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Perú prehispánico (página 2)



Partes: 1, 2, 3

La crisis de los encomenderos se inició cuando la
Corona planeó limitar sus privilegios a través de
las Leyes Nuevas (1542). En ellas se prohibía el servicio
personal y la condición hereditaria de las encomiendas. La
rebelión no tardó en estallar. Ya antes se
había desatado la violencia cuando las huestes pizarristas
y almagristas se disputaron la posesión del Cuzco. Los
partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro en 1541 luego de que
los hermanos Pizarro vencieron y ejecutaron a Diego de Almagro en
la primera guerra civil. La rebelión de los encomenderos
se desató con la llegada del primer virrey, Blasco
Núñez Vela, en 1544. El caudillo fue Gonzalo
Pizarro quien en la batalla de Iñaquito logró
ejecutar al propio virrey. Ante el caos, la Corona envió
al clérigo Pedro de La Gasca a pacificar el Perú.
Gonzalo Pizarro se negó a capitular y fue vencido en
Jaquijahuana (1548). Derrotados los encomenderos La Gasca, como
presidente de la Audiencia de Lima, pudo dar comienzo a la
organización del virreinato.

El rápido derrumbe del Tahuantinsuyo no puede
explicarse por la superioridad de las armas de los
españoles o porque la población andina se
confundió inicialmente al ver a estos nuevos hombres como
dioses. Los españoles pudieron aprovechar dos
circunstancias claves. En primer lugar la crisis política
derivada de la pugna por el poder entre las élites
cuzqueña y quiteña: la guerra entre Huáscar
y Atahualpa. En segundo lugar, los invasores contaron con el
apoyo de numerosos grupos étnicos que no aceptaban el
dominio incaico; el "colaboracionismo" de amplios sectores de la
población (huancas y chancas) contribuyó
notablemente en el "éxito" de las huestes
españolas.

Todos estos acontecimientos fueron narrados por los
cronistas. Luego de darnos unas versiones deficientes o confusas,
terminaron esbozando una imagen distorsionada del Tahuantinsuyo
al tratar de comprenderlo bajo sus categorías mentales.
Casi todos justificaron la conquista y los actos que siguieron
afirmando que Atahualpa era ilegítimo y tirano, dando la
imagen de una guerra justa. Luego los cronistas extendieron la
ilegitimidad a todos los incas, que resultaron tiranos y
usurpadores, una versión que llegó hasta el siglo
XVII con la obra del cronista indio Felipe Guamán Poma de
Ayala. Un caso aparte fue la obra del inca Garcilaso de la Vega
donde se configuró una versión idílica y
romántica del Tahuantinsuyo. Fieles a su tradición
occidental y cristiana, los cronistas compararon al País
de los Incas con el Imperio Romano y vieron en la guerra con los
indios la continuación de la que mantuvieron con los
árabes (La Reconquista), es decir, contra los
infieles.

2. LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD ANDINA

Para la población andina los invasores eran seres
extraños por su apariencia física y tenían
poderes similares a los del rayo y el trueno con sus armas de
fuego. Venían, además, acompañados de un
animal desconocido, el caballo, y hablaban en una lengua
diferente. Por ello al principio fueron vistos como dioses. Al
final, la conquista significó para los indios un cambio en
el orden del mundo. Los españoles dieron muerte a los
Incas, soberanos de origen divino, y tomaron el Cuzco, centro
sagrado del Tahuantinsuyo. También saquearon sus templos
robando los objetos de culto. En este sentido, la conquista fue
percibida como la victoria del dios cristiano dentro de una
concepción cíclica del tiempo.

Pero la conquista trajo otros cambios. El más
dramático, quizás, fue el colapso
demográfico. La población andina disminuyó
en un 80% debido, básicamente, a los virus traídos
por los españoles que se transformaron en epidemias.
Enfermedades como la gripe, el tifus, la peste o el
sarampión, inéditas en los Andes, hicieron estragos
entre los indios. Las plantas y los animales traídos desde
Europa también contagiaron sus virus a los recursos
nativos alterando la dieta de los indios. A los virus se sumaron
las muertes por la misma guerra de conquista, los trabajos
forzados (la mita) y el "desgano vital". En este sentido
aumentaron los suicidios colectivos, abortos e infanticidios pues
los indios perdieron las ganas de vivir debido a la caída
de su mundo.

Sistemas tradicionales como el ayllu y el
control de pisos ecológicos se vieron seriamente afectados
e incluso desaparecieron. A medida que el gobierno virreinal
establecía las reducciones en la sierra, a la gente se le
desarraigaba de sus pacarinas, se rompía la
unidad del ayllu y sus formas de trabajo comunal, y se
afectó el acceso a recursos en los distintos pisos
ecológicos. También desapareció la figura
del Inca y la redistribución estatal, la mita fue
desvirtuada en provecho de la economía española y
el culto cristiano se impuso sobre las huacas y los dioses
nativos. La evangelización trató
sistemáticamente de satanizar el culto
prehispánico.

Luego de muchas discusiones sobre la condición
humana de los indios y si debían ser esclavizados o no
(polémica entre Bartolomé de las Casas y
Ginés de Sepúlveda, por ejemplo), fueron
considerados legalmente vasallos libres del Rey de España
en condición de menores de edad. Quedaron bajo la
protección de la Corona y por ello debieron pagar un
tributo. Asimismo quedaron bajo la autoridad de sus curacas
(llamados "caciques" por los españoles), los únicos
que conservaron sus cargos tras la conquista. Ellos fueron los
intermediarios entre las autoridades coloniales y los indios.
Continuaron con sus obligaciones ancestrales frente a sus
subordinados y asumieron otras como defenderlos y conseguir
dinero, a través de sus negocios particulares, para
cumplir con el pago del tributo. De esta manera la mayoría
de los curacas conservaron su liderazgo y legitimidad frente a
sus indios hasta que sus cargos fueron abolidos luego de la
rebelión de Túpac Amaru II.

Los españoles introdujeron lentamente la
economía de mercado en los Andes. Apareció la
moneda, las nuevas ciudades se poblaron de mercaderes y los
caminos de transportistas de mercancías o "arrieros". Los
indios, especialmente los curacas, tuvieron que aprender a ser
comerciantes y algunos empezaron a formar una suerte de
burguesía nativa, muy occidentalizada que terminó
arruinada por las reformas del siglo XVIII. De otro lado se
modificó la justicia. Antes los conflictos se solucionaban
al interior del ayllu con la mediación del
curaca. Ahora se administraba fuera del grupo de
parentesco y estaba a cargo de un juez que la dictaba en base a
una ley escrita, también ajena al ayllu. Los
indios tuvieron que entablar una infinidad de pleitos judiciales
para defender sus derechos.

Finalmente habría que añadir que con la
conquista se introdujeron nuevas plantas y animales que cambiaron
el paisaje andino. También muchos elementos de la
tecnología occidental (rueda, vidrio, hierro, arado a
tracción animal y nuevos métodos
arquitectónicos, por ejemplo). Los indios, sin embargo,
nunca abandonaron totalmente su antigua tecnología
(andenes, chaquitaclla), sus cultivos tradicionales
(tubérculos, maíz), el pastoreo de
auquénidos o sus formas de trabajo colectivo
(ayni o minca).

3. EL ESTADO VIRREINAL

En un inicio el Perú (Nueva Castilla) fue una
Gobernación, encabezada por Pizarro, y se organizó
internamente bajo el poder local de los encomenderos. Con la
aplicación de las Leyes Nuevas se creó el
Virreinato del Perú y su territorio estuvo gobernado por
un funcionario que representaba al Rey: el Virrey. Esto dio
inicio a la burocracia virreinal que tenía por objetivo
terminar con los apetitos señoriales de los encomenderos.
En Lima se instaló la Real Audiencia e internamente el
territorio se dividió en jurisdicciones denominadas
corregimientos. El sistema funcionó hasta la década
de 1570 cuando el virrey Toledo modificó las pautas de la
administración.

Luego de realizar la primera Visita General que
conoció el Perú, Toledo modificó el tributo
indígena y organizó el sistema de la mita para
abastecer de mano de obra a los centros mineros. También
culminó el establecimiento de "reducciones" o pueblos de
indios. Se trató de un sistema que tenía como fin
controlar a la población nativa para cobrarle el tributo,
enviarla a las mitas y evangelizarla. De esta manera quedó
seriamente afectado el sistema de control de pisos
ecológicos y se rompió la unidad de los
ayllu cuyos miembros pasaron a vivir en distintos
pueblos. Su gobierno, finalmente, ejecutó a Túpac
Amaru I, último representante de la élite
cuzqueña rebelde de Vilcabamba. En síntesis, si
bien las reformas toledanas alentaron el auge minero y
fortalecieron la burocracia colonial, afectaron profundamente los
patrones económicos y sociales de la población
andina.

El orden diseñado por Toledo entró en
crisis en el siglo XVII cuando los indios burlaron el sistema de
reducciones: aumentó el número de indios
"forasteros" y disminuyó el ingreso del tributo. Esto se
agravó cuando a partir de 1640 la producción minera
de Potosí entró en "crisis". La
administración tardó en reaccionar. En la
década de 1680 el virrey Duque de la Palata realizó
otra Visita General. En ella no sólo se amplió el
cobro del tributo a los forasteros, sino también a los
mestizos y negros libres. Como es lógico, no tardó
en crecer el malestar en la población.

