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De Jesús. Al filo de la navaja. Adrenlinomania Parte I (página 4)




Enviado por Norberto Villegas



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Llamó uno a uno a sus colaboradores
y presentó a De Jesús como su representante
personal. De los seis, un cocinero, un galopito, dos meseros, un
garrotero y un ayudante ninguno dio muestras de sentimiento
alguno, no hubo siquiera un mohín de aceptación o
de rechazo, así eran ellos. Acataron la
presentación no como una orden sino más bien como
una adecuada elección del Capitán.

Nunca hablaron de horarios, ni de
responsabilidades, ni mucho menos de sueldo.

Cada cual cumplía en la medida que
se requería a si mismo y siempre acudían a
completar su cometido como grupo, como equipo. Las utilidades
eran repartidas por partes iguales y todos contentos. Claro que
después de las consabidas recompensas el monto a repartir
no era ni con mucho algo que causara envidias pero el efecto
terapéutico compensaba y con mucho las dificultades a las
que cotidianamente se enfrentaban.

Así trabajaron casi medio
año, celebraron el quince de septiembre y la Noche Buena,
inclusive atendieron un "Servicio a Domicilio" ya que al
onomástico del Director del Reclusorio fueron requeridos
para atender a dos docenas de invitados. Aquello resultó
un autentico banquete resultando comprometidos para atender el
próximo ágape sin que llegara a fijarse
fecha.

Durante un tiempo se rotaron dos puestos ya
que un mesero y el mismo cocinero cumplieron su deuda y
alcanzaron su liberación adelantada aunque en ambos casos
no tardarían en reincidir. A su regreso tendrían
asegurado su participación en la organización del
restaurante y no necesariamente en la misma actividad. Hubo quien
comentó que se encontraban más a gusto adentro que
afuera y que sólo se habían tomado unas
vacaciones.

Pero no siempre fue "Miel sobre hojuelas"
ya que cierta noche al hacer el inventario de enseres
resultó la falta de un cuchillo filetero.

Esa noche nadie durmió y fue en la
diaria lista matinal que De Jesús reportó la falta
del utensilio que en manos equivocadas se transformaría de
herramienta de trabajo en arma letal. Hubo una revisión en
todos los dormitorios sin que se encontrara el filetero no
así con cantidades increíbles de Marihuana,
teléfonos celulares, así como otros materiales y
sustancias no permitidas, aunque de esto estaban más que
enteradas todas las autoridades internas.

Dicho y echo, el filetero apareció
al tercer día con la peculiaridad de haber sido encontrado
atravesando el pecho del Jefe del Sector más
problemático del Reclusorio. La concesión del
restaurante fue suspendida por tiempo indefinido y el
Capitán Macedo tuvo que hacer uso de todos sus contactos y
mover todas sus influencias para reabrir su restaurante siendo
motivo de un auténtico "Reventón" al que asistieron
únicamente los Custodios y el personal administrativo del
Reclusorio.

Claro que en el Reclusorio Norte las
condiciones no eran distintas a las que se podría
encontrar en cualquier otro ya fuera en el área
metropolitana o en el interior del país, por ejemplo la
población carcelaria rebasa la capacidad del penal: en
áreas para seis reclusos conviven hasta veinticinco. El
deterioro de las instalaciones es patente y tensa la convivencia
cotidiana.

Entre los barrotes de sofocantes y
atestadas celdas, con gestos de sorpresa, molestia o
indiferencia, cientos de internos observan el paso de integrantes
del Órgano de Visita y de la Comisión de Derechos
Humanos que recorren  la prisión.

Esas inspecciones comprenden la
enfermería, cocina, módulos de seguridad, los
dormitorios y los anexos, áreas de ruinosas regaderas, de
visita, de ingreso, Centro de Observación y
Clasificación (COC) y los talleres.

Algunos ven con recelo a los funcionarios y
éstos también se asombran ante el ingenio de los
reos para acomodarse en sitios construidos para albergar a seis
personas.

Los internos de los Reclusorios los
convierten en las cárceles más pobladas, incluso
por encima de las prisiones en el lejano oriente.

En la enfermería se refleja esta
situación, pues a las dieciocho camas para enfermos, el
personal ha tenido que sumar otras siete para atender a los
pacientes, cinco de ellos con viruela y uno con
escarlatina.

En el gimnasio, hasta la mitad de la
población están dedicados al físico
constructivismo, box, lucha libre, o sólo ejercitarse, se
organizan para usar las instalaciones en distintos horarios ya
que a cualquier hora está saturado.

También deben compartir espacios
hechos para menos de la mitad de los que hay; así, en
varios dormitorios, la situación es difícil y
tensa. El dormitorio cuatro donde fue asignado De Jesús
tiene novecientos noventa y nueve reos, pero en el dos, la
situación no es mejor, aunque tenga setecientos
ochenta.

Las celdas tienen seis camarotes. Fuera de
una, en el pasillo, algunos hombres cocinan, otros planchan o
lavan la ropa en cubetas.

Uno lo hace en cuclillas y mientras frota
sus calcetines, refiere que vive con otros once presos, pero eso
no es nada si se considera que han estado hasta
veinticinco.

Los observadores de la CDH toman nota de
las quejas y del estado de esta prisión, donde impera la
descompostura de lámparas, regaderas y lavabos; hay
filtraciones de agua y algunos sanitarios están tapados
aunque saben que sus famosas recomendaciones van a servir para
dos cosas y aunque tengan grandes planes para darle adecuado
mantenimiento siempre se encontraran con un alto grado de
corrupción y las autoridades internas, los principales
corruptos aunque no los únicos hacen planes para reparar
las luminarias, por lo menos las del túnel entre la
prisión y juzgados y eso por miedo y precaución de
ellos mismos en los traslados de los citados a los
juzgados.

Los albañiles reconstruían el
área de visita del dormitorio ocho, pues amenazaba con
desplomarse. El nueve es el de mejor apariencia; sus habitantes,
acusados de secuestro, tienen una mejor calidad de vida por su
situación económica. La limpieza, pintura y maderas
que recubren sus celdas no se compara con otras, donde cobijas o
cualquier viejo trapo es colocado sobre los barrotes para crear
intimidad y contener el frío nocturno.

  • "Se tienen muchos planes, pero hacen
    falta recursos".

Señala el visitador de la CDH quien
camina por pasillos, escucha a los internos e incluso trepa hasta
una de las torres para conocer la seguridad y recursos
existentes.

Un verdadero tianguis en el patio central,
con puestos de antojitos, fritangas, dulces y peluquerías
al aire libre, así como las cabañas hechas con
cobijas que se alquilan para que internos y visitas pasen un
rato, a solas y hasta un espacio donde supuestamente hacen
oración un grupo de "Arrepentidos" que han encontrado en
Jesús, su refugio y salvación.

Su retiro ha sido solicitado por la CDH,
pero aún falta por analizar cómo serán
sustituidas, aunque ya hay planes para retirarlas y ordenar todo
este comercio o lo que es lo mismo ya sea adentro o afuera las
autoridades se encargan de controlar el ambulantaje y llega el
momento en que no se puede distinguir sí es que paseas por
el llamado Centro Histórico o en los patios de una
prisión ya que de "Rehabilitación" solo tienen el
nombre.

Aquella temporada aunque no muy larga fue
toda una experiencia y que fue suspendida por la inesperada orden
de libertad justo al año de haber caído en la
celada que, según Él mismo, lo prepararon sus
propios compañeros. Después de esa amarga
experiencia no confió ni en su sombra. Recordaba a menudo
lo que le decía su mamá; "El que se quema con
leche, hasta al jocoque le sopla".

Tal como fue internado, una noche que
llovía copiosamente fue sacado de su celda, le vendaron
los ojos y en esta ocasión no le ataron ni esposaron las
manos, ni le quitaron sus tenis. Inclusive lo taparon con una
Manga y una capucha por lo que apenas se mojó los
píes. Sin embargo, lo hicieron caminar por espacio de casi
una hora. Al principio trató de ubicarse pero a la cuarta
escalera y la octava vuelta a la derecha o a la izquierda,
¿o sería la décima?,

perdió toda noción de la
orientación y de ubicación. Además le
colocaron un par de audífonos a un volumen que si bien los
decibles no llegaban a lastimar sus tímpanos, no le
permitían escuchar algo diferente a lo que bien pudo ser
el monótono ruido emitido por un conjunto de instrumentos
de percusión que pudieron haberse originado en el mismo
corazón del África.

Sin darse cuenta del momento, se
percató que lo habían soltado de los brazos,
primero uno y después el otro, ya no lo obligaban a
caminar, ya no lo guiaban. Quedó quieto, no se
movía, no avanzaba, no caminaba, sólo parpadeaba
con los ojos cerrados, ni siquiera escuchaba el chasquido del
caer de las gotas de lluvia, aunque si sentía las golpear
levemente sobre la Manga. Se atrevió a intentar tocar algo
con sus manos, levantó ambos brazos y dio un giro de media
vuelta tocando sólo el vacío, bueno le era
imposible actuar al tacto para distinguir solo aire. Se
aventuró y tomó el riesgo de quitarse la venda de
los ojos, tardó unos segundos en auto-ajustar sus pupilas
a la intensidad de la luz nocturna.

