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Imagining Keynes – Parte II – JMK (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

"El Gobierno de Portugal acaba de caer por una disputa
respecto a las propuestas de austeridad. La rentabilidad de los
bonos irlandeses ha superado el 10% por primera vez. Y el
Gobierno británico acaba de rectificar a la baja su
previsión económica y al alza su previsión
de déficit.

¿Qué tienen en común estos
acontecimientos? Todos ellos son pruebas de que reducir
drásticamente el gasto cuando uno se enfrenta a un paro
elevado es un error. Los defensores de la austeridad
predecían que los recortes del gasto reportarían
rápidamente dividendos en forma de aumento de la confianza
y que habría pocos efectos adversos, o ninguno, para el
crecimiento y el empleo; pero se equivocaban.

Por eso es una pena que ahora mismo, en Washington, a
uno no se le considere serio a menos que profese lealtad a la
misma doctrina que está fracasando tan estrepitosamente en
Europa.

No siempre ha sido así. Hace dos años,
ante el repunte del paro y de los grandes déficits
presupuestarios -ambos consecuencia de una grave crisis
financiera-, los dirigentes de los países más
avanzados parecían comprender que los problemas
debían abordarse por orden, centrándose primero en
la creación de empleo combinada con una estrategia a largo
plazo de reducción del déficit.

¿Por qué no reducir los déficits
inmediatamente? Porque las subidas de impuestos y los recortes
del gasto gubernamental deprimirían más las
economías, con lo que empeoraría el problema del
paro. Y recortar el gasto en una economía profundamente
deprimida es contraproducente en gran medida, incluso desde un
punto de vista puramente fiscal: cualquier ahorro que
aparentemente se consiga se ve contrarrestado en parte por el
descenso de los ingresos, a medida que la economía
retrocede.

Así que dedicarse ahora al empleo y luego a los
déficits era y es la estrategia acertada"… La falsa
ilusión de la austeridad (Paul Krugman – El País –
27/3/11 – © 2011 New York Times)

"Lamentablemente, la reducción neta de la tasa de
desempleo de los EEUU en el pasado año en nada se
debió a aumentos de la proporción
empleo-población, sino sólo a la reducción
de la participación de la fuerza laboral. El desempleo ha
bajado del 10,1 por ciento a lo largo de los 18 meses pasados,
pero la proporción empleo-población ha permanecido
estancada en el 58,4 por ciento. Tal vez fuera mejor que los
desempleados que pudiesen tener empleos -y que, de haber pleno
empleo, los tendrían- estuvieran buscando trabajo
activamente, en lugar de estar totalmente fuera de la fuerza
laboral…

La contracción no fue causada por una
reducción de la liquidez, por lo que la Reserva Federal no
puede agitar su varita y devolver los precios de los activos a su
configuración anterior a la recesión y eso
significa que los problemas empresariales son mucho más
complejos, pues la recuperación no consiste en resucitar
lo que solía ser rentable producir, sino en imaginar lo
que será rentable producir en el futuro.

Como gusta de decir el economista Dan Kuehn, una
recesión es como si alguien desbaratara nuestro
rompecabezas, con lo que se rompiera el orden de las piezas y
algunas quedasen boca abajo. Cuando la Reserva Federal pone fin a
una reducción de la liquidez, vuelve a poner las piezas
boca arriba, por lo que resulta fácil reconstruir el
rompecabezas. Sin embargo, ahora no hay nadie para poner las
piezas boca arriba, por lo que la corrección resulta mucho
más difícil.

De hecho, creo que la situación es aún
peor: mientras la demanda agregada siga siendo baja, ni siquiera
podemos decir qué piezas están boca arriba. Nuevas
inversiones, líneas de actividad y correspondencia entre
trabajadores y empresas que serían muy productivas y
rentables en niveles normales de utilización de la
capacidad y de desempleo no lo son ahora.

Así, pues, lo que los Estados Unidos necesitan
ahora no es simplemente una recuperación de la demanda,
sino un ajuste estructural. Lamentablemente, el mercado no puede
producir por sí solo una recuperación rápida
de la demanda y no puede producir ajuste estructural alguno hasta
que la recuperación de la demanda esté bastante
avanzada". La anatomía de la recuperación lenta (J.
Bradford DeLong – Project Syndicate – 31/3/11)

(J. Bradford DeLong, ex Secretario Adjunto del Tesoro de
los Estados Unidos, es profesor de Economía en la
Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en
la Oficina Nacional de Investigaciones
Económicas)

""Liquidar la mano de obra, liquidar las acciones,
liquidar a los agricultores, liquidar las propiedades
inmobiliarias". Ese, según Herbert Hoover, fue el consejo
que recibió de Andrew Mellon, el secretario del Tesoro,
mientras Estados Unidos se hundía en la Gran
Depresión. Para ser justos, hay ciertas dudas sobre si
Mellon realmente dijo eso; todo lo que tenemos es la
versión de Hoover, escrita muchos años
después.

Hace dos semanas, los miembros republicanos del
Comité Económico Conjunto del Congreso publicaban
un informe, Spend less, owe less, grow the economy (Gastar menos,
deber menos, hacer crecer la economía), en el que
sostenían que recortar drásticamente el gasto y el
empleo públicos ante una economía profundamente
deprimida crearía en realidad puestos de trabajo. En
parte, estaban invocando la ayuda del hada de la confianza;
seguiremos con eso en un momento. Pero el argumento principal era
puro Mellon.

Esta es la explicación del informe sobre el modo
en que los despidos crearían empleo: "Un número
menor de empleados públicos hace que aumente la cantera
disponible de trabajadores cualificados y con experiencia para
las empresas privadas, lo que reduce los costes de la mano de
obra". Dejando a un lado los eufemismos, lo que esto viene a
decir es que aumentando el paro, en concreto el de los
"trabajadores cualificados y con experiencia" -en el caso de que
se lo estén preguntando, eso significa principalmente
maestros-, podemos reducir los salarios, lo cual
estimularía la contratación.

Si lo piensan, hay aquí un problema lógico
evidente: los republicanos dicen que la destrucción de
empleo conduce a salarios más bajos, lo que conduce a la
creación de empleo. ¿Pero no conduciría esta
creación de empleo a salarios más altos, lo cual
conduce a la destrucción de empleo, lo cual conduce a…?
Necesito una aspirina.

Aparte de eso, ¿por qué unos salarios
más bajos fomentarían el crecimiento del
empleo?…

De hecho, los recortes salariales generalizados casi con
certeza destruirían empleo, no lo crearían.
¿Por qué? Porque aunque los ingresos se
reducirían, las deudas no lo harían, de modo que
una bajada general de los sueldos empeoraría el problema
de la deuda, que es, en este momento, el principal
obstáculo para la recuperación.

En resumen, el mellonismo está tan descaminado
ahora como lo estaba hace 80 años…

Así que este es el estado del debate
político en el mayor país del mundo: un partido ha
aceptado las falacias económicas de hace 80 años,
mientras que el otro ha perdido las ganas de luchar. Y las
familias estadounidenses pagarán el pato". La doctrina de
Mellon (Paul Krugman – El País – 3/4/11 – ©
2011 New York Times)

""Operar en corto" es una táctica muy conocida
entre los entendidos financieros. Significa apostar contra un
activo con dinero prestado con la expectativa de generar una
ganancia cuando su valor decaiga.

Un especulador puede "operar en corto" con un gobierno
tomando prestada su deuda a su precio actual, con la esperanza de
venderla más tarde a un precio menor y embolsar la
diferencia…

Por supuesto, un único vendedor en corto no puede
"fabricar" el precio de un activo (a menos que sea George Soros,
cuya famosa apuesta contra la libra británica en 1992 lo
convirtió en un hombre multimillonario y obligó a
Gran Bretaña a salir del mecanismo de tipo de cambio
europeo). Pero si un grupo de especuladores deciden (correcta o
incorrectamente) que la deuda de un gobierno está
sobrevaluada, pueden forzar la caída de su precio,
forzando así el alza de su rendimiento (la tasa de
interés que el gobierno debe pagar).

Si el ataque persiste, los especuladores pueden obligar
a un gobierno a entrar en cesación de pago de su deuda, a
menos que encuentre la manera de financiar su empréstito
por menos plata. El fondo de rescate creado el año pasado
por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo
para permitir que Grecia y otros países en problemas, como
Irlanda y ahora Portugal, hace exactamente eso, pero con la
condición de que los países implementen programas
de austeridad para eliminar sus déficits en un
período corto.

"Eliminar el déficit" significa, en
términos simples, eliminar muchos empleos, tanto en el
sector público como en el privado, cuya existencia depende
del déficit. Los costos económicos y humanos de una
reducción del déficit en una economía
débil son atroces, y los objetivos tampoco se
cumplirán porque los recortes del gasto erosionarán
el ingreso del gobierno conforme caiga la demanda
agregada.

Así las cosas, ¿cuál es el papel de
los políticos electos frente a un ataque especulativo?
¿Simplemente aceptar la voluntad del mercado y aplicar la
dolorosa medicina a su pueblo? Esto sería una
conclusión razonable si los mercados financieros siempre,
o al menos habitualmente, valuaran los activos
correctamente.

Pero no lo hacen. El colapso financiero de 2007-2009 fue
el resultado de una mala valoración masiva de los activos
por parte de los bancos privados y las agencias de
calificación. ¿Por qué, entonces,
deberíamos creer que los mercados han estado valuando
correctamente el riesgo de la deuda griega, irlandesa o
portuguesa?

