El padre se dirigió a su librero. Tomó un
libro empastado con piel, tal vez de carnero, lo abrió por
en medio y extrajo un ajado y amarillento legajo, se lo
tendió a Gore. En realidad se trataba de un manuscrito en
español antiguo, quizá de finales del siglo
dieciséis. Con un poco de esfuerzo, Gore alcanzaba a
entender que quien lo escribió, se había embarcado
en una de las tantas expediciones de españoles en busca de
fortuna en el "nuevo mundo". Un grupo de frailes dominicos fue su
parapeto contra los soldados, quienes pretendían examinar
sus pertenencias con el pretexto de que no era digno de
crédito dada su aparentemente nula filiación a
grupo alguno dentro de la expedición. El argumento
más fuerte de los religiosos fue que la única
filiación universalmente válida era la hermandad en
Jesucristo. Los soldados eran temerosos de la fe católica,
más aún: doblegaban sus espadas, hincaban las
rodillas hasta los suelos lodosos y humillaban las frentes ante
la simple presencia de un hábito religioso,
independientemente de la orden católica que fuera; sin
embargo, al escuchar los argumentos de los religiosos, iniciaron
un concierto de silbatinas y pedorreos que casi termina en la
excomunión de unos y las sagradas narices rotas de los
otros. El capitán, logró hacer valer su fuero; los
soldados más rijosos pasaron el resto del viaje fregando
la cubierta del barco en tanto que los dominicos y su
huésped se retiraron a rezar rosarios.
Ya en tierra, el autor del antiguo legajo confiesa que
huyó de laicos y religiosos pues tenía que cumplir
una grave misión: ocultar una cierta planchilla de oro en
el que se había cincelado con primor artesanal, un
antiquísimo e inefable secreto, de ésos que te
queman las manos y te condenan el alma y te hacen sentir en los
mismísimos infiernos. Se trataba, continuaba, de una
inscripción pitagórica en la que se resumían
las idolatrías numerológicas, plenas del paganismo
herético que profesaban los antiguos griegos de allende la
península balcánica. Resultaba obvio que el autor
de estas palabras temía que su manuscrito cayera en manos
de inquisidores y procuraba curarse en salud antes de que
ocurriese tamaña contingencia. Más adelante
decía que la dichosa tablilla áurea era una suerte
de portal místico que requería de una llave maestra
cuyo nombre, si su memoria no fallaba era la de Llave o Clave
Encuadrilada, Encuadrada o Cuadrada. El manuscrito terminaba
haciendo una sucinta descripción de la inscripción
en la tablilla de oro: "He aquí unas rayas, he aquí
una como flor de cuatro pétalos, he aquí unos
puntos cruzados, he aquí, dentro de la flor de cuatro
pétalos, una cruz descabezada. He aquí que es
más como un talismán de los que usan los enemigos
del Señor". Y he aquí, que de este modo
descorazonador, terminaba el manuscrito.
Obviamente,- dijo Gore- la tablilla de oro no
acompañaba a este manuscrito.
– Obviamente, mi amigo, obviamente…
El padre llamó a Antonio, el sacristán de
la parroquia, para que sirviera un poco de vino a su invitado.
Gore rechazó educadamente el servicio, se excusó
porque ya estaba cansado y con ganas de irse a la cama.
Deseó buenas noches a su religioso amigo y al sirviente
Antonio y se retiró a dormir.
Una semana más tarde de la lectura del tal
manuscrito, fue muy sonado el accidente automovilístico
que sufrió un gringo que, al parecer, quería pasar
sus vacaciones entre los indígenas para observar sus
rituales de Día de Muertos. Los lugareños
decían que así se cumplía una especie de
maldición porque los asuntos sagrados de los muertos no
debían ser considerados atracciones
turísticas.
Peter Gore, a la distancia y confundido entre los
curiosos, no tardó ni un segundo en reconocer el
cadáver de su archienemigo E. P. Cure. Tampoco
tardó ni medio segundo en reconocer y esconderse del
sanguinario, tanto como fanático ortodoxo, Girosgraphos.
Para el matemático Gore, acostumbrado a los ajustes de
cuentas entre los renegados acusmáticos, la presencia de
la Ugieia, apersonada en la gorilesca figura de
Girosgraphos como perro guardián de la salud del
"Círculo de los Primos", lo puso a pensar seriamente que
"algo importante" se estaba cocinando. Se preguntó si Cure
habría renegado de sus lealtades.
Peter Gore, como integrante del "Autos
epha", había acatado las órdenes de sus
superiores, en el sentido de mantener vigilados "esos
místicos lugares" de los indígenas
purépechas, en los que se sabía de buena fuente que
pretendían los renegados "Primos" abrir las
"áureas puertas". ¿Será posible que
Cure pretendiera abrir las puertas él mismo para guardarse
para sí solo el Paraíso? El "Autos
epha" creía que, para abrir esa mítica
"puerta áurea", los acusmáticos apelarían
primero a los lugareños para que se unieran en una especie
de comparsa chamánica cuyo escenario sería alguno
de los centros ceremoniales, más claramente sobre unas
construcciones piramidales en forma de "T", conocidas como
"yácatas".
Peter Gore se puso en contacto, vía
telegráfica, con el "Autos epha".
Inmediatamente recibió como respuesta la orden de no
perder de vista a Girosgraphos, quien se había alojado en
una casa particular de no muy buena reputación en la
población de La Piedad.
Girosgraphos era, a partir de ese momento su
prioridad.
Gore comunicó a su amigo, el cura de Tarecuato,
que se ausentaría por unos días, pues quería
hacer una visita a las Yácatas; desde luego, hizo una
atenta invitación a su amigo para que lo
acompañara, sabiendo de antemano que el padre
estaría imposibilitado para aceptar dadas sus
múltiples e interminables responsabilidades con sus
hermanuecha (su feligresía).
El documento que el cura le mostrara, significaba mucho
para Gore; el "Autos epha" sabía muy bien
lo que hacía. No estaba muy seguro de los hilos que
había movido la cúpula de su organización
pero, obviamente, la presencia del legajo justamente en esta
región michoacana, estaba perfectamente calculada. El
documento parecía auténtico; aunque, por estar
"fuera de contexto", los folios no tuviesen valor
histórico alguno, en el juego de poder que sostenía
el "Autos epha" contra el "Círculo" y su
pandilla de matones de la Ugieia, podían
significar la sobre/vivencia de una u otra
organización.
Al tercer día del "accidente" de Cure,
Girosgraphos visitó las oficinas del telégrafo; a
la mañana siguiente recibió un telegrama en su
alojamiento. Tardó quince minutos en salir de la casa
conduciendo un automóvil rentado. Gore también
había tomado la precaución de rentar un
automóvil.
Siguió al asesino quien se dirigió
justamente a las Yácatas de Tzintzuntzan. Al menos,
-pensó Gore – la mentira que le enjareté al
cura de Tarecuato no fue en vano.
***
Girosgraphos miró sin expresión al enjuto
y sorprendido rostro de Gore. La pistola del asesino miraba a
otra parte: al corazón mismo de Gore.
Bien, mister Gore, es usted un poco ingenuo,- dijo con
voz monótona- desde luego que me di cuenta de su presencia
aún antes del desgraciado "accidente" de nuestro querido
amigo Cure. Antes de matarlo a usted, es justo que sepa de
mí, su antiguo correligionario, que tengo la puerta que
abre la Clave Cuadrada.
-¿Te refieres al pedazo de oro con la
inscripción?- tuteó con maliciosa intención
al esbirro de la Ugieia.
– ¡Muy bien, mister Gore! Por lo visto ya
habló con el lampiño ministro de la iglesia
católica.
– ¿Lo conoces?
– Digamos que es el próximo en la lista de la
operación "Salud". ¿Sabe?, tiene un documento que
nos pertenece.
– Así que tienes una lista… obviamente yo
me adelanté en el orden de la misma.
– No, a decir verdad; usted era asunto de la
cúpula. Si tiene curiosidad, en mi lista particular, es
decir que van por mi propia cuenta, aparecen el profesor
Arévalo Sentíes y su adorable noviecita.
– ¿Cuál es la razón? El profesor
Arévalo no representa peligro alguno para
nadie.
– Para mí sí lo es; el muy ladino se
burló de mi religión.
– ¡Ah, es verdad. Me olvidaba del fanatismo con el
que profesas la fe ortodoxa!
– Exactamente y Cure lo había olvidado. El
estúpido presumido se rió de mí cuando le
dije que el tal Arévalo iba a pagar cara su alusión
burlona a la ortodoxia cristiana.
Gore estaba viendo a un cadáver viviente;
así que todo se limitaba a eso. El grandísimo loco
había asesinado a un intocable del "Círculo" por
nada, simplemente por un estúpido arrebato
fundamentalista.
– ¿Y no te has puesto a pensar que la venerable
religión cristiana ortodoxa es infinitamente superior a
las burlas que cualquiera (incluido tú mismo) puedan
proferir y que no necesita de fundamentalistas locos como
tú para sobrevivir? Mi religión es el
pitagoreísmo, tú lo sabes "Girospa"- nuevamente la
malicia de Gore se hizo presente al llamarlo por su
hipocorístico- y si comenzase a matar a cuantos se
burlaran de ella eso no me volvería más
pitagórico que Pitágoras, eso me convertiría
en un imbécil asesino.