Estaba solo, la desconfianza lo hizo
ponerse en cuclillas, dirigió la vista todo alrededor y no
descubrió nada. Estaba solo, completamente
solo.

La circunstancial luz de un
relámpago, iluminó el entorno y por un instante
vislumbró la silueta de un automóvil que en ese
momento que inició el discontinuo centelleo de sus luces
intermitentes, como indicándole que ahí estaba, que
ahí lo esperaba.

Instintivamente metió las manos en
los bolsillos del pantalón y en uno de ellos palpo un
objeto con la textura de billetes doblados por la mitad.
Efectivamente, eran cinco billetes de cien pesos. Se encamino
hacía el automóvil. En realidad era un taxi aunque
no de los que están pintados do los colores oficiales sino
que más parecía un auto particular con el
taxímetro discretamente oculto bajo el tablero.

  • Buenas noches Señor.

  • Er, eh, buenas noches.

  • ¿Adónde lo
    llevo?

  • No sé.

  • No se preocupe, yo si
    sé.

No hubo más diálogo, el
vehículo arrancó y se encaminó por oscuras
calles. Extrañamente no desconfió ni tuvo temor
alguno, ni siquiera apareció el menor indicio de
desconfianza hacia el conductor. La lluvia cesó y con ello
el golpeteo de las gotas al deshacerse en el toldo, en cambio la
radio dejaba escuchar suaves melodías en una de las
versiones más gustada en su recuerdo, era música de
Jazz, música contemporánea ejecutada en tan
sólo cuatro instrumentos; piano, bajo, batería y
sax, los reconocía perfectamente. Los acordes formaban un
ritmo entre Blues y Swing, melancolía alegre o alegre
melancolía. Sonrió y casi no se percató
cuando el automóvil detuvo la marcha.

  • Y llegamos Señor.

  • ¿Ya
    llegamos?¿Adónde?

  • No sé, pero ya
    llegamos.

  • ¿Cuánto te
    debo?

  • Nada, ya está pagado.

  • ¿Pagado?

Bajó del taxi al tiempo que se
despedía dando las gracias y deseando "Buenas
Noches".

  • Igualmente Señor.

El auto retomó su recorrido y
desapareció tras la bruma que la lluvia dejaba en esa
madrugada.

Inició a caminar, a tan sólo
veinte metros viró a la derecha. Reconoció la
Avenida de los Insurgentes. Caminó a la esquina y
apareció la gran mole del Puente de Nonoalco.
¡Estaba en la esquina del edificio de su Penthouse!.
Dirigió la mirada hacía arriba y se
extrañó de que la ventana de su cuarto de azotea
dejaba que adentro la luz se encontraba encendida. Subió
sigilosamente la escalera. A cada paso su frecuencia cardiaca se
aceleraba más y más. Se detuvo antes de entrar y
entonces la puerta se abatió lentamente dejando escapar un
quejumbroso rechinar de sus bisagras oxidadas. Se adentró
un paso y ahí estaban con una cerveza en la mano
izquierda, El Smith, el Steve y El Fangio.

  • ¡Bienvenido!

  • ¡Trío de . . .
    ¡

  • Shhht, ¡Salud!

  • Saludos cordiales.

Sin mayores comentarios libaron dos, tres,
cuatro cervezas. Nadie preguntó nada callados
únicamente sonreían de vez en cuando. No
hacía falta más, se entendían y bastante
bien.

Fue Él mismo quien inició a
narrar su aventura. Nadie se lo pidió, nadie lo
interrumpió. La voz marcaba altibajos de acuerdo a la
emoción que el recuerdo le imprimía a su
memoria.

Susurraba, murmuraba, alzaba la voz y en
ocasiones hablaba para si mismo. Tardó no menos de cuatro
horas, durante las cuales consumieron algo así como seis
cafeteras y tres paquetes de Marlboro.

Ya casi para amanecer detuvo su
monólogo, arqueó las cejas, se quedo
mirándolos y sonrió;

  • Bueno, basta de plática,
    acompáñenme.

Y salió de su cuarto de azotea, su
Penthouse, bajó las escaleras y le pidió las llaves
del auto al El Fangio, mismo que las entregó sin atreverse
a preguntar. Era un Sentra color champagne que aunque equipado,
de velocidades estándar, ventanas eléctricas y con
aire acondicionado era bastante modesto en comparación a
los automóviles que acostumbraban manejar.

  • ¡Órale! ¿Ya te
    volviste pobre?

Sonrieron los cuatro

  • Pst, hay que ser discretos, hay que
    pasar desapercibidos ya ves que el más jodido carga
    con un Sentra, aunque no como este que tiene el motor
    modificado y le he sacado jugo a cuatrocientos cincuenta
    caballos.

  • ¿Cierto?

  • Tan cierto como que sí le metes
    el fierro, dejas atrás a cualquier patrulla, no te van
    a ver ni el polvo, ni alcanzarán a oler su
    smog.

  • A ti no te verán ni el polvo
    pero lo que es a mi, es capaz de que en dos cuadras me
    alcanza, ya ves que no me gusta correr.

  • Pues porque no quieres ya que sí
    te animas en menos de una cuadra lo levantas hasta ciento
    cincuenta kilómetros por hora,

Los cuatro rieron pero ni
así.

De Jesús alteró su estilo de
manejar y casi parsimoniosamente condujo el potente
automóvil primero por al calle de Nonoalco ahora Ricardo
Flores Magón hasta el Paseo de la Reforma, tomó el
Eje Uno Norte, Avenida del Trabajo, Eduardo Molina, pasó
frente al antiguo Palacio de Lecumberri donde a pesar de haber
cambiado su fin ya que ahora era el Archivo de la Nación.
Trajo a su memoria los años que pasó "Desaparecido"
su hermano mayor apresado durante los acontecimientos del 68,
episodio aquel en el que no tenia nada en absoluto que ver ya que
aquel dos de octubre regresaba de trabajar. Laboraba como
dibujante para una modesta compañía constructora
que tenía sus oficinas unos cuantos metros al sur de lo
que en menos de una año sería uno de los hoteles
más elegantes del Paseo de la Reforma y por lo tanto el
sitio de moda para cuanto acontecimiento social se presentara ya
fuera boda, ceremonia de XV aniversario, graduación,
congreso o convención. En esa época su hermano
sostenía sus estudios universitarios colaborando con una
actividad acorde con la carrera que había seleccionado y
de la cual era un verdadero apasionado, la ingeniería
civil. El gerente de la compañía le permitía
haber modificado su horario tanto de entrada como de salida
aunque quedaba sin hora para comer con el fin de cumplir con un
horario corrido y que contaba con tan sólo quince minutos
para trasladarse al aula, lo que realizaba caminando atravesando
precisamente el Paseo de la Reforma.

Por medio de un radio de transistores que
su compañero Roque Belsagui había llevado al
despacho, estuvieron enterándose durante todo el
día del desarrollo de los acontecimientos y por supuesto
de la convocatoria a un mitin que se desarrollaría en la
Plaza de las Tres Culturas razón por la que previendo
algún problema mayor, el director de la escuela
decretó unilateralmente la suspensión de
actividades, motivo por el cual se encaminó de regreso a
su casa que se ubicaba en una colonia colindante con la Unidad
Habitacional Nonoalco-Tlatelolco. Como era su costumbre se
aprestó a abordar un transporte público, servicio
que brillaba por su ausencia. Percibió algo raro en el
ambiente y decidió iniciar el relativamente corto viaje
por sus propios medios, es decir, caminando. En la medida que se
aproximaba a su casa, la tensión comunitaria fue
creciendo, empezó a distinguir tanquetas estacionadas como
predadores al asecho al tiempo que personas, la mayoría
alrededor de los veinte años, con melena larga, camisa de
cuello enorme, desde luego pantalón de mezclilla, algunos
con collares o gargantillas de piedras de fantasía o de
huesos o su imitación. La mayoría con morral ya
fuera colgando de un hombro o a la espalda. Algunos con morrales
bordados al más puro estilo "Yaqui" y algunos con grecas
tipo filigrana de Mitla. Era la época de los Hipies, del
"Amor y Paz" de la protesta por el autoritarismo y no sólo
en México sino que fue el fenómeno mundial del
68.

Sintió y escuchó el vuelo de
varios helicópteros y aya casi oscuro el destello de
varias explosiones y que posteriormente varios testigos
identificaron como "Bengalas" lanzadas precisamente desde uno de
los helicópteros.

Llegó a su memoria la
algarabía de las celebraciones del dos de agosto, fecha en
que la Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles
celebraba año con año y con espectacular verbena
una fiesta con la que se confirmaba y con creces el
espíritu fiestero del mexicano que bien podría
tener una casa casi en ruinas al grado de que cada temporada de
lluvias se derrumbaba cuando menos una docena de las vetustas
vecindades lo cual no obstaba para que ese día,
literalmente echara la casa por la ventana y se gastara hasta lo
que no tenía sin importar que el día tres fuera de
los primeros pignorantes en su también anual peregrinar al
socorrido Monte de Piedad que la mayoría lo identificaba
haciendo alarde de buen humor aunque negro al fin humor, como"Ir
a darle un susto a Don Pedro" Por haber sido fundada esa
institución por Don Pedro Romero de Terreros en tiempos de
la Colonia.