La verdad es que estos precios se "fabricaron" mediante
un comportamiento en manada. John Maynard Keynes
señaló la razón hace muchos años: "la
precariedad extrema de la base del conocimiento sobre la cual
deben hacerse nuestras estimaciones de posibles rendimientos".
Cuando uno no sabe qué hacer, hace lo que hace la persona
de al lado.

Esto no quiere decir negar que algunos gobiernos hayan
estado viviendo más allá de sus posibilidades, y
que operar en corto con su deuda es la manera en que los mercados
financieros los obligan a hacerse cargo. Pero, al final, son sus
votantes, no los mercados, los que obligan a los gobiernos a
asumir responsabilidades. Cuando estos dos patrones de
responsabilidad divergen, debe prevalecer el patrón
popular si la democracia ha de sobrevivir.

La tensión entre democracia y finanzas
está en la raíz del creciente descontento de hoy en
Europa. La ira popular ante los recortes de presupuesto impuestos
a instancias de los especuladores y banqueros ha derrocado a
líderes en Irlanda y Portugal, y está obligando al
primer ministro español a retirarse.

Por supuesto, hay otros blancos: los inmigrantes
musulmanes, las minorías étnicas, los bonos de los
banqueros, la Comisión Europea, el BCE. Los partidos
nacionalistas están ganando terreno. En Finlandia, el
partido antieuropeo True Finns surgió de la nada hasta
llegar a las orillas del poder.

Hasta ahora, nada de esto ha sacudido a la democracia,
pero cuando es mucha la gente enojada por varias cosas al mismo
tiempo, estamos frente a la cocción de un caldo
político tóxico. El nacionalismo es la
expresión clásica de la democracia fallida"…
¿Democracia o finanzas? (Robert Skidelsky – Project
Syndicate – 21/4/11)

"El momento más interesante en una reciente
conferencia celebrada en Bretton Woods (New Hampshire),
allí donde se celebró la conferencia de 1945 en la
que se creó la estructura económica mundial actual,
se produjo cuando el articulista de The Financial Times Martin
Wolf preguntó al ex Secretario del Tesoro de los Estados
Unidos y ex asistente del Presidente Barack Obama para la
política económica, Larry Summers: "¿(Acaso
no) indica lo que ha ocurrido en los últimos años
simplemente que los economistas [académicos] no
entendieron lo que estaba sucediendo?"

Ésta fue la parte más interesante de la
larga respuesta de Summers: "Hay muchas enseñanzas en la
obra de (Walter) Bagehot sobre la crisis por la que acabamos de
pasar. Hay más aún en la de (Hyman) Minsky y tal
vez más aún en la de (Charles) Kindleberger". Puede
parecer obscura a los legos en economía, pero fue una
acusación devastadora…

Después Summers amplió su respuesta para
incluir a economistas vivos: "Eichengreen, Akerlof, Shiller y
muchos, muchos, otros". Habló de "la revolución en
las finanzas, cuando se comprendió que los precios de los
activos muestran una gran inestabilidad que en nada refleja los
principios básicos", pero añadió que "la
macroeconomía (no) estuvo a la altura de (dicha)
revolución". A consecuencia de ello, "para gran perjuicio
de la macroeconomía contemporánea", sus colegas
economistas no entendieron los precios de los activos, los
entusiasmos, los pánicos y la liquidez.

Para Summers, el problema es el de que hay muchos
elementos "que distraen, confunden y niegan los problemas (…)
en el primer curso de la mayoría de los programas de
doctorado". A consecuencia de ello, aunque "la ciencia
económica sabe bastante, ha olvidado no poco que es
pertinente y ha quedado enormemente
distraída"…

Creo que los juicios de Summers son acertados y
correctos y me cuento entre quienes habían olvidado y se
habían dejado distraer…

Pero me asombraron los siguientes fenómenos: el
enorme pánico producido por las pérdidas con las
hipotecas de alto riesgo que me parecieron -y siguen
pareciéndome- pequeñas (desde el punto de vista del
tamaño de la economía mundial); la deficiencia de
los controles de riesgos en los más importantes bancos muy
apalancados; la magnitud de la reducción de la demanda; el
grado de ineficacia de las fuerzas encargadas de restablecer el
equilibrio del mercado a la hora de reequilibrar la oferta y la
demanda del mercado laboral; y lo mucho que los gobiernos de los
países fundamentales han podido endeudarse para apoyar la
demanda sin desencadenar un rápido aumento de los tipos de
interés.

Me asombra la magnitud de la catástrofe, pero
aún me asombra más la aparente incapacidad de la
ciencia económica académica para adoptar las
medidas necesarias a fin de prepararse con miras al futuro.
"Debemos cambiar nuestros métodos de contratación
laboral": eso es lo que esperaba yo oír decir a los
departamentos de economía de todo el mundo a raíz
de la crisis.

La realidad es que necesitamos menos teóricos de
los mercados eficientes y más especialistas en
microestructura, límites del arbitraje y sesgos
cognoscitivos. Necesitamos menos teóricos del equilibrio
entre las empresas y los ciclos y más keynesianos y
monetaristas de los de antes. Necesitamos más
historiadores monetarios e historiadores del pensamiento
económico y menos constructores de modelos. Necesitamos
más Eichengreens, Shillers, Akerlofs, Reinharts y
Rogoffs… por no hablar de Kindleberger, Minsky o
Bagehot.

Sin embargo, no es eso lo que los departamentos de
economía están diciendo ahora
mismo…

Tal vez los departamentos académicos de
economía pierdan ascendiente intelectual e influencia
frente a otros: desde las escuelas de administración de
empresas y los programas de política pública hasta
los departamentos de ciencia política, pasando por los de
psicología y sociología. Cuando los rectores y
estudiantes de las universidades exijan pertinencia y utilidad,
tal vez esos colegas se pongan a enseñar cómo
funciona la economía y dejen a los economistas
académicos inmersos en una disciplina reducida a su
mínima expresión y que se limite a enseñar
la teoría de las opciones lógicas.

O tal vez la ciencia económica siga siendo una
disciplina que olvide la mayor parte de lo que en tiempos supo y
se permita el lujo de permanecer constantemente distraída
y confusa y de negar la realidad. Si así fuere, todos
perderíamos mucho"… La ciencia económica en
crisis (J. Bradford DeLong – Project Syndicate –
29/4/11)

"El mundo se está ahogando en el fraude
corporativo, y probablemente los problemas son de mayores
dimensiones en los países ricos, los que supuestamente
gozan de "buena gobernanza". Es posible que los gobiernos de los
países pobres acepten más sobornos y cometan
más delitos, pero son los países ricos los que
albergan las empresas globales que cometen los mayores delitos.
El dinero habla, y está corrompiendo la política y
los mercados de todo el mundo.

Apenas pasa un día sin que salga a la luz una
nueva historia de malversación. Cada firma de Wall Street
ha pagado significativas multas durante la última
década por contabilidad falsa, uso de información
privilegiada, fraude de valores, esquemas de Ponzi, o
malversación de plano por parte de los directores
ejecutivos. En la actualidad se está realizando un juicio
en Nueva York a un masivo círculo de venta de
información privilegiada que ha implicado a algunos
protagonistas del sector financiero. Y antes de eso, los mayores
bancos de inversión de EEUU debieron pagar una serie de
multas para resolver cargos por diferentes delitos relacionados
con valores.

Sin embargo, es escasa la rendición de cuentas.
Dos años después de la mayor crisis financiera en
la historia, impulsada por el comportamiento sin
escrúpulos de los mayores bancos de Wall Street, ni un
solo líder financiero ha enfrentado penas de
cárcel. Cuando las empresas son multadas por
malversación, sus accionistas, no sus directores
ejecutivos ni gerentes, pagan el precio. Las multas son siempre
una pequeña fracción de las ganancias mal habidas,
lo que da la señal a Wall Street de que las
prácticas corruptas tienen una sólida tasa de
retorno. Incluso hoy en día, el lobby bancario hace caso
omiso de las entidades normativas y los
políticos…

La impunidad es generalizada; de hecho, la
mayoría de los crímenes corporativos pasan
inadvertidos. Los pocos que salen a la superficie generalmente
terminan con una leve reprimenda, por la que la
compañía -es decir, sus accionistas- debe pagar una
modesta multa. Los verdaderos culpables en la cima de estas
empresas rara vez tienen que preocuparse. Incluso cuando las
firmas pagan mega-multas, sus directores ejecutivos permanecen.
Los accionistas se encuentran tan dispersos y sin poder que
ejercen poco control sobre la gestión

La corrupción corporativa está fuera de
control por dos razones principales. En primer lugar, las grandes
empresas son hoy multinacionales, mientras que los gobiernos
siguen siendo nacionales. Las grandes empresas son tan poderosas
económicamente que los gobiernos tienen miedo de
enfrentárseles.

En segundo lugar, las empresas son los principales
financiadores de las campañas políticas en lugares
como los EEUU, mientras que los políticos mismos son a
menudo copropietarios, o por lo menos beneficiarios silenciosos,
de los beneficios empresariales. Aproximadamente la mitad de los
congresistas estadounidenses son millonarios, y muchos tienen
estrechos vínculos con empresas incluso antes de llegar al
Congreso.

Como resultado, los políticos suelen mirar hacia
otro lado cuando el comportamiento de las empresas cruza el
límite. Incluso cuando los gobiernos tratan de hacer
cumplir la ley, las empresas cuentan con ejércitos de
abogados para hacer olas a su alrededor. El resultado es una
cultura de la impunidad, con base en la expectativa bien
demostrada de que el crimen corporativo paga.