– No me venga con moralismos Gore, su religión,
es decir, nuestra religión común, ha asesinado por
un simple número irracional, un sólido
geométrico y ahora por una simple Clave.
– No, "Girospa"; hace mucho tiempo que ya no recurrimos
a esas prácticas, al menos no los matemáticos;
ustedes, los separatistas acusmáticos han continuado con
esa locura y, por lo visto, la han sofisticado. Pero no
sobrevivirás a tu propia estupidez "Girospa". No se
asesina a un intocable así como así.
El asesino carraspeó una especie de carcajada
nada eufónica. Sacó del bolsillo de su
pantalón un objeto rectangular, un pequeño y
brillante lingote de oro.
– Mire, Gore. Ésta es la puerta que debe ser
abierta justo en este lugar por quien posea la "Clave Cuadrada".
Cure tenía que cumplir con la misión de colocarla
en cierto hueco de la primera de las cinco yácatas de este
lugar en tanto que yo tendría que ir por los papeles que
le mostró su amigo el cura quien, por cierto, le
mintió en relación con la forma como los obtuvo. El
"Círculo de los Primos" estaba enterado, Gore, de su
misión en este lugar. Ahora, en relación con el
castigo que según usted recibiré de mis camaradas,
quiero que se imagine la siguiente obra de teatro, una tragedia,
para ser exactos: mientras yo me preparaba a cumplir con mi
misión de quitar legajo y vida al cura de Tarecuato, usted
se enteró de que el mal nacido de Cure poseía este
lingotito de oro, así que lo asesinó simulando un
accidente automovilístico; yo, por supuesto, me
enteré de lo que había usted hecho. Tuve que
suspender mi misión primera y me concentré en
hacerle pagar la muerte de un querido miembro del Cìrculo.
Usted se negó a entregarme la reliquia, tuve que matarlo
y, de ese modo la recuperé. Acto seguido acudí a
matar al lampiño cura católico, tomé el
legajo, completé la misión encomendada a Cure y,
¿qué tenemos aquí? ¡Al bueno de
"Girospa", como usted me llama, ocupándose de los
menesteres del entrañable Cure!
Hermosa obra de teatro, perdón, "tragedia"- dijo
una voz diferente a la de Girosgraphos y a la de Gore.
Inmediatamente se oyó una detonación y el robusto
cuerpo del esbirro de la Ugieia cayó
pesadamente en el suelo. Peter Gore se agachó para
protegerse de otro posible ataque.
Una familiar figura salió de las sombras en las
que se hallaba oculta.
– No se preocupe, amigo mío- dijo el hombre que
había disparado, mientras mostraba la palma de su mano
derecha: una estrella de cinco puntas, hecha con un tizón
ritual, obligó a Gore a levantar su propia mano para
mostrar el sello de la hermandad.
– ¡Por Dios, Antonio! ¿Quién se lo
iba a imaginar? ¡Un sencillo sacristán!
Antonio explicó por qué la hermandad, el
"Autos epha", lo había colocado como
sacristán en Tarecuato: para proteger el legajo que estaba
resguardando el padre de la iglesia.
Por cierto,- explicó Antonio- su amigo, el padre,
había recibido los papeles, junto con el secreto de
confesión, de parte de uno de nuestros correligionarios;
una persona purépecha quien recibió una selecta
formación durante cinco años de parte de nuestro
hermano más respetado: usted mismo Gore.
Peter Gore intentó hacer memoria; había
tantos jóvenes purépechas en los que había
adivinado la veta filosófica y/o matemática cuando
hablaba con ellos.
¡Janikua Pérez Tzitziki!, la joven que
murió a los veinte años de edad, víctima de
brucelosis- dijo por fin Gore con mucha tristeza.
– Así es, Gore, recuerde que usted lamentó
mucho su pérdida.
– Cierto, aparte el hecho de que fue como una devota
hija para mí, su facilidad por los números era
extraordinaria. Supongo que la eligieron porque…
¿quién sospecharía de una indígena
purépecha?
– No creímos que muriera tan joven.
También fue una gran pérdida para nosotros, Gore.
Su futuro y el de su familia bajo la protección del
"Autos epha" estaba asegurado.
– Y, ¿ahora qué? ¿Acaso me
dirá que el mismísimo cura de Tarecuato es
pitagórico de hueso colorado?
– No, amigo, él no es más que un honrado
padre de iglesia, además de nuestro involuntario
depositario del manuscrito. Se lo mostró a usted porque el
hombre no deja de ser humano. Sentía curiosidad por saber
lo que significaba eso de la Clave Cuadrada. ¿Sabía
usted que el pobre cura deseaba ser físico
matemático?
Gore lo ignoraba, pero ahora que lo sabía
experimentó un sentimiento de amistad más profundo
por el religioso.
Antonio y Gore llevaron el pequeño lingote de oro
hasta la quinta yácata de Tzintzuntzan, en un lugar en el
que Antonio había sido instruido que debía ser
depositado. Desde ese lejano día de finales del año
de 1956 estuvo escondido, hasta el más reciente año
de 2003.
AÑO DE 2003.
No, niña, yo no puedo ser tu tutor- dijo
secamente Pedro a Criseida.
-Pero, profesor, – intervino Elías- se trata de
un favor que Rowena y yo le estamos pidiendo. Es la única
manera de que ella no se vaya a Alemania.
– No, Elías, no se trata únicamente de un
favor; se trata de que yo avale una mentira solo porque ustedes
dos quieren estar juntos. ¡Escuchen, chicos! Su juventud no
les permite ver las implicaciones éticas y legales que una
acción así me acarrearía. En primer lugar,
si aceptara, estaría admitiendo también una grave
responsabilidad por la seguridad y bienestar de esta niña
y, por el otro lado, estaría asumiendo una fea complicidad
en la que sinceramente no quiero participar.
– Profesor Arévalo – dijo dulcemente
Criseida – en realidad yo me cuidaría solita; ya ve,
mis padres están en Europa y yo aquí en plena
libertad. Lo único que necesito es un aval para continuar
no solo con Elías a quien en verdad quiero; también
necesito estar junto a usted a quien admiro por su brillante
trabajo sobre números primos gemelos.
Pedro miró severamente a Elías.
Suponía que el muchacho había hablado más de
la cuenta con la chica.
¿Cómo es que sabes acerca de mi "brillante
trabajo"?- preguntó de manera oblicua sin apartar de
Elías su mirada de fuego y eterna
condenación.
– Leí su escrito On Prime Twin Numbers,
mismo que usted publicó en 1959; hay un ejemplar en la
hemeroteca escolar.
Elías fue testigo de cómo el viejo
profesor pasó de una mirada abrasadora a una
expresión de escéptico asombro, esta vez con
dedicatoria a Criseida.
– ¿Ah, sí?
– Sí, profesor Arévalo y, aunque su mirada
sea de incredulidad, puede darme buen crédito porque
sí comprendí sus planteamientos.
El entrenamiento en las instalaciones de El
Círculo incluía la lectura y comprensión de
los escritos relevantes de los sujetos bajo vigilancia.
Matemáticos profesionales realizaban versiones asimilables
(digamos light) para los no matemáticos. Eso de
"asimilable" era un eufemismo porque, aún mediado por un
matemático de excelente capacidad y con inclinaciones por
la divulgación, la lectura de esas versiones resultaban
sumamente difícil. Aún así, con la
asesoría permanente de gente cualificada y la intensidad
del entrenamiento, permitía al "estudiante/espía"
el manejo de generalidades con aceptable decoro.
Criseida Lupin recitó la lección con
afectada emoción; un observador ajeno que pasara por
casualidad y escuchara a la joven, pensaría que
estaría hablando en clave. Cuando la chica llegó al
punto en el que sabía que estaría en tierra
pantanosa, la de la Clave Cuadrada, puso cara de una
enternecedora ingenuidad que daban ganas de sonreír como
corresponde cuando la inocencia infantil se
manifiesta.
A ojos de Pedro, Elías estaba extasiado,
embobado, perdido en el mohín de la moza. No cabía
la menor duda, el chico estaba más enamorado que Narciso
de sí mismo. Sin embargo, el viejo ya había
acumulado cientos de horas de vuelo en esta vida e intuyó
en el gesto de Criseida una estudiada actitud. El conjunto de su
porte y la expresión en su cara movía a ternura,
pero en los ojos de la chica entrevió a una mujer felina,
al acecho, dispuesta a hincar los colmillos en su presa; incluso,
le parecía más madura de lo que aparentaba.
¿Será posible que…?
– ¿La Clave Cuadrada?- aventuró el
anciano.
Criseida dio un respingo. Elías miró al
anciano como se mira a un sujeto vasto que acabara de proferir
una majadería.
– ¿Pe… perdone usted, se…
señor profesor?- tartamudeó la muchacha.
– ¡Oh, nada! Estaba pensando en voz alta. En
realidad quiero decirte que estoy impresionado no solo por el
hecho de que tengas conocimiento de mi trabajo, pero más
impresionado aún estoy por el hecho de que aparentemente
lo entiendas y todavía más aún, si se puede,
de que El Círculo de los Primos siga insistiendo en seguir
mis pasos a través de sus hermosas
sílfides.
