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Economías Fallidas




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

  1. ¿Nuevos paradigmas?
    (Adagio)
  2. ¿Políticas económicas
    globales? (Poco piú animato)
  3. ¡El casino aún sigue abierto!
    (Marcha fúnebre)
  4. Economías Fallidas
    (Finale)
  5. La
    amargura de la victoria (después de tantas viejas y
    queridas causas perdidas)

"Tenemos suficiente para las
necesidades de todos, pero no para la codicia de unos
pocos"

Gandhi

Monografias.com

Manifestación en Atenas contra las
políticas de austeridad. En la pancarta pone: "La gente
está sufriendo". /Simela Pantzartzi (EFE)

Estado Canalla (Rogue State) es un controvertido
término aplicado por algunos teóricos
internacionales a los estados que ellos consideran como una
amenaza a la paz mundial. Esto resulta de la aplicación de
determinados criterios como el estar dominados por un
régimen autoritario que restrinja severamente los derechos
humanos, que financia el terrorismo y busca la creación y
proliferación de armas de destrucción masiva. El
término es usado sobre todo por los Estados Unidos aunque
también ha sido aplicado por otros
países.

Noam Chomsky escribió un libro con ese
título (Estados Canallas: el imperio de la fuerza en los
asuntos mundiales – 2002, edición española). La
mayor parte del mismo está dedicado principalmente a
demostrar la culpabilidad de Estados Unidos en los
crímenes más horrendos de las últimas
décadas.

El carácter terrorista de los gobiernos
estadounidenses alcanza el grado más escandaloso mediante
el análisis del autor sobre la verdadera condición
del Estado canalla que pretende declarar así a los estados
desobedientes, mientras se erige como jefe absoluto de los que se
consideran por encima de toda ley internacional debido a su
poderío.

Usar a las Naciones Unidas cuando le conviene y realizar
todo tipo de agresión directa de resultarle posible ha
sido y es, de manera confesa, la canallada mayor de nuestro
tiempo. Arrogarse ese derecho con los instrumentos de la fuerza y
el engaño, sin el menor respeto a nada ni nadie, aspirando
al aplauso, parece ser el destino que Estados Unidos pretende
imponer en todo el mundo.

El estudio de los hechos desde el final de la II Guerra
Mundial, el carácter público e interno de ellos,
así como la comprobación fehaciente que permite la
reciente desclasificación de documentos, hacen indudable
cada afirmación de Chomsky sobre la típica doble
moral de los gobiernos estadounidenses. Lo trágico de esas
historias es que tienen como denominador común las
masacres de seres humanos de muchas partes del mundo y la
manipulación informativa que las justifique ante la
opinión pública y, en especial, orientada
principalmente a alcanzar el apoyo del pueblo
norteamericano.

Estados Canallas deja al desnudo cada
justificación imperialista para sus agresiones y demuestra
con sólidos argumentos la complicidad de Estados Unidos en
toda acción genocida y terrorista, fundamentalmente desde
la década del 60. Millones de víctimas en todo el
mundo, sean indonesios, vietnamitas, serbios, palestinos,
nicaragüenses y cubanos, por solo citar algunos de la gran
cantidad de países agredidos, perdieron sus vidas por el
derecho que se arroga Estados Unidos de estar por encima de toda
ley internacional y carecer de la más elemental
ética. Pareciera que aquel pensamiento filosófico
de que entre los poderosos y los débiles la libertad es la
que suprime y la ley la que libera, es hoy el dilema que vive la
humanidad.

El término Estado Fallido es empleado por
periodistas y comentaristas políticos para describir un
Estado soberano que, se considera, ha fallado en la
garantía de servicios básicos. Con el fin de hacer
más precisa la definición, el centro de estudio
"Fund for Peace" ha propuesto los siguientes
parámetros:

-Pérdida de control físico del territorio,
o del monopolio en el uso legítimo de la
fuerza.

Erosión de la autoridad legítima en la
toma de decisiones.

-Incapacidad para suministrar servicios
básicos.

-Incapacidad para interactuar con otros Estados, como
miembro pleno de la comunidad internacional.

Por lo general, un Estado fallido se caracteriza por un
fracaso social, político y económico,
caracterizándose por tener un gobierno tan débil o
ineficaz, que tiene poco control sobre vastas regiones de su
territorio, no provee ni puede proveer servicios básicos,
presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad,
refugiados y desplazados, así como una marcada
degradación económica. Sin embargo, el grado de
control gubernamental que se necesita, para que un Estado no se
considere como fallido, presenta fuertes variaciones. Más
notable aun, el concepto mismo de Estado fallido es
controvertido, sobre todo cuando se emplea mediante un argumento
de autoridad, y puede tener notables repercusiones
geopolíticas.

En un sentido amplio, el término se usa para
describir un Estado que se ha hecho ineficaz, teniendo
sólo un control nominal sobre su territorio en el sentido
de no tener grupos armados desafiando directamente la autoridad
del Estado, no poder hacer cumplir sus leyes debido a las altas
tasas de criminalidad, a la corrupción extrema, a un
extenso mercado informal, burocracia impenetrable, ineficacia
judicial, interferencia militar en la política.

