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Antología de textos de lectura para el primer grado de educación secundaria (página 2)



Partes: 1, 2, 3, 4

-Así tenía que ser -dijo el patrón,
y luego preguntó:

-¿Y a ti?

  • Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro gran
    padre San Francisco volvió a ordenar: "Que de todos
    los ángeles del cielo venga el de menos valer, el
    más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro
    de gasolina excremento humano".

-¿Y entonces?

  • Un ángel que ya no valía, viejo, de
    patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para
    mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro gran
    Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas,
    trayendo en las manos un tarro grande. "Oye viejo
    -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel-.
    Embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que
    hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de
    cualquier manera; cúbrelo como puedas.
    ¡Rápido!

Entonces, con sus manos nudosas, el ángel viejo,
sacando el excremento de la lata, me cubrió, desigual, el
cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa
ordinaria, sin cuidado. Y aparecí avergonzado, en la luz
del cielo, apestando…

– Así mismo tenía que ser -afirmó
el patrón -¡Continúa! o ¿todo concluye
allí?

No, padrecito mío, señor mío.
Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los
dos, ante nuestro gran padre San Francisco, él
volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a
mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no
sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando
la noche con el día, el olvido con la memoria. Y luego
dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con
ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno
al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel
rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su
color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó
vigilar que su voluntad se cumpliera.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Sabes qué es un pongo?

¿Qué es un sueño?

¿Sobre qué tratará el
texto?

LECTURA LITERAL

  • Relaciona los términos de la izquierda con su
    respectivo y adecuado significado de la derecha.

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RETENCIÓN DE LECTURA

  • ¿Cómo se llama el autor del texto que
    has leído?

__________________________________________________________________________________

  • ¿Quién maltrata al pobre pongo en
    forma permanente?

_______________________________________________________________________________

  • ¿Recuerdas cómo termina el
    cuento?

____________________________________________________________________________

COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • ¿Por qué el pongo besaba las manos del
    patrón? Explica.

_____________________________________________________________________

  • ¿Por qué el hombrecito era considerado
    como una inmundicia? ¿Acaso no era un ser
    humano?

_________________________________________________________________

  • ¿Por qué algunos siervos de la casa
    -hacienda se reían del indio pongo?

__________________________________________________________

LECTURA INFERENCIAL

  • ¿Qué pasó después que el
    pongo narró su sueño al señor de la casa
    -hacienda? ¿Lo siguió martirizando?

___________________________________________________________________________________

LECTURA INTERPRETATIVA

  • ¿Qué demostró personalmente el
    pongo al contar su sueño al señor de la
    casa-hacienda?
    ________________________________________________________________________

LECTURA CRÍTICA

  • ¿Qué opinas respecto a las personas
    que se burlan y maltratan a otros?

___________________________________________________________

  • ¿Te pareció interesante e inteligente
    la actuación del hombrecito? ¿Sí o no?
    ¿Por qué?

____________________________________________________________
_______________________________________________________________

CREATIVIDAD

  • Relee bien el texto y crea una bonita historieta.
    Hazlo en tu cuaderno de trabajo.

PARA INVESTIGAR

  • Conversa con tu profesor de historia respecto a las
    haciendas: en qué año existieron, cómo
    fue la conducta de los patrones, por qué
    desaparecieron, etc.

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ARTHUR GORDON

LA PRIMERA CACERÍA

Cuando el padre de Jeremy le preguntó:
"¿Listo muchacho?", el chico asintió
rápidamente con la cabeza, a la vez que tomaba la escopeta
con enguantadas manos torpes. Su padre abrió la puerta de
un empujón y salieron a enfrentarse al alba helada,
abandonando la acogedora seguridad de la cabaña, el calor
de la estufa de queroseno, el reconfortante aroma del
café, y del tocino.

Permanecieron unos momentos frente a la cabaña.
El aliento de ambos formaba vahos de blancas volutas en el aire
gélido. Ante ellos sólo se extendía un
espacioso horizonte de pantano, agua y cielo. En cualquier otra
circunstancia Jeremy le habría pedido a su padre que lo
esperara mientras él manipulaba su cámara tratando
de fotografiar el desolado paisaje de tonos negros, grises y
plateados. Pero no aquella mañana. Porque era la
mañana solemne y sagrada en que Jeremy, a los 14
años de edad, se iniciaría en el místico
ritual de la caza del pato.

Y el muchacho detestaba aquello, había detestado
la idea desde que su padre le había comprado una escopeta,
desde que le enseñó a derribar platillos lanzados
al aire y le prometió llevarlo de excursión a esa
isla de la bahía. Pero Jeremy estaba resuelto a
soportarlo. Adoraba a su padre y, más que nada, ansiaba
ganarse su aprobación. Y sabía que lo
lograría si acertaba a hacer aquella mañana lo que
esperaba de aquél.

Padre e hijo llegaron al escondite, foso estrecho,
camuflado que miraba a la bahía. Había allí
sólo un banco y una repisa para proyectiles o casquillos
de escopeta. Jeremy, tenso, se sentó en el banco, y se
quedó esperando a su padre, que vadeaba llevando un
brazado de señuelos. La luz empezaba a inundar el
firmamento. Allá, muy lejos, en la bahía, una
bandada de patos desfiló, y su silueta se recortó
contra el sol naciente. Al observar las aves, Jeremy
sintió un calambre en el estómago.

Para mitigar su dolor, tomó una
instantánea de su padre teniendo como fondo el agua de
color mercurio. Luego dejó rápidamente la
cámara en la repisa, frente a él, y
empuñó la escopeta.

Al regresar, el padre se sentó al lado de Jeremy,
tenía las manos moradas de frío, y sus botas
chorreaban de agua. "Más vale que cargues ahora tu arma. A
veces tienes a los patos encima de ti antes de darte cuenta", le
advirtió. Vio como Jeremy abría su escopeta,
insertaba los cartuchos y volvía a cerrar el arma. "Te
dejaré disparar primero" le dijo. El padre, a su vez,
cargó su escopeta, que cerró luego con un seco
ruido metálico. "Sabes", agregó complacido: "He
esperado este día desde hace mucho tiempo. Así,
tú y yo solos…"

Se interrumpió y se inclinó hacia adelante
con los ojos entornados. "Veo una pequeña bandada que
viene hacia nosotros. Conserva la cabeza agachada. Yo te
diré cuando debes disparar".

A espaldas de los cazadores, el sol había
aclarado el horizonte, y una luz leonada inundaba la
ciénaga. Jeremy lo veía todo con claridad casi
intolerable: El rostro de su padre, tenso y ansioso, la tenue y
blanca escarcha que cubría los cañones de las
escopetas. El corazón le latía violentamente. Oraba
en silencio: no, no permitas que se acerquen. ¡Haz que se
alejen! ¡Por favor! Pero los patos seguían avanzando
hacia ellos. "cuatro negros", observó el padre de Jeremy.
"El otro es un alavanco".

Por encima de él, Jeremy alcanzaba a oír
el pulsante sibilar del aleteo de la bandada que volaba sobre
ellos. Trazó un amplio viraje y luego comenzó a
volar en círculo. "Prepárate le susurró su
padre".

Las aves llegaron planeando sobre el soleado espacio,
con la cabeza erguida, alerta, las alas formaban un orgulloso
arco. El alavanco iba al frente, el plumaje tornasolado que
rodeaba su cuello reflejaba la luz, que le destellaba en el pecho
rojizo. El alavanco bajó las patas, de vivo color
anaranjado, disponiéndose a posarse en el agua. Iba
descendiendo más y más… "¡Ahora!",
exclamó el padre, con un grito explosivo. Se hallaba ya de
pie, con el arma preparada "Derríbalo hijo".

