La apoteosis de Hayek ocurrió en la década
de 1980, cuando la primera ministro británica Margaret
Thatcher llegó a citar Camino de servidumbre (1944), su
ataque clásico a la planificación central. Sin
embargo, en economía nunca hay sentencias definitivas. Si
bien la defensa de Hayek del sistema de mercado contra la
ineficiencia de la planificación central fue ganando cada
vez más partidarios, la opinión de Keynes de que
los sistemas de mercado requieren una estabilización
continua persistió en los ministerios de finanzas y bancos
centrales.
Sin embargo, ambas tradiciones fueron eclipsados por la
escuela de Chicago de "expectativas racionales", que ha
prevalecido en la economía dominante en los últimos
veinticinco años. Si los agentes económicos
supuestamente poseen información perfecta sobre todas las
contingencias posibles, nunca podrían suceder crisis del
sistema, excepto como resultado de accidentes y sorpresas
más allá del alcance de la teoría
económica.
El colapso económico mundial de 2007-2008
desacreditó la economía de las "expectativas
racionales" (a pesar de que sus sumos sacerdotes aún no lo
reconocen) y trajo a Keynes y Hayek nuevamente a una contienda
póstuma. Los problemas no han cambiado mucho desde que
iniciaran su discusión en la Gran Depresión de la
década de 1930. ¿Qué causa el colapso de las
economías de mercado? ¿Cuál es la respuesta
correcta a un colapso? ¿Cuál es la mejor manera de
evitar colapsos futuros?
Para Hayek a comienzos de los años 30 y para sus
seguidores en la actualidad, la "crisis" es resultado de un
exceso de inversión en relación con la oferta de
ahorro, que fue posible por una expansión excesiva del
crédito. Los bancos prestan a tasas de interés
más bajos que las que los ahorristas genuinos
habrían exigido, haciendo que todo tipo de proyectos de
inversión se vuelvan temporalmente rentables.
Sin embargo, debido a que estas inversiones no reflejan
las preferencias reales de los agentes para el futuro sobre el
consumo actual, no están disponibles los ahorros
necesarios para su realización. Se puede ganar algo de
tiempo con inyecciones monetarias de los bancos centrales. Sin
embargo, los participantes del mercado terminan por caer en
cuenta de que no hay ahorro suficiente para completar todos los
proyectos de inversión. En ese momento, el auge se
convierte en caída.
Cada auge artificial lleva las semillas de su propia
destrucción. La recuperación se logra mediante la
liquidación de las asignaciones inadecuadas, la
reducción del consumo y el aumento del ahorro.
Keynes (y los keynesianos de hoy) considerarían
que la crisis es resultado de lo contrario: la falta de
inversión en relación con la oferta de ahorro -es
decir, muy poco consumo o demanda agregada para mantener un nivel
de pleno empleo de la inversión- que por fuerza ha de
llevar a un colapso de las expectativas de ganancias.
Una vez más, la situación se puede
mantener por un tiempo recurriendo a la financiación del
crédito a los consumidores, pero estos terminan por
sobreapalancarse y restringir sus compras. De hecho, las
explicaciones, keynesiana y hayekiana de los orígenes de
la crisis en realidad no son muy diferentes, pues en ambas el
sobreendeudamiento desempeña un papel central. Pero las
conclusiones a las que apuntan son muy diferentes.
Mientras que para Hayek la recuperación requiere
la liquidación de las inversiones excesivas y un aumento
del ahorro de los consumidores, para Keynes consiste en reducir
la propensión al ahorro y aumentar el consumo a fin de
mantener las expectativas de utilidades de las empresas. Hayek
exige más austeridad mientras que Keynes exige más
gasto.
Aquí tenemos una idea de por qué Hayek
perdió la gran batalla con Keynes en la década de
1930. No era solamente que la política de liquidar excesos
era políticamente catastrófica: en Alemania,
llevó a Hitler al poder. Como señalara Keynes, si
todo el mundo -hogares, empresas y gobiernos- comenzaran a
intentar aumentar su ahorro al mismo tiempo, no habría
manera de evitar que la actividad de la economía se
redujera hasta que la gente se volviera demasiado pobre para
ahorrar…
Excepto para los fanáticos de Hayek, parece obvio
que el estímulo global coordinado de 2009 detuvo la
caída en otra Gran Depresión. No hay duda de que el
coste para muchos gobiernos de rescatar a sus bancos y mantener
sus economías a flote frente al colapso de la
economía dañó o destruyó su capacidad
crediticia. Pero se reconoce cada vez más que la
austeridad del sector público en un momento de
débil gasto del sector privado garantiza años de
estancamiento, si no un mayor colapso…
Para evitar nuevas crisis de la misma gravedad en el
futuro, los keynesianos propondrían el fortalecimiento de
las herramientas de gestión macroeconómica. Los
hayekianos no tienen nada sensato que aportar. Es demasiado tarde
para uno de sus remedios favoritos: la supresión de los
bancos centrales, supuestamente por ser fuente de excesiva
creación de crédito. Incluso una economía
sin bancos centrales estará sujeta a errores de optimismo
y pesimismo. Y una actitud de indiferencia a las consecuencias de
estos errores es una mala política y un mal enfoque
moral.
Por lo tanto, a pesar de su distinción como
filósofo de la libertad, Hayek merecía perder su
batalla con Keynes en la década de 1930. Y se merece
perder la revancha de hoy también". Una nueva contienda
entre Keynes y Hayek (Robert Skidelsky – Project Syndicate –
19/8/11)
"La gran pregunta sigue siendo cómo enderezamos
la situación económica. Las posiciones siguen
estando encontradas: mientras muchos economistas a ambos lados
del Atlántico siguen defendiendo las medidas de
estímulo para reactivar la economía, otros
defienden las medidas de austeridad para reducir la deuda y el
déficit a toda costa, con independencia del posible
impacto negativo en el crecimiento y el
desempleo…
Curiosamente, en las últimas semanas se
está produciendo en EEUU un debate sobre la posibilidad de
que una inflación mayor pueda ser una solución para
salir de la crisis. Dada la terrible reputación que la
inflación tiene en este país, donde se la
identifica con la crisis y la estanflación de los setenta
y se la compara con la corrupción y el crimen (el
presidente Reagan la definió como "tan aterradora como un
ladrón armado y tan letal como un asesino"), el que se la
pueda considerar como una ayuda y algo positivo es sencillamente
extraordinario.
El debate a favor de la inflación está
siendo liderado por uno de los más prestigiosos
economistas del país, Kenneth Rogoff, de la Universidad de
Harvard, al cual están apoyando economistas tan
reconocidos como Oliver Blanchard (FMI), Greg Mankiw (Harvard) y
Paul Krugman (Princeton y Nobel de Economía). Rogoff,
autor con Carmen Reinhart de uno de los libros de economía
más influyentes publicados en los últimos
años: Esta vez es diferente, tiene un pedigrí
antiinflación impecable, ya que trabajó en la Fed
para Paul Volcker, que fue el artífice de las
políticas deflacionistas de inicios de los
ochenta.
El error principal que hemos cometido ha sido tratar a
esta crisis como una recesión normal y admitir demasiado
tarde que se trataba de una crisis financiera profunda
caracterizada por un aumento masivo de la deuda tanto
pública como privada. La historia, tal y como demuestran
magistralmente Rogoff y Reinhart, muestra que este tipo de crisis
suelen ser seguidas por largos periodos de estancamiento e
incertidumbre, tal y como ha sucedido en Japón en las
últimas décadas.
Rogoff sostiene que lo que está dificultando la
salida de la recesión en EEUU no es tanto la falta de
confianza de los consumidores o la poca demanda, sino la enorme
resaca de deuda que ha seguido a la crisis. El colapso del
mercado inmobiliario ha dejado a millones de ciudadanos
tremendamente endeudados y agonizando para pagar sus deudas, en
vez de invertir o consumir. Por consiguiente, y dado que es muy
improbable que todas las deudas se puedan pagar por completo, no
habrá ninguna recuperación hasta que logremos
aliviar la cara de la deuda. Y es aquí donde la
inflación puede ayudar, ya que facilitaría el pago
de la deuda a los deudores al transferir parte del coste de la
crisis de los deudores a los acreedores.
Otros economistas han criticado fuertemente esta
opción argumentando que sería difícil parar
la inflación una vez que aumente; que tendría un
efecto negativo en la confianza en la Fed; que los inversores
perderán su fe en el dólar, lo que llevaría
a subidas en los intereses, y que no es tan fácil aumentar
la inflación.
Sin embargo, dadas las circunstancias excepcionales que
vivimos, este es el momento de ser ambiciosos, dejar atrás
las ortodoxias que nos están abocando al desastre y
considerar alternativas atrevidas que nos permitan dejar
atrás la crisis. ¿Es tan arriesgado dejar la
inflación subir modestamente? Los indignados claman por la
justicia. Hagamos una concesión para que las consecuencias
de la crisis se distribuyan de forma más equitativa entre
deudores y acreedores". ¿Es la inflación la
solución? (Cinco Días – 6/9/11)
(Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia
Política en la Universidad de Suffolk en Boston – Estados
unidos)
"La obsesión por el déficit bloqueó
la muy necesaria segunda ronda de estímulos fiscales. Y
con este gasto evaporándose, hemos experimentado de facto
la austeridad fiscal. En concreto, los Gobiernos estatales y
locales han reaccionado a las pérdidas de ayudas federales
cortando programas y despidiendo a muchos trabajadores,
especialmente maestros de escuela.
A la vista de este sector público encogido, el
sector privado no ha respondido con júbilo a estos
despidos y no se ha embarcado en una fiebre por
contratar.
