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La caida del imperio romano (página 2)




Enviado por santrom



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La enseñanza secundaria estaba organizada en
siete clases: gramática, dialéctica,
retórica, música, aritmética,
geometría y astronomía. Eran casi las mismas
materias recomendadas por Platón, idóneas para la
formación retórica de una clase dirigente de
funcionarios. Son las mismas "siete artes liberales" de la
enseñanza medieval. La ciencia de la naturaleza quedaba
excluida de este programa.35 El idioma de estas escuelas fue el
griego en las provincias orientales, y el latín en las
occidentales, sin ninguna preferencia ni presión oficial;
"nuestras lenguas», como había dicho Marco
Aurelio.

La gran cultura helenística había muerto,
y sus restos se embalsamaron en manuales de matemáticas,
de mecánica, cuya enseñanza, como la de la
filosofía, malvivía en escuelas privadas, al margen
de las estatales. Pero la tupida red de escuelas primarias,
medias y superiores favoreció la conservación de la
ciencia entre las capas superiores de la sociedad romana, y la
divulgación del saber alcanzó una amplitud que no
iba a ser superada en el Occidente europeo hasta el siglo XIX,
Los conocimientos que se transmitían eran más
técnicos que científicos, y las escuelas orientales
seguían aportando la casi totalidad del
profesorado.36

La romanización de las provincias
occidentales

Al llegar aquí, es necesaria otra vez una
reflexión sobre acontecimientos anteriores para entender
la situación del Imperio en el siglo III.

La romanización de las provincias occidentales
(España, Galia, Africa y, menos intensamente, Britania)
fue realizada con paciente habilidad, con la pericia que Roma
puso siempre en sus empresas políticas. Sus resultados
fueron la generalización del latín como habla de
todo el Occidente, y la adopción en las provincias de las
formas de vida y de pensamiento romanos. La romanización
fue sustentada en la concesión gradual del privilegio de
ciudadanía a los habitantes de las ciudades. Empezó
por la fundación de colonias, ciudades pobladas por
legionarios romanos licenciados. Desde César y Augusto,
estas colonias fueron núcleos de romanidad.37

La romanización se extendió después
a los soldados peregrinos de las cohortes auxiliares, a quienes
se concedía la ciudadanía romana con la licencia
militar, y a los funcionarios municipales que habían
servido al estado durante dos generaciones. Así llegaron
muchas ciudades a tener entre sus habitantes numerosos ciudadanos
romanos. Estas ciudades podían entonces obtener el derecho
latino, el jus Latii, antesala jurídica de la
ciudadanía romana. Y luego llegaban a alcanzar el
privilegio de ciudades romanas sin perder sus derechos locales.
El proceso de romanización prosiguió con la
implantación en las provincias de la legislación
imperial, dictada primeramente para Roma e Italia, y
culminó con la Constitutio
antoniníana.38

La decadencia del siglo III no afectó a las
excepcionales aptitudes romanas para la romanización. En
esta época el ejército romanizó tan
admirablemente a las tribus ilirias y panonias de la
región danubiana, que ellas aportaron las mejores tropas a
las legiones, y de esas regiones surgieron emperadores que se
identificaron con la tradición romana, a la que
defendieron de la anarquía y de la ruina.39

La helenización de las provincias
orientales

En cambio, la política romana en Oriente
consistió en helenizarlo más, es decir, en dejar
que la cultura helenística siguiera su obra de
penetración en las regiones menos urbanizadas de las
provincias asiáticas. Roma comprendió que el
dualismo Oriente griego-Occidente romano era culturalmente
inevitable, y supo administrar sabiamente la paradójica
unidad de un imperio dualista, en el que el sirio Papiniano, el
númida Apuleyo y el cordobés Lucano se
sentían ciudadanos de un mismo Estado.

El agotamiento de las fuerzas creadoras
señaló más nítidamente las
diferencias de nivel científico y económico entre
las provincias orientales y las occidentales. Las ciudades
griegas y helenísticas habían creado una alta
civilización urbana, antes de que Roma existiese. Y si
estos pueblos se vieron obligados a aceptar la superioridad
política romana, las milenarias civilizaciones egipcia,
siríaca y griega habían seguido desarrollando una
cultura que aun en su decadencia era capaz de dar a Roma
más de lo que podía recibir de
Occidente.

La influencia helenística en el Occidente
romano

La burguesía de Grecia y Macedonia, de Asia Menor
y Siria, de Egipto y Cirenaica, siguió hablando, corno se
ha dicho, la lengua griega, conservó las costumbres, la
cultura y la ciencia griegas. La filosofía helénica
de este siglo continuó influyendo en las provincias
occidentales del Imperio. El único historiador de este
período que prosiguió con elevación la obra
de Polibio y de Tácito fue un griego de Nicea, Dión
Casio. La mayoría de los valores literarios y
científicos de esta época son de origen oriental:
Papiniano era sitio, Ulpiano procedía de Tiro, Plotino era
egipcio, como el matemático Diofanto.

Estos hechos sólo pueden interpretarse como una
orientalización del Imperio si entendemos la
orientalización como un influjo moderado, que no
había cesado desde que Roma entró en contacto con
el Oriente helenístico, cinco siglos antes. Influencia de
la superioridad de la civilización helenística,
pero frenada por el talento sintetizador y la personalidad
original, práctica y flexible de Roma: Mas en el siglo III
la consunción del racionalismo griego era casi completa,
pese al incremento de la divulgación del saber. Y la
ciencia helenística que, desinteresada del estudia de la
naturaleza, se había anquilosado, fue sustituida por una
interpretación religiosa de la vida.

El incremento de la religiosidad

El esfuerzo racionalista de la ciencia jónica del
siglo VI a. de C. y de la medicina hipocrática fue, al
fin, vencido por el idealismo y la superstición,
distintos, pero favorecedores ambos del status social romano. Ya
Polibio había comprendido que la superstición,
introducida, para impresionar a las masas, en todos los aspectos
de la vida pública y privada de Roma, era el fundamento de
la grandeza romana. El atribuía la decadencia de Grecia a
la ruina del poder de la oligarquía, por la
emancipación de las masas de la irracionalidad y por el
desprestigio de la religión de estado, y ponía su
esperanza en Roma, porque su aristocracia había evitado
estos dos peligros.40

Ahora, cuando más insegura era la existencia de
los hombres, más buscaban todos en la religión un
alivio, un consuelo o una esperanza. La vida espiritual se hizo
religiosa y mística. En Oriente, como en Roma, hubo
siempre almas religiosas que recurrían a la ascesis para
conseguir la liberación del alma de la cárcel del
cuerpo. En el siglo III aumentó el número de estos
místicos y su ejemplo irradió sobre círculos
cada vez más amplios. Llegaron a formar pequeñas
sectas, que rechazaban los sacrificios y las formas externas del
culto, sustituyéndolas por la continencia, la
meditación y el éxtasis.

Los cultos tradicionales y la religión de
estado

Este ennoblecimiento de la vida religiosa no fue
general. El panorama religioso del siglo in es variado y
fluctuante. junto al espiritualismo ascético y
místico perduran los cultos tradicionales, con sus
prácticas supersticiosas y sus sacrificios de animales,
devociones acrecidas por la angustiosa inseguridad de la vida.
Subsistía, con renovada fuerza, la religión de
Estado, «consciente conservación de las principales
creencias populares, claramente irracionales, por razones de
conveniencia práctica», según Mommsen. La
religión de Estado fue un instrumento político
utilizado lo mismo por la República romana que por los
emperadores.

En el siglo III el culto de los dioses nacionales fue
tanto más exigido cuanto más peligraba el Imperio.
Los emperadores creían o simulaban lograr la
protección de los dioses por medio de sacrificios, y un
edicto de Decio obligaba a todos los habitantes del estado a
sacrificar a los dioses de Roma.

La universalización de las religiones
orientales

Como el culto de los dioses nacionales era conciliable
con el de los dioses extranjeros, los romanos adoraron desde
tiempos de la República divinidades orientales: frigias,
sirias, indoiranias, egipcias, introducidas en Occidente por
soldados y comerciantes, cuando no por los emperadores mismos. El
culto oficial era demasiado formalista para colmar ningún
anhelo religioso, y la verdad es que los romanos no se
sentían protegidos eficazmente por sus dioses. Ya en un
trance decisivo de la segunda guerra púnica, en el
año 204 a. de C., el Senado había importado,
según atestiguan los Libros Sibilinos, el culto de la
Magna Mater de Frigia. Un siglo más tarde, las legiones
que vencieron a Mitrídates trajeron a Roma el culto del
dios capadocio Mâ, y sus ritos de iniciación,
repetidos en el culto de la Gran Madre y de Attys con el bautismo
del novicio en sangre de toro (taurobolium). La conquista de
Egipto popularizó en Roma el culto de Isis.41 Los primeros
emperadores incluyeron en su política restauradora el
restablecimiento de la religión grecorromana tradicional,
pero los viejos dioses declinaban. Ya Calígula
celebró fiestas a la diosa egipcia Isis, adorada
también en las Galias. En el siglo III Caracalla
erigió un templo en Roma a Isis y al también dios
egipcio Serapis. Heliogábalo tomó el nombre del
dios sirio Elagábal, al que quiso convertir en una
divinidad universal, aceptada por todos los súbditos del
Imperio.

Emperadores, soldados y comerciantes eran portadores a
Occidente de estos dioses, que satisfacían, mejor que los
dioses romanos, las crecientes necesidades religiosas de los
hombres, sin exigirles el abandono de los dioses
nacionales.

