- Orígenes
- La Antropología y la Arqueología
- El contexto geográfico e histórico del Oriente Medio
- Antiguas Civilizaciones
- El Imperio Egipcio y el Éxodo
- Los Judíos – Reinos de Israel y Judá
- Creencias judías y cristianas
- Los Imperios Romanos de Occidente y Oriente y el Cristianismo
- Cronología del Siglo I
- Cronología del Siglo II
- Cronología del Siglo III
- Cronología del Siglo IV
Orígenes
El conocimiento de los inicios del cristianismo implica recordar la actuación de los Primeros Cristianos después de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Su legado se mantuvo y difundió por el mundo por la actitud y abnegación de muchos hombres y mujeres de todas las condiciones que soportaron persecuciones, tormentos y muerte por hacerlo. Los Santos mártires conocidos e innumerables anónimos ofrendaron todo lo que eran y tenían en aras de la Fe en la Santísima Trinidad y la construcción de la Iglesia en este mundo. La Jerusalén Celeste los convocó a la historia más revolucionaria y extraordinaria de la humanidad hasta estos tiempos en que, más de 2.000 años después de la llegada del Mesías, los cristianos asumimos nuestro compromiso de Fe y Amor con Dios nuestro creador, sintiéndonos unidos, uno y trino, para seguir las enseñanzas de Jesús atesoradas en nuestros corazones.
El conocimiento y recuerdo de los contextos en que se desarrolló el imborrable inicio de la cristiandad nos debe servir para la mejor comprensión del mensaje divino y la consolidación del coraje espiritual y la actitud serena e insoslayable con que debemos afrontar en este Siglo XXI las acechanzas del mal y los avances del relativismo moral, la ciencia negadora de la ética fundacional de Cristo y la crisis de valores que nos desafían en cada día de nuestra vida.
Entiendo que he exagerado por su extensión relativa en este intento, la relación historiográfica: he aplicado un criterio descriptivo en la consideración del objetivo, la singular vida de Orígenes, para cumplir lo antedicho.
No obstante, y por cuerda separada, consta que he investigado y aprehendido en la medida de mis posibilidades el enorme tesoro doctrinario y ejemplo de vida del alejandrino teólogo del Siglo III, Padre de la Iglesia Cristiana Griega de entonces.
El desarrollo de este trabajo considerará, sucintamente, los siguientes aspectos:
La Antropología y la Arqueología
El contexto geográfico e histórico del Oriente Medio
Antiguas Civilizaciones
El Imperio Egipcio y el Éxodo
Los Imperios Romanos de Occidente y Oriente y el Cristianismo
Los Primeros Cristianos
Patrística y Patrología
Orígenes
La Antropología y la Arqueología
Antropología
Antropología social y cultural son las ramas de la antropología que estudian la sociedad y la cultura. También se usa el término socio antropología. El término antropología social es más usado en el entorno académico europeo y latinoamericano, mientras que antropología cultural lo es más en el estadounidense.
Cualquiera de esas denominaciones se definen como especialidades de la antropología general, y basan su estudio en el conocimiento del ser humano por medio de sus costumbres, relaciones parentales, estructuras políticas y económicas, urbanismo, medios de alimentación, salubridad, mitos, creencias y relaciones de de los grupos humanos con el ecosistema.
La concepción dominante en occidente hasta el sigloXIX distinguía a las civilizaciones dominantes de los estadios inferiores de desarrollo de la evolución cultural de las sociedades humanas: el estado de barbarie (bárbaros) y el de salvajismo (salvajes o indígenas), los pueblos periféricos o primitivos que se consideraba vivían en "estado de naturaleza" " o mito del buen salvaje. Contra esta concepción dominante, la antropología cultural sostiene, siguiendo el paradigma del relativismo cultural que buena parte de las experiencias y conceptos considerados naturales son en realidad construcciones culturales que comprenden las reglas según las cuales se clasifica la experiencia, se reproduce esta clasificación en sistemas simbólicos, y se conserva y difunde esta clasificación.
Los seres humanos, como animales sociales, viven en grupos más o menos organizados, las sociedades humanas. Sus miembros comparten siempre formas de comportamientos que, tomadas en conjunto, constituyen su cultura. Un debate intelectual muy antiguo (que data de, al menos, la Ilustración) discute si cada sociedad humana posee su cultura propia, distinta en su integridad de cualquier otra sociedad, y si los conceptos de civilización y cultura son asimilables o no.
La antropología cultural incluye también el estudio de la religión (o fenomenología de la religión) como un elemento común a todas las culturas: el hecho religioso.
El antropólogo cultural estudia todas las culturas, ya sean de sociedades tribales o de naciones civilizadas complejas. Examina todos los tipos de conducta, racional o irracional. Considera todos los aspectos de una cultura, incluidos los recursos técnicos y económicos utilizados frente al medio natural, los modos de relación con otros hombres o las especiales experiencias religiosas y artísticas. No solo se estudian las actividades correspondientes a los diversos aspectos, sino que revisten especial interés sus relaciones recíprocas, por ejemplo, la relación entre la estructura de la familia y las fuerzas económicas o entre las prácticas religiosas y las agrupaciones sociales. Uno de los temas principales de la antropología cultural, por lo tanto, es la relación entre los rasgos universales de la naturaleza humana y la forma en que se plasma en culturas distintas. El estudio de las razones de las diferencias culturales —motivadas por razones ambientales o históricas—, y de la organización de estas en sistemas globales ha ocupado también buena parte de los esfuerzos de la disciplina.