Vale. Ya sé qué dirán los
sospechosos habituales: que los temores de mayores impuestos y
más regulaciones echan atrás a los empresarios.
Pero esto es solo una fantasía de la derecha. Varias
encuestas han mostrado que la falta de demanda -que se ve
agravada por los recortes del Gobierno– es el problema real al
que se enfrentan los empresarios, muy por encima de la
regulación y los impuestos…
Así que los déficits a corto plazo no son
el problema, sino la falta de demanda. Y los recortes de gastos
están empeorando mucho las cosas. ¿Tal vez sea hora
de cambiar de rumbo?…
Me parece útil reflexionar sobre tres preguntas:
¿qué debemos hacer para crear puestos de trabajo?
¿En qué van a estar de acuerdo los republicanos que
se sientan en el Congreso? Y teniendo en cuenta esta realidad
política, ¿qué debería proponer el
presidente?
La respuesta a la primera pregunta es que el Gobierno
federal tiene que gastar mucho dinero para generar empleo. Y
emplear ese gasto sobre todo en la muy necesaria tarea de mejorar
y modernizar las infraestructuras del país. ¡Ah! Y
necesitamos más ayuda a los Gobiernos estatales y locales
para que puedan dejar de despedir a maestros de
escuela.
Pero, ¿en qué van a estar de acuerdo los
republicanos? Eso es fácil de responder: en nada. Se
opondrán a cualquier cosa que proponga Obama, incluso
aunque eso pudiera servir claramente de ayuda a la
economía. O quizás debería decir:
especialmente si eso fuera a ayudar a la economía, ya que
el desempleo les beneficia a ellos políticamente"…
La distracción mortal (Paul Krugman – El País –
6/9/11 – © New York Times Service)
"A principios de 2009, mientras el nuevo Gobierno de
Obama intentaba hacer frente a la crisis que había
heredado, se escuchaban dos argumentos principales provenientes
de los escépticos de la derecha. Primero, sostenían
que debíamos depender de la política monetaria y no
de la fiscal, es decir, que la tarea de combatir el paro
debía recaer en la Reserva Federal. Segundo,
sostenían que las medidas fiscales debían adoptar
la forma de bajadas de impuestos en lugar de la de gasto
temporal. Ahora, sin embargo, los dirigentes republicanos
están en contra de los recortes de impuestos, al menos si
estos benefician a los estadounidenses con empleo más que
a la gente rica y las corporaciones.
Y también están en contra de la
política monetaria. En el debate presidencial republicano
del miércoles por la noche, Mitt Romney anunciaba que
buscaría un sustituto para Ben Bernanke, el presidente de
la Reserva Federal, esencialmente porque Bernanke ha intentado
hacer algo (aunque no lo suficiente) respecto al paro. Y esto
convierte a Romney en un moderado para lo que es habitual en el
Partido Republicano, puesto que Rick Perry, su principal rival en
la carrera para la designación del candidato a la
presidencia, ha indicado que a Bernanke habría que
tratarle "con mano muy dura".
Así que, en este momento, los principales
republicanos están básicamente en contra de todo lo
que pueda ayudar a los parados"… Quemarles el pelo (Paul
Krugman – El País – 11/9/11 – ©New York Times
Service)
"Bancos codiciosos, malas ideas económicas,
políticos incompetentes: no faltan culpables para la
crisis económica en que están sumidos los
países ricos. Pero también hay en juego algo
más fundamental, una falencia que se encuentra más
allá de la responsabilidad de quienes toman las
decisiones. Las democracias son notablemente deficientes a la
hora de generar acuerdos creíbles que exijan compromisos
políticos en el mediano plazo. En Estados Unidos y Europa,
los costes de esta limitación a sus políticas han
ampliado la crisis y oscurecido el camino de
salida…
Mediante la puesta de la política monetaria en
manos de banqueros centrales a quienes no se les puede decir
qué hacer, en la práctica los políticos se
atan de manos (y, como resultado, obtienen una menor
inflación.)
Desgraciadamente, los políticos de EEUU y Europa
no han podido demostrar una imaginación similar cuando se
trata de políticas fiscales. Podrían haber evitado
lo peor de la crisis mediante la implementación de nuevos
mecanismos que hicieran más predecibles la deuda
pública y el rumbo futuro de los equilibrios
fiscales.
En comparación con la política monetaria,
la política fiscal es infinitamente más compleja,
ya que implica muchos más "toma y daca" entre intereses en
conflicto. Por ello, una autoridad fiscal independiente que siga
el modelo de un banco central independiente no es factible ni
deseable. Sin embargo, ciertas decisiones fiscales y, en
especial, el nivel del déficit sí se pueden delegar
a un comité independiente…
Se dice que la política es el arte de lo posible,
pero las posibilidades están determinadas por nuestras
decisiones tanto como por nuestras circunstancias. Tal como
están las cosas, cuando las generaciones futuras vuelvan
la mirada hacia nuestros gobernantes desde una perspectiva
histórica, lo más probable es que les reprochen
sobre todo su falta de imaginación institucional"…
Crisis de imaginación fiscal (Dani Rodrik – Project
Syndicate – 12/9/11)
"El debate entre la expansión fiscal, por un
lado, y la consolidación, por el otro, continúa
dividiendo al mundo desarrollado. Como respuesta a la
recesión global de 2008, el Reino Unido emprendió
un programa de austeridad y los Estados Unidos promulgaron un
estímulo fiscal de 800 mil millones de dólares. A
pesar de que la economía va mejorando, el primer ministro
británico, David Cameron, promete continuar con el rumbo
de la austeridad. Obama también se aferra a su postura con
su reciente propuesta de hacer un gasto público adicional
de 450 mil millones de dólares y recortes fiscales para
dar un impulso el empleo.
El desempleo en los Estados Unidos se ha mantenido por
encima del 9% en 22 de los últimos 24 meses. Mientras que
algunos son partidarios de un estímulo adicional, otros
piden una austeridad como la de Reino Unido. ¿Sin embargo,
alguno de estos enfoques reduciría correctamente el
desempleo, o funcionaría mejor una nueva ronda de
"facilitación cuantitativa" (una forma no convencional de
estímulo económico mediante la cual el banco
central adquiere activos financieros)?
Con economistas que son premios Nobel de Economía
en ambos lados del debate actual sobre la forma de solucionar el
problema del desempleo, el público está
comprensiblemente confundido. Paul Krugman y Joseph Stiglitz
están pidiendo un estímulo fiscal aún mayor
para dirigir el gasto público a la educación y la
inversión en infraestructura. Por el otro lado, Robert
Mundell, Myron Scholes y Reinhard Selten, está exigiendo
"medidas draconianas" para mitigar los niveles de
deuda…
Una mejor manera de reducir el desempleo sería
mediante una nueva ronda ampliada de facilitación
cuantitativa. Es alentador que en el Reino Unido se inste a ello,
y que el debate ahora está enfocándose en la compra
de activos riesgosos, como los bonos corporativos o montones de
créditos al sector privado, en lugar de los valores
gubernamentales de largo plazo. Este es un paso en la
dirección correcta que he estado promoviendo en los
últimos tres años.
Sin embargo, yo iría más lejos, mi estudio
ofrece un enfoque nuevo y coherente hacia la macroeconomía
que explica cómo la falta de confianza puede conducir al
desempleo constante. En él se apoya la compra de acciones
por parte de los bancos centrales para reducir la volatilidad de
los precios de las acciones, restaurar el valor del patrimonio y
evitar una futura quiebra del mercado.
Cuando los empresarios y mujeres sienten temor dejan de
invertir en activos reales. La falta de confianza da lugar a
valores bajos y volátiles de los activos. El ambiente de
miedo que surge tiene poco que ver con las malas políticas
públicas, aunque estas pueden exacerbar la
situación. Los empresarios temen que las acciones, y el
valor de las máquinas y fábricas que las respaldan,
puedan caer más. El temor se alimenta a sí mismo y
la predicción de que las acciones perderán valor se
cumple a sí misma.
La recesión de 2008 se desencadenó debido
al colapso de la burbuja inmobiliaria. El patrimonio inmobiliario
en los Estados Unidos ha caído un 34% desde su valor
más elevado, en 2006, y sigue disminuyendo. El mercado de
valores cayó casi un 50% desde su máximo, en 2007,
y sigue por debajo de ese nivel en casi una tercera parte. Esta
enorme pérdida de riqueza provocó una caída
fuerte y sostenida de la demanda de consumo, que ha generado un
aumento del desempleo. Hasta que estemos dispuestos a estudiar
soluciones nuevas, el sufrimiento que experimentan millones de
trabajadores desempleados continuará.
Una política de facilitación cuantitativa
en la que un banco central compre activos riesgosos puede evitar
las fluctuaciones de precios y restablecer el valor de la riqueza
financiera. Estas compras requerirían el apoyo de la
Tesorería, puesto que esta táctica es en efecto una
política fiscal, no una política monetaria.
Además, al involucrar a la Tesorería, la compra de
activos riesgosos podría financiarse mediante la
emisión de bonos, en lugar de imprimir más dinero,
lo que mitigaría los temores sobre la
inflación.
La Gran Recesión no se convirtió en una
Segunda Gran Depresión debido a acciones coordinadas de
los gobiernos de todo el mundo. Si bien la expansión
fiscal pudo haber tenido algo que ver en este logro, la
intervención de los bancos centrales fue por mucho el
componente más importante. La restricción
cuantitativa funciona pues aumenta el valor de la riqueza. Tanto
en los Estados Unidos como en el Reino Unido redujo los
rendimientos previstos reales a largo plazo de los bonos del
gobierno, lo que a su vez alimentó una recuperación
del mercado de valores.