Pero el culto oriental más extendido en el
Imperio, el más generalizado entre las legiones, que lo
llevaron a todas las provincias, hasta Britania, fue el del dios
indoiranio Mithra. El mitraísmo predicaba una moral
fundamentada en el amor al prójimo que tenía muchas
afinidades con la estoica. Los adoradores de Mithra creían
en la inmortalidad del alma, en el castigo eterno de los malos,
en la felicidad perdurable de los buenos. Mithra era el dios de
la luz, el mediador entre el dios invisible y el hombre, y
había establecido entre sus adoradores el banquete de
iniciación del amor entre hermanos. El culto de Mithra,
protector de la humanidad, se practicaba en cuevas, en las que
era mantenido el fuego sagrado que aplacaba a los dioses
invisibles. El mitraísmo fue la más noble de las
religiones de salvación del paganismo.

La convivencia religiosa

Estos cultos no se repelían entre sí.
Muchos fieles pertenecían a más de uno. Cada
religión, cuando afirmaba la unicidad de su dios, no
negaba a los otros, los incorporaba al Dios verdadero.
Sólo el judaísmo y el cristianismo resistieron a la
mezcla.

Un paso importante para la unificación de los
dioses romanos y los orientales en el camino del
monoteísmo fue dado por el emperador Aureliano, soberano
«por la voluntad de dios», dios él mismo
(Dominus et deus, señor y dios), al adoptar como culto
supremo del Estado la divinidad solar siria, el Sol invictus, al
que consagró un templo en Roma.42

Los cultos orientales ganaron lentamente la sociedad
romana. A las gentes sencillas, que se sentían arrastradas
a los prodigios, les ofrecían la esperanza de otra vida,
compensadora de los infortunios cotidianos. A los hombres cultos,
la doctrina de un dios único, que ya habían
entrevisto los pensadores estoicos, divinidad cuyas revelaciones
podían darles el conocimiento de la verdad. En el
neoplatonismo encontraron una cómoda síntesis de
filosofía y superstición.

El paganismo del siglo III era una religión, como
la cristiana, del más allá.

El gnosticismo

En la nueva espiritualidad alcanzó una amplia
audiencia el gnosticismo, que fue una doctrina religiosa y
filosófica a la vez, un sincretismo de creencias
orientales, judaicas y cristianas. La gnosis no fue privativa de
las sectas herméticas. Influyó profundamente en la
filosofía griega de los siglos II y III, así como
en el cristianismo primitivo.

Como lo que sabemos del gnosticismo proviene de escritos
de sus adversarios, es difícil conocer su doctrina. Para
los gnósticos, la salvación del hombre
dependía del triunfo de Dios sobre un demiurgo, fuente de
todo mal. El hombre consigue, por medio de la ascesis, el
conocimiento revelado, gnosis, que es como una luz de
redención sobre las tinieblas del mundo. Para los
gnósticos cristianos esa luz era Cristo.

El gnosticismo parece haber sido, al menos en las mentes
más claras, un intento de racionalizar
filosóficamente creencias religiosas primitivas, fundadas
en el dualismo entre la luz y las tinieblas, entre el Bien y el
Mal. La materia, como opuesta al espíritu, es
esencialmente mala. Por eso la salvación consiste en la
liberación de la materia, por medio del conocimiento de la
realidad espiritual última.43

La prosperidad de la astrología y de la
magia

Este confuso panorama de cultos heterogéneos
responde, según se ha dicho, a un anhelo común de
salvación espiritual. El culto oficial del emperador y de
sus funcionarios; los cultos privados de las legiones, de las
ciudades y de las comunidades campesinas; los cultos
herméticos de las pequeñas sectas de hombres
cultivados: todos buscaban en la divinidad amparo, la felicidad
perdida, el milagro que salve al humilde de la miseria y al
emperador de la derrota. No es extraño que la angustia de
estas almas aterradas haya recurrido a la magia y a la
astrología como remedio inmediato de un apuro
momentáneo.

La astrología llegó también del
Oriente, de Babilonia, y parece haber sido un sacerdote caldeo,
Beroso, quien la introdujo en el mundo helenístico. La
astrología, como ciencia de la adivinación,
atañía únicamente a los monarcas, porque las
divinidades planetarias sólo comunicaban con el soberano,
en tanto éste era también un ser divino. Pero en
Grecia la astrología se había democratizado, al
profetizar las constelaciones el destino de todos los
hombres.

La ciencia helenística había rechazado con
desprecio las predicciones de los astrólogos, pero la
decadencia de la astronomía científica y de la
filosofía permitieron a la astrología divulgar la
teoría de las iniciativas,44 que establecía una
correlación entre el orden de los días y el de los
planetas, la semana astrológica.45 Hubo días fastos
y nefastos; se consultaba a los astrólogos antes de
emprender un viaje; se interrogaba a los astros sobre el futuro
de un recién nacido. La creencia de que las estrellas
pueden dar la felicidad o acarrear la desgracia fue compartida
por monarcas, generales, soldados, campesinos. Hubo emperador que
tuvo su astrólogo oficial. Numerosos astrólogos se
establecieron en las ciudades del Imperio, e innumerables
manuales vulgarizaban estas supersticiones. En la Galia los
druidas, perdido su prestigio sacro, se transformaron en
ensalmadores, hechiceros y adivinos.

Las mismas circunstancias que favorecieron el esplendor
de los horóscopos, ayudaron al auge de la magia en los
últimos siglos de Rema. Se han conservado muchos papiros
con textos mágicos, y la literatura nos informa
ampliamente del empleo de amuletos, talismanes, exorcismos; del
empleo mágico de letras y números, de metales y
piedras preciosas.46 La superstición, alimentada por el
misticismo, se universalizó y su fuerza la haría
penetrar en el siglo IV, con las masas de conversos, en el
cristianismo.

La filosofía neoplatónica como doctrina
de la decadencia de la Antigüedad
clásica

En contraste con estas formas confusas y orientalizadas
de espiritualidad, el neoplatonismo fue un esfuerzo idealista,
realizado por la filosofía griega, su última
creación original.47

Las doctrinas filosóficas que perduraban -el
epicureísmo, el neopitagorismo y el estoicismo-
habían buscado racionalmente una interpretación del
mundo. Si el conocimiento de la verdad está negado a la
razón humana, la filosofía es imposible. El punto
de partida del neoplatonismo, y de su pensador más
importante, Plotino, es éste: la aceptación de la
renuncia a conocer y a dominar el mundo físico, renuncia
que hubiera sido inconcebible para los filósofos
presocráticos.

El sistema de Plotino se fundamenta en la existencia del
Ser único, el ser sin partes, del que emanan las otras
formas del ser: el espíritu -que es ser y además
entendimiento-, y del espíritu emana el alma, las almas, y
por último, la materia, ilimitada, informe y
caótica. El mal es la unión del alma con la
materia. La educación filosófica consiste en
separar el alma de la materia; en devolver el alma a las formas
superiores del ser, por medio de la intuición y del
éxtasis, que proporciona al alma el contacto con el Ser
único.

La salvación es, pues, la evasión de la
materia, porque la materia es el no-ser.

Esta doctrina, que negaba la materia, coincidía
con el derrumbamiento del mundo material romano, que en tiempo de
Plotino se estaba produciendo. Uno de los primeros
teólogos cristianos, Orígenes, fue, con Plotino,
discípulo del fundador del neoplatonismo, el alejandrino
Ammonio Sakkas. El neoplatonismo contribuyó a crear el
ambiente ideológico en el que iba a desarrollarse el
cristianismo.

6. El cristianismo en el siglo III

La crisis que se ha venido explicando en las
páginas precedentes tenía que ocasionar una
transmutación de valores en la conciencia de los hombres.
El resultado de esta mudanza fue la sustitución de las
creencias paganas por las cristianas.

"Siempre habrá de persistir la duda de
cuál sea el elemento a que más debe el
cristianismo, si al monoteísmo judaico, al pensamiento
griego o a la energía de estructuración romana",
escribió Walter Goetz.48 Y aunque un estudio de los
orígenes del cristianismo y de la historia de la Iglesia
primitiva quede fuera del alcance de este libro, 49 no es posible
examinar la situación del cristianismo en el mundo romano
del siglo ni sin una referencia a algunos hechos que se
habían producido en tiempos anteriores y a ciertos
caracteres de la nueva religión.

Los componentes judaicos del
cristianismo

El cristianismo había nacido en el seno de la
sociedad judía, en una época de crisis, que
presenta muchas analogías con la situación del
mundo romano en el siglo III.50 La despiadada explotación
romana hundió a los pueblos siríacos, que
habían formado parte del reino seléucida, en una
postración total. Piratas y pueblos bárbaros
vecinos saqueaban lo que los ávidos gobernadores romanos
no habían requisado. La ruina política, social y
económica de estas regiones sumió a sus habitantes
en la miseria, los enfrentó con un porvenir sin esperanza;
y las gentes buscaron un alivio a sus sufrimientos en las
antiguas creencias mágicas, nunca desaparecidas, pero
reavivadas ahora por la necesidad de salvación, solicitada
del milagro, implorada angustiadamente a los dioses.

Es en esos tiempos, los siglos II y I a. de C., cuando
los cultos de misterios, que hemos encontrado en la sociedad
romana del siglo III d. de C., se posesionan definitivamente del
Oriente helenístico, desplazando al racionalismo griego,
cultivado por las clases ilustradas. Los dioses salvadores
-Mithra, Osiris, Adonis- son los preferidos De estos pueblos
sirios, sólo el judío iba a intentar, durante
doscientos años la resistencia al poder romano, sostenido
por la esperanza en su Salvador, el Mesías anunciado por
los profetas.

