Antología de textos de lectura para el primer grado de educación secundaria (página 3)
De repente se oyó un llanto. Era Yunque que
estaba llorando de las fuertes patadas del niño Humberto.
Entonces salió Paco Fariña del ruedo formado por
los otros niños y se plantó ante Grieve
diciéndole:
– ¡No! ¡No te dejo que saltes sobre Paco
Yunque!
Humberto Grieve le respondió
amenazándolo:
– ¡Oye! ¡Oye! ¡Paco Fariña!
¡Paco Fariña! ¡Te voy a dar un
puñetazo!
Pero Fariña no se movía y estaba tieso
delante de Grieve y le decía:
¡Porque es tu muchacho, le pegas y lo saltas y
lo haces llorar! ¡Sáltalo y
verás!
Los dos hermanos Zúmiga abrazaban a Paco Yunque y
le decían que ya no llorase y le consolaban,
diciéndole:
¿Por qué te dejas saltar así y
dar de patadas? ¡Pégale tú
también! ¡Pégale! ¡Sáltalo
tú también! ¿Por qué te dejas?
¡No seas zonzo! ¡Cállate! ¡Ya no
llores! ¡Ya nos vamos a ir a nuestras casas!
Paco Yunque estaba siempre llorando y sus
lágrimas parecían ahogarle.
Se formó un tumulto de niños en torno a
Paco Yunque y otro tumulto en torno a Humberto Grieve y a Paco
Fariña.
Grieve le dio un empellón brutal a Fariña
y lo derribó al suelo. Vino un alumno más grande,
del segundo año, y defendió a Fariña,
dándole a Grieve un puntapié. Y otro niño
del tercer año, más grande que todos,
defendió a Grieve, dándole una furiosa trompada al
alumno de segundo año. Un buen rato llovieron bofetadas y
patadas entre varios niños. Eso era un enredo.
Sonó la campana y todos los niños
volvieron a sus salones de clase.
A Paco Yunque lo llevaron por los brazos los dos
hermanos Zúmiga.
Una gran gritería había en el salón
del primer año, cuando entró el profesor. Todos se
callaron.
El profesor miró a todos muy serio y dijo como un
militar:
– ¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los alumnos estaban ya
sentados.
Entonces el profesor se sentó en su pupitre y
llamó por lista a los niños para que le entregasen
sus cuartillas con los ejercicios escritos sobre el tema de los
peces. A medida que el profesor recibía las hojas de los
cuadernos, las iba leyendo y escribía las notas en unos
libros.
Humberto se acercó a la carpeta de Paco Yunque y
le entregó su libro, su cuaderno y su lápiz. Pero
antes, había arrancado la hoja del cuaderno en que estaba
el ejercicio de Yunque y puso en ella su firma.
Cuando el profesor dijo: "Paco Yunque", Yunque se puso a
buscar en su cuaderno la hoja en que escribió su ejercicio
y no la encontró.
– ¿La ha perdido usted? -Le preguntó el
profesor -¿O no la ha hecho usted?
Pero Paco Yunque no sabía lo que se había
hecho la hoja de su cuaderno y, muy avergonzado, se quedó
en silencio y bajó la frente.
– Bueno -dijo el profesor, y anotó en unos libros
la falta de Paco Yunque.
Después siguieron los demás entregando sus
ejercicios. Cuando el profesor acabó de verlos todos,
entró de repente al salón el Director del
colegio.
El profesor y los niños se pusieron de pie
respetuosamente. El Director miró como enojado a los
alumnos y dijo en alta voz:
¡Siéntense!
El Director le preguntó al profesor:
¿Ya sabe usted quien es el mejor alumno de su
año? ¿Han hecho ya el ejercicio semanal para
calificarlos?Sí, señor Director -dijo el profesor
-.Acaban de hacerlo. La nota más alta la ha obtenido
Humberto Grieve.
– ¿Dónde está su
ejercicio?
– Aquí está, señor
Director.
El profesor buscó entre todas las hojas de los
alumnos y encontró el ejercicio firmado por Humberto
Grieve. Se la dio al Director, que se quedó viendo largo
rato la cuartilla.
– Muy bien -dijo el Director, contento.
Subió al pupitre y miró severamente a los
alumnos. Después le dijo con su voz un poco ronca pero
enérgica:
De todos los ejercicios que ustedes han hecho ahora,
el mejor es de Humberto Grieve. Así es que el nombre
de este niño va a ser inscrito en el cuadro de Honor
de esta semana, como el mejor alumno del primer año.
¡Salga afuera Humberto Grieve!
Todos los niños miraron ansiosamente a Humberto
Grieve, que salió pavoneándose a pararse muy
derecho y orgulloso delante del pupitre del profesor. El director
le dio la mano, diciéndole:
– Muy bien, Humberto Grieve. Lo felicito. Así
deben ser los niños. Muy bien.
Se volvió el Director a los demás alumnos
y les dijo:
Todos ustedes deben hacer lo mismo que Humberto
Grieve. Deben ser buenos alumnos como él. Deben
estudiar y ser aplicados como él. Deben ser serios,
formales y buenos niños como él. Y si
así lo hacen, recibirá cada uno un premio al
fin del año y sus nombres serán también
inscritos en el Cuadro de Honor del colegio, como el de
Humberto Grieve. A ver si la semana que viene, hay otro
alumno que dé una buena clase y haga un buen
ejercicio, como el que ha hecho hoy Humberto Grieve.
Así lo espero.
Se quedó el Director callado un rato. Todos los
alumnos estaban pensativos y miraban a Humberto Grieve con
admiración. ¡Qué rico Grieve!
¡Qué buen ejercicio había escrito! ¡Ese
sí que era bueno! ¡Era el mejor alumno de todos!
¡Llegando tarde y todo! ¡Y pegándole a todos!
¡Pero ya lo estaban viendo! ¡Le había dado la
mano el Director! ¡Humberto Grieve, el mejor de todos los
del primer año!
El director se despidió del profesor, hizo una
venia a los alumnos, que se pararon para despedirlo, y
salió.
El profesor dijo después:
– ¡Siéntense!
Un traqueteo de carpetas y todos los niños
estaban ya sentados.
El profesor le ordenó a Grieve:
– Váyase a su asiento.
Humberto Grieve, muy alegre, volvió a su carpeta.
Al pasar junto a Paco Fariña, le echó la
lengua.
El profesor subió a su pupitre y se puso a
escribir en unos libros.
Paco Fariña le dijo en voz baja a Paco
Yunque:
Mira al señor, que está poniendo tu
nombre en su libro, porque no has presentado el ejercicio.
¡Míralo! Te van a dejar ahora recluso y no vas a
ir a tu casa. ¿Por qué has roto tu cuaderno?
¿Dónde lo pusiste?
Paco Yunque no contestaba nada y estaba con la cabeza
agachada.
¡Anda! -le volvió a decir Paco
Fariña -.¡Contesta! ¿Por qué no
contestas? ¿Dónde has dejado tu
ejercicio?
Paco Fariña se agachó a mirar la cara de
Paco Yunque y le vio que estaba llorando. Entonces le
consoló, diciéndole:
¡Déjalo! ¡No llores!
¡Déjalo! ¡No tengas pena! ¡Vamos a
jugar con mi tablero! ¡Tiene torres negras!
¡Déjalo! ¡Yo te regalo mi tablero!
¡No seas zonzo! ¡Ya no llores!
Pero Paco Yunque seguía llorando
agachado.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
– ¿Sobre qué tratará el
texto?
– ¿Crees que Paco Yunque es el protagonista del
cuento?
– ¿Conoces la biografía de César
Abraham Vallejo Mendoza?
LECTURA LITERAL
En las expresiones que siguen identifica y marca con
x el significado contextual del término
subrayado:
Paco Yunque tenía pena porque el
niño Humberto le pegaba mucho.
Castigo impuesto por autoridad
legítima
al que ha cometido un delito.
Cuidado, aflicción o sentimiento.
Dolor o sentimiento corporal.
Dificultad, trabajo.
Pongan al pie sus nombres bien
claros.
Con mucha luz.
Evidente, patente.
Limpio, puro, cristalino, diáfano.
Inteligible.
Una gran algazara volvieron a hacer todos los
niños y salieron corriendo al patio.
Vocerío de las tropas cuando atacan.
Ruido, griterío de una o muchas voces juntas, por
lo común por alegres.