La Arqueología
La Arqueología (del griego archaios, viejo o antiguo, y logos, ciencia o estudio) es una disciplina académica que estudia los cambios que se producen en la sociedad, a través de restos materiales distribuidos en el espacio y contenidos en el tiempo. La mayoría de los primeros arqueólogos, que aplicaron la nueva disciplina a los estudios de los anticuarios, definieron la arqueología como el «estudio sistemático de restos materiales de la vida humana ya desaparecida». Otros arqueólogos enfatizaron aspectos psicológico-conductistas y definieron la arqueología como «la reconstrucción de la vida de los pueblos antiguos».
En algunos países la arqueología ha estado considerada siempre como una disciplina perteneciente a la antropología. Mientras que ésta se centra en el estudio de las culturas humanas, la arqueología se dedica al estudio de las manifestaciones materiales de éstas
Hoy día, la Arqueología es considerada una ciencia social autónoma. Su principal objetivo es el estudio de los cambios en la organización social, así como la diversidad del comportamiento humano (económico, político, ideológico) en el pasado. Esto normalmente se logra a través del estudio de restos materiales en contextos espaciales y temporales definidos. Es por este motivo que la Arqueología tiene, en primer lugar, un particular interés en la definición clara de secuencias temporales (divisiones diacrónicas), que se concretan en periodos; aunque hay arqueólogos que tienden a especializarse en un periodo, también prestan atención a sucesos previos y posteriores a ese periodo. La comprensión de su utilidad para el estudio histórico hace que su consideración forme parte del presente trabajo, incluida en las afirmaciones que lo componen.
El contexto geográfico e histórico del Oriente Medio
(Mapas – Descripción oral – Comentarios)
El creciente fértil
El Creciente Fértil es una región histórica que se corresponde con parte de los territorios del Antiguo Egipto, el Levante Mediterráneo, Mesopotamia y Persia. Se considera que fue el lugar donde se originó la revolución neolítica en occidente.
El término fue acuñado por el arqueólogo por la forma de Luna creciente del área geográfica referida. Lo bañan los ríos Nilo, Jordán, Tigris y Éufrates. La región comprendería desde el valle del Nilo y la orilla oriental del Mediterráneo hasta el norte del Desierto de Siria, y desde el norte de Arabia, toda la Mesopotamia hasta el Golfo Pérsico, ocuparía unos quinientos mil kilómetros cuadrados. Áreas que pertenecen a los actuales territorios de Egipto, Israel, Cisjordania, la Franja de gaza, y Líbano, además de partes del río Jordán, Siria, Irak, el sudeste de Turquía y el sudoeste de Irán. Se estima que su población en la Antigüedad rondaría los 40 ó 50 millones de personas.
En el Creciente fértil se encuentran muchos restos de importante actividad humana de antiguas épocas. Han aparecido esqueletos de primitivos humanos modernos y premodernos y restos de culturas cazadoras-recolectoras nómadas del Pleistoceno, y semi sedentarias del Epipaleolítico; pero la zona se vincula principalmente a los orígenes de la agricultura y la ganadería.
La zona occidental de los alrededores del río Jordán y al norte del Éufrates (donde se incluyen lugares como Jericó dio lugar a la primera cultura neolítica, datada en torno al 9000 a. C. Esta región, junto con una Mesopotamia definida al este del Creciente, entre los ríos Tigris y Éufrates, aglomeró una compleja realidad de culturas a partir de la Edad de bronce, por lo que la zona ha recibido el nombre de Cuna de la Civilización.
Antiguas Civilizaciones
El Bronce en Mesopotamia
Fue en Sumeria donde comenzó a usarse el bronce a finales del IV milenio AC. Esta región es considerada frecuentemente como la cuna de la civilización, ya que (basándonos en los datos actuales) en ella se produjo la intensificación agrícola, se desarrolló el primer sistema de escritura, se inventó el torno cerámico, se establecieron los fundamentos de la astronomía y las matemáticas, se crearon gobiernos centralizados y códigos legislativos, apareció la estratificación social, el esclavismo y la guerra organizada. Todo lo cual llevó a la formación de las primeras ciudades estado conocidas, que después desembocarían en los primeros imperios.
Las grandes ciudades de Mesopotamia acogían varias decenas de millares de personas y estaban gobernadas por un rey-sacerdote, máximo representante del dios local y dueño de todas las tierras. El templo era su centro neurálgico, donde se concentraba el poder religioso, político y económico. La sociedad estaba jerarquizada en clases bien diferenciadas: sacerdotes, funcionarios, artesanos, campesinos y esclavos. La centralización administrativa, facilitada por la escritura, permitía la gestión de los recursos a largo plazo y la planificación de grandes obras. Se utilizaba un calendario de doce meses, el día se dividía en 24 horas y el círculo en 360 grados.