El cristianismo nació en tierra judaica, en la
más empobrecida de sus comarcas, convulsionadas por la
injusticia y la rebeldía, en el regazo del único
pueblo del Imperio que no había aceptado la pax romana.51
De esta circunstancia emerge una de sus peculiaridades: la
rebelión moral de los esclavos contra los señores
del mundo de entonces. Rebelión moral, diferente de la
violenta disposición judía contra Roma. Pero
distinta también, porque no era el enfrentamiento de un
pueblo contra otro, sino el de una clase de hombres, los
desposeídos de todo, contra los poderosos. Rasgo que no
aparece en ninguna otra religión, y que fue percibido
inmediatamente por las clases señoriales -las
judías como las romanas -, que adoptaron una actitud
defensiva contra ese cristianismo primitivo.52

La ruina de la Siria seléucida facilitó la
formación de un estado judío independiente (167-63
a. de C.), hasta que Judea fue anexionada por Roma.

Un nuevo ideal de vida

El Sermón de la Montaña significaba la
inversión de los valores del mundo señorial; la
negación del ideal heroico del guerrero, que Homero habla
exaltado, y que era el soporte de una sociedad que
concebía la vida como una heredad de los fuertes. La moral
cristiana se elevaba sobre la estoica, con su doctrina del amor a
todos los hombres, y no se limitaba, como el Decálogo
judío, a definir lo que el hombre no debe hacer. El
cristianismo no era propiamente una religión: venía
a negar la religión, en el sentido de las religiones
anteriores, como compendios de creencias
supersticiosas.

El Dios personal y vivo

La concepción de un Dios personal que creó
el mundo de la nada fue una herencia que el cristianismo
recibió del judaísmo. La esencia del Dios
judío y cristiano es la de un Ser con quien un hombre
puede relacionarse directamente, espiritualmente. Mas el progreso
que desarraigó teológicamente al cristianismo de su
matriz judía, fue la doctrina que afirma que Dios devuelve
su gracia a la humanidad caída por mediación de
Cristo. Esta grandiosa idea de un Dios Padre de todos los
hombres, empequeñecía a los dioses nacionales de
las otras religiones, y al mismo Dios judío como ellos lo
concebían, como Dios de Judá.

La influencia del pensamiento griego en el
cristianismo

Uno de los legados que el cristianismo heredó del
judaísmo fue el recurso de exponer la doctrina religiosa
en lengua griega, y utilizar los términos conceptuales de
la filosofía griega.53 El sincretismo filosófico al
que había llegado la filosofía helénica en
el neoplatonismo alejandrino54 fue continuado por los Padres de
la Iglesia Clemente de Alejandría y Orígenes. En
las apologías que contra sus adversarios escribían
los autores cristianos, el cristianismo es presentado como
heredero de la filosofía griega. Según Clemente de
Alejandría, la filosofía pagana ha preparado el
camino al conocimiento del verdadero Dios; el logos humano es
perfeccionado por el logos divino.

Orígenes fue, por su formación
intelectual, un filósofo neoplatónico. Su
exégesis bíblica, de una erudición asombrosa
para su tiempo, es en el fondo una argumentación
filosófica. El quiso hacer de la fe un sistema
filosófico. El Hijo, igual al Padre en esencia, es Logos.
Este es el cristianismo del logos –concepto tomado de la
filosofía griega-, que está en Dios y emana de
él. Con esta doctrina el cristianismo dejaba de ser una
religión de la fe para convertirse en una complicada
filosofía, de rango intelectual equiparable a los otros
sistemas filosóficos.

La influencia greco-oriental del sincretismo se
manifestó también en otro plano contrapuesto: en la
incorporación a la doctrina primitiva de una teoría
de mediadores –ángeles, santos y mártires-, que era
una concesión al clima religioso de la época, y a
los deseos de muchos fieles, intelectualmente incapaces de
comprender la doctrina que se había elaborado.

La organización de la
Iglesia

Que la idea de una Iglesia universal surgiese tan pronto
en el seno del cristianismo, es un hecho sorprendente, que
sólo se explica por el modelo de estructuración que
el Imperio romano ofreció a los cristianos desde el primer
momento. La organización jerárquica que la Iglesia
iba a levantar en un período de tiempo
increíblemente breve, es más propia de una
institución política que de una sociedad
religiosa.

La difusión del cristianismo se vio favorecida
por el mismo carácter universal del estado, por el
cosmopolitismo que la paz romana facilitó, comunicando
entre sí las grandes ciudades, allanando los contactos
culturales entre las provincias más alejadas del Imperio.
Y también porque el politeísmo romano implicaba una
tolerancia religiosa, que el «despotismo ilustrado»
de los Antoninos había dilatado.

Las comunidades
cristianas

El cristianismo primitivo se había constituido en
comunidades locales, a semejanza de la comunidad (ekklesiai) de
Jerusalem. Los fieles se reunían en una casa privada,
leían el Evangelio y celebraban la Cena. Estas comunidades
cristianas fueron un núcleo sociológico que no
existe en ninguna otra religión. Sólo las sinagogas
judías se les asemejan. Pero las sinagogas -cuyos caminos
de expansión por el Imperio siguieron las células
cristianas- fueron sociedades estáticas y
herméticas, enmohecidas por el ritual, sin otro lazo de
unión entre sus miembros que el culto religioso. Por el
contrario, las primeras comunidades cristianas tuvieron una
cohesión que se vio reforzada por el ejercicio de la
caridad. La caridad, que guiaba la vida práctica de les
fieles, fue un vínculo social poderosísimo. La
lucha activa por la difusión de la fe, y el deber de
acomodar su conducta a su fe, incitaba además a los
cristianos. Actuaban para transformar el mundo y prepararlo para
el regreso del Redentor.

Cuando los cultos paganos, que se sustentaban de las
rentas de sus propiedades rústicas, quedaron empobrecidos
por la decadencia económica del siglo III, las comunidades
cristianas resistieron las dificultades, fortalecidas por la
ayuda recíproca que la caridad derramaba entre los
fieles.

Las transformaciones políticas y sociales del
siglo III, que arruinaron la vida urbana, no debilitaron a las
comunidades cristianas. Las ciudades no habían llegado
nunca a ser realidades sociales en las que los pobres se
sintiesen protegidos. Las comunidades cristianas, en cambio,
habían dado desde su origen esa seguridad a todos y cada
uno de sus miembros.

La jerarquía
eclesiástica

En cada comunidad la celebración del acto
más importante del culto, la consagración o misa,
fue confiada a los ancianos (presbíteros). Desde el siglo
II se inició la organización jerarquizada de la
estructura comunitaria, con la elección, entre todos los
fieles de la comunidad, de un episcopo (obispo), que
dirigía la vida religiosa de la célula y conservaba
su unidad contra desviaciones y deserciones. El obispo tuvo a los
presbíteros como cuerpo consultivo, y a los
diáconos como auxiliares. Obispos, presbíteros y
diáconos constituyeron el estamento sacerdotal consagrado,
el clero, dentro de cada comunidad.55

Las comunidades orientales se organizaron en provincias
eclesiásticas, que se correspondían aproximadamente
con las provincias imperiales, y celebraron reuniones de obispos
o sínodos, presididos por el arzobispo o metropolitano, es
decir, el obispo de la capital eclesiástica provincial.
Alejandría y Antioquía fueron diócesis
importantes.

En las comunidades occidentales hubo una especial
vinculación a los obispos de Roma, que, desde fines del
siglo I, aspiraron a ejercer su autoridad sobre la totalidad de
las comunidades.56 Esta pretensión estaba justificada por
la necesidad de contar con una organización estructurada
con la misma firmeza que el Estado que iba a intentar
destruirla.

El acrecentamiento de las comunidades en
el siglo III

La consolidación de la Iglesia proseguía
cuando los emperadores del siglo III incrementaron los cultos
oficiales para lograr la protección de los dioses contra
los enemigos de Roma.57 En este tiempo la Iglesia se
extendía ya por la totalidad del Imperio. En Oriente el
cristianismo había penetrado en Mesopotamia, en Armenia,
en Asia Menor, en Egipto. Existían comunidades muy
importantes en Edesa, Antioquía, Alejandría,
Cesárea. En Africa la mayor era la de Cartago, En Italia
existían más de cien, de las que Roma era, como es
lógico, la principal. En las Galias se organizaron
numerosas comunidades desde la costa narbonense hasta Lyon. En
España se habían creado varias diócesis, de
las que conocemos Mérida, Zaragoza y Astorga-León.
Ya no eran cristianos sólo los libertos, esclavos,
artesanos y comerciantes. Había cristianos en el
ejército, en la Administración, hasta en el
Senado.

La unidad del Imperio favoreció la
evangelización, que fue realizada en las lenguas locales.
El cristianismo contribuyó así a despertar en los
pueblos evangelizados la conciencia de su propia personalidad,
sin oponerla a la universalidad del Imperio, que la Iglesia
consideraba propicia para sus fines.

Aunque su organización no se hubiese
constitucionalizado todavía, la Iglesia era ya una fuerza.
Las comunidades occidentales tenían más
cohesión, y florecía en ellas en este tiempo una
literatura latino-cristiana -Tertuliano, Cipriano, Minucio
Félix- no inferior a la griega. La Iglesia intentaba vivir
pacíficamente en el marco del Estado pagano, al que
consideraba necesario para el mantenimiento de la paz. En
contraste con las rebeldías judaicas, Jesús
había delimitado las dos esferas de la vida
política y la vida espiritual,,, y san Pablo había
recomendado el respeto a la autoridad civil. Los cristianos
rezaban por la salud del emperador y la paz del Imperio, pero
evitaban el culto estatal. Sus escritores pedían
tolerancia en nombre de la libertad religiosa, y al subrayar que
el cristianismo y el Imperio habían nacido en la
época de Augusto, en el principio de la pax romana,
aseveraban el carácter providencial de esta coincidencia,
afirmando que la continuidad del poder romano dependía de
la perduración del cristianismo.