Se formó un tumulto de niños en
torno a Paco Yunque y otro tumulto en torno a Humberto Grieve
y a Paco Fariña.
Motín, alboroto producido por una
multitud.
Confusión agitada o desorden ruidoso.
RETENCIÓN DE LECTURA
¿Quién de los niños del primer
grado no permitió que Humberto Grieve continuara
saltando sobre Paco Yunque?
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¿Recuerdas cómo termina el
texto?
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COMPRENSIÓN DE LECTURA
Según la lectura que has realizado, ordena
numéricamente los hechos literarios por su
aparición:El director del colegio felicita a Humberto
Grieve
por la buena presentación de su hoja de
ejercicios.
Paco Fariña increpa a Paco Yunque por no
presentar
su ejercicio.
Paco Yunque pensaba que a la salida del
colegio
Humberto Grieve le iba a dar una patada.
Grieve en vez de copiar el ejercicio se
puso
a hacer dibujos en su cuaderno.
Los hermanos Zúmiga abrazaban a
Paco
Yunque y le decían que ya no llorase.
Humberto Grieve arranca del cuaderno de
Paco Yunque la hoja de sus ejercicios.
Fariña se agachó a mirar la cara de
Paco
Yunque y se dio cuenta que estaba llorando.
¿Por qué Humberto Grieve maltrataba o
castigaba a Paco Yunque?
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Paco Yunque sabía que Humberto Grieve fue
quién arrancó la hoja de sus ejercicios,
¿entonces por qué no lo denunciaba ante su
profesor?
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LECTURA INFERENCIAL
Si Paco Yunque presentaba su hoja de ejercicios,
¿crees que el director del colegio lo hubiese
felicitado? ¿por qué?
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LECTURA INTERPRETATIVA
¿Qué injusticias sociales denuncia o
da a conocer César Vallejo a través de su
cuento "Paco Yunque"?
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¿Qué mensaje se desprende del
cuento?
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LECTURA CRÍTICA
¿Estás de acuerdo con la forma de
actuar del profesor y el director del colegio?
¿sí o no? ¿por qué?
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CREATIVIDAD
Inspírate y créale un
nuevo final al texto.
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PARA INVESTIGAR
Averigua cómo es actualmente la
enseñanza –aprendizaje y el trato que dan los
profesores(as) a los alumnos(as) del primer grado de
educación primaria.
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JULIO RAMÓN RIBEYRO
ZÚÑIGA
LOS GALLINAZOS SIN
PLUMAS
Fue al regresar de una de esas excursiones que
Efraín sintió un dolor en la planta del pie. Un
vidrio le había causado una pequeña herida. Al
día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo
cual prosiguió su trabajo. Cuando regresaron no
podía casi caminar, pero don Santos no se percató
de ello pues tenía visita. Acompañado de un hombre
gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba
el chiquero.
-Dentro de veinte o treinta días vendré
por acá- decía el hombre -. Para esa fecha creo que
podrá estar a punto.
Cuando partió, don Santos echaba fuego por los
ojos.
– ¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora
en adelante habrá que aumentar la ración de
Pascual! El negocio anda sobre rieles.
A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don
Santos despertó a sus nietos, Efraín no se pudo
levantar.
– Tiene una herida en el pie -explicó Enrique
-ayer se cortó con un vidrio.
Don Santos examinó el pie de su nieto. La
infección había comenzado.
– ¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en
la acequia y que se envuelva con un trapo.
– ¡Pero si le duele! -intervino Enrique -no puede
caminar bien.
Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero
llegaban los gruñidos de Pascual.
– ¿Y a mí? -preguntó dándose
un palmazo en la pierna de palo -¿Acaso no me duele la
pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo…
¡Hay que dejarse de mañas!
Efraín salió a la calle con su lata,
apoyado en el hombro de su hermano. Media hora después
regresaron con los cubos casi vacíos.
– ¡No podía más! -dijo Enrique al
abuelo- Efraín está medio cojo.
Don Santos observó a sus nietos como si meditara
una sentencia.
– Bien, bien-dijo rascándose la barba rala y
cogiendo a Efraín del pescuezo lo arreó hacia el
cuarto -. ¡Los enfermos a la cama! ¡A podrirse sobre
el colchón! Y tú harás la tarea de tu
hermano. ¡Vete ahora mismo al muladar!
Cerca del mediodía Enrique regresó con los
cubos repletos. Lo seguía un extraño visitante: un
perro escuálido y medio sarnoso.
– Lo encontré en el muladar -explicó
Enrique -y me ha venido siguiendo.
Don Santos cogió la vara.
– ¡Una boca más en el
corralón!
Enrique levantó al perro contra su pecho y
huyó hacia la puerta.
– ¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo
de mi comida.
Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo
en el lodo
– ¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo
bastante con ustedes!
Enrique abrió la puerta de la calle.
– Si se va él, me voy yo
también.
El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para
insistir:
– No come casi nada…, mira lo flaco que
está. Además, desde que Efraín está
enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene buena
nariz para la basura.
Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se
condensaba la garúa. Sin decir nada soltó la vara,
cogió los cubos y se fue rengueando hasta el
chiquero.
Enrique sonrió de alegría y con su amigo
aferrado al corazón corrió donde su
hermano.
– ¡Pascual, Pascual…Pascualito! -cantaba el
abuelo.
– Tú te llamarás Pedro -dijo Enrique
acariciando la cabeza de su perro e ingresó donde
Efraín.
Su alegría se esfumó: Efraín
inundado de sudor se revolcaba de dolor sobre el colchón.
Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y estuviera
lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su
forma.
– Te he traído este regalo, mira -dijo mostrando
al perro -.se llama Pedro, es para ti, para que te
acompañe…Cuando yo me vaya al muladar te lo
dejaré y los dos jugarán todo el día. Le
enseñarás a que te traiga piedras en la
boca.
– ¿Y el abuelo? -Preguntó Efraín
extendiendo su mano hacia el animal.
– El abuelo no dice nada -Suspiró
Enrique.
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa
había empezado a caer. La voz del abuelo
llegaba:
– ¡Pascual, Pascual… Pascualito!
Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se
inquietaron, porque en esta época el abuelo se
ponía intratable. Desde el atardecer lo vieron rondando
por el corralón, hablando solo, dando de varillazos al
emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto, echaba una
mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos, lanzaba
un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada
vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil
como una piedra.
– ¡Mugre, nada más que mugre!
-repitió toda la noche el abuelo, mirando la
luna.
A la mañana siguiente Enrique amaneció
resfriado. El viejo, que lo sintió estornudar en la
madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin embargo,
presentía una catástrofe. Si Enrique se enfermaba,
¿Quién se ocuparía de Pascual? La voracidad
del cerdo crecía con su gordura. Gruñía por
las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del
corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se
habían venido a quejar.
Al segundo día sucedió lo inevitable:
Enrique no se pudo levantar. Había tosido toda la noche y
la mañana lo sorprendió temblando, quemado por la
fiebre.
– ¿Tú también? -preguntó el
abuelo.
Enrique señaló su pecho, que roncaba. El
abuelo salió furioso del cuarto. Cinco minutos
después regresó.
– ¡Está muy mal engañarme de esa
manera! -plañía -.Abusan de mí porque no
puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. ¡De
otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo
sólo de Pascual!
Efraín se despertó quejándose y
Enrique comenzó a toser.
– ¡Pero no importa! Yo me encargaré de
él. ¡Ustedes son basura, nada más que basura!
¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán
cómo les saco ventaja. El abuelo está fuerte
todavía. ¡Pero eso sí, hoy no habrá
comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no
puedan levantarse y trabajar!
A través del umbral lo vieron levantar las latas
en vilo y volcarse en la calle. Media hora después
regresó aplastado. Sin la ligereza de sus nietos el carro
de la Baja Policía lo había ganado. Los perros,
además, habían querido morderlo.
– ¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se
quedarán sin comida hasta que no trabajen!
Al día siguiente trató de repetir la
operación pero tuvo que renunciar. Su pierna de palo
había perdido la costumbre de las pistas de asfalto, de
las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la
ingle. A la hora celeste del tercer día quedó
desplomado en su colchón, sin otro ánimo que para
el insulto.
– ¡Si se muere de hambre -gritaba -será por
culpa de ustedes!