Escasamente a unos treinta metros antes de
llegar a su casa en la Privada de José Martí,
avizoró como cuando menos seis granaderos se ocupaban de
tundir con soberana golpiza a indefenso muchacho de escasos
dieciséis años que se cubría la cara y se
retorcía para todos lados tratando de esquivar la
avalancha de patadas y coces que no puntapiés, le dejaban
caer aquella horda de goriloides.

  • ¡Ya déjenlo!

Se atrevió a gritarles y sin que
transcurrieran a lo sumo cinco segundos aquel sexteto de
energúmenos se volvió contra Él y de tres
culatazos fue derribado. Ya inconsciente fue lanzado en calidad
de fardo a la batea de una camioneta que apareció como por
arte de magia cual sí estuviera al asecho, esperando otra
victima ya que no era el único.

Algún vecino que observaba desde la
azotea de su casa reconoció a su hermano y cruzando varias
casas por las azoteas que se comunicaban entre si por haber sido
unas construcciones hechas en serie para trabajadores
ferrocarrileros, fue a avisarles a los familiares sobre lo que
había pasado.

Inmediatamente salieron en pos del
vehículo al cual no encontraron ni su rastro. Se
trasladaron a la Delegación que quedaba cercas de su
domicilio, a otras delegaciones, a la Cruz Roja, a la Verde y
nada. Alguien les comentó que se los estaban llevando al
Campo Militar Número Uno y nadie les dio raspón de
su paradero. Temieron lo peor y así siguieron por espacio
de dos años, tiempo que resultó un continuo
peregrinar inclusive a Reclusorios del Valle de México
así como los del interior. Indagaron acerca de la
ubicación de casas de Seguridad y a cuanto lugar se
rumoraba pudieran estar los desaparecidos de aquella aciaga
noche.

Un poco después de dos años,
sonó el timbre de la puerta de la calle, serían
casi las once de la noche. De Jesús merendaba un
aromático jarro con café de grano y veía las
noticias del canal dos donde un tal Martínez Carpinteiro
leía con cierta monotonía las noticias, su
mamá doblaba unas camisetas. De Jesús se
levantó y se aprestó a responder al llamado del
timbre un tanto cuanto extrañado por la hora. Abrió
la puerta y apareció un extraño rostro demacrado,
medio calvo, con barba desarreglada, descuidada y larga y casi
blanca, el escaso pelo también enmarañado y casi
totalmente cano, los ojos irritados, lagañosos, a todas
luces escaso de dentadura por el aspecto de sus labios y
escasamente cubierto con rasgados y mugrientos
harapos.

Pensó en un mendigo y casi le cierra
la puerta cuando sintió que una mano se oponía a
que la escasa luz interior dejara la calle a oscuras.

Reconoció entonces a su hermano y
saltó afuera de la casa y lo detuvo en la
calle.

Fue adecuado ya que de haber entrado, la
impresión que hubiera causado a su madre combinada con la
diabetes que ya en ese entonces que aunque no declarada pero si
latente, hubiera hecho crisis y desatado una probable fatal
reacción.

Hubo de prepararla y a su hermano quitarle
un poco de su demacrado aspecto para que el reencuentro sucediera
sin mayores consecuencias.

Su hermano nunca fue el mismo.

  • Ya está en verde. ¿Por
    qué no avanzamos?

  • ¿Eh? ¡Ah! Si,
    si.

  • Estas dormido.

Liberó el pedal del freno y poco a
poco aceleró, tomó la Calzada de Zaragoza y viro en
otra avenida por donde arribó a la Central de Abastos.
Ahí se surtió con una abundante y fresca despensa.
Comestibles que más tarde transformaría en la
pequeña estufa de su cuarto de azotea y que pondría
en práctica lo que aprendió en el restaurante del
Capitán Macedo.

A partir de esa ocasión evitó
a toda costa volver a pasar frente al palacio de Lecumberri ya
que su hermano en uno de esos esporádicos ratos de lucidez
le refería de su paso por tan nefasto sitio.

Ya de regreso a su refugio, sus "Amigos" le
comentaron a grandes rasgos sus ocupaciones en los pasados dos
años. Aprovechando las influencias que sus padres gozaban
y explotaban por su posicionamiento en el ámbito de la
política se infiltraron en la misma Policía
Judicial y mientras se colaban a un puesto estratégico, se
adiestraron en el uso de sofisticados aparatos e instrumentos que
representaban el equipo cotidiano en servicios de inteligencia
que lo mismo investigaba a personajes propios como
extraños. Ahí fue donde se metieron y donde El
Steve el más diestro en el uso de sofisticado "Softwear"
computacional logró acceder a los "Súper Secretos"
archivos con las fichas de la mayoría de los delincuentes,
sobretodo las de los reincidentes. En una de sus
maratónicas sesiones nocturnas tuvo a su alcance el
archivo con todo el historial de un tal "De Jesús". Sin
miramientos ni el menor remordimiento apretó la tecla de
"Borrar" y nuevamente De Jesús, se encontraba tan limpio
como al momento de nacer, todo antecedente registrado en la
Secretaría de Previsión y Vialidad, o como ellos
mismos la identificaban; "Secretaria de Perversión y
Brutalidad", desapareció de cualquier archivo. A la vez El
Fangio se encargó de desaparecer el archivo en papel al
ser nombrado Encargado del Archivo muerto.

Claro que junto al expediente de De
Jesús, desaparecieron otros noventa y nueve lo que les
costó a cada fichado cien mil dólares con la
garantía que también desaparecerían todo
indicio o testigo en papel o archivo
electrónico.

Aquel servicio se vendió "Como pan
caliente" limitándose únicamente a los cien
expedientes que se encontraban en la misma caja en la que estaba
lo correspondiente a su amigo.

Pero el trabajo, sea cual fuere, no estaba
en los planes de El Fangio, El Smith o El Steve, de modo que ya
casi se cumplía un año de que los tres
habían renunciado. Para ser exactos, faltaba un mes para
que llegara el primer aniversario de su
liberación.

El último día del mes de
julio, De Jesús casualmente conectó su celular para
reponer la batería de desde medio día anterior
agotó por completo. Quiso el destino que olvidara su
aparato de lo cual se dio cuenta hasta que abordó el ADO
en la Central Camionera TAPO con rumbo a Puebla. Su destino era
un pueblito cercano y colindante con Cholula.

Acudía a una invitación del
Capitán Macedo.

Le pidió lo acompañara a
celebrar la presentación en sociedad de su hija
menor.

  • ¿Su hija menor? ¿Pues
    cuántas o cuántos tiene?.

Pensó; "Tanto tiempo que pasamos
juntos y no se nada de Él y Él no sabe nada de mi.
En fin ya tendremos tiempo para conocernos".

El autobús fue dirigido por la
Calzada General Ignacio Zaragoza y enfiló a la autopista.
Por cierto aburrida a más no poder, como la calificaba su
padre desde su propia inauguración y que siempre
había de haber criticado a los ingenieros y comentaba sin
empachos y a pesar de que uno de sus hijos, hermano mayor de De
Jesús ejercía precisamente como ingeniero civil y
además se había especializado en la
construcción de carreteras y en particular de puentes. Su
critica se centraba en que, "Es una carretera muy aburrida,
subes, subes, y subes hasta Río Frío y de
ahí hasta Puebla, bajas, bajas y najas, por eso
también tuvieron que poner tambos con agua a cada rato
para enfriar los motores ya que se forzaban mucho"

Su pasatiempo favorito cuando transitaba
por ese camino era llevar la cuenta de los vehículos
averiados y estacionados en la cota en espera de que un
Ángel Verde o que alguien le diera un aventón al
depósito de agua más cercano. Fue en uno de tantos
viajes que planeaba regularmente cada mes con el fin de visitar a
su sobrino que radicaba en la Ciudad e Puebla desde su temprana
juventud, pues a tanto ver autos en la orilla de la carretera se
le ocurrió quitarle el asiento trasero a su Buick modelo
48 y acondicionar un pequeño estante donde ordeno
herramientas, las refacciones que consideraba podrían
requerirse en una emergencia y desde luego su bata blanca
¿Blanca?, ¿Cómo se le ocurrió una
bata blanca para un mecánico automotriz. – Bueno,
decía, el tenis era el llamado "Deporte Blanco" y ahora
usan de todos colores. ¿Por qué no voy a usar una
bata blanca en un trabajo en el que se supone no dura ni "lo que
la alegría al triste" tal y como decía su esposa
que por otro lado era la encargada de mantener a la vez la albura
de ese tan singular atuendo.

No bien De Jesús se había
acomodado en el asiento 12 ventanilla izquierda, buscó en
las bolsas de su chamarra su toca cintas portátil o
"Radiocasete portátil" como lo identificaban los chamacos
entre quince y veinte años. No lo encontró, se
paró y rebuscó dentro de la maleta con su equipaje,
tampoco lo encontró y además se dio cuenta de que
había olvidado su celular y lo, peor, los binoculares que
por costumbre llevaba consigo sin importar su destino.

