La filosofia en la definición de la identidad del adolescente (página 2)
La definición de la identidad requiere que el
joven comprenda la realidad en que vive a través de
diversas cosmovisiones, porque es frecuente que muchos
únicamente la perciban, interpreten y sistematicen a
través de la más tradicional, la más
convencional, la más arraigada y la más impuesta
(la religiosa), desconociendo que hay diversas formas de
contemplar, ver, entender y comprenderla, como la
cosmovisión científica, filosófica y
estética, entre otras. La comprensión de nuestra
realidad, de nuestro mundo, de nuestro universo, mediante una
sola cosmovisión, como la religiosa (que es la que
más impera y nos condiciona), nos convierte en seres
unidimensionales, atentando contra nuestra naturaleza de seres
pluridimensionales. Una cosmovisión, "los ojos con que
vemos el mundo", es un sistema de pensamiento mediante el
cual fundamentamos o sustentamos determinadas posturas con
relación a nosotros mismos, a los demás y al
universo. Para entender un poco en la práctica cómo
influyen las cosmovisiones en nuestra vida, veamos un ejemplo que
se nos presenta cotidianamente. Cuando una persona está
"enamorada" y su forma de amar está "empantanada",
confundida, complicada, con la posesividad, la obsesión,
los celos, el acoso, el maltrato (físico y emocional) y
otras pasiones que no lo dejan disfrutar de su amor y de su vida
en paz, es decir cuando "el amor es enfermizo", hay
múltiples explicaciones de este "extraño"
comportamiento. Desde la cosmovisión religiosa (un tanto
superficial y que contiene elementos irracionales como lo
supersticioso, lo mítico, lo mágico, etc.) se
dirá que esa persona está "embrujada", que
está "encaprichada", que le hicieron un "maleficio", que
se "adueñaron" de su voluntad, que le dieron un "bebedizo"
o que es un "pendejo"… Desde la cosmovisión
científica (un poco más profunda y racional) se
dirá que esa persona tiene problemas de autoestima, de
dependencia, de inseguridad, de inteligencia emocional, de
neurosis, de trastornos de personalidad, y que, por tanto,
necesita ayuda psicológica. Desde la cosmovisión
filosófica (muy profunda) se dirá que esa persona
desconoce la importancia de la libertad y la autonomía de
los demás, que no reconoce el derecho a ser diferentes y a
decidir soberanamente sobre sus afectos y su vida, que ignora que
con su "peculiar" estilo de amar está instrumentalizando y
cosificando a la persona que dice amar, y que aún no le ha
encontrado un sentido a su vida. Así mismo, desde la
cosmovisión estética (percepción y
representación de determinados aspectos de la realidad
bajo el criterio predominante de lo bello) se dará otra
explicación totalmente diferente a las anteriores, pero
que nos mostrará otra visión de la misma
problemática, por cuanto permite descubrir aristas de la
realidad que no contemplan otras cosmovisiones. "Cualquier modo
de mirar el mundo es sólo uno entre muchos",
sentenció Edward de Bono.
La autoestima contribuye al logro de la identidad. La
autoestima es el sentimiento valorativo de nuestro ser, de
nuestra manera de ser, de quienes somos nosotros, del conjunto de
rasgos corporales, mentales y espirituales que configuran nuestra
personalidad. Esta se aprende, cambia y la podemos mejorar. Es el
valor individual que cada quien tiene de sí mismo. Es el
concepto que tenemos de nuestra valía y se basa en todos
los pensamientos, sentimientos y experiencias que sobre nosotros
mismos hemos ido recogiendo durante nuestra vida. Se relaciona
con la suficiente autoestimación que hace al ser humano
más seguro, más capaz y, por consiguiente,
más productivo, ya que le permite reafirmar su autoimagen
como alguien portador de valores y sujeto a deficiencias que debe
superar. Consiste en el reconocimiento objetivo de los propios
valores. Es el aprecio que se logra de la misma persona. Es
fundamentalmente quererse y respetarse a sí mismo, buscar
siempre lo mejor para uno. La autoestima se desarrolla con
fundamento en la seguridad de ser y sentirse valioso para
nuestros semejantes. Es importante para la supervivencia
psicológica. Es esencial en cada sujeto porque contribuye
al perfecto funcionamiento psíquico del ser humano y su
forma de convivir con otros seres sociales.