Dada la estrecha relación de la riqueza y el
poder con la ley, poner freno a la delincuencia empresarial
será una lucha enorme…

La riqueza, el poder y la ilegalidad hechos posible por
este sistema oculto son ahora tan grandes que amenazan la
legitimidad de la economía mundial, especialmente en
momentos en que padecemos una desigualdad de ingresos sin
precedentes y un inmenso déficit presupuestario, debido a
la incapacidad política -y a veces hasta operativa- de los
gobiernos para imponer una fiscalidad justa a los ricos"… La
ola de crímenes corporativos en la economía global
(Jeffrey D. Sachs – Project Syndicate –
30/4/11)

"El mes pasado, más de 14 millones de
estadounidenses estaban desempleados según la
definición oficial, es decir, que buscan trabajo pero no
pueden encontrarlo. Muchos más millones tenían que
conformarse con empleos de media jornada porque no podían
encontrar otros de jornada completa. Y no estamos hablando de
apuros temporales. El desempleo a largo plazo, antaño raro
en este país, se ha vuelto de lo más corriente:
más de cuatro millones de estadounidenses llevan sin
trabajar un año o más.

Teniendo en cuenta este desolador panorama, era de
esperar que el paro, y qué hacer con respecto a él,
hubiesen centrado la rueda de prensa del pasado miércoles
con Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. Y
así debería haber sido. Pero no lo fue.

Después de la rueda de prensa, Reuters
preparó una nube de palabras de los comentarios de
Bernanke, una representación visual de la frecuencia con
la que empleó distintas palabras. La nube está
dominada por la palabra "inflación". "Desempleo", en una
letra mucho más pequeña, está colocada en
segundo plano.

El énfasis equivocado no fue totalmente culpa de
Bernanke, ya que estaba respondiendo preguntas y esas preguntas
se centraron mucho más en la inflación que en el
desempleo. Pero este énfasis era en sí un
síntoma de hasta qué punto Washington ha perdido
interés en la precaria situación de los parados. Y
la Reserva Federal de Bernanke, que debería mantener una
postura firme frente a esas prioridades sesgadas, en vez de ello
se está dejando intimidar para seguir al
rebaño…

Todo ello nos lleva lógicamente a un argumento
claro a favor de más medidas. Sin embargo, Bernanke ha
indicado que ha hecho todo lo que seguramente va a hacer.
¿Por qué?

Podría haber sostenido que no es capaz de hacer
más, que sus colegas y él ya no tienen mucha fuerza
sobre la economía. Pero no lo hizo. Al contrario, sostuvo
que la reciente política de la Reserva de comprar bonos a
largo plazo, a la que generalmente se denomina relajación
cuantitativa, ha dado resultados. Entonces, ¿por
qué no hacer algo más?

La respuesta de Bernanke fue sumamente descorazonadora.
Declaró que una mayor expansión podría
inducir un aumento de la inflación…

La única manera de encontrar sentido a la
aversión de Bernanke por las medidas adicionales es decir
que le da un miedo mortal sobrepasar el objetivo de la
inflación, mientas que el quedarse corto le preocupa mucho
menos, aunque el hacer demasiado poco signifique condenar a
millones de estadounidenses a la pesadilla del desempleo a largo
plazo.

¿Qué está pasando aquí? Lo
que yo interpreto es que Bernanke está permitiendo que le
intimiden los inflacionistas: la gente que sigue viendo la
inflación desenfrenada a la vuelta de la esquina y que no
se inmuta por el hecho de que sigue
equivocándose…

Adiós a la independencia de la Reserva. Y
adiós al futuro de los desempleados cada vez más
desesperados de Estados Unidos". La Reserva Federal, intimidada
(Paul Krugman – El País – 1/5/11 – © 2011 New
York Times)

"Fue relegada a una sesión de preguntas y
respuestas, en lugar de quedar expuesta de manera prominente en
la declaración de apertura, en la primera conferencia de
prensa de la historia que ofreció Ben Bernanke, el
presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, la semana
pasada. Es una cuestión que muchos en Washington D.C.
están deseosos por descartar como "transitoria", a pesar
de la evidencia visible que indica todo lo contrario. Es
extremadamente vulnerable a los elevados precios del
petróleo y los alimentos. Y socava las presunciones
operacionales que apuntalan la caracterización de larga
data de la economía estadounidense como una
economía vibrante y receptiva.

La cuestión es la magnitud y la
composición del desempleo en Estados Unidos -un problema
que todavía no ha sido reconocido como corresponde por su
impacto cada vez más perjudicial en el tejido social del
país, su potencial económico y su posición
fiscal y dinámica de deuda, ya bastante
frágil…

El país ahora tiene un problema de desempleo que
es grande en magnitud y cada vez más estructural en
naturaleza. Las consecuencias son multifacéticas e
implican una angustia personal inmediata, crecientes tensiones
sociales y políticas, pérdidas económicas y
presiones presupuestarias.

Esto es mucho más que un problema para el
aquí y ahora. Un desempleo alto e inextricable tiene
serias consecuencias negativas a largo plazo que amenazan con
volverse exponencialmente peores. Esto es una crisis.

La investigación internacional sustancial
demuestra que cuanto más tiempo uno está
desempleado, más cuesta conseguir un empleo. Esto erosiona
la base de habilidades de una economía y mina sus
capacidades productivas a largo plazo. Y, si el desempleo es
particularmente profundo entre los jóvenes, como sucede
hoy en día, un alto porcentaje de los desempleados corren
el riesgo de volverse inempleables.

Sin duda, la Gran Recesión desatada por la crisis
financiera global contribuyó a agravar esta
situación preocupante. Desafortunadamente, el problema es
mucho más profundo, ya que se venía gestando desde
hacía mucho tiempo.

En su origen, la crisis de empleos de Estados Unidos es
el resultado de muchos años de desinversión en
recursos humanos y en los sectores sociales. El sistema educativo
estuvo rezagado respecto del progreso registrado en otros
países. Las iniciativas de reentrenamiento laboral han
sido deplorablemente inadecuadas. La movilidad laboral viene
registrando una caída. Y se ha dedicado una
atención insuficiente a mantener una adecuada red de
seguridad social.

Estas realidades se vieron empañadas por la
locura que caracterizó a la "Edad de Oro" del
apalancamiento, el crédito y el derecho de endeudamiento
previa al 2008 en Estados Unidos, que alimentó un auge
gigantesco pero insostenible en la construcción, la
vivienda, el ocio y el comercio minorista. La resultante
creación de empleos, aunque temporaria, adormeció a
los responsables de las políticas hasta caer en la
complacencia sobre lo que realmente estaba sucediendo en el
mercado laboral. Cuando el auge se convirtió en un
descalabro prolongado, las ineficiencias de la situación
laboral a más largo plazo se volvieron visibles a los ojos
de cualquiera que se preocupara por mirar, y son
alarmantes.

Librado a sus propios mecanismos, el problema del
desempleo de Estados Unidos se
profundizará…

Ya es hora de que Estados Unidos se despierte y enfrente
de una manera holística su crisis de desempleo. Como sabe
cualquiera que alguna vez haya tenido un trabajo indigerible,
apagar el despertador y taparse la cabeza con la sábana no
es la solución". Atravesando como sonámbulos la
crisis de desempleo de Estados Unidos (Mohamed A. El-Erian –
Project Syndicate – 1/5/11)

(Mohamed A. El-Erian es máximo responsable
ejecutivo (CEO) y máximo responsable de información
(CIO) de PIMCO, y autor del éxito de ventas When Markets
Collide)

"La reunión anual de primavera del Fondo
Monetario Internacional fue notable ya que marcó el
esfuerzo del Fondo para distanciarse de sus propios dogmas de
hace muchos años sobre los controles de capital y la
flexibilidad del mercado laboral…

Poco más de 13 años antes, en la
reunión de Hong Kong del FMI en 1997, el Fondo
había intentado enmendar su carta para ganar más
margen de acción y poder empujar a los países hacia
una liberalización del mercado de
capital…

Ese accionar había sido defendido por los
mercados financieros de Occidente -y los ministros de Finanzas
occidentales que les son tan fieles-. Las desregulación
financiera en Estados Unidos fue una causa importante de la
crisis global que estalló en 2008, y la
liberalización financiera y del mercado de capital en
otras partes ayudó a propagar ese trauma "hecho en Estados
Unidos" por todo el mundo.

La crisis demostró que los mercados libres y
descontrolados no son ni eficientes ni estables. Tampoco
necesariamente sirvieron de mucho a la hora de fijar precios
(basta con ver la burbuja inmobiliaria), incluyendo los tipos de
cambio (que son simplemente el precio de una moneda en
términos de otra)…

El resultante incremento de dinero que ingresó en
los mercados emergentes significó que hasta los ministros
de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales que se
oponen ideológicamente a intervenir creen que no tienen
otra opción que hacerlo. De hecho, un país tras
país ahora optó por intervenir de una manera u otra
para impedir que el valor de sus monedas suba por las
nubes.

Ahora el FMI bendijo ese tipo de intervenciones -pero,
como una concesión para aquellos que todavía no
están convencidos, sugiere que se las debería
utilizar solamente como un último recurso-. Por el
contrario, deberíamos haber aprendido de la crisis que los
mercados financieros necesitan regulación, y que los
flujos de capital transfronterizos son particularmente
peligrosos. Estas regulaciones deberían ser una parte
esencial de cualquier sistema para asegurar la estabilidad
financiera; recurrir a ellas sólo como un último
recurso es una receta para una continua inestabilidad.
..

