- La
ciudad - La
casa presidencial - La
casa civil - El
cadáver del patriarca - El
perfil del patriarca - El
patriarca en la casa del poder - Manera
de gobernar del patriarca - El
doble perfecto del patriarca - Fuente
Gabriel José de la Concordia García
Márquez (1927 – ) es un escritor, novelista,
cuentista, guionista y periodista colombiano. En 1982
recibió el Premio Nobel de Literatura. Es conocido
familiarmente y por sus amigos como Gabo.
La ciudad
En la madrugada del lunes la ciudad despertó de
su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto
grande y de podrida grandeza.
Por las ventanas numerosas vimos el extenso animal
dormido de la ciudad todavía inocente del lunes
histórico que empezaba a vivir, y más allá
de la ciudad, hasta el horizonte, los cráteres muertos de
ásperas cenizas de luna de la llanura sin término
donde había estado el mar.
La casa
presidencial
Señal de mortecino. Durante el fin de
semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa
presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de
las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el
interior.
En aquel recinto prohibido que muy pocas gentes de
privilegio habían logrado conocer, sentimos por primera
vez el olor de carnaza de los gallinazos, percibimos su asma
milenaria, su instinto premonitorio, y guiándonos por el
viento de putrefacción de sus aletazos encontramos en la
sala de audiencias los cascarones agusanados de las vacas, sus
cuartos traseros de animal femenino varias veces repetidos en los
espejos de cuerpo entero.
Hasta el amanecer del último viernes cuando
empezaron a llegar los primeros gallinazos que se alzaron de
donde estaban siempre adormilados en la cornisa del hospital de
pobres, vinieron más de tierra adentro, vinieron en
oleadas sucesivas desde el horizonte del mar de polvo donde
estuvo el mar, volaron todo un día en círculos
lentos sobre la casa del poder hasta que un rey con plumas de
novia y golilla encarnada impartió una orden silenciosa y
empezó aquel estropicio de vidrios, aquel viento de muerto
grande, aquel entrar y salir de gallinazos por las ventanas como
sólo era concebible en una casa sin autoridad.
Entrada a la casa en ruinas. Sólo entonces
nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de
piedra fortificada, como querían los más resueltos,
ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como
otros proponían, pues bastó con que alguien los
empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados
que en los tiempos heroicos de la casa habían resistido a
las lombardas de William Dampier.
Fue como penetrar en el ámbito de otra
época, porque el aire era más tenue en los pozos de
escombros de la vasta guarida del poder, y el silencio era
más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la
luz decrépita.
A lo largo del primer patio, cuyas baldosas
habían cedido a la presión subterránea de la
maleza, vimos:
el retén en desorden de la guardia
fugitiva,las armas abandonadas en los armarios,
el largo mesón de tablones bastos con los
platos de sobras del almuerzo dominical interrumpido por el
pánico,el galpón en penumbra donde estuvieron las
oficinas civiles,los hongos de colores y los lirios pálidos
entre los memoriales sin resolver cuyo curso ordinario
había sido más lento que las vidas más
áridas,en el centro del patio la alberca bautismal donde
fueron cristianizadas con sacramentos marciales más de
cinco generaciones,en el fondo la antigua caballeriza de los virreyes
transformada en cochera,entre las camelias y las mariposas:
la berlina de los tiempos del ruido,
el furgón de la peste,
la carroza del año del cometa,
el coche fúnebre del progreso dentro del
orden,la limusina sonámbula del primer siglo de
paz,todos en buen estado bajo la telaraña
polvorientatodos pintados con los colores de la
bandera.
En el patio siguiente, detrás de una verja de
hierro, estaban:
los rosales nevados de polvo lunar
a cuya sombra dormían los leprosos en los
tiempos grandes de la casa, y habían proliferado tanto
en el abandono que apenas si quedaba un resquicio sin olor en
aquel aire de rosas revuelto:con la pestilencia que nos llegaba del fondo del
jardínel tufo de gallinero
y la hedentina de boñigas y fermentos de
orines de vacas y soldados de la basílica colonial
convertida en establo de ordeño.
