaría un progreso de
la industria, lo que sabernos testimonia por el contrario, el
desplazamiento del artesanado de las ciudades a las guarniciones
militares, a las villas rústicas de los terratenientes, y
la constitución en los fundos de «complejos»
artesanales; es decir, la decadencia de la industria, acentuada
por la intervención estatal en las fábricas
privadas y por el incremento de las fábricas del
gobierno.

El escaso trabajo libre que subsistía
quedó afectado por el impuesto del
crisárgiro (contribución en especie que
los comerciantes debían tributar cada cinco años),
por la requisa estatal de trabajadores y por la venta forzosa al
Estado, a tarifa oficial, de manufacturas
(coemptio).

La reglamentación del
comercio

La tarifa del máximo establecida por Diocleciano
para contener la subida de los precios enumera gran variedad de
productos de lujo, la mayoría elaborados por los
industriales de Oriente, que los ricos terratenientes de las
provincias occidentales consumían. En Occidente se crearon
numerosas colonias de comerciantes sirios, que suministraban a
sus escasos pero acaudalados clientes los tapices de Sión,
las joyas de oro y plata de Antioquía, los exquisitos
tejidos de Apamea y Damasco, los vidrios fenicios. Este comercio
privado fue desapareciendo a medida que la situación de
Occidente se agravaba. El desarrollo de la piratería, la
intervención de los transportes, hasta su
militarización por el Estado, arruinaron el comercio
privado.

La reforma monetaria

Las medidas económicas de Diocleciano8 no
contuvieron el alza de los precios. Constantino creó una
nueva moneda de oro, el solidus, que iba a tener una
estabilidad mayor que el aureus de Diocleciano. El
solidus pesaba 1/72 de la libra romana, 4, 55 gramos de oro.
Mientras las nuevas monedas de plata y de cobre se desvalorizaban
en seguida, el solidus fue una moneda fuerte, cuyo valor se
mantuvo hasta la caída de Bizancio, y pudo garantizar las
operaciones comerciales, favoreciendo a los poseedores de
excedentes de mercancías, así como a los
funcionarios y soldados que la percibían. Si la firmeza
del solidus benefició a los ricos, la inestabilidad de las
monedas de plata (las siliques) y de bronce (las
miliarensa) aumentó los apuros económicos de los
artesanos y de los campesinos.

La reforma fiscal

Constantino perfeccionó y engraveció la
tributación establecida por Diocleciano. Mantuvo la
jugatio-capitatio9 y creó nuevos impuestos: la
gleba senatorial, carga que gravaba las rentas de las
grandes propiedades; el crisárgiro, que
tributaban los mercaderes; el oro coronario, adjudicado
a los decuriones municipales, que además, como ya se ha
dicho, eran solidariamente responsables de la percepción
de la yugatio-capitatio fijada a su ciudad.

El erario del pueblo romano quedó limitado a la
depauperada caja municipal de la ciudad de Roma. En cambio, los
bienes privados del emperador, multiplicados por las fincas
confiscadas, por las tierras de las ciudades y por las
propiedades incautadas a los templos paganos, necesitaron, en
tiempos de Constantino, dos ministros administradores: el conde
de las sagradas liberalidades y el conde de los
bienes privados.

Un anónimo proyecto de
reforma

Una memoria, dirigida probablemente al emperador Valente
por un anónimo súbdito del Imperio, conservada con
el título de «Sobre los asuntos militares»,
propone una reforma de la Administración, que reduzca los
gastos del Estado, y una mecanización del ejército,
que permita una victoria decisiva sobre los bárbaros. El
desconocido inventor describe y dibuja carros acorazados de
combate, puentes de goma, máquinas artilleras, lanzas
cargadas de plomo, navíos movidos por ruedas de palas. En
una época de hundimiento de la ciencia y de la
técnica, que creía que sólo remedios
religiosos podían resolver la crisis, este solitario, que
añora la libertad de pensamiento, y que afirma que el
espíritu inventivo es un don natural, que no se adquiere
por los estudios retóricos ni por la nobleza del linaje,
aparece como el último heredero de los físicos
jónicos, de Hipócrates y de Lucrecio.10

2. La sociedad romana en el siglo
IV

Augusto y los Antoninos habían favorecido a los
ricos. Los Severos quisieron nivelar las diferencias entre ricos
y pobres. Diocleciano sometió a ricos y pobres al
interés supremo del Estado.. Constantino deshizo las
tentativas de igualdad social de los emperadores del siglo III
Después de sus reformas, las clases sociales eran
verdaderas castas hereditarias. Los habitantes del Imperio
sólo eran iguales en lo que a todos quedaba prohibido: la
libertad de reunión, de asociación, de pensamiento,
de religión, sobre todo, después de la
adopción del cristianismo como religión de
Estado.

Se estructuró una esclavitud jerarquizada. Los
grandes propietarios obedecían a los emperadores, pero
eran señores de sus colonos. Los curiales eran siervos de
los funcionarios imperiales, pero su poder sobre los colonos de
sus fincas y sobre los habitantes de la ciudad era ilimitado. Los
propietarios de fábricas, de buques, de empresas
comerciales eran en realidad gerentes de sus: negocios por cuenta
del Estado, y estaban sujetos al arbitrario despotismo de los
agentes imperiales, pero podían tiranizar a sus obreros, a
sus marineros, a sus empleados. Los funcionarios de la
Administración eran esclavos de la policía secreta,
pero tenían un poder casi absoluto sobre los
súbditos del Imperio.11

La transformación de las clases
en castas hereditarias

Desde el año 325 Constantino promulgó
innumerables leyes que al hacer hereditarias las obligaciones de
los súbditos con el Estado aseguraban a la
monarquía los recursos que ésta quería
acrecentrar.

Ni los armadores ni los comerciantes, ni menos
todavía los artesanos y campesinos, podían ser
funcionarios. La carrera militar había quedado separada de
la civil. Los nuevos funcionarios sólo, podían ser
escogidos entre las familias de funcionarios, y la burocracia se
convirtió prácticamente, si no legalmente, en una
nueva casta.12

Los hijos de los soldados fueron también
soldados, si no estaban físicamente incapacitados para el
servicio militar; en este caso eran nombrados consejeros
municipales. Los hijos de los decuriones heredaban el cargo, con
la responsabilidad de los impuestos asignados a la
municipalidad.