Como vemos el mundo virreinal no fue tan
estático, es decir, la administración nunca
funcionó a la perfección. La población
siempre creó mecanismos para burlar la presión,
sobre todo fiscal, que ejercía el gobierno. Los indios
trataron de evadir sus obligaciones con el tributo y la mita; los
mestizos nunca quisieron pagar el tributo; los mineros
"escondían" la producción real de la plata. Por
ello hasta qué punto podríamos hablar de una
"crisis" en el siglo XVII, como tantas veces se ha planteado. Lo
cierto es que a la administración de los Austrias siempre
le faltó la suficiente rapidez para corregir los errores.
Ello explica el ímpetu de los borbones en el siglo XVIII
por reformar el sistema de gobierno en América.

La administración virreinal reposó sobre
tres instituciones fundamentales:

El Virrey.- Fue el representante del rey y tenía
todos los poderes. Era el responsable de la administración
de gobierno, de los fondos de los tesoros públicos, de la
defensa del territorio y de los asuntos espirituales o
religiosos. Era también el presidente de la Audiencia lo
que le daba la suprema autoridad en temas judiciales.
Generalmente los virreyes venían por períodos de
cinco años y podían ser ratificados por más
tiempo. Entre 1544 y 1824 el Perú fue gobernado por 40
virreyes.

La Audiencia.- Tenía su sede en Lima y al estar
presidida por el Virrey se denominaba Real Audiencia. De ella
dependieron, durante los siglos XVI y XVII, las audiencias de
Panamá, Santa Fe, Quito, Charcas, Buenos Aires y Santiago.
Era el máximo tribunal de justicia, legislaba con el
Virrey y gobernaba en ausencia de éste. Sus miembros
fueron los oidores.

Los corregimientos.- El virreinato estuvo dividido en 78
provincias o corregimientos. Estaban bajo la autoridad del
corregidor, funcionario que representaba al Virrey en el
ámbito local. Velaban por la buena administración
de su jurisdicción y eran autoridades judiciales en
primera instancia. Cobraban el tributo y enviaban a los indios a
la mita. Muchos de ellos terminaron explotando a los indios al
obligarlos a comprar mercaderías a precios muy altos a
través del "reparto". En 1784 fueron reemplazados por las
intendencias.

4. LA VIDA ECONÓMICA

A partir del siglo XVI el Perú empezó a
formar parte del mercado mundial exportando los tesoros incaicos
saqueados por los conquistadores. También se abrieron
vínculos comerciales con España y México.
Las exportaciones consistían en productos provenientes del
tributo en especies (textiles) y creció la
importación de artículos europeos. En un primer
momento fueron los encomenderos y algunos funcionarios los que se
beneficiaron de este tráfico comercial.

En 1545 se descubrieron las minas de plata de
Potosí y el Perú se convirtió en uno de los
más grandes exportadores de este metal en el mundo.
También se abrieron otros yacimientos mineros y el
comercio se generalizó en torno a las ciudades fundadas
por mineros y funcionarios. De esta forma se configuraron varios
circuitos comerciales siendo el más importante el
área cuyas rutas convergieron en el centro minero de
Potosí: Arequipa-Cuzco-Puno-Charcas-Potosí. Durante
tres siglos se configuró el espacio "sur andino" que
movilizó grandes recursos y sustentó la
economía de la población de esta
región.

En 1563 se descubrieron las minas de mercurio (azogue)
de Huancavelica y el método de purificación de la
plata fue sustituido por el de la amalgama. Esto favoreció
el crecimiento de la producción a lo que habría que
añadir el establecimiento de la mita, un sistema de
trabajo obligatorio y por turnos en el que los indios
acudían a trabajar a las minas. El apogeo minero de
Potosí duró hasta mediados del XVII, época
en que se fueron agotando las vetas de Potosí y se
terminó el azoque de Huancavelica; la mano de obra
también escaseó a medida que los indios intentaban
burlar la mita. Afortunadamente para la Corona en el XVIII se
descubrieron nuevos yacimientos de plata en Cerro de Pasco y
Hualgayoc (Cajamarca). La producción se recuperó
aunque nunca alcanzó los niveles de los mejores tiempos
del Cerro Rico de Potosí.

Si bien la minería fue la actividad clave de la
economía virreinal, el comercio debía ser
también impulsado para generar ingresos a las Caja Real.
Hasta el XVIII funcionó el monopolio comercial que
benefició al gremio de comerciantes de Lima (Tribunal del
Consulado). El Callao era el único puerto que podía
recibir las mercancías traídas por los galeones
desde España y de Lima ser repartían a todo el
territorio virreinal. Esto consolidó el poder
político y económico de la élite de la
Ciudad de los Reyes. El apogeo llegó a su fin en 1778
cuando los borbones permitieron el libre comercio y se abrieron
más puertos en América para comerciar con la
Península. Esto marcó la decadencia del Callao y el
auge de nuevos puertos como Buenos Aires.

Otros centros de producción fueron los obrajes
donde laboraban los indios mitayos. La Corona trató en
vano de frenar su expansión, pero debido al deficiente
abastecimiento derivado del monopolio su producción
cubrió la demanda del mercado local. Con el auge comercial
en el siglo XVIII, debido a las reformas borbónicas, se
inició la decadencia de la producción
obrajera.

La agricultura presentó contrastes según
las regiones. En las haciendas de la costa se cultivaron la
caña de azúcar, el algodón, la vid y el
olivo; la mano de obra era básicamente esclava. En la
sierra los cultivos fueron más diversificados: trigo,
tubérculos y panllevar; además tenemos la presencia
de haciendas ganaderas (auquénidos y ovinos). La mano de
obra también varió: mita agrícola, indios
yanaconas y peones libres.

Los ingresos de la Corona provenían de una serie
de impuestos siendo los principales el quinto real (20% de la
producción minera al año); el tributo
indígena (todos los indios entre 18 y 50 años
debían pagar este impuesto en dinero); y la alcabala
(gravó la compra y venta de bienes y varió del 2%
al 6%). Otras contribuciones fueron el almojarifazgo (impuesto
aduanero), las averías (al comercio marítimo) y las
anatas (venta de cargos públicos). También
había impuestos especiales al consumo de tabaco, bebidas
alcohólicas o naipes. Cabe destacar que la Iglesia
gozó de gran poder económico al no estar sujeta a
ninguna contribución y beneficiarse de impuestos (diezmos
y primicias) y muchas donaciones. Finalmente, en 1565 se
creó en Lima la Real Casa de Moneda; el principal signo
monetario fue el peso (dividido en 8 reales).

5. LA VIDA SOCIAL

La sociedad virreinal estuvo dividida
teóricamente en dos repúblicas paralelas y
complementarias: españoles e indios debían estar
separados con sus propias leyes, autoridades, derechos y
obligaciones. La división era también espacial: los
españoles debían vivir en ciudades y los indios en
sus pueblos o "reducciones". Pero esta división,
aparentemente tan rígida, fue desvaneciéndose poco
a poco con la aparición de los mestizos y de otras mezclas
raciales (castas). De este modo, junto al criterio estamental
(linaje) coexistieron otros como nivel de fortuna,
formación cultural o color de piel. Un mismo personaje
podía estar emplazado de una u otra manera según el
criterio que se adoptase: podía ocupar determinado lugar
por su casta (color de piel) y otro por sus ingresos.

En este orden jerárquico estaban, a la cabeza,
los españoles. Ellos podían ser peninsulares
("chapetones") o sus descendientes nacidos en América, los
criollos. En este grupo estaban los nobles, la alta burocracia,
los hacendados, los mineros, los curas, los intelectuales y los
grandes comerciantes. Eran la élite de la sociedad
virreinal y vivían en las ciudades. Sin embargo su
condición de blancos no les garantizaba un lugar dentro de
la aristocracia. Un blanco pobre (artesano, pequeño
comerciante o chacarero) era considerado plebeyo. A partir del
siglo XVII los criollos se adueñaron del virreinato
copando los cargos públicos y las actividades
económicas más lucrativas. Las reformas
borbónicas del XVIII revirtieron esta situación
causando gran malestar entre ellos al tratar la Corona de
centralizar el poder en manos de peninsulares recién
llegados.

La "república de indios" quedó dividida en
los indios nobles (descendientes de la nobleza inca y los
curacas) y los indios del común. Los primeros se educaban
en los colegios de curacas ("El Príncipe" en Lima y "San
Francisco de Borja" en el Cuzco) y estaban exonerados de ir a la
mita y de pagar tributo. Eran los intermediarios entre el mundo
español y el andino. En el siglo XVIII lideraron las
rebeliones indígenas y sus cargos quedaron abolidos luego
la ejecución de Túpac Amaru II. Los indios del
común debían vivir en sus "reducciones", acudir a
la mita y tributar. Eran la mayoría de la población
y quedaron básicamente ligados al mundo rural.

En un nivel intermedio quedaron las castas, producto de
la mezcla de españoles, indios y negros. En esta mixtura
racial estaban los mestizos (hijos de español e indio),
zambos (cruce del negro con el indio) y mulatos (surgido del
español y del negro). Las clasificaciones terminaron
siendo muy complicadas cuando se fueron incrementando los tipos
de cruce. Los mestizos nacieron con la conquista, se vieron
desubicados y pasaron a cumplir papeles menores. Se les
tachó de ilegítimos o peligrosos, y muchos
terminaron sus vidas entre gente de mal vivir. Con respecto a los
indios gozaron de estar exonerados de mitar y tributar, sin
embargo, no podían acceder a cargos públicos
importantes y su educación era elemental. Esta
situación ambigua se debió a que el sistema de
"repúblicas" no contempló legislación sobre
su status.