Bueno espero que pasen una película
aceptable. Pensó.

Su deseo le falló y mejor
optó por aprovechara la facilidad que tenía desde
su infancia de dormir bajo cualquier condición o
circunstancia y que inclusive lo podía hacer hasta parado.
Su reloj biológico funcionó con precisión
cronométrica y al casi entrar en la Central Camionera
ubicada en las mediaciones del Estadio de Fútbol
Cuauhtemoc, despertó.

Como era temprano y faltarían unas
cuatro horas para que diera inicio la ceremonia, planeó
contratar los servicios de un taxi y dirigirse primeramente a
Plaza Ángelopolis a fin de adquirir algún presente
propio para la hija del Capitán Macedo. Estuvo observando
varias opciones por espacio de casi una hora y media, se
cansó de practicar el agotador "Paso de Compras". No
tenía el menor indicio de ser capaz de tomar una
decisión adecuada hasta que se topó casualmente con
un par de damas, una adolescente a todas luces y la que
confirmó segundos después, su consecuente madre.
Las abordó muy cortésmente y con todo el tacto al
que habilidad y experiencia le dictó.

  • Disculpen. Creo que Ustedes me pueden
    ayudar.

  • ¿?

  • Miren, tengo el firme propósito
    de comprar un regalo, pero ni idea de qué, ya que mis
    gustos son, creo, muy diferentes a los de una
    quinceañera y sucede que un amigo muy querido me ha
    invitado a festejar a su hija y no sé qué
    regalarle.

  • ¿Cuándo es la
    fiesta?

  • Hoy mismo.

  • ¿Y dónde?

  • Cerca de aquí pero no en Puebla.
    En un lugar que se llama . . . (buscó el papel donde
    había hecho anotaciones de fecha, lugar y nombre de la
    quinceañera) . . . Santa Bárbara de Almoloya el
    día de hoy.

  • ¿Y no será de casualidad
    Olivia?

  • Si. Olivia Macedo ¿La
    conoces?

  • Claro que la conocemos, ella es
    compañera de mi hija en el Grupo de Boy
    Scouts.

  • Vaya, que coincidencia. Pues ahora si
    que lo compre será adecuado ¿Qué crees
    que le guste?.

Dirigiéndose a la jovencita que sin
propiamente contestar se dirigió inmediatamente a la
Sección de Música y ahí seleccionó un
álbum con tres discos compactos en el que se encontraban
grabadas la antología del Grupo Músico-Vocal del
momento.

  • ¡Este! Ya verás que le va
    a encantar

  • ¿Segura?

  • ¡Segura! No pensarás
    comprarle un osito de peluche o un libro, o una caja de
    chocolates, ni mucho menos ropa, eso es muy naco ¿Ves?
    A no ser que quieras regalarle un Celular y entonces si que
    te acompaño a escogerlo porque yo sé
    cuáles son sus gustos.

  • No, no, espera, espera, creo que los
    discos son el regalo adecuado.

Ahora estaba seguro que su regalo
sería adecuado. Se dirigió a la Caja y pagó
su compra pidiéndole a la dependiente lo envolviese para
regalo, petición que cumplió con presteza y
habilidad y lo mejor, sin cargo. Volteó y dirigió
la vista cual periscopio abarcando con la visual toda la tienda y
no encontró a sus auxiliares.

  • No les agradecí y ni siquiera
    les pregunté sus nombres, ni me presenté
    ¡Qué bárbaro!

Salió de la tienda y el aroma a
café recién elaborado lo guió hasta un stand
de "Café de Veracruz". Ni lo pensó dos veces y casi
como un acto reflejo incondicionado pidió, de píe
en el mostrador.

  • Un "Expreso Doble" por
    favor.

  • Enseguida Señor, nosotros se lo
    llevamos a su mesa. Aquí tiene su "Ticket" y
    ahí paga.

Primero pagó y después se
dirigió a buscar una mesa en el no muy concurrido
local.

  • Será por la hora, se dijo para
    si mismo.

Y mientras esperaba no pudo evitar que sus
glándulas salivales generaran fluido en exceso ya que el
recuerdo de su estancia en Coatepec le trajo a la memoria su
adicción por tan estimulante infusión.

Optó por mejor caminar en lugar de
estar sentado pensando que era posible que el azar le
permitiría que se volviera a encontrar con el par de damas
que tanto lo habían auxiliado.

Vaso en mano, viendo aparadores y entre
sorbo y sorbo adquirió una que otra
chuchería.

Recordó las frituras a las que era
afecto el Capitán Macedo y adquirió tres
paquetes.

Ya estando en tiempo, se dirigió a
las afueras de Sanborn"s y solicitó el servicio de un taxi
de sitio que formaban base, aunque aparentemente no autorizada en
pleno estacionamiento del complejo comercial. Le dio las
indicaciones pertinentes para que lo condujera al Templo de Santa
Bárbara donde tendría verificativo la consabida
ceremonia con la que cumpliría con las apariencias
sociales ante medio pueblo ya que al otro medio pueblo lo
satisfarían con el

convivió que duraría al menos
todo el fin de semana y durante el cual desfilarían en el
estrado improvisado al menos una docena de conjuntos musicales
que se encargarían de amenizar la
reunión.

Solicitó al conductor lo dejara en
el templo ya que aunque tenía tiempo de sobra, no
consideró adecuado el llegar directamente a la casa del
Capitán Macedo además que no tenía ni idea
de su ubicación lo cual no hubiera sido impedimento para
llegar ya que por tratarse de una persona ampliamente conocida,
reconocida y estimada por casi todo el pueblo, cualquier persona
le hubiera dado razón del domicilio en caso de que
así inquiriera. Por cierto que en otro lado del "Casi"
estaban nada menos y nada más que el Jefe de la
Policía y el mismísimo Presidente Municipal. El
primero desconfiado de hasta su propia sombra, lo recelaba por la
fama que arrastraba e"El Tal Macedo" como se refería al
Capitán y el segundo o dejaba ocultar su envidia y a la
vez temor mezclado con odio gratuito que le despertaba desde
tiempos remotos casi perdidos en los recuerdos de la
infancia.

Todos estos sentimientos llegaron a
frustrar un casi compadrazgo pues sucede que Atanasio, o sea el
Presidente Municipal, "Tacho" de toda la vida para Macedo
había conocido a la que sería su esposa al tiempo
en que los tres coincidieron en lo que propiamente fue el primer
empleo para los tres. Adriana siempre mostró una desmedida
confianza hacía Macedo, confianza que siempre fue
correspondida y acompañada de un alto grado de respeto en
ambos sentidos.

Adriana y Macedo en varias ocasiones fueron
destacados para misiones en otras ciudades, viajes durante los
que se llegaron a presentar ocasiones de convivencia un poco
más allá de lo normal entre compañeros de
trabajo, siendo que en muchas ocasiones llegaron a estar
hospedados en habitaciones contiguas, a compartir sesiones de
trabajo en cualquiera de las dos habitaciones, incluso Macedo
llegó a descansar en la cama de la habitación de
Adriana mientras esta tomaba un baño en preparación
a cumplir con compromisos que su condición
requería. Más nunca se presentó la
ocasión de siquiera una insinuación, el
compañerismo era algo más que eso, era simple y
sencillamente; respeto.

Sin embargo "Tacho" fue el que la trajo en
otro plan, bueno la verdad es que la atracción fue mutua y
en poco tiempo llegaron a tratarse iniciaron un relativo
tormentoso noviazgo.

Adriana le confiaba todas su cuitas a
Macedo y llegó a tenerlo como su confidente al grado que
fue el primero, después de ella por supuesto, en enterarse
de su condición de embarazo. A los pocos días se
convirtió en un real y literal paño de lagrimas ya
que entre sollozos y lamentos la negativa, en primera de
reconocer la paternidad del producto de su debilidad que no de su
amor y en segunda de tratar de esquivar, pretextando su
situación familiar, a asumir la responsabilidad tal como
lo marcaban las buenas, que no muy cristianas, costumbres de
contraer matrimonio a fin de evitar habladurías, rechazo y
prejuicios esencialmente dirigidos hacía ella.

Macedo inclusive le propuso que en todo
caso él mismo tomaría la responsabilidad de darle
nombre y por supuesto apellido a aquel ser que probablemente
nacería en unos ocho meses. Afortunadamente para todos "La
Sangre No llegó al Río" y finalmente Anastasio
accedió de buena gana y plenamente convencido a contraer
nupcias por las leyes civiles ya que Adriana había estado
casada por lo civil y lo religioso en uno de esos enlaces
problemáticos que por cierto nunca llegó a
consumarse pues sucede que ambas ceremonias tuvieron efecto el
mismo día secamente con una hora de diferencia. No bien
hubo de haber terminado la ceremonia religiosa, se llevó
al cabo la del civil y en cuanto terminó, el contrayente,
por cierto de nombre Alejandro, fue atraído por una
comparsa de unos ochos "Amigos" y compañeros de oficina
que empezaron a brindar de manera desmedida y fue a un
compás de ocho por uno, es decir, cada uno de sus "Amigos"
brindaba con una copa con Alejandro y él respondía
con ocho, una por cada uno de ellos. Desde luego que a ese ritmo,
a duras penas alcanzó la segunda vuelta. En un momento
dado hizo mutis, algunos, los que aún razonaban llegaron a
pensar que iría a vomitar ya que además de haber
brindado con tequila, lo había hecho casi en ayunas con
las consabidas consecuencias. Era tal el jolgorio que armó
aquel grupo que ni siquiera llegaron a darse cuenta de que en
realidad en su intoxicación etílica se había
topado con un automóvil con las llaves puestas en el
"Switch" lo que se tornó en una irresponsable
invitación a aventurarse a conducir y con ello a jugarles
una broma al escandaloso grupo. Para esto, Adriana trinaba de
enojo que casi rayaba en ira y aunque cumplía con el
protocolo social de saludar y recibir toda clase de
felicitaciones no veía la hora en que su ahora flamante
esposo la acompañara a complementarla con esa
atención hacía sus invitados.