Los armadores fueron endentados en un consorcio que
heredaba los bienes de los navieros muertos sin descendencia, y
que estaba solidariamente obligado a las prestaciones
cooperativas al Estado. Los hijos de los artesanos quedaron
vinculados a la profesión de sus padres. El Estado
evitó en parte las consecuencias de la
desvalorización monetaria incrementando los servicios
personales, a los que los colegios artesanales eran
forzados.

Los campesinos fueron adscritos hereditariamente a la
gleba.

El "clarisimado" clase
privilegiada

El orden ecuestre había sido tan
favorecido por los emperadores del siglo III,13 que la
ascensión de los caballeros enlazó los
órdenes senatorial y ecuestre en una nueva clase social,
el clarisimado, en la que se ingresaba por servicios al
emperador, en todas las ramas de la Administración, desde
la jefatura de las oficinas y el gobierno de las provincias,
hasta los altos cargos del consistorio y del ejército.
Fue, pues, una aristocracia de servicio, de carácter
hereditario, que con el tiempo se transformó en nobleza de
nacimiento.13

Los clarissimi, llamados también
honorati y potentiores, modelan la vida social
del Imperio. Perciben elevados sueldos, están exentos de
cargas fiscales. Basan su fuerza social en la propiedad de
grandes fincas rústicas y en el ejercicio del patronato de
los poderosos. Porque estos magnates son los únicos que
pueden aliviar la miseria de los curiales, comerciantes,
empleados, artesanos y campesinos libres. Su protección no
es desinteresada. La cobran en tierras, en servicios y
-anticipando el feudalismo medieval- con la fidelidad personal de
los protegidos. Los emperadores no dejaron de ver el peligro que
el patronato suponía para el absolutismo
monárquico. Lo prueban las leyes de Valentiniano I contra
el patrocinium, militar o civil. Pero el patronato
arraigó.

La vida urbana de Occidente había perdido sus
antiguos atractivos. Los nuevos señores fueron a vivir al
campo, y allí se hicieron construir hermosas residencias
fortificadas. Asumieron funciones judiciales sobre sus colonos,
levantaron cárceles en los territorios de su
jurisdicción, organizaron pequeños ejércitos
privados. Se transformaron en «monarcas del
campo».

En cambio en Oriente, los clarissimi, que formaban el
Senado de Constantinopla, aunque recibieron grandes donaciones
territoriales, como las que prodigaron Constancio II y Teodosio
I, no renunciaron a la vida urbana. En sus lujosos palacios de
Constantinopla, de Antioquía, de Alejandría,
cultivaron los placeres del espíritu, los torneos
retóricos, las discusiones filosóficas y
religiosas.

El orden senatorial

En Roma y en algunas ciudades italianas, familias de
antigua nobleza senatorial romana mantuvieron la tradición
de la cultura clásica y el espíritu liberal del
estoicismo. Pero el Senado romano no era ya más que el
Consejo municipal de la ciudad de Roma. Se ingresaba de derecho
en él por el ejercicio de la cuestura. Mas de hecho,
cuestura y pretura eran sólo liturgias que obligaban a
costear los juegos públicos. Las magistraturas de la
República que no habían desaparecido sólo
subsistían como ornato de la vida social de la antigua
aristocracia. La primera de esas magistraturas, el consulado,
conservó su viejo prestigio entre la nobleza pagana,
aunque la función del cónsul había quedado
reducida a la apertura de los juegos públicos de Roma. Los
senadores perdieron la inmunidad financiera y el derecho de ser
juzgados por sus pares. Excluidos de la Administración y
del Ejército, incluso del cargo de oficial, estos
descendientes de los creadores del Imperio se fueron
extinguiendo.

La servidumbre del orden
curial

Ya se dijo que los Severos -y luego Diocleciano-
añadieron a las funciones de los curiales el servicio de
cobro de los impuestos estatales, annonas y
jugatio-capitatio.14 Con esta medida tuvieron
gratuitamente un vasto cuadro de funcionarios fiscales, cuya
fortuna personal garantizaba además al Estado la
percepción íntegra de los tributos exigidos a cada
ciudad. Este sistema se endureció en el siglo IV. Los
curiales fueron inscritos en una corporación
(consortium), en la que sus bienes quedaban bloqueados
para garantizar la tributación de su municipalidad. Cuando
más tarde una ley hizo hereditario el cargo de
decurión, los curiales quedaron adscritos al servicio del
Estado y a la directa tiranía del gobernador de la
provincia. Su situación se hizo insufrible en las
pequeñas ciudades saqueadas por los bárbaros.
Algunos intentaron ingresar en el sacerdocio cristiano, para
rehuir sus obligaciones, pero Constantino dispuso que los
candidatos al orden sacerdotal fuesen escogidos entre los
pobres.

En Oriente, por el contrario, la prosperidad
económica permitió a los decuriones cumplir sus
deberes fiscales sin arruinarse. Por eso los ideales de la
autonomía urbana, que profesores formados en la cultura
clásica inculcaban a los hijos de los curiales,
subsistieron, sofocados pero vivos, bajo el despotismo oriental
de la monarquía constantiniana.

La desaparición del campesinado
libre en Occidente

Los campesinos no pudieron conservar su libertad en el
desorden producido por las devastaciones de los bárbaros,
por el agobio de los impuestos, por la vecindad ávida de
los terratenientes. Alguno de los sucesores de Constantino
legislaron en favor de los aldeanos: se estableció el
derecho de prelación de los labradores sobre los bienes
rústicos en venta. Pero pocos labriegos pudieron
beneficiarse de este privilegio.

En el siglo IV casi todos los trabajadores
agrícolas quedaron integrados en el colonato. Había
colonos tributarios, es decir, que pagaban sus impuestos
directamente. Pero la mayoría eran adscritos, o sea,
inscritos en la tributación juntamente con sus amos. La
origo15 los ligaba, a ellos y a sus descendientes, a la tierra.
Los grandes propietarios fueron usurpando al Estado poderes de
jurisdicción, que vincularon directamente al campesino al
dominio señorial. El colonato fue el aspecto agrario de la
estructura social del Bajo Imperio, y el principio de la
servidumbre medieval.16

La política igualitaria de los
emperadores-soldados del siglo in y el espíritu del
cristianismo crearon un sincero interés social por los
pobres, por las viudas y por los huérfanos. Pero las
dificultades financieras, el deshumanizado burocratismo y las
epidémicas invasiones hicieron a los pobres más
miserables, y los mendigos fueron tantos que formaban casi otra
clase social.17

Cuando la Iglesia cristiana adquirió posesiones
territoriales no modificó ni mitigó la inhumana
naturaleza del colonato. Cuando el Imperio de Occidente se
desintegró en el siglo V, las masas campesinas quedaron
bajo la autoridad de los señores locales, seglares o
eclesiásticos.