Las primeras
persecuciones

La actitud de las sociedad romana frente al cristianismo
fue desconfiada y hostil. Los romanos adivinaban en los
cristianos, pese al acatamiento formal de las leyes imperiales,
una condenación moral de sus costumbres, una
rebeldía íntima contra la vida pagana, y
sentían amenazado el orden social por la nivelación
fraternal de señores y esclavos en el seno de las
comunidades cristianas.

En las polémicas mantenidas por los escritores
paganos y los cristianos, los argumentos de aquellos atacaban la
irracionalidad de la doctrina cristiana de la creación del
mundo, del pecado original y de la resurrección de la
carne, pero sin olvidar nunca el problema esencial para las
clases privilegiadas: la amenaza que representaba para los
poderosos una religión de pobres, de rebeldes y de
criminales.

La conducta individual de los cristianos confirmaba esta
alarma: rehusaban el servicio militar; consideraban escandaloso
el lujo indumentario, negaban la obediencia a las leyes que
consideraban injustas. La nocturnidad de sus reuniones secretas
en las catacumbas era pretexto para acusarles de los más
odiosos crímenes.59

Pero la verdadera causa de las persecuciones fue la
negativa de los cristianos a sacrificar a los dioses nacionales.
Trajano desatendió las denuncias de brujería e
infanticidio que se acumulaban contra los cristianos, pero
ordenó que éstos fuesen condenados a muerte si se
negaban a hacer sacrificios a los dioses del Estado. Las primeras
persecuciones tuvieron carácter local; las de Marco
Aurelio quedaron limitadas a Roma y Lyon. Hubo otras, por
iniciativa de gobernadores de provincia o de autoridades
municipales, alimentadas por el ciego odio popular, que los
señores romanos fomentaban

Las persecuciones del siglo
III

Cuando la crisis del Estado se agravó, las
adversidades fueron atribuidas a la cólera de los dioses,
y los emperadores incrementaron los cultos oficiales. La negativa
de los cristianos a adorar a los dioses de Roma se
convirtió en un delito político, y cuando los
cristianos rehusaron participar en las fiestas religiosas del
milenario de Roma, el año 248, la hostilidad oficial
estalló. Al año siguiente, el nuevo emperador Decio
ordenó la constitución de comisiones que
debían vigilar el cumplimiento de los sacrificios a los
dioses, culto que obligaba a todos los habitantes del Imperio. La
orden fue observada con el rigor totalitario de la
monarquía militar. Se exigió a los cristianos
certificados de haber sacrificado a los dioses (libelli). Muchos
de ellos apostataron.60 Pero fueron más numerosos los que
murieron, a veces voluntariamente, en una innecesaria pero bella
profesión de su fe, los mártires
(«testigos» de la fe), en admirable prueba de la
fuerza espiritual de su religión, que asombró a sus
adversarios y fue motivo de muchas conversiones.

Entre las víctimas de la persecución de
Decio figuran el papa Fabiano en Roma, san Saturnino en Tolosa y
san Dionisio en París. Los que no fueron condenados a
muerte, quedaron reducidos a la esclavitud, condenados a trabajos
forzados en las minas.

La Iglesia salió fortalecida de esta cruenta
tribulación. Entre la persecución de Valeriano
-dirigida contra la jerarquía eclesiástica para
desarticularla, sin resultado- y la última y más
sangrienta de Diocleciano, ya en los primeros años del
siglo IV, hubo una larga tregua, en la que algunos emperadores,
como Heliogábalo y Alejandro Severo, intentaron la
integración del culto cristiano en el sincretismo
religioso oficial.61 En este período la
estructuración de la Iglesia se afianzó
definitivamente. Las persecuciones fracasaron.

Mientras el Imperio iniciaba su desmoronamiento,
triunfaba la nueva concepción religiosa de la vida,
aportada por el cristianismo.

7. El arte pagano y el arte cristiano
primitivo 61

En los primeros arios del siglo III, durante el gobierno
de los Severos, el arte romano -y más la arquitectura que
las otras artes plásticas- conservó la
magnificencia de la época anterior. Esta grandeza
constructiva servía a los fines totalitarios de la
monarquía absoluta, y expresaba, con su sentido de la
magnitud espacial, con su monumentalidad impresionante -ajena al
espíritu griego, pero no al de las culturas orientales-,
la voluntad romana de dominación del mundo.

Las construcciones de los Severos (el arco de triunfo
dedicado por el Senado a Septimio Severo en el Foro romano; las
lujosas y desmesuradas termas de Caracalla) son de un estilo
menos puro que el del siglo anterior, por su colosalismo
orientalizante, servido -eso sí- por una técnica
constructiva perfecta. La arquitectura decayó durante el
período de la anarquía militar, para renacer en
tiempos de Diocleciano.

La escultura

La escultura produjo obras admirables, como el busto de
Caracalla que se conserva en el museo de Nápoles, retrato
extraordinario de una vida interior despiadada, cínica y
cruel. En contraste con el realismo casi brutal de esta
escultura, las de las ambiciosas princesas de la familia de los
Severos expresan una espiritualidad honda, reflexiva y
angustiada.

La tendencia a representar la vida espiritual que en el
cuerpo material alienta; la captación de lo que en la
realidad visible perdura, son un reflejo del espiritualismo de la
época que caracteriza las numerosas estatuas de los
emperadores, levantadas en campamentos militares y en las
ciudades del Imperio, representando al emperador como dios
vivo.

Los burgueses acomodados pusieron de moda las
reproducciones de las obras inmortales de la estatuaria griega.
La técnica de la copia se perfeccionó, y sus
cultivadores suplantaron a los artistas originales. Una copia de
Praxíteles tuvo tantos compradores como una edición
de Homero o de Horacio. Las casas romanas fueron decoradas con
estatuas y pinturas, como las viviendas de hoy con reproducciones
de las grandes obras de arte. A esa costumbre debemos las copias
perfectas que nuestros museos conservan de la estatuaria griega y
romana.

La pintura

Cuando la crisis del siglo III se agudizó y
decayó la vida urbana, y la aristocracia,
desposeída de sus privilegios, se refugió en sus
villas campestres, y los campesinos se incorporaron a las
legiones, y los emperadores salieron de las filas del
ejército, y la religión señoreó la
vida espiritual, el arte aristocrático dio paso a un arte
nuevo, popular y narrativo.

La pintura desplazó entonces a la escultura
monumental. Así como la escultura había sido la
más excelsa de las artes plásticas del clasicismo,
la pintura fue el arte característico de la cultura romana
de los últimos siglos, y es el arte esencial del
cristianismo primitivo.

Ya en el siglo I d. de C. había surgido en el
seno de la sociedad aristocrática romana una pintura
impresionista, casi lírica, que produjo el arte más
refinado que la clase dirigente romana haya creado nunca,63 con
sus figuras elegantes, vaporosas y desmaterializadas. El
ilusionismo visual de esta pintura contribuyó al
nacimiento del nuevo estilo popular, que fue esencialmente
figurativo y épico.

La pintura del siglo III se caracteriza por la
utilización de la imagen como medio expresivo más
claro y directo que la palabra. La imagen alcanzó en la
cultura de masas de ese tiempo el mismo poder tiránico que
ejerce en la civilización actual, por medio de la
televisión, de los periódicos ilustrados, del
cinema, de los tebeos, Entonces, como ahora, la imagen fue
noticia y anécdota, información y documento,
propaganda.

El arte cristiano

El arte cristiano primitivo adoptó este estilo
narrativo, de un expresionismo naturalista, que, con sus formas
ingrávidas y abocetadas, simbolizaba la renuncia cristiana
a la vida material. Los frescos de las catacumbas, pintados por
artistas inexpertos, a veces por artesanos hábiles,
desarrollaban con preferencia tenias simbólicos: el ancla,
el cordero, la paloma, el pez. La imagen de Cristo, el asunto
más importante del arte cristiano, no aparece en el primer
momento. No se conoció ninguna reproducción
auténtica de la figura de Jesús. Primero fue
representado por alegorías: el cordero, el pez, la paloma.
La más antigua imagen humana de Cristo fue la del Buen
Pastor, derivada al parecer de la figuración
helénica de Orfeo. En las catacumbas romanas aparecen
efigies de un Cristo imberbe, con el polo corto, de origen
egipcio probablemente. La forma definitiva de la figura de Cristo
es de una época posterior.

Este arte cristiano del siglo in, pobre, pero de una
intensa espiritualidad, nació en las catacumbas.
Allí convivían los cristianos en el amor, en la
caridad y en la fe. Allí eran enterrados, los
señores al lado de los siervos, los magistrados imperiales
junto a los esclavos, en nichos de la misma rusticidad,
símbolos del desapego del mundo y de la fraternidad
cristiana.

8. Las invasiones germánicas en el
siglo III

Para comprender la historia, tanto la de la
Antigüedad como la de la Edad Media, debe descartarse la
suposición tradicional de que las grandes migraciones
humanas son hechos históricos esporádicos entre dos
eras de estabilidad. Los «tiempos revueltos» fueron
más frecuentes que los calmos.

Cuando los bárbaros que emigraban -en busca de
tierras mejores o de botín- eran rechazados por los
ejércitos de un estado militarmente fuerte, se encaminaban
hacia países más débiles o hacia regiones
despobladas. Pero el Imperio romano era en el siglo III demasiado
vulnerable para que la esperanza de saquearlo no tentara una y
otra vez a los pueblos bárbaros que lo
circundaban.