No transcurrieron ni veinte minutos cuando
todos sin excepción, dirigieron su atención a la
ambulancia a la que antecedía una Patrulla de Caminos,
ambas con la torreta y la sirena encendida y que pasaron frente
al atrio del templo donde habían transcurrido las
ceremonias.

Por la mente de Adriana cruzó toda
clase de pensamientos, desgraciadamente todos negativos. En menos
de cinco minutos el ruido agudo de las sirenas empezó a
crecer. Primero pasó la ambulancia y enseguida la patrulla
misma que frenó bruscamente frente al desconcertado grupo
que permanecía a la expectativa. Bajaron dos agentes con
sus clásicos uniformes de Policía de Caminos, sus
Ray-Van, en el cinto su reglamentaria escuadra calibre 38,
radio-receptor portátil, unas relucientes y cromadas
esposas, se ajustaron sus respectivos Kepis y se dirigieron a la
escalinata donde estaba Adriana. No recibió noticia
alguna, no fue necesario, se desvaneció por completo, no
se enteró en ese momento ni en los siguientes ocho
días, durante los que permaneció sino en estado de
como sí en una condición
catatónica.

Fue aquel un episodio nada agradable que
tardaría mucho tiempo en resarcir los daños
grabados en su mente.

Fue en suerte que coincidieran ella y De
Jesús y

en poco tiempo los recuerdos fueron
guardados que no olvidados muy profundamente.

Ahora con "Tacho" solo tuvo a cabo la
lectura de la chauvinista Epístola de Melchor Ocampo misma
que fuera de época permanecía como costumbre por
casi siglo y medio.

En realidad el matrimonio Adriana-Anastasio
fue un continuo subir y bajar, cuesta arriba con muchos problemas
y cuesta abajo a velocidad inversamente proporcional al tiempo en
que ocurría.

Casi un año y en una de esas
debacles por enésima vez Adriana se refugio en el hombro
de Macedo, el que con toda la paciencia del mundo escuchó
penas y sin sabores.

Precisamente una de las cualidades era ser
un magnifico "oidor".

Después de tres horas y no menos de
diez tazas de café, "Jugo de Paraguas" de Sanborn"s y
totalmente calmada le agradeció a De Jesús "Sus
Consejos" (¿?), Le plantó un beso en la mejilla,
revisó a su bebé que dormía
plácidamente en su silla portátil, se
despidió y se dirigió al "Tocador" de damas a
aliñarse un poco, retocó los labios, limpió
el rimel que casi desapareció en la sesión de
lagrimas, recogió el pelo haciéndose
hábilmente una "Cola de Caballo", maquilló tanto
sus mejillas como su enrojecida nariz y con una sonrisa
nuevamente se despidió con otro beso, de nuevo en la
mejilla.

No bien Macedo había reiniciado sus
tareas pendientes y un tanto cuanto retrasadas por la inesperadas
cita que tuvo con Adriana, cuando sonó el timbre de la
extensión telefónica que acostumbraba colocar en la
credenza atrás de su sillón de manera que cuando
contestaba alguna llamada se daba la oportunidad de admirar la
parte sur de la ciudad desde el séptimo piso del edificio
en el que estaban las oficinas de la dependencia en la que
prestaba sus servicios.

  • Macedo, Buenas tardes.

  • Soy yo de nuevo.

Sonó la voz de Adriana.

  • Quiero que me lleves a un lugar
    decente.

  • ¿?

  • Sólo pasamos a dejar a "Tachito"
    con mi mamá-

  • ¿?

  • Voy para allá, llevo mi
    auto.

  • ¿?

En quince minutos, Adriana era anunciada
por la extensión de Macedo. Bajó por las escaleras.
Ella ya lo esperaba en la entrada del edificio donde nuevamente
veía interrumpidas sus tareas.

  • Espero no lo note mi jefe.

Se dijo para si mismo poniéndose su
saco y acomodándose el nudo de la corbata que por cierto
había sido el regalo de cumpleaños que precisamente
Adriana le entregara en una reunión de amigos en su casa
por el rumbo de La Herradura en el Estado de México,
reunión en la que se esforzó por complacer a Macedo
desde la clase de botanas y entremeses hasta en el vino que en
esa ocasión ofreció.

Ella la esperaba con la portezuela derecha
abierta, "Tachito" en su silla debidamente asegurado en el
asiento posterior. Ella condujo y en veinte minutos llegaron a la
casa de la mamá de Adriana, a quien Macedo conocía
perfectamente y que de siempre había habido una reciproca
simpatía entre ambos. Tomó a su hijo, una
pañalera y sin apagar el motor dijo;

  • Tu manejas, no me tardo.

Efectivamente no tardó

  • ¿Qué
    pasó?

  • Nada, sólo me preguntó
    que sí pasaba algo malo

  • ¿Y?

  • Le dije que no, que necesitaba hacer
    algo contigo.

  • ¿Así,
    así?

  • Así, así.

  • ¿Y qué te
    dijo?

  • Nada, que se le hacía algo
    raro.

  • ¿Y tu que le
    contestaste?

  • ¡Hay mamá! No seas mal
    pensada.

  • No, no soy mal pensada. Conozco a
    Macedo desde hace muchos años.

  • No me tardo.

  • ¿Nada más?

  • Nada más. Ahora llévame a
    un lugar decente.

  • Pues vamos . . .a un templo.

  • No seas chistoso, sólo te pido
    que no me lleves a un motel o a un hotel de paso.

  • (Glup)

Arrancó y por varias cuadras
trató de encarar y resolver la situación que se
presentaba, la que pensó y planeó
rápidamente dar una adecuada solución sin llegar a
la decepción.

Inició un aunque corto si algo
penoso peregrinar de hotel en hotel solicitando
habitación, la que en vista de carecer de
reservación y de equipaje y además de conducir un
automóvil con placas locales, generaba algo bastante de
desconfianza al grado de habérsele negado el servicio
solicitado una, dos y hasta tres veces.

Contra su costumbre y haciendo a un lado su
ética personal, recurrió al consabido soborno y por
fin le fue asignada una habitación en un "Lugar Decente",
en un hotel ubicado discretamente en una de las calles de la
Colonia Nápoles, a tan solo escasas cinco cuadras de la
casa donde habían dejado encargado a "Tachito", es decir,
la casa de la mamá de Adriana.

Fue por espacio de casi dos horas durante
las cuales Adriana dio rienda suelta a los sentimientos
reprimidos por tanto tiempo. Él trató y
cumplió con creces la expectativa. No hubo remordimientos
pero tampoco obligaciones, ni compromisos, ni promesas, ni
posibilidades, ni perspectivas. Ella asumió su papel y ni
siquiera pensó en exigirle a Macedo el cumplimiento como
posible amante.

Todo fue dentro del más simple y
sencillo de un amor generado por su amistad y más que otra
cosa por el profundo agradecimiento que ella le ofrecía no
como pago sino como una sincera muestra de sus sentimientos. Cada
uno estaba bien ubicado en su condición
personal.

Posterior a ese fogoso encuentro, todo
continuó aparentemente sin cambio alguno o al menos nadie
noto alteración o modificación alguna en su trato
tanto con ellos o para con su círculo de
amistades.

La reacción de Macedo fue sin
sobresaltos, planes o esperanzas infundadas, sin embargo, en
Adriana se mantuvo viva la flama de la inquietud y al mes
exactamente, furtivamente le hizo llegar un mensaje, que aunque
simple, descollaba entre la súplica y la
desesperación;

  • "Paso por ti después de la
    comida, te necesito"

En esa ocasión ella condujo,
tomó la iniciativa para asegurar una reservación en
un discreto motel enclavado en las entradas de la ciudad y por lo
tanto de un cierto ambiente familiar. A pesar de su aparente
afán de discreción no se abstuvo de registrarse
como; "Señor y Señora Macedo"

Nuevamente el fogoso preámbulo tuvo
un intermedio. Ya despojados de sus vestimentas. Bajo la tenue
luz de discretas lámparas y en esa ocasión hasta un
apropiado fondo musical que acallaba el ruido propio de una
vía de las llamadas de alta velocidad.

  • Estoy embarazada.

Macedo arqueó las cejas, la atrajo
hacía si, la acarició tiernamente y la besó
en las mejillas, en las orejas, en el cuello y finalmente
fundieron sus labios. Ya no hablaron, sólo se comunicaron
con su inconsciente.