Jeremy sintió que el cuerpo le obedecía.
Se levantó, asestó la escopeta como su padre le
había enseñado, sintió el frío de la
culata contra su mejilla, vio elevarse las dos bocas gemelas del
arma. Bajo su dedo, el gatillo se curvaba, certero, decisivo y
mortal.

En aquel instante, los patos descubrieron a los dos
cazadores y revolotearon precipitadamente. El alavanco
salió hacia arriba, como tirado por algún hilo
invisible. Durante un momento quedó allí, suspenso
contra el aire y el sol, en equilibrio entre la vida y la muerte.
Algo ordenó secamente en el cerebro del chico:
¡dispara! y Jeremy se quedó esperando el
estrépito que haría la
detonación.

Pero no hubo detonación. El alavanco voló
aún más alto, hasta que ladeó repentinamente
una de las alas, recibió el fuerte embate del viento y se
alejó, ya no estaba al alcance de las armas.

No se oía más ruido que el leve susurro de
la hierba, Jeremy permanecía inmóvil, sosteniendo
la escopeta.

  • ¿Y bien? -su padre le preguntó, al fin
    -¿Qué pasó? el muchacho no
    contestó. Le temblaban los labios.

Insistió el padre, con el mismo acento de enojo
reprimido:

-¿Por qué no disparaste?

Con el pulgar, Jeremy oprimió el seguro del arma.
Cuidadosamente colocó la escopeta en una esquina del
escondite.

-¡Porque los vi llenos de vida! -respondió
y empezó a sollozar.

Se dejó caer en el tosco banco, ocultando la cara
entre las manos. Las esperanzas de complacer a su padre se
habían desvanecido. Tuvo la oportunidad de hacerlo, y la
había desaprovechado.

Su padre estuvo callado largo rato. Luego, de
súbito, Jeremy sintió que se agazapaba cerca de
él.

-Mira: allí viene otro, solo. Hagamos la prueba
otra vez.

Sin bajar las manos, el chiquillo
protestó:

-¡Es inútil, papá! ¡no
puedo!

  • Date prisa -insistió su padre con brusquedad
    -se te va a escapar. ¡vamos! ¡dale! Jeremy
    sintió el frío de un objeto metálico.
    Alzó la vista incrédulo. Su padre le estaba
    dando la cámara fotográfica.

-¡Pronto! -lo instó afable -¡no se
quedará allí todo el día!

Se acercaba un pato colilargo y de gran tamaño,
volando a baja altura sobre el agua y deslizándose en
línea recta hacia los señuelos. El padre de Jeremy
dio una palmada, que resonó como un disparo de
pistola.

El ave, un macho espléndido, se elevó al
momento, a unos treinta metros de allí con las patas
encogidas, la cabeza en alto, batiendo las alas,
rápidamente, el pecho resplandecía. Poco
después desapareció.

Jeremy bajó la cámara. Tenía el
rostro radiante de placer.

-¡Lo capté! -exclamó.

  • ¡de veras! -la mano del hombre se apoyó
    un momento en el hombro del muchacho.

-¡Me alegro!

Miró entonces a su hijo, y Jeremy observó
que los ojos paternos no reflejaban de encanto, sino, por el
contrario, orgullo, simpatía y cariño.

  • Está bien hijo -dijo al fin -siempre
    seré gran aficionado a la caza. Pero eso no quiere
    decir que tú también tengas que serlo. A veces
    es necesario tanto valor para no hacer algo, como para
    hacerlo -tras una pausa, le preguntó -¿Crees
    que podrás enseñarme a manejar esa
    cámara?

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Qué entiendes por la palabra
cacería?

¿Quién será el protagonista de esta
historia?

LECTURA LITERAL

  • 1, VOCABULARIO: Con ayuda del diccionario encuentra
    el significado de los siguientes términos:

  • ALAVANCO:______________________________________________

  • ALBA:______________________________________________________________

  • ASINTIÓ (ASINTIR):
    ______________________________________

  • BAHÍA:__________________________________________

  • BRAZADO:______________________________________________________

  • CABAÑA:_____________________________________________________________

  • CIÉNAGA:__________________________________________________________

  • COLILARGO:______________________________________________________________________________

  • EMBATE:____________________________________________________________________________

  • ESTRÉPITO:______________________________________________________________

  • GÉLIDO:_________________________________________________________________

RETENCIÓN DE
LECTURA

2. ¿Cómo se llama el
niño?

________________________________________________________________________

3. ¿Qué edad
tiene?

_____________________________________________________________________

4. ¿A qué lugar llevó
el padre a su hijo Jeremy? ¿con qué
finalidad?

________________________________________________________________

COMPRENSIÓN DE
LECTURA

  • ¿Le interesaba al niño
    iniciarse en el místico ritual de la caza del pato?
    ¿Sí o no? ¿Por qué?

________________________________________________________________________

  • ¿Por qué aceptó
    Jeremy la invitación que le hizo su padre?
    Explica.

____________________________________________________________

______________________________________________________________________

  • El niño pudo con su escopeta
    haber matado al alavanco, ¿por qué no lo hizo?
    _______________________________________________________________________________

  • Al final del relato, el padre del
    niño dijo que "a veces es necesario tanto valor para
    no hacer algo, como para hacerlo". Anota lo que entiendas por
    esas palabras.

________________________________________________________________

LECTURA CRÍTICA

  • ¿Te gustó o
    interesó el relato? Explica

______________________________________________

  • En nuestro pueblo existen padres que
    obligan a sus hijos a hacer lo que ellos no quieren. Cita
    algunos casos.

______________________________________________________

  • ¿Qué opinas sobre
    aquellas personas que se dedican a la caza de aves como
    palomas, loros, etc.? ¿las aves no tienen derecho a
    vivir?

_________________________________________________________________

________________________________________________________________________

CREATIVIDAD

  • Recrea o dibuja una escena del texto
    leído.

PARA INVESTIGAR

  • Indaga todo lo relacionado a los patos
    silvestres: hábitat, alimentación, etc. Hazlo
    en tu cuaderno de trabajo.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

YO ERA UN MUERTO

(Capítulo 7 perteneciente al
libro: "Historia de un náufrago")

No recuerdo el amanecer del sexto día. Tengo una
idea nebulosa de que durante toda la mañana estuve
postrado en el fondo de la balsa, entre la vida y la muerte. En
esos momentos pensaba en mi familia y la veía tal como me
han contado ahora que estuve durante los días de mi
desaparición. No me tomó por sorpresa la noticia de
que me habían hecho honras fúnebres. En aquella mi
sexta mañana de soledad en el mar, pensé que todo
eso estaba ocurriendo. Sabía que a mi familia le
habían comunicado la noticia de mi desaparición.
Como los aviones no habían vuelto sabía que
habían desistido de la búsqueda y que me
habían declarado muerto.

Nada de eso era falso, hasta cierto punto. En todo
momento traté de defenderme. Siempre encontré un
recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, por insignificante
que fuera, para seguir esperando. Pero al sexto día ya no
esperaba nada. Yo era un muerto en la balsa.

En la tarde, pensando en que pronto serían las
cinco y volverían los tiburones, hice un desesperado
esfuerzo por incorporarme para amarrarme a la borda. En
Cartagena, hace dos años, vi en la playa los restos de un
hombre, destrozado por el tiburón. No quería morir
así. No quería ser repartido en pedazos entre un
montón de animales insaciables.

Iban a ser las cinco. Puntuales, los tiburones estaban
allí, rondando la balsa. Me incorporé
trabajosamente para desatar los cabos del enjaretado. La tarde
era fresca. El mar, tranquilo. Me sentí ligeramente
tonificado. Súbitamente, vi otra vez las siete gaviotas
del día anterior y esa visión me infundió
renovados deseos de vivir.