La conquista romana se había detenido, al
comenzar el siglo I d. de C. en las selvas germanas.
Después de la catástrofe de Teutoburgo,64 la
frontera militar romana rehuyó los bosques de Germania, y
se trazó a lo largo de las tierras cultivadas de la orilla
izquierda de los ríos Rin y Danubio. Esa frontera era una
línea militarmente débil, demasiado extensa para
ser defendida, y Roma se vio obligada a aumentar en ella sus
tropas incesantemente.

Marco Aurelio había tenido que afrontar la
primera acometida peligrosa, lanzada sobre el Danubio por cuados,
sármatas y marcomanos. En el siglo III los ataques a la
frontera renodanubiana crecieron en frecuencia y fuerza.
Simultáneamente, la frontera asiática fue amenazada
por las ambiciones expansionistas de la nueva dinastía
persa de los sasánidas, mientras surgían en las
fronteras meridionales de Nubia y Mauritania otros adversarios,
que, si eran menos peligrosos, resultaban incómodos en
aquella alarmante situación.

Así perdió el Imperio la iniciativa en su
política exterior. Ya no era libre para escoger entre la
expansión territorial o la paz. La política romana
se limitó a arbitrar recursos para resolver los problemas
que le eran impuestos por sus enemigos.

Los germanos en la frontera danubiana
65

En esta época el mundo germánico no era el
mismo que César conoció. Durante los siglos II y
III los germanos se agruparon en grandes confederaciones,
resultado de la fusión de varias tribus para defenderse de
otras, o de la dominación de una sobre las restantes, o de
fenómenos económicos diversos, como crecimientos
demográficos o agotamiento de los recursos naturales del
territorio ocupado.

En los primeros años del siglo II se
inició un desplazamiento de los germanos orientales
-godos, vándalos, burgundios 66 — desde las orillas del
Báltico en dirección sur, remontando los cursos de
los ríos Rin, Oder y Vístula. Los godos, siguiendo
el curso de este último río, alcanzaron el valle
del Dniester.

Estos vastos movimientos migratorios actuaron sobre los
pueblos que vivían en las regiones invadidas,
obligándolos a huir hacia el sur, empujándolos
sobre la frontera romana. Este ataque de los pueblos
nórdicos contra los bárbaros avecindados en las
cercanías del limes,67 sumado al de los sármatas
-que entonces se movían de este a oeste, del
Cáucaso al sur de Rusia-, lanzó a los germanos que
habitaban la orilla izquierda del Danubio sobre las
fortificaciones romanas, y las atravesaron sin hundir
definitivamente la frontera. La resistencia romana
refractó la presión recibida en direcciones
laterales: hacia el oeste, hacia las Galias, y hacia el este,
hacia el Danubio inferior y el mar Negro.

Estas agresiones a la frontera romana, que fueron muy
intensas durante los cuarenta años centrales del siglo
III, buscaban más el botín que la conquista
territorial, Aunque la debilidad del Imperio fuera visible, Roma
inspiraba a los germanos admiración, respeto, temor.
Comprar a estos bárbaros la retirada no tenía
dificultades para los emperadores.

Las largas guerras de frontera influyeron muy
diferentemente en los romanos y en sus adversarios. La
depauperación del Imperío creció, porque su
economía monetaria estuvo sometida a la carga progresiva
de los impuestos. En cambio, la audacia y la codicia de los
germanos aumentaron, porque la guerra fue para ellos un medio de
existencia. Los trabajos agrícolas rendían menos
que el botín. La especialización militar fue una
aspiración de las juventudes germanas. Por el contrario,
hacía siglos que los romanos ya no consideraban la guerra
sino como una penosa carga financiera.

Las soluciones Intentadas por el Estado
romano

El Imperio puso en ejecución tres medidas para
contener las invasiones: la cesión a los bárbaros
de tierras laborables; la incorporación al ejército
romano de colonos germanos y de prisioneros de guerra, y por
último los pactos con tribus germánicas.

La donación de tierras de cultivo, dentro de las
fronteras del Imperio, a tribus germánicas había
comenzado tiempo antes. Augusto ordenó el asentamiento de
cincuenta mil bárbaros en la orilla derecha del Danubio.68
Marco Aurelio instaló en tierras despobladas por la peste
a los prisioneros capturados en la guerra danubiana de los
años 166 a 180. En el siglo III las cesiones de tierras
continuaron, sobre todo durante los reinados de Probo y
Diocleciano, motivadas también por la progresiva
despoblación. Muchos prisioneros de guerra fueron cedidos
como colonos (inquilini) a terratenientes romanos.

La integración en el ejército de soldados
bárbaros fue consecuencia de las dificultades de
reclutamiento, en un momento en el que las necesidades militares
exigían la creación de nuevas legiones. Esta tropas
fueron alistadas entre colonos germanos, prisioneros de guerra y
bárbaros confederados. Sirvieron en las cohortes
auxiliares (auxilia), y hasta formaron regimientos especiales
(muneri). Más tarde los germanos ingresaron directamente
en las legiones, y en el siglo IV muchos de ellos ascendieron al
rango de oficial.

Entre las reformas tácticas introducidas en el
ejército romano durante el siglo III69 figura la
sustitución de la espada corta del legionario por la
espada larga germánica. Los romanos, perdida la confianza
en sus propias fuerzas, imitaban la estrategia de sus
adversarios: renunciaban a la compacta solidez de la
legión y al combate cuerpo a cuerpo, que tantas victorias
había dado a Roma, y la sustituían por la lucha a
distancia y por la capacidad de maniobra de la
caballería.

La incorporación de numerosos soldados germanos
al ejército ofrecía otra ventaja, que fue siempre
una constante de la política romana: enfrentar a unos
bárbaros con otros.

Los pactos del estado romano con tribus
bárbaras

Las federaciones cumplían la misma finalidad.
Así hubo bárbaros amigos y enemigos de Roma,
prorromanos y antirromanos. Las tribus que recibían
subsidios del Imperio pasaban a ser, además, clientes
comerciales de Roma. Los mercaderes romanos llevaban hasta las
orillas del Báltico vinos y objetos de adorno, importando
pieles, ámbar y esclavos.

El pacto (foedus) entre el Estado y un pueblo
bárbaro fue un recurso para conservar la influencia romana
en regiones de difícil defensa. Diocleciano
abandonó Nubia y pactó con los nobates la
vigilancia del valle del Nilo contra los blemnitas. Constantino,
al desocupar de tropas romanas la Dacia, pactó su defensa
con los godos. En otros casos el pacto era el reconocimiento de
la autoridad de un reyezuelo sobre su pueblo, a cambio de un
juramento de fidelidad a Roma.70 Pero estas alianzas no
tenían solidez, porque no consistían en un convenio
entre Estados, sino en un pacto personal; y bastaba un cambio de
dinastía para que los jefes bárbaros se
consideraran desligados de la confederación. Por otra
parte, los bárbaros comprometidos a defender un territorio
no siempre pudieron resistir las presiones exteriores, como iba a
suceder en las grandes invasiones del siglo V.

Las invasiones germanas del siglo
III

La bellum Scythicum fue iniciada por los godos.
En el año 238 atravesaron el Danubio por primera vez. El
emperador Gordiano III compró su retirada. Diez
años más tarde los godos llegaron a Mesia y Tracia
en una nueva correría, siendo rechazados por Decio. Pero
el afio 250 pasaron de nuevo el Danubio y saquearon
Filipópolis. Tres años después, desde las
costas de Dacia, atravesaban en barcos griegos el mar Negro,
conquistaban Efeso y Nicomedia y vencían en Capadocia al
príncipe palmirano Odenato, aliado de Roma. En Grecia se
apoderaron de Corinto y de Esparta. La alianza de los godos con
los persas sasánidas, en el Asia menor, hubiera sido para
el Imperio romano una grave amenaza. Pero los godos fueron
derrotados en Naiso por Claudio II (año 269) y su
agresividad disminuyó.

La presión de los alamanes -reforzados por jutos
y vándalos- en el Rin y en el Danubio fue muy intensa
entre los años 253 y 275. Llegaron a amenazar Milán
y derrotaron a Aureliano en Plasencia.

Los francos presionaron sobre las Galias, alcanzaron
Tarragona, y, a través de la península
hispánica, enlazaron con los bereberes, que atacaban por
su cuenta a los colonos romanos de Cartago.

La presión germánica no se limitó a
cuartear la frontera renodanubiana: atravesó de norte a
sur el Imperio, y lo flanqueó por el este. Conectó
con los adversarios africanos de Roma en la región
númida, al tiempo que los blemnitas aislaban Egipto de la
costa del mar Rojo.

La frontera oriental los persas
sasánidas

Cuando la agresividad bélica de los partos
decayó, la frontera oriental dejó de ser un
peligro. Las derrotas que los Severos infligieron a los reyes
partos los desacreditó, y el nacionalismo persa fue
encarnado por la familia sasánida, que reivindicó
la brillante herencia de los persas aqueménidas. El primer
monarca sasánida, Ardachir, tomó el nombre
aqueménida de Artajerjes. El imperio sasánida
fomentó un belicoso nacionalismo, sacralizado por la
antigua religión irania, ganados los magos por
los reyes sasánidas para esta política
imperialista. El emperador Filipo el Arabe tuvo que comprar la
paz a los persas. Luego, la derrota y prisión del
emperador Valeriano desvaneció el prestigio romano en
Asia. Su afortunado vencedor, Sapor I, ocupó Tarso y
Antioquía. Pero los aliados palmiranos del Imperio romano
rechazaron a los persas de Mesopotamia, y las expediciones de
Aureliano y de Probo restablecieron el equilibrio en esta
frontera.