Pero un cambio aún más importante es el
vínculo que el FMI finalmente trazó entre
desigualdad e inestabilidad. Esta crisis fue, en gran medida, el
resultado del esfuerzo por parte de Estados Unidos de estimular
una economía debilitada por una mayor desigualdad a
través de tasas de interés bajas y una
regulación laxa (que hicieron que mucha gente pidiera
prestado mucho más allá de sus posibilidades).
Deshacer las consecuencias de este endeudamiento excesivo
llevará años. Pero, como nos recuerda otro estudio
del FMI, éste no es un patrón nuevo.

La crisis también puso a prueba los dogmas de
larga data que responsabilizan a la rigidez del mercado laboral
por el desempleo, ya que a los países con salarios
más flexibles, como Estados Unidos, les fue peor que a las
economías del norte de Europa, entre ellas Alemania. Por
cierto, conforme los salarios se debiliten, a los trabajadores
les resultará aún más difícil
devolver lo que deben, y los problemas en el mercado inmobiliario
se agravarán. El consumo seguirá siendo limitado,
mientras que una recuperación sólida y sostenible
no puede basarse en otra burbuja alimentada por la
deuda.

Tan desigual como era Estados Unidos antes de la Gran
Recesión, la crisis, y la manera en que fue manejada,
llevó a una desigualdad de ingresos aún mayor,
haciendo que la recuperación fuera mucho más
difícil. Estados Unidos se está preparando para su
propia versión de un malestar al estilo
japonés.

Sin embargo, existen soluciones para este dilema:
fortalecer la negociación colectiva, reestructurar las
hipotecas, utilizar zanahorias y bastones para que los bancos
vuelvan a prestar dinero, reestructurar las políticas
impositivas y de gasto para estimular la economía hoy a
través de inversiones a largo plazo, e implementar
políticas sociales que aseguren oportunidades para todos.
Como está hoy en día, con casi una cuarta parte de
los ingresos totales y el 40% de la riqueza estadounidense en
manos del 1% que más gana, Estados Unidos hoy es menos una
"tierra de oportunidades" que incluso la "vieja" Europa"… El
viraje a tiempo del FMI (Joseph E. Stiglitz – Project Syndicate –
5/5/11)

"¿Qué hace falta para limitar los rescates
futuros? Declarar que nunca volveremos a hacerlo no es una
respuesta válida: cuando la tormenta financiera arrecia,
quitarse de en medio mientras los bancos caen como fichas de
dominó no es una opción. Después de todo,
eso es lo que los responsables políticos hicieron en 1931,
y la crisis bancaria que se desencadenó a raíz de
ello convirtió una simple recesión en la Gran
Depresión.

Y no olvidemos que los mercados entraron en caída
libre cuando la Administración de Bush permitió que
Lehman Brothers quebrase. Solo una acción rápida
-que incluía la aprobación del odiadísimo
rescate- impidió que los acontecimientos de 1931 se
repitiesen. Entonces, ¿cuál es la solución?
La respuesta es una regulación que limite la frecuencia y
la magnitud de las crisis financieras, combinada con normas que
permitan al Gobierno conseguir un buen trato cuando los rescates
económicos se vuelvan necesarios.

Recuerden que, desde los años treinta hasta los
ochenta, Estados Unidos logró evitar los grandes rescates
de instituciones financieras. La era moderna de los rescates no
se inició hasta la época de Reagan, cuando los
políticos empezaron a desmantelar la normativa de la
década de los años treinta. Además, la
normativa no se fue actualizando a medida que evolucionaba el
sistema financiero. Las instituciones que fueron rescatadas en
2008 y 2009 no eran bancos a la antigua usanza; eran imperios
financieros complejos, muchas de cuyas actividades no estaban
reguladas en la práctica (y fueron estas actividades no
reguladas las que hicieron que la economía estadounidense
mordiese el polvo).

Y lo que es aún peor, los funcionarios no
tenían una autoridad clara para embargar estos imperios
fracasados del mismo modo en que la Corporación Federal de
Seguro de Depósitos puede embargar un banco convencional
cuando quiebra. Esa es una de las razones por las que el rescate
económico se parecía tanto a un regalo: las
autoridades tenían la sensación de que les faltaban
las herramientas para salvar el sistema financiero sin permitir
que quienes generaron la crisis se librasen del
castigo…

La Administración de Obama ha decepcionado a
muchas personas con su actitud excesivamente indulgente hacia
Wall Street (ilustrada por su decisión de la semana pasada
de eximir de la normativa las permutas financieras de divisas,
que fueron una importante fuente de trastornos en 2008). Pero los
republicanos están tratando de socavarlo
todo…

Para ver lo que realmente está pasando, hay que
seguir al dinero. Wall Street solía apoyar a los
demócratas, quizás porque los financieros tienden a
ser liberales en asuntos sociales. Pero la avaricia triunfa sobre
los derechos de los homosexuales, y las contribuciones del sector
financiero se inclinaron claramente hacia los republicanos en las
elecciones de 2010. Por lo visto Wall Street, a diferencia de los
votantes, no tenía dificultades para adivinar las
verdaderas intenciones del partido. Y una cosa más: al
interponerse en el camino de las normativas que
contendrían las futuras crisis financieras, los
republicanos están ofreciendo aún más
pruebas de que en realidad no les importan los déficits
presupuestarios.

Porque nuestro déficit actual es, en su
mayoría, una consecuencia de la crisis financiera de 2008,
que devastó los ingresos y aumentó el coste de
programas como el seguro de desempleo. Y aunque hayamos
conseguido evitar grandes costes directos de los rescates
económicos, puede que la próxima vez no tengamos
tanta suerte"… La primavera de los banqueros (Paul Krugman
– El País – 8/5/11 – © 2011 New York Times
News Service)

"Últimamente he estado presentando mi nuevo libro
The Globalization Paradox (La paradoja de la
globalización) a diferentes grupos. A esta altura ya estoy
acostumbrado a todo tipo de comentarios de parte de la audiencia.
Pero en un evento reciente de lanzamiento del libro, el
economista asignado para analizarlo me sorprendió con una
crítica inesperada. "Rodrik quiere que el mundo sea seguro
para los políticos", dijo,
enfurruñado…

Esta crítica refleja un malentendido grave
respecto de cómo funcionan realmente los mercados.
Educados con libros de texto que oscurecen el papel de las
instituciones, los economistas suelen imaginar que los mercados
surgen por sí solos, sin la ayuda de una acción
resuelta y colectiva. Adam Smith puede haber tenido razón
al decir que "la propensión a transportar, trocar e
intercambiar" es innata de los seres humanos, pero hace falta una
panoplia de instituciones ajenas al mercado para materializar
esta propensión.

Consideremos todo lo que se necesita. Los mercados
modernos precisan una infraestructura de transporte,
logística y comunicación, que en gran parte es el
resultado de inversiones públicas. Necesitan sistemas de
cumplimiento de contratos y protección de los derechos de
propiedad. Precisan regulaciones que aseguren que los
consumidores tomen decisiones informadas, que las externalidades
se internalicen y que no se abuse del poder del mercado.
Necesitan bancos centrales e instituciones fiscales para evitar
el pánico financiero y los ciclos comerciales moderados.
Precisan protecciones sociales y redes de seguridad para
legitimar los resultados distributivos.

Los mercados que funcionan bien siempre están
arraigados en mecanismos más amplios de gobernancia
colectiva. Esa es la razón por la cual las
economías más ricas del mundo, las que tienen los
sistemas de mercado más productivos, también tienen
grandes sectores públicos.

Una vez que reconocemos que los mercados requieren
reglas, luego debemos preguntarnos quién escribe esas
reglas. Los economistas que denigran el valor de la democracia a
veces hablan como si la alternativa a la gobernancia
democrática fuera la toma de decisiones de
reyes-filósofos platónicos de mentes elevadas
-idealmente economistas.

Sin embargo, este escenario no es ni relevante ni
deseable. Por un lado, cuanto más baja la transparencia,
representatividad y responsabilidad del sistema político,
más probabilidades hay que intereses especiales se
apropien de las reglas. Por supuesto, también se puede
capturar a las democracias. Pero siguen siendo nuestra mejor
salvaguarda contra el régimen
arbitrario…

Es verdad, la calidad de la gobernancia
democrática a veces se puede aumentar si se reduce la
discreción de los representantes electos. Las democracias
que funcionan bien suelen delegar el poder de formular las reglas
a organismos cuasi-independientes cuando las cuestiones que se
barajan son técnicas y no plantean cuestiones
distributivas; cuando el intercambio de favores políticos
podría resultar en desenlaces subóptimos para
todos; o cuando las políticas están afectadas por
la miopía y descartan considerablemente los costos
futuros.

Los bancos centrales independientes ofrecen una
ilustración importante de esto. Puede estar en manos de
los políticos electos la tarea de determinar el objetivo
de inflación, pero los medios utilizados para alcanzar ese
objetivo son relegados a los tecnócratas en el banco
central. Aún entonces, los bancos centrales normalmente
siguen siendo responsables ante los políticos y deben
ofrecer una explicación cuando no logran los
objetivos.

De la misma manera, puede haber instancias útiles
de delegación democrática a organizaciones
internacionales…

Una cosa es defender las limitaciones externas que
mejoran la calidad de la deliberación democrática
-impidiendo el cortoplacismo o exigiendo transparencia, por
ejemplo-. Otra cosa totalmente distinta es subvertir la
democracia privilegiando intereses particulares por sobre
otros.