Desde entonces empezaron unos días angustiosos,
interminables. Los tres pasaban el día encerrados en el
cuarto, sin hablar, sufriendo una especie de reclusión
forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua, Enrique
tosía, Pedro se levantaba y después de hacer un
recorrido por el corralón, regresaba con una piedra en la
boca, que depositaba en las manos de sus amos. Don santos, a
medio acostar, jugaba con su pierna de palo y les lanzaba miradas
feroces. A mediodía se arrastraba hasta la esquina del
terreno donde crecían verduras y preparaba su almuerzo que
devoraba en secreto. A veces aventaba a la cama de sus nietos
alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el propósito de
excitar su apetito creyendo así hacer más refinado
su castigo.
Efraín ya no tenía fuerzas ni para
quejarse. Solamente Enrique sentía crecer en su
corazón un miedo extraño y al mirar los ojos del
abuelo creía desconocerlos, como si ellos hubieran perdido
su expresión humana. Por las noches, cuando la luna
se
levantaba, cogía a Pedro entre sus brazos y lo
aplastaba tiernamente hasta hacerlo
gemir. A esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y
el abuelo se quejaba como si lo estuvieran ahorcando. A veces se
ceñía la pierna de palo y salía al
corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir
diez veces del chiquero a la huerta, levantando los puños,
atropellando lo que encontraba en su camino. Por último
reingresaba al cuarto y quedaba mirándolos fijamente, como
si quisiera hacerlos responsables del hambre de
Pascual.
La última noche de luna llena nadie pudo dormir.
Pascual lanzaba verdaderos rugidos. Enrique había
oído decir que los cerdos, cuando tenían hambre, se
volvían locos como los hombres. El abuelo
permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez
no salió al corralón ni maldijo entre dientes.
Hundido en su colchón miraba fijamente la puerta.
Parecía amasar dentro de sí una cólera muy
vieja, jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo
comenzó a desteñirse sobre las lomas, abrió
la boca, mantuvo su oscura oquedad vuelta hacia sus nietos y
lanzó un rugido.
– ¡Arriba, arriba, arriba! -los golpes comenzaron
a llover -¡A levantarse haraganes! ¿Hasta cuando
vamos a estar así? ¡Esto se acabó! ¡De
pie!…
Efraín se echó a llorar. Enrique se
levantó, aplastándose contra la pared. Los ojos del
abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo insensible a los
golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su cabeza,
como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo
reaccionar.
– ¡A Efraín no! ¡El no tiene la
culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré,
yo iré al muladar!
El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en
recuperar el aliento.
– Ahora mismo… al muladar… lleva dos
cubos, cuatro cubos…
Enrique se apartó, cogió los cubos y se
alejó a la carrera. La fatiga del hambre y de la
convalecencia lo hacían trastabillar. Cuando abrió
la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo.
– Tú no. Quédate aquí cuidando a
Efraín.
Y se lanzó a la calle respirando a pleno
pulmón el aire de la mañana. En el camino
comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo lo
veía a través de una niebla mágica. La
debilidad lo hacía ligero, etéreo: volaba casi como
un pájaro. En el muladar se sintió un gallinazo
más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron
rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los
noctámbulos, los canillitas descalzos, todas las
secreciones del alba comenzaban a dispersarse por la ciudad.
Enrique, devuelto a su mundo, caminaba feliz entre ellos, en su
mundo de perros y fantasmas, tocado por la hora
celeste.
Al entrar al corralón sintió un aire
opresor, resistente, que lo obligó a detenerse. Era como
si allí, en el dintel, terminara un mundo y comenzara otro
fabricado de barro, de rugidos, de absurdas penitencias. Lo
sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba en el
corralón una calma cargada de malos presagios, como si
toda la violencia estuviera en equilibrio, a punto de
desplomarse. El abuelo, parado al borde del chiquero, miraba
hacia el fondo. Parecía un árbol creciendo desde su
pierna de palo, Enrique hizo ruido pero el abuelo no se
movió.
– ¡Aquí están los cubos!
Don Santos le volvió la espalda y quedó
inmóvil. Enrique soltó los cubos y corrió
intrigado hasta el cuarto. Efraín, apenas lo vio,
comenzó a gemir.
– Pedro… Pedro…
– ¿Qué pasa?
– Pedro ha mordido al abuelo… el abuelo
cogió la vara… después lo sentí
aullar.
Enrique salió del cuarto.
– ¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde
estás, Pedro?
Nadie le respondió. El abuelo seguía
inmóvil, con la mirada en la pared. Enrique tuvo un mal
presentimiento. De un salto se acercó al viejo.
– ¿Dónde está Pedro?
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba
algo en medio del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo
del perro.
– ¡No! -gritó Enrique tapándose los
ojos -¡No, no! -y a través de las lágrimas
buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando
torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a
danzar en torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando,
pataleando, tratando de mirar sus ojos, de encontrar una
respuesta.
– ¿Por qué has hecho eso? ¿Por
qué?
El abuelo no respondía. Por último,
impaciente, dio un manotón a su nieto que lo hizo rodar
por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo
que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el
festín de Pascual. Estirando la mano encontró la
vara que tenía el extremo manchado de sangre. Con ella se
levantó de puntillas y se acercó al
viejo.
– ¡Voltea! -gritó
-¡voltea!
Cuando don Santos se volvió, divisó la
vara que cortaba el aire y se estrellaba contra su
pómulo.
– ¡Toma! -chilló Enrique y levantó
nuevamente la mano. Pero súbitamente se detuvo, temeroso
de lo que estaba haciendo y, lanzando la vara a su alrededor,
miró al abuelo casi arrepentido. El viejo,
cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna
de palo tocó tierra húmeda, resbaló, y dando
un alarido se precipitó de espaldas al
chiquero.
Enrique retrocedió unos pasos. Primero
aguzó el oído pero no se escuchaba ningún
ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo, con la pata de
palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía la
boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había
refugiado en un ángulo y husmeaba sospechosamente en el
lodo.
Enrique se fue retirando, con el mismo sigilo con que se
había aproximado. Probablemente el abuelo alcanzó a
divisarlo pues mientras corría hacia el cuarto le
pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono de
ternura que él nunca había escuchado.
– ¡A mí, Enrique, a mí!
– ¡Pronto! -exclamó Enrique,
precipitándose sobre su hermano -¡Pronto,
Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero!
¡Debemos irnos de acá!
– ¿A dónde? -preguntó
Efraín.
– ¡A dónde sea, al muladar, donde podamos
comer algo, donde los gallinazos!
– ¡No me puedo parar!
Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo
estrechó contra su pecho. Abrazados hasta formar una sola
persona cruzaron lentamente el corralón. Cuando abrieron
el portón de la calle se dieron cuenta que la hora celeste
había terminado y que la ciudad, despierta y viva,
abría ante ellos su gigantesca
mandíbula.
Desde el chiquero llegaba el rumor de una
batalla.
(Escrito en París en 1954)
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Por qué se llamará así el
cuento?
¿Cuál será su tema?
¿Cómo terminará el
texto?
LECTURA LITERAL
Escribe dos (2) sinónimos a cada una de las
palabras siguientes:CHIQUERO:
__________________________________________________GALLINAZO:__________________________________________________
ESCUÁLIDO(A):_______________________________________________
CATÁSTROFE:
________________________________________________UMBRAL:
____________________________________________________ETÉREO:
____________________________________________________SIGILO:
______________________________________________________INTRIGADO:__________________________________________________
RETENCIÓN DE LECTURA
¿Cómo se llaman los dos niños
protagonistas del cuento? ¿y cuál es el nombre
del abuelo?
_______________________________________________________
¿Qué hizo el viejo Santos en el
momento que los niños ya no podían
trabajar?
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Cuando Efraín estuvo enfermo, su hermano
Enrique le trajo un perrito al cual le puso como nombre
Pedro, ¿qué pasó con ese
animal?
________________________________________________________________
¿Qué sucedió con el abuelo
Santos al final de la historia?
______________________________________________________________________
COMPRENSIÓN DE
LECTURA
¿Por qué el abuelo Santos pidió
a sus nietos que en adelante había que aumentar la
ración del chancho Pascual?
____________________________________________________________________________
¿Con qué propósito Enrique
regaló un perrito a su hermano
Efraín?
___________________________________________________________________________________
¿Por qué el anciano presintió
una catástrofe cuando en la madrugada escuchó
estornudar a su nieto Enrique?