No tenemos por qué tolerar que un desempleo del
9% sea la nueva norma. La confianza es una profecía que se
cumple a sí misma y podemos, y debemos, manejarla mediante
la intervención directa en los mercados de valores. El
camino hacia adelante pasa por la ciencia, no por la
ideología, el dogma y las teorías fracasadas"… El
factor miedo (Roger E. A. Farmer – Project Syndicate –
16/9/11)
(Roger E. A. Farmer, Profesor Distinguido y director del
Departamento de Economía de la UCLA. Es autor de dos
libros sobre la crisis económica mundial actual: How the
Economy Works: Confidence, Crashes, and Self-Fulfilling
Prophecies and Expectations, Employment, and Prices)
"Alemania ha estado encabezando el rechazo en la
Unión Europea a hacer cualquier reducción de la
deuda soberana de los miembros de la eurozona que este en
dificultades. En cambio, ha aceptado establecer instrumentos de
rescate como el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera y el
Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera, que en
combinación, pueden ofrecer créditos de hasta 500
mil millones de euros (680 mil millones de dólares), y el
Fondo Monetario Internacional puede dar otros 250 mil millones de
euros adicionales.
Se tratan esencialmente de mecanismos de
refinanciamiento…
Estas son ilusiones. A menos que se le perdone una gran
parte de su deuda, Grecia no recuperará su solvencia. (De
hecho, según la opinión de la mayoría,
está a punto de caer en impago.) Y lo mismo es cierto,
aunque en menor grado, de otros países fuertemente
endeudados.
Para que cualquier plan de rescate sea creíble se
requiere que los bancos acreedores acepten perder al menos la
mitad de su dinero. En los Estados Unidos, en el exitoso Plan
Brady de 1989, los deudores –México, Argentina y Brasil–
aceptaron pagar lo que pudieran. Los bancos que les habían
otorgado créditos sustituyeron la vieja deuda con nuevos
bonos a valor nominal, que equivalían en promedio al 50%
de los viejos bonos y el gobierno estadounidense ofreció
algunos incentivos.
Las condonaciones y devaluaciones, no los programas de
austeridad, son las que permitieron la recuperación de los
precios de los bonos. En el caso griego, los acreedores
todavía tienen que aceptar la necesidad de condonar
deudas, y los gobiernos europeos no les han dado incentivos para
hacerlo.
El rechazo de Alemania para condonar deuda es por
consiguiente un error de economía, de política
(excepto en casa) y de historia. Los alemanes deberían
recordar el fiasco de las reparaciones de los años veinte.
En el Tratado de Versalles, los aliados victoriosos insistieron
en que Alemania tenía que pagar "los costos de la guerra."
Hicieron la suma y en 1921 presentaron la cuenta: Alemania
"debía" a los victoriosos 6.6 mil millones de libras (85%
de su PIB), a pagar en 30 abonos anuales. Esto equivalía a
transferir anualmente entre el 8% y el 10% del ingreso nacional
de Alemania, o el 65%-76% de sus exportaciones.
En un año, Alemania pidió y obtuvo una
moratoria. Nuevas emisiones de bonos, seguidas de una gran
condonación de deuda en 1924 (el Plan Dawes), permitieron
a Alemania obtener créditos para reanudar sus pagos.
Entonces se produjo un sistema incoherente: Alemania obtuvo
crédito de los Estados Unidos para pagar a Gran
Bretaña, Francia y Bélgica; mientras que
éstos últimos tomaron un poco para pagar a Gran
Bretaña; y Gran Bretaña tomó un poco
más para pagar a los Estados Unidos.
Este gran laberinto de deudas finalmente se
condonó de facto en 1932 en medio de la depresión
global. Sin embargo, Alemania continuó cubriendo los
créditos que había contraído para pagar las
reparaciones hasta 1980.
Desde el principio, el economista John Maynard Keynes
había criticado ferozmente la política de
reparaciones impuesta a Alemania. Habló de tres aspectos
principales: Alemania no tenía la capacidad de pagar ni
siquiera para recuperar un nivel de vida normal; cualquier
intento de obligarla a reducir su nivel de vida produciría
una revolución; y en la medida en que Alemania pudiera
aumentar sus exportaciones para pagar las reparaciones, lo
haría a costa de las exportaciones de los acreedores. Lo
que se necesitaba era la cancelación de las reparaciones y
de las deudas entre los aliados a causa de la guerra, junto con
un gran crédito de reconstrucción para que las
quebrantadas economías europeas pudieran
recuperarse.
En 1919 Keynes elaboró un gran plan de
cancelación global de deuda, junto con una nueva
emisión de bonos garantizados por las potencias aliadas
cuyos rendimientos beneficiarían tanto a los vencedores
como a los vencidos. Los estadounidenses, que habrían
tenido que dar la mayor parte del dinero, vetaron el
plan.
El punto que Keynes repetía era que el intento de
obtener pagos de deuda durante muchos años tendría
consecuencias sociales desastrosas. "La política de
reducir a Alemania al servilismo durante una generación,
de degradar las vidas de millones de seres humanos y de privar de
felicidad a toda una nación debe ser aborrecible y
detestable, aunque ello no siembre la decadencia de toda la vida
civilizada de Europa", escribió.
La historia nunca se repite exactamente, pero hay
lecciones que se tienen que aprender de ese episodio. Los
alemanes dirían ahora que a diferencia de las
reparaciones, las deudas griegas y las mediterráneas, se
contrajeron voluntariamente, no a la fuerza. Esto plantea la
cuestión de la justicia, pero no las consecuencias
económicas de insistir en el pago. Además, hay una
falacia de composición: si hay muchos cobradores de
deudas, entonces van a empobrecer a las mismas personas de las
cuales dependen para su propia prosperidad.
En los años veinte, Alemania al final solo tuvo
que pagar una pequeña fracción de su cuenta de
reparaciones, pero el largo tiempo que le llevó llegar a
ese punto impidió a Europa tener una plena
recuperación; hizo de la propia Alemania la víctima
más visible de la Gran Depresión; y provocó
un resentimiento generalizado que tuvo pésimas
consecuencias políticas. La canciller alemana, Angela
Merkel, haría bien en considerar esa historia". Las
consecuencias de Angela Merkel (Robert Skidelsky – Project
Syndicate – 20/9/11)
"A medida que la economía estadounidense
continúa chisporroteando tres años después
de que erupcionó la crisis financiera global, algo va
quedando en claro: los Estados Unidos no puede generar mayores
tasas de crecimiento del PIB y del empleo sin que exista un
cambio en la mezcla de los componentes de la economía
domésticos y aquellos orientados a la exportación.
Por encima de todo, esto requerirá de un cambio
estructural y de mayor competitividad en un sector transable
ampliado.
Durante más de una década antes de la
crisis que comenzó en 2008, la economía de EEUU se
alimentó (y alimentó a gran parte de la
economía global) con consumo excesivo. El ahorro en el
sector hogares disminuyó y se estabilizó en
alrededor de cero, mientras que las tasas de interés bajas
llevaron a un exceso de apalancamiento, a una burbuja de activos,
y a un ilusorio aumento en la riqueza.
El gobierno, también, desahorró al
funcionar con déficits. En general, la economía de
EEUU gastó más de lo que generó en ingresos,
teniendo un déficit en la balanza comercial (más
precisamente un déficit en cuenta corriente), y se
prestó la diferencia del extranjero. Tanto los patrones de
gasto de los hogares como los del gobierno en cuanto a los
ingresos eran insostenibles.
Con una demanda interna más que amplia, impulsada
considerablemente por la expansión rápida del
gobierno y de la atención médica para la salud, la
economía de EEUU sostuvo crecimiento y empleo enfrentando
grandes aumentos en la fuerza laboral (27 millones de nuevos
trabajadores desde 1990), a pesar de que importantes vientos en
contra fueron creados por nueva tecnología de la
información que ahorra empleos. Dejando de lado la
sostenibilidad financiera, el aspecto más preocupante del
patrón fue el aspecto distributivo: un crecimiento muy
bajo de salarios en el rango de ingresos
medios…
La crisis financiera que comenzó en 2008
provocó un alto repentino a las modalidades insostenibles
en el lado de la demanda. Los precios de los activos cayeron, las
familias comenzaron un largo proceso de desapalancamiento, el
ahorro aumentó, y el gobierno, ante la caída de los
ingresos y el aumento de los gastos del seguro de desempleo, no
conseguía cubrir la diferencia.
Pero este modelo, también, es claramente
insostenible. El efecto neto es que la demanda interna se ha
reducido dramáticamente, y la demanda total (interna y
externa) es también demasiado baja. Como resultado, la
economía de EEUU casi ha dejado de crecer, especialmente
ahora que el gobierno federal (junto con los gobiernos estatales
y locales) está frenando sus propios déficits
presupuestarios.
Un gran déficit de la demanda interna obstaculiza
el crecimiento y el empleo en el sector no transable, que es el
sector donde la demanda es lo único que es relevante. Por
el contrario, la parte del sector transable que responde a la
demanda externa puede crecer junto con el crecimiento de las
economías emergentes. Eso es útil, pero el sector
transable, de la forma en la que actualmente está
configurado, no es un motor para el empleo.
De hecho, la evolución estructural de la
economía de EEUU durante las últimas dos
décadas ha hecho que la demanda externa sea más
inaccesible sino se amplía el alcance del sector
transable. El exceso de demanda interna que sustentó esta
evolución ya desapareció, de manera permanente.
Cuando se complete el desapalancamiento en el sector hogares, el
gasto interno puede recuperarse, pero la tasa de ahorro no
volverá y no debería volver a cero.