La persona que tiene alta autoestima siente que es
importante, que el mundo es un lugar mejor porque ella
está ahí. Tiene fe en todo lo que realiza, si bien
solicita ayuda a los demás, lo hace porque al creer en
sí mismo escucha opiniones y es capaz de quererse t
respetar a los demás. Irradia confianza, esperanza y se
acepta a sí misma. La persona con su autoestima alta usa
su intuición y percepción. Es libre, nadie la
amenaza, ni amenaza a los demás. Dirige su vida hacia
donde cree conveniente, desarrollando habilidades que hagan
posible esto. Es consciente de su constante cambio, adapta y
acepta nuevos valores y rectifica caminos. Aprende y se actualiza
para satisfacer las necesidades del presente. Acepta su sexo y
todo lo relacionado con él. Se relaciona con el sexo
opuesto en forma sincera y duradera. Ejecuta su trabajo con
satisfacción, lo hace bien y aprende a mejorar. Se gusta a
sí misma y gusta de los demás. Se aprecia y respeta
a sí misma, y aprecia y respeta a los demás. Se
percibe como única y percibe a los demás como
únicos y diferentes. Así mismo, conoce, respeta y
expresa sus sentimientos y permite que lo hagan los demás.
Toma sus propias decisiones y goza con el éxito. Acepta
que comete errores y aprende de ellos. Conoce sus derechos,
obligaciones y necesidades, los defiende y desarrolla. Asume sus
responsabilidades, y ello le hace crecer y sentirse pleno. Tiene
la capacidad de autoevaluarse y no tiende a emitir juicios de
otros. Controla y maneja sus instintos, tiene fe en que los otros
lo hagan. Maneja su agresividad sin hostilidad y sin lastimar a
los demás. Tener confianza y seguridad en sí mismo
ayuda a hacer la vida mucho más agradable y alcanzar con
mayor facilidad las metas propuestas.
"La alta autoestima es uno de los recursos
más valiosos de que puede disponer un adolescente.
Así aprende a desarrollar relaciones más gratas,
aprovecha las oportunidades que se le presentan, tiene metas a
seguir. El y la adolescente que termina esta etapa de su vida con
una autoestima positiva y bien desarrollada entrará a la
etapa adulta con bases sólida para lograr una vida
productiva y satisfactoria.
La adolescencia es la etapa del desarrollo humano
más crítica para afianzar la autoestima. El y la
joven apenas comienza a definir su identidad, tiene que
reconocerse como una persona distinta, conocer sus posibilidades,
su talento y sentir su valor como persona que avanza hacia un
futuro.
La autoestima va influir en él y la
adolescente, en cómo se siente, piensa, aprende, crea,
valora, se relaciona y comporta. Podrá saber con claridad
con qué recursos y objetivos cuenta. Ayudar a los y las
adolescentes a acrecentar su autoestima puede inducir situaciones
beneficiosas y reforzar recursos para la vida adulta. Durante la
adolescencia fraguar su identidad y sentirse bien consigo mismo
es una auténtica necesidad. Si puede satisfacer tal
expectativa, a su debido tiempo, podrá seguir adelante y
alistarse para asumir la responsabilidad de satisfacer sus
necesidades en la vida adulta.
La mayoría de los adolescentes,
independientemente de su estrato social, carece de un concepto
definido de sí mismo. Como persona ignora sus necesidades,
niega sus obligaciones, no les da importancia o las evade; ya que
su energía está orientada a complacer o satisfacer
a los demás…
La autoestima se consolida como el resultado de la
confianza que tenemos en nosotros mismos y en nuestras
posibilidades, tomando en cuenta nuestras capacidades y sentido
de nuestra valía personal. En este proceso debemos
aprender a desarrollar todos los elementos que estén
íntimamente ligados a la naturaleza
personal"[42].