Los gobiernos
ilegítimos

Amenazado por los enemigos exteriores, el Imperio fue
puesto también en peligro de división interior, en
las regiones extremas y menos romanizadas, Galia y Siria. Estas
secesiones no tuvieron carácter separatista. El
espíritu local, la personalidad «nacional», no
existió en el estado romano,71 únicamente ese
dualismo entre el Oriente helenístico y el Occidente
romanizado, que sólo podía superar un poder
fuertemente centralizado.

En Galia hubo un emperador "ilegítimo",
Póstumo, cuyo gobierno sólo sobrevivió
quince años con sus sucesores. En Palmira, la viuda de
Odenato, Zenobia, aprovechó los desastres militares
romanos para proclamarse independiente e intentar la conquista de
Egipto. Estos gobiernos contribuyeron a la mejor defensa de las
fronteras imperiales. Aureliano restableció la unidad del
estado.

El poder marítimo de Roma
amenazado

En el último tercio del siglo II los ataques
bárbaros contra el Imperio cesaron casi completamente. Las
emigraciones se habían debilitado. Las invasiones
ocasionaron a los germanos grandes pérdidas, y las tierras
abandonadas por el Imperio en el Neckar, en Retia y en Dacia
proporcionaron a los bárbaros el espacio vital que
necesitaban.

El peligro mayor se había concentrado en la
frontera renodanubiana. En ella se acumularon los recursos
defensivos de Roma,72 y esta guerra terrestre ocasionó el
abandono de la potencia marítima romana; el
Mediterráneo, lleno de barcos piratas, empezaba a no ser
el Mare nostrum, y la decadencia marítima de Roma iba a
ser decisiva, cien años después, en la caída
del Imperio de Occidente.

9. La reformadora restauración de
Diocleciano

Una meditación de la crisis romana de la tercera
centuria incita a preguntarse cómo pudo el Imperio
sobrevivir a ella. Lo salvaron reformas, tardías pero
momentáneamente eficaces, como las de Galieno y Aureliano;
el esfuerzo heroico de un general o de unas legiones, en un
trance desesperado; cuando no los recursos de urgencia aportados
por las forzadas prestaciones de la militarizada población
civil.

En estas soluciones perentorias es preciso admitir el
decisivo papel desempeñado por los emperadores ilirios.
Claudio II, Aureliano, Probo y Caro fueron hombres de pocas ideas
políticas, pero las aplicaron con firme energía.
Admiraban la tradición romana. Al defenderla,
sentían defender su tierra balcánica, integrada en
la civilización romana. Consideraban a los senadores
indignos de Una asamblea de tan glorioso pasado, los
despreciaban, pero sin exterminarlos, como habían hecho
los Severos. Reprobaban la injusticia social y procuraron
favorecer a los pobres, pero odiaron la anarquía, y se
esforzaron por restablecer la disciplina militar y civil,
convencidos de que sólo una dictadura militar podía
salvar el Imperio. Para ejercerla se apoyaron en el
ejército y en la burocracia, y no vacilaron en subordinar
los intereses privados a los fines supremos del
Estado.

Encarnaron para sus soldados, sencillos, valientes y
empeñosos como ellos, la imagen del emperador
ideal.

Pero sus remedios fueran efímeros, y apremiados
por las urgencias. No tuvieron tiempo para restaurar el
equilibrio roto en todos los asuntos del Estado: entre la solidez
de las fronteras y la fuerza militar de los bárbaros;
entre el costo de la guerra y los recursos del Imperio; entre el
presupuesto financiero y las posibilidades recaudatorias; entre
la autoridad del Senado y el poder del emperador; entre la
tradición clásica y el irracionalismo mágico
y religioso. Esta restauración fue la obra emprendida por
Diocleciano.

La tetrarquía

Diocleciano fue un dálmata de origen humilde que
había sobresalido en el Estado Mayor de Caro por sus
cualidades de organizador. El ejército lo proclamó
emperador en Nicomedia el año 284, y tuvo que enfrentarse
en el primer momento con el desbarajuste que acompañaba
siempre a las coronaciones: deshacerse del antiemperador de turno
-Carino—, firmar una tregua con los reyes sasánidas,
aceptar el gobierno "ilegítimo" de Carausio en Britania y
el de Domiciano en Egipto. Mas Diocleciano fue creando, lenta
pero firmemente, un sólido mecanismo de
gobierno.

Desde Augusto, el Imperio había tenido una
constitución dual: de una parte, Roma, Italia y las
provincias senatoriales, territorios en los que el emperador era
solamente princeps, el príncipe del Senado; de
otra, Egipto y las provincias imperiales, en donde el emperador
era monarca absoluto. Era inevitable que los emperadores
aspiraran a gobernar unitaria y autoritariamente la totalidad del
Imperio. La crisis del siglo III facilitó esta
unificación despótica del poder, iniciada por
Septimio Severo y acabada por Diocleciano.

A los dos años de su proclamación
nombró césar a Maximiano, ilirio también, al
que desde el principio había designado jefe del
ejército de las Galias, y poco después le dio el
título de augusto. Pero al adoptar Diocleciano el nombre
de Jovio y dar el de Herculio a Maximiano, Diocleciano dejaba
establecido su rango superior. Maximiano no era exactamente un
coemperador, como un demiurgo, Hércules, no es propiamente
el dios supremo, Júpiter.

Seis años más tarde quedó
estructurada la tetrarquía: Constancio fue designado
césar o sucesor de Maximiano, Galerio, césar de
Diocleciano. Esta organización aseguraba la
sucesión imperial, liberándola de las
proclamaciones turbulentas de las legiones, y de las pretensiones
del Senado a nombrar emperador. El sistema de designación
era, como el de los Antoninos, el del «más
digno» del gobierno del Imperio.

El funcionamiento de la
tetrarquía

Diocleciano fijó su residencia en Nicomedia y
Maximiano en Milán. Aunque Diocleciano gobernó la
parte oriental del Imperio y Maximiano la Occidental, se mantuvo
la unidad del Estado. La decisión de los asuntos era
tomada conjuntamente por los dos augustos. A los césares
competía la parte ejecutiva, y ayudaban indistintamente y
sin una clara delimitación de sus funciones, a los dos
augustos.

De hecho cada tetrarca rigió una región
geográfica: Diocleciano, el Oriente. Galerio, la
península balcánica, desde su capital, establecida
en Sirmio. Maximiano, instalado en Milán, gobernó
Italia, España y Africa. Y Constancio, la Galia y Britania
desde su residencia de Tréveris.

Estas cuatro regiones militares y administrativas no
dañaron la unidad del Imperio, mantenida por la firmeza de
Diocleciano, el augusto más antiguo.

Los dos prefectos del pretorio delegaron
algunas de sus atribuciones en vicarios, administradores de cada
una de las doce diócesis en que quedó dividido el
Imperio.73 Las diócesis abarcaban administrativamente
varias provincias. Las antiguas provincias fueron subdivididas,
hasta el número de 104, y este reajuste suprimió
las diferencias entre provincias senatoriales e
imperiales.

La nueva organización
favorecía la uniformidad del Imperio.

La reforma administrativa

Esta reorganización de las altas magistraturas
del Estado fue completada por la de la Administración y la
del Ejército.

El rasgo más notable de estos cambios es la
absoluta separación de los poderes militar y civil. Los
mandos militares, nombrados directamente por el emperador, como
los altos cargos administrativos, se ejercen en zonas que no
coinciden siempre con la división diocesana o
provincial.

Diocleciano estaba asistido por un Consejo de Estado,
consilia sacra, que preparaba la copiosa
legislación imperial.

Los dos césares ejecutaban sus decisiones -y las
del otro augusto, ayudados por el gobierno central, constituido
por los dos prefectos del pretorio y por sus funcionarios. Las
funciones de los césares y de los prefectos del pretorio
eran determinadas en cada circunstancia por los
augustos.

El Imperio quedaba dividido administrativamente en doce
diócesis, regidas por un vicario, nombrado por
Diocleciano, y jerárquicamente subordinado a los augustos,
césares y prefectos del pretorio.

Cada diócesis comprendía un número
variable de provincias. Sus gobernadores (llamados
consulares, correctores, procónsules o
praesides, y más tarde judices) eran
también designados por los augustos -de facto, por
Diocleciano- Los gobernadores, como los vicarios,
procedían del orden ecuestre.

Esta máquina administrativa funcionó con
una regularidad implacable. El poder imperial llegó, a
través de ella, hasta el rincón más apartado
del Imperio.

La reorganización del
Ejército

Las exigencias militares obligaron a aumentar el
número de legiones, pero el incremento real de soldados
fue escaso, por las. dificultades del reclutamiento.74 Hubo
más legiones, unas 175, pero sus efectivos fueron
reducidos a mil hombres. Las tropas auxiliares formaron
también unidades más reducidas -las cohortes
tuvieron unos 500 soldados- Las fuerzas totales del
Ejército ascendían, en tiempo de Diocleciano, a
unos 400.000 combatientes.

Las fronteras fueron reforzadas con una línea de
fortificaciones y Con tropas numerosas limitan – 0 ripenses,
mandadas por duques; Diocleciano separó la
caballería de las legiones, incorporándola al
ejército de campaña, formado por tropas escogidas
que acompañaban habitualmente a los augustos, los
comitatus Augustorum o comitatenses, y que
podían ser enviadas rápidamente a una frontera
amenazada.

La descentralización del ejército, bajo el
mando directo de los tetrarcas, reducía el peligro de los
emperadores "ilegítimos" y de las proclamaciones de nuevo
emperador por las legiones.

Se ha censurado la defensa estática del Imperio
adoptada por Diocleciano. En el Estado Mayor de Caro había
destacado como organizador, pero nunca fue un estratega. La
reorganización del ejército, como toda su obra
política, fue realizada sin un plan preconcebido.
Más que una reforma militar, fue una adaptación a
las necesidades de la defensa del Imperio.

