No puede ser más superficial este ángulo del
análisis. Como ocurre en su propio caso,
Dios no suele ser una moda para los
filósofos, sino, por fe en El o por
carencia de ella, por considerarlo una fuente de
liberación o de opresión, un tema crucial de
reflexión, que puede estar o no vinculado a la filosofía. Aceptado o negado, rechazado o
"superado", continúa figurando como idea, fundamento del
orden universal o ser-otro del hombre, y el
Idealismo
alemán, la izquierda hegeliana y la reacción
filosófica antihegeliana de la época de Marx constituyen
buenas muestras. Pero la trayectoria espiritual de Marx desde el
ateísmo como negación de Dios, al estilo de
Feuerbach, a la posición materialista dialéctica
que, según el propio Marx, implica la "superación
de toda religión", exigiría un
análisis que la autora no estaba dispuesta a hacer: la
condición de judíos
asimilados de los Marx-similar a la de los Weil–y el bautismo de
su padre con el fin de conservar su posición de
funcionario público . La materia
privada de espiritualidad en todo sentido sólo deviene un
absoluto cuando existe un rechazo a la trascendencia, sea porque
ésta ha perdido sentido, sea porque el que se le atribuye
no alcanza a colmar las necesidades humanas.
Sin embargo, junto a ese aspecto superficial, un punto medular
del pensamiento de
S.W. acerca del hombre se destaca aquí: la
contradicción esencial de éste, que oscila entre la
tendencia al bien de su ser y su sometimiento a la necesidad ,
paradoja evocadora de Pascal , en la
que se subrayan su grandeza y su miseria, elementos absolutamente
antitéticos e irreconciliables por vías racionales,
cuya unidad constituye un misterio accesible sólo a la
mística; la misma vía que permitiría
conciliar la gravedad y la Gracia, un importante derivado de la
misma paradoja. Ello explica sobre todo la inconstancia del
hombre, su inevitable fluctuación que le impide sostener
sin decaer la tendencia al bien, sea éste del tipo que
sea. Porque la búsqueda consecuente del bien exige el
evangélico negarse a sí mismo , es decir, negar la
persona,
fluctuante y marcada por la gravedad, para que aflore la chispa
divina y predomine la Gracia.
Pero hay más. Lo anterior no es sino el plano exterior
de un ser caído, cuya existencia misma constituye un acto
de transgresión. El hombre es
lo opuesto a Dios. O más bien, Dios es la Otredad
absoluta. En la Creación, Dios se ha fragmentado y
ausentado, dejando a la criatura abandonada a la miseria de su
finitud, de su pesantez. La ley universal de
justicia
atribuída a Anaximandro,
presente en las palabras puestas por Calderón en boca de
Segismundo, lo resumen: el delito mayor/del
hombre es haber nacido. Pues al nacer, el hombre adquiere la
condición de persona, es decir, de un grupo de
especificidades que conforman un ser finito del que no puede
provenir el bien . En el ser humano sólo lo sagrado es
respetable y digno de ser amado. Es bueno recordar que
también Schopenhauer,
muchos de cuyos postulados parecen haber dejado su huella en
S.W., concede gran importancia a esta y a otras ideas de
Calderón.
Lo sagrado es impersonal , algo dado y ajeno a lo creatural.
Es la dimensión del ser, de lo trascendente y absoluto,
difícil de hallar entre la hojarasca de la persona, propia
del individuo. No
es racionalmente captable y corresponde al orden de las verdades
del corazón a
las que se refería Pascal, porque, según
estableciera San Anselmo, se sitúa más allá
de lo pensable . Esa dimensión trascendente contiene la
aspiración al bien. La persona impide mantenerla: equivale
en el hombre a la "retirada de Dios" tras su
fragmentación, posibilitadora de la multiplicidad. No es
extraño entonces que, para S.W., resulte imprescindible
anular cuanto corresponde a la persona, al individuo, como
premisa para acceder a ese absoluto cuya presencia en el
corazón constituye un absurdo, la mejor muestra de su
ausencia radical en el mundo.