Por caso, sabemos que los requerimientos globales de
adecuación del capital generados por el Comité de
Basilea reflejan abrumadoramente la influencia de los grandes
bancos. Si las regulaciones fueran escritas por economistas y
expertos en finanzas, serían mucho más
rigurosas…

Del mismo modo, a pesar de la retórica, muchos
acuerdos de la Organización Mundial de Comercio no son el
resultado de la búsqueda del bienestar económico
global, sino del poder de lobby de las multinacionales que buscan
oportunidades para generar ganancias…

De manera que la opción entre discreción
democrática en casa y limitación externa no siempre
es una elección entre buenas y malas políticas.
Aún cuando el proceso político interno funcione de
manera deficiente, no existe ninguna garantía de que las
instituciones globales vayan a funcionar mejor. Muy a menudo, la
elección es entre ceder ante quienes buscan rentas en el
país o los extranjeros. En el primer caso, al menos las
rentas se quedan en casa.

Para terminar, el interrogante tiene que ver con a
quién le concedemos el poder para hacer las reglas que los
mercados necesitan. La realidad inevitable de nuestra
economía global es que el principal sitio de
responsabilidad democrática legítima sigue estando
dentro del estado nación. De manera que de buena gana me
declaro culpable de la acusación de mi crítico
economista. Sí quiero que el mundo sea seguro para los
políticos democráticos. Y, francamente, me
preocupan aquellos que no quieren lo mismo"… Economistas y
democracia (Dani Rodrik – Project Syndicate –
11/5/11)

(Dani Rodrik, profesor de Economía
Política Internacional en la Universidad de Harvard, es
autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of
the World Economy)

"Simon Johnson, ex economista jefe del Fondo Monetario
Internacional y profesor del Massachusetts Institute of
Technology (MIT) arremete contra los bancos centrales,
especialmente el BCE y la Fed, en un editorial abierto publicado
en la newsletter del Peterson Institute for International
Economics. El experto asegura que las declaraciones de los
distintos funcionarios de ambos bancos afirmando que "hicieron un
buen trabajo" durante la crisis financiera no hace más que
"minar la credibilidad" de sus políticas
monetarias.

"El coste real de la crisis no se mide por los
beneficios o pérdidas de cualquier banco central o por si
el plan de rescate bancario (TARP, por sus siglas en
inglés), pierde o no dinero en sus diversas actividades",
asegura Johnson. Desde su punto de vista, lo que mide realmente
la eficacia de estas entidades durante el derrumbe de las
subprime es la economía a pie de calle y, en ese aspecto,
los números hablan por sí solos. "El coste, en
EEUU, ha sido de ocho millones de empleos, con una caída
del empleo del 6% desde su nivel máximo",
apunta.

Para Johnson, los bancos "se inmolaron" provocando un
coste sin precedentes para los contribuyentes, con importantes
consecuencias negativas a nivel global. El experto hizo
referencia a las palabras de Dennis Lockhart, presidente del
Banco de la Reserva Federal de Atlanta, que la semana pasada
durante una conferencia donde el funcionario reiteró que
la Fed "no debería tratar de operar en un sistema basado
en el principio de beneficios privados y pérdidas
públicas". Al fin y al cabo, las pérdidas son
masivas, como han demostrado las circunstancias actuales,
además de ser totalmente injustas.

El ex economista jefe del FMI deja claro que los
beneficios privados se pueden medir directamente gracias a la
remuneración de los ejecutivos. De 2000 a 2008, los
ejecutivos que dirigían las 14 mayores instituciones
financieras de EEUU recibieron una remuneración en
efectivo de alrededor de 2.600 millones de
dólares.

De esta cantidad, alrededor de 2.000 millones de
dólares fueron recibidos por los cinco individuos mejor
pagados, que, casualmente, fueron figuras clave en la
creación de activos de alto riesgo que condujo al sistema
financiero al borde del abismo. Entre ellos se encuentran Sandy
Weil, Hank Paulson, Angelo Mozilo, Dick Fuld o Jimmy
Cayne.

En comparación, las pérdidas
públicas han sido masivas: aproximadamente 6 billones de
dólares, sólo tomando como referencia el aumento de
la deuda del gobierno federal. Ante esta situación,
Johnson critica que los ejecutivos de los bancos siguen
insistiendo en que "se les debe permitir ejecutar negocios
globales, en los que se les paga en función de su
riesgo".

Los expertos opinan que los grandes bancos, los
demasiado grandes para caer, deben incrementar su capital y
efectivo para garantizar la estabilidad del sistema. Sin embargo,
señala el profesor del MIT, "los banqueros, rechazan
enérgicamente este aspecto, ya que es probable que reduzca
su salario, al igual que los bancos centrales se dejan
influenciar por las protestas de los ejecutivos.

El economista considera que "hay muchas ventajas de
tener un banco central independiente capitaneado por
profesionales que puedan mantener su distancia de los
políticos". Pero cuando estas instituciones insisten en
que la respuesta a la crisis fue correcta, y que todo va a ir
bien pese a que los gigantes financieros que provocaron la crisis
siguen operando de forma similar, "su credibilidad,
inevitablemente sufre". Este hecho debería ser de gran
preocupación para los bancos centrales, especialmente el
europeo y la Fed puesto que, según Johnson, "la
credibilidad es casi todo lo que tienen"". Simon Johnson critica
la "arrogancia y autoritarismo" de los bancos centrales (El
Economista – 13/5/11)

"Los tres últimos años han sido un
desastre para la mayoría de las economías
occidentales. Estados Unidos registra un paro de larga
duración masivo por primera vez desde los años
treinta. Mientras tanto, la moneda única europea se
está viniendo abajo. ¿Cómo ha salido todo
tan mal?…

Permítanme centrarme principalmente en lo que
pasó en EEUU, antes de dedicarle unas palabras a
Europa.

En los tiempos que corren, los estadounidenses no paran
de oír sermones sobre la necesidad de reducir el
déficit presupuestario. Esa obsesión en sí
misma es el reflejo de unas prioridades distorsionadas, ya que
nuestra preocupación inmediata debería ser la
creación de empleo. Pero supongamos que nos limitamos a
hablar del déficit, y preguntamos: ¿qué ha
sido del superávit presupuestario que el Gobierno federal
tenía en 2000?

La respuesta es que tres cosas principalmente. La
primera fueron las bajadas de impuestos de Bush, que
añadieron unos dos billones de dólares a la deuda
nacional durante la década pasada. La segunda, las guerras
de Irak y Afganistán, que sumaron alrededor de 1,1
billones de dólares más. Y la tercera fue la Gran
Recesión, que provocó un desplome de los ingresos y
un repunte del gasto en prestaciones por desempleo y otros
programas de la Seguridad Social.

¿Y quién es responsable de estos destrozos
presupuestarios? La gente de la calle, no…

Por último, la Gran Recesión la
provocó un sector financiero fuera de control,
envalentonado por una liberalización imprudente. ¿Y
quién fue responsable de esa liberalización? Pues
fue gente de Washington con mucho poder y con vínculos
estrechos con el sector financiero. Permítanme que exprese
públicamente mi especial gratitud a Alan Greenspan, que
desempeñó, un papel crucial tanto en la
liberalización financiera como en la aprobación de
las bajadas de impuestos de Bush (y que, naturalmente, ahora es
uno de los que nos amenazan con el déficit).

De modo que fueron los desaciertos de la élite, y
no la avaricia de la gente de a pie, los que causaron el
déficit de EEUU. Y en líneas generales, lo mismo
podría decirse de la crisis europea…

La verdadera historia de la crisis europea es que los
dirigentes crearon una moneda única, el euro, sin crear
las instituciones que se necesitaban para hacer frente a los
periodos de bonanza y de dificultad dentro de la zona euro. Y el
motor de la moneda única europea fue el proyecto de
sentido descendente por excelencia, una visión impuesta
por la élite a un electorado tremendamente
reticente.

¿Tiene alguna importancia todo esto? ¿Por
qué debería preocuparnos el esfuerzo por achacar la
culpa de las malas políticas a la
ciudadanía?

Una posible respuesta es la responsabilidad simple y
llana. No deberíamos permitir que quienes defendieron
políticas que destrozaron el presupuesto durante la
época de Bush pretendan hacerse pasar por halcones del
déficit; aquellos que elogiaron a Irlanda no
deberían darnos sermones sobre el gobierno
responsable.

Pero yo diría que la principal respuesta es que
al inventar historias sobre nuestras dificultades actuales que
absuelven a quienes nos han puesto en esta situación,
eliminamos toda posibilidad de aprender de la crisis. Tenemos que
culpar a quien corresponde, para dar una lección a
nuestras élites políticas. De lo contrario,
harán todavía más daño en años
venideros"… La imprudencia de las élites (Paul
Krugman – El País – 15/5/11 – © New York Times
News Service)

"Mientras el mundo se recupera de la Gran
Recesión, se ha vuelto cada vez más difícil
discernir la verdadera tendencia de los acontecimientos. Por un
lado, medimos la recuperación según nuestro
éxito en volver a los niveles de crecimiento,
producción y empleo previos a la recesión. Por otro
lado, existe la inquietante sensación de que la "nueva
normalidad" de hoy puede ser un crecimiento más lento y
mayores niveles de desempleo.