– Yo… no… sé…
– ¡Silencio!- gritó el profesor- ¡Y
tú insensato, escucha!- se dirigió a Elías
que empezaba a moverse en dirección a él y
continuó: "Niña, dile a tus jefes que no tienen
nada que buscar. El muchacho no sabe nada del asunto. No critico
tus métodos, pero si tienes algo de humanidad,
sabrás alejar del peligro al que estás exponiendo a
este inocente chico. Por mi parte, ya soy viejo y me importa un
bledo lo que me ocurra. Diles que estoy dispuesto a que me
interroguen si es eso lo que desean, pero que se alejen de este
estúpido muchacho a quien simplemente estoy asesorando.
Como ves, te estoy ahorrando el trabajo de atraparme.
También infórmales que lo que no logré
realizar durante mi juventud, mucho menos lo he podido lograr en
mi vejez."
Elías miraba de "Rowena" a Pedro y de Pedro a
"Rowena" y finalmente otra vez a Pedro, incapaz de articular
palabra alguna. Finalmente, frente al insoportable silencio pudo
articular: "¡Uuun momento!".
– ¡Cállate Elías!- gritó la
chica y luego se dirigió al anciano- Me parece muy bien su
propuesta, señor profesor. Solamente tenga en cuenta que
si no cumple con ella, las cosas no se desarrollarán como
me contaron que sucedieron con la traidora de Briseida. En esa
ocasión usted incluso llegó a casarse con ella;
¿Sabe, ese solo hecho es leyenda entre nosotras a las que
usted califica de "bellas sílfides"? Muy notable tan solo
por el hecho de que no murieran asesinados a manos de la
Ugieia su bella sílfide traidora y
usted.
Elías estaba blanco como el papel. No era capaz
de sentir más que un zumbido en los oídos.
Quería desconectarse de la realidad que se le
aparecía como un idiota programa policial de
televisión del cual él simplemente era un mero
espectador.
Sepa también- continuó Criseida- que mucho
contribuyeron los testimonios de un enemigo del Círculo,
un tal Peter Gore. Se les permitió vivir su idílico
amor a cambio de los informes de mister Gore sobre un acto de
traición al interior del Círculo y, desde luego,
los preliminares suyos que envió, en su oportunidad
Briseida, perdón, su esposa Susana. Por cierto, su
demostración de la infinitud de los números primos
es verdadera. ¡Qué lástima que no pueda
publicarla!
– ¿Por qué tiene que ser tan cruel,
muchacha? ¿Es necesario que me recuerde todo
eso?
– Profesor Pedro, simplemente deseo que quede bien clara
nuestra postura, me refiero a la postura del Círculo: los
eventos que usted vivió en su juventud, ya no se
repetirán. Ni siquiera con el encantador Elías.
Ahora, déjeme contactar a mis jefes, ellos fijarán
la hora y lugar de reunión. Estaremos en contacto a
través de su dirección electrónica,
señor.
Criseida se dirigió al muchacho: "¿Sabes
Elías?, éste es mi trabajo; no fue personal. Yo
procuro jamás sentir cosa alguna por nadie pero, como
mujer te digo, que ese último beso que me regalaste, bien
vale una vida."
– ¡Eres una mierda, Rowena!- pudo al fin articular
Elías.
– Criseida Lupin, querido; ése es mi nombre, no
el de "mierda".
Criseida se alejó de Pedro y Elías para
jamás ser vista en México. Esa misma tarde,
fletó una nave charter para llegar a
París.
ABRIMOS UN BREVE PARÉNTESIS.
Criseida aparecería muerta, cinco años
después, ahogada en el fondo de una fosa séptica de
cierta ciudad turca en la que residía un joven prometedor
en el campo de la topología.
CERRAMOS EL BREVE PARÉNTESIS.
Pedro miró con pena a Elías.
Intentó acercarse al muchacho pero éste lo contuvo
diciéndole: "Maestro, Pedro. Permítame ahora que
sea yo quien le pida ir a mi madriguera a lamerme las
heridas…" sonrió amargamente al anciano y se
retiró.
Dos días después, El Círculo
sesionaba en la Red.
Séneca dice: Ya envié un Pánfilo dice: Muy bien, el cheque Séneca dice: OK, pero no te …………………………………{veinte Primo Mayor ha iniciado Primo Mayor dice: ¡Toc, toc! Séneca dice: Bienvenido Primo. Pánfilo dice: ¿Qué Primo Mayor dice: No incomoden al muchacho, Pánfilo dice: Con todo respeto, Primo Mayor dice: Como dicen en el Pánfilo dice: Así será Séneca dice: ¿Qué otro Primo Mayor dice: Que descanse un poco, que Séneca dice: ¡Auch, golpe Pánfilo dice: Quiero encargarme Primo Mayor dice: ¡Por supuesto que Primo Mayor ha salido de la Séneca dice: Bueno, amigo Séneca ha salido de la Pánfilo ha salido de la |
Pedro, recostado en su cama, observaba insomne el cielo
raso de su habitación. Era la una de la madrugada.
Hacía dos horas que había consultado su correo
electrónico. El e-mail firmado por Diagogos
decía escuetamente: "Prepare maletas para Santiago
Tangamandapio. Reunión próximo jueves a las
diecinueve horas. Lleve legajo con usted."
El nombre del poblado michoacano no le era desconocido.
Desde ahí, cuarenta y siete años antes, le
había llegado un telegrama firmado por el legendario Peter
Gore, pseudónimo de un reconocido académico de la
Universidad de Harvard. El finado Luis Enrique Erro se lo
había presentado en cierta ocasión en la que
estaban platicando acerca de los llamados "números
índices" (aquellos números que se utilizan para
hacer comparaciones, según pudo entender). Recordó
que en la charla de los dos talentos se mencionó la
llamada "propiedad cíclica o circular"; le gustó
tanto la elegante presentación que hizo Gore de dicha
propiedad, que la memorizó. Más de cuatro
décadas después, podía recodarla en su mente
con la misma claridad como si ayer mismo la hubiese
memorizado:
Pa/bPb/a=1;
Pa/bPb/cPc/a=1;
Pa/bPb/cPc/dPd/a=1;
Pa/bPb/cPc/dPd/ePe/a=1.
Pero ahora, recostado en su cama, sudoroso y preocupado,
estaba pensando en la manera más segura de contactar a
Elías. Sabía que no podía confiar en las
promesas hechas por El Círculo; con toda seguridad el
muchacho estaba bajo la vigilancia de alguno de sus esbirros.
Rezó porque no hubiesen comisionado a alguno de la
Ugieia. ¿Contactarlo por medios
electrónicos? Ni hablar; esos cerdos "tenían gente
para todo". Mientras se devanaba los sesos en estos pensamientos,
su teléfono móvil comenzó a sonar. El
zumbido lo tomó por sorpresa; sintió que el
corazón se le detenía.
Se incorporó y esperó a que el
móvil zumbara por quinta vez. Apretó el
botón de comunicación.
– ¿Profesor Arévalo? Soy yo:
Elías.
– ¡Muchacho impenitente! ¿No te das cuenta
del riesgo que corres comunicándote conmigo?
– Mire, eso me importa muy poco. En estos momentos estoy
tan encabronado que no puedo dormir. Así que no me hable
usted a mí de riesgos. Me debe usted demasiadas
explicaciones.
– No hay mucho que explicar. Mi pasado simplemente me
está dando alcance y no quiero llevarte hasta el desenlace
de esta historia.
– Le tengo noticias: ya estoy metido hasta el cuello.
¿O cree usted que me enjaretaron a la piruja de Rowena,
Cristina, Griselda, Cristeira o como se llame, solamente porque
sí? Sería un estúpido mentiroso si le dijera
que no me estoy cagando de miedo en mis propios calzones. Pero me
vale madres. Quiero seguir trabajando en mi problema.
¿Cuándo podemos vernos y en
dónde?
Pedro suspiró profundamente. Si lo estaban
escuchando, que era lo más seguro, también le
tenía ya sin cuidado. De repente tuvo una
inspiración.
– Bien, si quieres que nos veamos, tendrá que ser
mañana mismo a primera hora, en el lugar en el que me
declaraste tu deseo de convertirte en matemático. Esa
sagrada aula de verde techo y alfombra mullida.
– ¿Qué…?- iba a preguntar
Elías, pero, de pronto, se dio cuenta de lo que el viejo
intentaba; así que recompuso su pregunta-
¿Qué… se refiere usted al aula de la
preparatoria en el que siempre nos da usted clase?
– Esa misma. No llegues tarde. Después tengo que
prepararme para un viaje de seis horas como mínimo y deseo
estar descansado.
– ¿Acaso ya recibió noticias de esos
cerdos?
– No los provoques Elías. Efectivamente
recibí noticias como tú dices. No puedo revelarte
nada. Solamente te recomiendo que, antes de vernos, pases a
saludarme a "La Pelona", pero que no te agarre de espaldas
¿eeeh…?
Pedro jamás había utilizado el doble
sentido con él. El "albur" en México, por su
connotación sexual, requiere de una respuesta
rápida e igualmente ingeniosa, generalmente relacionada
con la sodomía. Una vez más comprendió el
muchacho las intenciones ocultas de su maestro. Con tono
pícaro y jocoso respondió: "Espero que usted le
haya dado la mascada blanca, no sea que esté enojada y por
eso quiera agarrarme". Los dos rieron como para festejar la
gracejada. Este rito críptico tenía que seguir
así, hasta que alguno de los participantes se quedara
callado, se enojara o se "anotara un autogol".
– Enojado está el borracho parado en la calle de
Chile. Siéntate hasta que se vaya.