La decadencia de la familia como
célula social

La autoridad paterna, que en la familia romana
había sido ilimitada, desapareció. El matrimonio se
fundamentó en la libre voluntad de los contrayentes, sin
necesidad del consentimiento paterno. Los hijos pudieron disponer
de su patrimonio.18 Las mujeres se emanciparon. Pero si el
individuo se libraba de la autoridad familiar, era, como en
nuestro tiempo, para encadenarse a poderes más
rígidos y esclavizadores, dictados por el interés
social, por el servicio del Estado, abstracción
despótica, en la que la persona humana no participaba sino
con una ciega y pasiva obediencia.

Era la muerte definitiva del humanismo.

3. La monarquía
constantiniana

El sistema de la tetrarquía fracasó. La
anarquía militar había acostumbrado al
ejército a decidir la elección de emperador. Pero
en esta época revuelta no era posible apuntalar el Estado
recurriendo al sistema antoniniano de elegir emperador al
más digno de serlo. Sólo un régimen de
sucesión hereditaria podía evitar la arbitraria
designación de las tropas. Sobre las formas republicanas
del ,consulado, artificiosamente conservadas, fue
forjándose la monarquía absoluta hereditaria.
Constantino llegó a ser emperador por la amalgama de la
fuerza y del prestigio familiar. Descartado del poder en la
segunda tetrarquía,19 acabó triunfando por su
habilidad política, pero la apoyó en su
condición de hijo de Constancio Cloro y en su popularidad
entre los soldados del ejército de las
Galias.20

Constantino no tuvo por el pasado romano el respeto de
Diocleciano. Fue un político sin escrúpulos que dio
nuevas soluciones a una situación nueva.21 Nadie tuvo
menos miramientos con la tradición, ni ninguno de los
emperadores que le precedieron habían dado al poder
imperial un carácter tan ostensiblemente personal. Menos
desinteresado que Diocleciano, quien consideró su
misión como un servicio a Roma, Constantino
restableció el principio de la unidad dinástica,
haciéndola hereditaria en su familia.

La teoría del poder
imperial

En el siglo IV el emperador de Roma era propietario del
reino, de los bienes de todo el Imperio, de los súbditos.
Su poder era absoluto. Los juristas y filósofos
habían aceptado la legitimidad de este poder
¡limitado si procuraba a los pueblos el bienestar; si
-según la doctrina estoica- las acciones del monarca se
inspiraban en la clemencia, en la justicia, en la piedad y en la
filantropía.

Aureliano se había proclamado Dios y
Señor. Diocleciano, siguiendo la tradición romana
del carácter sagrado de las magistraturas, fue sólo
el beneficiario de una gracia divina, carisma que recibía
en cuanto emperador, no en cuanto hombre. El pensamiento de los
dioses (imitatio deorum) inspiraba sus actos.

Constantino, al apoyarse en el cristianismo, da una
forma nueva a la teoría del poder. El emperador recibe su
autoridad de Dios. El y sus sucesores son emperadores "por la
gracia de Dios",22 que les ha dado la victoria sobre sus enemigos
y ha legitimado su autoridad personal.23 Pero este poder no emana
de la persona que lo ostenta. Es personal en tanto en cuanto
está encarnado en el hombre que es el soberano, y ejercido
por él. Aunque los emperadores cristianos se hicieron
aconsejar por obispos (Constantino, por Osio de Córdoba y
Eusebio de Cesárea; Teodosio, por san Ambrosio), se
creían a veces directamente inspirados por la divinidad
(instinctu divinitatis) incluso en materias
doctrinales.

La transmisión del poder
imperial

En la anarquía militar del siglo III el
ejército fue el único estamento capaz de transmitir
el poder, a pesar de que la designación de emperador
correspondiera legalmente al Senado.24 Diocleciano fue el primero
que prescindió de la petición al Senado de la
confirmación de su soberanía. En el siglo iv el
Senado ya no contaba, pero el ejército, si no era el que
designaba emperador, intervenía en la transmisión
del poder mediante una ceremonia de aceptación.

Fue el ejército el que proclamó emperador
a Diocleciano en 284, a Constantino en 306, a los tres hijos de
Constantino en 337, a Juliano en 360, a Joviano en 363, a
Valentiniano I en 364. El ejército aceptó
también, por designación, a los Césares
presentados por Constantino en 317; a Valente, nombrado emperador
por su hermano Valentiniano I, en 364; a Teodosio, elegido por
Graciano, en 379.

Pese a los esfuerzos de Constantino por transformar la
monarquía militar en burocrática, la fuerza del
ejército persistía. Entonces se convirtió en
un problema de derecho político la legitimidad del poder.
Los tratadistas del siglo IV establecieron la distinción
entre el tirano y el monarca legítimo, el basileus. Tirano
era el usurpador; de hecho, el aspirante al trono que fracasaba;
se le reconocía por su ambición de poder.25 En la
práctica, sólo la victoria sobre lo adversarios
confería la legitimidad, porque probaba que el vencedor
poseía la gracia divina,

La política imperial procuró asegurar la
transmisión del trono por filiación. Si bien es
cierto que los soldados, los altos funcionarios de palacio, a
veces germanos, hicieron emperadores,26 el principio
dinástico se fue afianzando en el siglo IV La familia de
Constancio Cloro, padre de Constantino, reinó 70
años (293-363). La de Valentiniano I, si incluimos en ella
a Teodosio I, casado con Gala, hija de Valentiniano I, 91
años (364-455).

La organización del poder
imperial

El poder absoluto, emanado de la divinidad, es unitario
por su misma naturaleza. Pero la defensa militar aconsejaba la
descentralización de ese poder en regiones o provincias,
organizadas con la autonomía suficiente para resistir las
invasiones bárbaras con eficacia; la creación de
centros administrativos más próximos que Roma a las
fronteras amenazadas. Ya Diocleciano había organizado
nuevas capitales administrativas: Nicomedia, Milán,
Sirmio, Tréveris. Constantino iba poco después a
fundar Constantinopla,

Sin embargo, la unidad fue mantenida, al menos en el
primer momento, Durante la tetrarquía, por la autoridad
personal de Diocleciano y por la legislación común
para todo el Imperio. Disuelta la tetrarquía, hubo largos
períodos de régimen diárquico: de 314 a 324
Constantino fue emperador en Occidente y Licinio en Oriente; de
340 a 350 los hijos de Constantino, Constante y Constancio II se
repartieron el Imperio; entre 364 y 383 hubo también un
emperador en Occidente (Valentiniano 1, después Graciano)
y otro en Oriente (Valente, luego Teodosio I). Pero no
existió una verdadera división administrativa, con
sus cortes, sus ministros, sus funcionarios -por lo menos, no
antes del 365. Siempre uno de los Augustos fue más
antiguo, o de mayor ascendiente, o el que designó al otro
Augusto (Valentiniano 1, a su hermano Valente; Graciano, a
Teodosio I).