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En ese instante me hubiera comido cualquier cosa. Me
molestaba el hambre. Pero era peor la garganta estragada y el
dolor en las mandíbulas, endurecidas por falta de
ejercicio. Necesitaba masticar algo. Traté de arrancar
tiras del caucho de mis zapatos, pero no tenía con
qué cortarlas. Entonces fue cuando me acordé de las
tarjetas del almacén de Mobile.

Estaban en uno de los bolsillos de mi pantalón,
casi completamente deshechas por la humedad. Las
despedacé, me las llevé a la boca y empecé a
masticar. Aquello fue como un milagro: la garganta se
alivió un poco y la boca se me llenó de saliva.
Lentamente seguí masticando, como si fuera chicle. Al
primer mordisco me dolieron las mandíbulas. Pero
después, a medida que masticaba la tarjeta que
guardé sin saber por qué desde el día en que
salí de compras con Mary Address, me sentí
más fuerte y optimista. Pensaba seguirlas masticando
indefinidamente para aliviar el dolor de las mandíbulas.
Pero me pareció un despilfarro arrojarlas al mar.
Sentí bajar hasta el estómago la minúscula
papilla de cartón molido y desde ese instante tuve la
sensación de que me salvaría, de que no
sería destrozado por los tiburones.

¿A qué saben los
zapatos?

El alivio que experimenté con las tarjetas me
agudizó la imaginación para seguir buscando cosas
de comer. Si hubiera tenido una navaja habría despedazado
los zapatos y hubiera masticado tiras de caucho. Era lo
más provocativo que tenía al alcance de la mano.
Traté de separar con las llaves la suela blanca y limpia.
Pero los esfuerzos fueron inútiles. Era imposible arrancar
una tira de ese caucho sólidamente fundido a la
tela.

Desesperadamente, mordí el cinturón hasta
cuando me dolieran los dientes. No pude arrancar ni un bocado. En
ese momento debí parecer una fiera, tratando de arrancar
con los dientes pedazos de zapatos, del cinturón y la
camisa. Ya al anochecer, me quité la ropa, completamente
empapada. Quedé en pantaloncillos. No sé si
atribuírselo a las tarjetas, pero casi inmediatamente
después estaba durmiendo. En mi séptima noche,
acaso porque ya estaba acostumbrado a la incomodidad de la balsa,
acaso porque estaba agotado después de siete noches de
vigilia, dormí profundamente durante largas horas. A veces
me despertaba la ola; daba un salto, alarmado, sintiendo que la
fuerza del golpe me arrastraba al agua. Pero inmediatamente
después recobraba el sueño.

Por fin amaneció mi séptimo día en
el mar. No sé porqué estaba seguro de que no
sería el último. El mar estaba tranquilo y nublado,
y cuando el sol salió, como a las ocho de la
mañana, me sentí reconfortado por el buen
sueño de la noche reciente. Contra el cielo plomizo y bajo
pasaron sobre la balsa las siete gaviotas.

Dos días antes había sentido una gran
alegría con la presencia de las siete gaviotas. Pero
cuando las vi por tercera vez, después de haberlas visto
durante dos días consecutivos, sentí renacer el
terror. "Son siete gaviotas perdidas", pensé. Lo
pensé con desesperación. Todo marino sabe que a
veces una bandada de gaviotas se pierde en el mar y vuela sin
dirección durante varios días, hasta cuando siguen
un barco que les indica la dirección del puerto. Tal vez
aquellas gaviotas que había visto durante tres días
eran las mismas todos los días, perdidas en el mar. Eso
significaba que cada vez mi balsa se encontraba a mayor distancia
de la tierra.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Qué idea te sugiere el título del
texto?

¿El protagonista del texto será un
varón o una mujer?

¿Sabes qué otros libros tiene Gabriel
García Márquez?

LECTURA LITERAL

  • VOCABULARIO: Apóyate con tu amigo
    diccionario. Ten en cuenta el contexto oracional y define los
    términos que se señalan a
    continuación:

  • POSTRADO
    (POSTRAR):___________________________________________________________________________________

  • CARTAGENA:___________________________________________________________________________

  • ENJARETADO:____________________________________________________________________________

  • DESPILFARRO:__________________________________________________________________________

  • TERROR:________________________________________________________________________________

  • ¿Quién es el autor del
    texto?

  • Ciro Alegría Bazán

  • Pablo Neruda

  • Gabriel García Márquez

  • Julio Ramón Ribeyro
    Zúñiga.

RETENCIÓN DE
LECTURA

  • El náufrago hizo un desesperado esfuerzo para
    amarrarse a la borda de la balsa, ¿qué ciudad
    colombiana recordó en ese momento?

________________________________________________________________________

  • ¿De qué cosa se acordó el
    hombre náufrago cuando trató de arrancar tiras
    del caucho de sus zapatos?

__________________________________________________________

  • ¿Qué sintió el pobre
    náufrago cuando vio una bandada de gaviotas por
    tercera vez?

____________________________________________________________________________

  • ¿Cuál es el nombre de la mujer que el
    protagonista del relato menciona en el sexto
    párrafo?

_________________________________________________________________________

COMPRENSIÓN DE LECTURA

  • ¿Por qué al hombre no le tomó
    por sorpresa la noticia de que le habían hecho honras
    fúnebres?

______________________________________________________________

  • ¿Qué pretende dar a entender el
    náufrago cuando afirma que siempre encontró un
    recurso para sobrevivir, un punto de apoyo, por
    insignificante que fuera, para seguir esperando?

______________________________________________________________________

  • ¿Cómo entiendes la expresión:
    "Yo era un muerto en la balsa"?

__________________________________________________________

LECTURA INFERENCIAL

  • ¿La aparición de las siete gaviotas
    era señal de que el hombre estaba próximo a
    llegar a tierra firme?

_______________________________________________________________

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LECTURA INTERPRETATIVA

  • ¿Cómo crees que es el final de la
    historia del hombre náufrago? ¿Vive o muere?
    Anota todo lo que piensas al respecto.

_______________________________________________________________________

LECTURA CRÍTICA

  • ¿La actuación del héroe de la
    historia te parece buena, mala, optimista, pesimista?
    ¿por qué?

__________________________________________________________________

CREATIVIDAD

  • Teniendo en cuenta la lectura atenta que has hecho
    del texto, crea un bonito dibujo.

PARA INVESTIGAR

  • ¿Cuando una embarcación
    se pierde en el extenso mar qué instituciones son las
    llamadas a emprender su búsqueda?

ENRIQUE CONGRAINS MARTIN

EL NIÑO DE JUNTO AL
CIELO

Por alguna desconocida razón, Esteban
había llegado al lugar exacto, precisamente al
único lugar… Pero, ¿no sería,
más bien, que "aquello" había venido hacía
él? Bajó la vista y volvió a mirar.
Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto
a sus pies, junto a su vida.

¿Por qué, por qué,
él?

Su madre se había encogido de hombros al pedirle,
él, autorización para conocer la ciudad, pero
después le advirtió que tuviera cuidado con los
carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro
hasta la carretera y, a los pocos pasos, divisó "aquello"
junto al sendero que corría paralelamente a la
pista.

Vacilante, incrédulo, se agachó y lo
tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de
diez soles, un billete que contenía muchísimas
pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales,
cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban
no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba
con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía
"diez" por sus dos lados.

Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que
se veían más allá de ese otro cerro cubierto
de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y
sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable
presencia. ¿Había venido el billete hacia él
-se preguntaba -o era él, el que había ido hacia el
billete?

Cruzó la pista y se internó en un terreno
salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y
excrementos; llegó a una calle y desde allí
divisó al famoso mercado, el Mayorista, del que tanto
había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima,
Lima?… La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su
tío le había dicho que Lima era una ciudad grande,
tan grande que en ella vivían un millón de
personas.