Abriéndonos paso a través del matorral
asfixiante vimos:
la galería de arcadas con tiestos de claveles
y frondas de astromelias y trinitarias donde estuvieron las
barracas de las concubinas, y por la variedad de los residuos
domésticos y la cantidad de las máquinas de
coser nos pareció posible que allí hubieran
vivido más de mil mujeres con sus recuas de
sietemesinos,el desorden de guerra de las cocinas, la ropa
podrida al sol en las albercas de lavar, la sentina abierta
del cagadero común de concubinas y
soldados,en el fondo los sauces babilónicos que
habían sido transportados vivos desde el Asia Menor en
gigantescos invernaderos de mar, con su propio suelo, su
savia y su llovizna.
La casa
civil
al fondo de los sauces vimos la casa civil, inmensa
y triste, por cuyas celosías desportilladas
seguían metiéndose los gallinazos.No tuvimos que forzar la entrada, como
habíamos pensado, pues la puerta central
pareció abrirse al solo impulso de la voz,subimos a la planta principal por una escalera de
piedra viva cuyas alfombras de ópera habían
sido trituradas por las pezuñas de las
vacas,
Desde el primer vestíbulo hasta los dormitorios
privados vimos:
las oficinas y las salas oficiales en ruinas por
donde andaban las vacas impávidas comiéndose
las cortinas de terciopelo y mordisqueando el raso de los
sillones,cuadros heroicos de santos y militares tirados por
el suelo entre muebles rotos y plastas recientes de
boñiga de vaca,un comedor comido por las vacas, la sala de
música profanada por estropicios de vacas, las mesitas
de dominó destruidas y las praderas de las mesas de
billar esquilmadas por las vacas,abandonada en un rincón la máquina del
viento, la que falsificaba cualquier fenómeno de los
cuatro cuadrantes de la rosa náutica para que la gente
de la casa soportara la nostalgia del mar que se
fue,jaulas de pájaros colgadas por todas partes y
todavía cubiertas con los trapos de dormir de alguna
noche de la semana anterior.
El cadáver del
patriarca
Empujamos una puerta lateral que daba a una oficina
disimulada en el muro, y allí lo vimos a
él:
con el uniforme de lienzo sin insignias, las
polainas, la espuela de oro en el talón
izquierdo,más viejo que todos los hombres y todos los
animales viejos de la tierra y del agua,y estaba tirado en el suelo, bocabajo, con el brazo
derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de
almohada, como había dormido noche tras noche durante
todas las noches de su larguísima vida de
déspota solitario.Sólo cuando lo volteamos para verle la cara
comprendimos que era imposible reconocerlo aunque no hubiera
estado carcomido de gallinazos, porque ninguno de nosotros lo
había visto nunca.de modo que también nosotros nos atrevimos a
entrar y encontramos en el santuario desierto los escombros
de la grandeza, el cuerpo picoteado, las manos lisas de
doncella con el anillo del poder en el hueso anular, y
tenía todo el cuerpo retoñado de
líquenes minúsculos y animales parasitarios del
fondo del mar, sobre todo en las axilas y en las
ingles,y tenía el braguero de lona en el
testículo herniado que era lo único que
habían eludido los gallinazos a pesar de ser tan
grande como un riñón de buey.Pero ni siquiera entonces nos atrevimos a creer en
su muerte porque era la segunda vez que lo encontraban en
aquella oficina, solo y vestido, y muerto al parecer de
muerte natural durante el sueño, como estaba anunciado
desde hacía muchos años en las aguas
premonitorias de los lebrillos de las pitonisas.
El perfil del
patriarca
y aunque su perfil estaba en ambos lados de las
monedas, en las estampillas de correo, en las etiquetas de
los depurativos, en los bragueros y los
escapularios,y aunque su litografía enmarcada con la
bandera en el pecho y el dragón de la patria estaba
expuesta a todas horas en todas partes, sabíamos que
eran copias de copias de retratos que ya se consideraban
infieles en los tiempos del cometa,cuando nuestros propios padres sabían
quién era él porque se lo habían
oído contar a los suyos, como éstos a los
suyos.