– No vaya echándoseme para atrás y se me
caiga de lomos.
– ¡Elías, no te pases!- gritó
genuinamente enojado el viejo. Quien no sabía que entre
las marcas que había roto el muchacho entre sus
coetáneos era la de ser el más alburero de su
clase.
– ¡El que se enoja pierde!- rió
Elías.
– De acuerdo; ya estoy cansado y me voy a dormir un
poco. No te olvides de nuestra cita.
– Entonces hasta mañana y que
descanse.
Cuando Pedro cortó la comunicación,
Elías pudo deducir que el viejo intentaba decirle que la
cita tendría lugar a la sombra del árbol más
generoso del jardín escolar, además de que alguien
estaba siguiendo sus pasos. Pensó que hizo bien en no
comentarle que creía haber logrado armar el rompecabezas
en el que están implicados la función zeta(2) de
Euler, la parte decimal de la constante áurea y el
cuadrado de uno más la raíz cuadrada de dos. En
resumen: creía haber descubierto la Clave
Cuadrada.
Cuando estés fuera de
casa,
no vuelvas nunca la vista
atrás,
pues las Erinias siguen tus
pasos.
(Precepto
pitagórico).
No fue difícil localizar al sujeto que le
seguía los pasos. Elías se detenía
constantemente simulando curiosear en los aparadores de las
tiendas de ropa masculina. Las propiedades reflectoras de los
cristales le permitieron percibir a un joven como de veinticinco
años de edad, de tez oscura, anteojos negros y pantalones
de mezclilla y sudadera deportiva. Para salir de dudas,
simuló regresar a un aparador que ya había pasado,
para echarle una segunda ojeada a un conjunto masculino "casual",
compuesto de playera de franela, chaleco de algodón y
pantalones negros. Inmediatamente vio que el muchacho giraba
sobre sí mismo, como si estuviera interesado en unas
chicas que paseaban a su perro.
Cuando llegó a la entrada del colegio,
miró de reojo hacia el árbol en el que
tendría lugar, en breve, su cita con el anciano profesor.
Un buen lugar por cierto, rodeado por altos y bien cuidados
setos. Si había alguien en el colegio que conociera los
lugares que permitían saltarse clases sin que nadie lo
notara, ése era él mismo.
Esperó a que faltaran cinco minutos para que
iniciara la primera clase de la mañana. Se introdujo al
baño (servicio, toilette, W.C. como indistintamente lo
llamaban los estudiantes) y se metió en uno de los
cubículos. Por fortuna, las puertas de éstos, no
permitían que nadie pudiese espiar bajo la puerta, no sin
agacharse hasta tocar el suelo con las mejillas. Este era el
lugar preferido de Elías para salirse del colegio a
realizar sus correrías.
Ya dentro del cubículo, esperó a que
hicieran lo que todos los estudiantes solían hacer para
enfado de los profesores, meterse en el último minuto en
el baño. El ruido era ensordecedor entre silbidos, malas
palabras y bromas. Cuando el ruido llegó a su
clímax, Elías se trepó a la taza,
alzó los brazos, abrió la amplia ventila,
arrojó su mochila a través de la abertura y,
finalmente, se deslizó al exterior. Aquél era un
buen lugar: un abandonado jardín en el que solamente las
ratas se daban cita.
Cuando llegó al lugar de la cita, el lugar
permanecía vacío. ¿Habría entendido
mal las insinuaciones del profesor? Volteó para un lado y
otro. El viejo no se veía por los alrededores. Estaba a
punto de marcharse, cuando una voz en susurros lo llamaba. La voz
provenía aparentemente de uno de los setos. El chico se
acercó para ver mejor; en el instante mismo en el que
tenía pegada la nariz a una de las ramas del seto, una
sección de éste se deslizó hacia su derecha.
La vieja cara del profesor asomó por el hueco y le dijo:
"¡Quita esa cara de memo y métete de una buena vez!"
Elías se deslizó al interior con cierta
aprensión. Pedro estaba sentado en el suelo, el traje
lleno de polvo y, según pudo distinguir Elías en la
penumbra, con un legajo de papeles viejos en la mano. Ahora
sabía por qué en ocasiones resultaba difícil
encontrarlo. El viejo topo en verdad tenía su
madriguera.
– Confío en que nadie te haya seguido.
– Puede apostar una fuerte suma a ello.
– Arrímate más, muchacho. A mí
también me venían siguiendo. Estoy seguro de que ya
se dieron cuenta de que el que está tomando café en
la cafetería no soy yo. No tardarán en buscarme.
¿Y bien? Quiero que me digas sobre qué deseas
recibir explicaciones mías.- Elías se
aproximó al anciano.
– Sobre nada, profesor. En realidad tuve una
intuición e inventé eso del enamorado
engañado y enfadado. Bueno… la verdad es que
sí estuve muy enamorado y ahora estoy más que
enfadado, encabronado. Verá, cuando estoy frustrado, para
no caer en la desesperación y evitar sumirme en la
depresión, suelo poner a trabajar mis neuronas en asuntos
difíciles. En fin, lo que quise es contactarlo para
decirle que creo haber descubierto la Clave Cuadrada.
– ¿La Clave Cuadrada? ¿Será
posible?
– Sí, ahora quien debe quitar la cara de memo es
usted mismo. Tome.
Elías ofreció al anciano su cuaderno de
notas. Pedro ya tenía puestas sus gafas de lectura.
Sacó de su bolsillo una pequeña linterna de
ésas que llaman de "larga vida", la encendió y
leyó en voz alta:
"Este número primo de diez cifras es de la forma
4n+1, es decir, es resultado de la suma de dos cuadrados
perfectos, a saber: 1741392900 y 144696841.
Pedro miró largamente a Elías, tanto que
éste comenzó a incomodarse.
-¿Sí? ¿Quiere decirme qué le
parece?
– Es muy simple. ¿¡Cómo no me di
cuenta yo mismo!?- dijo Pedro, golpeando con el dorso de la mano
el cuaderno de Elías,
– ¿Es la Clave Cuadrada?
– Es la Clave Cuadrada.
Elías estaba exultante, si no hubiera estado tan
bajo el refugio del viejo, seguramente estaría dando
saltos de gusto.
Pedro lo contuvo para que dejara de dar grititos de
gusto.
– Ahora escucha, Elías. Yo estoy tan o más
alegre que tú mismo, pero no debemos olvidar que la
jauría está detrás de nuestro pellejo.
Mira… ¡Que mires, carajo!- gritó el maestro
cuando notó que Elías seguía en
éxtasis como mirando con agradecimiento a
Mathema, la musa de los matemáticos.
Elías se obligó a atender la demanda de su
mentor. Entornó mucho los ojos para darle a entender que
era todo suyo.
– Antes de ir a la cita con los esbirros de El
Círculo de los Primos, he contactado al Autos
epha (los chicos buenos de la película), ellos me
han sugerido que te entregue esto papeles. Hace ya mucho tiempo,
un sujeto llamado Antonio Oregel Ochoa me los había
enviado a mi domicilio. Dijo que Peter Gore (un importante agente
del Autos epha) le había ordenado que
pusiera bajo mi custodia dicho documento. Me parece que un cierto
cura michoacano lo tenía bajo su cuidado. Cuando este cura
murió, se lo cedió a mister Gore. Debo decirte que
yo conocí personalmente a este sujeto Gore; sumamente
inteligente. A Susa… es decir, a Briseida y a mí,
nos salvó la vida. Supo negociar con ellos… en fin,
desde que me declaraste que querías aprender
matemáticas creo que los líderes del Autos
epha ya preveían que tarde o temprano
lograrías lo que me acabas de mostrar: descubrir la Clave
Cuadrada.
"Escucha con toda atención muchacho. No estamos
solos. Nos protegen; siempre nos han protegido. Cuando
venía a tu encuentro, me senté como de costumbre en
la cafetería de la escuela. Fue entonces cuando me
percaté de la presencia de un rostro familiar, era la viva
cara de mister Gore; se trataba de su hijo, de mi misma edad y
complexión. Con suma cautela me mostró la estrella
de cinco puntas que tenía grabada en la palma de la mano.
Logró que unas agentes a sus órdenes desviaran la
atención de mi perseguidor, fue así como se
quitó el abrigo y me percaté que iba vestido
exactamente como yo; me entregó las instrucciones,
cambiamos de puesto y yo me dirigí con su propio abrigo
hasta este refugio- señaló el abrigo sobre el que
estaba sentado.
– Pero… ¿Por qué continuar
exponiéndolo a usted mandándolo a la boca del lobo?
¡Que ahora ellos se hagan cargo!
– Elías, aunque tarde, he sido admitido hoy mismo
como agente del Autos epha, la invitación
para ti viene entre los papeles- Pedro entregó con toda
serenidad el legajo al joven- ¿Sabes? Yo ya estoy muy
viejo y hay algunas cuentas pendientes que quiero cobrar a esa
punta de cabrones. Es hora de que yo me haga cargo personalmente,
¿no crees?
– Está bien para mí eso de hacerse cargo
usted mismo del asunto y, si quiere (aunque no esté yo de
acuerdo) puedo comprender sus deseos de venganza pero hay algo
que me preocupa: si acepto ser agente de los "chicos buenos",
¿tendré que dejarme marcar, como ganado, una
estrella en la palma de mi mano?