¿La bestia con un millón de cabezas?
Esteban había soñado hacía unos días,
antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de
cabezas. Y ahora, él, con cada paso que daba, iba
internándose dentro de la bestia…

Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el
Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos, los
autos, la infinidad de gentes -algunas como él, otras no
como él – y el billete anaranjado, quieto, dócil,
en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el
"diez" por ambos lados y en eso se parecía a Esteban.
Él también llevaba el "diez" en su rostro y en su
conciencia. El "diez años" lo hacía sentirse seguro
y confiado, pero hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a
tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el
horizonte, había sido fijado en los diez años.
¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era
todo, Esteban se sentía incompleto aún.
Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando
llegara a los quince. Quizá ahora mismo, con la ayuda del
billete anaranjado.

Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la
bestia, hasta que llegó a sentirse parte de ella. Un
millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se
movía, se agitaba, unos iban en una dirección,
otros en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado,
quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo
mismo.

Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban
se detuvo a unos metros de ellos y quedó observando el ir
y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacía ruedo.
Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba
seres como él, gente que no se movía incesantemente
de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que
también en la ciudad había seres
humanos.

¿Cuánto tiempo estuvo
contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media
hora? ¿Una hora, acaso dos? Todos los chicos se
habían ido, todos menos uno. Esteban quedó
mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo acariciaba
el billete.

– ¡Hola, hombre!

  • Hola… -respondió Esteban, susurrando
    casi. El chico era más o menos de su misma edad y
    vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo
    que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora
    pertenecía a esa categoría de colores vagos e
    indefinibles.

– ¿Eres de por acá? -le preguntó a
Esteban.

  • Sí, este… -se aturdió y no supo
    cómo explicar que vivía en el cerro y que
    estaba en viaje de exploración a través de la
    bestia de un millón de cabezas.

  • ¿De dónde, ah? -se había
    acercado y estaba frente a Esteban. Era más alto y sus
    ojos inquietos le recorrían de arriba a abajo -.
    ¿De dónde, ah? -volvió a
    preguntar.

– De allá, del cerro -y Esteban
señaló en la dirección en que había
venido.

– ¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza,
negativamente.

– ¿Del Agustino?

  • ¡Sí, de ahí? -exclamó
    sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde
    hacía meses, cuando se enteró de la
    decisión de su tío de venir a radicarse a Lima,
    venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así
    como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez;
    que había un sitio que se llamaba Callao y que
    ahí llegaban buques de otros países; que
    habían lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles
    larguísimas… ¡Lima!…Su tío
    había salido dos meses antes que ellos con el
    propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En
    qué sitio será?, le había preguntado a
    su madre. Ella tampoco sabía. Los días
    corrieron y después de muchas semanas llegó la
    carta que ordenaba partir. ¡Lima!… ¿El cerro
    del Agustino, Esteban? Pero él no lo llamaba
    así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que
    su tío había levantado quedaba en el barrio de
    Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo
    sabía.

  • Yo no tengo casa… -dijo el chico
    después de un rato. Tiró una bola contra la
    tierra y exclamó-: ¡Caray, no tengo!

  • ¿Dónde vives, entonces? -se
    animó a inquirir Esteban.

El chico recogió la bola, la frotó en su
mano y luego respondió:

– En el mercado, cuido la fruta, duermo a
ratos…

  • Amistoso y sonriente, puso una mano sobre el hombro
    de Esteban y le preguntó-: ¿cómo te
    llamas tú?

  • Esteban…

  • Yo me llamo Pedro -tiró la bola al aire y la
    recibió en la palma de su mano-. Te juego, ¿Ya
    Esteban?

Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose
mutuamente. Pasaron los minutos, pasaron hombres y mujeres junto
a ellos, pasaron autos por la calle, siguieron pasando los
minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía
nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al
bolsillo y los pies sobre el cemento gris de la acera.
¿Adónde, ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban
se sentía más a gusto en compañía de
Pedro, que estando solo.

Dieron algunas vueltas. Más y más
edificios. Más y más gentes. Más y
más autos en las calles. Y el billete anaranjado
seguía en el bolsillo. Esteban lo
recordó.

  • ¡Mira lo que me encontré! -lo
    tenía entre sus dedos y el viento lo hacía
    oscilar levemente.

  • ¡Caray! -exclamó Pedro y lo
    tomó, examinándolo al detalle-. ¡Diez
    soles, caray! ¿Dónde lo encontraste?

– Junto a la pista, cerca del cerro -explicó
Esteban.

Pedro le devolvió el billete y se
concentró un rato. Luego preguntó:

– ¿Qué piensas hacer, Esteban?

– No sé, guardarlo, seguro… -y
sonrió tímidamente.

– ¡Caray, yo con una libra haría negocios,
palabra que sí!

– ¿Cómo?

Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar,
a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía
interpretarse como una total despreocupación por el asunto
-los negocios -o como una gran abundancia de posibilidades y
perspectivas. Esteban no comprendió.

– ¿Qué clase de negocios, ah?

– ¡cualquier clase, hombre! -pateó una
cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta
la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que
la aplanó contra el pavimento-. Negocios hay de sobra,
palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de
nosotros podría tener otra libra en el
bolsillo.

– ¿una libra más? -Preguntó Esteban
asombrándose.

– ¡Pero claro, claro que sí!…
-volvió a examinar a Esteban y le preguntó-:
¿Tú eres de Lima?

Esteban se ruborizó. No, él no
había crecido al pie de las paredes grises, ni jugado
sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus
diez años, salvo lo de ese día.

– No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué
ayer…

– ¡Ah! -exclamó Pedro, observándolo
fugazmente-. ¿De Tarma, no?

– Sí, de Tarma…

Habían dejado atrás el mercado y estaban
junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se
alzaba el cerro del Agustino, el barrio de Junto al Cielo,
según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había
preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San
Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios
quedará la casa de mi tío? Habían tomado el
ómnibus y después de varias horas de pesado y
fatigante viaje, arribaban a Lima. ¿Miraflores? ¿La
Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao?
¿Adónde Esteban, adónde? Su tío
había mencionado el lugar y era la primera vez que Esteban
lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo,
pensó. Tomaron un auto y cruzaron calles y más
calles. Todas diferentes pero, cosa curiosa, todas parecidas,
también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas
junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del
cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza
que había levantado su tío, Esteban
contempló a la bestia con un millón de cabezas. La
"cosa" se extendía y se desparramaba, cubriendo la tierra
de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo
que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban había
levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo
-o tan abajo, quizá -que había pensado que estaba
en el barrio de Junto al Cielo.

– Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio
conmigo? -Pedro se había detenido y lo contemplaba,
esperando respuesta.

  • ¿Yo?… -titubeando preguntó-:
    ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría
    otro billete mañana?

– ¡Claro que sí, por supuesto!
-afirmó resueltamente.

La mano de Esteban acarició el billete y
pensó que podría tener otro billete más, y
otro más, y muchos más. Muchísimos billetes
más, seguramente. Entonces el "diez años"
sería esa meta que siempre había
soñado.

  • ¿Qué clase de negocios se puede, ah?
    -preguntó Esteban.

Pedro sonrió y explicó:

  • Negocios hay muchos… Podríamos comprar
    periódicos y venderlos por Lima; podríamos
    comprar revistas, chistes… -hizo una pausa y
    escupió con vehemencia. Luego dijo,
    entusiasmándose-: Mira, compramos diez soles de
    revistas y las vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos
    quince soles, palabra.

  • ¿Quince soles?

– ¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para
ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece,
ah?

Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una
hora; convinieron en que Esteban no diría nada, ni a su
madre ni a su tío; convinieron en que venderían
revistas y que de la libra de Esteban, saldrían
muchísimas otras.