El principio unitario del Imperio, derivado de la
teoría del poder absoluto, fue una aspiración
conseguida en distintas ocasiones: Constantino, desde 324 a 337;
Constancio II, de 350 a 360; Juliano, de 360 a 363; Teodosio I,
prácticamente desde 383. La unidad

parecía salvada cuando Teodosio I reinó
solo. Pero el dualismo Oriente-Occidente, manifiesto tanto en el
campo socioeconómico27 como en el político e
ideológico,28 exigía la constitución de dos
gobiernos. La partición, impuesta por Licinio a
Constantino, de 314 a 324, era una necesidad en tiempos de
Valentiniano 1, reclamada a éste por el ejército, y
fue reconocida por Teodosio I en su testamento.29

La monarquía
burocrática

Las antiguas magistraturas romanas no separaban las
actividades civiles de las militares. Uno de los dos
cónsules mandaba el ejército. El general de hoy era
cuestor mañana. El gobierno de las provincias llevaba
aparejado el mando de las legiones establecidas en cada
provincia. Hasta el siglo III no se inició una
disociación entre la carrera civil y la militar. La
comenzó Galerio, la continuó Diocleciano y la
finalizó Constantino. Los emperadores querían poner
un freno al poder del ejército, y para lograrlo,
reforzaron la máquina burocrática del Estado.
Diocleciano, al aumentar el número de provincias,
reducía los poderes de sus gobernadores, vigilados por los
vicarios de las diócesis; y los doce vicarios dependieron
directamente de los prefectos del pretorio. Constantino
unificó el Estado, pero descentralizó la
Administración, aunque sometiéndola a una
ordenación minuciosa, intervenida por tres prefectos del
pretorio.

Apartados los altos mandos militares de las tareas
políticas; transformados los prefectos del
pretorio en magistrados civiles, y reorganizado y ampliado el
cuerpo administrativo, para que fuera el soporte del gobierno,
los funcionarios llegaron a ser los elementos más
influyentes de la sociedad romana, los más adulados y
temidos. Sometidos a una disciplina ordenancista, en la que todo
estaba reglamentado -según Amiano Marcelino, un
funcionario conocía desde su comienzo las etapas de su
carrera-; pero bien retribuidos, y encargados de la
ejecución de las órdenes de un poder
despótico e ilimitado, desplegaron sobre todos los
súbditos del Imperio las presiones de la arbitrariedad y
de la corrupción. La burocracia fue el punto de apoyo de
la monarquía fundada por Constantino; pero, usurpando poco
a poco el poder de los emperadores, acabó por paralizarlo.
El porvenir parecía ser, como en nuestro tiempo, de un
Estado gobernado por tecnócratas, desde una oficina, y con
el orden público mantenido por gendarmes.

La Corte y la Administración
central

El servicio del príncipe y el servicio del Estado
se confunden en el gobierno personal. La corte es una
apiñadura de intrigas de los amigos (comites) del
emperador, de los eunucos y de las favoritas. Los espías
(agentes in rebus) 30 desempeñan en esta corte
una misión importante, porque todos, los hombres
más humildes como los más esclarecidos, son
sospechosos al soberano, pueden ambicionar el imperio. Las
delaciones, a veces por los motivos más insustanciales,
acarrean a los acusados, inocentes las más de las veces,
suplicios horribles, cuando no la muerte.

La corte y el servicio de la casa (cubiculum,
dormitorio) del emperador están gobernados por el gran
chambelán (praepositus sacri cubiculi), que es el
primer eunuco de palacio, a la manera oriental, auxiliado por los
libertos, esclavos y eunucos que constituyen la servidumbre de
palacio.

El Consejo del emperador o Consistorio está
formado por los amigos del monarca y por los cuatro más
prominentes funcionarios de la Administración. Los comites
forman la comitiva, como desde tiempos de Adriano; pero
Constantino da a la comitiva una función oficial, que
sustituye el servicio del Estado por el servicio del emperador.31
El Consistorio se reúne de pie ante el
soberano.

Los cuatro funcionarios que completan el Consistorio,
verdaderos ministros, son: el cuestor de palacio (quaestor
sacri palatii
), que prepara los proyectos de ley y les
comunica al Senado, y es el portavoz del emperador; el jefe de
los oficios (magister officiorum), que dirige la oficina
de notarios o secretarios que registran las decisiones
imperiales, la cancillería imperial, los jefes de oficinas
(scrinia), las relaciones exteriores e
inspecciona el cubiculum o casa del emperador, la guarda
palatina32 las fábricas de Estado y el temido cuerpo de
estafetas y policía secreta (agentes in rebus);
completan el Consistorio los dos comites de las finanzas: el
conde de las sagradas liberalidades (comes sacrarum
largitionum
), que administra las rentas de la corona
(fiscus) y los bienes imperiales (patrimonium);
y el conde que cuida de los bienes privados del monarca
(comes rerum privatorum).

La administración de las
provincias

Constantino conservó la división de
Diocleciano en diócesis y provincias, si bien
disminuyó las prerrogativas de los vicarios de las
diócesis en beneficio de la autoridad de los prefectos del
pretorio. Al sustituir la tetrarquía por la
monarquía, creyó necesario aumentar el
número de prefectos del pretorio hasta tres, con
jurisdicción en la Galia, en Italia y en Oriente, como
teóricos viceemperadores, aunque sin mando militar. Al
dividirse las prefecturas, el área geográfica de su
poder disminuyó.

Los prefectos administraban las annonas,
ayudaban al emperador en el estudio de las apelaciones, regulaban
la legislación, disponían la construcción y
reparación de los edificios del Estado, con presupuesto
propio, que atendía también los gastos de la
enseñanza pública. Eran responsables del orden
público y de la seguridad del Estado, y
tenían bajo su autoridad a los vicarios y a los
gobernadores de provincias.