Después de casi una hora, agotados y
transpirando sus sentimientos, empezó a delinear el perfil
de Adriana, su frente, su entrecejo, su nariz, sus labios, su
mentón, su cuello, una, dos y hasta tres veces.

  • ¿Es mío o . . .
    mía?

  • No sé pero lo deseo con todo mi
    corazón

Macedo sonrió.

  • ¿Cómo se lo vas a decir a
    Tacho?

  • No se lo diré. Hace un mes
    cuando me dejaste en casa de mí mamá, le
    llamé y le dije dónde estaba, que pasara por
    mi. Fuimos a cenar, regresamos a casa, Tachito ya estaba
    dormido desde que salimos de la casa de mi mamá lo
    había preparado con su pijama, el mameluco que le
    regalaste, ¿te acuerdas?, Así que sólo
    lo acosté en su cuna y no fue difícil
    aprovechar la reacción acelerante del vino tinto de la
    cena. Él se quedó dormido y no supo sí
    es que llegamos al clímax. Ayer le he dado la
    noticia.

  • ¿Y cómo lo
    tomó?

  • Creo que normal. En realidad fue
    inexpresivo, aunque creo que se fue a emborrachar saliendo de
    la oficina.

  • Bueno, siempre ha sido así
    recuerda que hizo lo miso cuando nació
    Tachito.

  • Aja

  • ¿Y que piensas hacer?

  • Seguir hasta que nazca desde luego. No
    le diré nada más.

  • Bien, espero se parezca a ti

Nuevamente la besó.

Regresó a su oficina en taxi y por
el esto de la jornada ya o pudo concentrarse.

Pasó el tiempo y Adriana "Dio a Luz"
a una bebita a quien pensó en llamar Andrea pero
desistió para evitar problemas con su esposo y finalmente
se inclinó por llamarla Laura. En sus planes planeaba
convencer a su esposo a fin de que aceptase a Macedo como padrino
de su hija. Anastasio no aceptó, no lo rechazó, una
vez más su actitud inexpresiva salió a relucir y la
propuesta de Adriana quedó en eso. Aunque sus planes se
vieron truncados por una repentina orden que partió del
mismo Despacho de la Defensa Nacional. Esa noche poco antes de
abandonar su oficina llegó una comisión de dos
soldados, los que le entregaron en propia mano, un sobre.
Sólo esperaron a que se enterara del contenido y sin
más ni más, si que hubiera pasado un solo minuto,
fue escoltado un vehículo militar para ser trasladado al
Cuartel General dela 39ª Zona Militar donde abordaron un
helicóptero que se elevó con rumbo desconocido,
cuando menos para Él.

De su ausencia, solamente su asistente se
enteró aunque no del todo ya que solamente vio como lo
escoltaban dos militares con uniformes camuflados.

En realidad fue comisionado a la Sierra de
Guerrero donde por sus actividades, por las indicaciones, por las
ordenes recibidas y por la falta de facilidades, se mantuvo
incomunicado por casi un año. Las posibilidades de
apadrinara a la hija de Adriana y muy posiblemente de Él,
se vino abajo. Ella se resignó y calladamente
aceptó la opción propuesta de su esposo con
aparente beneplácito.

Después de su actuación en la
Sierra de Guerrero, sus responsabilidades crecieron hasta su
desviación ética y ya estando recluido evitó
toda comunicación. Cuando regresó a Santa
Bárbara de Almoloya, la hija de Adriana cumplía con
los trámites necesarios para ingresar a la
Educación Secundaria.

Para ese entonces Macedo ya era abuelo por
parte de su hija mayor.

Grande fue la sorpresa de Adriana cuando
conoció a la nieta de Macedo al notar el real parecido
físico a la misma edad para con su hija, incluso
consultó el primer álbum fotográfico de
Laura.

Pequeño gran detalle que no
pasó desapercibido para su esposo quien a partir de ese
descubrimiento inició una actitud sino de rechazo si de
algo bastante de indiferencia y hasta desfogó propiamente
su despego de las dos mujeres de su familia siendo notorio el
aislamiento y refugio para con su hijo.

Macedo al ser liberado lo primero que hizo
fue ir a visitar a Adriana la que se encontraba solo en su casa.
Sus hijos habían acudido a un campamento auspiciado y
organizado por la Sección del Grupo 306 de Scouts de
México y "Tacho" atendía sus funciones como Edil
del Ayuntamiento de Santa Bárbara de Almoloya, o al menos
esa era la versión oficial que le daba a sus escapadas a
la Ciudad de Puebla de los Ángeles.

El reencuentro se mantuvo en una amena
charla que iba de lo intrascendente a los gratos recuerdos
pasados. Ella estaba consciente del gusto por el café de
grano y tal vez fue por eso que siempre mantenía una
discreta ración del mejor grano que podía conseguir
en la Ciudad de Puebla a donde asistía en las forzadas
reuniones de políticos que después de la primer
hora las esposas ya habían planeado salir de compras a los
limitados lugares donde podían ejercer el gusto de firmar
las tarjetas de crédito que les eran proporcionadas y
sostenidas por sus respectivos esposos y en su caso la primer
escala obligada era ordenara al chofer que la llevara a un
discreto y antiguo local donde aparte de saborear un capuchino
pedía una bolsa de un kilogramo del mejor café de
Coatepec. Entre sorbo y sorbo hacía remembranza de los
momentos que pasó junto a Macedo en los Portales de
Veracruz o en el Malecón de Mazatlán o en la Zona
Centro de Villahermosa o en el Recreativo de Ciudad Madero y en
tantos otros lugares a los que fueron asignados a tareas en
común en representación de la Dependencia en la que
prestaban sus servicios.

En un momento dado trasladaron su platica a
la sala. El sofá casi recargaba al ventanal que a la vez
daba a un pequeño jardín el tapiz coordinaba con la
textura del cortinaje. La escena estaba discretamente iluminada
con dos lámparas de moderno diseño.

Él sentado en el sofá no
veía la puerta de entrada a su izquierda. Ella
presentó con cierta satisfacción el mismo servicio
de porcelana que fue el regalo de bodas de Macedo, aunque
Él no lo recordaba. Tomó dos sorbos de la
mágica infusión, depositó la pequeña
taza sobre el platito que estaba sobre la mesa de centro, por
cierto que era el único mueble que conservaba desde los
tiempos en que se reunían a departir y que aún
dejaba ver en una orilla de la cubierta de cristal ahumado una
despostillada que fue originada por el movimiento involuntario de
la mano del mismo Macedo y que pegara con el dedo anular,
precisamente con su añillo de graduación
afortunadamente en esa ocasión sólo el cristal
sufrió ese casi imperceptible daño. Tuvo que
sentarse casi en la orilla y a la vez alargar el brazo ya que
estaba, relativamente, bastante retirado con tanto espacio que
perfectamente había suficiente espacio para que pasara una
persona.. Puso la rodilla sobre la alfombra, largó la mano
solicitando cortésmente la suya a Adriana, Ella
aceptó. Él la tomó delicadamente y casi
emulando un paso de valet la hizo rodear la mesa de centro. La
atrajo hacía Él al tiempo que se hacía hacia
atrás. Adriana quedó arrodillada, Él le
acarició ambas mejillas como hacía tanto tiempo lo
deseaba y sólo en su imaginación pudo realizarlo
una y mil veces, la atrajo al tiempo que él mismo
enderezaba su espalda llegando a quedar erguido, sus labios
quedaron a una distancia de aliento, Ella cerro los ojos en
señal de aceptación. Ambos contuvieron el aliento y
en discreto pero apasionado ósculo transcurrieron unos
instantes que se transformaron en una eternidad de placer
retraído por tanto tiempo.

En eso se escuchó un ruido, el
clásico ruido del movimiento de los barriles que la
introducción de la llave genera al ir acomodando a cada
uno de ellos en su lugar para permitir dar vuelta al cilindro de
la cerradura de la puerta de entrada.

Efectivamente la puerta era funcionada
desde afuera, los goznes perfectamente lubricados no emitieron
sonido alguno. Era Atanasio que regresaba inesperadamente, su
junta se había pospuesto en vista que el grupo de los
legisladores de su partido retrasaron su llegada hasta el
siguiente día.

Al abrir la puerta reaccionó
impávido, se quedó estático y con voz que
inició casi inaudible llevó su potencia de su voz
al máximo al tiempo que Adriana se levantaba;

  • ¡Quihubo Macedo!
    ¿Qué haces?

  • ¿?

  • ¡No abuses!

La reacción fue de Adriana, se
levantó y en vez de saludar a su esposo se dirigió
a un espejo que enmarcado con motivos purepechas en cobre
repujado colgaba en la pared sobre una discreta mesita donde
colocaban la correspondencia diaria, con su índice derecho
se irritó el ojo del mismo lado el que reaccionó de
inmediato el derrame no se hizo esperar tornándose en un
impresionante fondo todo rojo al que lubricaba copiosamente un
auténtico torrente de secreción de la
glándula lagrimal.

  • Creo que no ha salido, todavía
    la siento.

Dijo Adriana al tiempo que continuaba
irritándose el ojo con su propio índice.