La autarquía
económica

La decadencia de la producción, la ruina del
transporte, el déficit de la balanza comercial y la
devaluación monetaria requerían soluciones urgentes
y radicales. El oro que Trajano extrajo de Dacia y los tesoros
que Aureliano arrebató a Zenobia, habían sido para
el Imperio lo que las minas americanas para los Austrias
españoles. Estos remedios no estaban al alcance de
Diocleciano. El dálmata tuvo que elegir entre dos
políticas económicas viables: una economía
librecambista, basada en el comercio con Oriente, o la
reorganización de la economía del Imperio con sus
solos recursos. Diocleciano se decidió por la
autarquía económica. Le impulsaban a esta
resolución sus ideas absolutistas y el precedente
estatista de los emperadores que le habían precedido.
Acumuló grandes reservas de oro, mediante el sistema
tolomeico -ya imitado por los ,emperadores ilirios – de pagar en
especie al ejército y a los funcionarios. El
corporativismo de Estado incrementó las fábricas
estatales de armas, de tejidos, hasta de pan. Soldados y
funcionarios dejaron de abastecerse en los mercados privados. El
comercio desapareció prácticamente. En los pueblos
se retornó a la economía natural.

La autarquía económica consolidó la
vinculación a la tierra de los propietarios libres y de
los colonos, iniciada en tiempos de la anarquía militar.
El régimen señorial de la Edad Media se iniciaba.
Los pequeños propietarios, arruinados por los impuestos,
vendían sus tierras a los terratenientes y seguían
cultivándolas como colonos. Renunciaban a la libertad por
la seguridad.

Los grandes propietarios llegaron a ser tan poderosos
que pagaban directamente sus impuestos a los gobernadores de las
provincias.. Escapando a la política de socialismo de
Estado, sus dominios se transformaban en unidades administrativas
especiales. Sus fincas, agrandadas por compras de terrenos, por
arrendamientos hereditarios con la obligación de cultivar
el suelo (enfiteusis), se transformaron en inmensos latifundios,
como pequeños principados. Dejando a los colonos la
producción de trigo, hacían cultivar a sus siervos
y esclavos los más rentables productos agrícolas,
en las proximidades de su palacio. Abandonando las ciudades,
vivían como ricos señores rurales. Cazaban,
vigilaban las labores agrícolas, leían y se
rodeaban de una pequeña corte de filósofos y
escritores.

Su poder sobre colonos y artesanos se hizo ilimitado.
Esta aristocracia feudalizante acabó por destruir a la
clase media y -a la larga- también minó el
absolutismo estatal.

Las reformas de Diocleciano imposibilitaron el
desarrollo de una economía sana y próspera, y pese
a su intención igualitaria, arruinó a las masas de
la ciudad y del campo sin impedir la formación de nuevas y
grandes propiedades.

Medidas tributarias

La política económica de Diocleciano, como
toda su gestión, fue unificadora y uniformadora. Mando
hacer un censo de las tierras y de sus habitantes. Fueron
mantenidos los impuestos sobre la tierra y sobre las personas
(capitatio), que gravaban casi exclusivamente, a los
campesinos,75 y se ordenó a los empadronadores la
distribución fiscal de los campos en unidades
territoriales, iuga, del mismo, valor.76 Establecida la
equivalencia entre la unidad de capitación y la
territorial, quedaba determinado el número de unidades
fiscales de cada distrito.

Según Piganiol, iugatio y
capitatio son dos aspectos de un única, impuesto
territorial. En países de pequeñas explotaciones,
las unidades territoriales o iuga se incorporaban a las
unidades personales o capita. En cambio, en los
latifundios, los capita eran incluidos en los
iuga de los grandes propietarios.

El importe global que el Estado necesitaba cada
año era repartido entre las unidades fiscales censadas.
Nadie sabía lo que tendría que pagar al año
siguiente, hasta que el Estado no fijaba la cuantía. de
sus necesidades para el año fiscal. Era un procedimiento
simple, ideado por el oficial de intendencia que Diocleciano
había sido, no, la reforma de un economista.

La ejecución de este sistema tributario fue
implacable. El Estado militar y burocrático tenía
necesidad de enormes sumas. Italia entró por primera vez
en la tributación (Italia annonaria), que
siguió percibiéndose generalmente en especie
(annona). Los collegia 77 quedaron transformados en
órganos económicos, bajo la vigilancia ordenancista
del Estado. La adjectio sterilium -existente ya en
tiempo de Aureliano-, es decir, el traspaso a los miembros de una
comunidad de la responsabilidad de cultivar las tierras yermas y
de pagar los impuestos que las gravaban, se
generalizó.

En su labor restauradora, Diocleciano no pensó
nunca en el retorno al antiguo y complicado sistema tributario.
La moneda estaba demasiado depreciada. La normalidad financiera
no podía esperar. El peligro exterior subsistía, y
los gastos estatales aumentaban incesantemente. Diocleciano
transformó la annona, utilizada como recurso
extremo por los emperadores del siglo III, en un impuesto
permanente, simplificado en su estructuración y aplicado a
todas las provincias.

Quiso favorecer los municipios, pero el aumento de las
liturgias los perjudicó.

El agricultor quedó encadenado a su gleba y a su
trabajo, como en el Egipto de los faraones, como más tarde
los siervos medievales. Se amenazó con la pena de muerte a
los contribuyentes que rehuyesen los impuestos y a los
recaudadores venales o ineficaces.

Medidas financieras

Diocleciano trató en vano de contener la
devaluación de la moneda y el alza de los precios. Su
reforma monetaria consistió en emitir una moneda de oro,
el aureus, con un valor de 1/60 de la libra de oro, y
una moneda de plata, el denarius argenteus, que
valía 1/96 de la libra romana. Estas monedas no llegaron a
los pobres. Para ellos se acuñaron de cobre, como el
follis. Pero las nuevas monedas tampoco inspiraron
confianza; prosiguió la retracción de
mercancías y el aumento de precios. Diocleciano quiso
detenerlo con el Edicto del máximo, que fijaba
los valores de las materias primas, manufacturas, transportes,
jornales y salarios.78 Se amenazaba a los acaparadores de
mercancías y a los que rebasaran los precios establecidos
con confiscación de bienes y muerte. Este edicto no
contuvo ni la desvalorización de la moneda ni la subida de
los precios.

De todas las reformas de Diocleciano, la
económica fue la que fracasó desde el primer
momento. La annona resultó insuficiente para la
voracidad de la máquina burocrática del Imperio.79
No se supo incrementar la producción. Los grandes
terratenientes escaparon a las disposiciones imperiales y el
empobrecimiento del Estado pesó directamente sobre los
humiliores.

El dominado

Esta complicada red burocrática tenía en
su centro la "araña imperial" el emperador absoluto.
Diocleciano sustituyó la anarquía de los remedios
extremos por una rigurosa ordenación. Militarizó la
vida de la sociedad romana. Todo lo uniformó. El
latín fue la lengua única de la
Administración, y su penetración en los
países de habla griega hizo progresos
sorprendentes.

La política religiosa de Diocleciano fue una
prosecución de la de los Severos y de Aureliano. Pero
él no era, como Aureliano, señor y dios por el
nacimiento. Los augustos recibían la gracia divina con la
investidura imperial, y se convertían en hijos de los
dioses. La gracia que recibían de éstos les
infundía las virtudes del monarca. Todo el ceremonial
cortesano -como la adoratio, el manto y el calzado
cubiertos de pedrería- tenía como finalidad la
aseveración del carácter sagrado del emperador. La
relación entre el princeps y los ciudadanos se
transformó definitivamente en comunicación entre el
señor y sus súbditos.

Diocleciano se propuso renovar la fe en los dioses de
Roma, volver a la moral tradicional. Consagró a las
divinidades romanas, Júpiter, Marte; consultó los
oráculos antes de tornar decisiones importantes,
incitó a sus súbditos a una vida piadosa y pura,
inspirada en la moral de la antigua Roma. Persiguió a los
maniqueos como agentes del enemigo persa, y a los cristianos, en
la más sangrienta de todas las persecuciones, como
enemigos interiores de la teocracia imperial.

La obra de Diocleciano

Este emperador fue un empírico de la
política. Por eso su gestión está llena de
contradicciones, de abismos entre los propósitos y los
resultados. Quiso restaurar la tradición romana, pero
arrebató a Roma la capitalidad del Imperio, reduciendo el
Senado a un simple consejo municipal de la ciudad. Quiso proteger
a los humildes, pero su política permitió la
formación de nuevos y más extensos latifundios.
Compartió la funesta creencia del mundo antiguo -que ha
revivido en nuestros días- de la omnipotencia del Estado,
pero favoreció los poderes antiestatales, los latifundios
de tributación autónoma, que serían
más resistentes a la destrucción que la autocracia
imperial, cuando llegaran tiempos todavía más
angustiosos para Roma.

A lo largo del siglo III hemos visto desaparecer los
fundamentos mismos de la grandeza romana. El Senado, la
magistratura que había creado el Imperio, reducido a una
asamblea municipal. Roma dejó de ser la capital del
Imperio que había construido. Italia fue una provincia
más, igualada a la más pobre y menos romanizada.
Desapareció la doble soberanía del gobierno central
y do la autonomía de las ciudades. Los bárbaros
invadieron las tierras del Imperio y los piratas su
mar.

El empobrecimiento fue progresivo, y la vida
volvió en algunas comarcas a un primitivismo de
economía natural.

El predominio de los intereses del Estado militar y
burocrático sobre los individuos llegó a alcanzar
una intensidad que ni el Oriente había conocido, y produjo
los mismos resultados que la historia nos muestra en todas las
situaciones similares: el envenenamiento de la
satisfacción que el trabajo proporciona a los hombres, la
destrucción de los estímulos que hacen tolerable la
vida a los humildes.