Uruk fue la ciudad sumeria más grande conocida en la transición del IV al III milenio AC, con una superficie de 5,5 km² y varios templos de carácter monumental, entre los que destacaba el dedicado al dios An y a la diosa Inanna. Conocían ya la rueda, el arado, la navegación, el sello cilíndrico y la escritura.
Posteriormente prevaleció, durante siglo y medio, el Imperio Acadio. Tras su caída se produjo un renacimiento Sumerio durante el cual la III Dinastía de Ur tuvo un papel dominante. Los soberanos de Ur fueron considerados reyes de las cuatro regiones, creando un potente aparato burocrático que controlaba los tributos de todas las provincias y ciudades sometidas. Durante esta época se levantó el enorme zigurat de Ur
Babilonia la reemplazaría durante el Bronce final. La referencia más antigua sobre Babilonia procede de una tableta datada en el siglo XXIII a.C., correspondiente al reinado de Sargón I de Acad. En el siglo XVIII a.C., durante el reinado de Hammurabi, Babilonia alcanzó su máximo esplendor: utilizando la fuerza y la diplomacia extendió sus dominios a toda Mesopotamia, que administró de manera centralizada mediante una compleja burocracia y un completo código legislativo (Código de Hammurabi)). Para esta época, la lengua de uso oficial era el acadio, de origen semítico, mientras que el idioma sumerio se usaba ya sólo para ritos religiosos y actividades científicas. Babilonia jugó un papel fundamental como centro cultural durante todo el Bronce y el Hierro inicial, continuando así incluso cuando cayó bajo dominio externo.
El Bronce en el Próximo Oriente
Del Levante mediterráneo destacaron dos ciudades-estado cuya economía fue básicamente comercial: Ebla y Ugarit. La primera, situada en el norte de la actual Siria, es famosa por las veinte mil tablillas cuneiformes halladas en un palacio de los siglos XXV-XX A.C. escritas en eblaíta y en sumerio. Su desarrollo estuvo ligado al comercio con Mesopotamia, aspecto en el que rivalizó militarmente con Mari. Fue destruida por los acadios durante el siglo XXIII a.C. pero resurgió de sus cenizas viviendo un nuevo período de esplendor entre los siglos XIX-XVII a.C.
Aunque de Ugarit hay evidencias neolíticas, la primera fecha datable de su existencia es fruto de sus contactos con Egipto: un abalorio de cornalina identificado con el faraón Sesostris I, el segundo de la dinastía XII (1956-1911 A.C.). La ciudad portuaria de Ugarit mantuvo estrechos lazos comerciales no sólo con Egipto, sino también con Siria, Anatolia, y Chipre (denominada por entonces Alasiya).
A partir del siglo XVIII A.C. Anatolia vio surgir el imperio hitita, que tenía su capital en el norte de la península, en Hattusas. Hacia el siglo XIV a.C. llegó a su clímax, abarcando todo el centro anatólico, el sudoeste de Siria hasta Ugarit y la alta Mesopotamia. Simultáneamente, las confederaciones de Arzawa y Assuwa reunieron, respectivamente, a una serie de reinos anatólicos del sur y del oeste que, a lo largo de todo el período, unas veces se enfrentaron y otras fueron reducidos a vasallaje por los hititas. A su vez, Mitani fue un estado que ocupó el sudeste de Anatolia y el norte de Siria entre el 1500-1300 a.C., estableciendo alianzas alternativas con sus principales rivales, Egipto y los hititas, aunque fue sometido a vasallaje finalmente por los asirios.
(Falta Abraham, Sara, Isaac desde Ur hasta Jerusalén – Libro de Keller)
El Imperio Egipcio y el Éxodo
El Antiguo Egipto es uno de los casos más curiosos de la historia: es el único imperio antiguo del cual los estudiosos tienen una cantidad enorme de documentación escrita referida a los momentos en los que los hechos ocurrieron. Las estelas (monumento en forma de lápida o pedestal) y los jeroglíficos que describen batallas, epopeyas, alianzas y escenas de la vida cotidiana son innumerables. También se sabe que todavía falta descubrir y desenterrar de las arenas del desierto una cantidad de testimonios varias veces superior a la encontrada hasta ahora, lo que mantendrá ocupadas a varias generaciones de arqueólogos.
Pero existe una particularidad: después de Ramsés II, el imperio egipcio sufrió una decadencia que sólo conoció un tibio esplendor final durante la época de la reina de la dinastía de los Ptolomeos, Cleopatra. A pesar de su indudable capacidad de gobierno y sus fogosos romances con Julio César y Marco Antonio, la bella reina no pudo impedir que los romanos se apoderaran de Egipto.
A partir de ese momento, el trabajo de los escribas y sacerdotes se prohibió y el colosal idioma representado por los jeroglíficos se transformó en un misterio cuya interpretación cayó en el olvido. El hallazgo de la Piedra de Roseta y la paciencia del investigador Jean-Francois Champollion, en 1822, descorrieron el velo misterioso de una escritura que comenzó a ser comprensible recién entonces. Todavía, hoy en día, la revelación de sus significados nos deslumbra.