Constantino sustituyó los vicarios por
inspectores temporales (comites provinciarum), que
acabaron por convertirse en vicarios. Fue un error de Constantino
debilitar la unidad geopolítica de las diócesis
organizadas por Diocleciano en favor de la autonomía
administrativa provincial.

Las funciones administrativas y judiciales eran
ejercidas en las provincias por los gobernadores, llamados
consulares en las de mayor extensión, y
presidentes (praesides) en las pequeñas Estos
títulos acabaron unificados en el de jueces
(judices). Los jueces gobernaban las provincias en
nombre del emperador, ayudados por los curiales en la
recaudación de impuestos y en la conservación del
orden público municipal.

Esta administración funcionó con eficacia.
La inestabilidad política y militar no influyó
apenas en el mecanismo administrativo. La especialización
burocrática y la voluntad de defender el Imperio, que los
funcionarios compartieron con todos los ciudadanos romanos,
mantuvieron la solidez del engranaje hasta la víspera de
las grandes invasiones.

La legislación
constantiniana

Para los emperadores del siglo iv la voluntad del
príncipe es la única fuente del Derecho. Los
edictos de Constantino se inspira.ron tanto en las doctrinas
helenísticas como en el espíritu del cristianismo.
Este déspota era justiciero : castigó las
prevaricaciones de los jueces; promulgó edictos
protegiendo las viudas, los huérfanos, los
deudores; y, si no abolió la esclavitud, facilitó
la manumisión y mejoró la situación de los
esclavos.

Quiso contener la corrupción de costumbres, como
Octavio tres siglos antes: limitó los divorcios,
castigó severamente el rapto y el adulterio;
humanizó el trato cruel que los prisioneros
recibían. El suplicio de la cruz fue sustituido por el de
la horca. Dictó penas durísimas,33 pero que deben
interpretarse corno un esfuerzo sincero por la
regeneración moral de la sociedad romana.34

Constantino sustituye la defensa
estática por la defensa móvil

El sistema de defensa de la frontera lineal había
fracasado en el siglo III. Los bárbaros lo habían
roto repetidas veces. Diocleciano lo reforzó en una
época de relativa paz.

Las tropas fronterizas, los limitanei, eran
soldados-campesinos de escaso espíritu combativo.
Constantino, sin dejar las fronteras desguarnecidas,
prefirió la defensa móvil, asegurada por tropas
escogidas, acuarteladas en el interior del Imperio, los
comitatenses, reserva estratégica, pronta para
acudir, lo mismo a un punto amenazado de la frontera que al
aplastamiento de las tropas de un pretendiente. Quizá la
unidad del Imperio estaba mejor protegida así. Entre los
mejores soldados del ejército de línea fueron
escogidas las tropas palatinas, las scholae palatinae,
que sustituyeron a las cohortes pretorianas, definitivamente
disueltas por Constantíno, después de su victoria
sobre Majencio en el Puente Milvio.

Constantino nombró, por primera vez, oficiales
superiores de este ejército a soldados germánicos.
Muchos palatini eran germanos. La calidad de una unidad
militar llegó a ser apreciada por la cantidad de soldados
germánicos que la integraban, aunque se ha exagerado la
importancia cuantitativa de los bárbaros en el
ejército romano. En la caballería, los
destacamentos romanos (vexillationes) conservaron la
reputación de tropas seleccionadas.

La importancia de la caballería se
acrecentó, sobre todo en la guardia imperial, la Schola.
Una parte de los jinetes fueron equipados con coraza y revestidos
de cota de malla, como los caballeros medievales.

El ejército tuvo dos jefes, el de la
infantería y el de la caballería (refundidos luego
en uno solo, el jefe de las dos armas, magister utriusque
militiae),
con autoridad sobre los jefes (comes) de
las tropas de línea o comitatenses y sobre los
duces que mandaban las tropas fronterizas o
limitanei. Algunos jefes de frontera (duces
limitis
) estaban a las órdenes directas de un conde
(conde de Africa, de Iliria, de las dos Germanias).

La legión perdió su cohesión y su
eficacia militar al quedar reducida a unos mil hombres. Los
legados de las legiones (los comisarios políticos del
antiguo ejército romano) desaparecieron. Las legiones eran
mandadas por tribunos, llamados también
prebostes.35 El título de centurión fue
sustituido por el de protector. La decadencia de las legiones
aumentó la importancia de las tropas auxiliares
(auxilia).

La base lícita de reclutamiento siguió
siendo la propiedad territorial. Los propietarios estaban
obligados a proporcionar al ejército un contingente de
reclutas (protostasia), o bien su valor en
metálico (aurum tironicum) si el Estado realizaba
la recluta por sí mismo. Es preciso advertir que la
duración del servicio militar, de veinte a veinticuatro
años, reducía a poco la quinta reclutada cada
año.

Ya se ha dicho que los hijos de los soldados ingresaban
en el ejército al llegar a la edad militar. Así se
formó en el ejército un espíritu de casta.
El ejército fue un compartimento estanco dentro del
Estado, que, como tantas veces en la historia de muchas
sociedades, si no tuvo la fuerza suficiente para salvar el
Imperio, sí la necesaria para imponer su voluntad al
pueblo que tenía la misión de proteger.

La fundación de
Constantinopla

La nueva capital del Imperio debió ser escogida
por razones estratégicas, y acaso también por
motivos religiosos. Roma era el centro del Imperio; pero las
guerras fronterizas habían trasladado el pesó del
aparato estatal a ciudades más próximas a los
frentes: Nicomedia, Milán, Sirmio, Tréveris. El
Mediterráneo ya no era el eje económico y militar
del Imperio. La ciudad de Roma no era ya ni centro
económico activo, sino parasitario; ni político,
por la desaparición de la autoridad de su Senado, ni
siquiera cultural -en el siglo IV el centro de gravedad de la
literatura latina estaba en Africa, en Cartago

En las guerras contra Licinio, Constantino pudo percibir
todas las ventajas del emplazamiento de Bizancio, en la diagonal
terrestre Danubio-Eufrates, las dos fronteras más
amenazadas, y en el punto de esa diagonal cruzado por el eje
marítimo Mediterráneo-mar Negro, y en el mejor
puerto natural de los estrechos.