He querido utilizar el titulo de Economías
Fallidas
en este Paper con la intención de destacar (y
debatir) el fracaso del modelo económico globalizador,
librecambista, privatizador, desregulador, deslocalizador,
financiero y especulativo, que se ha venido aplicando en las
últimas décadas y que ha tenido su eclosión
(implosión) en el año 2008 (y continúa).
Adicción al crédito, ficción y quiebra. La
era de la codicia autodestructiva.

Economías fallidas son aquellas que han
sustituido a la economía real por la economía
especulativa.

Economías fallidas son aquellas donde se han
socializado las perdidas y privatizado las ganancias.

Economías fallidas son aquellas donde se ha
destruido empleo.

Economías fallidas son aquellas donde ha habido
un reparto desigual de la riqueza.

Economías fallidas son aquellas donde ha crecido
la pobreza.

Economías fallidas son aquellas donde los
jóvenes han sido condenados a ser más pobres que
sus padres.

Economías fallidas son aquellas donde se ha
"parado" el ascensor social.

Economías fallidas son aquellas donde se ha
"robado" el futuro.

Economías fallidas son aquellas donde se han
"transformado" los sueños en pesadillas.

Economías fallidas son aquellas donde se han
facilitado los crímenes corporativos.

Economías fallidas son aquellas donde se ha
promovido la trampa de la globalización.

Economías fallidas son aquellas donde se ha
destruido la confianza.

Economías fallidas son aquellas que han originado
la nueva era de las desigualdades.

Economías fallidas son aquellas que han dejado al
mundo sin rumbo…

Tres años después del casi colapso de la
economía mundial, la débil recuperación se
agotó en la mayoría de los países
desarrollados, y la inercia económica de la misma
arrastrará al resto. A noviembre de 2011, los expertos
vaticinan una recesión de "doble caída", pero en
algunos países -aún- la primera caída no ha
finalizado.

Mientras el mundo se espanta con WikiLeaks, se
entretiene con Facebook y confía en guardar sus secretos
en la "nube"… en el hemisferio norte (otrora desarrollado,
civilizado, democrático, previsible…) se
empeñan, una y otra vez, en "africanizarse", en
"latinoamericanizarse"… en fin, en llevar al Primer Mundo
hacia el Tercer Mundo. Y lo más grave, es que lo
están logrando. Pronto los países "emergentes"
(antes "sumergentes"), terminarán donando el 0,7% de su
PIB (¿remember?), para ayudar al desarrollo de los
países antes "ricos". Entonces la ONU propondrá
aplicar las Metas del Milenio (¿remember?) para erradicar
la pobreza de los países avanzados… Una limosnita
por el amor de Dios… ¡Joder!

Algunos "twits" sobre "Economías Fallidas" (un
pequeño aperitivo, después hay
más):

Estados Unidos firma un tratado con Taiwán por el
cual protegerá a Taiwán si es invadida por los
chinos. Hay sólo un problema con eso: ¡EEUU tiene
que tomar prestado el dinero de China para hacerlo! (noviembre
2011)

La Unión Europea envía un representante de
alto nivel para mendigar a China que compre deuda del Fondo
Europeo de Estabilidad Financiera, que ella misma no compra;
también se arrodilla en las alfombras de los
déspotas petroleros de Oriente Medio, con el mismo
propósito, e igual penoso resultado -además de la
indignidad. (noviembre 2011)

El Reino Unido se humilla antes los oligarcas rusos con
tal que mantengan activo el mercado inmobiliario británico
y gasten parte de su fortuna en Knightsbridge.

El presidente de Angola, Jose Eduardo Dos Santos,
señala que su país está listo para ayudar a
Portugal, su ex potencia colonial, a luchar contra la crisis
financiera. Diversos analistas esperan que la economía de
Portugal se contraiga en 2,8% el próximo año,
mientras que los pronósticos para Angola indican que
crecería un 12%. Las inversiones de Angola en Portugal
aumentaron considerablemente en los últimos años y
los analistas esperan que esa tendencia siga con el proyecto de
privatizar varias empresas portuguesas. (18/11/11)

El cuarto disco del ex primer ministro italiano Silvio
Berlusconi, titulado "El verdadero amor" y realizado en
colaboración con el compositor Mariano Apicella, ha salido
a la venta en todas las tiendas italianas, dos semanas
después de que "Il Cavaliere" anunciara su dimisión
como primer ministro de Italia. Entre los títulos que
contiene el disco están "Si se acabara el mundo", "No lo
sabrás más", "No te darás cuenta" y "Estoy
muriendo". Las canciones, cantadas por Apicella, han sido
escritas por "Il Cavaliere". (22/11/11)

Ante este "patético" panorama (del cual les
adelanto una mínima muestra, aunque bastante
representativa), la primera reflexión (para la "Obertura")
es que lo único que podemos dejar a nuestros hijos y
nietos es un legado repugnante de años de excesivo
endeudamiento y apalancamiento. El crepúsculo
económico de Occidente.