Dado que los Egipcios no omitieron detalles en el relato de su propia historia, cabe pensar que guardaron un silencio deliberado sobre una serie de acontecimientos muy importantes, a los que omitieron curiosamente en sus registros por razones que aún hoy se desconocen. Sucede que hubo un agitado período de la historia egipcia que las generaciones siguientes quisieron borrar u ocultar por considerarlo bochornoso. Se trata del período del faraón hereje conocido como Akenatón. Su época, denominada "el período de Amarna", fue prolijamente eliminada de los registros históricos.
Akenatón y sus sucesores Smenker, Tutankamón, y el inefable Ay, todos descendientes del visir Yuya, constituyeron una verdadera casta de origen extranjero, indudablemente semita, que revolucionó durante casi cien años la estabilidad político- religiosa de los egipcios.
La identidad del faraón del Éxodo es incierta. Se afirma que fue Ramsés II o su sucesor Merenptah . Otros apoyan el argumento de que fue Amenofis II o su padre Tutmosis . También se ha sugerido por una pequeña cantidad de eruditos que pudieron haber sido Amosis I, Horemheb o Ramsés I.
Sin embargo, estudios arqueológicos posteriores afirman que la salida de los judíos de Egipto se produjo durante el reinado de Neferjeperura Amenhotep, más conocido como Ajenatón, Akhenatón o Akenatón, quien fue el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto. Su reinado está datado en torno a 1353-1336 AC y pertenece al periodo denominado Imperio Nuevo de Egipto. Hacia el cuarto año de su reinado, cambió su nombre a Neferjeperura Ajenatón.
Dentro de la historia del Antiguo Egipto, su reinado inicia en el denominado Período de Amarna, debido al nombre árabe actual del lugar elegido para fundar la nueva capital: la ciudad de Ajatatón, esto es, «Horizonte de Atón».
Akenatón es célebre por haber impulsado transformaciones radicales en la sociedad egipcia, al convertir al dios Atón, el Dios Sol en la única deidad del culto oficial del Estado, en perjuicio del, hasta el momento, predominante: el culto a Amón. Es el primer reformador religioso del que se tiene registro histórico. Su reinado no sólo implicó cambios en dicho ámbito, sino también reformas políticas y artísticas.
Aunque tardíamente descubierto y todavía poco conocido, está considerado por muchos historiadores, arqueólogos y escritores, como uno de los más interesantes faraones de los 3.000 años de la civilización de Egipto.
Se dice que la estancia israelita en Egipto duró 400 años, de acuerdo a la interpretación literal del texto del Éxodo; sin embargo, hay interpretaciones que difieren de las fechas dadas en la Biblia que argumentan que sólo fueron 210 años, donde vivieron en una armonía que fue finalmente desvirtuándose para ellos hacia un tratamiento de esclavitud por parte de los egipcios, El tiempo transcurrido entre José y Moisés es motivo de controversias. La Biblia nos informa tres distintas mediciones para la estadía hebrea en Gosen:
Cuatro generaciones (Génesis, 15:16)
Cuatrocientos años (Génesis 15:13), y
Cuatrocientos treinta años (Éxodo, 12:40)
Según la tradición y también de acuerdo a investigaciones arqueológicas, los israelitas vivieron en paz en Gosén, en la región oriental del delta del Nilo, hasta que llegó un nuevo rey a Egipto, quien "no conocía acerca de José" (Exodo 1:8) y los redujo a la esclavitud, en parte justificada en la obsesión de algunos faraones (Ramsés II fue el más activo y ambicioso al respecto) por la construcción de ciudades y obras que ha recogido la arqueología para la posteridad.
De acuerdo a Génesis 46:31-34:
"Y José dijo a sus hermanos, y a la casa de su padre: Subiré y lo haré saber a Faraón, y le diré: Mis hermanos y la casa de mi padre, que estaban en la tierra de Canaán, han venido a mí. Y los hombres son pastores de ovejas, porque son hombres ganaderos; y han traído sus ovejas y sus vacas, y todo lo que tenían. Y cuando Faraón os llamare y dijere: ¿Cuál es vuestro oficio? Entonces diréis: Hombres de ganadería han sido tus siervos desde nuestra juventud hasta ahora, nosotros y nuestros padres; a fin de que moréis en la tierra de Gosén, porque para los egipcios es abominación todo pastor de ovejas."
El éxodo
Moisés era un hebreo nacido en Egipto y educado por egipcios y llevaba un nombre típico de ese país. "Moisés" es el nombre Máose, muy corriente junto al Nilo. Después de haber dado muerte con justa cólera al capataz que castigaba a un esclavo judío, no le queda otro recurso que la huída a fin de escapar a un seguro castigo. Esta afirmación parece disminuir la gesta del pueblo hebreo saliendo de Egipto hacia su libertad, pero no es más que un detalle verosímil de la historia que no contradice a las escrituras.