Pedro rió de muy buena gana y se permitió
algo que jamás hubiera hecho en condiciones normales
¡y menos a este mocoso engreído!: con afecto le
revolvió los cabellos hasta despeinarlo. Cuando tomaron
conciencia de lo que sucedía, un silencio incómodo
llenó cada rincón del escondrijo; los dos se
quedaron mirando de manera incómoda.
– ¡Ahora sí que "me sacó de onda",
maestro!
– ¡Olvídalo, para mí también
fue muy desagradable! Volvamos a lo nuestro.
Pedro le trazó un sucinto panorama al muchacho:
Mientras Pedro entretendría a los acusmáticos de El
Círculo en el pueblo de Tangamandapio, Elías
tendría que ausentarse por tres días de la Ciudad
de México puesto que la preparatoria había
organizado una excursión a las yácatas de
Tzintzuntzan. El director del colegio había recibido
instrucciones en tal sentido, puesto que también era
agente (quién lo imaginaría) del Autos
epha. – ¡A estas alturas no me sorprendería
que mi propia madre fuera agente pitagórica!-
interrumpió Elías- ¡Cállate necio, y
escucha!- regañó Pedro, quien continuó con
lo riesgoso de la misión. Elías tendría que
hurgar en cierto hueco de la quinta yácata de
Tzintzuntzan, extraer un lingotito de oro y entregarlo al
descendiente de Peter Gore. Sencillo, ¿no? Pero
(había apuntado Elías) que existía un
pequeño problema: ¿cómo diablos
sabría que el que recibiría el lingote sería
Peter Gore "junior"? Pedro dijo que "buen punto" y le
mostró la palma de su propia mano en la que lucía
de manera provisional una estrella de cinco puntas impresa con
tinta fuerte y que si sigues con tu expresión
risueña/burlona, lucirás lindamente en una de tus
mejillas, Elías.
Por otro lado, Pedro explicó al muchacho que los
"chicos buenos" no pueden ir directamente por el objeto porque no
se quiere un conflicto diplomático con el gobierno
mexicano. Así, ¿quién sospecharía de
un muchacho mexicano curioseando entre los vestigios
arquitectónicos?
– Peter Gore "junior" (como tú lo llamas,
Elías) desde luego que lucirá una estrella con
estas características. El punto es que la estrella de
él está marcada de manera permanente en la palma de
su mano gracias a un tizón ritual. Lo sabrás en
cuanto la veas. No temas; los de El Círculo piensan que yo
soy quien tiene la Clave Cuadrada. Saben que no deben tocarme so
pena de despertar la ira del Autos
epha.
– Bueno, eso suena muy bien, pero ¿cómo se
explicará mi seguidor mi permanencia tan prolongada en el
servicio de caballeros de la escuela? Yo creo que de un momento a
otro irá con el chisme a nuestros amigos.
– De ese sujeto no tienes que preocuparte. Como te dije,
el director de la escuela forma parte de nuestro equipo. En estos
instantes, el esbirro de El Círculo seguramente
estará en algún separo preventivo de la
policía judicial tratando de explicar por qué
tenía media docena de bolsitas de marihuana en el bolsillo
de sus pantalones.
Año 64
después de Cristo, ciudad: Roma, a tres meses del Gran
Incendio
Tienes que abandonar Roma ahora mismo- dijo Leucipo, el
herrero, tendiendo una alforja de cuero en dirección de su
hija Pomptina- llevas en la alforja un trozo de queso, pan, agua
y suficientes monedas. Debes llevar la Clave con Adriano. Dile
que el cerdo de Nerón está persiguiendo y
asesinando por igual a cristianos y a pitagóricos. Roma ya
no es un lugar seguro para la Clave ni para nosotros. En tres
días tu madre y yo te veremos en casa de Adriano.
Todavía tengo que avisar a Teretina que la están
buscando para asesinarla.
La niña tomó la alforja; el corazón
le latía con fuerza y una presión fuerte en las
sienes la obligaba a fruncir el entrecejo. Desde que su padre era
un joven de dieciocho años de edad, formaba parte de una
sociedad de inspiración pitagórica; no solía
compartir detalles de esa época con ella ni siquiera con
Lucrecia, su mamá.
– Hija- abrazó Lucrecia a Pomptina-
cuídate mucho. No te detengas hasta que llegues con
Adriano.
Pomptina dio media vuelta. Como cualquier niña de
diez años de edad, la separación de los brazos de
su madre, resultaba insoportable, tanto más si se
postergaba innecesariamente la partida. Había aprendido a
tragarse sus lágrimas; era una época peligrosa en
la que nadie podía darse el lujo de
sentimentalismos.
Después del gran incendio que, según
Nerón, provocaron los cristianos, las familias
sobrevivientes casi no salían de sus casas. Quienes
tenían más o menos una vida llevadera eran
precisamente los herreros, los curtidores, los alfareros, en fin,
todos aquellos que tenían un oficio suficientemente
valioso o útil como para mantener las cosas funcionando en
una ciudad en la que todavía humeaban los restos de las
casas incendiadas y el aire estaba impregnado de un olor a carne
chamuscada.
La presencia de soldados en las calles había
aumentado significativamente y, con ello, el temor de los
habitantes de Roma. Los soldados se habían convertido en
verdaderos saqueadores, asaltantes, violadores y asesinos en las
calles.
La chiquilla salió a la calle oscura (eran
más o menos las cinco de la madrugada), unas cuantas teas
iluminaban el camino embaldosado de la calle de los herreros.
Sabía que doblando la esquina a la derecha los soldados de
guardia estarían entretenidos con su estúpido juego
de los palos puntiagudos. Básicamente ese juego
consistía en lanzar diez palos al aire y quien atrapara
más en el aire, con uno de ellos podía pincharle el
culo a cuantos pudiese alcanzar. Después de cuatro o cinco
partidas estaban tan excitados que elegían al que menos
puntos había acumulado para hacerlo carne de
sodomía; no era raro que alguna persona incauta que pasase
junto a ellos terminase violado o violada.
Pomptina se encaminó con mucha precaución
al camino de la izquierda, se deslizó pegada a las
paredes, protegida por las sombra de las casas de la calle de los
curtidores. No estaba segura de si algún día
podría volver a esa calle en donde solía jugar con
sus amigos. Su padre no animaba a la niña a hacer amistad
con los hijos de los curtidores; solía decir que apestaban
demasiado a sangre y sebo podridos; para un pitagórico
como Leucipo, las máculas de la sangre de los animales en
el cuerpo humano era poco menos que una mácula en la
siguiente reencarnación. Sin embargo, para los tiempos que
corrían, era una insensatez continuar con sus aprensiones
religiosas.
Pomptina a veces no comprendía los arrebatos de
su padre. Si bien era verdad que sus amigos apestaban
permanentemente a animal podrido, también era cierto que
prefería ese inconveniente a la imperceptible pestilencia
de los patricios a los que su padre atendía con tanta
diligencia y por los que ella sentía desprecio.
Además, las calles de la ciudad tenían impregnados
olores no menos desagradables que el sebo y la carne podrida. La
gente solía vaciar sus orinales en la calle misma. Las
heces fecales humanas se amontonaban en rincones y esquinas
transitadas, confundidas con los excrementos de los
perros.
Por fin la niña llegó al camino real. Sin
embargo, emprendió el camino de tierra ubicado de manera
lateral a su derecha. Justo detrás de las colinas, como a
seis horas de camino, vivía Adriano; dedicado al pastoreo
y a la meditación. A ese lugar rara vez iban los soldados
y, cuando se aparecían por ahí, eran obsequiados
con un pellejo mediano de queso seco y madurado; de este modo,
Adriano compraba momentos preciosos de paz para continuar con sus
menesteres meditativos. Cuando su padre la había llevado
allí por primera vez (apenas contaba siete años de
edad) Pomptina se había dado cuenta que las paredes de la
caverna estaban horadadas; cada agujero había sido
disimulado con una piedra laja, pues, según pudo
percatarse la pequeña, en él guardaba Adriano unos
rollos de cuero con raras inscripciones y dibujos. Leucipo
había dicho a su hija que no comentara nada a nadie de lo
que viera en casa de su amigo, a quien constantemente llamaba
"hermano".
Esta era su quinta excursión a la casa de
Adriano, pero la primera en su vida en hacerlo sin la
compañía de su padre.
***
Adriano estaba revisando las correas de los diez hatos,
listo para emprender el viaje ante cualquier aviso de sus
correligionarios; siempre que ocurría alguna
situación anómala en la ciudad se preparaba para
emprender la huída. Los hermanos de la ciudad enviaban a
alguien ya sea para tranquilizarlo, ya sea para decirle que
tenía que iniciar su viaje.
A los tres días de incendiada la ciudad por el
perro rabioso (como llamaba Adriano a Nerón), lo
visitó Teretina, quien le informó que el emperador
estaba culpando a los cristianos y que, probablemente, no
habría problema alguno; sin embargo, Adriano había
decidido tener listos los paquetes (el contendido de éstos
era tan precioso que cualquier precaución resultaba
insuficiente), después de todo, el incendio de Roma era un
hecho insólito, provocado no por el enemigo sino por el
cerdo que se suponía debía defenderla.
Desde que percibió las luces en el horizonte,
sabía que algo serio había sucedió en la
ciudad, desde ese día, hasta ahora, Adriano tenía
permanentemente enjaezadas dos mulas; bien atendidas y
alimentadas.