_______________________________________________________________________
LECTURA INFERENCIAL
¿Por qué el abuelo Santos tenía
una pata de palo? ¿qué le había
pasado?
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LECTURA INTERPRETATIVA
¿En nuestro país, a quiénes
crees que representan los niños Efraín y
Enrique? ¿y el anciano Santos a quién
personifica?
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LECTURA CRÍTICA
¿Te pareció acertada la actitud de
Enrique de lanzar un varazo en la cara de su abuelo?
¿crees que debió asumir otro comportamiento?
¿Tú harías lo mismo?
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¿Qué da a entender Julio Ramón
Ribeyro Zúñiga cuando al final del cuento dice:
"Desde el chiquero llegaba el rumor de una
batalla"?
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CREATIVIDAD
¿Te imaginas cómo es Pascual?
¿puedes dibujarlo?
PARA INVESTIGAR
¿Hoy día, en nuestra sociedad
(Perú) aún existen "Gallinazos sin plumas"?
Averigua.
_____________________________________________________________
FRANCISCO IZQUIERDO RÍOS
EL BAGRECICO
Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con
su voz ronca en el penumbroso remanso del riachuelito: "Yo
conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he
vuelto".
Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a
otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños
y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración.
"¡Ese viejo conoce el mar!".
Tanto oírlo, un bagrecico se le acercó una
noche de luna y le dijo: "Abuelo, yo también quiero
conocer el mar".
– ¿Tú?
– Sí, abuelo.
– Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando
realicé la gran proeza.
Vivían en ese remanso de un riachuelito de la
selva alta del Perú, un riíto con lecho de piedras
menudas y delgado rumor. Palmeras y otros árboles, desde
las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa
noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por
la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecico
cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano
mar.
Y cuando el riachuelito se estremecía con el
amanecer, el bagrecico partió aguas abajo. "Tienes que
volver", le dijo, despidiéndolo, el viejo bagre, quien era
el único que sabía de aquella aventura.
El bagrecico sentía pena por su madre. Ella,
preocupada porque no lo había visto todo el día,
anduvo buscándolo. "¿Qué te sucede?", le
preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco
de la orilla, una de sus tantas casas.
– ¿Usted sabe dónde está mi
hijo?
– No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas.
El muchacho ha de volver.
Seguramente ha salido a conocer el mundo.
– ¿Y si alguien lo pesca?
No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que
los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la
madre. Retorna a tu casa… El muchacho ha de
volver.
La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada
con las palabras del viejo filósofo, regresó a su
casa.
El bagrecico, mientras tanto, continuaba su viaje.
Después de dos días y medio entró por la
desembocadura del riachuelo en un riachuelo más
grande.
El nuevo riachuelo corría por entre el bosque
haciendo tantos zigzags que el bagrecico se desconcertó.
"Este es el río de las mil vueltas que me indicó el
abuelo", recordó. Su cauce era de piedras y, partes, de
arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo de las aguas con
plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas
pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda
clase y tamaño; sonoras corrientes…El bagrecico
seguía, seguía ora nadando con vigor, ora
dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y
barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo
de las verdes cortinas de limo.
Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos
que había debajo de ellas o embocando los que flotaban en
los remansos.
¡De lo que me escapé!-se dijo,
temblando. En una poza casi muerde un anzuelo con carnada de
lombriz… iba a engullirlo, pero se acordó del
consejo del abuelo: "Antes de comer, fíjate bien en lo
que vas a comer"; así, descubrió el sedal que
atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos
del pescador, un hombre con aludo sombrero de
paja.
Los riachuelos de la selva alta del Perú son
transparentes; de ahí que los peces pueden ver el
exterior.
El incidente que acababa de sucederle hizo reflexionar
al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que le
amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con
anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con
red; la voracidad de los martín pescadores y de las
garzas, también de los peces grandes, aunque él
sabía que los bagres no eran presas apetecibles para
dichas aves, por sus aletas enconosas; ellas prefieren los peces
blancos, con escamas.
Con más cautela y los ojos más abiertos,
prosiguió el bagrecico su viaje al mar. En una corriente,
colmada de la luz de la mañana límpida, una vieja
magra, toda arrugas, metida en las aguas hasta las rodillas,
pescaba con las manos, volteando las piedras. El bagrecico se
libró de las garras de la pescadora, pasando a toda
velocidad.
"¡La misma muerte!", se dijo, volviendo a mirar,
en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le
increpó con el puño en alto: "Bagrecico
bandido".
Dentro del follaje de un árbol añoso, que
cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón
de pájaros. El bagrecico, con las antenas de sus barbas,
percibió las melodías de esos músicos y
poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.
Después de una tormenta, que perturbó la
selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero
entró en un inmenso claro lleno de sol; a través de
las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de
madera por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas.
Pensó: "Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil
vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo".
"¡Ah, mucho cuidado!", se dijo luego ante numerosos
muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con
anzuelos y fisgas los peces que, en apretadas manchas, se
deslizaban por sobre la arena o lamían las piedras,
agitando las colas.
El bagrecico salvó el peligroso sector de la
ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del
riachuelo de las mil vueltas, tuvo miedo; las aguas del riachuelo
desaparecían, encrespadas, en un río quizá
cien, doscientas veces más grande que su humilde riachuelo
natal. Permaneció indeciso un rato, luego se metió
con coraje en las fauces del río.
Las aguas eran turbias y corrían impetuosas.
Peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al
bagrecico, asustándolo. "No tengo otro camino que seguir
adelante", se dijo resueltamente.
El río turbio, después de un curso por
centenares de kilómetros de tupida selva, entregaba
bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El
bagrecico penetró en él ya casi sin
miedo.
Se extrañó de escuchar un vasto y
constante runrún musical. Débase a la fina arena y
partículas de oro que arrastran las violentas aguas del
río.
En las extensas curvas de este río caudaloso
hierven terribles remolinos que son prisiones no sólo para
las balsas y canoas que, por descuido de los bogas, entran en
ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo,
nuestro vivaz bagrecico los sorteaba manteniéndose firme a
lo largo de las corrientes que pasan
bordeándolos.
Cerros de sal piedra marginan también, en ciertos
trechos, este río bravo. Blancas montañas
resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer una de
esas minas durante una media hora, luego reanudó su viaje
con mayor impulso.
Un espantoso fragor que venía de aguas abajo le
aterrorizó sobremanera. Pero él juzgó que,
seguramente, procedía de los "malos pasos", debidos al
impresionante salto del río sobre una montaña,
grave riesgo del cual le habló mucho el abuelo.
A medida que avanzaba el estruendo era más
pavoroso… ¡Los malos pasos a la vista! Nuestro
viajero temerario se preparó para vencer el
peligro… se sacudió el cuerpo, estiró las
aletas y las barbitas, cerró los ojos y se lanzó al
torbellino rugiente. Quince kilómetros de cascadas,
peñas, aguas revueltas y espumantes, pedrones, torrentes,
rocas…
El bagrecico iba a merced de la furia de las aguas;
aquí, chocó contra una roca, pero reaccionó
en seguida; allá, un tremendo oleaje le varó sobre
un pedrón, pero, con felicidad, otra ola le
devolvió a las aguas.
Al término del infierno de los "malos pasos", el
bagrecico, todo maltrecho, buscó refugio debajo de una
piedra y se quedó dormido un día y una
noche.
Se consideraba ya baquiano. Además, había
crecido, su pecho era recio, sus barbas más largas, su
color blanco oscuro con reflejos metálicos; no
podía ser de otro modo, ya que muchos soles y muchas lunas
alumbraron desde que salió de su riachuelito natal, ya que
había cruzado tantos ríos, sobre todo, vencido los
terroríficos "malos pasos" en que mueren o encanecen
muchos hombres.
Así, convencido de su fuerza y sabiduría,
prosiguió el viaje. Sin embargo, no muy lejos, por poco
concluye sin pena ni gloria. A la altura de un pueblo cayó
en la atarraya de un pescador, entre sábalos, boquichicos,
corvinas, palometas, lisas; empero, el hijo de un pescador, un
alegre muchacho, lo cogió de las barbas y le arrojó
desde la canoa a las aguas, estimándolo sin importancia en
comparación con los otros pescados.
Cerrado rumor especial, que conmovía el
río, llamó un caluroso anochecer la atención
del viajero. Era una mijanada, avalancha de peces en
migración hacia arriba, para el desove. Todo el río
vibraba con los millones de peces en marcha. Algunos brincaban
sobre las aguas, relampagueando como trozos de plata en la
oscuridad de la noche.