Lo único que se escucha son más alarmas
sobre la crisis del déficit en EEUU, la crisis de la deuda
en Europa, y elecciones o cambios de liderazgo, que actúan
como factores de distracción, en EEUU, Europa y China. Las
palabras "inestabilidad" y "contagio" abren los telediarios y
encabezan los periódicos.

Eufemismos, farsas y absurdos: quantitative easing
(USA), bonos de estabilidad (UE), línea de liquidez
preventiva (FMI)… la FED que no se baja del
helicóptero, el BCE que no se anima a subirse al
helicóptero (Alemania no lo deja) y que le presta dinero
al FMI, para que este, a su vez, se lo preste a los países
europeos quebrados (en vez de hacerlo directamente, como la FED,
el BoE, o el BoJ)… Entre el surrealismo y la
hipocresía.

Todos perplejos ante la "prima de riesgo"; pero, para
qué preocuparse por la "prima", si ya han "violado" a la
madre, a la hija, a la hermana y hasta a la abuela. Puro
cinismo.

La crisis se va llevando por delante la credibilidad de
los bancos centrales, de los gobiernos y el proyecto Europeo; en
tanto se espera el desenlace del "duelo al sol" que
protagonizaban legisladores demócratas y republicanos en
Estados Unidos sobre el límite de la deuda pública
y un plan de reducción del déficit (22/11/11). Cada
vez resulta más difícil tratar de enderezar la
situación (cuando no, imposible).

Para cerrar la "obertura", e invitarlos a seguir
adelante con la lectura (y el debate) les ofrezco un
gráfico muy sugerente y profético, publicado por
The Wall Street Journal, el 21/11/11):

Monografias.com

Para esto ha servido la "danza macabra" de los adictos
al crédito. Para eliminar la clase media americana y
europea, y promover el surgimiento de la clase media china e
india.

¿Serán los mismos líderes (?) de
las "economías fallidas" los que nos saquen del modelo de
"capitalismo unilateral" (cara, gano yo; cruz, tú pierdes)
en que nos han metido? Mientras continuamos bailando al borde del
precipicio, les dejo con una cita de Ortega y Gasset, a modo de
respuesta preliminar:

"No podemos pedir el retorno de lo que fue la causa
del trastorno"…

¿Nuevos
paradigmas? (Adagio)

(Aunque el "personaje" no me merece ningún
respeto, lo cito como comunicador del pensamiento del Fondo
Monetario Internacional, en ese momento; luego, vaya a
saber.)

– Nuevos paradigmas normativos para un mundo nuevo
(Project Syndicate – 13/12/10)

(Por Dominique Strauss-Kahn) Lectura
recomendada

Washington, DC.- A lo largo del último cuarto de
siglo, la economía mundial ha disfrutado de un notable
período de crecimiento estable y baja inflación. La
llamada "gran moderación" dio a las autoridades una falsa
sensación de seguridad sobre su capacidad para gestionar
la economía y abordar las crisis financieras, pero, cuando
la gran moderación experimentó la metástasis
de la gran recesión, salieron a la luz los errores fatales
del pensamiento establecido. Uno de los más notables fue
el de lo deficientemente que entendíamos las vinculaciones
entre el sistema financiero y la economía en sentido
más amplio, además de las vinculaciones entre los
países.

Hoy, cuando las autoridades buscan nuevos paradigmas
para gestionar la economía en 2011 y más adelante,
una mejor comprensión de esas vinculaciones será
esencial para fomentar el crecimiento económico y reducir
el riesgo de crisis. Igualmente importante es entender que
mediante la cooperación podemos forjar una economía
mundial más estable y más lograda para beneficio de
todos los países.

Voy a intentar explicar lo que eso
significa para tres objetivos normativos: crear un sector
financiero más fuerte y más seguro, lograr un
crecimiento más equilibrado y más estable y
gestionar grandes corrientes de capitales inestables.

Un sistema financiero más fuerte y más
seguro es la base de una economía lograda, lo que requiere
una sólida reglamentación, con una normativa
sensata para los mercados y las entidades financieros y, para
velar por que todo el mundo se atenga a las reglas del juego, se
deben supervisar intensamente las entidades
financieras.

Ahora bien, incluso con las mejores normas y
supervisión, seguirá habiendo crisis y ésa
es la razón por la que necesitamos mecanismos eficaces de
resolución para actuar con las entidades que se encuentren
con dificultades y, por último, dadas las intensas
influencias mutuas dentro del sector financiero y en toda la
economía en sentido más amplio, necesitamos un
marco global para gestionar los riesgos en el sistema financiero
en conjunto.

Ya se ha hecho mucho para hacer avanzar la reforma
reglamentadora, en particular el reciente acuerdo para fortalecer
el capital de los bancos (Basilea III). Aun así, distamos
de contar con la supervisión necesaria para una
aplicación idónea de las normas. Todavía no
se han conseguido unos eficaces mecanismos de resolución y
marcos sistémicos y sigue siendo una tarea incluso
más difícil.