Eran casi las once de la mañana. Adriano estaba
sumamente nervioso. De pronto divisó una figura
pequeña que se desplazaba penosamente entre el pedregoso
camino. A la distancia de lo único que podía estar
seguro era de que se trataba de un niño o una niña.
A su paso, era probable que el pequeño visitante tardara
unos quince minutos en recorrer el empinado camino hasta donde
él estaba.
Adriano, como buen pitagórico, se aprestó
a recibir hospitalariamente a su inesperado visitante;
entró a su cueva, se dirigió a su despensa,
sacó leche que hacía apenas cinco horas
había exprimido de las ubres de sus cabras, queso, pan,
frutas secas y agua.
Justo al terminar de cambiar sus ropas sucias por
limpias y de lavarse a conciencia manos y cara, Pomptina llamaba
a la puerta de la caverna. Adriano salió e inmediatamente
reconoció a la hija de Leucipo.
– Pomptina, hija mía, pasa inmediatamente.
Siéntate conmigo a la mesa a compartir los
alimentos.
La niña miró al sabio hombre, pidió
disculpas por no aceptar de manera inmediata la invitación
a sentarse a comer y pidió permiso para comunicarle lo que
su padre urgentemente le mandaba decir. Adriano escuchó
atentamente a la niña. Tomó el legajo que
ésta le traía.
– Pequeña; debes estar orgullosa de ti misma. Has
arriesgado tu vida para salvar un precioso documento escrito por
el puño y letra del divino Pitágoras. Ahora por
favor siéntate conmigo a comer para que puedas descansar
de tu larga jornada.
Cuando terminaron de comer, Pomptina besó la
mejilla de Adriano y se retiró a dormir a uno de los
nichos de la cueva; el hombre cobijó a la niña con
telas limpias. Salió al exterior para revisar el documento
que Leucipo le enviaba: la Clave Cuadrada. Sabía de
memoria el procedimiento para obtenerla. La decisión de
mantenerla en secreto obedecía a una razón de peso:
con él se podrían descifrar los símbolos del
lingote áureo.
Los pitagóricos creían firmemente que los
números eran los ladrillos del universo. La puerta
áurea (como también se denominaban las
configuraciones grabadas en el lingote de oro) era la
máxima expresión, la síntesis de los
números figurados y, por consiguiente la síntesis
de la esencia misma del universo entero: Dios, al que aspiraban
unirse todas las almas cuando la metempsicosis no fuera necesaria
toda vez que el mundo llegara al fin de sus
días.
Adriano, como hombre de fe, creía que el
conocimiento de este secreto por parte de cualquier "impuro"
violentaría esta unión de las almas con la
divinidad y terminaría con el universo entero. Si bien los
números perfectos eran solamente un vislumbre de la
divinidad, los cuadrados perfectos permitirían ver
directamente a los ojos de Dios y eso significaría el fin
de la humanidad entera. Así resumía el problema un
hombre religioso/místico.
Adriano no dudó ni un instante en quemar el
documento. Ahora él era el único que poseía
el secreto de los secretos. Cuando su actual cuerpo dejara de
existir y su alma transmigrara de existencia en existencia,
seguramente en el momento oportuno, en una existencia futura,
pudiera de algún modo recordar la Clave Cuadrada y
entonces sabría qué hacer con ella cuando se vuelva
a encontrar con la puerta que ésta podía abrir. Se
estremeció con la sola idea de tener que ser él
quien tendría la responsabilidad de abrirla.
AÑO DE 2003.
Elías esperó a que el guía
terminara de realizar su explicación acerca de los
detalles arquitectónicos de las yácatas.
Simuló atarse las agujetas de los zapatos, miró de
derecha a izquierda y se deslizó hasta donde su
guía había señalado la quinta yácata.
Según las instrucciones que venían envueltas en el
legajo que había recibido de Pedro, entre el primer y
segundo escalón del estilóbato, junto a la esquina
extrema de la yácata, se había disimulado un hueco
tapándolo con una piedra falsa hecha de
tatzingueni (una pasta de caña de maíz,
muy liviana y durable). Elías tendría que golpear
suavemente la piedra falsa con los nudillos de sus dedos.
Así lo hizo, estaba seguro de que ahí estaba el
hueco, pues el sonido sordo que producía evidenciaba un
recoveco. Sacó un tirabuzón de fina espiral y lo
giró contra la piedra falsa hasta que pudo tirar de ella,
sacándola como a un corcho de una botella de vino.
Introdujo la mano; sintió que sujetaba una bolsita de
tela, la extrajo y la puso en el bolsillo derecho de su chamarra.
Inmediatamente colocó de nuevo la piedra falsa,
giró el tirabuzón en sentido contrario y lo
desencajó del objeto de tatzingueni.
Elías se preguntó en qué cabeza
cabía meter un objeto supuestamente valioso en un lugar
tan expuesto. Ignoraba que ambas sectas pitagóricas
creían que cualquier centro ceremonial, "cargaba de
energía" los objetos que consideraban sagrados.
También desconocía que antes de la escisión
de los pitagóricos, el pleno de los jerarcas había
decidido reencontrar la Clave Cuadrada para abrir la puerta
áurea y escogieron las yácatas de Tzintzuntzan por
dos razones: ahí se adoraba a Tiripame-Curicahueri (El
Gran Luminoso) y cerca se encontraba la población de
Tzacapu ansucutinpatzcuaro (puerta del cielo) o brevemente
Pátzcuaro. Qué mejor lugar, pues, para abrir las
puertas del paraíso en bien de la humanidad.
Los "chicos malos", erigidos en El Círculo de los
Primos, estaban de acuerdo en lo tocante al lugar en donde se
celebraría el rito de apertura, pero no querían
compartir con el vulgo y menos con esta punta de
"tercermundistas", los beneficios. En cambio los "chicos buenos"
sentían que ya era hora de una actitud más
ecuménica y que los beneficios se tradujeran en una
aportación sustanciosa a la Ciencia en general y a las
matemáticas en particular. El Círculo de los Primos
dijo, de manera farisaica, que Pitágoras siempre se
inclinó por el secretismo y que revelar la Clave Cuadrada
era un acto de alta traición. Los "chicos buenos"
contestaron que no se estaba revelando cosa alguna, simplemente
se quería que los beneficios fueran compartidos por la
humanidad entera.
Así fue como comenzó una carrera
desenfrenada por reencontrar la Clave Cuadrada: unos recurriendo
a sus actos de fe, esperando a que se cumpliera el renacimiento
del último gran pitagórico que conocía la
Clave, otros, acechando, cazando, engañando, corrompiendo,
asesinando…
Los "chicos buenos" habían visto en los trabajos
de Luis Enrique Erro, sobre estrellas variables, una señal
de que en un lapso de pocas generaciones la última
metempsicosis del último gran pitagórico se
haría realidad. Peter Gore inusitadamente había
recurrido a la propiedad cíclica de los "números
índice" sobre los que había investigado el sabio
mexicano Erro. ¿Cómo puede ser una herramienta para
la Astronomía el recurso de los números
índice? Para la Astronomía quizá no, pero
para la Astrología pitagórica fue un recurso
valioso. Cuando Gore le comentó esto a Erro, éste
le dijo de una manera cortante que el esoterismo le
parecía una estupidez y que si le pedía que mejor
dedicara sus talentos en beneficio de la Ciencia, era porque le
tenía en alta estima como amigo y en reconocimiento a su
gran capacidad intelectual.
El científico y el creyente discutieron y, aunque
su amistad quedó intacta, los dos intelectuales
jamás volvieron a hablar del asunto. Erro jamás se
enteraría de los pasos en los que Gore andaba y eso
entristecía a este último pues deseaba que un
sujeto tan valioso como lo era este sabio mexicano se uniera a su
causa. Gore continuó con la vigilancia del objeto sagrado
en el lugar sagrado. Pasó sus últimos días
conviviendo con los purépechas de Tarecuato. Algunos de
sus discípulos purépechas lo recuerdan desde la
cátedra de alguna universidad mexicana. Todavía en
Día de Muertos, quienes lo recuerdan, le llevan ofrendas a
su tumba, a un lado del lago de Pátzcuaro.
Año 64
después de Cristo, casa de Adriano
Leucipo y su mujer estaban sentados a la mesa con
Adriano. Pomptina, iba y venía por la estancia acomodando
en los nichos de la cueva los rollos que dijo Adriano
necesitaría para acompañar su soledad. De las dos
mulas de su propiedad, solamente una estaba presta para la
partida.
– ¿Estás seguro de esto Adriano?-
preguntó Leucipo.
– Por supuesto. Los caminos son muy arriesgados para
alguien como yo. Si llegaran a detenerme los soldados, no
tendrían compasión alguna de un simple
filósofo. Para ellos esa palabra es sinónimo de
"agitador". En cambio, ustedes son necesarios para el Imperio. Un
herrero que domina el arte de hacer espadas, escudos y herraduras
es más valioso que un pellejo de borrego repleto de
monedas de oro. ¡Ah, por cierto! Bajo la montura de la mula
hay una colchoneta tapizada con cincuenta monedas de oro. Creo
que ese dinero les permitirá llegar con bien a su
destino.
La idea de Adriano, después de haber escuchado
los pormenores de los acontecimientos en la capital de imperio,
era que Leucipo y su familia se trasladaran a alguna parte de la
costa mediterránea de lo que hoy es España. La
capital del Imperio ya no era segura para sus amigos.