La fundación de la nueva Roma fue decidida
después de la victoria sobre Licinio, el año 324.
La consagración de Constantinopla aconteció seis
años más tarde, el 330, según el rito
pagano. Se hizo todo lo necesario para que la nueva Roma se
pareciese a la antigua. Para embellecerla, fueron saqueadas de
hermosas estatuas y columnas las ciudades griegas. Constantinopla
tuvo un foro, un capitolio, un Senado; se concedió a su
territorio el jus italicum, y la exención de
impuestos; el pueblo recibió, como el de Roma, panem
et circenses
. La población de la ciudad no
debió de exceder en el siglo iv de 250.000 a 300.000
habitantes. Pera y Gálata no existían
todavía.36 El trigo egipcio aseguró el
abastecimiento de Constantinopla. Les centros universitarios de
Atenas, Nicomedia, Efeso, Antioquía, Cesárea y
Alejandría suministraron los funcionarios que
requería la nueva Administración.

La iglesia de Santa Irene se amplió, y se
edificaron otras, pero los templos paganos fueron respetados, y
aun construidos otros, dedicados a la Fortuna y a la Gran Madre.
En el limite de la ciudad, Constantino hizo erigir su sepulcro,
cerca de la nueva iglesia de los Santos Apóstoles. Fue la
primera tumba de un emperador cristiano, rodeada de las estelas
de los doce apóstoles para significar que él era
"el decimotercer anunciador de la verdadera fe" y el «igual
de los apóstoles», como era llamado entre los
cristianos de Occidente.37

La fundación de Constantinopla rebasa en
importancia histórica a la de Alejandría, la ciudad
helenística de Alejandro Magno. Durante mil años la
nueva Roma fue la capital del Imperio bizantino, que salvó
la cultura griega de su destrucción, y el escudo que
contuvo a los nómadas asiáticos, mientras las
naciones europeas nacían y se desarrollaban.

El centro de gravedad del Imperio se
desplaza al Oriente

La instalación definitiva de la corte imperial en
Constantinopla decidió el destino del Estado romano. El
Oriente, más rico y mejor administrado,
sobreviviría a las invasiones. La región occidental
se desmembraría lentamente. La organización militar
y administrativa de Constantino, cuya ascensión
política se había fraguado en el extremo occidente
del Imperio, en las Galias, favoreció en cambio la parte
oriental. Ya antes de ser emperador único, su
legislación (que se basa más en el derecho
helenístico que en el romano) parece destinada a una
monarquía universal, cuyo eje estuviera en Oriente. Al
unificar la administración de las provincias orientales en
una sola prefectura civil, y al dividir el mando de las tropas
entre varios magistri militum, Constantino
fortalecía el poder civil y debilitaba el militar en
Oriente. Pero cuando divide la región occidental
en dos prefecturas del pretorio, Italia y las Galias, y el mando
militar de Occidente queda unificado, debilita el poder civil en
beneficio del militar. Cuando el ejército occidental
esté totalmente barbarizado, estas decisiones
trascendentales facilitarían el hundimiento del Imperio de
Occidente.38

Desde Constantino, el dualismo Oriente-Occidente, ya
aceptado en la organización del Estado, se
fortalecerá, hasta la separación de estos dos
mundos, bizantinismo y cristiandad latina; cesaropapismo oriental
-más oriental quc helenístico, sumisión de
la Iglesia al Estado en Oriente, y en Occidente una autoridad
política debilitada progresivamente, un vacío
ocupado por la Iglesia de Roma.39

4. La Iglesia
constantiniana

Las relaciones de Constantino con la Iglesia cristiana
tienen una importancia decisiva para el Imperio y para el
cristianismo. Su influencia sobre el destino del Estado romano
fue concluyente. Para la Iglesia el cambio fue trascendental, la
mayor de las revoluciones de su historia.40

La Iglesia al comienzo del siglo
IV

Ya se dijo 41 que en el crecimiento de la Iglesia surgen
comunidades nuevas, autónomas, sin ninguna
constitución para regularlas, sin orden jerárquico.
Viejas y nuevas comunidades están unidas por la idea de la
Iglesia universal. La Iglesia universal no es la suma de las
comunidades, sino la Iglesia de Dios, de la que cada comunidad
forma parte. La unidad y la esencia de la Iglesia de Dios no
depende del número de comunidades. Ekklesia
significa lo mismo la Iglesia universal que una de las
comunidades. La designación correcta, por ejemplo, de la
comunidad de Alejandría, seria «Ia Iglesia de Dios
que vive en Alejandría».

Otras religiones prometían también la
salvación sobrenatural, pero sólo el cristianismo
supo vivificar, a través de sus comunidades,

ese sentimiento de la fraternidad humana, más
fuerte por vivir cada comunidad en el interior de una sociedad
que la condenaba, y a la que ella, la comunidad, despreciaba a su
vez.

Como un pueblo después de una victoria sobre sus
enemigos, la Iglesia salió de las persecuciones
robustecida, con más fieles, con nuevas comunidades. En
esta victoria, el papel de los obispos fue muy importante, porque
las comunidades acertaron a elegir los más capaces. Los
obispos aventajaban a los funcionarios imperiales, que se les
enfrentaban en cuestiones de la vida cotidiana, porque
habían sido elegidos por su pueblo, no tenían que
rendir a un superior cuentas de sus actos y eran
inamovibles.

Esta religión «simple y cerrada»
(simplex et absoluta), como la llamó Amiano
Marcelino, se abrió y atravesó las fronteras del
Imperio en Armenia, en Persia y, a fines del siglo iv, en Arabia
y Abisinia. Pero su fuerza mayor seguía estando en Siria,
Asia menor y Egipto.

La leyenda del puente
Milvio

En el año 311, poco antes de morir, el emperador
Galerio, gravemente enfermo, publicó un edicto de
tolerancia; ordenaba en él que cesaran las persecuciones
contra los cristianos, siempre que no alterasen el orden
público. Esta decisión no era un reconocimiento
oficial de la Iglesia, pero sí una confesión del
fracaso del Estado en su lucha con los cristianos. En aquella
fecha el sistema de cooptación de Diocleciano había
desembocado en una situación confusa,42 provocada por las
pretensiones imperiales de Constantino, hijo de Constancio Cloro,
y de Majencio, hijo de Maximiano, que ellos fundamentaban en el
derecho de filiación. Y como ambos tenían mando de
tropas-Constantino,de las de Galias y Bretaña; Majencio,
de las de Italia y Africa-, sus soldados los proclamaron
emperadores. Los dos eran paganos, aunque habían
suspendido la persecución de la Iglesia. En las monedas
acuñadas por Constantino el 310, aparece el nuevo
emperador como un adorador del Sol invicto, del cual
pretendía descender toda la familia de Constancio Cloro.
El culto solar de Constantino era el mismo de Aureliano,
todavía el año 312. La lucha dinástica entre
Majencio y Constantino no tuvo carácter religioso.
Majencio perdió por sus brutalidades -el apoyo de la
población italiana, y Constantino tuvo la habilidad de
erigirse en liberador de Italia.