Pasando a la economía en sentido más
amplio, hemos aprendido que, para ser sólido, el
crecimiento debe ser equilibrado. En el nivel nacional, requiere
instrumentos para prevenir la posibilidad de que los excesos en
un sector derriben toda la economía. En el nivel mundial,
requiere una mejor distribución del crecimiento en todos
los países, para prevenir desequilibrios
desestabilizadores.

¿Cuáles son las consecuencias para la
política macroeconómica?

La política monetaria debe dejar de estar
exclusivamente centrada en una inflación baja y estable y
prestar una atención mucho mayor a la estabilidad
financiera. Lo que ahora está en debate es cómo
exactamente incluir ese imperativo en la política
monetaria y cómo coordinar la labor de las autoridades
monetarias y reglamentadoras.

En el caso de la política fiscal, la crisis
demostró el valor del mantenimiento de una deuda
pública y unos déficits bajos durante los buenos
tiempos: los países con haciendas públicas
más sólidas tienen más margen para
amortiguar las repercusiones económicas de las crisis,
pero la gran recesión ha hecho que la deuda pública
y los déficits se dispararan en muchas economías
avanzadas.

La rapidez con que se deba lanzar la reducción
fiscal -y el equilibrio adecuado entre mayores impuestos y menor
gasto- variará según los países, al reflejar
factores como la solidez de la recuperación
económica, el interés de los mercados por la deuda
y los coeficientes iniciales entre gasto e ingresos, pero el
objetivo común de la política fiscal debe ser el de
apoyar un crecimiento y una creación de empleo duraderos a
medio plazo.

Otra cuestión importante es la de la
distribución de la renta. En los años
inmediatamente anteriores a la crisis, la desigualdad
aumentó en muchos países, con consecuencias
preocupantes para la cohesión social. La desigualdad cada
vez mayor puede haber aumentado también la vulnerabilidad
a la crisis: al haber menos personas con capacidad para recurrir
a los ahorros en malos tiempos, la repercusión en el
crecimiento es aún mayor.

Pasando a la dimensión internacional, resulta
decisivo entender mejor cómo influyen indirectamente en
otras economías las políticas adoptadas en un
país. Ese es el enfoque que ha inspirado las medidas del
G-20 para lograr un crecimiento mundial fuerte, estable y
equilibrado. También el Fondo Monetario Internacional
está intensificando su labor en ese sector, mediante
"informes sobre las influencias indirectas" relativos a China, la
zona del euro, el Japón, el Reino Unido y los Estados
Unidos.

También es importante obtener una
comprensión mejor de las vinculaciones financieras entre
los países. Durante la crisis, hemos visto lo
rápidamente que el capital abandonó los
países antes considerados apuestas seguras. Hoy muchos de
esos países se tambalean a consecuencia de un
auténtico tsunami de dinero que regresa.

Las autoridades de muchos países con mercados en
ascenso están preocupadas porque un aumento repentino de
las entradas de capitales aprecie el valor de su divisa,
desestabilice los mercados financieros y alimente un
recalentamiento económico. Sus reacciones van desde
comprar el dinero extranjero para prevenir una apreciación
de la divisa hasta la adopción de controles de capitales
y, en casos extremos, impedir enteramente la entrada del dinero.
La situación ha llegado a ser muy tensa y se ha hablado de
"guerras de divisas" y de un riesgo real de proteccionismo
financiero.

Es evidente que debemos conseguir entender mejor las
causas de esas corrientes de capitales. También debemos
determinar las políticas mejores para abordarlas, teniendo
presentes sus repercusiones en la economía mundial en
conjunto, y debemos examinar la posible utilidad de un sistema de
normas mundiales encaminadas a reducir la inestabilidad de las
corrientes de capital.

Una importante cuestión conexa es la de lograr la
seguridad financiera mundial. Así como una familia protege
sus ahorros con seguros, los países deben poder recurrir a
una red de seguridad financiera mundial. Ya se ha logrado mucho
desde que comenzó la crisis mediante el aumento de los
recursos del FMI y nuevos instrumentos de financiación,
pero hace falta más, por lo que el Fondo está
estudiando la cooperación con mecanismos financieros
regionales, además de nuevas formas de utilizar sus
instrumentos en una crisis sistémica.

Voy a ensamblar todo esto.

Una fallo normativo principal en el período
inmediatamente anterior a la crisis fue una muestra de falta de
imaginación: no comprendimos lo intricada que había
llegado a ser la red financiera y económica mundial.
Debemos procurar que nuestro próximo fallo no sea
consecuencia de la falta de cooperación. Debemos superar
las antiguas líneas divisorias -tanto dentro de las
economías como entre ellas- y cooperar para forjar una
economía mundial más sólida y más
resistente.