Moisés huye en dirección a Oriente. Como Canaán, la tierra prometida, es territorio ocupado por Egipto, Moisés elige para su exilio la montañosa comarca de Madián, situada al este del Golfo de Akaba, con la cual se siente unido por lazos familiares. Queturá era una mujer del patriarca Abrahám, después que Sara hubo muerto (Gén. 25,1). Uno de sus hijos se llamaba Madián. La tribu de Madián es designada en el Antiguo Testamento con el nombre de quineos (Num. 24,21). En árabe "qain" y en arameo "quinaya", equivale a herrero, coherente con la existencia de metal en la zona donde estaba asentada la tribu, así como las cordilleras situadas al este del golfo de Akaba tienen yacimientos de cobre.
Ningún estado deja salir de buen grado de sus dominios a los obreros extranjeros, mano de obra barata, y sujetos a servidumbre, tal como ocurre con el pueblo de Israel. Pero las plagas que asolaron a Egipto decidieron autorizar su salida. Las sucesivas catástrofes sufridas según el relato bíblico se producen aún hoy en cierta medida por motivos naturales, dando crédito al mismo.
La salida no toma la dirección de la posteriormente llamada "Vía Filistea" (Éx. 15,17), la gran ruta que, atravesando palestina, llevaba desde Egipto al Asia, bordeando la costa Mediterránea, que era controlada estrictamente por soldados y funcionarios egipcios desde los fuertes fronterizos.
La ruta hacia el sur y luego al norte siguiendo la cordilleras que bordean los Golfos de Suez y de Akaba, es trabajosamente emprendida por los emigrantes conduciendo cabras, asnos y ovejas, por lo que sólo pueden avanzar tramos diarios de unos 20 kilómetros en jornadas que terminaban siempre en la próxima aguada. Es el destino de los hijos de Israel durante los próximos cuarenta años, en el confín del desierto, de una aguada o fuente vital a otra. El itinerario es descrito en el Capítulo 33 del Libro de los Números y confirmado por los hallazgos arqueológicos. La antigua Mará, el bíblico Elim y otros parajes son oasis que las escrituras reflejan. Finalmente, el pueblo en fuga enfrenta el desierto de Sin, junto al mar Rojo, hoy día la llanura de El Kaa. Los hijos de Israel, después de la vida que habían llevado en Egipto, que si bien era dura, era también ordenada y sin carencias, comienzan a sentir los rigores del cambio traducidos en desilusión y descontento, cuando aparecen el maná, confirmado por botánicos, historiadores y científicos que estudiaron la región, para paliar la travesía del desierto de Sin, hacia el Monte Sinaí. Aparecen allí desde 2.000 AC las célebres inscripciones que representan los primeros pasos del alfabeto semítico septentrional que es, en línea directa, el padre precursor de nuestro actual alfabeto. Se escribía en Palestina, en Canaán y en las repúblicas marítimas fenicias; a fines del siglo IX AC pasó a ser del dominio de los griegos. Desde Grecia pasó a Roma y desde Roma a todo el mundo. (Éx. 17, 14)>
"Acampado Israel frente a la montaña, Moisés subió hacia Dios..,.(Éx., 19.2,3). Moisés bajó al pueblo y se lo dijo. Entonces habló Dios pronunciando estas palabras: "Yo soy YAHVÉ, tu DIOS que te ha sacado del país de Egipto No tendrás otro Dios frente a mí". (Éx., 19, 25; 20, 1-2)
En el Sinaí ocurrió algo único y trascendental para la historia de la Humanidad. Allí está la raíz y la grandeza de una creencia sin ejemplos ni precedentes que tuvo el poder de conquistar el mundo. ¡Moisés, hijo de un ambiente saturado de la creencia en una multitud de divinidades, en dioses del más variado aspecto, anuncia la creencia en un solo dios! Se convierte en el fundador del monoteísmo. Tal es la inconmensurable maravilla del Sinaí. Un desconocido hijo y nieto de nómadas, criado en un país extranjero como Egipto, "Desciende al pueblo y se lo comunica". Unos nómadas que viven en tiendas de piel de cabra, en la estepa, bajo el cielo inmenso y libre, son los primeros en oir el nuevo mensaje, lo conservan y lo llevan consigo, iniciando así la historia de una creencia que domina el mundo. Humildes pastores fatigados llevan consigo la conciencia de la nueva fe en su patria desde la cual, un día, se esparcirá por todos los confines de la tierra. Naciones poderosas y reinos excelsos de aquellos tiempos desaparecerán en las sombras del pasado, pero los descendientes de los pastores que por primera vez escucharon al Dios único y omnipotente, siguen viviendo. "Yo soy el señor, tu Dios. No tendrás otros dios frente a mí". Un precedente sin igual desde que el hombre puebla la tierra.