Desdichadamente su correligionaria más cercana, Teretina,
había sido arrestada y asesinada junto con un
puñado de cristianos.
– Ven Pomptina. Quiero que lleves esto, hija- la
niña se acercó, siempre luciendo una
expresión seria.
Adriano puso alrededor del cuello de la chiquilla, la
correa de una bolsita de cuero. Pomptina sintió el peso
del contenido de la bolsa- Es el tesoro que pongo bajo tu
custodia: el rectángulo áureo. Créeme, hija,
es la puerta misma a un secreto inefable que, por fortuna,
solamente será revelado cuando los seres humanos
estén preparados. Que tu inocencia sea resguardo de este
tesoro- Adriano colocó la palma de su mano en la frente de
la niña. En cuanto la retiró, Pomptina
alcanzó a ver la misma estrella que tanto su padre como su
madre lucían en las respectivas palmas de sus manos. Se
preguntaba cuándo le tocaría su turno de ser
marcada.
– Es un gran honor, Adriano, que confíes
tamaño tesoro a nuestra hija- dijo llorando
Lucrecia.
– Es hora de partir, hermano mío, el más
sabio.- dijo Leucipo poniéndose en pie.
El abrazo de los dos hombres fue la señal para
que madre e hija tomaran los hatos propios y fueran por la mula
al establo.
Adriano los vio partir desde el umbral de la cueva.
Madre e hija iban montadas sobre la mula, Leucipo iba a pie,
jalando suavemente al animal para que avanzara sendero
abajo.
Año de
2003, Santiago Tangamandapio
Pedro Arévalo Sentíes buscaba y rebuscaba
en su maleta de viaje. "Pánfilo" lo miraba con desprecio;
no cabía en su mente que un mexicano hubiera demostrado la
infinitud de los números primos gemelos y que de paso
hubiese dado respuesta a la Conjetura Binaria de Goldbach. Y
ahora estaba ahí el vejete, buscando sus notas sobre la
Clave Cuadrada, el formidable secreto pitagórico en las
manos mestizas de un patético anciano mexicano, ¡ver
para creer!
La presencia de un agente de la Ugieia, era
muestra de lo que pensaba "Pánfilo" del liderazgo del
"Primo Mayor". Estúpido- pensó Pánfilo- si
este viejo cabrón intenta poner condiciones, peor para
él; de todos modos en cuanto muestre la Clave Cuadrada, el
perro de la Ugieia dará cuenta de
él.
– ¡Ah, aquí está!- al fin dijo Pedro
extrayendo un librito de notas.
– ¡Ya era hora señor Arévalo! Por
favor muéstrenos lo que tiene y así podremos irnos
de paseo a donde se nos plazca nuestra real gana- casi
escupió "Pánfilo" sintiendo náuseas de tener
que verse obligado a hablar con Pedro
– ¡Eso mismo digo yo! Sin embargo, la Clave
Cuadrada requiere de una explicación amplia y calmada, no
estamos hablando de matemáticas de
bachillerato.
– Solo déme las generalidades, no soy un
estúpido en Teoría de Números. Yo soy
matemático profesional, formado en las mejores
instituciones del mundo… quiero decir: del Primer
Mundo.
– No creo que a sus superiores les agrade mucho
enterarse de que a usted solo le interesan las generalidades.
¿Qué sucedería si hay alguna particularidad
sobre la que no pueda usted decir gran cosa solo por el hecho de
que usted ahora lleva prisa?
– ¡Bueno, bueno! Comience a hablar.
– Primero que se vaya ése- dijo Pedro
señalando al simiesco agente de la
Ugieia.
– ¡Ni hablar, él es mi
secretario!
– ¿Desde cuándo toman como secretarios a
asesinos a sangre fría? ¡Me imagino la crisis moral
por la que están pasando en El Círculo!
El agente de la Ugieia hizo
ademán de acercarse a Pedro; Pánfilo alcanzó
a detenerlo con la expresión griega:
El hombre se detuvo como perro al que le
jalaran inesperadamente la cadena.
– Así que ya usted está
conciente de que las cosas van muy en serio. La
Ugieia está muy interesada en el
desarrollo de los acontecimientos. No los haga enojar
poniéndose exigente.
– No hablaré en presencia de su
mastín; y me importa muy poco si se enojan o no sus
compinches.
Pánfilo miró a su esbirro y
señaló con la mirada la puerta de salida del
cuarto: el corpulento hombre abandonó el lugar, pero
mantuvo entreabierta la puerta por si acaso…
– Ahora espero que la situación esté a su
entera satisfacción.
– Dadas las circunstancias, estoy satisfecho.
– ¡Hable!
– ¿Cómo no? La Clave Cuadrada ha sido
redescubierta; no por mí, sino por alguien al que ya no
podrán tocar porque ya es agente del Autos epha:
el joven estudiante Elias Hernández.
"Pánfilo" miró con odio profundo al
anciano; en todo momento el viejo los había tenido bajo su
control. En efecto, si "Falange" (es decir Elías)
había sido reclutado por el Autos epha, ya no
sería posible acceder a él. Una jugada maestra: sus
antagonistas tenían la Clave Cuadrada y a un valioso
recluta. Desde el atentado contra E. P. Cure por parte de un
miembro renegado de la Ugieia en 1956, las dos
organizaciones adversarias habían celebrado un protocolo
de mutuo respeto y seguridad: ningún miembro efectivo de
cualquiera de las organizaciones sería tocado.
Con cierta violencia tomó la mano derecha de
Pedro y lo obligó a que le mostrara la palma. Con tinta
fuerte aparecía grabada la estrella de cinco puntas, esa
misma que, en su caso, él mismo ostentaba y que en cada
una sus puntas lucía las letras griegas de la
Ugieia
Transfigurado por la ira, "Pánfilo" sacó
de su sobaquera un revólver colt calibre 45, apuntó
a la cara del anciano y gritó: "¡A ver si tu
pentagrama puede detener una bala! Basta con un mal/nacido
mestizo en el Autos Epha."
– se escuchó una voz gruesa a espaldas de
"Pánfilo" y se abrió la puerta del departamento –
suelte su arma lentamente señor- dijo el agente de la
Ugieia apuntando su escuadra directamente al
corazón de "Pánfilo".
– ¡Estúpido! Tú vienes conmigo,
estás a mis órdenes.
– No, señor, ya no; está usted atentando
contra la vida de un agente del Autos epha. Le
recuerdo que hay un protocolo firmado que me autoriza a pegarle a
usted un tiro en la cabeza si viola dicho protocolo. No lo
repetiré otra vez: ¡Desista!- Pánfilo
bajó el arma.
– ¿Permitirás que este mestizo… que
este… mexicano… luzca el sagrado
pentagrama?
– Lo siento señor: lo único que sé
es que debe cumplirse un protocolo reconocido por El
Círculo de los Primos y el Autos
Epha.
– ¡Yo pertenezco a El Círculo,
estúpido!
– Claro, claro… pero usted no es El
Círculo.
Pedro se dirigió a la salida del cuarto. Al pasar
junto al fornido agente de la Ugieia dijo:
"Bueno, colegas, creo que tengo que dejarlos. Me espera una
ceremonia a orillas del lago de Pátzcuaro. Desde luego que
están ustedes cordialmente invitados".
Año 65
después de Cristo, estrecho de Gibraltar,
España
De pie, junto al mar batiente, Pomptina miró por
centésima vez la Puerta Áurea; su madre le
había dicho que no sacara el pequeño lingote de oro
de su bolsa. Inútiles fueron las reprimendas de la madre
cuando la sorprendía embelesada en las extrañas
figuras sobre el noble fondo amarillo. En cambio Adriano, su
padre, la miraba tiernamente y sonriendo le decía: "Hija,
tienes en tus manos la reliquia más valiosa de todos los
tiempos: la Puerta Áurea; en ella está resumida
toda la sabiduría de nuestro maestro Pitágoras, el
gran iluminado, quien llegó a ser conciente de los
secretos más íntimos del Cosmos.
¿Quién sabe? Quizá en el lapso de
duración de tu propia vida al fin sea abierta para
beneficio de la Ciencia y la humanidad…
¿quién realmente lo sabe…?" – terminaba con
un profundo suspiro.
Año de
2003 (1º de noviembre), lago de Pátzcuaro,
Michoacán
Erdôs F. Gore estaba parado frente a la puerta de
la posada Don Vasco de la ciudad de Pátzcuaro. Simulaba
ser un turista esperando transporte; se tocó la frente con
el dorso de su mano derecha, fingiendo que estaba resguardando
sus ojos del sol. Había visto al muchacho que, al llegar a
la posada, dirigía la mirada hacia él en espera de
ver la estrella de cinco puntas. Observó cómo el
chico asentía en señal de reconocimiento y acto
seguido se dirigía a un puesto de
artesanías.
Gore se acercó al puesto hasta quedar junto a
Elías; tomó una figurilla de barro y
preguntó por el precio al comerciante. Pagó la
cantidad; sacó un mapa turístico de su bolsillo y
preguntó a Elías: "¿Podría decirme
usted en dónde queda este lugar?". El muchacho fijó
la vista en el mapa que Gore le extendía. En el mapa,
escrito con letras rojas decía: "Cambio de planes.
Conserve el objeto. Pedro lo espera en un coche gris que
está llegando a la plaza Don Vasco, calle Quiroga."