Esteban había almorzado apresuradamente y le
había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la
ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo
le daban de comer gratis, completamente gratis, como había
recalcado al explicar su situación. Esteban bajó
por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo al
borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que
había encontrado, en la mañana, el billete de diez
soles. Al poco rato apareció Pedro y empezaron a caminar
juntos, internándose dentro de la bestia de un
millón de cabezas.

  • Vas a ver que fácil es vender revistas,
    Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y,
    listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a
    gritar en la calle el nombre de las revistas, y así
    vienen más rápido… ¡Ya vas a ver
    que bueno es hacer negocios!…

  • ¿Queda muy lejos el sitio? -preguntó
    Esteban, al ver que las calles seguían
    alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos
    había quedado todo lo que hasta hacía unos
    días había sido habitual para
    él.

– No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y
nos vamos gorreando hasta el centro.

  • ¿cuánto cuesta el
    tranvía?

– ¡Nada, hombre! -y se rió de buena gana -.
Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje
ir hasta la Plaza san Martín.

Más y más cuadras. Y los autos, algunos
viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban
veloces, rumbo sabe Dios dónde.

– ¿Adónde va toda esa gente en
auto?

Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero,
¿adónde iban realmente? Pedro no halló
ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la
cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin
terminó la calle y llegaron a una especie de
parque.

  • ¡Corre! -le gritó Pedro, de
    súbito. El tranvía comenzaba a ponerse en
    marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se
    encaramaron al estribo.

Una vez arriba se miraron, sonrientes. Esteban
empezó a perder el temor y llegó a la
conclusión de que seguía siendo el centro de todo.
La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa
como había soñado, y ya no le importaba estar
siempre, aquí o allá, en el centro mismo, en el
ombligo mismo de la bestia.

Parecía que el tranvía se había
detenido definitivamente, esta vez, después de una serie
de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus
asientos y Pedro lo estaba empujando.

  • Vamos, ¿qué esperas?

  • ¿Aquí es?

  • Claro, baja.

Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento
de la bestia. Esteban veía más gente y las
veía marchar -sabe Dios dónde -con más prisa
que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos,
suaves, con gusto, como la gente de Tarma?

  • Después volvemos y por estos mismos sitios
    vamos a vender las revistas.

  • Bueno -asintió Esteban. El sitio era lo de
    menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que
    la libra se convirtiera en varias más. Eso era lo
    importante.

  • ¿Tú tampoco tienes papá? -le
    preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle por
    la que pasaban los rieles del tranvía.

  • No, no tengo… -y bajó la cabeza,
    entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó-:
    ¿Y tú?

– Tampoco, ni papá ni mamá. -Pedro se
encogió de hombros y apresuró el paso.
Después inquirió descuidadamente:

  • ¿Y al que le dices "tío"?

  • Ah… él vive con mi mamá, ha
    venido a Lima de chofer… -calló, pero en
    seguida dijo-: Mi papá murió cuando yo era
    chico…

  • ¡Ah, caray!… ¿Y tu "tío",
    qué tal te trata?

– Bien; no se mete conmigo para nada.

– ¡Ah!

Habían llegado al lugar. Tras un portón se
veía un patio más o menos grande, puertas,
ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por
mayor.

– Ven, entra -le ordenó Pedro.

Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo
había revistas, y algunos chicos como ellos, dos mujeres y
un hombre, seleccionaban sus compras. Pedro se dirigió a
uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las
contó y volvió a revisarlas.

– Paga.

Esteban vaciló un momento. Desprenderse del
billete anaranjado era más desagradable de lo que
había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el
bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera
necesario.

  • Paga -repitió Pedro, mostrándole las
    revistas a un hombre gordo que controlaba la
    venta.

  • ¿Es justo una libra?

  • Sí, justo. Diez revistas a un sol cada
    una.

Oprimió el billete con desesperación, pero
al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo
quitó rápidamente de la mano y lo entregó al
hombre.

– Vamos -dijo jalándolo.

Se instalaron en la plaza San Martín y alinearon
las diez revistas en uno de los muros que circunda el
jardín. Revistas, revistas, revistas señor,
revistas señora, revistas, revistas. Cada vez que una de
las revistas desaparecía con un comprador, Esteban
suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir
así las cosas, no habría de quedar
ninguna.

  • ¿Qué te parece, ah? -preguntó
    Pedro, sonriendo con orgullo.

  • Está bueno, está bueno… -y se
    sintió enormemente agradecido a su amigo y
    socio.

– Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste,
señor?

  • El hombre se detuvo y examinó las
    carátulas. ¿cuánto? Un sol cincuenta, no
    más… La mano del hombre quedó indecisa
    sobre dos revistas. ¿Cuál, cuál
    llevará? Al fin se decidió. Cóbrese. Y
    las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro.
    Esteban se limitaba a observar, meditaba, y sacaba sus
    conclusiones: una cosa era soñar, allá en
    Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra
    era estar en Lima, en el centro mismo del universo,
    absorbiendo y paladeando con fruición la
    vida.

Él era el socio capitalista y el negocio marchaba
estupendamente bien. Revistas, revistas, gritaba el socio
industrial, y otra revista más que desaparecería en
manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!,
exclamaba el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa,
rápidamente. ¿Adónde van que se apuran
tanto?, pensaba Esteban.

Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa,
amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no
importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría.
Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el
billete de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban
más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y
ocho desparramándose por desconocidos e ignorados rincones
de la bestia. Revistas, revistas, chistes a sol cincuenta,
chistes…Listo, ya no quedaba más que una revista y
Pedro anunció que eran las cuatro y media.

  • ¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado!
    … -prorrumpió luego.

  • ¿No has almorzado?

  • No, no he almorzado… -observó a
    posibles compradores entre las personas que pasaban y
    después sugirió-: ¿Me podrías ir
    a comprar un pan o un bizcocho?

  • Bueno -aceptó Esteban,
    inmediatamente.

Pedro sacó un sol de su bolsillo y
explicó:

  • Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia,
    ¿ya?

  • Sí, ya sé.

  • ¿Ves ese cine? -preguntó Pedro
    señalando a uno que quedaba en esquina. Esteban
    asintió-. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de
    cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y
    cómprame un pan con jamón o tráeme un
    plátano y galletas, cualquier cosa, ¿Ya
    Esteban?

  • Ya.

Recibió el sol, cruzó la pista,
pasó por entre dos autos estacionados y tomó la
calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí
estaba la tienda. Entró.

  • Déme un pan con jamón -pidió a
    la muchacha que atendía.

Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en
un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el
mostrador.

  • Vale un sol veinte -advirtió la
    muchacha.

  • ¡Un sol veinte!… -devolvió el pan y
    quedó indeciso un instante. Luego se decidió -:
    Deme un sol de galletas, entonces.

Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba
lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar
los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego,
prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro
la revista que le quedaba?

Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo
haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello,
apresuró el paso, atravesó la calle, esperó
que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda.
Veinte o treinta metros más allá había
quedado Pedro. ¿O se había confundido? Porque ya
Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro.
Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni
quince soles, ni… ¿Cómo había podido
perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí donde
habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no
era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín
de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El
papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo
había notado cuando se instalaron, hacía más
de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido?
¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?

Bueno, no era necesario asustarse, pensó.
Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando.
Eso tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los
minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo: ya
estaría de regreso de ser así. Tal vez había
ido con un comprador a conseguir cambio. Más y más
minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había
ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser
así. ¿Entonces?

  • Señor, ¿tiene hora? -le
    preguntó a un joven que pasaba.

  • Si, las cinco en punto.

Esteban bajó la vista, hundiéndola en la
piel de la bestia y prefirió no pensar. Comprendió
que, de hacerlo, terminaría llorando y eso no podía
ser. El ya tenía diez años, y diez años no
eran ni ocho, ni nueve. ¡Eran diez años!

– ¿Tiene hora, señorita?

– Sí -sonrió y dijo con voz linda-: Las
seis y diez -y se alejó presurosa.

¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?…
¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia
con un millón de cabezas estaban?… Desgraciadamente no
lo sabía y sólo quedaba la posibilidad de esperar y
seguir esperando…

– ¿Tiene hora, señor?

– Un cuarto para las siete.

– Gracias…

¿Entonces?… Entonces, ¿ya Pedro no iba a
regresar?… ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la revista
iban a regresar entonces?… Decenas de letreros luminosos se
habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se
volvían a encender; y más y más gente sobre
la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa
ahora. Rápido, rápido, apúrense, más
rápido aún, más, más, hay que
apurarse muchísimo más, apúrense
más…Y Esteban permanecía inmóvil,
recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con
las esperanzas en el bolsillo de Pedro… Inmóvil,
dominándose para no terminar en pleno llanto. Entonces,
¿Pedro lo había engañado?… ¿Pedro,
su amigo, le había robado el billete anaranjado?…
¿O no sería, más bien, la bestia con un
millón de cabezas la causa de todo?… Y, ¿acaso no
era Pedro parte integrante de la bestia?…

Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el
muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se
dirigió a tomar el tranvía.

GUÍA DE CONTROL DE LECTURA

ANTES DE LEER:

¿Por qué esta lectura llevará el
nombre de "El niño de junto al cielo"?

¿Sobre qué tratará?

LECTURA LITERAL

  • Anota el significado contextual de las
    palabras subrayadas en las expresiones siguientes:

  • Por alguna desconocida
    razón._________________________________________

_________________________________________

_________________________________________

  • Vacilante, incrédulo, se agachó
    ________________________________________

y lo tomó entre sus manos.
________________________________________

________________________________________

  • ¿La bestia de un millón de
    _________________________________________

cabezas?
_________________________________________

_________________________________________

  • ¡Mira lo que me encontré!
    ________________________________________

  • Lo tenía entre sus dedos y el
    ________________________________________

viento lo hacía oscilar levemente.
_______________________________________

  • Convinieron en reunirse al pie
    _________________________________________

del cerro dentro de una hora.
__________________________________________

__________________________________________

  • ¡Corre! -le gritó Pedro, de
    __________________________________________

Súbito.
___________________________________________

__________________________________________

  • Se instalaron en la Plaza San
    ______________________________________

Martín y alinearon las diez revistas
______________________________________

en uno de los muros que circunda
______________________________________

el jardín.

  • Una cosa era soñar, allá en Tarma,
    ___________________________________

con una bestia de un millón de cabezas,
__________________________________

y otra era estar en Lima, en el centro
___________________________________

mismo del universo, absorbiendo y
__________________________________

paladeando con fruición la
vida.

  • Escribe el sentido (significado) de las oraciones
    que siguen:

  • La palabra le sonaba a hueco.

_____________________________________________________________________

  • La bestia con un millón de
    cabezas.

_______________________________________________________________________________

  • Él también llevaba el "diez" en su
    rostro y en su conciencia.

__________________________________________________________________

  • Nos vamos gorreando hasta el centro.

______________________________________________________________________

  • Y Esteban permanecía inmóvil,
    recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y
    con las esperanzas en el bolsillo de Pedro.

________________________________________________________________________________

RETENCIÓN DE LECTURA

3. Completa la información que se te solicita en
la ficha siguiente:

¿Cómo se llama el cuento?
__________________________________________

¿Quién es su autor?
__________________________________________

¿Quiénes son los protagonistas?
__________________________________________

¿Cómo se llaman?
__________________________________________

__________________________________________

¿De qué lugar era el niño
__________________________________________

Esteban?
__________________________________________

 

¿Cuántos años tenía?
__________________________________________

¿Qué cosa se encontró al
_________________________________________

costado de la pista?
__________________________________________

 

¿Qué negocio implementaron
__________________________________________

los dos niños?
___________________________________________

¿Cómo se llama la plaza
__________________________________________

en la que los dos niños
__________________________________________

instalaron su negocio?
__________________________________________

¿En qué departamento del
__________________________________________

Perú se desarrollan los hechos
__________________________________________

literarios?
__________________________________________

 

 

COMPRENSIÓN DE LECTURA

4. ¿Con qué propósito el
niño Esteban solicitó permiso a su
madre?

_______________________________________________________________

5. ¿Había venido el billete hacia Esteban
o era Esteban, el que había ido hacia el
billete?

____________________________________________________________________

6. ¿Por qué el narrador afirma que Esteban
al estar frente a un grupo de muchachos que jugaban en la vereda
por fin encontraba seres como él?

___________________________________________________________________

  • ¿Por qué Esteban le contó a
    Pedro que se había encontrado un billete anaranjado de
    diez soles? ¿Cuál fue su
    propósito?

__________________________________________________________

LECTURA INFERENCIAL

  • ¿Qué enseñanza crees que se
    desprende del texto?

______________________________________________________

  • Piensa y proponle un nuevo título al texto
    que has leído.

_______________________________________________________________________

LECTURA INTERPRETATIVA

  • ¿Qué realidad peruana pretende
    explicarnos la lectura "El niño de junto al
    cielo"?

______________________________________________________________________

LECTURA CRÍTICA

  • Qué opinión te merece la
    actuación del niño Esteban y el niño
    Pedro?

______________________________________________________________________________

  • ¿"El niño de junto al cielo" es un
    cuento realista o fantasioso?

______________________________________________________________________________

CREATIVIDAD

  • Crea una ilustración o dibujo en torno a los
    protagonistas del cuento: Esteban y Pedro.

PARA INVESTIGAR

  • ¿En Lima siguen viviendo un millón de
    personas? Ingresa a internet (www.inei.com.pe) y averigua la
    cantidad de población con la que cuenta
    actualmente.

CÉSAR ABRAHAM VALLEJO MENDOZA

PACO YUNQUE

  • ¡Psch! ¡Psch! ¡silencio!… Vamos
    a ver… Vamos a hablar hoy de los peces, y
    después, vamos hacer todos un ejercicio escrito en una
    hoja de los cuadernos, y después me los dan para
    verlos. Quiero ver quien hace el mejor ejercicio, para que su
    nombre sea inscrito en el cuaderno del primer año.
    ¿Me han oído bien? Vamos a hacer lo mismo que
    hicimos la semana pasada. Exactamente lo mismo. Hay que
    atender bien a la clase. Hay que copiar bien el ejercicio que
    voy a escribir después en la pizarra. ¿Me han
    entendido bien?

Los alumnos respondieron en coro:

  • Sí, señor.

  • Muy bien, -dijo el profesor -. ¡Vamos a
    ver!… Vamos a hablar ahora de los peces.

Varios niños quisieron hablar. El profesor le
dijo a uno de los Zúmiga que hablase.

  • Señor: -dijo Zúmiga -había en
    la playa mucha arena. Un día nos metimos entre la
    arena y encontramos un pez medio vivo y lo llevamos a mi
    casa. Pero se murió en el camino…

Humberto Grieve dijo:

  • Señor: yo he cogido muchos peces y los he
    llevado a mi casa y los he soltado en mi salón y no se
    mueren nunca.

El profesor preguntó:

– ¿Pero los deja usted en alguna vasija con
agua?

– No, señor. Están sueltos, entre los
muebles.

Todos los niños se echaron a
reír.

Un chico, flacucho y pálido, dijo:

  • Mentira, señor. Porque un pez se muere
    pronto, cuando lo sacan del agua.

  • No, señor,-decía Humberto Grieve
    -Porque en mi salón no se mueren. Porque mi
    salón es muy elegante. Porque mi papá me dijo
    que trajera peces y que podía dejarlos sueltos entre
    las sillas.