(Dominique Strauss-Kahn es Director Gerente del Fondo
Monetario Internacional. Copyright: Project Syndicate,
2010)

– La búsqueda oficial de la felicidad (Project
Syndicate/Institute for Human Sciences, 2011 –
4/1/11)

(Por Derek Bok) Lectura recomendada

Cambridge.- En un momento de presupuestos ajustados y
crisis financiera, los políticos hoy miran al crecimiento
económico como la pieza central de sus programas de
políticas internas. Se considera al producto bruto interno
como el indicador principal del bienestar nacional. Pero, si
analizamos el año 2011 y más allá,
deberíamos preguntarnos: ¿es realmente acertado
asignarle tanta importancia al crecimiento?

Es cierto, muchos estudios confirmaron que las naciones
más solventes tienden a ser más felices que las
pobres, y que la gente rica normalmente está más
satisfecha que sus compatriotas menos adinerados. Sin embargo,
otros hallazgos de varios países a los que les va
relativamente bien, como Corea del Sur y Estados Unidos, sugieren
que la gente allí básicamente no está
más feliz hoy que hace 50 años, a pesar de que se
duplicó o se cuadruplicó el ingreso promedio per
cápita.

Es más, en un reciente estudio canadiense, se
determinó que la gente más feliz residía en
las provincias más pobres, como Newfoundland y Nova
Scotia, mientras que los ciudadanos en las provincias más
ricas, en particular Ontario y British Columbia, figuraban entre
los menos felices. Como la felicidad, en definitiva, es lo que
más quiere la gente, mientras que la riqueza es
sólo un medio para alcanzar ese fin, la prioridad que hoy
se le adjudica al crecimiento económico parecería
ser un error.

Lo que parece claro a partir de esta
investigación es que la gente no sabe predecir
acertadamente qué la hará feliz o la pondrá
triste. Las personas se concentran demasiado en sus respuestas
iniciales a los cambios en sus vidas y pasan por alto lo
rápido que se desvanece el placer de un auto nuevo, un
aumento de sueldo o un traslado a climas más soleados,
cosas que nos las hacen más felices que antes. Es
peligroso, entonces, que los políticos se confíen
simplemente en las encuestas de opinión y los grupos de
enfoque para descubrir qué es lo que verdaderamente
mejorará la felicidad de la gente.

En los resultados obtenidos hasta la
fecha, sin embargo, surgieron dos conclusiones que parecen
especialmente útiles para que evalúen los
planificadores de políticas. Primero, la mayoría de
las cosas que sí generan una satisfacción duradera
para los individuos también son buenas para otra gente
-matrimonios sólidos y relaciones estrechas de todo tipo,
ayudar a los demás, participar en asuntos cívicos y
un gobierno efectivo, honesto y democrático-. En
consecuencia, las políticas que promueven el bienestar
individual tienden a beneficiar también a la
sociedad.

Segundo, las experiencias que aportan
placer duradero o infelicidad no siempre tienen una alta
prioridad en los círculos gubernamentales. Por ejemplo,
tres aflicciones médicas que crean un malestar
especialmente agudo y duradero –depresión clínica,
dolor crónico y trastornos del sueño- son
enfermedades que normalmente se pueden tratar con éxito,
para gran alivio de quienes las padecen. Pero esta gente
frecuentemente no recibe el tratamiento adecuado por parte de los
sistemas de atención sanitaria.

La respuesta natural a todo esto es preguntar si la
investigación sobre la felicidad es, en verdad, lo
suficientemente confiable para ser utilizada por los
planificadores de políticas. Los investigadores le
prestaron particular atención a esta cuestión y,
después de muchas pruebas, descubrieron que las respuestas
que la gente da a preguntas sobre su bienestar parecen
corresponder bastante bien con evidencia más
objetiva.

La gente que dice ser feliz tiende a
vivir más, suicidarse y consumir drogas y alcohol con
menos frecuencia, ser ascendida con más asiduidad por sus
empleadores y disfrutar más de buenos amigos y matrimonios
duraderos. Las evaluaciones que hacen de su bienestar
también concuerdan bastante con las opiniones de amigos y
familiares.

De modo que, en general, las estadísticas sobre
la felicidad parecen ser tan precisas como muchas de las
estadísticas utilizadas regularmente por los
políticos, como las encuestas de opinión
pública, las tasas de pobreza o, para el caso, el
crecimiento del PBI –que, en su totalidad, están
plagados de imperfecciones.

Por supuesto, la investigación sobre la felicidad
todavía es reciente. Aún quedan muchos
interrogantes por explorar, algunos estudios carecen de
suficiente evidencia confirmatoria y otros, como aquellos que
involucran el crecimiento económico, arrojaron resultados
contradictorios.

En consecuencia, sería prematuro
basar nuevas políticas audaces exclusivamente en la
investigación sobre la felicidad, o seguir el ejemplo del
pequeño reino de Bután y adoptar la Felicidad
Nacional Bruta como el principal objetivo de la nación.
Sin embargo, los hallazgos pueden resultarles útiles a los
legisladores incluso hoy -por ejemplo, para analizar las
prioridades entre varias iniciativas plausibles o para
identificar nuevas posibilidades de intervenciones en
políticas que merecen un mayor estudio.