El estímulo fiscal, en forma de esfuerzos de
reducción de déficits mediante diferimientos,
podría ayudar a ordenar la economía mientras que se
lleven a cabo los ajustes estructurales y la expansión de
la competitividad en el sector transable. Pero, por sí
solo, el estímulo fiscal no es la respuesta. Caso
contrario, el déficit de la demanda doméstica se
reafirmaría cuando el estímulo termine. El
argumento a favor de un programa medido de reducción de
déficit tiene el objetivo de ganar tiempo para llevar a
cabo los cambios estructurales que expandirán la demanda
externa accesible y llenarán el vacío en la demanda
agregada…
Con altas tasas de desempleo en muchas partes del
mercado de trabajo, la presión a la baja sobre los
salarios agravará aún más la ya desigual
distribución del ingreso. Los mercados de trabajo con el
transcurso del tiempo se despejarán, pero esto
sucederá de forma lenta y dolorosa, debido al vacío
en capacidades y otros desajustes de corto plazo.
El gobierno no puede resolver el problema por sí
solo, ni mucho menos hacer que el problema desaparezca de la
noche a la mañana. Pero el gobierno puede tomar medidas
que mejoren la productividad, los rendimientos de las
inversiones, y las condiciones para la innovación, a
través de lo cual se incremente el ritmo y se mejoren los
resultados a largo plazo del ajuste estructural.
Para ser viables, las medidas de política deben
incluir una reforma tributaria integral, un programa de
reducción de déficit equilibrado; inversión
en educación, mejora de capacidades, infraestructura, y
tecnología; y una política energética
plenamente desarrollada que prevea el aumento relativo de los
precios de energía a medida que el crecimiento de los
mercados emergentes haga crecer la economía global a tres
veces su tamaño actual durante el próximo cuarto de
siglo…
Por último, para intentar este nuevo equilibrio
en la actual situación fiscal sin aumentar los impuestos
(tal vez con medidas temporales diseñadas para superar el
déficit de inversión acumulado) sería muy
imprudente. Hacer esto causaría tanto que se impida el
ritmo de la recuperación como que se disminuya la calidad
del resultado final". Cómo achicar el déficit de
crecimiento de Estados Unidos (Michael Spence – Project Syndicate
– 21/9/11)
"Ya pasaron tres años desde la caída de
Lehman Brothers, que fue el punto de partida de la fase
más aguda de la crisis financiera de 2007 y 2008.
¿Podemos decir que el mundo financiero es un sitio
más seguro en la actualidad?
Pero tres años después del comienzo de la
crisis financiera, ¿tenemos algo similar? No niego que
Estados Unidos puede mostrar como prueba de sus esfuerzos por
hacer algo las 2000 páginas de la ley Dodd-Frank [de
reforma de Wall Street y protección de los consumidores].
Por desgracia, de esas páginas, muy pocas se ocupan de los
problemas que pueden haber estado detrás de la
crisis.
Por ejemplo, no se corrigió la confianza excesiva
de los bonistas en las agencias calificadoras de riesgo, que
tienden a ser más blandas con los emisores de bonos cuando
son poderosos. No se dijo nada sobre cómo el sector
bancario en la sombra depende de la liquidez y las
garantías del sector bancario formal, lo que en
última instancia implica que depende del Estado. Y hasta
la próxima década no habrá cambios en lo
relacionado con los límites al apalancamiento de las
instituciones financieras.
La lista de defectos de la ley podría continuar
al infinito. Prácticamente no se modificaron los
incentivos perversos que alientan a los fondos del mercado
monetario a asumir demasiado riesgo; tampoco se prestó
atención a los problemas que acarrea el pago de
premios…
Es cierto que la Comisión de Investigación
de la Crisis Financiera, presidida por Phil Angelides,
llegó a emitir, no solo uno, sino tres informes sobre lo
sucedido…
La economía no es una ciencia tan exacta como la
física, pero eso no justifica el fracaso de la
Comisión Angelides. Siempre que tengamos datos
suficientes, los economistas podemos aplicar métodos que
nos permiten identificar las causas probables de los
fenómenos económicos (y si se trata de refutar
explicaciones alternativas, somos incluso mejores). Nuestra
limitación principal no son las metodologías, sino
la disponibilidad de datos. Pero en este caso, no hubo datos a
disposición de los economistas, porque las partes
interesadas temían (y aún temen) compartirlos: es
que saben muy bien lo que podría salir a la luz del
día…
Por desgracia, la comisión investigadora
(compuesta en su mayor parte por funcionarios
Se perdió así una gran oportunidad. La
Comisión Angelides estaba dotada de poder legal para citar
testigos y requerir pruebas, con lo que hubiera podido reunir y
poner a disposición de los investigadores los datos
necesarios para responder muchas preguntas fundamentales sobre la
crisis. Por ejemplo: ¿asumieron riesgos más grandes
las compañías que ofrecían paquetes de
compensación no solo a sus directores ejecutivos sino
también a sus operadores? ¿La toma de riesgo
excesivo por parte de las instituciones financieras fue producto
de la incompetencia o de la estupidez? ¿O más bien,
fue una respuesta racional a las garantías
implícitas ofrecidas por el Estado? Al extenderse la
aplicación de normas demasiado permisivas para el
otorgamiento de crédito, ¿el mercado se
percató de lo que sucedía y supo asignar a los
diferentes paquetes de préstamos el precio que les
correspondía? ¿O, por el contrario, se dejó
engañar? ¿Quiénes fueron en última
instancia los compradores de esos productos tóxicos y por
qué los compraron? Y en todo esto, ¿cuánto
hubo de fraude?
Estas son las preguntas para las que se necesitan
respuestas. Por desgracia, a menos que se imponga la
obligación de revelar una cantidad suficiente de datos, es
probable que esas respuestas nunca se obtengan. Y en ese caso,
corremos el riesgo de no enterarnos de lo que causó esta
crisis hasta después de que se produzca la siguiente"…
No hubo un verdadero examen de la crisis (Luigi Zingales –
Project Syndicate – 22/9/11)
(Luigi Zingales es profesor de Iniciativa Empresarial y
Finanzas en la Escuela de Posgrado en Administración de la
Universidad de Chicago y coautor, con Raghuram G. Rajan, de
Saving Capitalism from the Capitalists – Salvar al capitalismo de
los capitalistas)
"Antes, los médicos creían que drenando la
sangre de un paciente podían purgar los humores malignos
que se pensaba que causaban la enfermedad. En realidad, claro
está, sus sangrías solo servían para
debilitar más al paciente y hacerlo más propenso a
sucumbir.
Afortunadamente, los facultativos ya no creen que
sangrar a los enfermos vaya a sanarlos. Desgraciadamente, muchos
de los responsables de la política económica siguen
creyéndolo. Y la sangría económica no solo
está infligiendo un enorme dolor; está empezando a
debilitar nuestras perspectivas de crecimiento a largo
plazo.
Algunos antecedentes: durante el último
año y medio, el discurso político tanto en Europa
como en EEUU ha estado dominado por los llamamientos a la
austeridad fiscal. Recortando drásticamente el gasto y
reduciendo los déficits, nos decían, los
países podrían restaurar la confianza e impulsar la
recuperación económica.
Y la austeridad ha sido real. En Europa, países
con problemas como Grecia e Irlanda han impuesto unos recortes
salvajes, al mismo tiempo que países más fuertes
han impuesto sus propios programas de austeridad más
suaves. En Estados Unidos, el pequeño estímulo
federal de 2009 se ha evaporado, mientras que los Gobiernos
estatales y locales han reducido drásticamente sus
presupuestos, de modo que, sobre todo, hemos tenido en la
práctica un movimiento hacia la austeridad no muy
diferente del de Europa.
Sin embargo, por extraño que resulte decirlo, la
confianza no ha aumentado. Por alguna razón, las empresas
y los consumidores parecen mucho más preocupados por la
falta de clientes y puestos de trabajo, respectivamente, que
tranquilizados por la rectitud fiscal de sus Gobiernos. Y el
crecimiento parece estar estancándose, mientras que el
paro sigue desastrosamente alto a ambos lados del
Atlántico.
Pero, como dicen los apologistas sobre los malos
resultados hasta ahora, ¿no deberíamos centrarnos
en el largo plazo más que en el sufrimiento a corto plazo?
En realidad, no: la economía necesita ayuda real ahora, no
compensaciones hipotéticas dentro de una década. En
cualquier caso, empiezan a surgir pruebas de que los problemas a
corto plazo de la economía -que ya van por el cuarto
año y están empeorando por centrarnos en la
austeridad- se están cobrando un precio en las
perspectivas a largo plazo también…
Es decir, la debilidad económica, que es en parte
consecuencia del recorte presupuestario, está causando
daños futuros así como presentes.
Además, la disminución de la capacidad
industrial probablemente no sea más que el comienzo de las
malas noticias. Probablemente se produzcan unas reducciones de la
capacidad similares en el sector de los servicios (de hecho,
puede que ya estén produciéndose). Y con un paro de
larga duración que ha alcanzado su tasa más alta
desde la Gran Depresión, existe un riesgo real de que
muchos de los desempleados lleguen a ser considerados imposibles
de emplear.
Ah, y las peores consecuencias de esos recortes del
gasto público están recayendo en la
educación. Por alguna razón, despedir a cientos de
miles de profesores no parece una buena manera de conquistar el
futuro.