Elías dijo: "No señor, yo no soy de por
aquí, seguramente en la posada lo pueden orientar." Gore
dio las gracias y se dirigió a la posada. Elías
permaneció un minuto más mirando las figurillas del
puesto callejero. Tomó una reproducción burda de
una yácata, pagó el precio de la artesanía y
se dirigió de manera oblicua hasta el lugar en el que
Pedro lo esperaba.
El coche estaba en el lugar que Gore había dicho.
Pedro entreabrió la portezuela del copiloto y Elías
se apresuró a entrar. No terminaba de tomar asiento cuando
Pedro ya estaba conduciendo para tomar la carretera; el viejo
anunció en voz alta:
"Tzurumútaro-Sanabria-Ihuatzio-Cucuchucho."
– No me diga que quiere jugar a los trabalenguas,
profesor- dijo Elías a Pedro con cara de
"ya/está/usted/muy/viejo/para/esas/cosas".
– No es trabalenguas, mocoso, es el itinerario de
nuestro pequeño viaje. Nuestro destino es Cucuchucho. Una
población a orillas del lago de Pátzcuaro en el que
se mantiene la tradición original de Día de
Muertos.
– ¿Cucu-qué?
– ¡Cucuchucho! Nombre que significa lugar de los
"hacedores de jarros", quienes también son conocidos como
"adoradores de las flores". Ahí se verificará la
apertura de la puerta áurea.
– ¿Por qué precisamente
ahí?
– Los lugareños están tan apegados a sus
tradiciones de Día de Muertos, que no tienen hoteles ni
negocios de artesanías. No tienen el menor interés
en negociar con sus tradiciones y prefieren que los turistas los
dejen en paz.
– Y nosotros vamos a ir a incomodarlos con una ceremonia
pitagórica.
– ¡No seas simple, muchacho! Los lugareños
pasan la mayor parte de la noche en el cementerio, al lado de sus
difuntos. Nosotros vamos al verdadero templo: las aguas del
propio lago de Pátzcuaro. Imagínate: sin turistas,
con los lugareños concentrados en el cementerio,
¡tenemos la casa para nosotros solos!
Elías echó a volar su imaginación:
se vio a sí mismo involucrado en una ceremonia en la que
el sumo sacerdote Gore estaría ofrendando al lago con el
fin de franquear inframundos y permitir el paso a dioses
arquetípicos lovecraftianos. Se le puso la piel de
gallina.
– Por cierto, Elías: la gente de El
Círculo, cree que eres agente del Autos epha.
– ¿Y por qué creerían algo
así?
– Yo se los dije.
***
Eran las seis de la tarde. "Pánfilo"
empacó sus pertenencias. El agente de la Ugieia lo estaba
esperando al volante del automóvil. El Círculo
estaba enterado de sus fechorías, gracias al informe que
el propio agente de la Ugieia había rendido vía
telefónica. Ahora tendría que responder ante el
pleno de los miembros de El Círculo. Técnicamente
era prisionero del agente, quien lo llevaría de regreso al
cuartel general de la organización. Había fallado
por partida triple: menospreció la capacidad de "Falange"
(Elías), desobedeció una orden directa del "Primo
Mayor" involucrando a un agente de la Ugieia y, a despecho del
protocolo de mutuo respeto, amenazó la vida de un agente
del Autos Epha. Cargos suficientes para conducirlo al ostracismo
(degradación-destierro-miseria-muerte).
Estaba preparado para esta contingencia; si El
Círculo le daba las espaldas, él también
podría hacer lo mismo; tenía recursos y, sobre
todo, una enfermiza ambición por conseguir para sí
mismo la Clave Cuadrada y la Puerta Áurea. El
paraíso sería solamente para él;
sería el líder de una nueva secta
pitagórica, poseedora del máximo secreto de la
milenaria organización.
Antes de guardar sus pertenencias "Pánfilo"
había puesto un silenciador en su revólver.
Así, cuando estuvo sentado en el asiento del
acompañante, le bastó levantar un poco el arma bajo
el brazo izquierdo para disparar dos veces contra el conductor:
un disparo al tórax para imposibilitar y otro a la cabeza
para matar. Hizo a un lado el cadáver y lo arrojó
al suelo del estacionamiento: "Bendito país tercermundista
en el que no hay vigilancia alguna en los estacionamientos",
pensó ufano. Encendió el motor y se dirigió
al lago de Pátzcuaro.
***
Cuando Pedro detuvo su automóvil a la entrada del
pueblo, los lugareños ya se dirigían al
panteón principal; cada uno portaba una antorcha y bolsas
con los alimentos y las flores que colocarían sobre las
tumbas de sus familiares muertos. Reinaba un respetuoso silencio;
las mujeres lucían orgullosas y con cierta
coquetería sus huanengos (una prenda de
algodón parecida a una blusa, con adornos bordados con
punto de cruz).
Pedro y Elías salieron del automóvil; el
anciano se sentó sobre el cofre, mientras que Elías
se distraía pateando unas piedrecillas del
camino.
Bien, tendremos que esperar a que todos los
lugareños y los escasos visitantes que acampan cerca de
aquí lleguen hasta el cementerio.- anunció Pedro.
Elías aprovechó para formular dos preguntas:
"¿Qué esperan que suceda con toda esa ceremonia de
la apertura de la Puerta Áurea?, y sobre todo:
¿cree usted en todo este sainete
místico/pitagórico?
Elías esperaba todo menos una reacción de
beatífica iluminación de parte de su maestro.
"Sucederá que la Puerta Áurea nos mostrará
lo que mantuvo maravillado al propio Pitágoras, El Gran
Secreto: la estructura íntima del Cosmos, expresada en la
armonía de las esferas y en las perfectas proporciones
numéricas." La asombrada cara de Elías, hizo que
Pedro se desternillara de la risa, tal y como sucedió
cuando el propio Elías mostró asco ante la
declaración del viejo de que iba a besarlo…
parecía tan lejana aquella reunión en la que el
muchacho había demostrado una comprensión
inusitadamente aguda ante los resultados de sus investigaciones
sobre los números primos gemelos. Pedro dejó de
reír de manera abrupta y declaró: "Elías,
esta gente es sumamente religiosa; no me refiero a los
cucuchenses, que también lo son; me refiero a nuestros
amigos los pitagóricos. Son personas que pueden
calificarse como anacrónicas en un mundo en que la Ciencia
y la Tecnología han tenido logros impresionantes. Al menos
para mí resulta un tanto raro sentir simpatía por
ellos; tienen cierto parecido con los habitantes de este pueblo;
los cucuchenses intentan mantener la idea original de la
conmemoración del día de muertos. Son una isla en
un mundo en el que parece que la marea del materialismo
está ahogando estos raros remansos de paz. No me mires
así Elías. Yo soy un escéptico materialista,
pero también respeto mucho a la gente que se apega a sus
tradiciones. Además, no olvides que nuestra pertenencia al
Autos epha, nos ha mantenido protegidos del peligro. No, no creo
en el misticismo pitagórico; pero admiro la tenacidad con
la que defienden sus ideas, la decencia de quienes han adoptado
el nombre de Autos epha (que más o menos quiere decir
porque él lo dijo, refiriéndose a las
enseñanzas originales del maestro
Pitágoras)."
– También la gente de El Círculo son
creyentes pitagóricos- opuso Elías.
– Existe una gran diferencia entre la fe (la buena fe)
de los verdaderos creyentes y el fanatismo de los
fundamentalistas. La gente de El Círculo no son creyentes,
son fundamentalistas; verdaderos fanáticos que se abrogan
el derecho de disponer de los bienes, la seguridad y las vidas de
los que consideran inferiores, peligrosos o diferentes por
profesar otras ideas. ¿Por qué crees que llaman
Ugieia a su organización de asesinos? Ugieia (o
hugieia) literalmente quiere decir "salud"; ellos se
consideran como una especie de antibiótico dispuesto a
eliminar a cualquiera que intente contaminar la "fe verdadera".
¿Puedes reconocer algún parentesco con estupideces
como "la pureza de la raza", "los infieles", etcétera?
Créeme, Elías; cuando escuché hablar al
finado Peter E. Gore, supe que la apertura de los creyentes
pitagóricos era una suerte de ecumenismo que
permitiría por fin acceder a las ideas de esta milenaria
organización. Por mucho tiempo se supuso
erróneamente que los pitagóricos estaban extintos.
Han regresado o mejor dicho: nunca han dejado de existir,
muchacho, su legado es vigoroso y, creo, esta ceremonia que
pretenden celebrar aquí no es más que una
alegoría, un llamado a abandonar todo secretismo y
fundamentalismo perniciosos.
– Concedo razón a todo lo que usted acaba de
decir; sin embargo, aún no puedo imaginar qué tiene
que ver una constante matemática, la Clave Cuadrada, con
una supuesta Puerta Áurea.
– ¿Pudiste echarle ojo a la dichosa Puerta
Áurea?
– No tuve tiempo alguno, además, la bolsa que la
envuelve está pegada al objeto como si le hubiesen vaciado
un pegamento de rápido secado.- sacó de su bolsillo
la reliquia, Pedro la tomó e intentó abrirla. Al
tacto, se sentía un objeto metálico,
presumiblemente de oro.
– Tienes razón Elías, la bolsita se siente
como un cuero endurecido. Mejor que la dejemos así hasta
que el descendiente de Gore inicie su ceremonia.- regresó
el objeto a Elías.
***
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