Así que el reto ahora es formular
políticas para dar trabajo a todos quienes lo deseen en
las economías que, tal como están organizadas en la
actualidad, pueden no ser capaces de hacerlo. Este problema es
mucho más agudo en los países desarrollados que en
los países en desarrollo, si bien la interdependencia hace
que, en cierta medida, se trate de un problema
común…

Hoy, el capital en el mundo desarrollado es abundante;
la tasa de ahorro disminuye a medida que la gente consume
más, y la producción se centra cada vez más
en los servicios, donde los aumentos de productividad son
limitados. Por lo tanto el crecimiento económico el
aumento de los ingresos reales- se desacelera. Esto ya estaba
ocurriendo antes de la Gran Recesión, por lo que la
generación de empleos a tiempo completo que paguen
salarios decentes se estaba volviendo cada vez más
difícil. De ahí el crecimiento de empleos
informales, discontinuos y a tiempo parcial.

El otro aspecto del problema es el aumento a largo plazo
del desempleo impulsado por la tecnología, en gran parte
debido a la automatización. En cierto modo, esto es un
signo de progreso económico: la producción de cada
unidad de trabajo está en constante aumento. Pero
también significa que se necesitan menos unidades de
trabajo para producir la misma cantidad de bienes.

La solución del mercado es redistribuir la mano
de obra desplazada hacia el área de servicios. Sin
embargo, muchas ramas del sector de servicios son un sumidero de
puestos de trabajo sin proyecciones ni esperanza.

La inmigración exacerba ambos aspectos del
problema. Gran parte de la migración, especialmente en la
Unión Europea, es casual: hoy aquí, mañana
no, con ninguno de los costos asociados con la
contratación a tiempo completo. Esto la vuelve atractiva
para los empleadores, pero se trata de un trabajo de baja
productividad y aumenta la dificultad de encontrar un empleo
estable para la mayoría de los trabajadores de un
país.

Entonces, ¿estamos condenados a una
recuperación sin empleo? ¿Es el futuro uno en el
que los trabajos son tan escasos que muchos trabajadores
tendrán que aceptar una miseria para encontrar un empleo,
y volverse cada vez más dependientes de las transferencias
sociales a medida que los salarios del mercado caen por debajo
del nivel de subsistencia? ¿O deberían las
sociedades occidentales esperar una nueva ronda de magia
tecnológica, como la revolución de Internet, que
produzca una nueva ola de creación de empleo y
prosperidad?…

Pero también hay una posibilidad más
inquietante: si, por proseguir nuestro actual camino de
despilfarro, acabamos por hacer escasos los recursos naturales,
necesitaremos una nueva ola de la tecnología que, sin
importar el coste, nos rescate de la calamidad.

Pero hagamos a un lado estas sombrías
perspectivas y reflexionemos sobre lo que sería una
solución civilizada al problema del desempleo generado por
la tecnología. La respuesta, sin duda, es compartir el
trabajo. Para el economista anglo-estadounidense típico,
cualquier propuesta de este tipo equivale a anatema, porque suena
a la temida falacia de la "masa de trabajo": la idea, una vez
popular en los círculos sindicales, que existe sólo
una cierta cantidad de trabajo que debe ser compartida de manera
justa.

Por supuesto, esto es una falacia cuando los recursos
son escasos, pero ni siquiera los economistas han pensado que el
crecimiento prosiga por siempre. Los fundadores de la disciplina
esperaban que, en algún momento en el futuro, la humanidad
podría alcanzar un "estado estacionario" de crecimiento
cero. Entonces sólo requeriríamos una cierta
cantidad de trabajo -mucho menos de lo que se realiza ahora- para
satisfacer todas las necesidades razonables. Las opciones
serían un desempleo ilimitado impulsado por la
tecnología o distribución del trabajo por
hacer.

Sólo un adicto al trabajo preferiría la
primera. Lamentablemente, personas así parecen estar a
cargo de las políticas en los Estados Unidos y Gran
Bretaña. Muchos países europeos están
adoptando la segunda solución. Los sistemas de trabajo
compartido, en muchas formas diferentes, se están
convirtiendo en la norma en Holanda y Dinamarca, y han hecho
avances en Francia y Alemania."… A tropezones con el
trabajo (Robert Skidelsky – Project Syndicate –
19/5/11)

"Recientemente se reunieron en la sede de PIMCO en
California colegas de todo el mundo para celebrar nuestro Foro
Secular anual, en el que durante unos días dejamos
atrás los asuntos más inmediatos y debatimos, en
cambio, lo que los entre tres y cinco próximos años
reservan a la economía mundial. La perspectiva es mundial,
basada en las ideas de oradores exteriores, y está
centrada en lo que es probable que ocurra, a diferencia de lo que
debería ocurrir.

Según las proyecciones de los dos últimos
Foros Seculares, después de la crisis financiera mundial
la economía mundial no se reharía al modo
cíclico tradicional, sino que afrontaba realineamientos
multianuales de carácter tanto nacional como mundial. La
economía mundial se curaría, pero de forma lenta e
irregular, a medida que las economías avanzadas fueran
arreglándoselas mal que bien y el más
dinámico mundo de los países en ascenso fuera
eliminando los desfases actuales de ingresos y
riqueza…

Se trata de unos resultados que se han quedado muy
cortos respecto de las esperanzas de las autoridades, tanto en
los Estados Unidos como en Europa. De hecho, durante la mayor
parte del período posterior a la crisis todas ellas han
estado comprensiblemente centradas en el estímulo del
crecimiento.

Algunas han adoptado incluso políticas
explícitas encaminadas a impulsar los precios de los
activos (por ejemplo, la segunda ronda de la llamada
"relajación cuantitativa" de la Reserva Federal). Sin
embargo, junto con una inflación "buena" de los precios de
los activos, encaminada a hacer que la población se sienta
más rica y gaste más, esos planteamientos han
creado una inflación "mala", debida al aumento repentino
de los precios de los productos básicos, que representa un
impuesto tanto para los insumos como para los consumidores. En
Europa, se ha recurrido a todos los balances generales
disponibles para impedir una crisis de la deuda en la periferia,
a consecuencia de lo cual se han preparado grandes planes de
rescate para Grecia, Irlanda y Portugal y se ha contaminado el
balance general del BCE.

Con miras al futuro, algunas señales apuntan a
una curación acelerada y una resistencia en aumento de la
economía mundial, lo que constituye un buen augurio para
un abandono ordenado de las políticas no tradicionales.
También hay señales que indican que el arranque de
las economías en ascenso es sólido y que China, en
particular, podrá sacar adelante su complicada
transición hacia un desarrollo de los sectores de ingresos
medios.

Lamentablemente, otras señales apuntan a una
recuperación mundial irregular y tambaleante. En las
economías avanzadas, las tasas de crecimiento proyectadas
no son suficientes para evitar la acumulación de deuda y
de problemas de déficit. En el caso de algunos
países, como, por ejemplo, Grecia, eso entraña unas
disyuntivas más difíciles entre la
reestructuración y la socialización de las
pérdidas. En el caso de otros, como los EEUU, ya son
necesarios sacrificios futuros, muy probablemente mediante una
combinación de una mayor inflación, austeridad y
"represión financiera", al intentar los gobiernos imponer
a los ahorradores tasas reales negativas de rentabilidad. Huelga
decir que las transiciones demográficas, las limitaciones
en materia de productos básicos y las incertidumbres
geopolíticas complican todo ese panorama.

Lo más importante es que los saldos de demasiados
gobiernos y familias siguen desequilibrados en una
economía mundial basada excesivamente en los activos. A
consecuencia de ello, muchas promesas ya antiguas se verán
sometidas a presiones a lo largo de entre los tres y los cinco
próximos años. Concretamente, diversos contratos
sociales -por ejemplo, los derechos de atención de salud y
pensiones, además de las prestaciones por desempleo- se
verán sometidos a mayores tensiones. En el nivel
internacional, la posición de los bienes públicos
suministrados por los EEUU (incluido el dólar como divisa
de reserva mundial) afronta una erosión
gradual…

•La economía mundial global avanzará
renqueando, al continuar con su transición gradual de un
mundo unipolar a otro multipolar.

Esa hipótesis básica está sujeta a
riesgos de dos clases que muy bien podrían aumentar con el
tiempo. En sentido positivo, los EEUU podrían vivir un
momento como el del sputnik: una sensación de unidad
nacional, propósito común y sacrificio compartido
propicia la adopción de reformas estructurales que se
centran en el realineamiento de los balances generales a medio
plazo, el aumento de la creación de empleo y la mejora de
la competitividad. Europa podría reorganizar la zona del
euro para permitir la sostenibilidad de la deuda y un gran
crecimiento económico y las economías en ascenso
podrían liberar a sus consumidores, con lo que
impulsarían la demanda mundial.

Las probabilidades de semejantes "pactos ambiciosos" han
aumentado en los últimos meses, pero a estas alturas
sólo pueden contrarrestar, en el mejor de los casos, los
riesgos de contracción en el panorama general. Por encima
de todo, los pasivos se han trasladado simplemente de un punto a
otro de la economía mundial, cosa que no puede continuar
indefinidamente. Entretanto, unas desigualdades excesivas en
materia de ingresos y riqueza están debilitando el tejido
de las sociedades; un desempleo persistente en los países
avanzados está socavando la productividad y las aptitudes;
la eficacia y la flexibilidad de las políticas se
están deteriorando y la economía mundial
está afrontando dificultades cada vez mayores para
adaptarse a la fase de arranque del desarrollo en
economías en ascenso y sistémicamente
importantes…

Por mucho que deseemos una perspectiva más
tranquilizadora, la economía mundial seguirá
inhabitualmente inestable en los próximos años. Lo
que parece un mundo sistémicamente interconectado
resultará estar también cada vez más
fragmentado intelectualmente, con unas deficientes
gobernación mundial y coordinación de
políticas. Se trata de una economía mundial que se
debe pilotar cuidadosamente para que quienes intenten
beneficiarse del cambio no resulten víctimas de
él… Avanzar renqueando y mal que bien (Mohamed A.
El-Erian – Project Syndicate – 20/5/11)

"A menudo me quejo, con razón, sobre el estado
del debate económico en Estados Unidos. Y la
irresponsabilidad de algunos políticos -como los
republicanos que afirman que el impago de la deuda de Estados
Unidos no sería gran cosa- da miedo.