El patriarca en la
casa del poder
Y desde niños nos acostumbraron a creer que
él estaba vivo en la casa del poder porque:
alguien había visto encenderse los globos de
luz una noche de fiesta,alguien había contado que vi los ojos
tristes, los labios pálidos, la mano pensativa que iba
diciendo adioses de nadie a través de los ornamentos
de misa del coche presidencial,porque un domingo de hacía muchos años
se habían llevado al ciego callejero que por cinco
centavos recitaba los versos del olvidado poeta Rubén
Darío y había vuelto feliz con una morrocota
legítima con que le pagaron un recital que
había hecho sólo para él,aunque no lo había visto, por supuesto, no
porque fuera ciego sino porque ningún mortal lo
había visto desde los tiempos del vómito
negro,y sin embargo sabíamos que él estaba
ahí, lo sabíamos porque el mundo seguía,
la vida seguía, el correo llegaba,la banda municipal tocaba la retreta de valses bobos
de los sábados bajo las palmeras polvorientas y los
faroles mustios de la Plaza de Armas, y otros músicos
viejos reemplazaban en la banda a los músicos
muertos.
En los últimos años:
cuando no se volvieron a oír ruidos humanos
ni cantos de pájaros en el interior y se cerraron para
siempre los portones blindados,sabíamos que había alguien en la casa
civil porque de noche se veían luces que
parecían de navegación a través de las
ventanas del lado del mar,y quienes se atrevieron a acercarse oyeron desastres
de pezuñas y suspiros de animal grande detrás
de las paredes fortificadas,y una tarde de enero habíamos visto una vaca
contemplando el crepúsculo desde el balcón
presidencial, imagínese, una vaca en el balcón
de la patria, qué cosa más inicua, qué
país de mierda,pero se hicieron tantas conjeturas de cómo
era posible que una vaca llegara hasta un balcón si
todo el mundo sabía que las vacas no se trepaban por
las escaleras, y menos si eran de piedra, y mucho menos si
estaban alfombradas,que al final no supimos si en realidad la vimos o si
era que pasamos una tarde por la Plaza de Armas y
habíamos soñado caminando que habíamos
visto una vaca en un balcón presidencial donde nada se
había visto ni había de verse otra vez en
muchos años,La primera vez que creyeron encontrarlo muerto, en
el principio de su otoño, la nación estaba
todavía bastante viva como para que él se
sintiera amenazado de muerte hasta en la soledad de su
dormitorio, y sin embargo gobernaba como si se supiera
predestinado a no morirse jamás,pues aquello no parecía entonces una casa
presidencial sino un mercado donde había que abrirse
paso por entre ordenanzas descalzosque descargaban burros de hortalizas y huacales de
gallinas en los corredores, saltando por encima de comadres
con ahijados famélicos que dormían apelotonadas
en las escaleras para esperar el milagro de la caridad
oficial,había que eludir las corrientes de agua sucia
de las concubinas deslenguadas que cambiaban por flores
nuevas las flores nocturnas de los floreros y trapeaban los
pisos y cantaban canciones de amores ilusorios al
compás de las ramas secas con que venteaban las
alfombras en los balcones,y todo aquello entre el escándalo de los
funcionarios vitalicios que encontraban gallinas poniendo en
las gavetas de los escritorios, y tráficos de putas y
soldados en los retretes, y alborotos de pájaros, y
peleas de perros callejeros en medio de las
audiencias,porque nadie sabía quién era
quién ni de parte de quién en aquel palacio de
puertas abiertas dentro de cuyo desorden descomunal era
imposible establecer dónde estaba el
gobierno.El hombre de la casa no sólo participaba de
aquel desastre de feria sino que él mismo lo
promovía y comandaba,pues tan pronto como se encendían las luces
de su dormitorio, antes de que empezaran a cantar los gallos,
la diana de la guardia presidencial mandaba el aviso del
nuevo día al cercano cuartel del Conde, y éste
lo repetía para la base de San Jerónimo, y
ésta para la fortaleza del puerto,y ésta volvía a repetirlo para las
seis dianas sucesivas que despertaban primero a la ciudad y
luego a todo el país, mientras él meditaba en
el excusado portátil tratando de apagar con las manos
el zumbido de sus oídos, que entonces empezaba a
manifestarse,y viendo pasar la luz de los buques por el voluble
mar de topacio que en aquellos tiempos de gloria estaba
todavía frente a su ventana.Todos los días, desde que tomó
posesión de la casa, había vigilado el
ordeño en los establos para medir con su mano la
cantidad de leche que habían de llevar las tres
carretas presidenciales a los cuarteles de la
ciudad,tomaba en la cocina un tazón de café
negro con cazabe sin saber muy bien para dónde lo
arrastraban las ventoleras de la nueva jornada,atento siempre al cotorreo de la servidumbre que era
la gente de la casa con quien hablaba el mismo lenguaje,
cuyos halagos serios estimaba más y cuyos corazones
descifraba mejor,y un poco antes de las nueve tomaba un baño
lento de aguas de hojas hervidas en la alberca de granito
construida a la sombra de los almendros de su patio
privado,y sólo después de las once
conseguía sobreponerse a la zozobra del amanecer y se
enfrentaba a los azares de la realidad.