Según la ideología virreinal los negros no
debieron ser considerados dentro del orden social pues era vistos
como objetos o mercancías. Sin embargo la sociedad supo
desarrollar una gran sensibilidad hacia ellos y mucha gente los
consideró perfectamente humanos, aunque nacidos para
servir. La gran mayoría de negros vivió en la costa
desempeñando múltiples labores que iban desde el
laboreo en las plantaciones hasta el trabajo doméstico en
alguna casa limeña. En este sentido la suerte del esclavo
era variada. Si trabajaba en la ciudad, mantenía cierto
trato con sus dueños que, si eran comprensivos,
podían otorgarles la libertad; si era destinado a una
hacienda estaba a merced de los excesos del capataz y no
podía juntar dinero para obtener su libertad. El
bozal era el negro recién llegado del
África y no sabía el español; el
ladino era el acriollado nacido en América; el
manumiso era el negro que había obtenido
legalmente su libertad; y el cimarrón era el
esclavo fugitivo que vivía con otros de su
condición en los palenques.

6. LA VIDA RELIGIOSA

La evangelización de los indios se dio desde el
mismo momento de la conquista. Al principio fue obra casi
exclusiva de frailes dominicos y franciscanos quienes, desde
conventos rurales, predicaron muy influidos por ideas
mesiánicas surgidas en la mentalidad popular europea. Ello
explica la idea del retorno del Inca en la mitología
andina surgida en la colonia.

La política evangelizadora cambió cuando
la Iglesia introdujo las ideas del Concilio de Trento. Ahora la
empresa estaba en manos de parroquias dependientes del obispo. La
llegada del arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, y de los
jesuitas, fue clave en este sentido. El Tercer Concilio Limense
(1783) mandó quemar los catecismos bilingües que los
frailes habían elaborado y los reemplazó con la
Doctrina Cristiana, primer libro impreso en Virreinato.
Elaborada por el padre jesuita José de Acosta, estuvo
escrita en español, quechua y aymara; de esta manera se
demostraba el carácter multiligüista de la
evangelización andina. A finales del XVI estaban
formalmente bautizados casi todos los indios.

En el XVII, tras una denuncia formulada desde
Huarochirí de que los indios mantenían culto a sus
dioses tradicionales (1607), el Arzobispado inició varias
campañas de extirpación de idolatrías. La
idea era destruir cualquier rezago de la religión andina:
huacas o ídolos. De todos modos, la aceptación del
catolicismo por parte de los indios nunca implicó la total
renuncia a sus creencias ancestrales: hoy en día pueden
verse en muchas lugares ritos a la pachamama y a los
apus.

A nivel urbano el catolicismo tuvo rasgos particulares.
Habría que mencionar al Tribunal de la Inquisición,
instalado en Lima en 1570, que terminó siendo un eficiente
agente del poder monárquico. Mediante la censura fue el
encargado de reprimir cualquier controversia doctrinal y
perseguir toda literatura "peligrosa" para la fe y el orden
político. El Tribunal fue suprimido por las Cortes de
Cádiz en 1812 pero, al restaurarse el absolutismo con
Fernando VII, siguió funcionando en Lima hasta
1820.

Una circunstancia notable fue el surgimiento, entre
fines del XVI y comienzos del XVII, de algunos personajes
virtuosos que terminaron elevados a los altares. Ese fue el caso
de los españoles santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de
Lima, san Juan Masías y san Francisco Solano; y de los
peruanos San Martín de Porres e Isabel Flores de Oliva,
conocida como santa Rosa de Lima. Todos vivieron en
Lima.

Respecto a las fiestas religiosas, las más
concurridas fueron Navidad y Semana Santa. También fue muy
difundido el culto al Corpus Christi y que hoy goza de tanta
popularidad en Cuzco y Cajamarca. Por ello, a diferencia de otras
regiones de América, en el Perú los cultos
populares más difundidos están dedicados a Cristo.
Entre todos los "cristos" coloniales destaca, sin duda, el
Señor de los Milagros que, desde hace más de tres
siglos, recorre en procesión las calles de Lima. Hoy es la
procesión católica más grande del mundo;
incluso los peruanos emigrados recrean la procesión en las
calles de Chicago, Nueva York o Santiago de Chile. Junto al
Cristo moreno, pintado por un esclavo negro, tenemos al
Señor Cautivo de Ayabaca (Piura), al Señor del Mar
(Callao), al Señor de los Temblores (Cuzco), al
Señor de Muruhuay (Tarma) y al Señor de Luren
(Ica), entre muchos más.

También se multiplicaron las cofradías y
las hermandades. Fueron agrupaciones de fieles de toda
condición racial y de ocupación congregadas en
torno a una imagen de Cristo, una advocación a la Virgen o
un santo. Su función era la veneración y culto del
patrono común, la ayuda mutua entre sus miembros y la
salida en procesión durante la festividades. Dependieron
de las iglesias o monasterios en los que se hallaban las
imágenes de su devoción.

Las muestras de piedad femenina más importante se
dieron en la vida conventual. Allí aparecieron las beatas
y las mujeres que llevaban una vida apartada en forma individual
o comunitaria. Los monasterios femeninos se diseñaron como
ciudades dentro de la ciudad virreinal. Cada uno tenía su
propio gobierno que recaía sobre la priora o abadesa.
Entre los más importantes tenemos La Encarnación
(Lima), Santa Clara (Cuzco) y Santa Catalina
(Arequipa).

7. LA VIDA CULTURAL Y ARTÍSTICA

La educación estuvo bajo el control del clero y
abarcó tres fases: primeras letras, estudios menores y
estudios mayores. No existieron límites claros para el
paso de un nivel a otro y todo dependió de los recursos,
la inteligencia y esfuerzo de los alumnos. Los estudiantes,
blancos y en algunos casos mestizos, iniciaban su
formación con las primeras letras, los rudimentos en
números y el catecismo para llegar, a los 7 u 8
años, a los estudios menores en los que se aprendía
retórica, música, humanidades y latín. Los
hijos de indios nobles y curacas recibían una
formación intermedia entre las primeras letras y los
estudios menores. Se les impartía conocimientos en
lectura, escritura, cálculo, canto, catecismo y algo de
derecho natural.

La educación superior se impartió en los
colegios mayores donde había cursos de filosofía,
artes, leyes o medicina. Los más reputados estuvieron en
las ciudades de Lima y Cuzco. En la primera los más
destacados fueron los de San Felipe, San Martín y el
seminario de Santo Toribio para la formación de
presbíteros; en la segunda el San Antonio Abad y el San
Bernardo. Tras la expulsión de los jesuitas (1767) se
fundó en Lima el Real Convictorio de San Carlos. Los
estudios universitarios no estaban destinados únicamente a
la formación de abogados, médico o teólogos;
también cultivaban la formación humanística.
La principal universidad era la Mayor de San Marcos en Lima
(1551) y, durante el siglo XVII, se fundaron otras en el Cuzco,
Quito, Chuquisaca y Huamanga.

El desarrollo artístico contempló todos
los niveles. La pintura limeña asimiló las
técnicas renacentistas con la llegada en el siglo XVI de
artistas italianos (Bitti, Medoro y Pérez D"Alesio). Pero
esta tendencia limeña por la imitación tuvo su
contraste con un pintura más libre y auténtica en
las ciudades del interior. Quito y Cuzco fueron los centros de
una escuela pictórica mestiza, pues asimilaron las
técnicas europeas con motivos andinos; la pintura
paisajista, los arcángeles arcabuceros, los retratos de la
Virgen y las distintas versiones de Cristo son claros ejemplos.
En el Cuzco, las obras de Diego Quispe Tito son las más
reconocidas.

La escultura se desarrolló básicamente en
la talla de madera para decorar los templos: altares,
púlpitos y sillerías de coro. Caso aparte fue la
proliferación de retablos o altares portátiles. En
Huamanga destacó la escultura en piedra de alabastro y en
Arequipa las obras en piedra volcánica (sillar). Los
escultores más célebres fueron el mestizo Baltasar
Gavilán, autor de La Muerte, y el español
Pedro Noguera, quien talló la sillería del coro de
la Catedral de Lima.

La arquitectura, que en el siglo XVI fue renacentista y
mudéjar (influencia arabesca), se consolidó en
barroca durante el XVII y el XVIII. El "churrigueresco" o barroco
español quedó plasmado en las portadas de casi
todas las iglesias. Los ejemplos más notables son los
templos de San Agustín y La Merced (Lima) y el de La
Compañía (Cuzco). El rococó, de influencia
francesa, asomó en la segunda mitad del XVIII y se
demuestra en el Paseo de Aguas, la Plaza de Acho, el Palacio de
Torre Tagle, la Alameda de los Descalzos y la Quinta de Presa en
Lima. Finalmente en primeros años del XIX apareció
el neoclásico. Las torres del campanario y el altar mayor
de la Catedral de Lima y el Cementerio General de Lima, ambos del
presbítero Matías Maestro, son los ejemplos
más sobresalientes.

La literatura, fiel imitadora de los estilos europeos,
tuvo al erudito Pedro Peralta y Barnuevo, Juan Espinoza Medrano y
Juan del Valle y Caviedes sus máximos exponentes. En
música destacó la ópera "La púrpura
de la rosa", obra del maestro Tomás Torrejón de
Velasco. El teatro tuvo especial importancia en la
representación de autos sacramentales, obras de fondo
religioso y moralizador.

La imprenta fue traída por el italiano Antonio
Ricardo; en 1584 editó la Doctrina Christiana y
Catecismo
, primer libro impreso en el Perú y en
América del Sur. De otro lado, el primer periódico
que se publicó fue la Gazeta de Lima (1743), sin
embargo, el que alcanzó mayor notoriedad y celebridad fue
el Mercurio Peruano, publicado entre 1791 y 1795 por la
Sociedad de Amantes del País.