Los Judíos – Reinos de Israel y Judá
Los primeros períodos la historia de los judíos coinciden con la del Creciente Fértil Comienza con tribus que ocuparon el área comprendida entre los ríos Nilo en el oeste y el Tigris y Éufrates en el este. Rodeado por los imperios de [Antiguo Egipto|Egipto] y Babilonia y por el desierto de Arabia, y las montañas de Asia Menor. La tierra de Canaán (conocida sucesivamente por Israel, Judá, Cele-Siria, Judea, Palestina, Levante y finalmente Israel otra vez) era un punto de unión de civilizaciones. La zona estaba atravesada por antiguas rutas comerciales, como la vía Maris , el camino de los Reyes y el camino de Horus , que unían el Golfo Pérsico con la costa mediterránea y Egipto con Asiria, lo que llevaba al Creciente fértil influencias de otras culturas.
El Tanaj cuenta que después de cuarenta y un años de vagar por el desierto, los israelitas llegaron a Canaán y la conquistaron bajo el mando de Josué, que repartió la tierra entre las doce tribus. Durante un tiempo el pueblo fue regido por una serie de gobernantes llamados jueces. Saúl, de la tribu de Benjamín, fue el primer rey de Israel, seguido por David, de la tribu de Judá, quien establecería el linaje del que saldrían los demás reyes. Tras el reinado de Salomón (desde 965 AC), la nación se dividió en dos: Judá al sur, formada por las tribus de Judá y Benjamín , e Israel al norte, con las diez tribus restantes. En el siglo VIII AC Salmanasar V, Rey de Asiria y Babilonia conquistó el reino de Israel y deportó a sus habitantes por haberse negado su rey Osías a pagarle tributo y haber solicitado ayuda a Egipto, por lo que se perdió constancia de ellos, a los que se suele referir como las diez tribus perdidas. .
Por su parte, el reino de Judá fue conquistado por el ejército babilónico a principios del siglo VI AC. La élite fue deportada a Babilonia pero parte de ella regresó a su patria conducida por los profetas Esdras y Nehemías , cuando el rey persa Artajerjes I invadió Babilonia.
A partir de esta época comenzaron las divisiones entre los israelitas, con la formación de partidos político-religiosos, como los saduceos y fariseos.
Imperio Seléucida
En el año 334 AC Alejandro empezaba la conquista del Imperio persa, dominando el Oriente Medio en el 332. A su fallecimiento, tras la división del imperio entre sus generales, se impuso el Imperio seléucida en una zona que abarcaba desde el Mediterráneo hasta la frontera con la India.
Herederos de la cultura helenística que procuraron difundir, los reyes de la dinastía gobernaron al modo de sus antecesores asirios, mesopotámicos y persas, haciéndose adorar como a dioses. Frecuentemente estuvieron en guerra con la dinastía Ptolemaica de Egipto.
Antíoco IV Epifanio, rey de la dinastía seléucida siria que gobernó entre 175-164 AC, inició una de las primeras persecuciones religiosas registradas, fenómeno casi desconocido hasta entonces. A su vuelta de Egipto, organizó una expedición contra Jerusalén, destruyéndola y matando a muchos de sus habitantes. El deterioro de las relaciones con los judíos religiosos condujo a Antíoco a dictar decretos prohibiendo determinados ritos y tradiciones religiosas, por lo que los judíos ortodoxos se rebelaron bajo la dirección de los Macabeos.
Judaísmo helenístico
A partir del Siglo II AC todos los escritores (Filón, Séneca, Estrabón) mencionan poblaciones judías en muchas ciudades de la cuenca del mediterráneo.
La corriente del judaísmo influenciada por la filosofía helenística se desarrolló notablemente a partir del siglo III AC entre la diáspora judía de Alejandría, culminando en la compilación de la Septuaginta. Un representante de la simbiosis entre la teología judía y el pensamiento helenístico es Filón de Alejandría..
Macabeos
Los Macabeos levantaron al pueblo y lograron la independencia. Eran los hijos del sacerdote Matatías, que prendió la mecha al negarse a adorar a los dioses griegos. La familia huyó a las montañas, desde donde Judas Macabeo volvió con un ejército de judíos disidentes consiguiendo la victoria, restableciendo los servicios tradicionales judíos en el Templo y nombrando a Jonatán Macabeo como sumo sacerdote. En el 142 AC Simón Macabeo, el último hijo de Matatías, ascendió al poder. Ese mismo año Demetrio II de Siria garantizó a los judíos la independencia política completa, y Simón, sumo sacerdote y comandante de los ejércitos judíos, gobernó hasta el año 135 AC, cuando fue asesinado. Su hijo Juan Hircano fundó la dinastía Asmonea.
Asmoneos
Más preocupados que sus antecesores por el poderío militar, los asmoneos establecieron un reino desde el año 134 AC hasta el advenimiento del Imperio Romano en Israel en el 63 AC. Con los asmoneos, las fronteras del reino judío llegaron a tener las dimensiones de los tiempos de David y Salomón, ya que anexionaron Samaria, Galilea e Idumea, y forzaron a los idumeos a convertirse al judaísmo.
La dinastía se desintegró como resultado de la guerra civil entre Hircano II y Aristóbulo II, hijos de Salomé Alejandra: la última de los asmoneos y la única mujer que gobernó en Israel. Las peticiones de ayuda a la República Romana trajeron como consecuencia la conquista del reino por Cneo Pompeyo Magno.