Macedo pausadamente haciendo acopio de
autocontrol he hilvanando perfectamente el cómplice
diálogo al cual tomó inmediatamente el sentido de
pretexto de la mentira salvadora y le comentó;

  • Creo que ya es la
    sensación.

  • Pues será mejor que me revise el
    oculista. Espero que aún me pueda atender sino lo
    localizo en su casa.

  • Creo que será lo
    mejor.

Atanasio volteaba hacía uno y
hacía otro entre incrédulo e indeciso.

Todo sucedió con la velocidad de la
improvisación y la reacción a la que estaba
acostumbrado Macedo desde sus tiempos que pasó en la
Sierra y posteriormente cuando cumplió su deuda en el
Reclusorio. Esta reacción evitó el menor asomo de
enojo de Atanasio y más aún cuando Adriana se le
acercó y de frente le mostró el irritadísimo
órgano ocular. Casi sin despedirse y dejándolo
sentado salieron a toda prisa, puso el motor en marcha mientras
Adriana ocupaba el asiento delantero derecho y se colocaba el
cinturón de seguridad.

Alcanzó a voltear hacía
Macedo, sacó el brazo derecho y con el pulgar hacía
arriba y a manera de despedida le guiñó el ojo
irritado.

Macedo sonrió levemente y apenas
levanto la mano en señal de despedida.

El auto se alejó a toda prisa
mientras se quedaba parado en el vano de la puerta principal.
Tomo la perilla, la jaló y el "Clic" del cerrojo lo hizo
reaccionar.

Aparentemente estaba calmado pero el
torrente de adrenalina en su interior ya descargaba neuronas y
músculos generando junto con la emoción, lacticina
que aporreaba por dentro a todas sus coyunturas aunque no
sentía dolor alguno solo esa rara, extraña y
deliciosa sensación que adormecían todas sus
articulaciones.

Como era jueves, recordó que los
viejos conocidos se reunían en El Cadete, afamada cantina
por sus botanas y sobretodo por las tortas que preparaba con
singular originalidad ocupando un lugar preponderante la de huevo
con chorizo.

Ahí en ese humeante ambiente
pasaban, en ocasiones toda la noche al grado que cuando
salían, después de un rápido regaderazo, se
presentaban los que así eran requeridos en su oficina. Era
auténticamente su refugio donde desfogaban todas las
tensiones que se acumulaban de viernes a jueves. Eso era algo
así como un ritual que un selecto grupo de
compañeros realizaba semana con semana.

Cuando Macedo llegó a El Cadete
ahí estaban en una mesa que ya casi tenían como
propiedad, tres de sus amigos esperando al cuarto para continuar
que no empezar otra de sus interminables sesiones de
dominó. Ahí estaba Armando "El Pirisguiris",
Roberto "Bien Peinado" y Ernesto "Pocas Pulgas".

Sin siquiera saludar tomó el vaso
jaibolero que lleno de cubitos de hielo, le ofreció
Roberto.

  • Don Andrés sírvase por
    favor.

Más de medio vaso de Bacardí
Blanco y un chorrito de agua mineral y casi de un trago y sin
respirar lo apuró, se sentó y se quedó
viendo fijamente a Roberto. Hizo una expiración casi
violenta con lo que descargó toda la emoción
acumulada.

  • ¿Qué le pasa Don
    Andrés?

  • Nada, nada. Hagamos el
    cuatro.

Refiriéndose a que con Él se
completaban dos parejas y con ello lo suficiente para iniciar su
partida de dominó por parejas. Ernesto hizo "La Sopa", es
decir, revolvió las fichas y cada uno de ellos tomo siete,
cada cual las acomodó según su propia costumbre y
cantó el consabido;

  • ¡Sale la "Mula" mayor!

  • Pues entonces sales tu.

Terciaron los tres al tiempo que soltaban
sonora carcajada.

Efectivamente, le tocó en suerte la
Mula de seises por lo tanto . . . Salió.

Dirigiéndose al cantinero
llamó su atención con un vozarrón herencia
de sus años en la milicia.

  • ¡Finito! Una especial.

  • ¡Sale especial de huevo con
    chorizo para Don Andrés!

El levantar la voz para "Ordenar por favor"
que no "Pedir por favor" su consabida botana fue normal pero la
dosis que se auto-despachó salió un poco, harto,
bastante de su costumbre ya que sí algo le admiraban era
precisamente el control con que actuaba sobre si mismo con los
excesos alcohólicos sin asegurar lo mismo para el tabaco,
"Taquitos de Cáncer" como Él les denominaba. Todo
esto no pasó desapercibido para los demás pero
sobretodo para Roberto y a pesar de su asombro no se
atrevió a hacer comentario alguno, bueno no hasta que
salieron de "El Cadete" y se encaminaron al automóvil, de
Macedo.

  • Lo desconozco, Don
    Andrés

Macedo volteó a verlo y lo hizo por
la parte superior de sus lentes y sin inmutarse le
dijo:

  • Mejor no vayas a donde no te
    llaman.

  • Órale, no es para que se
    enoje.

Continuaron su corto camino, callados hasta
que, sin mencionar nombres, lo cual no era necesario
empezó a narrarle su aventura. Lo hizo con la misma
frialdad que hubiera leído en voz alta una noticia del
periódico, sin emoción, sin alterarse, sin altas,
sin bajas, sólo una pronunciación invariable.
Roberto se quedó de una pieza destilando mucha más
adrenalina que Bacardí en el vaso jaibolero de Macedo el
que al terminar se volteó y le dijo;

  • Roberto, de esto, nada a nadie. Te lo
    comento por dos cosas; te tengo confianza y porque sé
    que esto aquí queda.

  • Con la confianza Don
    Andrés.

No se habló más del incidente
y ahí quedó todo.

Aunque de esto, De Jesús no
recordaba ni como llego a enterarse.

Se encontraba de píe frente a la
"Cruz Atrial" tallada en piedra basáltica cuando se inicio
al tiempo el repicar a vuelo de todas las campanas de los dos
atalayas que flanqueaban la fachada del antiquísimo
templo. Sonidos graves se mezclaban con los agudos armoniosamente
e invadían el ambiente impregnándolo de una real
sensación de alegría que emanaba de la ceremonia
por realizarse y que era un fiel reflejo del sentir de casi todo
el pueblo, pariente, amigos, vecino y conocidos de la
quinceañera.

Macedo aún en su indiferente
ideología sintió correr la emoción de ese
momento que aunque breve, se alargó por algo así
como treinta minutos.

Vio aparecer con la gallardía propia
no de un soldado sino de un orgulloso padre, ayudando a bajar la
escalinata a su hija. Llevaba y lucía el porte no de su
paso por la milicia sino del orgullo que se genera de uno mismo
por ser recompensado con sus vástagos, su prole, sus
tesoros, su bendición del cielo, el producto del amor para
con su esposa, amor lleno de lealtad recíprocamente
correspondida.

La ceremonia fue observada atentamente por
De Jesús, anotando mentalmente los movimientos que se
presentaban a ritmo, tiempo y compás que marcaba una
persona, que posteriormente se enteró era denominado
"Ceremoniero". Y no tan sólo apunto los movimientos sino
que también observó, vestimentas, ritos y
cánticos que emanaban de la parte trasera superior del
templo.

Todo quedó gratamente grabado en su
mente.

La ceremonia llegó a su fin y
paciente esperó la oportunidad de presentar sus respetos
tanto a la hija del Capitán Macedo como al mismo
Capitán que acompañado de su esposa atendía,
se puede considerar que a todo el pueblo que aunque no muy
grande, si rebasaban el millar.

¡Invitaste a todo el
mundo!

Yo no los invité. Aquí no es
necesario invitarlos, se invitan solitos.

Ja, ja, ja, soltaron la carcajada al tiempo
que se daban un abrazo que hay quien jura haber oído el
tronar de sus costillas.

La sola retirada del atrio requirió
de casi una hora, al que cada grupo de invitados una vez cumplida
la atención para con la familia representada en ese
momento por el trío principal motivo del ceremonial, y
desde luego entregando su presente a la festejada, se retiraba y
encaminaba a los jardines de la Finca de la

familia Macedo.

No terminaba ese tradicional protocolo
cuando las familias que atravesaban el arco de globos y flores
que enmarcaban la entrada cuando familias enteras se levantaban
de la mesa donde habían degustado ya fueran; barbacoa,
carnitas o mole, acompañados desde luego con arroz rojo,
lo que gustaran lo que según y de acuerdo a su costumbre
se comían todo lo que podían pero no sacaban ni
siquiera un taco.

Cuando De Jesús llegó por fin
a la enésima mesa, fue recibido inmediatamente con una
"Corona" a medio congelar lo que acorde con la elevada
temperatura del día fue el recibimiento
adecuado.

Sin desmandarse degustó propiamente
de todo hasta que no pudo más. El Capitán Macedo
distrajo un poco la atención que le requerían sus
invitados y desde luego los no invitados y se le acercó y
lo invitó a recorrer las mesas y de esa forma presentarle
algunos comensales. En eso estaban cuando le llamó la
atención una dama que llegaba escoltada por una
patrulla.

  • Ven quiero que conozcas a unas
    personas.