Los relatos cristianos de la decisiva victoria de
Constantino sobre Majencio en la batalla del puente Milvio -el de
Lactancio como el de Eusebio de Cesárea- difieren en los
detalles, pero coinciden en aseverar que los escudos de los
soldados constantinianos llevaban un símbolo cristiano.43
Para que su victoria pareciese una gracia recibida del Dios de
los cristianos, Constantino hizo levantar en una plaza de Roma
una estatua suya, con una cruz en la mano. Pero el paganismo era
fuerte todavía, y Constantino demasiado prudente para
comprometerse en una decisión irreparable.

El emperador Maximino Daia, dueño entonces de
Asia y Egipto, había proseguido la persecución de
los cristianos. Su contienda con Licinio, el aliado de
Constantino, sí que ofrecía el aspecto de una
,guerra religiosa. Licinio no era cristiano, como tampoco
Constantino, pero se había comprometido en Milán a
proteger la libertad de la nueva religión. La batalla
decisiva entre Licinio y Maximino Daia acaeció en Campus
Serenus, entre Andrinópolis y Heraclea, en la primavera
del 313. El historiador cristiano Lactancio refiere que la noche
anterior al combate un ángel se apareció a Licinio
dormido, y le dictó la oración que le daría
la victoria. A la mañana, Licinio hizo que fuese
comunicada a los soldados. La oración no contenía
ninguna fórmula cristiana, y estaba dirigida al Dios
supremo, con una vaguedad teísta que hace suponer que este
relato no es de fuentes cristianas. Vencedor Licinio,
ordenó una terrible matanza ,de los partidarios paganos de
Maximino Daia, alabada jubilosamente por los
cristianos.44

El edicto de Milán

Antes de la eliminación de Maximino Daia, y
después de la de Majencio, Constantino y Licinio se
entrevistaron en Milán, en febrero del 313. Los dos
emperadores no publicaron ningún edicto. Pero sus acuerdos
nos son conocidos por los rescriptos que Licinio promulgó
en Nicomedia, su capital. Ambos determinaron aplicar, amplia y
liberalmente, el edicto de tolerancia de Galerio, devolviendo a
los cristianos todos sus bienes confiscados, "con lo que toda
divinidad existente sea benévola y propicia para nosotros
y todos nuestros súbditos".45 El edicto de Galerio no
sólo quedaba rebasado en su adaptación milanesa,
sino que la nueva religión pasaba a ser considerada como
beneficiadora del soberano y de los súbditos, es decir,
quedaba integrada en la teoría romana de los, dioses
protectores.

La política religiosa de
Constantino

El favor que Constantino ya no dejó de otorgar a
la Iglesia ha sido interpretado contradictoriamente.46 Mas parece
evidente que él, que ambicionaba la monarquía
universal, organizada sobre bases nuevas, comprendió en
seguida todo el valor que para sus planes tenía la
creciente fuerza de la Iglesia cristiana. La idea de la
monarquía universal recibía su complemento con la
creencia del Dios universal. Y este Dios tenía en el
corazón de los cristianos un arraigo que Constantino no
encontraba en el monoteísmo solar, que había
seguido en su juventud, y que no abandonó por el
momento.

Constantino proyectaba entonces poner término a
la diarquía, destituir a Licinio y ser emperador
único, Su instinto político le aseguraba que al
proteger a la Iglesia latina se atraía la simpatía
de las numerosas comunidades cristianas orientales. En los once
años que transcurren hasta la eliminación de
Licinio (313-324), mientras éste se limita al
reconocimiento oficial del cristianismo, Constantino encaja la
Iglesia en el aparato del Estado: los sacerdotes son exentos de
obligaciones fiscales, y el servicio de la Iglesia queda
equiparado al servicio del emperador; como la legislación
imperial contra el celibato era inconciliable con el ideal de
castidad de muchos cristianos, Constantino derogó los
preceptos que limitaban los derechos de los solteros a heredar;
regaló al obispo de Roma el palacio de Letrán, y
ordenó la construcción de monumentales iglesias;
dispuso que la manumisión de esclavos, efectuada en un
templo, en presencia de un sacerdote, concediese el derecho de
ciudadanía;47 promulgó un edicto para la
santificación del domingo; autorizó a la Iglesia
para recibir legados; ordenó la transferencia de procesos
de tribunales civiles a tribunales episcopales, y prohibió
los combates de gladiadores.48

Estas disposiciones fueron compaginadas con la
aceptación de honores religiosos del paganismo.
Siguió siendo hasta su muerte pontífice
máximo, corno todos los emperadores anteriores; durante
varios años su casco y sus monedas llevaron las insignias
solares. Cuando el Senado levanta en Roma un arco en su honor, y
en el friso que historia la victoriosa campaña del
año 312, es plásticamente atribuida al dios Sol la
victoria sobre Majencio, Constantino parece aprobar con su
silencio esta interpretación. No manda retirar de los
lugares públicos las estatuas de los dioses, cuyas efigies
tardan en desaparecer de las monedas. Esta tolerancia fue
políticamente muy hábil en aquel momento.
Cristianos y paganos le obedecerían sumisos si, en el
equilibrio a que unos y otros habían llegado, Constantino
los dejaba sobrevivir.

El proyecto de un nuevo sincretismo
filosófico-religioso

En los primeros años de su gobierno Constantino
debió planear la sustitución de los toscos ritos
del paganismo popular por una religión
«filosófica» que pudiera ser aceptada por los
cristianos y paganos más cultivados. Aunque nunca
habló bien el griego, ni penetró su espíritu
en la cultura helénica, la admiraba. Respetó
,Atenas. Creyó, como los paganos cultos de su tiempo, que
la cultura desarrolla en el hombre las más nobles
virtudes, Y el primer templo cristiano que hizo construir en
Constantinopla lo dedicó a la Sabiduría, Santa
Sofía.

Para el cristianismo era una forma de vida, una cultura,
más que una religión. Siempre se interesó
más por el funcionamiento de la Iglesia que por los
problemas de la fe. No estableció nunca una
distinción entre religión y filosofía, y el
credo de Nicea fue para él la definición de la
filosofía más elevada.49

Parece que había ideado una reconciliación
entre los neoplatónicos porfirianos y los teólogos
cristianos. Los mismos escritores cristianos de su corte,
Lactancio y Eusebio de Cesárea, estaban impregnados de
conceptos tomados del pitagorismo, del platonismo y del
estoicismo. En este sincretismo, helenismo, judaísmo y
cristianismo no resultaban incompatibles. Eusebio y Lactancio
coincidían en afirmar que la contemplación de los
astros acercaba a Dios.