Paco Fariña se moría de risa. Los
Zúmiga también. El chico rubio y gordo, de chaqueta
blanca y el otro, cara redonda y chaqueta verde, se reían
ruidosamente. ¡Qué Grieve tan divertido! ¡Los
peces en su salón! ¡Entre los muebles!
¡Cómo si fuesen pájaros! Era una gran mentira
lo que contaba Grieve. Todos los chicos exclamaban a la vez,
reventando de risa:

  • ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
    ¡Ja! ¡Miente, señor! ¡Ja! ¡Ja!
    ¡Ja! ¡Mentira! ¡Mentira!…

Humberto Grieve se enojó porque no le
creían lo que contaba. Todos se burlaban de lo que
había dicho. Pero Grieve recordaba que trajo dos peces
pequeños a su casa y los soltó en su salón y
ahí estuvieron varios días. Los movió y no
se movían. No estaba seguro si vivieron muchos días
o murieron pronto. Grieve, de todos modos, quería que le
creyesen lo que decía. En medio de las risas de todos, le
dijo a uno de los Zúmiga.

  • ¡Claro! Porque mi papá tiene mucha
    plata. Y me ha dicho que va hacer llevar a mi casa a todos
    los peces del mar. Para mí. Para que juegue con ellos
    en mi salón grande.

El profesor dijo en alta voz:

  • ¡Bueno! ¡Bueno! ¡Silencio! Grieve
    no se acuerda bien, seguramente. Porque los peces mueren
    cuando…

Los niños añadieron en coro:

  • …Se les saca del agua.

– Eso es, -dijo el profesor.

El niño flacucho y pálido dijo:

  • Porque los peces tienen sus mamás en el agua
    y sacándolos se quedan sin mamás.

  • ¡No! ¡No! ¡No! -dijo el profesor
    -. Los peces mueren fuera del agua, porque no pueden
    respirar. Ellos toman el aire que hay en el agua, y cuando
    salen, no pueden absorber el aire que hay afuera.

– Porque ya están como muertos -dijo un
niño.

Humberto Grieve dijo:

  • Mi papá puede darles aire en mi casa, porque
    tiene bastante plata para comprar todo.

El chico vestido de verde dijo:

– Mi papá también tiene plata.

– Mi papá también -dijo otro
chico.

Todos los niños dijeron que sus padres
tenían mucho dinero. Paco Yunque no decía nada y
estaba pensando en los peces que morían fuera del
agua.

Fariña le dijo a Paco Yunque:

– Y tú, ¿tu papá no tiene
plata?

Paco Yunque reflexionó y se acordó haberle
visto una vez a su mamá con unas pesetas en la mano.
Yunque le dijo a Fariña.

– Mi mamá tiene también mucha
plata.

– ¿Cuánto? -le preguntó
Fariña.

– Como cuatro pesetas.

Paco Fariña dijo al profesor en alta
voz:

– Paco Yunque dice que su mamá tiene
también mucha plata.

  • ¡Mentira, señor! -respondió
    Humberto Grieve -Paco Yunque miente, porque su mamá es
    la sirvienta de mi mamá y no tiene nada.

El profesor tomó la tiza y escribió en la
pizarra, dando la espalda a los niños.

Humberto Grieve, aprovechando de que no le veía
el profesor, dio un salto y le jaló de los pelos a Yunque,
volviéndose a la carrera a su carpeta. Yunque se puso a
llorar.

– ¿Qué es eso? -dijo el profesor,
volviéndose a ver lo que pasaba.

Paco Fariña dijo:

– Grieve le ha tirado de los pelos,
señor.

– No, señor – dijo Grieve -yo no he sido. Yo no
me he movido de mi sitio.

  • ¡Bueno! ¡Bueno! -dijo el profesor –
    ¡Silencio! ¡Cállese, Paco Yunque!
    ¡Silencio!

Siguió escribiendo en la pizarra y después
preguntó a Grieve:

– Si se le saca del agua, ¿qué sucede con
el pez?

– Va a vivir en mi salón -contestó
Grieve.

Otra vez se reían de Grieve todos los
niños. Este Grieve no sabía nada. No pensaba
más que en su casa y en su salón y en su
papá y en su plata. Siempre estaba diciendo
tonterías.

  • Vamos a ver, usted, Paco Yunque, -dijo el profesor
    -¿Qué pasa con el pez, si se le saca del
    agua?

Paco Yunque, medio llorando todavía por el
jalón de pelos que le dio Grieve, repitió de una
tirada lo que dijo el profesor:

– Los peces mueren fuera del agua porque les falta
aire.

– ¡Eso es! -decía el profesor -muy
bien.

Volvió a escribir en la pizarra.

Humberto Grieve aprovechó otra vez de que no
podía verle el profesor y fue a darle un puñetazo a
Paco Fariña en la boca y regresó de un salto a su
carpeta. Fariña, en vez de llorar como Paco Yunque, dijo a
grandes voces al profesor:

– ¡Señor! Acaba de pegarme Humberto
Grieve.

– ¡Sí, señor! ¡Sí,
señor! -decían todos los niños a la
vez.

Una bulla tremenda había en el
salón.

El profesor dio un puñetazo en su pupitre y
dijo:

– ¡Silencio!

El salón se sumió en un silencio completo
y cada alumno estaba en su carpeta, serio y derecho, mirando
ansiosamente al profesor. ¡Las cosas de este Humberto
Grieve! ¡Ya ven lo que estaba pasando por su cuenta!
¡Ahora habrá que ver lo que iba a hacer el profesor,
que estaba colorado de cólera! ¡Y todo por culpa de
Humberto Grieve!

– ¿Qué desorden era ese? -preguntó
el profesor a Paco Fariña.

Paco Fariña, con los ojos brillantes de rabia,
decía:

  • Humberto Grieve me ha pegado un puñetazo en
    la cara, sin que yo le haga nada.

– ¿Verdad, Grieve?

– No, señor -dijo Humberto Grieve -.Yo no le he
pegado.

El profesor miró a todos los alumnos sin saber a
qué atenerse. ¿Quién de los dos decía
la verdad? ¿Fariña o Grieve?

– ¿Quién lo ha visto? -preguntó el
profesor a Fariña.

– ¡Todos, señor! Paco Yunque también
lo ha visto.

– ¿Es verdad lo que dice Fariña? -le
preguntó el profesor a Yunque.

Paco Yunque miró a Humberto Grieve y no se
atrevió a responder, porque si decía que sí,
el niño Humberto le pegaría a la salida. Yunque no
dijo nada y bajó la cabeza.

Fariña dijo:

  • Yunque no dice nada, señor, porque Humberto
    Grieve le pega, porque es su muchacho y vive en su
    casa.

El profesor preguntó a los otros
alumnos:

– ¿Quién otro ha visto lo que dice
Fariña?

Todos los niños respondieron a una
voz:

– ¡Yo, señor! ¡yo, señor!
¡yo, señor!

El profesor volvió a preguntar a
Grieve.

– Entonces ¿es cierto, Grieve, que le ha pegado
usted a Fariña?

– No, señor. Yo no le he pegado.

– ¡Cuidado con mentir, Grieve! Un niño
decente como usted, no debe mentir.

– ¡No, Señor! No le he pegado.

  • Bueno. Yo creo en lo que usted dice. Yo sé
    que usted no miente nunca. Bueno. ¡Pero tenga usted
    mucho cuidado en adelante!

El profesor se puso a pasear, pensativo, y todos los
alumnos seguían circunspectos y derechos en sus
bancos.

Paco Fariña gruñía a media voz y
como queriendo llorar:

  • No le castigan porque su papá es rico. Le voy
    a decir a mi mamá… El profesor le oyó y
    se plantó enojado delante de Fariña y le dijo
    en alta voz:

  • ¿Qué está usted diciendo?
    Humberto Grieve es un buen alumno. No miente nunca. No
    molesta a nadie. Por eso no lo castigo. Aquí todos los
    niños son iguales, los hijos de ricos y los hijos de
    pobres. Yo los castigo, aunque sean hijos de ricos. Como
    usted vuelva a decir lo que está diciendo del padre de
    Grieve, le pondré dos horas de reclusión.
    ¿Me ha oído usted?