Al fin y al cabo, los gobiernos deberían seguir
el ejemplo de Gran Bretaña y Francia y considerar la
publicación de estadísticas regulares sobre
tendencias en el bienestar de sus ciudadanos. Estos hallazgos
seguramente estimularán una discusión
pública útil al mismo tiempo que arrojarán
datos valiosos para que utilicen los investigadores.

Más allá de esto, ¿quién
sabe? Una mayor investigación sin duda ofrecerá
información más detallada y confiable sobre los
tipos de políticas que le aportan felicidad a la gente.
Algún día, quizá, los funcionarios
públicos incluso puedan utilizar la investigación
para documentar sus decisiones. Después de todo,
¿qué podría importarles más a sus
electores que la felicidad? En una democracia, al menos, eso
seguramente debería significar algo.

(Derek Bok, decano de la Universidad de Harvard entre
1971 y 1991 y entre 2006 y 2007, es el autor de The Politics of
Happiness (Princeton University Press, 2010) (La política
de la felicidad). Copyright: Project Syndicate/Institute for
Human Sciences, 2011)

– Nuevas reglas para la economía global (Project
Syndicate – 10/1/11)

(Por Dani Rodrik) Lectura recomendada

Cambridge.- Supongamos que los principales estrategas
políticos del mundo se volvieran a reunir en Bretton
Woods, New Hampshire, para diseñar un nuevo orden
económico global. Naturalmente estarían preocupados
por los problemas de hoy: la crisis de la eurozona, la
recuperación global, la regulación financiera, los
desequilibrios macroeconómicos internacionales y
demás. Pero abordar estas cuestiones exigiría que
los líderes reunidos se elevaran por encima de ellas y
consideraran la solidez de los acuerdos económicos
globales en general.

He aquí siete principios
lógicos de gobernancia económica global sobre los
que podrían llegar a un acuerdo (los analizo con
más detalle en mi nuevo libro, The Globalization
Paradox).

1. Los mercados deben estar profundamente incorporados a
los sistemas de gobernancia. La idea de que los mercados se
autorregulan recibió un golpe mortal en la reciente crisis
financiera y se la debería enterrar de una vez por todas.
Los mercados requieren que otras instituciones sociales los
respalden. Se basan en tribunales, marcos legales y reguladores
para establecer e implementar reglas. Dependen de funciones
estabilizadoras que ofrecen los bancos centrales y la
política fiscal contracíclica. Necesitan el
compromiso político que la tributación
redistributiva, las redes de seguridad y el seguro social ayudan
a generar. Y todo esto es válido también para los
mercados globales.

2. Para el futuro previsible, la gobernancia
democrática quizá se organice básicamente
dentro de comunidades políticas nacionales. El estado
nacional vive, si no del todo bien, y sigue siendo esencialmente
la mejor alternativa. La búsqueda de gobernancia global es
algo absurdo. Es improbable que los gobiernos nacionales cedan un
control significativo a instituciones trasnacionales, y las
reglas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con
necesidades y preferencias diversas. La Unión Europea
puede ser la única excepción para este axioma,
aunque su crisis actual tiende a demostrar que es
así.

Con demasiada frecuencia derrochamos la
cooperación internacional en objetivos excesivamente
ambiciosos, produciendo en definitiva resultados débiles
que son el denominador común más bajo entre los
principales estados. Cuando la cooperación internacional
sí "tiene éxito", genera reglas que o son
ineficaces o reflejan las preferencias sólo de los estados
más poderosos. Las reglas de Basilea sobre los
requerimientos de capital y las reglas de la Organización
Mundial del Comercio sobre los subsidios, la propiedad
intelectual y las medidas de inversión tipifican este tipo
de extralimitación. Podemos mejorar la eficiencia y
legitimidad de la globalización respaldando y no
entorpeciendo los procedimientos democráticos en
casa.

3. Prosperidad pluralista. Reconocer que la
infraestructura institucional medular de la economía
global debe construirse a nivel nacional libera a los
países para desarrollar las instituciones que más
les convienen. Estados Unidos, Europa y Japón produjeron
cantidades comparables de riqueza en el largo plazo. Sin embargo,
sus mercados laborales, la gobernancia corporativa, las leyes
antimonopólicas, la protección social y los
sistemas financieros difieren considerablemente, y siempre hubo
una sucesión de estos "modelos" –uno diferente cada
década- a los que se ungía con el gran éxito
a ser emulado.

Las sociedades más exitosas del futuro
dejarán espacio para la experimentación y
permitirán una mayor evolución de las
instituciones. Una economía global que reconoce la
necesidad y el valor de la diversidad institucional
alentaría y no sofocaría esa experimentación
y evolución.