El bagrecico se arrimó a una orilla fuertemente,
contra el lodo, hasta que pasó el último
pez.
En plena jungla, el voluminoso río
desaparecía en otro más voluminoso. Así es
el destino de los ríos: nacen, recorren kilómetros
de kilómetros de la tierra, entregan sus aguas a otros
ríos, y éstos a otros, hasta que todo acaba en el
mar.
El nuevo río, un coloso, se unía con otro
igual, formando el Amazonas, el río más grande de
la Tierra. Nuestro bagrecico entró en ese prodigio de la
naturaleza a las primeras luces del día, cuando los
bosques de las márgenes eran una sinfonía de cantos
y gritos de animales salvajes. Allá, en el remoto
riachuelito natal, el abuelo le había hablado
también mucho del Rey de los Ríos.
Por él tenía que llegar al mar, ya
él no daba sus aguas a otro río… No se
veía el fondo ni las orillas. Era, pues, el río
más grande del mundo.
"Debes tener mucho cuidado con los buques", le
había advertido el abuelo. Y el bagrecico pasaba distante
de esos monstruos que circulaban por las aguas, con
estrépito.
Una madrugada subió a la superficie para mirar el
lucero del alba, digamos mejor para admirarlo, ya que nuestro
bagrecico era sensible a la belleza; el lucero del alba, casi
sobre el río, parecía una victoria regia de
lágrimas, después de bañarse de su luz, el
bagrecico se hundió en las aguas, produciendo un leve
ruido y leve oleaje.
Durante varias horas de una tarde lluviosa lo
persiguió un pez de mayor tamaño que un hombre para
devorarlo. El pobre bagrecico corría a toda velocidad de
sus fuerzas, corría, corría, de pronto
columbró un hueco en la orilla y se ocultó en
él… de donde miraba a su terrible enemigo, que iba
y venía y, finalmente, desapareció.
Mucho tiempo viajó por el río más
grande del planeta, pasando frente a puertos, pueblos, haciendas,
ciudades, hasta que una noche, con luna llena enorme, redonda,
llegó a la desembocadura. El río era allí
extraordinariamente ancho y penetraba retumbando más de
cien leguas en el mar. "¡El mar!", se dijo el bagrecico,
profundamente emocionado. "¡El mar!".
Lo vio esa noche de luna llena como un transparente
abismo verde.
El retorno a su riachuelito natal fue difícil. Se
encontraba tan lejos. Ahora tenía que surcar los
ríos, lo cual exige mayor esfuerzo.
Con su heroica voluntad dominaba el desaliento.
Vencía todos los peligros. Cruzó los "malos pasos"
del río aprovechando una creciente, y, a veces, a saltos
por sobre las rocas y pedrones que no estaban tapados por las
aguas. En el riachuelo de las mil vueltas salvó de morir,
por suerte. Un hombre, en la orilla pedregosa, encendía
con su cigarro la mecha de un cartucho de dinamita, para
arrojarlo a una poza donde muchísimos peces, entre ellos
nuestro viajero, embocaban en la superficie, con ruidos
característicos, los millares de comejenes que,
anticipadamente, desparramó como cebo el pescador.
¡No había escapatoria! Empero, ocurrió algo
inesperado, el pescador, creyendo que el cartucho de dinamita iba
a estallar en su mano, lo soltó desesperadamente y a todo
correr se internó en el bosque, las piedras saltaron hasta
muy arriba con la horrenda explosión. Algunos
pájaros también cayeron muertos de los
ramajes.
La alegría del viajero se dilató como el
cielo cuando, al fin, entró en su riachuelito natal,
cuando sintió sus caricias. Besó con unción,
las piedras de su cauce. Llovía menudamente, los
árboles de las riberas, sobre todo los almendros, estaban
florecidos. Había luz solar por entre la lluvia suave y
dentro del riachuelo. El bagre, loco de contento, nadaba en
zigzags; de espaldas, de costado, se hundía hasta el
fondo, sacaba sus barbas de las aguas, moviéndolas en el
aire.
Sin embargo, en su pueblo ya no encontró a su
madre ni al abuelo. Nadie lo conocía. Todo era nuevo en el
remanso del riachuelito, ensombrecido por las palmeras y otros
árboles de las márgenes.
Se dio cuenta, entonces, de que era anciano. En el fondo
de la pozuela, con su voz ronca, solía decir,
contoneándose orgullosamente: "Yo conozco el mar. Cuando
joven he viajado a él y he vuelto".
Los peces niños y jóvenes le miraban y
escuchaban con admiración.
Un bagrecico, de tanto oírlo, se le acercó
una noche de luna y le dijo:
"Abuelo, yo también quiero conocer el
mar".
– ¿Tú?
– Sí, abuelo.
– Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando
realicé la gran proeza.
GUÍA DE CONTROL DE
LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Sabes qué es un bagrecico?
¿En qué lugar o escenario se
desarrollan los hechos?¿Quién será el protagonista de
la historia?
LECTURA LITERAL
Une o relaciona las palabras de la izquierda con las
de la derecha para que se forme así una
oración.
Encuentra el significado de los siguientes
términos
En tu cuaderno de trabajo anota la acepción de:
barbasco, voracidad, enconoso, límpido, magra, follaje,
fisga, sigilo, fauces, impetuoso, bogas, recio, mijanada,
voluminoso, coloso, remoto, columbrar, surcar,
embocar.
RETENCIÓN DE LECTURA
3. Relee el texto y con tus propias palabras completa la
siguiente trama narrativa:
Un viejo bagre
decía___________________________________________________
_______________________________________________________________
El bagrecico después de dos días y medio
_________________________________
___________________________________________________________________________
A través de las aguas ligeramente turbias
distinguió __________________________
______________________________________________________________________
Su pecho era recio, sus barbas más largas,
_________________________________
_____________________________________________________________
El nuevo río, un coloso, se unía con otro
igual, ______________________________
____________________________________________________________________________
Nadie lo conocía
______________________________________________________
_____________________________________________________________________________
COMPRENSIÓN DE LECTURA
¿Por qué el bagrecico tuvo el deseo de
conocer el mar?
______________________________________________________________
¿Qué pretende dar a conocer el viejo
bagre con la expresión: "Los hijos no deben vivir todo
el tiempo en la falda de la madre"? Explica.
____________________________________________________________________
¿Por qué, en el texto, al río
Amazonas se le llama el "rey de los ríos"?
_________________________________________________________________
LECTURA INFERENCIAL
Luego de conocer el mar, el bagrecico
regresó. Pero, al llegar al remanso de su riachuelo
nadie lo conocía, ¿qué pasó con
su madre, el viejo bagre y sus amigos?
________________________________________________________________________
LECTURA INTERPRETATIVA
El joven bagrecico durante su largo viaje
atravesó dificultades, peligros, miedos… Pero,
finalmente, llegó a conocer el mar,
¿cuál es la intención o propósito
del autor al darnos a conocer esta bonita
historia?
______________________________________________________________________________
LECTURA CRÍTICA
¿Te pareció interesante o aburrida la
historia del bagrecico? ¿por qué?
__________________________________________________________________________________
10. ¿Si alguna persona adulta te anima a conocer
una ciudad o país irías? ¿tendrías
miedo? ¿qué país te gustaría
conocer?
_______________________________________________________________________________
11. ¿Qué valores predominan en la historia
leída?
____________________________________________________________
CREATIVIDAD
12. Relee bien el texto y elabora o confecciona el
itinerario o la ruta que siguió el bagrecico durante su
viaje. Trabájalo en una cartulina.
PARA INVESTIGAR
13. Recopila información sobre el río
Amazonas: ubicación, extensión, riqueza
ictiológica, otros.
_________________________________________________________________
ENRIQUE LÓPEZ
ALBÚJAR
USHANAN- JAMPI
Y Facundo, después de aceptar tranquilamente la
honrosa comisión, recostó su escopeta en la tapia
en que estaba parapetado, sentóse, sacó un
puñado de coca y se puso a catipar religiosamente por
espacio de diez minutos largos. Hecha la catipa y satisfecho del
sabor de la coca, saltó la tapia y emprendió una
vertiginosa carrera, llena de saltos y zigzags, en
dirección al campanario gritando:
– ¡Amigo Cunce!, ¡Amigo Cunce! Facundo
quiere hablarte.