Paco Fariña estaba agachado. Paco Yunque
también. Los dos sabían que era Humberto Grieve
quien les había pegado y que era un gran
mentiroso.

El profesor fue a la pizarra y siguió
escribiendo.

Paco Fariña le preguntaba a Paco
Yunque:

– ¿Por qué no le dijiste al señor
que me ha pegado Humberto Grieve?

– Porque el niño Humberto me pega.

– ¿Y por qué no se lo dices a tu
mamá?

– Porque si le digo a mi mamá, también me
pega y la patrona se enoja.

Mientras el profesor escribía en la pizarra,
Humberto Grieve se puso a llenar de dibujos su
cuaderno.

Paco Yunque estaba pensando en su mamá.
Después se acordó de la patrona y del niño
Humberto. ¿Le pegaría al volver a la casa? Yunque
miraba a los otros niños y éstos no le pegaban a
Yunque ni a Fariña, ni a nadie. Tampoco lo querían
agarrar a Yunque en las otras carpetas, como quiso hacerlo el
niño Humberto. ¿Por qué el niño
Humberto era así con él? Yunque se lo diría
ahora a su mamá y si el niño Humberto le pegaba, se
lo diría al profesor. Pero el profesor no le hacía
nada al niño Humberto. Entonces, se lo diría a Paco
Fariña. Le preguntó a Paco
Fariña:

– ¿A ti también te pega el niño
Humberto?

  • ¿A mí? ¡Qué me va a pegar
    a mí! ¡Le pego un puñetazo en el hocico y
    le echo sangre! ¡Vas a ver! ¡como me haga alguna
    cosa! ¡Déjalo y verás! ¡Y se lo
    diré a mi mamá! ¡Y vendrá mi
    papá y le pegará a Grieve y a su papá
    también, y a todos!

Paco Yunque le oía asustado a Paco Fariña
lo que decía. ¿Cierto sería que le
pegaría al niño Humberto? ¿Y que su
papá vendría a pegarle al señor Grieve? Paco
Yunque no quería creerlo, porque al niño Humberto
no le pegaba nadie. Si Fariña le pegaba, vendría el
patrón y le pegaría a Fariña y
también al papá de Fariña. Le pegaría
el patrón a todos. Porque todos le tenían miedo.
Porque el señor Grieve hablaba muy serio y estaba mandando
siempre. Y venían a su casa señores y
señoras que le tenían miedo y obedecían
siempre al patrón y a la patrona. En buena cuenta, el
señor Grieve podía más que el profesor y
más que todos.

Paco Yunque miró al profesor, que escribía
en la pizarra. ¿Quién era el profesor? ¿Por
qué era tan serio y daba miedo? Yunque seguía
mirándolo. No era el profesor igual a su papá ni al
señor Grieve. Más bien se parecía a otros
señores que venían a la casa y hablaban con el
patrón. Tenía un pescuezo colorado y su nariz
parecía moco de pavo. Sus zapatos hacían rissss
-risssss -risssss, cuando caminaba mucho.

Yunque empezó a fastidiarse. ¿A qué
hora se iría a su casa? Pero el niño Humberto le
iba a dar una patada, a la salida del colegio. Y la mamá
de Paco Yunque le diría al niño Humberto: "No
niño. No le pegue usted a Paquito. No sea usted malo". Y
nada más le dirá. Pero Paco tendría colorada
la pierna de la patada del niño Humberto. Y Paco se
pondría a llorar. Porque al niño Humberto nadie le
hacía nada. Y porque el patrón y la patrona le
querían mucho al niño Humberto, y Paco Yunque
tenía pena porque el niño Humberto le pegaba mucho.
Todos, todos, todos le tenían miedo al niño
Humberto y a sus papás. Todos. Todos. Todos. El profesor
también. La cocinera. Su hija. La mamá de Paco. El
Venancio, con su mandil. La María que lava las bacinicas.
Quebró ayer una bacinica en tres pedazos grandes.
¿Le pegaría también el patrón al
papá de Paco Yunque? ¡Qué cosa fea esto del
patrón y del niño Humberto! Paco Yunque
quería llorar. ¿A qué hora acabaría
de escribir el profesor en la pizarra?

  • ¡Bueno! -dijo por fin el profesor, cesando de
    escribir. Ahí está el ejercicio escrito. Ahora,
    todos sacan sus cuadernos y copian lo que hay en la pizarra.
    Hay que copiarlo completamente igual.

  • ¿En nuestros cuadernos? -preguntó
    tímidamente Paco Yunque.

  • Sí, en sus cuadernos-. le respondió el
    profesor -. ¿Usted sabe escribir un poco?

– Sí, señor. Porque mi papá me
enseñó en el campo.

– Muy bien. Entonces, todos a copiar.

Los niños sacaron sus cuadernos y se pusieron a
copiar el ejercicio que el profesor había escrito en la
pizarra.

  • No hay que apurarse -decía el profesor -. Hay
    que escribir poco a poco, para no equivocarse.

Humberto Grieve preguntó:

– ¿Es, señor, el ejercicio escrito de los
peces?

– Sí. A copiar todo el mundo.

El salón se sumió en el silencio. No se
oía sino el ruido de los lápices. El profesor se
sentó a su pupitre y también se puso a escribir en
unos libros.

Humberto Grieve, en vez de copiar su ejercicio, se puso
otra vez a hacer dibujos en su cuaderno. Lo llenó
completamente de dibujos de peces, de muñecas y de
cuadritos.

Al cabo de un rato, el profesor se paró y
preguntó:

– ¿Ya terminaron?

– Ya, señor -respondieron todos a la
vez.

– Bueno,- dijo el profesor -pongan al pie sus nombres
bien claros.

En ese momento sonó la campana del
recreo.

Una gran algazara volvieron a hacer todos los
niños y salieron corriendo al patio.

Paco Yunque había copiado su ejercicio muy bien y
salió al recreo con su libro, su cuaderno y su
lápiz.

Ya en el patio, vino Humberto Grieve y agarró a
Paco Yunque por un brazo, diciéndole con
cólera:

– Ven a jugar al melo.

Lo echó de un empellón al medio y le hizo
derribar su libro, su cuaderno y su lápiz.

Yunque hacía lo que ordenaba Grieve, pero estaba
colorado y avergonzado de que los otros niños viesen
cómo lo zarandeaba el niño Humberto. Yunque
quería llorar.

Paco Fariña, los dos Zúmiga y otros
niños rodeaban a Humberto Grieve y a Paco Yunque. El
niño flacucho y pálido recogió el libro, el
cuaderno y el lápiz de Yunque, pero Humberto Grieve se los
quitó a la fuerza, diciéndole:

– ¡Déjalos! ¡No te metas! Porque Paco
Yunque es mi muchacho.

Humberto Grieve llevó al salón de clase
las cosas de Paco Yunque y se las guardó en su carpeta.
Después, volvió al patio a jugar con Yunque. Le
cogió del pescuezo y le hizo doblar la cintura y ponerse a
cuatro manos.

  • Estáte quieto así -le ordenó
    imperiosamente -. No te muevas hasta que yo te lo
    diga.

Humberto Grieve se retiró a cierta distancia y
desde allí vino corriendo y dio un salto sobre Paco
Yunque, apoyando las manos sobre sus espaldas y dándole
una patada feroz en las posaderas. Volvió a retirarse y
volvió a saltar sobre Paco Yunque, dándole otra
patada. Mucho rato estuvo así jugando Humberto Grieve con
Paco Yunque. Le dio como veinte saltos y veinte
patadas.

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