4. Los países tienen derecho a proteger sus
propias regulaciones e instituciones. Los principios previos
pueden parecer inocuos. Pero conllevan fuertes implicancias que
chocan con la opinión general de los defensores de la
globalización. Una de esas implicancias es el derecho de
los países individuales a salvaguardar sus elecciones
institucionales internas. El reconocimiento de la diversidad
institucional no tendría sentido si los países no
tuvieran los instrumentos a su disposición para forjar y
mantener -en una palabra, "proteger"- a sus propias
instituciones.

Por lo tanto, deberíamos aceptar
que los países puedan propugnar reglas nacionales
-políticas fiscales, regulaciones financieras, normas
laborales o leyes de salud y seguridad de los consumidores- y que
puedan hacerlo levantando barreras en la frontera si fuera
necesario, cuando el comercio ostensiblemente amenaza las
prácticas domésticas que cuentan con un amplio
respaldo popular. Si los impulsores de la globalización
tienen razón, el clamor por protección no
cundirá por falta de evidencia o apoyo. Si están
equivocados, habrá una válvula de seguridad
destinada a asegurar que los valores en pugna -los beneficios de
economías abiertas frente a los réditos derivados
de implementar regulaciones domésticas- sean escuchados de
manera apropiada en los debates públicos.

5. Los países no tienen derecho a imponerles sus
instituciones a los demás. Utilizar restricciones al
comercio o a las finanzas transfronterizos para defender valores
y regulaciones en casa es muy diferente de usarlas para imponer
esos valores y regulaciones a otros países. Las reglas de
la globalización no deberían obligar a
norteamericanos o europeos a consumir bienes que son producidos
con métodos que la mayoría de los ciudadanos en
esos países consideran inaceptables. Pero tampoco
deberían permitirles a Estados Unidos o a la UE usar
sanciones comerciales u otras presiones para alterar las reglas
del mercado laboral, las políticas ambientales o las
regulaciones financieras de países extranjeros. Los
países tienen derecho a la diferencia, no a una
convergencia impuesta.

6. Los acuerdos económicos internacionales deben
establecer reglas para administrar la interacción entre
instituciones nacionales. Basarse en los estados nacionales para
que proporcionen las funciones de gobernancia esenciales de la
economía mundial no implica que debamos abandonar las
reglas internacionales. El régimen de Bretton Woods,
después de todo, tenía reglas claras, aunque eran
limitadas en su alcance y profundidad, Una discusión
general completamente descentralizada no beneficiaría a
nadie.

Lo que necesitamos son reglas de
tráfico para la economía global que ayuden a los
vehículos de diferente tamaño, forma y velocidad a
navegar uno junto al otro, en lugar de imponer un auto
idéntico o un límite de velocidad uniforme.
Deberíamos esforzarnos por alcanzar una máxima
globalización que sea coherente con un espacio para la
diversidad en los acuerdos institucionales nacionales.

7. Los países no democráticos no pueden
contar con los mismos derechos y privilegios en el orden
económico internacional que las democracias. Lo que les
otorga atractivo y legitimidad a los principios previos es que se
basan en una deliberación democrática –donde
ésta realmente ocurre, al interior de los estados
nacionales-. Cuando los estados no son democráticos, este
andamiaje colapsa. Ya no podemos suponer que sus acuerdos
institucionales reflejan las preferencias de sus ciudadanos. De
manera que las no democracias tienen que actuar con reglas
diferentes, menos permisivas.

Estos son los principios que los
arquitectos del próximo orden económico global
deben aceptar. Más importante aún, deben comprender
la máxima paradoja que cada uno de estos principios
resalta: la globalización funciona mejor cuando no se la
empuja demasiado lejos.

(Dani Rodrik es profesor de Economía
Política en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la
Universidad de Harvard y autor de One Economics, Many Recipes:
Globalization, Institutions, and Economic Growth. Copyright:
Project Syndicate, 2011)

La búsqueda desesperada de nuevas fórmulas
de la felicidad para continuar engañando a la
"manada"

El PIB no da felicidad… ¿y el empleo?…
¿y la distribución de los ingresos?…

"Los líderes políticos expresan un
descontento cada vez mayor con el Producto Interno Bruto -una
medida monetaria de todos los bienes y servicios que produce un
país- como forma de medir el éxito de un
país para mejorar los estándares de vida"…

Los países buscan el éxito más allá
del PIB (The Wall Street Journal – 14/1/11)

Mientras muchos están insatisfechos con la medida
como indicador del progreso, para otros sigue siendo la
más confiable.

El dinero no lo es todo. Pero para medir el éxito
de los países, no es fácil encontrar un
sustituto.

Los líderes políticos expresan un
descontento cada vez mayor con el Producto Interno Bruto -una
medida monetaria de todos los bienes y servicios que produce un
país- como forma de medir el éxito de un
país para mejorar los estándares de
vida.

En noviembre (2011), el primer ministro británico
David Cameron anunció planes de diseñar medidas de
bienestar nacional que tomen en cuenta factores como la
satisfacción de la gente, siguiendo una iniciativa similar
del presidente francés Nicolas Sarkozy.