De hecho, cuando se combina la evidencia cada vez mayor
de que la austeridad fiscal está minando nuestras
perspectivas futuras con los tipos de interés
bajísimos de la deuda pública de EEUU, resulta
difícil no llegar a una conclusión sorprendente: es
muy probable que la austeridad presupuestaria sea
contraproducente incluso desde un punto de vista puramente
fiscal, porque un crecimiento futuro menor equivale a una
recaudación fiscal más baja.
¿Qué debería estar sucediendo? La
respuesta es que necesitamos un importante impulso para poner la
economía en movimiento, no en alguna fecha futura, sino
ya. De momento, necesitamos más gasto gubernamental, no
menos, respaldado por unas políticas agresivamente
expansivas por parte de la Reserva Federal y sus homólogos
extranjeros. Y no son solo los economistas intelectualoides los
que dicen esto; los líderes empresariales como Eric
Schmidt, de Google, están diciendo lo mismo, y el mercado
de los bonos, al comprar deuda estadounidense a unos intereses
tan bajos, está de hecho suplicando una política
más expansiva"… La sangría (Paul Krugman – El
País – 25/9/11 – ©New York Times
Service)
Desaprendiendo a
Keynes (entre tantas medias verdades, que son siempre insidiosas)
– Sense and Sensibility (algunos cometarios finales, sin
Copyright)
Coda tragicómica: Todo lo que quepa en un blog,
para no abusar del derecho a réplica.
Es un lujo intelectual, para este modesto corresponsal
económico, tener como vecinos de Paper, a tan distinguidos
académicos. Por ello, ruego sepan perdonar la
irreverencia.
Al libro de Keynes, "Teoría general de la
ocupación, el interés y dinero", como ya dije
antes, lo he leído cinco veces. A la mayoría de los
autores citados los leo casi a diario, y he podido seguir sus
opiniones sobre la crisis financiera a través de diversos
medios internacionales. Otra cosa es que me haya "enterado" de
algo… Pero sigo intentándolo.
Entre la nostalgia y la alarma, he podido constatar que
la mayoría de los prestigiosos "seguidores" de Keynes (en
su caso) ha promovido, justificado, o tolerado (por decirlo
suave), que se debe continuar suministrando droga al drogadicto
(banca). Todo sea para que no delinca (caiga), dicen… Ha
fomentado, aceptado, o apoyado (por decirlo suave), que se pueda
estimular a un muerto (banca zombi)… Todo sea para evitar
el riesgo sistémico (aunque continúen
delinquiendo), aseguran. Un vodevil siniestro.
La mayoría de estos ("ilustrísimos
señores") "piden más" (gasto); en mi caso
(perdón), con toda humildad "pediría diferente"
(manera de gastar), y recién luego, si no alcanzara para
incentivar la demanda, entonces propondría un incremento
del gasto. No es un pequeño matiz. Es una forma totalmente
diferente de emplear los fondos públicos.
Tal vez por miedo (riesgo sistémico), por vanidad
(académica) o por connivencia (donaciones, contratos,
publicaciones, cátedras, conferencias, congresos,
premios…), han transigido, han rumiado, y han encubierto
el proceso de "relajamiento cuantitativo".
Han consentido (casi todos) la socialización de
las pérdidas (de la banca) y la privatización de
las ganancias (de los bancos socorridos con el dinero
público), por parte de sus directivos (bonus
récord). La "cultura del maná", aplicada a los
bancos.
¿Y por qué se da dinero? Pues porque el
derrumbamiento de una institución crediticia importante
origina tal caos para el conjunto del sistema que es mejor
encogerse de hombros y sacarlo de los impuestos. Unas medidas
irracionales, en cualquier caso. Y es que son múltiples
las paradojas y círculos viciosos que de ellas se
desprenden. De Ricitos de Oro (2007) se ha pasado al barón
de Münchhausen (2011), en función de la arbitrariedad
política y sus oscuros intereses.
Lo de la "arbitrariedad política" va de suyo: el
TARP de Geithner, el helicóptero de Bernanke y los
diversos Quantitative easing (1, 2, Lite…), el Twist
again, and so on…
Sobre lo "oscuros intereses", tomen nota de la siguiente
noticia y saquen sus propias conclusiones: "El presidente de
EEUU, Barack Obama, ha recaudado este año para su
campaña electoral más dinero procedente del sector
financiero y bancario que todos los candidatos presidenciales
republicanos juntos". (The Washington Post –
20/10/11).
Probablemente Keynes no hubiera aceptado que los bancos
que han sido ayudados con fondos públicos siguieran
comportándose como empresas privadas cuando sus directivos
deberían haberse convertido en funcionarios y trabajar por
los contribuyentes que han aportado para su
pervivencia.
Posiblemente Keynes hubiera propuesto que el sector
bancario debería regirse por el Código de
Hammurabi, que es la mejor regla de control del riesgo. No
supondría el "ojo por ojo", sino asumir las consecuencias
de las acciones llevadas a cabo y restablecer la simetría
entre las remuneraciones y el trabajo realizado. Los bancos
esconden el riesgo, ganan dinero, pagan bonus… Pero si la cosa
se colapsa, deben pagar el precio.
Seguramente Keynes les hubiera dicho (grandes bonetes),
que lo único "sistémico" es el ciudadano, el
contribuyente, el hombre de la calle, del que muchos de ustedes
(no digo todos), lamentablemente se han olvidado. Eso es lo que
tiene vivir en la torre de marfil de las universidades de "la Ivy
League", y no haber trabajo en una empresa nunca, no haber tenido
que pagar una quincena nunca, no haber rodado por la puta calle
nunca…
Finalmente (muchos, no digo todos), por exceso
(consintiendo la malversación de fondos públicos) o
por defecto (miedo de sostener ideas políticamente
incorrectas) han terminado "traicionado" a Keynes. Lo han
falsificado, desnaturalizado, adulterado, amañado,
desvirtuado, deformado, tergiversado. Han "desaprendido" a
Keynes, vamos.
El coste de los rescates bancarios y los ingentes planes
de estímulo aplicados por los gobiernos para combatir la
crisis ha ascendido a 13 billones de dólares (hasta 2009),
el 21,12% del PIB mundial (61,5 billones en 2008). Una deuda
adicional de 1.897 dólares por cada niño, mujer y
hombre del planeta. Y ello, sin contar con las inyecciones
extraordinarias de liquidez aplicadas por los principales bancos
centrales. (Libertad Digital – 28/1/10)
En concreto, los rescates bancarios por parte de los
gobiernos (empleando dinero del contribuyente) ha ascendido a 3,6
billones de dólares (el 5,73% del PIB mundial) o, lo que
es lo mismo, 515 dólares per cápita. Mientras, los
planes de estímulo han sumado 9,4 billones de
dólares (el 15,39% del PIB mundial), equivalente a 1.382
dólares por ser humano, según un estudio elaborado
por Grail Research and de Luxe & Associates, para la
prestigiosa Harvard Business Review.
Según el informe, casi el 75% del rescate
bancario ha sido llevado a cabo por los países
occidentales, es decir, EEUU y las grandes potencias europeas. En
este caso, el coste de salvar el sistema financiero haciendo uso
del gasto público ha sido del 7,8% del PIB conjunto de
dichos países.
¿Cuánto se podría haber
incrementado el empleo con un aumento de la inversión
equivalente a 13 billones de dólares? ¿Por
qué no se aplicó ese dinero para ayudar a las
familias que no podían pagar su hipoteca? ¿Por
qué no se emplearon esos fondos en solucionar los
problemas de la economía real? ¿Se puede
restablecer así la confianza?
¿Por qué se intenta mantener el mismo
sistema financiero que ya fracasó? ¿Por qué
se admite que sigan mandando en los bancos los mismos directivos
que promovieron semejante estafa piramidal? ¿Es
ésta la forma de alcanzar expectativas
razonables?
La crisis ha puesto de manifiesto que es necesaria una
reorganización mundial del sistema financiero, que pasa
por volver al viejo mecanismo en el que los bancos de negocios
son para el largo plazo y el banco comercial, para el corto "les
guste o no". Creo que el único que sostiene este postulado
es Paul Volcker (ha declarado su preferencia para reinstalar
algunas de las divisiones entre la banca comercial y de
inversión que fueron eliminadas en 1999 con la
revocación de la Ley Glass-Steagall).
Además, opina también que a la reforma se
le debería dar una dimensión internacional: Algunos
acercamientos, tales como los estándares de contabilidad,
los requerimientos de liquidez y de capital, y el registro y
reporte de procedimientos, deberían ser coherentes y
acordados internacionalmente.
El 26 de noviembre de 2008, fue nombrado director del
President's Economic Recovery Advisory Board (Consejo para la
Reconstrucción Económica) por el presidente Barack
Obama. El 10 de enero de 2011, Paul Volcker abandonó el
gabinete de Obama y con él desaparece cualquier esperanza
de que el Gobierno estadounidense consiga domar el salvaje mundo
financiero. Lo demás es historia…
Aunque ser ahora keynesiano no es la vía, me
gustaría conocer sobre estos asuntos, según la
interpretación de los "apóstoles" citados. Alguien,
debería poner un poco de luz en medio de las tinieblas.
Dar voz al que no la tienen y renovar la esperanza, de los que
tienen hambre y sed de justicia. Un acto de contrición,
arrepentimiento y cambio.
Algo "políticamente incorrecto", algo
sacrificial, algo inmolatorio. Aunque, tal vez, sea demasiado
pedir (con tanto freno y marcha atrás,). Así y
todo, continúo esperando…
El "segundo
funeral" de Keynes (concelebrado por los "sumos sacerdotes" del
"liberalismo de mano única", y del "fundamentalismo del
mercado") – ¿Twist again o el rock de la
prisión?
Alquimistas del mercado,
prepárense: el regreso del patrón está a la
vuelta de la esquina.