El siglo XVIII:
reformas borbónicas y rebeliones
indígenas

Durante este siglo la Corona española, ahora bajo
el reinado de los borbones, introdujo una serie de cambios para
restaurar la autoridad del Estado, disminuir el poder de la
aristocracia, devolverle a España su poderío
militar en Europa y recuperar el dominio en sus colonias
americanas. Era un plan ambicioso que requería, en primer
lugar, aumentar los recursos. Las reformas cobraron gran auge
bajo el gobierno de Carlos III, el máximo exponente del
despotismo ilustrado español. En el proceso España
logró aumentar notablemente sus ingresos, pero
perdió un Imperio. A la presión tributaria se
sumó el desplazamiento de los criollos de la
administración pública en beneficio de los
peninsulares. El camino estaba allanado para pensar en la
independencia.

Las reformas atacaron, en primer lugar, a la
administración pública. Se crearon nuevos
virreinatos (Nueva Granada y Río de la Plata), se
reorganizó la defensa militar (establecimiento de las
capitanías de Venezuela y Chile) y se implantaron las
intendencias que reemplazarían a los corruptos
corregimientos. Luego, en el plano religioso, se expulsó
del Imperio a los jesuitas y el Estado asumió el control
de la educación. Finalmente, el problema económico
fue el que despertó mayor interés. Era prioritario
elevar los impuestos y ampliar la base tributaria; también
se debía estimular la producción minera para
aumentar el flujo de metales hacia España, controlar el
contrabando y estimular el libre comercio entre la
Península y América.

La aplicación de las reformas en América
fue a través de visitas generales. Al Perú fue
enviado el "visitador" José Antonio de Areche.
Rápidamente atacó el problema fiscal y elevó
la alcabala a un 6%. Estableció las aduanas interiores
para elevar la recaudación y tuvo que hacer frente al
descontento de casi toda la población, especialmente
cuando se rebeló en 1780 el curaca Túpac
Amaru II, descendiente de los incas.

Las rebeliones indígenas del siglo XVIII, que
pasaron de un centenar en el territorio del virreinato, tuvieron
como marco la recuperación de la cultura andina,
especialmente el mesianismo en la mentalidad popular: el retorno
del inca generaría un futuro mejor. Esta idea se vio
claramente en el levantamiento de Juan Santos Atahualpa en la
selva central (1742), quien sublevó a los indios campas
contra las misiones franciscanas de la zona.

El movimiento de Túpac Amaru II, que contó
con el apoyo de muchos curacas como los hermanos Catari,
fue más complejo. No solo porque movilizó una
cantidad mucho mayor de indios, sino porque incluyó en su
programa de reivindicaciones a población no andina:
criollos, mestizos y negros. Su base social fue más amplia
porque la rebelión coincidió con el descontento
general ante las medidas borbónicas. Los impuestos se
elevaban y el comercio con el mercado de Potosí se vio
afectado al crearse el virreinato de Río de la Plata
(1776), que incluía al famoso centro minero. Por ello el
territorio de la rebelión fue más amplio:
abarcó todo el sur andino y el Alto
Perú.

Túpac Amaru se rebeló contra el mal
gobierno pero no necesariamente contra el Rey. Al final fue
ajusticiado y ejecutado en la plaza del Cuzco (1781), sin embargo
las consecuencias de su rebelión tuvieron largo alcance.
La Corona tuvo que crear una audiencia en el Cuzco, una demanda
de Túpac Amaru, abolir los repartos y los corregimientos y
acelerar el establecimiento de las intendencias. De otro lado
tuvo suprimió los curacazgos y prohibió la lectura
de los Comentarios Reales de Garcilaso para no despertar
la reivindicación incaica entre la
población.

Finalmente el intento de Túpac Amaru por incluir
en su rebelión a criollos no dio resultado, pues estos
tuvieron temor ante la posibilidad de conceder excesivas
reivindicaciones a los sectores populares. La imposibilidad de
compaginar los intereses entre criollos e indios le restó
al movimiento la capacidad de tornarse en separatista.

El siglo XVIII no trajo buenos resultados al
Perú. Su virreinato perdió importancia al verse
amputado su amplio territorio. Asimismo, al eliminarse el
monopolio comercial del Callao, su aristocracia mercantil ya no
dominaba todo el mercado del Pacífico sur. Finalmente,
tras el estallido de numerosas rebeliones indígenas,
quedaba una secuela de recelos y odios difíciles de borrar
en el tiempo, claves para entender el futuro movimiento
independentista.

El Perú
republicano: el siglo XIX

El siglo XIX fue testigo de dos momentos
dramáticos que marcaron notablemente el desarrollo
histórico peruano: la Independencia y la Guerra con Chile.
Fueron dos coyunturas trágicas que sembraron caos,
destrucción material y división interna. Ambos
dejaron muchos odios y tareas por resolver. También es
visto como el siglo de las oportunidades perdidas por la gran
riqueza guanera que multiplicó el derroche y la
corrupción hasta colocar al país en bancarrota
hacia los años de 1870. Si consideramos que la
independencia se logró en 1824 con la batalla de Ayacucho
y que las tropas chilenas abandonaron el Perú en 1884,
deducimos que los primeros 60 años de la historia peruana
estuvieron marcados por el fracaso.

Luego de Ayacucho el Perú no pudo escapar al
dominio de los caudillos. Estos personajes, en su mayoría
militares, manejaron el poder a su antojo, sembraron el caos
político y, lo más peligroso: su personalismo
retrasó el asentamiento del orden institucional en el
país. Luego de la pobreza general dejada por las guerras
independentistas, a partir de 1850 la bonanza guanera les
permitió gozar de un recurso para asegurar su permanencia
en el poder. De esta manera el país experimentó un
clima de relativa estabilidad política y pudo ser testigo
de algunas inversiones en obras públicas
(educación, servicios urbanos y ferrocarriles).
Ramón Castilla fue el caudillo más afortunado pues
sus gobiernos coincidieron con esta prosperidad falaz,
tal como llamó a esta era Jorge Basadre.

Pero en realidad el guano sembró la
irresponsabilidad en el manejo del Estado. Mucho se
invirtió en burocracia, en gastos militares y en
operaciones oscuras. Los gastos superaban a los ingresos y muchas
veces, para cubrir el déficit, se recurrió al
crédito externo poniendo como garantía las ventas
futuras del guano. En algún momento el sistema
tenía que colapsar. Esto sucedió en la
década de 1870 cuando el Perú se declaró en
bancarrota: tenía la deuda externa más grande de
Latinoamérica y sus ingresos no podían cubrir sus
gastos corrientes y el pago de la deuda. Pero los problemas no
quedan allí. La guerra estaba a la vuelta de la esquina:
en 1879 el Perú, unido a Bolivia por un "tratado secreto",
tuvo que entrar en un conflicto por el control del salitre frente
a Chile.

El país no estaba en condiciones
económicas, políticas y militares de salir bien
parado de la contienda. El conflicto terminó formalmente
en 1883 con el Tratado de Ancón que sancionó una
grave pérdida territorial. Las provincias del sur, ricas
en salitre, fueron el botín del enemigo. La derrota
ponía fin a una etapa. Ahora había que reconstruir
el país bajo otros criterios. Los puntos pendientes eran:
erradicar el caudillismo en la política, fomentar el
desarrollo de las instituciones, diversificar las exportaciones
para no depender de un solo recurso y hacer un manejo más
técnico de la economía. Los años que vienen
son un esfuerzo por hacer del Perú un país
más moderno e integrado para afrontar los desafíos
del siglo XX.

1. LA INDEPENDENCIA (1808-1825)

La ruptura del Perú con España
formó parte del movimiento separatista latinoamericano
frente al imperio español, que podríamos ubicar
entre 1808 y 1825. Políticamente se precipitó
cuando las tropas napoleónicas invadieron la
Península poniendo en evidencia la crisis de la
monarquía que debió interrumpir las comunicaciones
con sus dominios de Ultramar.

Ideológicamente, sin embargo, la independencia
fue un lento camino de alejamiento y crítica por parte de
los criollos más ilustrados frente a la Metrópoli.
Recordemos que los borbones los habían desplazado de
muchos puestos claves de gobierno en favor de burócratas
peninsulares. Esto dio lugar a un "nacionalismo incipiente" que
se reflejaría en peticiones de autonomía
política y ciertas libertades económicas que la
monarquía española se negaría
sistemáticamente a conceder a los americanos. En el
Perú muchos de los llamados "precursores", como
José Baquíjano y Carrillo, Toribio Rodríguez
de Mendoza o Hipólito Unanue, se inclinaron por esta
suerte de reformismo. Pocos fueron los que adoptaron
resueltamente el separatismo como Juan Pablo Viscardo y
Guzmán o José de la Riva-Agüero.

Desde el punto de vista militar la liberación de
Sudamérica se llevó a cabo a partir de la
década de 1820 en dos frentes de manera casi
simultánea. La Campaña del Sur, dirigida por San
Martín, empezó en Buenos Aires y avanzó por
los Andes logrando la independencia de Chile; la Campaña
del Norte, comandada por Bolívar lograría, no sin
muchas dificultades, la independencia de la Gran Colombia (lo que
hoy son los territorios de Venezuela, Colombia, Panamá y
Ecuador). Ambos movimientos convergieron en el Perú, la
plaza más importante del ejército realista.
Aquí, en1824, las tropas de Bolívar y Sucre
lograrían las victorias de Junín y
Ayacucho.