S.W. se detiene en numerosas ocasiones no sólo a
mencionar las fuentes de
esta idea que es capaz de reconocer, sino a analizarlas. El
gnosticismo, los primeros filósofos cristianos, la
doctrina católica, la cátara, el sufismo y el
pensamiento del extremo Oriente, entre los que encuentra una
recóndita unidad a la que habrá que referirse
más tarde, aparecen muy a menudo en su obra, y de ellas
deriva reflexiones sobre los más diversos ámbitos:
desde la vida del espíritu hasta la naturaleza del
trabajo o un
posible esbozo de sociedad
futura. Es un caso similar al de Schopenhauer, quien, pese a su
rechazo a muchos aspectos del Cristianismo,
tenía tan presente su mística, junto a las de otras
religiones, como
haría ella mucho después, y consideraba el
Protestantismo como una traición al legítimo
espíritu cristiano. También Schopenhauer pensaba en
todo aquello que constituye la individualidad como un
obstáculo–resultante de la voluntad de vivir–para
trascender los propios límites,
única vía para eliminar el sufrimiento, mediante la
anulación de la persona, de modo que sólo el
alma universal
o paramatman prevalezca en el individuo.
También él, como haría S.W., se inclina
hacia las religiones
orientales y hacia diversas formas de gnosticismo , y excluye de
estas fuentes reconocidas al Judaísmo, o lo menciona
sólo para criticarlo con dureza, sin dejar de mostrar
cuando menos una total incomprensión de éste, y
poco mejor trata muchos elementos del Cristianismo. Uno y otra
forman parte de la tendencia a eliminar del Cristianismo su
raíz judía, a favor de una u otra religión
pagana de la Antigüedad, según cada pueblo, que fue
abriéndose paso en Europa, sobre
todo a partir del S. XVIII, con la acentuación de la
secularización de la vida y de la cultura que
tuvo lugar desde los inicios de la modernidad y la
idealización de las culturas populares, que alcanzó
en el Romanticismo un
punto culminante y serviría de fundamento al populismo .
Es harto conocido que S.W. no tuvo una formación
judía, que nunca profesó ni practicó el
Judaísmo, y que su conocimiento
de la historia del
pueblo judío y de las fuentes religiosas parece en extremo
deficiente, cuando no nulo en ciertos puntos . Pero su propia
actitud de
rechazo hacia el Judaísmo y su animadversión hacia
los judíos sería capaz de explicar su silencio en
torno a la
doctrina cabalística del zim-zum, cuya presencia en la
autora ha sido señalada y que difícilmente se
escaparía de la atención de alguien con su avidez
intelectual y su interés
por las formas más diversas de la mística.
No hay que obviar tampoco un acontecimiento crucial: mientras
existió en Israel el Templo,
una lámpara encendida daba testimonio de la presencia en
éste de lo divino, es decir, de la shekiná. Ni
palabras ni oraciones podían hacerlo. En este
corazón del Judaísmo permanecía una llama
que dejó de brillar por temporadas para ser siempre
restaurada. Al ser destruído el segundo templo, se
estableció un permanente estado de
duelo por esta ausencia, recordada aun en la alegría de
las bodas. De este modo, en el corazón humano la
añoranza de la presencia supone la penitencia–un
distanciamiento en el mismo seno de la vida–y el esfuerzo
individuales por la recuperación universal. ¿Puede
considerarse incompatible esta idea con la siguiente
reflexión de S.W.?: "El único intermediario por el
que el bien puede bajar desde donde se encuentra a un medio
humano lo constituyen quienes de entre los hombres tienen su
atención y su amor puestos
en ella" .