"Imagínense que entran en la ducha, abren la
canilla y no sale agua. Llaman a un plomero, que les dice que hay
orificios en las cañerías y que la
reparación les costará 1.000 dólares.
Ustedes le dicen que, en cambio, aumente la presión del
agua.
¿Suena sensato? Bueno, ésta es la
lógica detrás de la segunda ronda de "alivio
cuantitativo" (QE2, por su sigla en inglés) de la Reserva
Federal de Estados Unidos, su estrategia para seguir inundando
las cañerías de dinero hasta que el crédito
empiece otra vez a fluir libremente de los bancos a las
empresas.
Ustedes no esperarían que esto funcionara en la
ducha, y existen pocos motivos para esperar que funcione en el
mercado de crédito comercial. El mecanismo de
transmisión de crédito en Estados Unidos -y en
otras partes- se vio seriamente dañado desde 2007. Las
pequeñas y medianas empresas en Estados Unidos dependen de
los bancos pequeños y medianos para acceder al
crédito vital; sin embargo, muchos de estos bancos siguen
comportándose como zombis, incapaces de prestar porque sus
balances están plagados de créditos comerciales e
inmobiliarios incobrables heredados de los años de
apogeo.
El Programa de Alivio para Activos en Problemas de
Estados Unidos (TARP, por su sigla en inglés) era una
oportunidad para obligar a los bancos a purgar los activos
incobrables -y así reparar las cañerías de
crédito-. Por el contrario, sólo se obligó a
los bancos a tomar inyecciones de capital del gobierno, que ellos
consideran políticamente tóxicas. Como resultado,
los bancos se dedicaron a devolver los fondos de rescate ante la
primera oportunidad que se les presentaba, en lugar de usarlos
para fomentar el préstamo.
El resultado es que, aunque la Fed haya bajado su tasa
de préstamo a corto plazo a cero, la mayoría de los
bancos sólo prestarán sobre la base de un colateral
mucho mayor, y a tasas de interés reales mucho más
altas, que antes de la crisis. De modo que ahora Estados Unidos
se esfuerza por salir adelante con la opción barata:
inundar las cañerías y ver lo que sale.
A no equivocarse: algo saldrá, aunque no
necesariamente donde debería. Ya vimos la liquidez
destinada a fomentar el crédito bancario en Estados Unidos
filtrarse en cambio por las grietas en mercados tan diversos como
las materias primas agrícolas, los metales y la deuda de
países pobres.
Lo que es notable sobre esto es que parte de los
impulsores más prominentes del QE2 en realidad piensan que
cualquier lugar donde surja la nueva demanda está
perfecto. Después de todo, lo único que les importa
a los fieles keynesianos es la "demanda agregada". Preocuparse
por la composición de la demanda es tonto; sólo
complica las cuentas.
Paul Krugman, el economista ganador del Premio Nobel,
que reprende a la Fed por no abrir mucho más la compuerta
monetaria, demostró las debilidades de la cruda estrategia
keynesiana hace casi una década. En agosto de 2001,
escribió que "La fuerza impulsora detrás de la
actual desaceleración es una caída de la
inversión empresarial". Pero, "para reflacionar la
economía", nos dijo, "la Fed no tiene que restablecer la
inversión empresarial; cualquier tipo de aumento de la
demanda se encargará de hacerlo". En particular, "la
vivienda, que es altamente sensible a las tasas de
interés, podría ayudar a liderar una
recuperación".
Un año más tarde, cuando la Fed no
había tomado las medidas lo suficientemente agresivas para
su gusto, Krugman descubrió que "necesita un creciente
gasto en vivienda para compensar la inversión empresaria
moribunda. Y para hacerlo necesita crear una burbuja inmobiliaria
que reemplace a la burbuja del Nasdaq". Deseo
concedido.
Pero ni Estados Unidos ni el mundo pueden darse el lujo
de una secuela. No se puede esperar que el mundo exterior, que se
basa en el dólar como su principal vehículo
comercial y, por lo tanto, activo de reserva, observe pasivamente
mientras los dólares siguen infiltrándose en sus
mercados monetarios, de materias primas y de activos, sin
ningún fin certero a la vista…
Durante décadas, Estados Unidos y Europa
sermonearon al mundo sobre la importancia de poner la casa en
orden después de una crisis financiera: en particular,
reparar o liquidar a los bancos zombis. Es hora de tragar nuestra
propia medicina y reanudar el duro trabajo de reparar nuestros
sistemas bancarios. Basarse, en cambio, en los bancos centrales
para reflotar las economías estadounidense y europea es
una abdicación de responsabilidad que nos costará
caro en el futuro". Arrastrado por la corriente del segundo
alivio cuantitativo de la Fed (Benn Steil – Project Syndicate –
4/1/11)
(Benn Steil es director de Economía Internacional
en el Consejo sobre Relaciones Exteriores y coautor de Money,
Markets, and Sovereignty, ganador del premio Hayek Book Prize
2010)
"La economía es enteramente un asunto de demanda
y oferta. Las dos están equilibradas y, si no, unas
fuerzas potentes las impulsan para que lo estén, pero, en
vista de los altos y persistentes niveles de desempleo ahora
existentes en los Estados Unidos, es necesario preguntarse por la
naturaleza real del problema: ¿es demasiado baja la
demanda agregada o hay problemas con la oferta?
El gobierno del Presidente Barack Obama parece creer que
se trata de un problema de demanda y ha aprobado una medida de
estímulo tras otra, reduciendo los impuestos y aumentando
las transferencias y el gasto gubernamental para impulsar el
consumo y la inversión. La Reserva Federal tiene una idea
similar, no sólo al mantener unos tipos de interés
mínimos a corto plazo, sino también al lanzarse a
una política arriesgada en relación con los tipos a
largo plazo. Algunos economistas progresistas quieren algo
más incluso.
¿Por qué no han dado resultado hasta ahora
esas políticas para reducir el empleo, pese a que ya
está en marcha la recuperación del crecimiento? El
economista progresista dice que el estímulo ha dado
resultado, al evitar una recesión mucho más
profunda –si no peor–, pero que han sido medidas
demasiado tímidas para producir una recuperación
sólida.
El economista conservador responde que, precisamente
porque el Gobierno se ha tomado tanta libertad con el dinero de
los contribuyentes, las familias, temerosas de los impuestos
futuros, están esforzándose por aumentar sus
ahorros. Además, el Gobierno, cada vez más
activista, ha dejado preocupadas a las empresas por las futuras
medidas tributarias y reglamentadoras, por lo que se muestran
reacias a invertir.
Probablemente la verdad se encuentre a medio camino de
las dos posiciones. El gasto gubernamental -en particular, en
prestaciones por desempleo, ayuda a los estados y algunos
proyectos de obras públicas- probablemente contribuyera a
evitar una contracción mayor, pero los continuos
números rojos preocupan a las familias, que también
están intentando rehacer sus ahorros y reducir la deuda
después de una orgía de gasto. La incertidumbre en
materia de reglamentación infundida a sectores como, por
ejemplo, el de la salud dificulta no sólo la
adopción de decisiones de inversión a largo plazo,
sino también las contrataciones a largo plazo por parte de
las empresas…
En el último auge, los empleos en el sector de la
construcción aumentaron en gran medida, con un crecimiento
del 50 por ciento de la inversión inmobiliaria, como
porcentaje del PIB, de 1997 a 2006. Como han mostrado mi colega
Erik Hurst y sus coautores, los estados que tuvieron el mayor
aumento de la construcción, como porcentaje del PIB, en el
período 2000-2006 solieron ser los que en el
período 2006-2009 tuvieron la mayor contracción en
ese sector. Esos mismos estados solieron tener también el
mayor aumento de la tasas de desempleo entre 2006 y
2009.
Los desempleados no son sólo trabajadores de la
construcción, sino también de sectores
subsidiarios, como, por ejemplo, agentes inmobiliarios y
bancarios, además de los que trabajan en viviendas, como,
por ejemplo, fontaneros y electricistas. Así, pues, las
pérdidas de puestos de trabajo se extienden mucho
más allá del sector de la
construcción.
Resulta difícil de creer que un aumento de la
demanda agregada vaya a impulsar suficientemente el mercado
inmobiliario -cuyo auge se debió, conviene recordarlo, a
la creencia en una constante apreciación de los precios
que probablemente no abrigarán muchos ahora- para volver a
brindar empleo a esos trabajadores. Hurst calcula que ese
desempleo "estructural" puede representar hasta tres puntos
porcentuales del empleo total. Dicho de otro modo, de no ser por
la construcción, la tasa de desempleo en los EEUU
ascendería al 6,5 por ciento, situación mucho
más boyante que la actual.
Las autoridades deben recordar que el auge de la
vivienda fue fomentado por una política monetaria relajada
y encaminada a intensificar el aumento de los puestos de trabajo
cuando los EEUU se recuperaron de la última
recesión. De hecho, en la época en que se
abandonaban los estudios para ocupar puestos de trabajo no
especializado, muy abundantes en el sector de la
construcción, las tasas de graduados de la
enseñanza secundaria en Las Vegas se redujeron en gran
medida. Ahora esos desempleados sin estudios padecen una tasa de
desempleo tres veces mayor que los titulados universitarios, por
lo que les va a resultar muy difícil volver a formar parte
de la fuerza laboral.