Al otro lado del continente, en México, los
patriotas seguirían su propio camino de liberación.
Los cierto es que en 1826 España había perdido un
enorme imperio del que sólo conservaría, hasta
1898, dos islas en el Caribe: Cuba y Puerto Rico. Unas 15
millones de personas habían dejado de ser súbditos
del rey de España. Dentro de este marco la independencia
del Perú fue, junto a la de México, la más
complicada y larga de todas. La guerra duró entre 1820 y
1826 aproximadamente, causando numerosas muertes y
pérdidas materiales.

Esto es comprensible ya que el territorio del antiguo
Virreinato peruano ocupaba un enorme territorio que alcanzaba
hasta lo que hoy es Bolivia, el famoso Alto Perú. Se
trataba de un espacio muy diverso con realidades étnicas,
regionales y económicas muy complejas y a veces
contradictorias. Un escenario, además, donde una
minoría blanca (criollos y peninsulares) convivía
con la masa indígena más numerosa del continente,
esto sin mencionar la presencia de esclavos negros y de un grupo
cada vez más nutrido de mestizos y castas. El temor de una
sublevación de las masas era algo que preocupaba a la
élite. Por ello aquí la pugna de intereses hizo que
no todos sintieran en el mismo momento la necesidad o la
conveniencia de separarse de España, ni tampoco la forma
en cómo llevar a cabo un proyecto tan delicado. Fue en
este ambiente de confusión que actuaron los
ejércitos de San Martín y Bolívar cuando
llegaron a nuestro país.

2. LA REPÚBLICA INICIAL
(1825-1845)

Luego de la batalla de Ayacucho el Perú
quedó con total libertad de organizarse
políticamente. El problema era que los cambios sociales y
económicos habían sido pocos. Por ello fue que el
orden liberal y republicano que propusieron muchos
políticos estaba divorciado de una realidad todavía
muy arcaica y, ahora, caótica. Durante los siguientes
años la participación política quedó
reducida a un pequeño grupo de la población, es
decir, a la élite civil y militar sin un proyecto nacional
claro. Por ello al interior del país surgieron tendencias
regionalistas y por momentos separatistas como en los
departamentos de Cuzco y Arequipa. Allí, como en la mayor
parte del país, la presencia del estado era muy
débil luego del desmantelamiento de la
administración virreinal. Surgió así la
presencia del gamonal, es decir, el terrateniente que sumó
a la propiedad de la tierra el poder político en su
localidad o región.

En este clima las instituciones no funcionaban o eran
casi inexistentes, y la falta de una clase dirigente hizo que los
intereses de grupo, las lealtades regionales o personales fueran
la clave de la vida política. El poder terminó
cayendo en manos de los jefes militares vencedores de Ayacucho:
los caudillos. Ellos representaron intereses regionales de
gamonales y comerciantes a los que concedían cargos
públicos y tierras. Eran la cabeza de una complicada
pirámide de patrones y clientes. Las figuras de
Agustín Gamarra, Felipe Santiago Salaverry, Andrés
de Santa Cruz o Manuel Ignacio de Vivanco, claves en la
política de estos años, corresponden a este
primer militarismo, tal como lo definió
Basadre.

El caudillismo se convirtió en una empresa cuyo
objetivo era la conquista del poder. El estado era el
botín a repartirse. Quizá el único proyecto
importante surgido del caudillismo fue la idea de volver a unir
Perú y Bolivia en 1836: la Confederación
Perú-boliviana, ideada por Santa Cruz. Pero el mismo
caudillismo, los intereses regionalistas y la intervención
chilena la hicieron fracasar en la batalla de Yungay (1839). De
todos estos caudillos faltó un dirigente excepcional,
alguien capaz de imponer la autoridad de un gobierno central y
subordinar las regiones para evitar la anarquía. Entre
1821 y 1845, es decir en 24 años, se alternaron 53
gobiernos, se reunieron 10 congresos y se redactaron 6
constituciones. Hubo años, como en 1838, que gobernaron 7
presidentes casi al mismo tiempo.

Vemos entonces que la autoridad de estos caudillos no
fue resultado de un consenso ni tampoco pudo imponerse de forma
estable. Cuando conquistaban el poder concentraban su
atención en satisfacer las demandas de sus allegados
políticos. Eran gobiernos de minorías para
minorías. No pudieron integrar a la sociedad retrasando el
camino de convertir al Perú en un
estado-nación.

3. LA ERA DEL GUANO (1845-1879)

A partir de 1845, con la llegada de Ramón
Castilla a la presidencia, el Perú inició un
período de relativa calma política debido a que
ahora los gobiernos gozaron de un ingreso económico
inesperado: el guano de las islas. La exportación de este
famoso fertilizante se hizo posible a la gran demanda de
Norteamérica y Europa por elevar su producción
agrícola debido al crecimiento
demográfico.

Hasta el estallido de la Guerra con Chile (1879) el
Perú exportó entre 11 y 12 millones de toneladas de
guano que generaron una ganancia de 750 millones de
dólares. De ellos el estado recibió como
propietario del recurso el 60%, es decir, una suma considerable
para convertirse a través de inversiones productivas en el
principal agente del desarrollo nacional.

Si calculamos la importancia del guano en la
economía de la época podríamos decir que,
cuando Castilla hizo el primer presupuesto para los años
1846-1847, la venta del fertilizante representaba el 5% de los
ingresos totales; años más tarde, entre 1869 y
1875, el guano generaba el 80% del presupuesto nacional. Con esta
inusual bonanza, luego de 20 años de anarquía y
estancamiento, se podía recuperar el tiempo perdido:
atraer la inversión e iniciar una vasta política de
obras públicas para modernizar al país.

El resultado final no fue tan alentador. El dinero
generado por el guano fue destinado a rubros casi improductivos:
crecimiento de la burocracia, campañas militares,
abolición del tributo indígena y de la esclavitud,
pago de la deuda interna y saneamiento de la deuda externa. Solo
la construcción de los ferrocarriles y algunas inversiones
en la agricultura costeña (caña de azúcar y
algodón para la exportación) escaparon a este
desperdicio financiero.

Hacia 1870 las reservas del guano se habían
prácticamente agotado y el Perú no estaba preparado
para este colapso, cargado como estaba con la deuda externa
más grande de América Latina (37 millones de libras
esterlinas). Fue entonces que el país pasó, como
tantas veces en su historia, de millonario a mendigo, sin nada
que exhibir en términos de un progreso económico.
El Perú no había podido convertirse en un
país moderno con instituciones civiles
sólidas.

La razón de este fracaso ha sido explicada por la
falta de una clase dirigente. Tanto los militares como los
civiles surgidos bajo esta bonanza no pudieron elaborar un
proyecto nacional coherente. Dirigieron su mirada hacia el
extranjero, apostaron por el libre comercio y compraron todo lo
que venía de Europa arruinando la escasa producción
o "industria" local. Con muy pocas excepciones se convirtieron en
un grupo rentista sin vocación por la
industria.

En especial los civiles no habrían podido
convertirse en una "burguesía" decidida, progresista o
dirigente. Aunque, como ya hemos mencionado, hubo al interior de
esta élite gente que, como Manuel Pardo, imaginaron un
desarrollo alternativo para el país. Pardo fundó el
Partido Civil y en 1872 se convirtió en el primer
presidente que no vestía uniforme militar. Su programa
insistía en la necesidad de institucionalizar el
país, fomentar la educación y construir obras
públicas. Ya en el poder poco es lo que pudo hacer: el
país se encontraba ahogado en su crisis debido al derroche
de los años anteriores.

Lima y la costa se beneficiaron de la bonanza guanera.
El resto del país, esto es, los grupos populares y las
provincias del interior, vivieron al margen de esta "prosperidad
falaz" continuando en un mundo arcaico, especialmente la
población andina. En 1879, quebrado y dividido, el
Perú tenía pocas posibilidades de salir airoso en
la Guerra del Pacífico.

4. EL ROSTRO DEL PERÚ

La población, en 1828, fue calculada en 1"279,726
habitantes. El Perú seguía siendo un país
rural. La mayoría eran indios que formaban comunidades
campesinas. Lima era la ciudad más populosa con 54 mil
habitantes. Cerca de la mitad del país estaba compuesto
por un territorio desconocido: la amazonía. Las fronteras
políticas estuvieron poco definidas y fueron causas de
conflictos con Bolivia (1828) la Gran Colombia (1829) y Ecuador
(1859).

No hubo esta época un centralismo sino más
bien una desarticulación por el poco efecto concentrador
de Lima y, se podrían distinguir, hasta cuatro circuitos
comerciales casi autosuficientes: Lima y la costa central; la
costa norte y Cajamarca; la sierra central; y la sierra
sur.

Las comunicaciones eran difíciles puesto que a
pesar de contar con cinco puertos mayores (Paita, Huanchaco,
Callao, Islay y Arica), las antiguas rutas que habían
comunicado a Lima con Arequipa, Cuzco y el Alto Perú
sufrían un penoso abandono. Todo esto añadido a la
difícil geografía y a la numerosa presencia de
bandidos, viajar se convirtió en una empresa arriesgada.
La circulación monetaria disminuyó y en muchos
lugares el comercio sólo pudo efectuarse mediante el
trueque.

Esta situación empezó a cambiar durante la
época del guano. A nivel social surgió una clase
"rentista", es decir, un reducido círculo de familias muy
ricas, amantes del lujo, pero sin vocación empresarial. Su
fortuna, proveniente de los negocios guaneros, se formó
sin esfuerzo tecnológico o creativo alguno. No solo
importaron de fuera artículos de lujo, sino también
una buena dosis de ideología liberal y un nuevo estilo de
vida a imagen y semejanza de las burguesías europeas.
Ellas se modernizaron pero no les interesó difundir los
nuevos valores contribuyendo a acentuar su distancia respecto a
la mayoría que siguió viviendo en un mundo
arcaico.