Cuando decidió deshacerse definitivamente de
Licinio, hacia el 320, abandonó estos planes, porque
entonces quería disponer de la ayuda fervorosa de las
comunidades cristianas de Oriente. Ya emperador único,
vaciló entre el arrianismo, tan poderoso en Oriente, y la
ortodoxia romana, pero descartó el sincretismo
neoplatónico-cristiano. Seis años antes de su
muerte hizo quemar los libros de los neoplatónicos
porfirianos, en un arranque de intolerancia que ponía fin
al espíritu del mundo antiguo.

La Iglesia paga con su libertad la
protección del Estado

Constantino recibió el bautismo -por cierto, del
arriano Eusebio de Nicomedia- en la hora de su muerte. En el
siglo IV la postergación del bautismo hasta el fin de la
vida no era un hecho insólito. Se pensaba que, recibido en
ese momento, aseguraba la salvación eterna. Pero lo cierto
es que Constantino no se sometió nunca a la disciplina
eclesiástica. Perteneció al coro de
catecúmenos que, de pie y en el vestíbulo del
templo, escuchaban la lectura y los comentarios del Evangelio,
sin participar en la liturgia eucarística. Se
tituló «obispo de los que están fuera»,
de los paganos, a los que quería llevar a la fe del
verdadero Dios.

Pero como emperador intervino en los asuntos
eclesiásticos, imponiendo, en los problemas de la Iglesia,
decisiones inspiradas por el interés político.
Protegió la Iglesia, pero la privó de libertad. Las
más sangrientas persecuciones no hubieran conseguido nunca
lo que logró Constantino de los obispos. Desde el primer
momento la Iglesia le reconoció el derecho de convocar
sínodos episcopales, y el emperador supo imponer en ellos,
«con una presión bien calculada»,50
resoluciones que eran aceptadas por los obispos como
inspiraciones del Espíritu Santo. En las graves querellas
teológicas del siglo IV las decisiones de la
mayoría necesitaron, para ser obedecidas, la
intervención del brazo secular. Lo espiritual quedaba
así supeditado a lo temporal.

La Iglesia constantiniana

En el ejército romano había muchos
soldados cristianos. En la época preconstantiniana estos
soldados se negaban a la ceremonia de la adoratio. En las
persecuciones su situación fue más arriesgada que
la de los cristianos civiles, que a veces pasaron inadvertidos.
La violencia del Estado, la indefensión ante el poder
oficial, y, más que todo, la doctrina evangélica,
indujeron a muchos de estos soldados a condenar toda forma de
guerra. Hubo cristianos que se negaron al servicio militar, como
los «objetantes de conciencia» de nuestros
días.

El antimilitarismo estaba muy difundido entre las
comunidades cristianas cuando Constantino entró en
contacto amistoso con la jerarquía eclesiástica. En
el año 314 el emperador convocó un sínodo en
Arles. El problema más grave que en él se
debatía era la disputa de los donatistas.51 Pero
Constantino utilizó la reunión sinodal para
conseguir que los obispos condenaran el antimilitarismo, y fueran
amenazados con la pena de excomunión los cristianos que
rehusaran al servicio militar.52

En la exposición dirigida por el emperador a los
obispos sinodales invocaba a la concordia para no provocar la
cólera de Dios contra la humanidad y contra él, de
quien dependía el buen gobierno de las cosas terrenales.
El emperador necesitaba el favor de la divinidad, y para
asegurárselo era preciso que todos, fraternalmente unidos,
obedecieran los mandatos de la religión católica.
El sínodo de Arles descubre toda la política
posterior de Constantino; y la sumisión de los obispos,
que excluían de la comunidad a los fieles que se negaban
al servicio militar, es un dato revelador del abismo que iba a
abrirse entre la Iglesia evangélica de los tres primeros
siglos y la Iglesia constantiniana.

El concilio de Nicea

Si el sínodo de Arles tuvo que enfrentarse con
los donatistas, el concilio de Nicea se convocó por causa
de la herejía de Atrio. Los conciliares invitados por un
oficio imperial fueron unos trescientos entre unos mil obispos
orientales. Sólo seis representaban la cristiandad latina:
dos legados del papa; el cortesano Osio, obispo de Córdoba
y consejero de Constantino, y tres obispos más, entre
ellos el de Cartago. El concilio de Nicea fue el concilio de
Constantino. Asistió a todas las sesiones, intervino en
los debates, y con su autoridad evitó el cisma, que
inevitablemente hubiera surgido de la posición
irreductible de los adversarios y de los partidarios de Arrio.
Constantino necesitaba la unidad de la Iglesia, que creía
complemento de la unidad del Imperio que acababa de lograr, y la
Iglesia se dejó imponer por Constantino la doctrina que
encadenaba la unidad de la Iglesia a la unidad del
Estado.

La profesión de fe de Nicea se fundamentó
en la de Eusebio de Cesárea, anterior a la polémica
entre Alejandro, obispo de Alejandría, y Atrio,
presbítero de una de las iglesias más importantes
de la misma ciudad, sobre la naturaleza de Cristo. Para
actualizar la doctrina de Eusebio, se añadió a ella
la declaración de que el Hijo es «engendrado, no
creado por el Padre», «consubstancial con el Padre
» (homoúsicos toi patri). Condenado
oficialmente el arrianismo, la oscuridad de esta fórmula
trataba de evitar nuevas disputas teológicas y
favorecía la unidad de la Iglesia, tan laboriosamente
conseguida.53

El credo de Nicea fue obra personal de un emperador que
ni siquiera era todavía cristiano. El concilio
reglamentó también la organización
eclesiástica impuesta por Constantino, inspirada en la del
Estado secular. Los sínodos serían asambleas de
obispos de una provincia, presididos por el obispo de la capital
de la provincia o metropolitano. Se atribuyó una
jurisdicción mayor, aunque no delimitada con claridad, al
obispo de Roma y a los patriarcas de Alejandría y
Antioquía. Era una estructuración esencialmente
urbana. La institución de los jorepiscopoi
(obispos del campo), iniciada en Capadocia, región de
escasas ciudades y de población diseminada en
pequeñas aldeas, desapareció a mediados del siglo
IV.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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