La enseñanza que se desprende para las
autoridades está clara: en lugar de intentar
constantemente impulsar el gasto y crear posibles problemas para
el futuro, una forma más sostenible de mejorar el aumento
de los puestos de trabajo es la de facilitar el
"readiestramiento" de los desempleados, en particular los que
habían tenido empleos relacionados con la
construcción. Al final, la oferta de una fuerza laboral
mejor creará una demanda más sólida y
sostenible". ¿Demanda u oferta? (Raghuram Rajan – Project
Syndicate – 7/1/11)
(Raghuram Rajan es profesor de Finanzas en la Escuela
Booth de Administración de Empresas de la Universidad de
Chicago y autor de Fault Lines: How Hidden Fractures Still
Threaten the World Economy – "Líneas de fallas. Las
fracturas ocultas que aún amenazan a la economía
del mundo")
"Lo peor de la crisis financiera y económica
parece haber terminado. Los mercados de activos tuvieron un
desempeño razonablemente bueno en 2010. En los Estados
Unidos y algunas partes de Europa el crecimiento reinició.
El desapalancamiento del sector privado continuó, pero
tuvo como contrapeso niveles crecientes de deuda y
déficits en el sector público. Además, el
crecimiento de los mercados emergentes regresó a los
niveles previos a la crisis y parece ser sostenible, apoyado por
políticas heterodoxas diseñadas para "esterilizar"
las entradas masivas de capital.
Sin embargo, el crecimiento alto sostenido en los
mercados emergentes depende de evitar una segunda gran
desaceleración en las economías avanzadas, que
siguen absorbiendo una parte significativa (aunque en declive) de
sus exportaciones. El crecimiento lento es manejable, pero el
crecimiento negativo no lo es.
Por consiguiente, para las economías emergentes
el riesgo de que empeore la situación de las
economías avanzadas y los efectos de cascada de sus
políticas de recuperación son temas principales de
inquietud. En varios países desarrollados, incluidos los
Estados Unidos, las perspectivas de crecimiento y empleo empiezan
a divergir ampliamente poniendo en riesgo la cohesión
social y la apertura económica.
La situación es en gran parte el resultado de la
predecible dinámica posterior a la crisis económica
debido a que las empresas y los hogares en los países
avanzados reparar sus hojas de balance. Sin embargo,
también reflejan decisiones de política no
cooperativa. En efecto, los intentos para coordinar la
política económica en todo el G-20, que representa
el 85% del PIB global, se quedó muy por debajo de lo que
se esperaba en 2010.
Entonces, ¿cómo sería un conjunto
coordinado de políticas económicas
globales?
Primero, incluiría planes convincentes en Europa
y en los Estados Unidos para restablecer el equilibrio
fiscal…
El segundo tema de la agenda es abandonar la
facilitación cuantitativa en los Estados Unidos, que
está sometiendo a las economías emergentes a una
avalancha de capitales, precios crecientes de los productos
básicos, inflación y burbujas de
activos…
Tercero, las economías avanzadas y emergentes que
tienen superávits crónicos deben deshacerse de
ellos…
El cuarto tema tiene que ver con el hecho de que la
economía global estará en desequilibrio mientras
que los Estados Unidos tengan déficits amplios en la
cuenta corriente…
Quinto y último, la mayor parte de los tenedores
de reservas deben ponerse de acuerdo para movilizarlas con el
objetivo de mantener la estabilidad financiera y prevenir
movimientos excesivamente volátiles del tipo de cambio y
de los capitales…
No es fácil ninguna de estas medidas.
Llevarán tiempo. Sin embargo, en conjunto,
ayudarían a reducir la incertidumbre y restablecer el
patrón de estabilidad y de crecimiento incluyente de la
economía global, impulsando así su apertura
continua"… Cinco pasos adelante en 2011 (Michael Spence –
Project Syndicate – 14/1/11)
"Como hermanos en armas unidos en combate pero divididos
en la paz, Europa y Estados Unidos, que habían combatido
la depresión en forma conjunta en 2009, comenzaron a
manifestar desacuerdos en 2010 y empiezan el 2011 con posturas
divergentes en materia de política macroeconómica.
El precio de la divergencia podría ser alto: si bien lo
peor ya pasó, todavía hace falta una
coordinación efectiva de las políticas en un
momento en que reequilibrar la economía global, como ha
pedido el G-20, es una tarea que está lejos de ser
cumplida.
La división transatlántica es evidente con
respecto a la política monetaria…
Una divergencia similar, aunque menos aguda,
surgió con respecto a la política
fiscal…
En Europa, esta divergencia suele atribuirse a lo que el
presidente francés Charles de Gaulle solía
calificar como un "privilegio exorbitante" de Estados Unidos: el
poder de imprimir la principal moneda de reserva
internacional…
Una segunda interpretación de la división
transatlántica es que las políticas de ambos lados
reflejan las diferencias en sus situaciones. Esto es claramente
lo que sucede con los mercados laborales y el desempleo: las
empresas norteamericanas reaccionaron a la recesión con
despidos masivos, mientras que las compañías
europeas –con excepción de las firmas
españolas, pero no de las compañías
británicas- hicieron el mayor esfuerzo por resguardar la
mano de obra.
En consecuencia, la productividad se estancó en
Europa desde 2007, mientras que mejoró en más de
seis puntos porcentuales en Estados Unidos. Por supuesto, otra
consecuencia es que la tasa de desempleo en Estados Unidos
está cerca de los picos de posguerra y permanecerá
alta durante mucho más tiempo. Y los trabajadores
desempleados en Estados Unidos pierden sus beneficios
después de 99 semanas, lo que hace que el imperativo
político para una acción macroeconómica sea
mucho más fuerte que en Europa, donde el desempleo
aumentó más lentamente y los beneficios son
más generosos. Como señala el economista Joseph
Stiglitz, el estado benefactor de Estados Unidos es, primero y
principal, la política monetaria de la Fed.
Sin embargo, también existe una tercera lectura,
más sutil, de la división UE-EEUU, que tiene que
ver con los beneficios. En la visión de la mayoría
de los europeos, el terreno que se perdió no se puede
recuperar -y, si se puede recuperar, es muy poco-. De manera que,
como la oferta se redujo, sería peligroso que el banco
central o el presupuesto estimularan excesivamente la demanda. Y,
como los ingresos tributarios tampoco se recuperarán, la
brecha tendrá que ser cubierta apelando a la austeridad
fiscal. Los norteamericanos, por otra parte, están
convencidos de que lo que se haya perdido durante la
recesión reciente finalmente se recuperará. Lo dice
la administración Obama, lo dice también la Fed
(aunque con más prudencia), y ambas actúan en
consecuencia. En otras palabras, los europeos son pesimistas
sobre el futuro y, por consiguiente, son reacios a estimular el
crecimiento, mientras que los norteamericanos siguen siendo
optimistas y están dispuestos a darle una oportunidad a
cualquier instrumento de política económica. En
consecuencia, la divergencia por la política
macroeconómica continuará -al menos mientras los
inversores sigan dispuestos a comprar deuda pública
estadounidense.
De esta divergencia surgen varias consecuencias:
dificultades en la coordinación de las políticas,
dado que no existe ningún acuerdo sobre el
diagnóstico; un regreso muy probable a grandes
déficits externos estadounidenses mientras que Europa se
mantiene en equilibrio; y un dólar más
débil, lo cual se volverá evidente si la crisis en
la eurozona amaina.
Todo esto podría complicar enormemente la
gestión del G-20 y corre el riesgo de oscurecer la
cuestión de la que todos deberían estar
ocupándose: cómo manejar una economía global
en la que el equilibrio entre países avanzados y
países emergentes está cambiando a gran velocidad".
Fisura y maestría (Jean Pisani-Ferry – Project Syndicate –
28/1/11)
(Jean Pisani-Ferry es director de Bruegel, un grupo
internacional de expertos en economía, profesor de
Economía en la Universidad Paris-Dauphine y miembro del
Consejo de Análisis Económico del primer ministro
francés)
"Hay momentos en que se debe pensar y actuar de forma
original y después hay momentos en que se vuelve a la
normalidad. Los más importantes bancos centrales de
Occidente -el Banco de Inglaterra, el Banco Central Europeo y la
Reserva Federal de los Estados Unidos- deben tomárselo en
serio. Como dijo el ex Presidente de la Reserva Federal William
McChesney Martin: "La misión del banco central es la de
retirar el ponche cuando la fiesta aún no ha acabado". Sin
embargo, recientemente la Reserva Federal decidió no
sólo mantener la fuente del ponche, sino también
volver a llenarlo.
Cuando la crisis financiera estalló con su
máxima intensidad en 2008, los bancos centrales más
importantes del mundo estuvieron acertados al recurrir a medidas
excepcionales. Desde luego, podríamos afirmar que en
algunos casos exageraron -por ejemplo, con la segunda ronda de la
llamada "relajación cuantitativa" en los Estados Unidos-,
pero, en términos generales, la reacción parece
haber sido apropiada.
Sin embargo, más de dos años
después, la situación ha cambiado. La
recuperación económica no es estelar, pero no por
ello deja de ser una recuperación. Casi todas las
economías desarrolladas han dejado la recesión muy
atrás y el peligro de deflación ha desaparecido.
Recientemente, el banco central suizo adoptó esa
posición y el BCE está preocupado por una mayor
inflación, no deflación, en la zona del euro. En
las economías en ascenso, como, por ejemplo, el Brasil,
China, la India y Corea del Sur, la inflación está
aumentando rápidamente y pasando a ser cada vez más
un problema económico y social.
Así, pues, ha llegado el momento de que los
bancos centrales de Occidente vuelvan a ser "normales". Ello es
aplicable en particular a la Reserva Federal y al Banco de
Inglaterra y, en menor medida, al BCE…
Ante la disyuntiva entre un crecimiento económico
a corto plazo y otro a medio y largo plazo, dichos bancos
centrales están optando por el segundo. Al aumentar los
tipos de interés para impedir que la inflación se
ponga por las nubes, infligen cierto sacrificio a la
economía ahora, pero, en comparación con el que
sería necesario para luchar contra una inflación
desbocada más adelante, resulta insignificante.