Cunce Maille le dejó llegar y una vez que lo vio
sentarse en el primer escalón de la gradería le
preguntó:
– ¿Qué quieres, Facundo?
– Pedirte que bajes y te vayas.
– ¿Quién te manda?
– ¡Yayas!
Yayas son unos Supaypa -Huachasgan, que cuando
huelen sangre quieren beberla. ¿No querrán
beber la mía?No; yayas me encargan decirte que si quieres te
abrazarán y beberán contigo un trago de chacta
en el mismo jarro y te dejarán salir con la
condición de que no vuelvas más.
– Han querido matarme.
Ellos no; Ushanan -Jampi, nuestra ley. Ushanan Jampi
igual para todos; pero se olvidará esta vez para ti.
Están asombrados de tu valentía. Han preguntado
a nuestro gran Jirca -yayag y él ha dicho que no te
toquen. También han catipado y la coca les ha dicho lo
mismo. Están pesarosos.Cunce Maille vaciló, pero comprendiendo que
la situación en que se encontraba no podía
continuar indefinidamente, que al fin, llegaría el
instante en que habría de agotársele la
munición y vendría el hambre, acabó por
decir, al mismo tiempo que bajaba:No quiero abrazos ni chacta. Que vengan aquí
todos los yayas desarmados y, a veinte pasos de distancia,
juren por nuestro Jirca que me dejarán partir sin
molestarme.
Lo que pedía Maille era una enormidad, una
enormidad que Facundo no podía prometer, no sólo
porque no estaba autorizado para ello sino porque ante el poder
del Ushanan-Jampi no había juramento posible.
Facundo vaciló también, pero su
vacilación fue cosa de un instante. Y, después de
reír con gesto de perro a quien le hubiesen pisado la
cola, replicó:
He venido a ofrecerte lo que pides. Eres como mi
hermano y yo le ofrezco lo que quiero a mi
hermano.
– Y, abriendo los brazos,
añadió:
Cunce, ¿No habrá para tu hermano
Facundo un abrazo? Yo no soy yaya. Quiero tener el orgullo de
decirle mañana a todo Chupán que me he abrazado
con un valiente como tú.
Maille desarrugó el ceño, sonrió
ante la frase aduladora y, dejando su carabina a un lado, se
precipitó a los brazos de Facundo. El choque fue terrible.
En vez de un estrechón efusivo y breve, lo que
sintió Maille fue el enroscamiento de dos brazos
musculosos, que amenazaban ahogarle. Maille comprendió
instantáneamente el lazo que se le había tendido,
y, rápido como el tigre, estrechó más fuerte
a su adversario, levantóle en peso e intentó
escalar con él el campanario. Pero al poner el pie en el
primer escalón, Facundo, que no había perdido la
serenidad, con un brusco movimiento de riñones hizo perder
a Maille el equilibrio, y ambos rodaron por el suelo,
escupiéndose injurias y amenazas. Después de un
violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos
jadeaban, Maille logró quedar encima de su
contendor.
¡Perro, más perro que los yayas!
-exclamó Maille, trémulo de ira -; te voy a
retacear allá arriba, después de comerte la
lengua.
– ¡Ya está!, ¡ya está!,
¡ya está!, ¡Ushanan-Jampi!
¡Calla traidor! -, volvió a rugir
Maille, dándole un puñetazo feroz en la boca, y
cogiendo a Facundo por la garganta se la apretó tan
profundamente que le hizo saltar la lengua lívida,
viscosa, enorme, vibrante como la cola de un pez cogido por
la cabeza, a la vez que entornaba los ojos y una gran
conmoción se deslizaba por su cuerpo como una
onda.
Maille sonrió satánicamente;
desenvainó el cuchillo, cortó de un tajo la lengua
de su víctima y se levantó con intención de
volver al campanario. Pero los sitiadores, que aprovechando el
tiempo que había durado la lucha, lo habían
estrechamente rodeado, se lo impidieron. Un garrotazo en la
cabeza lo aturdió; una puñalada en la espalda lo
hizo tambalear; una pedrada en el pecho obligóle a soltar
el cuchillo y llevarse las manos a la herida. Sin embargo,
aún pudo reaccionar y abrirse paso a puñadas y
puntapiés y llegar, batiéndose en retirada, hasta
su casa. Pero la turba que lo seguía de cerca,
penetró tras él en el momento en que el infeliz
caía en los brazos de su madre. Diez puñales se le
hundieron en el cuerpo.
¡No le hagan así, taitas, que el
corazón me duele! -gritó la vieja Nastasia,
mientras, salpicado el rostro de sangre, caía de
bruces, arrastrada por el desmadejado cuerpo de su hijo y por
el choque de la feroz acometida. Entonces desarrollóse
una escena horripilante, canibalesca. Los cuchillos, cansados
de punzar, comenzaron a tajar, a partir, descuartizar.
Mientras una mano arrancaba el corazón y otra los
ojos, ésta cortaba la lengua y aquélla vaciaba
el vientre de la víctima. Y todo esto
acompañado de gritos, risotadas, insultos e
imprecaciones, coreados por los feroces ladridos de los
perros, que, a través de las piernas de los asesinos,
daban grandes tarascadas al cadáver y sumergían
ansiosamente los puntiagudos hocicos en el charco
sangriento.
– ¡A arrastrarlo! -gritó una
voz.
– ¡A arrastrarlo! -respondieron cien
más.
– ¡A la quebrada con él!
– ¡A la quebrada!
Inmediatamente se le anudó una soga al cuello y
comenzó el arrastre. Primero por el pueblo, para que,
según los yayas, todos vieran como se cumplía el
Ushanan-Jampi, después por la senda de los
cactus.
Cuando los arrastradores llegaron al fondo de la
quebrada, a las orillas del Chillán, sólo quedaba
de Cunce Maille la cabeza y un resto de espina dorsal. Lo
demás quedóse entre los cactus, las puntas de las
rocas y las quijadas insaciables de los perros.
Seis meses después, todavía podía
verse sobre el dintel de la puerta de la abandonada y siniestra
casa de los Maille, unos colgajos secos, retorcidos,
amarillentos, grasos, a manera de guirnaldas; eran los intestinos
de Cunce Maille, puestos allí por mandato de la justicia
implacable de los yayas.
GUÍA DE CONTROL DE
LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Quién es Enrique López
Albújar?
¿De qué tratará
Ushanan-Jampi?
¿Quién será el protagonista de
Ushanan- Jampi?
LECTURA LITERAL
Con el respaldo de tu amigo diccionario de
antónimos, averigua o encuentra el término
opuesto a las palabras que se escriben a
continuación:PARAPETADO:
_______________________________________________________VERTIGINOSO:________________________________________________________
COBARDÍA:
__________________________________________________________PESAROSO:
__________________________________________________________VACILAR:
____________________________________________________________PRECIPITAR:
_________________________________________________________
RETENCIÓN DE
LECTURA
¿En qué ambiente o lugar se
desarrollan los hechos literarios?
_______________________________________________________________________
¿Quiénes son los personajes
protagonistas de la historia?
_______________________________________________________________________________________
¿Qué tiempo le demandó catipar
religiosamente un puñado de coca al joven
Facundo?
_______________________________________________________________________
¿Qué partes del cuerpo humano de Cunce
Maille quedaban cuando sus asesinos llegaron al fondo de la
quebrada, a las orillas, del Chillán?
______________________________________________________________________
COMPRENSIÓN DE LECTURA
¿Con qué fin o propósito
Facundo saltó la tapia y emprendió una
vertiginosa carrera?
__________________________________________________________________________________
¿Por qué Cunce Maille a pesar de su
notoria vacilación aceptó la propuesta de
Facundo? Explica.
_______________________________________________________________________
¿Cuál fue la condición que
propuso Cunce Maille a Facundo para así proceder a
descender del campanario?
___________________________________________________________________
¿Qué sensación
experimentó Cunce Maile al precipitarse en los brazos
de Facundo? ¿Por qué?
_____________________________________________________
LECTURA INFERENCIAL
¡Amigo lector! Relee el texto y contesta:
¿En qué consiste la ley del Ushanan Jampi?,
¿por qué crees que aplicaron el Ushanam Jampi
al valiente Cunce Maille?
________________________________________________________________
LECTURA INTERPRETATIVA
Con tus propias palabras y tu particular forma de
explicar las cosas, anota el sentido de las
expresiones:"…. Cuando huelen sangre quieren
beberla".