Pero al menos en EEUU los fanáticos del dolor,
aquellos que sostienen que subir los tipos de interés y
recortar el gasto público ante el desempleo masivo
mejorará de alguna manera las cosas en lugar de
empeorarlas, se topan con alguna resistencia de la Reserva
Federal y del Gobierno de Obama.

En Europa, por el contrario, los fanáticos del
dolor han estado al mando más de un año,
insistiendo en que el dinero prudente y el equilibrio
presupuestario son la respuesta a todos los problemas.
Detrás de esta insistencia ha habido fantasías
económicas, en particular la creencia en el hada de la
confianza, es decir, la creencia en que recortar el gasto en
realidad va a crear puestos de trabajo, porque la austeridad
fiscal mejorará la confianza del sector
privado.

Por desgracia, el hada de la confianza sigue
negándose a hacer acto de presencia. Y la disputa sobre
cómo manejar la incómoda realidad amenaza con
convertir a Europa en el epicentro de una nueva crisis
financiera…

Si los bancos griegos se derrumban, eso bien
podría obligar a Grecia a salir de la zona euro, y es muy
fácil ver cómo podría empezar un
dominó financiero en gran parte de Europa. Entonces,
¿en qué está pensando el BCE?

Intuyo que simplemente no está dispuesto a
afrontar el fracaso de sus fantasías. Y si esto suena muy
estúpido, bueno, ¿quién dijo que la
sabiduría gobierna el mundo?". Cuando la austeridad falla
(Paul Krugman – El País – 24/5/11 – © New York
Times News Service)

"A mediados del decenio de 2000, los Estados Unidos
tuvieron un auge de la construcción. De 2003 a 2006, el
gasto anual en construcción aumentó hasta un nivel
muy por encima de su tendencia a largo plazo. Así, pues, a
comienzos de 2007 los EEUU tenían un exceso de
construcción: unos 300.000 millones de dólares de
exceso de gasto en construcción respecto de la tendencia a
largo plazo…

Por eso, en 2007 todo el mundo esperaba una
desaceleración de la construcción y, a partir de
aquel año, el gasto en construcción
disminuyó, en efecto, por debajo de la norma, pero
esperábamos una bajada de poca importancia: una
reducción por debajo de la norma del gasto en
construcción de 150.000 millones de dólares al
año durante dos años o de 100.000 millones de
dólares al año durante tres años o de 75.000
millones de dólares al año durante cuatro
años. En cambio, el gasto se redujo en 300.000 millones de
dólares por debajo de la norma ya sólo en 2007 y ha
seguido en recesión durante cuatro años.
Además, no hay perspectiva alguna de un regreso
rápido a los niveles normales…

Pero, aunque vemos la magnitud del déficit de
construcción y comprendemos cómo será cuando
la recuperación sea completa, eso no ayuda ahora mismo.
Ahora mismo, los ingresos son flojos, las viviendas han llegado a
estar atestadas y hay un superávit de viviendas en el
mercado: todo ello porque la demanda nominal sigue siendo
inferior a la norma,

Dentro de veinte años, los historiadores
entrevistarán a las autoridades monetarias, bancarias y
fiscales del decenio de 2000, que ya serán ancianas. Les
preguntarán por qué no adoptaron, cuando ocupaban
sus cargos, medidas más enérgicas para devolver los
ingresos y la demanda nominales a los niveles acordes con la
norma. Ya me pregunto cuáles serán sus excusas".
Construir para el desplome (J. Bradford DeLong – Project
Syndicate – 25/5/11)

"El ex secretario de Trabajo con Clinton y canciller de
la Universidad de Berkeley, Robert Reich, sostiene que no es
posible una economía creciente y vibrante sin una clase
media creciente y vibrante, por lo que insta a "restaurar la
enorme clase media estadounidense" para volver a la senda de la
recuperación económica.

La economía estadounidense sigue estancada. El
consumo es bajo. Los salarios, también. Es vital que
comprendamos cómo hemos pasado de la Gran Depresión
a 30 años de Gran Prosperidad; de ahí a 30
años de ingresos estancados y crecientes desigualdades,
para terminar en la Gran Recesión, y de ésta a una
recuperación anémica.

Desde 1947 a 1977, la nación aplicó lo que
podría denominarse una negociación básica
con los trabajadores estadounidenses. Los empresarios les pagaban
lo suficiente para comprar lo que producían. La
producción y el consumo en masa demostraron ser
complementos perfectos. Casi cualquiera que quería un
trabajo podía encontrarlo con un salario decente. Durante
estas tres décadas crecieron los sueldos de todos, no
sólo de quienes estaban arriba. Y el Gobierno hizo cumplir
esa negociación básica de muchas maneras.
Utilizó una política keynesiana para conseguir casi
el pleno empleo. Brindó a los trabajadores comunes
más capacidad de negociación. Proporcionó el
seguro social. Y amplió la inversión
pública. Por consiguiente, creció la parte de los
ingresos que iba a la clase media mientras mermó la
porción destinada a lo más alto. Pero no
consistía en un juego de suma cero: a medida que la
economía crecía, casi todo el mundo mejoró,
también los que estaban en lo más alto.

La paga de los trabajadores incluidos en el 20 por
ciento más pobre creció un 116 por ciento en estos
años, más rápido que los ingresos del 20 por
ciento más rico (que subió un 99 por ciento). La
productividad también subió más
rápido. El rendimiento por hora trabajada se dobló,
así como los ingresos medios. Expresadas en dólares
de 1997, las rentas de una familia media se elevaron de unos
25.000 a 55.000 dólares. La clase media tenía los
medios para comprar, y al hacerlo creaba nuevos empleos. A medida
que la economía crecía, la deuda nacional
reducía su peso…

Los estadounidenses también disfrutaban de una
seguridad económica frente a los riesgos, no sólo
con prestaciones de desempleo, sino también a
través de la Seguridad Social, el seguro por discapacidad,
por pérdida del sostén económico de la
familia, por lesión en el lugar de trabajo o por
incapacidad de ahorrar lo suficiente para la jubilación.
En 1965, llegó el seguro sanitario para las personas
mayores y pobres (Medicare y Medicaid). La seguridad
económica fomentó la prosperidad. Al exigir a los
estadounidenses compartir los costes de la adversidad, les
permitía compartir los beneficios de la tranquilidad. Y
eso los dejaba libres para consumir los frutos de su
trabajo.

El Gobierno patrocinó los sueños de las
familias estadounidenses de tener su hogar en propiedad,
facilitando hipotecas de bajo coste y deducciones de los
intereses. En muchas zonas del país, subvencionó la
electricidad y el agua para que las casas fueran habitables. Y
construyó carreteras que conectaban sus hogares con los
principales centros comerciales.

El Gobierno también amplió el acceso a la
educación superior. Pagó la de quienes
volvían de la guerra. Y la expansión de las
universidades públicas hizo que la clase media pudiera
acceder a ella. El Estado sufragó todo con los ingresos
fiscales procedentes de la creciente clase media. Los ingresos
también se vieron impulsados por quienes estaban en lo
alto de la escala de ingresos, cuyos impuestos marginales eran
mucho más altos. El tipo marginal máximo del
impuesto sobre la renta durante la II Guerra Mundial era superior
al 68 por ciento. En los años 50, con Eisenhower, a quien
pocos llamarían un radical, subió al 91 por ciento.
En la década hasta 1970, el tipo marginal máximo
estaba en torno al 70. Incluso después de explotar todas
las posibles deducciones y créditos, el contribuyente
medio de ingresos altos pagaba un impuesto federal marginal de
más del 50 por ciento. Pero en contra de lo que los
conservadores habían predicho, los altos tipos no
redujeron el crecimiento. Al contrario, permitieron ampliar la
prosperidad de la clase media…

Hace más de tres décadas, el comercio y la
tecnología empezaron a abrir una brecha entre las
ganancias del nivel más alto y las demás. La paga
de los titulados por prestigiosas universidades ha remontado el
vuelo. Pero la paga y prestaciones de la mayoría de los
trabajadores se han mantenido o bajado. Y la consiguiente
división también ha hecho que las familias
estadounidenses de clase media se sientan menos
seguras.

El Gobierno podría haber hecho cumplir la
negociación básica. Pero hizo lo contrario. Redujo
drásticamente los bienes públicos y las
inversiones, golpeando los presupuestos escolares, incrementando
el coste de la educación pública superior,
reduciendo la formación laboral, recortando el transporte
público y dejando que los puentes, puertos y autopistas se
deterioraran.