NOTAS

1 La obra que inició los estudios modernos
sobre la decadencia de Roma fue la de EDWARD GIBBON: The History
of the Declins and Fall of the Roman Empire, edición de 1.
Bury, Londres, 1900. Estudios de vigente valor científico:
F. ALTHEIM; Le déclin du monde antique, trad. fr., Payot,
París, 1953, lúcido estudio de la crisis del siglo
in; F. LOT, El fin del mundo antiguo y los comienzos de la Edad
Media, tomo XLVII de « La Evolución de la Humanidad
dirigida por Henri Berr, editorial UTEHA, México 1956, una
de las obras básicas sobre el tenia; M. ROSTOVTZEFF,
Historia social y económica del Imperio romano, 2 vols.,
Espasa-Calpe, Madrid, 1962; L. M. HARTMANN, La decadencia del
mundo antiguo, Revista de Occidente, Madrid, 1925; 1.
BURCKHARDT, Del paganismo al cristianismo, Fondo de Cultura
Económica, México, 1945; 0. SEEcK, Geschichte des
Untertangs der Antrken Welt, Berlín, 1895-1920; S.
MAzzaino, La fine del mondo antico, Milán, 1959. De
historias generales: el vol. XII de The Cambridge Ancient
History, Cambridge, 1939, y el vol, I de The Cambridge Medieval
History, Cambridge, 1911. De la «Histoire
Générale, dirigida por G. Glorz, Histoire romaine,
torno IV, 1.ª parte, M. BESNIER, L'Empire romain de
l´avénement des Sévéres au Concile de
Nicée, París, 1937. Un resumen al día: R.
RÉMONDON: La crisis del Imperio romano. De Marco Aurelio a
Anastasio. Nueva Clío. Labor, Barcelona, 1967.

2 ROSTOVTZEFF, op. cit., p. 393 del t.
II

3 Sobre la pobreza técnica, The Cambridge
Ancient History, op. cit., t. XIT, pp. 253 y ss. Sobre la
adopción del arado, de la cosechadora y del tonel galo por
los romanos, J. CARCOPINO, Las etapas del imperialismo romano,
editodial Paidos, Buenos Aires, 1968.

4 Nerva fue el último emperador que
intentó una reforma agraria en Italia.

5 «La actitud de los romanos hacia las
minas fue la de un conquistador militar más bien que la de
un explotador industrial f…] Los romanos se apoderaban de ellas
[las gangas] más frecuentemente que las descubrían
o explotaban [ … ] Su minería era más bien una
depredación que una industria. » T. A. Ric~: Man and
Metals, t. I p. 402.

6 J. Carcopino, op. cit., pp. 120 y ss., ha
explicado la restauración de las fianzas en tiempo de
Trajano por los inmensos tesoros aportados por esta
campaña 165 000 kilos de oro y 50 000 esclavos.

7 ROSTOVTZFFF, Op. Cit., II, p. 407,

8 Véase ROSTOVTZEFF, OP. cit., II, pp.
365, 418.

9 Los términos honestiores y humiliores
aparecen en el siglo ni. Véase Y. DURUY: Historia de Roma,
V, apéndice.

10 Véase ROSTOVTZEFF, op. cit., II, p. 468
ss. En tiempo de Augusto, re. presentantes de las ciudades
formaron asambleas provinciales, de carácter consultivo,
llamadas concilia. Estos consejos nunca llegaron a ser la
expresión de una voluntad provincial. Sus miembros se
interesaron más por alcanzar altos cargos en la
administración que en defender los problemas de las
provincias, En el siglo ni los concilia fueron
desapareciendo.

11 Véase,ROSTOVTZEFF, Ir, p.
366.

12 ROSTOVTZEFF, II, p. 205. 1

13 Sin que este término tuviera un sentido
peyorativo, basta cien años después, cuando los
soldados romanos eran casi exclusivamente germanos, hunos,
árabes o africanos.

14 El colonato fue iniciado por los emperadores,
en la administración y explotación de las
propiedades rústicas del Estado (patrimonio) y de las
fincas de propiedad privada del emperador (res privata), situadas
en el granero de Italia, en Africa, donde los emperadores
poseían extensísimos dominios

15 Véase Supra, 1, 2.

16 Véase Rostovtzeff, op. cit., II, p.
483. A pesar de que soldados y campesinos tenían intereses
comunes, de hecho la población campesina tuvo

que sufrir las consecuencias de los acuartelamientos y
las requisas de los soldados.

17 La recluta de mercenarios extranjeros ya no se
interrumpió huta la caída de Roma. Esta
extranjerización del ejército presenta
analogías evidentes con la historia de China y de Egipto.
En situaciones muy similares de decadencia, los tres imperios
recurrieron al mismo sistema de reclutamiento, y en los tres los
soldados extranjeros se apoderaron finalmente del
trono.

18 Probablemente por influjo de la eficacia
militar de la poderosa caballeria de los persas
sasánidas.

19 Los germanos ya no se reclutaron sólo
para formar tropas auxiliares. Eran alistados en las legiones,
antes compuestas únicamente de ciudadanos
romanos.

20 Véase Rostovtzeff, op. cit., 11, pp.
371 ss.

21 Supra, 1, 3.

22 Esta circunstancia contribuyó a la
pérdida de la antigua tradición romana, y a la
implantación de la monarquía absoluta, de origen
oriental.

23 Extravagante y escandalosa en el reinado de
Heliogábalo, que nombró a un bailarín
prefecto del pretorio, a un cochero prefecto de las vigilias y a
un peluquero prefecto de la anona.

24 Según Dión Casio.

25 Los pretorianos ya no pudieron elegir
emperador. En lo sucesivo fueron los ejércitos de las
provincias fronterizas los que hicieron emperadores. Roma ya no
estaba en Roma.

26 Véase 1. CARCOPINO, op. cit., pp. 143
ss.

27 Impuesto que obligaba a los ciudadanos a
proveer de vituallas al ejér. cito, en casos
excepcionales. Desde el siglo iv tuvo carácter
obligatorio.

28 El sobrenombre de Caracalla procede de la
casaca con mangas de los

galos, así llamada, que el emperador acostumbraba
vestir en lugar de la toga latina.

29 Habitantes del Imperio que carecían de
la ciudadanía romana.

30 Al parecer, quedaron excluidos de la
ciudadanía romana importantes sectores del Imperio, como
los dediticios (ciudadanos incorporados por la victoria militar,
a los que Roma concedió derechos civiles, pero no
políticos). Sobre este importante tema véase
ROSTOVTZEFF, op. cit,, II, pp. 276 ss.

31 Una situación parecida se había
producido en Egipto en el siglo ir a. de C., en tiempo de los
Tolomeos, y su resultado fue la rápida decadencia del
país.

32 El prefecto del pretorio, primeramente jefe de
las cohortes pretorianas, vino a ser en tiempos de los
emperadores como un jefe del gobierno imperial. En la
época de la anarquía militar, la elección de
emperador dependió, de la lucha entre las legiones
fronterizas y los prefectos del pretorio.

33 Sobre las liturgias, véase ROSTOVTZEFF,
op. cit., II, p. 206.

35 B. FARRINGTON, Ciencia y política en el
mundo antiguo, pp. 122-123, Editorial Ciencia Nueva, Madrid,
1965.

36 «Histoire générale des
Sciences», dirigida por René Taton. Tomo I. La
Science Antique et médiévale, pp. 309-310, Presses
Universitaires de France, París, 1957.

37 En España fueron las más
importantes Augusta Emerita (Mérida), Caesar Augusta
(Zaragoza), Ispalis (Sevilla), Corduba (Córdoba). En las
Galias, Augusto Troverorum (Tréveris), Augústodunum
(Autun), lugdu. num (Lyon). En el Rin, Colonia Claudia
Agrippinensium (Colonia). En Britania, Eburacum (York), Glevum
(Cloucester), Londinum (Londres) En África, Thamugadi
(Tirngad) y Ciucul (Djemila).

38 Supra, 1, 4.

39 Septimio Severo era de origen africano, pero
fue proclamado emperador por el ejército de Iliria.
Emperadores ilirios fueron Claudio II, Aureliano, Probo, Caro y
Diocleciano.

40 POLIBIO, Historia, VI, 56. Editorial Aguilar,
Madrid, 1964. Sobre la religión grecorromana, GILBERT
Murray, La religión griega (trad. cast, Ed. No", Buenos
Aires, 1956); El legado de Roma, op. cit., capítulo
"Religión y Filosofía" F. CUMONT, Les religiones
orientales dans le paganisme romain, París
1929.

41 El legado de Roma, op, cit., pp. 344 ss. J.
BURCKHARDT, Op. Cit., PP, 187 ss.

42 El motivo de la consagración fue la
conmemoración del nacimiento del sol, fijado el 25 de
diciembre, en el solsticio de invierno. Más tarde el
emperador cristiano Constancio reivindicó esta fecha para
el cristianismo, e hizo de ella el día de Navidad, la
celebración del nacimiento de Nuestro Señor (El
legado de Roma, op. cit., p. 99, nota 16).

43 Sobre el gnosticismo, S. HUTIN, Les
gnostiques, París, 1959: J. REVILLE, La religion de Rome
sous los Sevères, París, 1883; G. QUISPAEL, Gnosis
als Weltreligion, Zurich, 1951.

44 Las constelaciones profetizaban doblemente el
destino del hombre: o indicando, en el momento del nacimiento, el
desarrollo de toda su existencia (genitura) o contestando en cada
caso concreto cuál sería la solución de lo
que se consultaba (iniciativa).

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
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