La autoestima (qué tanto me quiero) se compone
de: autoimagen (qué tanto me gusto), autoconcepto
(qué pienso de mí mismo), autoeficacia (qué
tanta confianza tengo en mí mismo) y autovaloración
(cuánto valgo), autodimensión (qué tanto
creo y ayudo a los demás), autoconciencia (para qué
sirvo y para qué soy bueno), autoproyección
(cómo se sienten los demás al relacionarse conmigo
y cómo me siento con ellos), autoexpectativa (cómo
busco y espero lo mejor de la vida), automotivación
(qué razones tengo para actuar de una manera determinada),
autocontrol (qué dominio tengo sobre mí),
autonomía (soy yo mi propia ley y mi propio gobierno) y
autodeterminación (qué tanto soy capaz de tomar mis
propias decisiones).
Un docente de filosofía, si es un intelectual con
depurado espíritu crítico, en el quehacer
filosófico en procura de contribuir a la
consolidación o cierre de una óptima identidad del
estudiante, no puede desconocer que, tal como lo plantea la
aludida Leonor Noguera Sayer, el mismo marco jurídico
institucional insta a seguir normas y modelos que conllevan a la
repetición de lo mismo, sin generar espacios para la
práctica de la criticidad, el debate y la auténtica
búsqueda de la verdad. "Obsérvese el código
educativo en cualquiera de los campos en donde se aplica y se
verá la invitación a seguir las normas y los
modelos escogidos como ejemplares… La óptica desde
la cual miramos es conjunta, es enseñada y aprendida; no
se propone el descubrimiento del propio lugar para la propia
mirada; sólo se trajinan las preguntas que ya tienen
respuesta y sobre la fidelidad a ellas, se valora el conocimiento
y/o la madurez… No se promueve el espacio para el debate
que desarticule las verdades tan fuertemente definidas porque se
confunden con la identidad de sus adherentes. Las discusiones,
son formas de entretener la atención, ayudándonos a
ser aún más fieles a los dictados de la
organización social, jerárquica, escalonada y
majestuosa. La invitación se dirige a la proximidad, al
acuerdo, a la bienaventuranza de acogernos a las verdades
universales que de alguna forma responde a la primigenia
añoranza de unidad y de
fusión"[43].
La tarea educativa, por el contrario, es un compromiso
existencial en el que se posibilite el descubrimiento en el
interior de sí o del entorno como una experiencia en
sí mismo, en donde haya lugar para la sugerencia, la
sorpresa, para las preguntas y para las respuestas, como una
aventura de la imaginación, que al unirse a la realidad,
la descubre y la trasforma. Aquí, en el cierre de la
identidad del alumno, será de poca ayuda la
educación tradicional, que es el culto a lo ya conocido,
en donde "se toleran preguntas en relación con la materia
académica, mas no con las actitudes que el sagrado maestro
imparte, ejemplifica, aprueba o reprende, silenciando o
permitiendo de la discusión aquella dosis mínima,
necesaria para que el como si que la caracteriza, se convierta en
un sí aparente pero más fuerte que evite
enfrentamientos con calado y profundidad"[44]. En
este sentido se pronuncia el profesor Julio César
Carrión C.[45] (licenciado en ciencias
sociales), al señalar que el tipo de educación
(autoritaria) prepara a los individuos para el manejo de un
conjunto de disfraces que sabrán colocarse
acomodaticiamente en cada particular situación de su
diario vivir. Corresponde a la educación
–agrega– la formación de ciudadanos para la
vida democrática, la participación comunitaria, el
ejercicio de la contradicción y el conflicto, pero
fomentando el respeto por las diferencias. Entender las
diferencias es aceptar que otros piensen distinto, y "mientras
más piensen otros más posibilidades tengo yo de
pensar", nos decía el maestro Zuleta.