__________________________________________________________________________________________
"… después de reír con gesto de
perro a quien le hubiesen pisado la cola".
______________________________________________________________________________
"Maille sonrió
satánicamente".
____________________________________________________________________________________________________
LECTURA CRÍTICA
¿Qué opinión tienes acerca de
la actuación de Facundo y del joven Cunce
Maille?
_______________________________________________________________________
Al joven Cunce Maille se le da una muerte horrenda,
¿crees que el pueblo puede hacer justicia con sus
propias manos?
______________________________________________________________________________________________
CREATIVIDAD
Imagina que eres un yaya (juez) de la comunidad de
Chupán, ¿qué hubieras dictaminado
respecto al caso de Cunce Maille?
__________________________________________________________________________________
PARA INVESTIGAR
Averigua si en la región de la sierra u otra
parte del Perú se aplican castigos a las personas que
roban bienes, ¿qué tipo de castigos?
___________________________________________________________________________________________
CIRO ALEGRÍA BAZÁN
CALIXTO GARMENDIA
Déjame contarte,-le pidió un hombre
llamado Remigio Garmendia a otro llamado Anselmo, levantando la
cara-. Todos estos días, anoche, esta mañana,
aún esta tarde, he recordado mucho….Hay momentos en
que a uno se le agolpa la vida….Además, debes
aprender. La vida, corta o larga, no es de uno
solamente.
Sus ojos diáfanos parecían fijos en el
tiempo. La voz se le fraguaba hondo y tenía un rudo timbre
de emoción. Blandíanse a ratos las manos
encallecidas.
Yo nací arriba, en un pueblito de los Andes.
Mi padre era carpintero y me mandó a la escuela. Hasta
segundo año de primaria era todo lo que había.
Y eso que tuve suerte de nacer en el pueblo, porque los
niños del campo se quedaban sin escuela. Fuera de su
carpintería, mi padre tenía un terrenito al
lado del pueblo, pasando la quebrada, y lo cultivaba con
ayuda de algunos indios a los que pagaba en plata o con
obritas de carpintería: que el cabo de una lampa o de
hacha, que una mesita, en fin. Desde un extremo del corredor
de mi casa, veíamos amarillear el trigo, verdear el
maíz, azulear las habas en nuestra pequeña
tierra. Daba gusto. Con la comida y la carpintería,
teníamos bastante, considerando nuestra pobreza. A
causa de tener algo y también por su carácter,
mi padre no agachaba la cabeza ante nadie. Su banco de
carpintero estaba en el corredor de la casa, dando a la
calle. Pasaba el alcalde. "Buenos días, señor",
decía mi padre, y se acabó. Pasaba el
subprefecto. "Buenos días, señor", y asunto
concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. "Buenos
días, alférez", y nada más. Pasaba el
juez y lo mismo. Así era mi padre con los mandones.
Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o les pidiese o
les debiera algo. Se acostumbran a todo eso los que mandan.
Mi padre les disgustaba. Y no acaba ahí la cosa. De
repente venía gente del pueblo, ya sea indios, cholos
o blancos pobres. De a diez, de a veinte o también
poblada llegaban. "Don Calixto, encabécenos para hacer
este reclamo". Mi padre se llamaba Calixto. Oía de lo
que se trataba, si le parecía bien aceptaba y
salía a la cabeza de la gente, que daba vivas y
metía harta bulla, para hacer el reclamo. Hablaba con
buena palabra. A veces hacía ganar a los reclamadores
y otras perdía, pero el pueblo siempre le tenía
confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi
padre para reclamar al frente de los perjudicados. Las
autoridades y los ricos del pueblo, dueños de
haciendas y fundos, le tenían echado el ojo para
partirlo en la primera ocasión. Consideraban altanero
a mi padre y no los dejaba tranquilos. Él ni se daba
cuenta y vivía como si nada le pudiera pasar.
Había hecho un sillón grande, que ponía
en el corredor. Ahí solía sentarse, por las
tardes, a conversar con los amigos. "Lo que necesitamos es
justicia", decía. "El día que el Perú
tenga justicia, será grande". No dudaba de que la
habría y se torcía los mostachos con
satisfacción, predicando. "No debemos consentir
abusos".
Sucedió que vino una epidemia de tifo, y el
panteón del pueblo se llenó con los muertos del
propio pueblo y los que traían del campo. Entonces las
autoridades echaron mano de nuestro terrenito para
panteón. Mi padre protestó diciendo que tomaran
tierra de los ricos, cuyas haciendas llegaban hasta la propia
salida del pueblo. Dieron de pretexto que el terreno de mi padre
estaba ya cercado, pusieron gendarmes y comenzó el
entierro de los muertos. Quedaron a darle una
indemnización de setecientos soles, que era algo en esos
años, pero que autorización, que requisitos, que
papeleo, que no hay plata en este momento…. Se la estaban
cobrando a mi padre, para ejemplo de reclamadores. Un día,
después de discutir con el alcalde, mi viejo se puso a
afilar una cuchilla y, para ir a lo seguro, también un
formón. Mi madre algo le vería en la cara y se le
prendió del cogote y le lloró diciéndole que
nada sacaba con ir a la cárcel y dejarnos a nosotros
desamparados. Mi padre se contuvo como quebrándose. Yo era
niño entonces y me acuerdo de todo eso como si hubiera
pasado esta tarde.
Mi padre no era hombre que renunciara a su derecho.
Comenzó a escribir cartas exponiendo la injusticia.
Quería conseguir que al menos le pagaran. Un escribano le
hacía las cartas y le cobraba dos soles por cada una. Mi
pobre escritura no valía para eso. El escribano
ponía al final: "A ruego de Calixto Garmendia, que no sabe
firmar, Fulano". El caso fue que mi padre despachó dos o
tres cartas al diputado por la provincia. Silencio. Otras al
senador por el departamento. Silencio. Otra al mismo Presidente
de la República. Silencio. Por último mandó
cartas a los periódicos de Trujillo y a los de Lima. Nada,
señor. El postillón llegaba al pueblo una vez por
semana, jalando una mula cargada con la valija del correo. Pasaba
por la puerta de mi casa y mi padre se iba detrás y
esperaba en la oficina de despacho, hasta que clasificaban la
correspondencia. A veces yo también iba. "¿Carta
para Calixto Garmendia?" preguntaba mi padre. El interventor, que
era un viejito flaco y bonachón, tomaba las cartas que
estaban en la casilla de la G, las iba viendo y al final
decía: "Nada, amigo". Mi padre salía comentando que
la próxima habría carta. Con los años,
afirmaba que al menos los periódicos responderían.
Un estudiante me ha dicho que, por lo regular, los
periódicos creen que asuntos como esos carecen de
interés general. Esto en el caso de que los mismos no
estén en favor del gobierno y sus autoridades y callen
cuanto pueda perjudicarles. Mi padre tardó en
desengañarse de reclamar lejos y estar yéndose por
las alturas, varios años.
Un día, a la desesperada, fue a sembrar la parte
del panteón que aún no tenía
cadáveres, para afirmar su propiedad. Lo tomaron preso los
gendarmes, mandados por el subprefecto en persona, y estuvo dos
días en la cárcel. Los trámites estaban
ultimados y el terreno era de propiedad municipal legalmente.
Cuando mi padre iba a hablar con el síndico de Gastos del
Municipio, el tipo abría el cajón del escritorio y
decía como si ahí debiera estar la plata: "No hay
dinero, no hay nada ahora. Cálmate, Garmendia. Con el
tiempo se te pagará". Mi padre presentó dos
recursos al juez. Le costaron diez soles cada uno. El juez los
declaró sin lugar. Mi padre ya no pensaba en afilar la
cuchilla y el formón. "Es triste tener que hablar
así -dijo una vez -, pero no me darían tiempo de
matar a todos los que debía". El dinerito que mi madre
había ahorrado y estaba en una ollita escondida en el
terrado de la casa, se fue en cartas y en papeleo.
A los seis o siete años del despojo, mi padre se
cansó hasta de cobrar. Envejeció mucho en aquellos
tiempos. Lo que más le dolía era el atropello.
Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamar,
pero no tenía dinero para eso. Y cayó
también en cuenta de que, viéndolo pobre y solo,
sin influencias ni nada, no le harían caso. ¿De
quién y cómo valerse? El terrenito seguía de
panteón, recibiendo muertos. Mi padre no quería ni
verlo, pero cuando por casualidad llegaba a mirarlo,
decía: "¡Algo mío han enterrado ahí
también! ¡Crea usted en la justicia!" Siempre se
había ocupado de que le hicieran justicia a los
demás y, al final, no la había podido obtener ni
para él mismo. Otras veces se quejaba de carecer de
instrucción, y siempre despotricaba contra los tiranos,
gamonales, tagarotes y mandones.
Yo fui creciendo en medio de esa lucha. A mi padre no le
quedó otra cosa que su modesta carpintería. Apenas
tuve fuerzas, me puse a ayudarlo en el trabajo. Era muy escaso.
En ese pueblito sedentario, casas nuevas se levantarían
una cada dos años. Las puertas de las otras duraban. Mesas
y sillas casi nadie usaba. Los ricos del pueblo se enterraban en
cajón, pero eran pocos y no morían con frecuencia.
Los indios enterraban a sus muertos envueltos en mantas sujetas
con cordel. Igual que aquí en la costa entierran a
cualquier peón de caña, sea indio o no. La verdad
era que cuando nos llegaba la noticia de un rico difunto y el
encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se
alegraba de tener trabajo y también de ver irse al hoyo a
uno de la pandilla que lo despojó. ¿A qué
hombre, tratado así, no se le daña el
corazón? Mi madre creía que no estaba bueno
alegrarse debido a la muerte de un cristiano y encomendaba el
alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros y
avemarías. Duro le dábamos al serrucho, al cepillo,
a la lija y a la clavada mi padre y yo, que un cajón de
muerto debe hacerse luego. Lo hacíamos por lo común
de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían así y
otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De
todos modos, el muerto se iba a podrir lo mismo bajo la tierra,
pero aun para eso hay gustos.
Una vez hubo un acontecimiento grande en mi casa y en el
pueblo. Un forastero abrió una nueva tienda y
resultó mejor que las otras cuatro que había. Mi
viejo y yo trabajamos dos meses haciendo el mostrador y los
andamios para los géneros y abarrotes. Se inauguró
con banda de música y la gente hablaba de progreso. En mi
casa, hubo ropa nueva para todos. Mi padre me dio para que la
gastara en lo que quisiera, así, en lo que quisiera, la
mayor cantidad de plata que había visto en mis manos: dos
soles. Con el tiempo, la tienda no hizo otra cosa que mermar el
negocio de las otras cuatro, nuestra ropa envejeció y todo
fue olvidado. Lo único bueno fue que yo gasté los
dos soles en una muchacha llamada Eutimia, así era el
nombre, que una noche se dejó coger entre los alisos de la
quebrada. Eso me duró. En adelante no me cobró ya
nada y si antes me recibió los dos soles, fue de pobre que
era.
En la carpintería, las cosas siguieron como
siempre. A veces hacíamos un baúl o una mesita o
tres sillas en un mes. Como siempre, es un decir. Mi padre
trabajaba a disgusto puliendo y charolando cualquier obrita y le
quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y
como que salía del paso con un poco de lija. Hasta que al
fin llegaba el encargo de otro cajón de muerto, que era
plato fuerte. Cobrábamos generalmente diez soles.
Déle otra vez a alegrarse mi padre, que solía
decir: "¡Se fregó otro bandido, diez soles!"; a
trabajar duro él y yo; a rezar mi madre, y a sentir alivio
hasta por las virutas. Pero ahí acababa todo. ¿Eso
es vida? Como muchacho que era, me disgustaba que en esa vida
estuviera mezclada tanto la muerte.
La cosa fue más triste cada vez. En las noches, a
eso de las tres o cuatro de la madrugada, mi padre se echaba unas
cuantas piedras bastante grandes a los bolsillos, se sacaba los
zapatos para no hacer bulla y caminaba medio agazapado hacia la
casa del alcalde. Tiraba las piedras, rápidamente, a
diferentes partes del techo, rompiendo las tejas. Luego
volvía a la carrera y, ya dentro de la casa, a oscuras,
pues no encendía luz para evitar sospechas, se
reía. Su risa parecía a ratos el graznido de un
animal. A ratos era tan humana, tan desastrosamente humana, que
me daba más pena todavía. Se calmaba unos cuantos
días con eso. Por otra parte, en la casa del alcalde
solían vigilar. Como había hecho incontables
chanchadas, no sabían a quién echarle la culpa de
las piedras. Cuando mi padre deducía que se habían
cansado de vigilar, volvía a romper tejas. Llegó a
ser un experto en la materia. Luego rompió tejas de la
casa del juez, del subprefecto, del alférez de gendarmes,
del Síndico de Gastos. Calculadamente, rompió las
de las casas de otros notables, para que si querían, se
confundieran. Los ocho gendarmes del pueblo salieron en ronda
muchas noches, en grupos y solos, y nunca pudieron atrapar a mi
padre. De mañana salía a pasear por el pueblo para
darse el gusto de ver que los sirvientes de las casas que
atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas.
Si llovía era mejor para mi padre. Entonces atacaba la
casa de quien odiaba más, el alcalde, para que el agua la
dañara o, al caerles, los molestara a él y su
familia. Llegó a decir que les metía el agua a los
dormitorios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco
probable que pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad,
pero él pensaba que lo hacía, por darse el gusto de
pensarlo.
El alcalde murió de un momento a otro. Unos
decían que de un atracón de carne de chancho y
otros que de las cóleras que le daban sus enemigos. Mi
padre fue llamado para que hiciera el cajón y me
llevó a tomar las medidas con un cordel. El cadáver
era grande y gordo. Había que verle la cara a mi padre
contemplando el muerto. Él parecía la muerte.
Cobró cincuenta soles, adelantados, uno sobre otro. Como
le reclamaron del precio, dijo que el cajón tenía
que ser muy grande, pues el cadáver también lo era
y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde
comió bien. Hicimos el cajón a la diabla. A la hora
del entierro, mi padre contemplaba desde el corredor cuando
metían el cajón al hoyo, y decía: "Come la
tierra que me quitaste, condenado; come, come". Y reía con
esa su risa horrible. En adelante, dio preferencia en la rotura
de tejas a la casa del juez y decía que esperaba verlo
entrar al hoyo también, lo mismo que a los otros mandones.
Su vida era odiar y pensar en la muerte. Mi madre se consolaba
rezando. Yo, tomando a Eutimia en el alisar de la quebrada. Pero
me dolía muy hondo que hubieran derrumbado así a mi
padre. Antes de que lo despojaran, su vida era amar a su mujer y
a su hijo, servir a sus amigos y defender a quien lo necesitara.
Quería a su patria. A fuerza de injusticia y desamparo, lo
habían derrumbado.
Mi madre le dio la esperanza con el nuevo alcalde. Fue
como si mi padre sanara de pronto. Eso duró dos
días. El nuevo alcalde le dijo también que no
había plata para pagarle. Además, que abusó
cobrando cincuenta soles por un cajón de muerto y que era
un agitador del pueblo. Esto ya no tenía ni apariencia de
verdad. Hacía años que las gentes, sabiendo a mi
padre en desgracia con las autoridades, no iban por la casa para
que las defendiera. Con este motivo ni se asomaban. Mi padre le
gritó al nuevo alcalde, se puso furioso y lo metieron
quince días en la cárcel, por desacato. Cuando
salió, le aconsejaron que fuera con mi madre a darle
satisfacciones al alcalde, que le lloraran ambos y le suplicaran
el pago. Mi padre se puso a clamar: "¡Eso nunca!
¿Por qué quieren humillarme? ¡La justicia no
es limosna! ¡Pido justicia!". Al poco tiempo, mi padre
murió.
GUÍA DE CONTROL DE LECTURA
ANTES DE LEER:
¿Quién será Calixto
Garmendia?
¿Sobre qué tratará el
texto?
¿Cuál será la idea principal del
texto?
LECTURA LITERAL
Anota dos antónimos para las siguientes
palabras:
AGAZAPAR:
_____________________________________________________
ALTANERO:
______________________________________________________
BONACHÓN:
_____________________________________________________
INDEMNIZACIÓN:
_________________________________________________
JUSTICIA:
_______________________________________________________
SEDENTARIO:
___________________________________________________
TAGAROTE:
_____________________________________________________
RETENCIÓN DE LECTURA
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