Manera de gobernar
del patriarca
Antes, durante la ocupación de los infantes
de marina, se encerraba en la oficina para decidir el destino
de la patria con el comandante de las tropas de
desembarcoy firmaba toda clase de leyes y mandatos con la
huella del pulgar, pues entonces no sabía leer ni
escribir,pero cuando lo dejaron solo otra vez con su patria y
su poder no volvió a emponzoñarse la sangre con
la conduerma de la ley escrita sino quegobernaba de viva voz y de cuerpo presente a toda
hora y en todas partes con una parsimonia rupestre pero
también con una diligencia inconcebible a su
edad,asediado por una muchedumbre de leprosos, ciegos y
paralíticos que suplicaban de sus manos la sal de la
salud,y políticos de letras y aduladores
impávidos que lo proclamaban corregidor de los
terremotos, los eclipses, los años bisiestos y otros
errores de Dios,arrastrando por toda la casa sus grandes patas de
elefante en la nieve mientras resolvía problemas de
estado y asuntos domésticos con la misma simplicidad
con que ordenaba que me quiten esta puerta de aquí y
me la pongan allá, la quitaban, que me la vuelvan a
poner, la ponían,que el reloj de la torre no diera las doce a las
doce sino a las dos para que la vida pareciera más
larga, se cumplía, sin un instante de
vacilación, sin una pausa,salvo a la hora mortal de la siesta en que se
refugiaba en la penumbra de las concubinas, elegía una
por asalto, sin desvestirla ni desvestirse, sin cerrar la
puerta,y en el ámbito de la casa se escuchaba
entonces su resuello sin alma de marido urgente, el
retintín anhelante de la espuela de oro, su llantito
de perro, el espanto de la mujer que malgastaba su tiempo de
amor tratando de quitarse de encima la mirada
escuálida de los sietemesinos, sus gritos de
lárguense de aquí, váyanse a jugar en el
patio que esto no lo pueden ver los niños,y era como si un ángel atravesara el cielo de
la patria, se apagaban las voces, se paró la vida,
todo el mundo quedó petrificado con el índice
en los labios, sin respirar, silencio, el general está
tirando,pero quienes mejor lo conocieron no confiaban ni
siquiera en la tregua de aquel instante sagrado, pues siempre
parecía que se desdoblaba, que lo vieronjugando dominó a las siete de la noche y al
mismo tiempo lo habían visto prendiendo fuego a las
bostas de vaca para ahuyentar los mosquitos en la sala de
audiencias,ni nadie se alimentaba de ilusiones mientras no se
apagaban las luces de las últimas ventanas y se
escuchaba el ruido de estrépito de las tres aldabas,
los tres cerrojos, los tres pestillos del dormitorio
presidencial, y se oía el golpe del cuerpo al
derrumbarse de cansancio en el suelo de piedra, y la
respiración de niño decrépito que se iba
haciendo más profunda a medida que montaba la
marea,hasta que las arpas nocturnas del viento acallaban
las chicharras de sus tímpanos y un ancho maretazo de
espuma arrasaba las calles de la rancia ciudad de los
virreyes y los bucanerose irrumpía en la casa civil por todas las
ventanas como un tremendo sábado de agosto que
hacía crecer percebes en los espejos y dejaba la sala
de audiencias a merced de los delirios de los tiburones y
rebasaba los niveles más altos de los océanos
prehistóricos, y desbordaba la faz de la tierra, y el
espacio y el tiempo,y sólo quedaba él solo flotando
bocabajo en el agua lunar de sus sueños de ahogado
solitario, con su uniforme de lienzo de soldado raso, sus
polainas, su espuela de oro, y el brazo derecho doblado bajo
la cabeza para que le sirviera de almohada.Aquel estar simultáneo en todas partes
durante los años pedregosos que precedieron a su
primera muerte, aquel subir mientras bajaba, aquel extasiarse
en el mar mientras agonizaba de malos amores no eran un
privilegio de su naturaleza, como lo proclamaban sus
aduladores, ni una alucinación multitudinaria, como
decían sus críticos.