Pocas épocas en el Perú dieron lugar a
tanto lujo y ostentación. Luego del empobrecimiento
sufrido tras la independencia, la élite tuvo dinero
suficiente para gastar. El culto a los artículos
importados hizo rico a más de un comerciante que
estableció su tienda en las calles del centro de Lima.
Sumas enormes de dinero fueron derrochadas en una desmedida
importación de artículos de lujo. En Chorrillos, el
balneario de moda, los nuevos ricos se dedicaban al juego y
llevaban un estilo de vida opulento.

Hacia 1870, año en que se derrumbaron sus
murallas, Lima contaba con poco más de 100 mil habitantes.
Comenzaba por el norte con el Convento de los Descalzos y
terminaba por el sur en la Portada de Guadalupe, muy cerca de la
actual Plaza Grau. En el lugar que ocupaban las murallas se
trazaron, a la manera francesa, avenidas en forma de
boulevards que rodearon a la ciudad formando un
cinturón de calles amplias y arboladas.

Además, se diseñaron parques decorativos
con quioscos afrancesados como el Parque de la Exposición
inaugurado por el presidente Balta en 1872. Pero la influencia
francesa no sólo se hacía sentir en el
diseño urbano. La moda de París entusiasmaba a las
mujeres y desplazaba a las tapadas. La gente de entonces
también utilizaba su tiempo libre para hacer deporte al
fundarse, por ejemplo, el "Club Regatas Lima". Asimismo,
apareció el tranvía remolcado por caballos y se
construyó el teatro Politeama con capacidad para 2 mil
personas.

Por último, a partir de 1850, llegaron
trabajadores chinos para reemplazar a los esclavos negros en las
haciendas de la costa. Los beneficios del trabajo de los
culíes lo percibieron de inmediato los
terratenientes. Con el conocimiento ancestral que tenían
del trabajo agrícola y con su esfuerzo físico
permitieron el notable incremento en la producción de
caña y algodón. Los chinos también fueron
empleados en la extracción del guano de las islas y en el
servicio doméstico. La llegada de los
coolíes fue continua y creciente: entre 1849 y
1874 arribaron casi 90 mil. Lo censurable fue que su trabajo se
realizó en condiciones de semi-esclavitud. Los malos
tratos se iniciaban en el viaje desde la colonia portuguesa de
Macao hasta su llegada al Callao. La penuria continuaba en el
Perú. El trato de los hacendados fue muy duro. El uso de
cadenas, látigos y la exigencia del cumplimiento del
horario fue algo cotidiano.

5. LA GUERRA DEL PACÍFICO
(1879-1883)

El 5 de abril de 1879 Chile declaró la guerra al
Perú e inmediatamente bloqueó el puerto salitrero
de Iquique. Así empezaba la llamada Guerra del
Pacífico, una contienda larga, sangrienta y agobiante. En
1873 se había preparado en descenlace definitivo cuando el
Perú firmó un tratado secreto de alianza con
Bolivia, documento que fue el pretexto para que el Perú
ingresara al lado de este país, en el conflicto contra
Chile.

Quizás la guerra estaba perdida desde que el
Perú quedó en franca desventaja militar frente a
Chile cuando en 1874 el presidente Manuel Pardo, por medidas de
austeridad debido a la crisis económica, autorizó
la reducción de los efectivos del ejército y la
marina, y no llevó adelante la construcción de un
par de buques blindados contratados por su antecesor José
Balta.

Pero la derrota no sólo se debió a la
débil condición militar sino también, como
lo escribió alguna vez Jorge Basadre, al desorden
político, a la falta de integración social y al
despilfarro económico del siglo XIX que convirtieron tan
vulnerable a un país con grandes posibilidades de
desarrollo .

Las causas del conflicto armado entre Perú,
Bolivia y Chile fueron básicamente económicas: el
control del salitre. Se trataba de un nitrato que se exportaba
como fertilizante y como insumo para explosivos. De un lado
estuvo Chile intentando apoderarse del rico territorio salitrero
en el desierto de Atacama que en el derecho internacional no le
pertenecía; y del otro, Perú y Bolivia, intentando,
dramáticamente, de defenderlo.

Pero esta situación no fue circunstancial. El
control territorial del Atacama estuvo, desde los inicios de la
explotación salitrera, en manos de empresarios chilenos y
capitales británicos. La distancia geográfica, la
anarquía política y la endémica crisis
económica hicieron que el control peruano y boliviano
sobre su riqueza salitrera fuese poco efectiva o incluso
inexistente en el caso de Bolivia.

Iniciado formalmente el conflicto el Perú tuvo su
primer revés en el mar. En los combates de Iquique y
Angamos se perdieron a los dos únicos acorazados que
teníamos para defender 4.800 kilómetros de litoral:
la fragata Independencia y el monitor
Huáscar. También perdimos a Miguel Grau,
el máximo héroe nacional. Una vez controladas las
rutas marinas las fuerzas chilenas se apoderaron de las
provincias del sur, incluyendo Tarapacá, muy rica en
salitre.

A pesar de estar política y militarmente
arruinado el Perú se negó a capitular. Por ello un
potente ejército de 3 mil hombres al mando de Patricio
Lynch fue enviado a invadir la costa norte para "castigar" y
someter a la población saqueando las plantaciones de
caña de azúcar privando al Perú del
único recurso económico que le quedaba para
continuar la guerra. Aún así los peruanos
continuaron el combate y luego de las batallas de San Juan y
Miraflores 25 mil chilenos ocuparon Lima pero la encontraron sin
gobierno alguno con el que negociar la
rendición.

Nicolás de Piérola, quien había
asumido poderes dictatoriales tras el polémico viaje de
Mariano I. Prado a Europa, se retiró a la sierra
(Ayacucho) para continuar su gobierno y resistir al invasor. El
país no lo apoyó y, en Lima, una asamblea de
notables eligió presidente al civil Francisco
García Calderón. Éste se negó a
firmar la paz con Chile con entrega de territorios. García
Calderón, como muchos otros líderes
políticos, terminó cautivo en Chile. En la sierra
central Andrés A. Cáceres inició una feroz
resistencia comandando tropas campesinas en la célebre
Campaña de la Breña. Tras algunas victorias
terminó derrotado en Huamachuco. Por su lado Miguel
Iglesias, luego de su triunfo en San Pablo, pidió al
país desde Montán (Cajamarca) firmar la paz con
Chile bajo cualquier condición. Ya proclamado presidente,
Iglesias firma con el enemigo en Tratado de Ancón (1883)
donde se cedía definitivamente Tarapacá y se
entregaba, por espacio de 10 años, las provincias de Tacna
y Arica. Un plebiscito, que nunca se realizó, debía
decidir el futuro de ambas. Las tropas chilenas recién
dejarían nuestro territorio en 1884.

6. LA RECONSTRUCCIÓN NACIONAL
(1883-1895)

La guerra terminó completando la
destrucción que se había iniciado con la crisis
económica de la década de 1870. En 1879 el sistema
bancario peruano estaba quebrado y la agricultura, la
minería y el comercio apenas sobrevivían. Las
tropas chilenas arruinaron la economía, pusieron en
evidencia la fragilidad del sistema político peruano,
reverdecieron los antiguos conflictos internos y privaron al
país de la vital riqueza salitrera. Luego de firmada la
paz había que reconstruir el Perú desde los
escombros.

Siguiendo a Basadre, este período se inicia con
el segundo militarismo pues los militares vuelven a
ocupar dominar la política, ahora en un momento
dramático. Estos caudillos son los vencidos, pero son los
únicos que tienen la fuerza suficiente para tomar el poder
ante la situación tan vulnerable en que quedó el
resto de la población por el desastre ante
Chile.

El país seguía dividido. Los "hombres de
Montán", secundaban a Iglesias, y "los de kepí
rojo" al héroe de la Breña, el general
Cáceres. Ambos bandos eran irreconciliables. El problema
había surgido por las condiciones estipuladas en el
Tratado de Ancón.

Este militarismo comprende los gobiernos de Iglesias
(1883-86), Cáceres (1886-90) y Remigio Morales
Bermúdez (1890-94). Llega a su fin en 1895 cuando los
civiles, ya reorganizados y cansados del militarismo, expulsan
del poder a Cáceres que lo ocupaba ilegalmente por segunda
vez. Ese año, tras una sangrienta guerra civil que
culminó en las calles del centro de Lima, Nicolás
de Piérola asume la presidencia.

En este difícil período el Perú
tenía que recuperarse de la terrible derrota moral y
material. Si antes de 1879 el país estaba ya quebrado
imaginemos ahora la situación. Había que empezar de
la nada. Los años dorados y "felices" del guano
habían pasado, era necesario replantear el modelo
económico y llevar un manejo del poco dinero disponible
con criterios más austeros.

Pero un nuevo modelo no podía iniciarse sin
resolver el espinoso problema de la deuda externa que
ascendía, con los intereses acumulados, a 51 millones de
libras esterlinas. Cáceres tuvo que hacerle frente y lo
"solucionó" al firmar con los acreedores el
polémico Contrato Grace, en 1889. Recién desde ese
momento se pudo dar el marco adecuado para fomentar la
inversión, tanto nativa como extranjera.