El genuino maestro de filosofía, en un
auténtico gesto de eticidad y honradez consigo mismo y con
los estudiantes, acudirá a su irrefutable e incuestionable
sagacidad y habilidad profesional para contribuir, con el valioso
aporte del filosofar, a que los discentes logren una
satisfactoria definición de su identidad, por cuanto, como
ya se vio, no lograr este vital propósito les acarrea
diversas dificultades en el transcurso de la existencia. En
concepto de Erikson, no logar forjarse una identidad lleva a la
confusión de roles y a la desesperación. Si una
persona no ha resuelto con éxito la crisis de identidad de
la adolescencia, puede tener serios problemas para elegir un
rumbo adecuado. El hecho de lograr el sentido de la identidad
personal permite establecer relaciones personales satisfactorias.
El psicólogo J. L. Orlofsky, citado por Morris, concluye
que "un sentido positivo de la identidad constituye la base de
las relaciones personales satisfactorias".
El quehacer filosófico le permitirá al
estudiante saber dónde está, qué es lo que
quiere y para dónde va; porque quien no sabe a
dónde va es un perdido en la existencia. La naturaleza del
pensar determina la naturaleza del ser. Por eso se necesita vivir
de acuerdo a como se piensa, para no terminar pensando como se
vive. El adolescente, luego de definir su identidad,
deberá tener objetivos y metas perfectamente claras en la
existencia.
El joven es un ser grandioso con todo un horizonte
infinito de posibilidades en donde buscar y desarrollar un
proyecto de vida auténtico que le permita trascender la
alienación y los sofismas que le impone la cultura, con el
ánimo de que tenga perfectamente claro quién es
él, dónde está y qué quiere hacer con
su vida. Aforísticamente, Nietzsche sentenció que
"hay que saber lo que se quiere y qué se
quiere"[46]. Tiene que consolidar su identidad
individual. "Como lo han expresado los filósofos
humanistas, el carácter inacabado del ser humano hace que
la construcción de la identidad individual, el proceso de
convertirse en persona, sea ante todo un proyecto, una apuesta
hacia el futuro inexistente en cuyo diseño y
realización el ser humano se juega la
vida"[47].
Al observar tantos conflictos entre los docentes y los
discentes y, sobre todo, al apreciar que muchos jóvenes
terminan su educación media, es decir se gradúan de
"bachilleres" sin haber logrado su identidad, surge la inquietud
que algunos "educadores" pareciere que desconocen la profunda y
compleja psicología del adolescente, un "ser en crisis".
Ignoran acaso que adolescencia, en su misma etimología,
quiere decir crecer, avanzar, desarrollarse, hacerse fuerte,
superar la época tutelar; también da la
impresión de no ser conscientes que el adolescente de
nuestro contexto "se halla dentro de una situación casi
desesperada, de aislamiento entre generaciones, de pocas
posibilidades de participación social y política
ante un futuro de subempleo o desempleo, ante una
educación de baja calidad que no los entusiasma y que no
asegura ni empleo, ni progreso social, en una sociedad sin un
proyecto claro de futuro en el cual ellos puedan
insertarse"[48]. Nubia Lobo Arévalo y Clara
Santos Rodríguez dicen que "nunca podremos saber hasta
qué punto la ignorancia de la psicología y de la
pedagogía… es la responsable de oportunidades
perdidas, ambiciones defraudadas, esfuerzos abandonados, casos de
crímenes y delincuencia, defectos mentales
específicos y personalidades desintegradas". El educador,
como experto en ingeniería humana, influye en la
modelación de la inteligencia y de la personalidad de sus
educandos. "La labor del docente –agregan dichas
educadoras– es mucho más compleja que cualquiera
otra actividad profesional, por tanto exige una permanente
actualización y preparación para hacer de la tarea
educativa una actividad agradable y
fructífera"[49]. Dentro de las crisis de
ese "ser en crisis" encontramos la crisis de adolescencia, en
donde, según Maurice Debesse, el joven se manifiesta por
un agresivo inconformismo que confunde a los adultos y a los
adolescentes mismos. "Suscita un vigoroso sentimiento del valor
personal, de la unidad de experiencias y remata en una
exaltación de la personalidad naciente y en una especie de
egotismo personal, para apoyarse –al fin– en una
rudimentaria y frágil síntesis
mental"[50]. La crisis de adolescencia es temporal
y en el tiempo está el remedio natural. "En todo caso esta
"crisis" debemos aceptarla como parte de una forma de
transformación del individuo, como un modo de
búsqueda de identidad que pueda concebirse en un proceso
de ensayo y error que induzca al joven a luchar por construir sus
propias identificaciones, porque él mismo no pide tan
sólo ser comprendido, sino
respetado"[51].