En ese sentido, los bancos centrales de los
países con mercados emergentes han aprendido la
lección de los decenios de 1970 y 1980, cuando la
inflación dominaba el mundo y asfixió el
crecimiento económico… en gran medida porque los bancos
centrales no actuaron a tiempo. Bancos centrales como la Reserva
Federal y el Banco de Inglaterra parecen haber olvidado esa
historia.
Entonces, ¿qué deberían hacer los
bancos centrales occidentales?
En primer lugar, se debe dejar de lado el indicador de
la "inflación básica"…
En segundo lugar, los bancos centrales europeos deben
empezar a reducir las medidas de emergencia adoptadas para
afrontar la crisis económica y financiera. Ello es
aplicable en particular a la Reserva Federal, que en el
otoño de 2010 lanzó una segunda ronda de
relajación cuantitativa para estimular el crecimiento
económico y el empleo a corto plazo, pero también
al Banco de Inglaterra, al que se ha criticado por mostrarse
demasiado poco riguroso.
Por último, para tener la posibilidad de impedir
que la inflación aumente aún más, los tipos
de interés reales deben ser, como mínimo, iguales a
cero o ligeramente positivos…
Para impedir que la inflación se ponga por las
nubes, la Reserva Federal debe aumentar el tipo de los fondos
federales de casi 0 por ciento ahora a al menos el 3 por ciento
dentro de un año, más o menos. En el mismo
período, el BCE debe subir su tipo oficial del 1 por
ciento a al menos el 2 por ciento, mientras que el Banco de
Inglaterra debe poner la mira en el 5 por ciento.
Optar por un aumento a corto plazo del crecimiento
económico y del empleo, en lugar de imponer la estabilidad
de los precios, hundió la economía mundial en los
decenios de 1970 y 1980. Esta vez el resultado puede no ser
demasiado diferente, si los bancos centrales europeos
occidentales mantienen sus actuales políticas monetarias
durante mucho más tiempo.
Durante años, los funcionarios de dichos bancos
han invitado a sus homólogos de países en
desarrollo y con mercados en ascenso a conferencias y reuniones
para enseñarles los truquillos del oficio. Tal vez haya
llegado el momento de que los profesores aprendan de sus
alumnos". El ponche de la política monetaria de Occidente
(Sylvester Eijffinger y Edin Mujagic – Project Syndicate –
1/3/11)
(Sylvester Eijffinger es profesor de Economía
Financiera en la Universidad de Tilburg, en los Países
Bajos. Edin Mujagic es un economista especializado en
política monetaria en ECR Research y en la Universidad de
Tilburg)
"Frenar la caída ha significado frenar el
reajuste, de modo que hemos terminado estrellándonos
contra el mismo cuello de botella que ya estranguló el
crecimiento mundial en 2008.
Los hay que han visto en la advertencia de Trichet de
que tal vez subirá los tipos de interés en abril un
soberano despropósito…
Reconozco que, como en 2008, Trichet tiene poco margen
de maniobra combatiendo una inflación que, en gran medida,
le viene de fuera…
Podría parecer entonces que los
monetaristas-inflacionistas están en lo cierto y que
Trichet está combatiendo moscas a cañonazos. El
problema es que Trichet, dentro de sus parcas posibilidades,
está apuntando hacia la dirección adecuada: la
subida de tipos de interés. Quien está obrando de
mala manera y está conduciendo a la economía
mundial a una situación límite no es Trichet, sino
Bernanke. Suya, y de su política monetaria
extraordinariamente expansiva, es la responsabilidad de que las
materias primas estén subiendo y de que, por tanto, se
esté extendiendo una inflación a escala
internacional.
El proceso es el siguiente: al bajar los tipos de
interés y monetizar casi todo aquello que fuera
monetizable, Bernanke no sólo ha permitido financiar el
derrochador y billonario déficit de Obama, sino que
además ha permitido, por un lado, que la economía
de Estados Unidos no se reconvirtiera en la dirección de
ahorrar o producir más materias primas y, por otro, que
China y el resto de países que le venden mercancías
sigan hiperdesarrollándose a costa del endeudamiento de
los estadounidenses (que no otra cosa significa que Estados
Unidos mantenga un déficit exterior merced a las laxas
facilidades internas de endeudamiento).
Desde la crisis de 2008, el dogma monetarista ha
consistido en afirmar que, a diferencia de lo que
sosteníamos los austriacos, las economías mundiales
no necesitaban reajustarse a gran escala. Todo se trataba de un
problema de expectativas que habían llevado a los agentes
a atesorar masivamente dinero y a que las economías
operaran por debajo de su potencial. La respuesta, pues,
debía ser incrementar la cantidad de dinero por parte de
los bancos centrales para que la gente siguiera gastando como
antes, permitiendo una rápida recolocación de los
recursos ociosos.
Mas hete aquí que cuando lo han hecho, la
economía mundial efectivamente se ha estabilizado y ha
comenzado a remontar el vuelo, pero… se ha topado de bruces con
la realidad de unas estructuras productivas que para funcionar
necesitan consumir más materias primas de las que ahora
estamos capacitados para producir. Es decir, hemos vuelto a
mediados de 2008, antes del estallido de la crisis, pero con un
volumen de deuda pública infinitamente mayor.
Cualquier persona que sostenga la disparatada
teoría de que el problema que padecemos es esencialmente
monetario y no real, debería plantearse estas tres simples
preguntas:
1. ¿Alguien creía que podíamos
recuperarnos manteniendo casi intacta la estructura productiva de
2007-comienzos de 2008 sin que el precio de las materias primas
se disparara?
2. ¿Alguien cree que esa estructura productiva de
2007 es viable con los elevadísimos precios actuales de
las materias primas?
3. Si ambas respuestas son negativas, entonces
¿no estamos ante una crisis real que hay que corregir por
el lado de la oferta? ¿A qué viene cebar sin ton ni
son la demanda como si el problema estuviera
ahí?
En definitiva, la respuesta monetarista ha sido una
calamidad. Frenar la caída ha significado frenar el
reajuste, de modo que hemos terminado estrellándonos
contra el mismo cuello de botella que ya estranguló el
crecimiento mundial en 2008. Bernanke jamás debería
haber acomodado tanto como lo hizo las necesidades de unos
deudores que o debían reducir su consumo de materias
primas o incrementar su producción de las mismas, y que
gracias a la expansión crediticia del Helicóptero
Ben han podido no hacer ni lo uno ni lo otro.
Nuestras iras deberían dirigirse, pues, no contra
Trichet, quien tímidamente está haciendo lo
correcto, sino contra Bernanke y los monetaristas, quienes desde
un comienzo no comprendieron de qué iba esta
película y, tras el fracaso de los planes de
estímulo keynesiano que ellos mismos ayudaron a sufragar,
tomaron el relevo a la hora de estrecharnos, aún
más, la soga alrededor del cuello". Bernanke nos exporta
su inflación (Juan Ramón Rallo – Libertad Digital –
4/3/11)
(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y
profesor en la Universidad Rey Juan Carlos y en el centro de
estudios Isead. Su último libro es "Crónicas de la
Gran Recesión 2007-2009")
"En 1987, Alan Greenspan fue nombrado oficialmente para
su cargo como presidente de la Fed, donde se convirtió en
uno de los hombres más poderosos (si no el más
poderoso) del mundo. Aunque fue nombrado por el presidente de
Estados Unidos y aparentemente obedecía las órdenes
del presidente, en muchos sentidos, Alan Greenspan gobernó
la Fed sin casi supervisión. Con su nueva autoridad
recién otorgada, el presidente era ahora capaz de
determinar los tipos de interés de toda una nación
(que influye en los tipos de interés del mundo entero) y
de expandir y contraer la oferta monetaria de la nación
como él y sus electores consideraran necesario. Realmente
un poder siniestro.
Las políticas de la Fed tuvieron un impacto
enorme en nuestra crisis actual y el pueblo estadounidense ha
llegado a entender lo destructiva que puede ser su fuerza. Al
expandir el crédito, inflar la divisa y mantener los tipos
de interés artificialmente bajos durante un prolongado
periodo de tiempo (una forma de fijación de precios), el
país (y el mundo) se vio plagado de malas inversiones: se
animó a la gente y a las instituciones bancarias a comprar
y gastar por parte de este oscuro y opaco monolito en Washington
DC. Aunque muchos políticos echaron cómodamente la
culpa a los bancos y prestatarios por la confusión que
afrontan los estadounidenses, la mayoría de los
economistas apunta con sus dedos a la Fed.
La única manera de evitar que se repita este tipo
de desastre es quitar esta poderosa e insidiosa autoridad a la
Fed y restaurar la República, cuyos fundadores
conocían los males de una autoridad central que controlara
la oferta monetaria. Esa es la razón por la que la palabra
"moneda" (coin) se escribió específicamente en la
Constitución hace 200 años. Cuando Estados Unidos
tuvo un sistema de dinero bimetálico durante la
mayoría del siglo XIX, a los políticos les era
mucho más difícil dar dinero a sus amigos y a
aquéllos con los que compartían
intereses…
Durante los últimos años, Alan Greenspan
ha recibido muchas críticas por el desastre que
creó. Aunque aún no ha aceptado su culpa por el
daño causado, ni reconocido públicamente los
efectos nocivos del control centralizado sobre el dinero y el
crédito, su reputación se ha visto severamente
dañada por sus críticos en todo el
mundo.
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