Afortunadamente a partir de la década de 1890 el
mercado mundial estuvo del lado peruano. Los precios de algunos
de nuestros principales recursos naturales de exportación
subieron: azúcar, algodón, cobre y caucho. Con su
venta se inició la recuperación nacional,
especialmente de los empresarios privados y de la clase
política. De esta manera el militarismo llegaba a su fin y
Piérola inauguraba una época de gran expectativa
nacional: el gobierno de las instituciones y no el de los
caudillos.

La explotación del caucho significó el
auge de Iquitos. La demanda de las industrias de
automóviles europea y norteamericana impulsó la
extracción de este recurso natural que trajo importantes
beneficios al tesoro público entre 1882 y 1912. Para los
aborígenes selváticos representó la quiebra
de su mundo material y mental. La explotación
también representó un paso en la ocupación,
bajo criterios nacionales, del espacio amazónico. En este
sentido, se exploró la Amazonía iniciándose
importantes estudios geográficos. Pero como toda industria
extractiva no consideraba útil la conservación de
la ecología ni la del árbol productor del jebe,
pues se pensaba que el recurso era inagotable (como antes
parecía serlo el guano).

En 1884 se exportaron 540,529 kilos mientras que, entre
1900 y 1905, salieron por el puerto de Iquitos más de 2
millones de kilos de caucho por año. A partir de ese
momento, le salieron competidores de otras partes del mundo.
Exploradores británicos habían exportado
árboles caucheros de la India, y en Ceylán se
desarrollaron extensas plantaciones. El boom del caucho
llegaba a su fin

Por último, la intensa actividad privada
empezó a transformar el país. La agricultura de la
costa se modernizó, en Lima surgieron las primeras
fábricas y se recuperó el sistema bancario. El
Banco Italiano (hoy Banco de Crédito), el Banco del
Perú y Londres y el Banco Popular son fundados por estos
años. Aparecen los primeros obreros y se forma una
pequeña clase media. El Perú mostraba entrar con
paso seguro al nuevo siglo.

El Perú
contemporáneo: el siglo XX

Luego del serio revés producido por la Guerra del
Pacífico, el país inició el siglo XX con el
apogeo del proyecto oligárquico orientado a la
exportación de materias primas. El modelo entró en
crisis a fines de los años veinte cuando se empezó
a ensayar una política económica orientada al
mercado interno promoviéndose la industrialización.
Las actividades económicas se diversificaron y se
consolidaron nuevos grupos sociales (clase media, proletariado
urbano y campesino, estudiantes universitarios) que desafiaron el
orden de la antigua clase dirigente. Surgieron nuevas doctrinas y
partidos políticos que volvieron a plantearse preguntas y
problemas sobre la esencia del Perú y el tipo de
nación que queríamos ser: centralista o federal,
mestiza o multicultural, proteccionista o abierta libremente al
mundo.

De esta manera el Estado fue asumiendo nuevos papeles
para fomentar el desarrollo económico y la
integración social. Crece la burocracia y la
inversión pública; aparecen nuevos ministerios y la
banca de fomento. Este proceso tuvo su clímax en
régimen militar de 1968 a 1975 y el gobierno aprista de
1985 a 1990. A partir de los años 90 la tendencia
cambió al devolverse estos procesos a la iniciativa
privada y al mercado mundial. Pero todos estos vaivenes
acentuaron el centralismo limeño que se ha convertido en
uno de los obstáculos más serios para el desarrollo
integral y democrático del país.

Un cambio espectacular fue el crecimiento
demográfico. La población se triplicó entre
1940 y 1993: pasó de 7 a más de 22 millones de
habitantes; al año 2000 llegó a 25,7 millones.
Otros factores que cambiaron el rostro del país fue el
crecimiento de la cobertura educativa en todos sus niveles y la
expansión de los medios de comunicación
(carreteras, radio, periódicos y televisión). Esto
integró más al país y empujó a
millones de campesinos a buscar nuevas oportunidades en las
ciudades. La masiva migración del campo a la ciudad,
especialmente a partir de los años cincuenta, fue un
fenómeno inédito. Lima fue la principal
víctima: en 1904 tenía 140 mil habitantes, 540 mil
en 1940, 3 millones en 1972 y más de 7 en el 2000. Este
fenómeno convirtió al Perú en un país
mestizo, urbano y costeño. En 1940 el 70% de la
población vivía en el campo, hoy en día
ocurre todo lo contrario: ese mismo porcentaje vive en las
urbes.

El Perú se vio afectado, además, por dos
fenómenos dramáticos. En primer lugar, a partir de
los años ochenta estallaron movimientos subversivos
situados ideológicamente a la izquierda del Apra y los
demás partidos "socialistas"; su intensidad entre 1980 y
1992 estuvo a punto de hacer colapsar al Estado. Por su lado, el
narcotráfico demostró su poder económico y
político en amplias regiones del territorio nacional. El
Estado terminó controlando el primero y, con la ayuda
internacional, debe erradicar el segundo.

Durante el siglo XX el Perú experimentó
casi todos los modelos de desarrollo existentes. El resultado,
sin embargo, no ha sido tan alentador. Un solo dato podría
resumir el fracaso: casi el 60% de su población vive en
condiciones de pobreza o miseria extrema. Faltan profundizar los
valores democráticos, el orden institucional y una
economía de mercado más competitiva y
redistributiva. Hoy el país, además, está
inmerso en las consecuencias que trajo para el planeta el fin de
la "guerra fría" y el acelerado proceso de
integración llamado "globalización". Conceptos como
soberanía o dependencia están siendo redefinidos.
Lo cierto es que con el fax, el internet, la televisión
por cable y el abaratamiento del transporte de mercancías
y personas el Perú viene acomodándose a los nuevos
desafíos que impone el siglo XXI.

1. LA REPÚBLICA ARISTOCRÁTICA
(1895-1919)

Con el gobierno de Piérola (1895-1899) la
presencia de los civiles en el poder le dio un perfil distinto al
país: tolerancia a las nuevas ideas y el propósito
de garantizar el orden interno para impulsar el progreso. La
oligarquía, un grupo de familias que controlaba
la agricultura, la minería y el sistema financiero fue la
que esbozó un proyecto de desarrollo acorde a sus
intereses. Esa fue la tarea del Partido Civil que
monopolizó el poder.

Se pensó que el Estado debía ser
pequeño barato y pasivo, es decir, modesto en recursos y
ajeno al intervencionismo. Se diseñó una reforma
electoral y tributaria, y se dio eficacia a la
administración pública. El gasto público
debía ser muy reducido y la acción del Estado no
debía interferir con la actividad privada. Por ello los
servicios ofrecidos por el Estado eran pocos y se reducían
a los relativos al orden (ejército, policía y
justicia); la educación o la vivienda eran cubiertas por
la iniciativa privada.

Los impuestos debían ser lo más bajos
posibles para no afectar a los grupos que generaban riqueza. Se
impulsaron los impuestos indirectos que grababan a los
artículos de consumo masivo (sal, fósforos, licor,
tabaco). Si se quería realizar una obra en alguna
provincia se aumentaban los impuestos sobre el consumo en la zona
interesada. El Perú fue una suerte de "paraíso
fiscal", un escenario atractivo para los intereses de los
civilistas vinculados a múltiples actividades
empresariales.

Los civilistas siguieron impulsando el modelo
exportador. La agricultura asumió el papel dinámico
que el guano había ejercido antes. De este modo los
hacendados se transformaron en la élite dominante hasta
1919. La industria azucarera se modernizó, especialmente
en el valle de Chicama. La producción del algodón
le siguió en importancia en los valles de Ica y Piura.
Fermín Tangüis halló una planta resistente a
las plagas que luego se hizo famosa en el mundo por su gran
calidad: el "algodón Tangüis" permitió a los
agricultores obtener excelentes beneficios colocando al
Perú como exportador del mejor algodón en el mundo.
Por último, desde la sierra sur se exportaban las lanas de
ovinos y camélidos: más del 70% de las
exportaciones que salió por Mollendo correspondía a
la lana.

A la minería se le dio un marco para fomentar su
expansión. Fue exonerada por 25 años de todo
impuesto. Además, en 1893, el Ferrocarril Central
llegó a La Oroya y, poco después, hasta Cerro de
Pasco, Huancayo y Huancavelica. La sierra central fue la zona
minera que más se desarrolló. Allí la
Cerro de Pasco Mining Corporation, con un 70% de capital
norteamericano, inició la explotación del cobre y
otros minerales

También se produjo un notable desarrollo en la
economía urbana pues buena parte de las ganancias de los
exportadores se invirtió en el país. Es la
época que en Lima la industria, los servicios
públicos (agua, luz, teléfono) y la banca
experimentaron gran crecimiento. Lima era la única capital
latinoamericana cuyos servicios básicos pertenecían
en su integridad al capital nacional.

La industria textil fue la que alcanzó mayor
desarrollo, especialmente la que manufacturaba tejidos de
algodón. En Lima se encontraban las principales
fábricas como Santa Catalina y San
Jacinto
. La industria alimentaria le siguió en
importancia: los inmigrantes italianos fundaron los helados
D'Onofrio y, para elaborar harina, Nicolini
Hermanos
. En Lima había 7 fábricas de fideos y
12 en provincias. La producción de galletas estuvo
monopolizada por Arturo Field. La industria cervecera
estaba representada por Backus y Johnson (Lima) y
Fábrica Nacional (Callao). Las fábricas de
bebidas gaseosas también se multiplicaron.