Con grande acierto sentenciaba Platón que era
más importante la ciencia de educar a la juventud que la
ciencia de gobernar al pueblo. El reconocido intelectual William
Ospina precisa que, ante nuestra degradante realidad colombiana,
nadie se siente convocado por un proyecto de sociedad y que "los
jóvenes se aturden por gozar el presente sin preguntas y
sin pensamientos porque nadie cree en el futuro, salvo cuatro
caballeros de industria y sus voceros en los medios de
comunicación"[52].
Según Estanislao Zuleta, la educación
actual reprime el pensamiento, porque "lo que se enseña no
tiene muchas veces relación alguna con el pensamiento del
estudiante, en otros términos, no se le respeta, ni se le
reconoce como un pensador, y el niño es un
pensador"[53]. Un iconoclasta como André
Bretón afirma en su Primer manifiesto surrealista
que los "cuidados" de sus educadores le habían destrozado
su infancia. Tanto de la educación familiar como de la
educación escolar depende un valioso aporte en la
búsqueda de la identidad, porque la adolescencia, tal como
nos dice el aludido Héctor Daniel, es, si se quiere una
etapa muy delicada y clave en el desarrollo de la personalidad
que va a regir la vida del adulto, su desarrollo social,
emocional y desenvolvimiento positivo en la sociedad. Es por ello
que el estudiante no se motiva, y por falta de motivación
incurre en indisciplina y bajo desempeño
académico.
Debido a que uno de los quehaceres concretos del
educador es despertar la motivación interna del
estudiante, aquél no puede renunciar a esta tarea,
teniendo en cuenta que "el niño es un
investigador" (de acuerdo con la teoría
psicoanalítica freudiana) y "si se le reprimen y lo ponen
a repetir y a aprender cosas que no le interesan y que él
no puede investigar, a eso no se le puede llamar
educar"[54]. Las diversas teorías
pedagógicas insisten en la importancia de la
motivación del alumno. Ya desde los tiempos renacentistas,
ese gran humanista y genio universal, el filósofo Erasmo
de Rótterdam, además de criticar la
educación autoritaria, abogaba por la motivación de
los estudiantes.
Ese desconocimiento de la psicología del
adolescente les impide saber (o se hacen los que no saben) que la
adolescencia se compone de una larga serie de crisis; que
"constituye una etapa difícil en el desarrollo de las
personas"[55], y que es una época de
agitación que hace complicada la adaptación al
joven, por lo cual "no admite ya la autoridad de sus padres y de
sus maestros como evidente e indiscutible"[56].