El doble perfecto del
patriarca
Era la suerte de contar con los servicios
íntegros y la lealtad de perro de Patricio
Aragonés, su doble perfecto,que había sido encontrado sin que nadie lo
buscara cuando le vinieron con la novedad mi general de que
una falsa carroza presidencial andaba por pueblos de indios
haciendo un próspero negocio de
suplantación,que habían visto los ojos taciturnos en la
penumbra mortuoria, que habían visto los labios
pálidos, la mano de novia sensitiva con un guante de
raso que iba echando puñados de sal a los enfermos
arrodillados en la calle,y que detrás de la carroza iban dos falsos
oficiales de a caballo cobrando en moneda dura el favor de la
salud, imagínese mi general, qué
sacrilegio,pero él no dio ninguna orden contra el
suplantador sino que había pedido que lo llevaran en
secreto a la casa presidencial con la cabeza metida en un
talego de fique para que no fueran a confundirlo,y entonces padeció la humillación de
verse a sí mismo en semejante estado de igualdad,
carajo, si este hombre soy yo, dijo, porque era en realidad
como si lo fuera, salvo por la autoridad de la voz, que el
otro no logró imitar nunca, y por la nitidez de las
líneas de la mano en donde el arco de la vida se
prolongaba sin tropiezos en torno a la base del
pulgar,y si no lo hizo fusilar en el acto no fue por el
interés de mantenerlo como suplantador oficial, pues
esto se le ocurrió más tarde, sino porque lo
inquietó la ilusión de que las cifras de su
propio destino estuvieran escritas en la mano del
impostor.
Cuando se convenció de la vanidad de aquel
sueño ya Patricio Aragonés:
había sobrevivido impasible a seis
atentados,había adquirido la costumbre de arrastrar los
pies aplanados a golpes de mazo,le zumbaban los oídos y le cantaba la potra
en las madrugadas de invierno,y había aprendido a quitarse y a ponerse la
espuela de oro como si se le enredaran las correas
sólo por ganar tiempo en las audiencias mascullando
carajo con estas hebillas que fabrican los herreros de
Flandes que ni para eso sirven,y de bromista y lenguaraz que había sido
cuando soplaba botellas en la carquesa de su padre se
volvió meditativo y sombrío y no ponía
atención a lo que le decían sino que
escudriñaba la penumbra de los ojos para adivinar lo
que no le decían,y nunca contestó a una pregunta sin antes
preguntar a su vez y usted qué opinay de holgazán y vividor que había sido
en el negocio de vender milagrosse volvió diligente hasta el tormento y
caminador implacable,se volvió tacaño y rapaz,
se resignó a amar por asalto y a dormir en el
suelo, vestido, bocabajo y sin almohada,y renunció a sus ínfulas precoces de
identidad propia y a toda vocación hereditaria de
veleidad dorada de simplemente soplar y hacer
botellas,y afrontaba los riesgos más tremendos del
poder poniendo primeras piedras donde nunca se había
de poner la segunda,cortando cintas inaugurales en tierra de
enemigosy soportando tantos sueños pasados por agua y
tantos suspiros reprimidos de ilusiones imposibles al coronar
sin apenas tocarlas a tantas y tan efímeras e
inalcanzables reinas de la belleza,pues se había conformado para siempre con el
destino raso de vivir un destino que no era el
suyo,aunque no lo hizo por codicia ni convicción
sino porque él le cambió la vida por el empleo
vitalicio de impostor oficial con un sueldo nominal de
cincuenta pesos mensuales y la ventaja de vivir como un rey
sin la calamidad de serlo, qué más
quieres.
Fuente
El otoño del patriarca de Gabriel García
Márquez
Enviado por:
Rafael Bolívar Grimaldos