Hacia 1918 este modelo fue cuestionado por la clase
media, los obreros y los estudiantes universitarios quienes
demandaron la necesidad de transformar el Estado y apoyarlo en
criterios más democráticos. Las repercusiones de la
Primera Guerra Mundial ocasionaron un malestar general por el
derrumbe de las exportaciones (inflación de precios y
escasez de alimentos de primera necesidad). Esos años
estuvieron marcados por la violencia política y uno de los
hechos más visibles fue la presión de los obreros
apoyados por los estudiantes universitarios. El civilismo, con
José Pardo a la cabeza, se tambaleaba en el
poder.

2. EL ONCENIO DE LEGUÍA
(1919-1930

La hora final de la República
Aristocrática no tardó en llegar. Augusto B.
Leguía encabezó un golpe de estado argumentando que
Pardo y el civilismo trataban de desconocer su victoria en las
elecciones de 1919. Era Leguía un hombre esencialmente
práctico, no un doctrinario, con mentalidad empresarial
para hacer política, con tendencia al autoritarismo y que
supo aprovechar el desgaste de los viejos partidos
políticos. Su preocupación central era irrigar la
costa, construir caminos y urbanizar, en ese orden. Ya en el
poder ese proyecto se llamaría la Patria
Nueva
.

Leguía se presentó ante el país
como el gran enviado capaz de resolver todos sus problemas.
Orientó su acción hacia la clase media y, ante la
crisis del marco institucional, aprovechó el momento para
justificar su poder por medio del éxito material
(construcción de grandes obras públicas). Este
ímpetu desarrollista, alentado por una población en
crecimiento con otras necesidades y apetencias, dio origen a
nuevas dependencias estatales. Empezó a esbozarse la idea
del estado benefactor y ello se tradujo en el crecimiento de la
administración pública. Así se inauguraba,
para bien o para mal, el rostro del Perú
contemporáneo.

A lo largo de estos once años Leguía se
perpetuó en el sillón presidencial por medio de la
reelección. Sin embargo, pueden distinguirse dos etapas en
su autoritarismo: antes y después de 1923. Al inicio,
Leguía mantuvo una posición de fuerza y
persecución frente al civilismo y adoptó un paquete
de medidas que pretendían modernizar el estado y
convertirlo en una institución más
democrática. Tarea imposible ya que al interior el
país, por ejemplo, se mantuvo casi intacto el poder de los
terratenientes. Luego, mediante un control más costoso de
los mecanismos de poder y recurriendo al personalismo, desarrolla
la otra fase de se gobierno para profundizar su proyecto: endeuda
peligrosamente al país para financiar sus obras
públicas.

Ellas fueron la esencia de la Patria Nueva. El capital
norteamericano y la iniciativa privada le delinearon un perfil
nuevo al país. Ningún gobierno hasta entonces
había emprendido una política tan vasta de obras
públicas. La industria del cemento tuvo un rápido
crecimiento: en 1925 produjo casi 12 mil toneladas y 50 mil en
1927.

Lima gozó de una de sus mayores transformaciones.
Al margen de las donaciones por las celebraciones del Centenario
de la Independencia (Museo Italiano o monumento a Manco
Cápac), se inauguró la Plaza San Martín, se
abrieron avenidas como Leguía (hoy Arequipa), Progreso
(hoy Venezuela), La Unión (hoy Argentina), Nicolás
de Piérola y Brasil; se construyeron el Ministerio de
Fomento, el Palacio Arzobispal y se rediseñó el
Palacio de Gobierno; se iniciaron los edificios del Congreso y
del Palacio de Justicia. Se fundaron barrios como el de Santa
Beatriz, San Isidro y San Miguel. Se construyó la Atarjea
para brindar de agua potable a Lima y en otras ciudades se
instalaron sistemas de alcantarillado: un total de 992 mil metros
de tuberías de agua y desagüe.

Se construyeron 18 mil kilómetros de carreteras
gracias a la injusta Ley de Conscripción Vial que
estipuló la obligatoriedad de 10 días de trabajo
estas obras. Esta fiebre por la construcción de carreteras
hizo que el trazo de muchas de ellas no tuvieran ningún
sentido. Fue el caso de un camino que se inició en
Huancayo sin que se supiera dónde debía llegar.
También se inició el Terminal Marítimo del
Callao, se abrió la Escuela de Aviación de Las
Palmas, se compraron los primeros submarinos y se
profesionalizó a la policía. Finalmente, se
inició el proyecto de irrigación de Olmos y otros
se dejaron listos en Cañete y Piura.

El declive del autoritarismo apareció en 1928 con
la caída de las exportaciones (cobre, lanas,
algodón y azúcar) y, con la crisis económica
mundial de 1929, descendió aún más el favor
de la opinión pública. Por su lado, el malestar del
ejército aumentó debido a los polémicos
arreglos fronterizos con Colombia (entrega del Trapecio
Amazónico) y Chile (pérdida de Arica). La
corrupción al interior del régimen abonaba el
descontento. Ante las elecciones de 1929 Leguía se
presentaba sin oposición organizada. Finalmente, el
repudio al "tirano" va a ser interpretado en la revolución
desatada en Arequipa (1930) por el comandante Luis M.
Sánchez Cerro.

3. LOS NUEVOS PARTIDOS POLÍTICOS Y LAS
ELECCIONES DE 1931

Durante los años veinte nacieron dos movimientos
políticos de masas, el aprismo y el comunismo, que
marcarían buena parte del desarrollo político
peruano a partir de 1930. El APRA, fundado por Víctor
Raúl Haya de la Torre en México (1924) se
presentó como un movimiento internacionalista, de clara
influencia marxista en sus primeros años de vida e
introduciendo la violencia revolucionaria en el léxico de
la política peruana. Si bien estas ideas se moderaron en
la campaña electoral de 1931, el aprismo fue acusado
muchas veces de subversivo por los sectores más
conservadores. Su líder ofrecía un capitalismo de
Estado a cargo de un frente único de trabajadores manuales
e intelectuales reclutados entre las clases medias y el pueblo
trabajador.

El comunismo, por su lado, tuvo en José Carlos
Mariátegui a uno de los pensadores marxistas más
originales de América Latina. Autor de un impresionante
número de artículos de divulgación del
marxismo, de crítica literaria y de análisis
político, Mariátegui fundó el Partido
Socialista, la revista Amauta y escribió los
7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana
, acaso el libro más leído en el
Perú durante el siglo XX. La heterodoxia del pensamiento
de Mariátegui, sin embargo, fue rechazada por el primer
congreso de partidos comunistas pro-soviéticos reunido en
Montevideo en 1929.

Luego de la muerte de Mariátegui (1930) el
Partido Socialista varió en Partido Comunista, ahora
dirigido por Eudocio Ravines y respaldado por la Internacional
Socialista. Esta afiliación pro-soviética
repercutiría negativamente en el desarrollo del marxismo
en el Perú. Los seguidores del "mariateguismo" ya no
tendrían la misma originalidad ni frescura intelectual del
autor de los 7 ensayos. Políticamente su
influencia fue mínima, por lo menos hasta la década
de 1950.

Tras la caída de Leguía, y luego de varios
cambios políticos, se convocaron elecciones generales en
1931, una de las más polémicas de nuestra historia
republicana. Las candidaturas más importantes fueron las
de Sánchez Cerro y Haya de la Torre. El país se
polarizó.

Sánchez Cerro había fundado la
Unión Revolucionaria, de enorme arraigo popular. El origen
mestizo y provinciano de su líder, que fue capaz de
pulverizar el edificio leguiísta, ejercía enorme
fascinación entre los obreros y los grupos medios urbanos.
Su lema era el Perú sobre todo, lo que demostraba
su clara vocación nacionalista como respuesta a las
influencias "foráneas" representadas por el aprismo y el
comunismo. Defendía la exaltación de ciertos
valores (patria, religión, propiedad), que sin duda
tendían a la creación de una mística, propia
de los fascismos europeos de entonces.

Haya basó su discurso en un análisis de
los principales problemas del país. Moderó sus
anteriores llamados a la revolución y a la
construcción del socialismo. Anunció la
creación del "estado antiimperialista", para aceptar
correctamente las innovaciones traídas por el capital
extranjero. La fascinación que ejercía Haya era su
llamado a jóvenes o adultos, obreros, empleados o
desocupados, a la tarea de formar una empresa colectiva y ser
protagonistas de la vida política. La idea era sacarlos
del anonimato. Al menos esa fue la idea de quienes votaron por
Haya en 1931.

Pero el discurso de Haya resultaba demasiado radical
para la mentalidad política del país. Si bien sus
repetidos ataques a las clases altas eran sólo
retóricos, asustaron tremendamente a los grupos
conservadores y por qué no a muchos artesanos y gente de
clase media temerosos de perder sus pequeñas propiedades.
De este modo la Iglesia, el Ejército y la
oligarquía no escatimaron esfuerzos para denunciar al APRA
como un movimiento subversivo internacional que pretendía
destruir la integridad nacional.

De acuerdo a la información oficial, votó
el 80% de los inscritos en el Registro Electoral. Los resultados
fueron los siguientes: Sánchez Cerro 152 mil votos; Haya
de la Torre 106 mil; los otros dos candidatos tuvieron una
votación muy modesta.

La victoria de Sánchez Cerro era contundente, sin
embargo, mientras los otros candidatos reconocían su
derrota, los apristas denunciaron fraude electoral y llegaron a
decir que Haya era el "Presidente moral del Perú". Esta
derrota era un golpe amargo pues daban por descontado el triunfo
de Haya. Su frustración era inmensa. A partir de
allí el Apra inició una cerrada oposición
desde el Congreso y las calles.

4. DE SÁNCHEZ CERRO A
ODRÍA

Partes: 1, 2, 3
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