Por eso, a veces, "discute en forma violenta, impulsiva y
dogmática, enfrentándose con su medio familiar o
social"[57], debido a que afronta algunos cambios
psíquicos como la rebeldía, la ciclotimia y la
dialéctica. Estas entidades psíquicas lo llevan a
la desobediencia, que "es la condición para el
conocimiento de sí mismo…, por su capacidad de
elegir, y así, en último análisis, ese acto
de desobediencia es el primer paso del hombre hacia la
libertad"[58]. Al ignorar todo esto,
inexorablemente, el "profesor" se convierte en un ser
intolerante, incapaz de reconocer el derecho a la diferencia
(esencia del humanismo moderno) y el reconocimiento del otro como
una persona distinta a él (alteridad), como un ser
único e irrepetible, que tiene su universo propio y su
cosmovisión particular. Estas actitudes de los
"educadores" propician que los conflictos del joven (en proceso
de búsqueda de identidad) se generalicen y se agraven,
ante lo cual "se sentirá impulsado hacia muchas
direcciones simultáneamente y será incapaz de tomar
una decisión sobre su futuro"[59].
¿De qué le sirve a un joven salir del colegio con
un diploma en sus manos si no sabe quién es, para
dónde va y qué quiere hacer con su vida?
Para finalizar, es procedente reflexionar sobre lo que
nos dice el psicólogo Horacio Krell, con respecto a este
complejo y crucial tema, teniendo en cuenta aspectos como el
autorretrato de la identidad, la pérdida de identidad, la
creación de la identidad, el conocerse a sí mismo,
el logro de la identidad, la cultura y la identidad, la crisis de
la identidad, los modelos de identificación, los nuevos
disvalores, la sociedad de consumo y los nuevos
valores:
"La identidad es la respuesta a las preguntas
quién soy, qué soy, de dónde vengo, hacia
dónde voy. Pero el concepto de identidad apunta
también a qué quiero ser. La identidad depende del
autoconocimiento: ¿quién soy, qué soy, de
dónde vengo?; de la autoestima: ¿me quiero mucho,
poquito o nada?; y de la autoeficacia: ¿sé
gestionar hacia dónde voy, quiero ser y evaluar
cómo van los resultados?
El ojo interno de la mente crea la identidad con la
información que proviene de la experiencia en un proceso
que dura toda la vida. Al responder a la sugerencia
Socrática ¡Conócete a ti mismo y
conocerás el Universo!, la mente refuerza la identidad
interconectando experiencia, vocación y filosofía
de vida… "Conócete a ti mismo". La libertad es la
capacidad de seleccionar actos conscientes. Pero si mi
racionalidad es limitada, cualquier observador puede ver otra
realidad. Al elegir la identidad sobre la diferencia, admitimos
el pluralismo y el principio de
relatividad…
Si no se resuelve bien la crisis de identidad, se
puede aceptar una identidad creada por los padres, los amigos, o
la autoridad. La falsa identidad pone en contradicción
actos, pensamientos y emociones, elimina la pasión y
rebaja la autoestima.
Para afirmar la identidad la educación debe
sacar de adentro el potencial que traemos al nacer. El cerebro es
una página en blanco a completar con el saber y la
experiencia, que construye su realidad con las limitaciones de su
sistema perceptivo.
Construir identidad consume energías hasta
que al final se convierten en el logro. Caer en la falsa
identidad es fácil: asumir como propios planes ajenos,
eludir el compromiso, como una hoja arrastrada por el viento o
cambiar de colores según la ocasión, como el
camaleón, diferir la resolución de la crisis
produce parálisis por exceso de
análisis.
Se puede esperar poco de una sociedad donde priva la
conveniencia sobre la autorrealización, sálvese
quien pueda sobre los valores. La cultura establece directrices;
un poder central fuerte, articula la identidad según la
distancia con el centro. La cultura de la función crea
identidades: soy contador, abogado, obrero. La cultura de la
tarea acentúa el proyecto y cuando este concluye
sobreviene la desorientación. La cultura del individuo
como centro de todo, es la categoría del
consultor.
Al tomar conciencia se puede modificar, al detectar
valores obsoletos o que interfieren en los planes se pueden
cambiar. La identidad empieza en la infancia, y se afirma en la
adolescencia con crisis y compromisos. La crisis termina con la
selección de la identidad. El compromiso es involucrarse
en actividades compatibles con la
elección.