Judea (Provincia romana)
En 63 AC, Pompeyo conquistó la región, convirtiéndola en reino tributario de Roma, que repartió el reino en 5 distritos bajo la jurisdicción de un Sanedrin y nombró sumo sacerdote a Juan Hircano II. A partir de entonces, el Sumo Sacerdote fue nombrado por los romanos.
En 40 a. C. el Senado Romano nombró rey de los judíos a Herodes el Grande, concediendo una cierta autonomía, que fue casi anulada cuando Augusto unió el territorio de Israel con el de Siria, formando la Provincia de Judea bajo gobierno de un legado, Publio Sulpicio Quirino, aunque mantuvo en el trono a Herodes. La orden de Quirino de censar a la población (los censos estaban prohibidos por las leyes judías), encendió una revuelta duramente reprimida. Las relaciones entre judíos y romanos se deterioraron seriamente durante el reinado de Calígula, que ordenó colocar una estatua suya en el Templo, aunque su muerte calmó la situación.
Tras la muerte de Herodes el grande en el año 39, Claudio designó como rey de los judíos a Herodes Antipas (41-44), a Herodes de Calcis y posteriormente a Herodes Agripa II (48-100), séptimo y último rey de la familia Herodes.
Posteriormente hubo tres rebeliones:
En el año 66 estalló la primera guerra Judeo-Romana, cuya causa fue la orden de Vitelio de adorar a los dioses romanos. Vespaciano y después su hijo Tito fueron enviados a sofocar la revuelta, destruyendo Jericó en 68, Jerusalén, cuyo templo fue arrasado en el 70 y Masada en el 73. Se nombró un pretor y la X Legión fue encargada de mantener el orden, quedando anulada la monarquía y encargado el Sanedrín, que fue trasladado a la ciudad de Yavne, de los aspectos religioso, político y judicial de la vida judía.
En 115 DC estalló una segunda sublevación, esta vez generalizada entre los judíos de todo el oriente del Imperio, comenzando en Cirene. En el 118 el emperador Adriano prometió autorizar la reconstrucción del Templo, lo que calmó la revuelta.
Entre 132 y 135 D. C. estalló una tercera guerra debido a las leyes de Adriano, que prohibió el Brit Milá, la celebración del Shabat y las leyes de pureza en la familia, así como por el rumor de que se iba a construir un templo en honor a Júpiter en el solar del Templo. Después de la derrota de los judíos, Adriano dictó varias normas para humillarlos y evitar nuevas sublevaciones: Jerusalén pasó a llamarse Aelia capitolina y la provincia Syria Palaestina (Siria Palestina) en lugar de Judea. También se prohibió a los judíos vivir en Aelia Capitolina y la religión judía quedó prohibida. Los judíos permanecieron en Galilea, en los Altos del Golán, en el sur del antiguo reino de Judá y en otras zonas cercanas.
Diáspora
La destrucción de Judea y el que gran parte de la población judía fuera asesinada, esclavizada o exiliada, y la religión judía prohibida, trajo consigo que la autoridad religiosa pasara del Templo a los rabinos, que recogieron sus interpretaciones sobre el Tanaj en el Talmud: los que permanecieron en la recién creada provincia romana de Palestina lo hicieron en el Talmud de Jerusalén (Talmud Yerushalmi), y los exiliados en el Talmud de Babilonia (Talmud Bavli), que fue redactado en esa ciudad.
Los judíos fueron aceptados en el Imperio Romano e incluso llegaron a ser ciudadanos, pero con la llegada del cristianismo las restricciones crecieron. Las expulsiones y persecuciones forzadas dieron lugar a cambios substanciales en los centros de la vida judía a los que las comunidades de lugares alejados seguían, aunque no se mantuvo la unidad debido a la dispersión. Hubo asentamientos en todas las provincias romanas de Oriente Medio, Europa y África.
Período Bizantino
Era política oficial el convertir a los judíos al cristianismo (catolicismo para ser exactos), y se utilizó el poder oficial de Roma en estas tentativas. En el 351 DC los judíos se rebelaron contra las presiones de su gobernador, Gallus. Éste aplastó la rebelión y destruyó las principales ciudades de Galilea, donde la rebelión había comenzado. Tzippori y Lydda (sitio de dos de las academias legales principales) nunca fueron reconstruidas.
En este período el Nasi del Sanedrin, Hillel II, creó un calendario oficial basado en cálculos matemáticos y astronómicos y que prescindía de las observaciones empíricas de que se valieron hasta entonces. También entonces la academia judía de Tiberius comenzó a redactar la Mishnah, bajo la dirección de Yehuda Ha-Nasi. El texto está organizado de forma que cada párrafo de Mishnah fue seguido por una compilación de todas las interpretaciones, historias y respuestas asociadas a ese Mishnah.
Los judíos de Judea recibieron un breve respiro en la persecución oficial durante el reinado del emperador Juliano, que animó a los judíos a reconstruir Jerusalén. Su breve reinado impidió la realización de esta promesa antes de que el cristianismo fuese de nuevo impuesto en el imperio. En el 398 fue consagrado Patriarca Juan Crisóstomo, que hizo una serie de sermones contra los cristianos judaizantes que construirían un clima de desconfianza y odio en los establecimientos judíos grandes, tales como los de Antioquía y Constantinopla.