Sus esfuerzos apuntan directamente al núcleo de
lo que se supone que debe tratar la economía:
¿qué nos coloca en mejores circunstancias?
¿cómo podemos todos tener más de eso? Sin
embargo, cualquiera que espere una respuesta directa,
saldrá desilusionado.

"La vida va más allá del PIB, pero
será difícil idear una medida única para
reemplazarlo y no estamos seguros de que una medida única
sea la respuesta", indicó Paul Allin, director del
Proyecto para el Bienestar Nacional de la Oficina Nacional de
Estadísticas del Reino Unido. "Quizás vivimos en un
mundo multidimensional y tenemos que acostumbrarnos a manejar una
cantidad razonable de piezas de información".

Luego de una sesión sobre cómo crear un
indicador de éxito nacional durante la reunión
anual de la Asociación Económica Estadounidense
(2011), Carol Graham, investigadora de la Brookings Institution,
resumió la situación de esta forma: "Es como una
ciencia nueva. Aún hay mucho trabajo por
hacer".

Durante gran parte de las últimas cuatro
décadas, los economistas han rumiado una paradoja que
sembró dudas sobre el PIB como el principal indicador
mundial de éxito.

La gente de países más ricos no
parecía ser más feliz que la gente en países
pobres. En investigaciones que comenzaron en la década de
1970, Richard Easterlin, economista de la Universidad de
Pensilvania, no encontró evidencias de que hubiera una
conexión entre los ingresos de un país -como se
mide en el PBI per cápita- y los niveles de felicidad de
la gente.

Estudios más recientes sugieren que el PIB no es
tan malo como vara medidora. Utilizando más datos y
diferentes técnicas estadísticas, tres economistas
de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania (Daniel
Sacks, Betsey Stevenson y Justin Wolfers) descubrieron que un
incremento porcentual del PIB por persona tiende a coincidir con
un aumento similar en el bienestar reportado. La
correlación se mantuvo a través de distintos
países y a lo largo del tiempo.

De todos modos, para medir el éxito de las
políticas, el PIB está lejos de ser
ideal.

Hacer que todo el mundo trabaje 120 horas por semana
podría impulsar de forma radical el PIB per cápita,
pero no haría que la gente fuera más feliz.
Eliminar los límites de polución podría
impulsar el PIB por hora trabajada, pero no necesariamente
llevaría a un mundo en el que quisiéramos
vivir.

Una propuesta consiste en fortalecer el PIB con otros
factores objetivos como desigualdad, ocio y expectativa de vida.
En un artículo presentado recientemente en la
reunión de la Asociación Económica
Estadounidense, los economistas de la Universidad de Stanford
Peter Klenow y Charles Jones plantean que hacerlo puede tener un
gran impacto.

Según sus cálculos, tener en cuenta una
mayor expectativa de vida, más tiempo de ocio y menores
niveles de desigualdad hace que los estándares de vida en
Francia y Alemania parezcan casi los mismos que en Estados
Unidos, que de otra forma lidera el ranking por un amplio
margen.

Con el propósito de comparar el bienestar en
distintos países, preguntarle a la gente cómo se
siente puede ser mejor que las medidas monetarias.

Angus Deaton, un economista de la Universidad de
Princeton, señala que asignarles valores a los bienes y
servicios extremadamente distintos que se consumen en EEUU y, por
ejemplo, en Tayikistán, para luego comparar a ambos
países puede ser imposible. Sólo preguntarle a la
gente por su situación podría ser mucho más
fácil y no menos preciso.

Como parte de su esfuerzo por medir el bienestar, el
Reino Unido planea agregar más preguntas subjetivas a sus
encuestas que realiza en los hogares.

Pero los sondeos también pueden arrojar
resultados confusos. "Si usted mide sólo una parte de lo
que hace que una vida sea completa terminará por
dañar las otras partes", señala Wolfers.

– La vida después del capitalismo (Project
Syndicate – 20/1/11)

(Por Robert Skidelsky) Lectura recomendada

Londres.- En 1995, publiqué un libro llamado The
World After Communism (El mundo después del comunismo).
Hoy, me pregunto si habrá un mundo después del
capitalismo.

Esa pregunta no está motivada por
la peor crisis económica desde los años 1930. El
capitalismo siempre sufrió crisis, y las seguirá
sufriendo. Más bien, surge de la sensación de que
la civilización occidental es cada vez más
decepcionante, al cargar con un sistema de incentivos que son
esenciales para acumular riqueza, pero que socavan nuestra
capacidad para disfrutarla. El capitalismo puede estar cerca de
agotar su potencial para crear una vida mejor -al menos en los
países ricos del mundo.

Por "mejor", me refiero a mejor
éticamente, no materialmente. Las ganancias materiales
pueden continuar, aunque la evidencia demuestra que ya no hacen
más feliz a la gente. Mi disconformidad es con la calidad
de una civilización en la que la producción y el
consumo de bienes innecesarios se convirtieron en la principal
ocupación de la mayoría de la gente.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8

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