Hizo trizas las redes de seguridad, reduciendo la ayuda
para las familias desempleadas con hijos, endureciendo las
condiciones para optar a los cupones de alimentos, y recortando
el seguro de desempleo tanto que, en 2007, sólo el 40 por
ciento de los parados estaba cubierto. Redujo a la mitad el tipo
máximo del impuesto sobre la renta, pasando del
ámbito del 70-90 que prevalecía durante la Gran
Prosperidad al del 28-35 por ciento; permitió a muchos
ricos tratar sus ingresos como ganancias de capital sometidas a
un impuesto del 15 por ciento; y contrajo los impuestos de
sucesiones que sólo afectaban al 1,5 por ciento de los
asalariados del máximo nivel. Pero al mismo tiempo, EEUU
impulsó los impuestos sobre el consumo y las
nóminas, que se llevaron un trozo de la paga de la clase
media y los pobres mayor que de los ricos.

Pero Estados Unidos siguió comprando mediante
tres mecanismos de supervivencia. El primero: las mujeres entran
en el trabajo retribuido a partir de finales de los 70, y
subiendo en los 80 y 90…

Mecanismo de supervivencia número dos: todos
trabajan más horas. En 2005, no era extraño que los
hombres trabajaran más de 60 horas a la semana y las
mujeres, más de 50…

Mecanismo de supervivencia número tres: gastarse
los ahorros y tomar prestado hasta las cejas. Tras agotar los dos
primeros mecanismos, era la única forma en que los
estadounidenses podían seguir consumiendo como
antes…

Los tres mecanismos se han agotado. El desafío
consiste en restaurar la enorme clase media estadounidense. Esto
exige resucitar la negociación básica que relaciona
los salarios con las ganancias generales, y facilitarle a la
clase media una porción de la tarta suficiente. Como
deberíamos haber aprendido de La Gran Prosperidad, no es
posible una economía creciente y vibrante sin una clase
media creciente y vibrante". La verdad sobre la economía
de EEUU (Robert Reich – El Economista – 4/6/11)

"El desempleo es un azote terrible en gran parte del
mundo occidental. Casi 14 millones de estadounidenses
están sin trabajo y varios millones más tienen que
conformarse con empleos, a tiempo parcial o trabajos en los que
no pueden hacer uso de sus capacidades. Algunos países
europeos lo tienen todavía peor: el 21% de los
trabajadores españoles están en paro.

Y la situación tampoco da muestras de mejorar
rápidamente. Esta es una tragedia permanente y, en un
mundo racional, poner fin a esta tragedia sería nuestra
principal prioridad económica.

Pero algo extraño ha pasado con el debate
político: a ambos lados del Atlántico ha surgido un
consenso entre los que manejan los hilos sobre que no se puede ni
se debe hacer nada respecto al empleo. En lugar de la
determinación de hacer algo respecto al incesante
sufrimiento y despilfarro económico, uno ve un
sinfín de excusas para la inacción, disfrazadas con
el lenguaje de la prudencia y la responsabilidad.

Así que alguien tiene que decir lo evidente:
inventar razones para no hacer que los parados vuelvan a trabajar
no es ni prudente ni responsable. Es más bien una grotesca
renuncia a la responsabilidad.

¿A qué clase de excusas me refiero? Bueno,
piensen en la publicación, la semana pasada, del
último informe sobre previsiones económicas de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico. La OCDE es, esencialmente, un comité
intergubernamental de expertos; aunque no tiene capacidad directa
para dictar medidas, lo que dice es un reflejo de las creencias
generalizadas entre la élite política
europea.

Así que, ¿qué tenía la OCDE
que decir sobre el alto paro en sus países miembros? "El
margen de maniobra de las políticas macroeconómicas
para abordar estos complejos desafíos se ha agotado en su
mayoría", declaraba el secretario general de la
organización, que instaba a los países a "volverse
estructurales" (es decir, a centrarse en reformas a largo plazo
que tendrían poco impacto en la actual situación
del empleo).

¿Y cómo sabemos que no hay margen para que
las políticas hagan que los parados vuelvan a trabajar? El
secretario general no lo dijo, y el informe en sí no
propone en ningún momento posibles soluciones para la
crisis del empleo. Todo lo que hace es subrayar los riesgos que,
desde su punto de vista, entraña cualquier alejamiento de
la ortodoxia política.

Pero entonces, ¿quién está hablando
en serio sobre la creación de empleo ahora
mismo?..

El núcleo de nuestro problema económico lo
constituye en realidad la deuda -principalmente la deuda
hipotecaria- que las familias asumieron durante los años
de la burbuja de la última década. Ahora que la
burbuja ha estallado, esa deuda está actuando como un
lastre del que no consigue librarse la economía,
impidiendo cualquier recuperación real del empleo. Y una
vez que uno cae en la cuenta de que el problema es la sobrecarga
de deuda privada, se percata de que hay algunas cosas que se
podrían hacer al respecto.

Por ejemplo, podríamos hacer que programas como
los de la Administración para el Progreso del Trabajo
pusiesen a trabajar a los parados haciendo cosas útiles
como reparar carreteras (lo cual, al aumentar los ingresos,
también facilitaría que las familias devolviesen lo
que deben). Podríamos tener un programa serio de
modificación de hipotecas, para reducir las deudas de los
propietarios de viviendas en apuros. Podríamos tratar de
conseguir que la inflación volviese a subir hasta el 4%
que predominó durante el segundo mandato de Ronald Reagan,
lo que contribuiría a reducir la carga real de la
deuda.

Así que hay políticas que podríamos
poner en práctica para reducir el desempleo. Estas
políticas serían poco ortodoxas, pero
también lo son los problemas económicos a los que
nos enfrentamos. Y quienes advierten sobre los riesgos de la
acción deben explicar por qué estos riesgos
deberían preocuparnos más que la certeza de que
seguiremos sufriendo masivamente si no hacemos nada.

Al señalar que podríamos estar haciendo
mucho más respecto al paro, soy consciente, claro
está, de los obstáculos políticos que
dificultan que realmente se ponga en práctica cualquiera
de las políticas que podrían
funcionar…

Según mi forma de verlo, los responsables
políticos se están hundiendo en un mar de
impotencia aprendida en cuanto al problema del empleo: cuanto
más incapaces son de hacer algo al respecto, más se
convencen a sí mismos de que no hay nada que puedan hacer.
Y aquellos de nosotros que sabemos más deberíamos
estar haciendo todo lo que podamos para romper ese círculo
vicioso. Contra la impotencia aprendida (Paul Krugman – El
País – 5/6/11 – © New York Times News
Service)

"A principios de esta semana, el Banco de la Reserva
Federal de Nueva York publicaba una entrada de blog sobre el
"error de 1937", la prematura desbandada fiscal y monetaria que
malogró la recuperación económica en curso y
prolongó la Gran Depresión. Como señala
Gauti Eggertsson, el autor de la entrada (con quien he realizado
investigaciones), las condiciones económicas actuales
-aumento de la producción, subida de algunos precios, pero
paro todavía muy elevado- se parecen mucho a las de 1936 y
1937. Así que ¿van a cometer el mismo error los
responsables políticos actuales?

Eggertsson dice que no, que ahora los economistas saben
más. Pero yo discrepo. De hecho, en algunos aspectos
importantes, ya hemos repetido el error de 1937.
Llamémoslo el error de 2010: un "giro" que nos ha alejado
del problema del paro para pasar a otros, y cuya perversa
obstinación han puesto de manifiesto los últimos
datos económicos.

No cabe duda de que las cosas podrían ir peor y
hay muchas posibilidades de que efectivamente
empeoren.

En la época en que se aprobó el
estímulo económico de Obama de 2009, algunos de
nosotros advertimos de que era demasiado pequeño y de vida
demasiado corta…

A principios de 2010 ya era evidente que estas
inquietudes estaban justificadas. Pero, de algún modo,
surgió un consenso aplastante entre los responsables
políticos y los expertos respecto a que no debía
hacerse nada más para crear empleo y que, por el
contrario, debía producirse un giro hacia la austeridad
fiscal.

Este consenso se alimentaba de historias de miedo sobre
una inminente pérdida de confianza del mercado en la deuda
de EEUU. Cada pequeño repunte de los tipos de
interés se interpretaba como un indicio de que los
"vigilantes de los bonos" estaban atacando, y esta
interpretación solía difundirse como un hecho, no
como una hipótesis cuestionable.

Por ejemplo, en marzo de 2010, The Wall Street Journal
publicaba un artículo, titulado Debt fears send rates up
(El miedo a la deuda hace subir los tipos), en el que se
informaba de que los tipos de interés a largo plazo de
EEUU habían subido, y se afirmaba -sin ofrecer ninguna
prueba- de que esta subida, hasta aproximadamente el 3,9%, era un
reflejo de las inquietudes sobre el déficit
presupuestario. En realidad, lo que seguramente reflejaba eran
los varios meses con unas cifras de empleo decentes, que hicieron
aumentar temporalmente el optimismo respecto a la
recuperación.

Pero daba igual. De una forma u otra, se
generalizó la creencia de que el enemigo público
número uno era el déficit, no el paro; una creencia
generalizada que se veía tanto reflejada como reforzada
por un cambio radical en la cobertura de la información,
la cual se alejó del desempleo para centrarse en las
preocupaciones respecto al déficit. En la práctica,
la creación de empleo desapareció del
programa.

Así que, aquí nos tienen, a mediados de
2011. ¿Cómo van las cosas?

Pues los vigilantes de los bonos siguen existiendo solo
en la imaginación de los halcones del déficit. Los
tipos de interés a largo plazo han oscilado dependiendo
del optimismo o el pesimismo respecto a la economía; una
avalancha reciente de malas noticias los ha hecho caer hasta el
3%, no muy lejos de sus mínimos
históricos.

Y las noticias han sido verdaderamente malas. A medida
que el estímulo se ha esfumado, también lo han
hecho las esperanzas de una recuperación económica
sólida…

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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