En el siglo V, Teodosio I convirtió el cristianismo en religión oficial del Imperio, prohibiendo a los judíos el tener esclavos, construir sinagogas nuevas o acceder a cargos públicos. El matrimonio entre judíos y cristianos se consideraba delito capital, al igual que un cristiano se convirtiese al judaísmo. Teodosio eliminó el Sanedrín y suprimió el puesto de Nasi. Con Justiniano I las autoridades restringieron los derechos civiles de los judíos y amenazaron sus privilegios religiosos. El emperador también interfirió en los asuntos internos de la sinagoga prohibiendo, entre otras cosas, el uso de la lengua hebrea en la adoración divina.
Justiniano y sus sucesores tenían abandonada la provincia de Judea, por lo que, irónicamente, en el siglo VI se construyeron allí sinagogas nuevas con los suelos cubiertos de hermosos mosaicos. Los judíos asimilaron en sus vidas las formas de arte de la cultura bizantina, y en los mosaicos se muestran gentes, animales, menorahs, zodiacos y caracteres bíblicos. Ejemplos excelentes de estos suelos se han encontrado en Beit Alpha (que incluye la escena de Abraham sacrificando un carnero en lugar de a Isaac, junto con un zodiaco magnífico), Tiberius, Beit Shean y Tzippori.
Creencias judías y cristianas
En el primitivo Israel, el Día de Yahvé se concebía como algo venidero, en el que se establecía una batalla que decidiría el destino de la gente. A pesar de que la gente lo esperaba como un día de victoria, profetas como Amos, Oseas, Isaías, Miqueas, Sofonías y Jeremías temieron que pudiera traer la completa o casi completa destrucción, asociándolo a la creciente amenaza militar de Asiria. Para Jeremías, el pronóstico del juicio era el criterio de la verdadera profecía. Más tarde, en los libros que contenían sus declaraciones se intercalaron profecías de prosperidad, que constituían signos significativos de esperanzas escatológicas. El libro de Daniel expresaba la esperanza de que el reino del mundo sería dado a los santos del Más Alto, el pueblo judío. Después de la destrucción de la bestia representada por los reinos helénicos del Próximo Oriente, se promete que un representante del cielo, acaso el arcángel Miguel, descenderá de las nubes y recibirá el imperio del mundo. No aparece ningún Mesías en esta profecía. La primera aparición clara de este libertador se encuentra en la Canción de Salomón.
Después de la conquista de Palestina por el general romano Pompeyo el Grande en el 63 A.C., los judíos anhelaron un descendiente de la línea de David, rey de Israel y Judea, que rompería el yugo romano, establecería el imperio de los judíos y gobernaría como un rey justo sobre las naciones sometidas. Este deseo llevó finalmente a la rebelión que se produjo en los años 66-70 D.C. y que supuso la destrucción de Jerusalén. Cuando Cristo proclamó la llegada del reino del cielo, resultó natural, por lo tanto, que a pesar de su negación, algunos consideraran que reclamaba ser rey de los judíos. Sus discípulos estuvieron convencidos de que regresaría como el Mesías de las nubes del cielo. Sin embargo, es poco probable que el juicio final y la llegada de la muerte fueran concebidos como potestades o atributos del Mesías por un adepto de la fe judía.
En la doctrina cristiana la escatología engloba la segunda venida de Cristo o parusía, la resurrección de la muerte, el juicio final, la inmortalidad del alma, la idea del cielo y del infierno, y la culminación del reino de Dios. En la Iglesia católica apostólica romana, la escatología comprende, además, la visión beatífica, el purgatorio y el limbo de los justos.
Los Imperios Romanos de Occidente y Oriente y el Cristianismo
A la muerte de Julio César en Roma el 15 de marzo de 44 AC, asesinado por senadores de la República, toma su lugar su hijo adoptivo Octavio quien se traba en lucha y vence a Marco Antonio, general romano que junto a Cleopatra había tomado posesión de Egipto. Así, la República se anexionó de facto las ricas tierras de Egipto, aunque la nueva posesión no fue incluida dentro del sistema regular de gobierno de las provincias sino convertida en una propiedad personal del emperador legable a sus sucesores. A su regreso a Roma el poder de Octavio fue enorme, tanto como lo fue la influencia sobre sus legiones.
En el año 27 A. C. se estableció una ficción de normalidad política en Roma, otorgando a Augusto por parte del Senado, el título de Imperator Caesar Augustus (emperador César Augusto). El título de emperador, que significa «vencedor en la batalla», lo convertía en comandante de todos los ejércitos.
Desde el 27 AC hasta el 14 DC el César de Roma es Augusto y a su muerte lo sucede Tiberio (14 al 37) quien gobernaría el Imperio en tiempos de la pasión y muerte de Jesucristo y el nacimiento del cristianismo. Pedro es la cabeza de la Iglesia desde entonces, hasta su muerte en 67.
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