  • Lo que quieras, tú eres el
    Mayordomo de esta fiesta.

Se encaminaron a la entrada y cuál
no sería su sorpresa que la dama que bajaba en ese momento
de un lujoso automóvil era nada menos que la misma que le
había ayudado a seleccionar el regalo en el Centro
Comercial Ángelopolis.

  • Doña Raquel sea usted bienvenida
    pero dígame, ¿dónde esta su hijita y su
    esposo?

  • Hay Don Andrés mi hijita
    aún esta en sus actividades con los Scouts y mi marido
    en una de tantas audiencias o correteando a los delincuentes,
    vaya usted a saber.

  • Ja, ja, ja.

  • Mire, quiero presentarle a un buen
    amigo.

En eso volteó a ver al presentado y
se percató de quién se trataba.

  • ¡Qué chiquito es el
    mundo!, ¿Verdad?

  • Ni que lo diga

  • Ah, pero es que ya se
    conocen

  • Si, he tenido la oportunidad y la
    suerte de conocer a la Señora y a su encantadora
    hijita y te juro que nunca a sido tan oportuno un encuentro
    tan fortuito.

  • Me dejan en las mismas. Pero pasen,
    pasen por favor y te pido te encargues de que sea bien
    atendida.

  • Dalo por hecho.

Macedo siguió con las atenciones
propias de un anfitrión.

De Jesús quedo pensativo y
rápidamente evaluó las posibles consecuencias de
proseguir con una relación con la esposa del mismo Jefe de
la Policía.

  • Me da gusto tener la oportunidad de
    agradecerle las atenciones que tuvo para conmigo y le ruego
    las haga extensivas a su simpática hija.

  • Nada tiene que agradecer, lo que
    hicimos lo hicimos con mucho gusto.

Se encaminaron a una mesa desocupada
parcialmente y ahí afortunadamente se topó con
personas conocidas de la Esposa del Jefe de la
Policía.

  • Creo que me busca Macedo, voy a ver
    qué es lo que se le ofrece.

  • No me diga que me va a dejar solita,
    espero que regrese pronto.

Ese pronto no si vio llegar, buscó
un lugar bastante apartado de esa mesa y no la volvió a
ver.

  • Creo que es mejor esto que meterme en
    problemas y más en la casa de Macedo. No me vaya a
    resultar que mí nieta se parezca a la hija del Jefe de
    la Policía.

Se dijo para si mismo.

Al que no se le escapó fue al mismo
Macedo que le envió un mensajero con la encomienda de
hacerle saber cuál era la habitación que le
había preparado y asignado además que en Santa
Bárbara de Almoloya no había hoteles y
también le mandó un recado escrito;

  • Te conozco y se que no eres
    sacatón, sin embargo, lo que acabas de hacer es lo
    adecuado.

Tras el relevo de no menos de una docena de
conjuntos musicales, la capacidad de captación de ritmos
de moda, fue colmatada y De Jesús optó por
retirarse a descansar. No bien depositó su humanidad sobre
la mullida cama se hundió en el más profundo
sueño del que despertó ya bien entrada la
mañana. Después de un reconfortante baño,
salió dispuesto a buscar un lugar dónde desayunar
lo que no fue necesario ya que en la puerta lo esperaba un
emisario del Capitán Macedo con la encomienda de
escoltarlo y guiarlo hasta donde ya se servía un suculento
almuerzo mismo que se encadenó con otra comilona que a la
vez se confundió con la cena y así hasta por tres,
cuatro y cinco días.

Desde luego que todo esto acompañado
por diversos licores, cervezas y desde luego refrescos y aguas
frescas de sabores naturales y elaborados con frutas de la
región.

Todo concluyó con una verbena
nocturna en la que como acto culminante se quemó por
espacio de varios minutos fuegos artificiales que estallaban en
las alturas como queriendo bañar a los asistentes con una
lluvia de pequeños cometas de multicolores
brillos.

Por fin De Jesús y el Capitán
Macedo tuvieron un tiempo para platicar a solas y fue en la
espaciosa sala de la casa en la que tras un tablero de ajedrez se
dieron tiempo para meditar y platicar largo y tendido.

  • Has de saber De Jesús que el
    este ajedrez sólo lo juego en ocasiones mucho muy
    especiales ya que fue un regalo de mi padre el que a la vez
    lo obtuvo como regalo de su padre, o sea mi
    abuelo.

  • Pues me parece que son unas piezas
    magnificas ¿Qué material es?

  • Está tallado en puntas de cuerno
    de toro de bureles sacrificados en la Monumental de Madrid,
    España y sucede que para simplemente recabar el
    material para iniciar la talla hubieron de pasar casi diez
    temporadas de aquellos tiempos en las que tenían lugar
    cuando menos cien corridas por temporada y hasta que tuvieron
    el material completo y del mismo color, o sea en dos tonos,
    iniciaron el trabajo artesanal que fue realizado por manos
    vascas y requirió de otros tres
    años.

  • Muy interesante.

  • El tablero lo mandaron hacer con un
    ebanista tan hábil como famoso pero para esto se
    pidió acá.

  • ¿Acá?

  • Si, en Guadalajara y fue encomendado a
    José Parra, artesano autodidacta que entre otras cosas
    fue el encargado de tallar las sillas-trono que utilizaron
    los tres Papas que han pisado tierras mexicanas.

  • ¿Pero entonces?

  • Ah, ya sé adónde vas.
    Sucede que el primer dueño de esta joyita fue Don
    José Barcenas De la Reguera, Gran Maestro de ajedrez y
    Campeón Mundial hace muchos años, avecindado en
    Barcelona de donde un día emprendió una gira en
    el ámbito latino para realizar lo que se conoce como
    "Simultaneas". Cuando llegó a la Ciudad de
    México invitado por el "University Club" se
    generó tal expectación que se realizaron
    eliminatorias en todos los clubes de ajedrez no tan
    sólo de la ciudad sino de todo el país, a lo
    largo y a lo ancho. Tras varios encuentros que duraron varias
    semanas y en la modalidad de todos contra todos, mi abuelo
    tuvo la habilidad suficiente como para representar al mismo
    Distrito Federal. La primera simultanea fue jugada por Don
    José Barcenas De la Reguera, a quien por cierto
    siempre se le tenía que referir con todo su nombre
    completo, jugó contra treinta adversarios, ganó
    veintisiete, empató dos y perdió una sola
    partida. Mi abuelo le ganó. No conforme Don
    José Barcenas De la Reguera retó a mi abuelo a
    dos de tres y entonces ganó el primero, perdió
    el segundo y el tercero mi abuelo le ofreció el
    empate, lo que fue interpretado por muchos como un gesto de
    cortesía ya que pudo haber ganado en cinco movimientos
    pero desistió de llegar a tal humillación para
    con el Gran Maestro. Una salva de aplausos rompió el
    silencio que por casi cinco horas había reinado en el
    auditorio en el que se había convertido el
    salón principal del "University Club" ahí en el
    Paseo de la Reforma a unos pasos de la calle de General Prim.
    Déjame decirte que sí bien los aplausos duraron
    casi diez minutos, sus ecos aún resuenan en la memoria
    del propio club, incluso todavía conservan la mesa con
    el tablero y las piezas en el lugar que tenían cuando
    mi abuelo largó la mano, gesto que se interpreta como
    una invitación que ofrece el empate. Esa mesa tiene
    dos placas con los nombres de los contendientes y que por
    cierto no me ha sido posible comprar y hasta he pensado en
    robármela aunque así no podría lucirla
    ni mucho menos presumirla a todas mis amistades.

La partida ya no continuó, ambos
tomaron su copa cogñaquera y calentando el licor con la
palma de su mano esperaron a que tomara la temperatura
idónea y tras un sorbo de café de grano, escasearon
hasta el fondo sus copas sin dejar escapar siquiera el menor
indicio de bouquet.

Ya era hora de retirarse cuando Macedo
cambió el tema de la charla.

  • Mira De Jesús, necesito un
    servicio muy personal y muy delicado que por lo mismo no me
    atrevería a solicitárselo a nadie
    más.

  • ¿Está
    caliente?

  • Arde

  • No se hable más. ¿De
    qué se trata?

  • En el taller de mi compadre Gilberto
    está un Mustang, necesito que llegue en dos
    días a Matehuala que ahí descanse en el Hotel
    Valles, le das las llaves al Botones para que acomode el
    automóvil y que por la mañana te
    regreses.

  • ¿Ya tiene la ruta?

  • Si, te vas a Chignahuapan,
    Huauchinango, Tulancingo, Pachuca, Palmillas, San Juan del
    Río, Tequisquiapan, Bernal, Cadereyta, Dolores,
    Guanajuato, Santa maría del Río, San Luis
    Potosí y de ahí ya te puedes ir directo a
    Matehuala.

De Jesús ya se sentía
apretando a fondo el pedal del acelerador, con el cinturón
de seguridad abrochado, tomando una curva a la derecha, a la
izquierda y salir disparado a no menos de ciento ochenta
kilómetros por hora a tomar la siguiente recta, soltar el
acelerador, tomar la palanca de con mango deportivo y hacer el
cambio de velocidad y preparar la siguiente tanda de
curvas.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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