La calidad depende del contenido del compromiso, de
su intensidad y de la extensión de la exploración.
Abarca filosofía de vida incluyendo religión y
política, relaciones familiares, con amigos, escuela,
ocupación futura y del tiempo libre, destrezas personales,
relaciones íntimas. El logro se revela en el ejercicio
práctico de la identidad…
Hoy la identidad no está en el territorio por
la globalización, ni en los viejos valores por la
omnipresencia del consumo. Se perdieron los grandes relatos que
brindaban racionalidad y visión holística a los que
se aferraba la identidad individual. La democracia es formal:
iguales como ciudadanos –un hombre, un voto–,
desiguales como consumidores. Una mayoría de perdedores
aplaude el discurso de los ganadores.
Perder la brújula generó pensamiento
light, relativismo, doble discurso, violencia, no creer en la
justicia ni en la política, fin de la solidaridad,
fundamentalismo del consumo, buscar la satisfacción
inmediata, vivir el momento y a la moda, falta de oportunidades
laborales. Hasta la cultura se transformó en
industria.
Antes la identidad personal se basaba en la
autonomía, en compartir anhelos con el grupo de pares; en
acceder a una sexualidad plena, a lograr una inteligencia
abstracta, a la esperanza de concretar los sueños. Hoy la
adolescencia se extiende pese a la maduración temprana por
las barreras el empleo. Muchos jóvenes no estudian ni
trabajan, y no tienen futuro. Las exigencias de belleza, cuidado
del cuerpo, moda, se atienen al parecer físico,
dificultando establecer vínculos satisfactorios y plenos.
El otro se reduce a la mera necesidad de estar para confirmar
nuestra imagen.
La sociedad tiene los medios para bañar al
sujeto en sus paradigmas. No hay patologías sin sujetos,
pero tampoco sin historia. Los jóvenes no tienen modelos
en los cuales creer. Ante su ausencia se estimula la
ilusión de una juventud como valor que choca ante la
autoevidencia de los hechos, y aumenta la sensación de
frustración e inseguridad. El consumo es un valor
egoísta, la señal de éxito y el caldo de
cultivo de adicciones y de la violencia para alcanzarlo
simbólica o materialmente. La publicidad empuja hacia la
moda pero la sociedad de consumo, marca diferencias y
jerarquías. La gente debe integrarse al consumo, por las
buenas o por las malas.
La situación actual requiere que reinventemos
nuestra identidad reinventando nuestras relaciones pensando,
diciendo y haciendo para que los demás compartan este
cambio. El ciberespacio, mundo paralelo a la realidad cotidiana,
abre perspectivas para inventar identidad… Si tú
puedes, yo puedo.
Para que la identidad no sea un sueño y
evitar que ocurra lo que dijo Rousseau: el hombre nace libre y
sin embargo por todas partes se lo encuentra encadenado, hay que
adquirir una metodología que enseñe a desarrollar
el potencial, a conocer y usar la totalidad de los recursos
naturales, a dominar los mejores métodos, a elegir los
mejores proyectos y modelos, a convertirnos en arquitectos
diseñadores de nuestro propio
destino"[60].
Autor:
Luis Angel Rios Perea
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[51] BONILLA, Ana. Adolescencia, identidad y
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[52] OSPINA, William. ¿Dónde
está la franja amarilla? http://books.google.com.co
[53] ZULETA, Estanislao. Educación y
democracia, un campo de combate. Corporación Tercer
Milenio, Bogotá, 1995, p. 19.
[54] Ibídem, p. 20.
[55] FELDMAN, Roberto. Ob. cit. P. 365.
[56] TORRES MARTÍNEZ, Gertrudis. Ob.
cit. P. 330.
[57] Ibídem.
[58] FROMM, Erich. El corazón del
hombre. Fondo de Cultura Económica, México,
1985.
[59] MORRIS, Charles. Ob. cit. P. 358.
[60] KRELL, Horacio. La identidad.
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