No hay otro sentido de la vida. Todos los demás son
ficticios, o peor, ligados a la persona, a la gravedad, a
remachar las cadenas que atan al hombre al dolor y a su lado
inferior. Pero existe una segunda dimensión, más
terrenal, de este sentido: el hombre es un ser actuante; mientras
exista como individuo, habrá de actuar, es decir,
sujetarse a finalidades. El único sentido legítimo
de su acción
es la justicia, a la luz de la cual
será necesario juzgar el trabajo, su
papel en la vida individual y social, sobre todo su
condición enajenada. Pues la superación de
ésta constituía para Marx–punto obligado de
referencia de S.W.–la condición irrenunciable de la
redención terrenal del hombre .
Justicia,
trabajo, educación:
¿renovación social?
"La justicia consiste en vigilar para que no se haga daño a
los hombres" . Todavía no se habla de un ideal social,
aunque puede llegar a serlo. Por el momento es una
reacción frente al grito de la criatura oprimida,
según Marx caracterizaba la religión. Es una
reacción de com-pasión, de "sentir con" el otro, de
religación. Pero los esfuerzos mancomunados podrían
convertirla en empeño social y aun en norma de la
sociedad, de modo que el único daño lícito
sería el castigo por una falta, destinado a promover en el
reo la plena conciencia del
delito cometido y la enmienda.
La pobre dimensión concedida por el marxismo a la
vida espiritual, siempre supeditada al contexto
socio-económico, su rechazo a la religión, que no
rebasa los argumentos de la Ilustración o de su heredero Feuerbach,
introdujo una idea aun más enajenante: la revolución, verdadero opio del pueblo para
S.W. . Esto no sólo dió lugar a que la
filósofa cuestionara las posibilidades del marxismo como
doctrina conducente a la justicia, sino a que la considerara
posible fuente de nuevos males. Pues la noción de fuerzas
productivas, destinada a explicar la existencia de la sociedad y
sus transformaciones, "no deja ninguna esperanza para la
justicia" , por cuanto el pensamiento mismo está
condicionado por el nivel de desarrollo de
las fuerzas productivas. La misma posibilidad de una
revolución surge, según Marx, cuando dichas fuerzas
dejan de encajar en el marco de las relaciones de producción existentes. La fuerza
entonces rige las características de la producción,
y por lo mismo, determina las condiciones y peculiaridades del
trabajo, problema fundamental por dos razones: primera, para la
mayor parte del género
humano resulta indispensable, pues de éste depende su
subsistencia; segunda, sus características impiden que
haya justicia.
El error de Marx, según S.W., consiste en que, una vez
detectadas las relaciones de fuerza, no fue capaz de superarlas,
de liquidarlas como elementos de coerción y recuperar para
el espíritu y su actitud vigilante, propia de la justicia,
el inmenso poder de
dichas relaciones, sino que las consideró un componente
inevitable de la producción y reproducción de la vida social y se
limitó a pensar en su transformación, según
el modelo del
socialismo
utópico. La teoría
marxista quedó mediatizada, pese a haber sido capaz de
detectar la esencia del trabajo enajenado, que destruye la vida
de los obreros, o al menos toda capacidad de disfrute de la
misma. Esto marcaría el marxismo hasta el punto de no
haber sido éste capaz de generar una verdadera doctrina
acerca de una sociedad justa, sino el llamado "socialismo
científico" que Lenin hizo depender de la dictadura del
proletariado. La historia posterior ya se conoce.
De aquí se deriva otra paradoja, cuyos términos
podrían plantearse así: el trabajo obrero,
sostén de la sociedad capitalista, se lleva a cabo en
condiciones de tal dureza que aquellos que pasan sus vidas
realizándolo empobrecen y depauperan hasta la
aniquilación su humanidad, física y espiritual.
Es decir, sus personas: "El trabajo es como una muerte cuando
carece de estímulo" . Pero, ¿no era precisamente lo
que llamamos persona lo más indigno y lo menos respetable
en el hombre? ¿qué sentido tendrá entonces
velar por la redención de algo que obstaculiza el aflorar
de lo sagrado en la criatura humana? ¿no
consistiría la verdadera justicia, según la ley de
reparación de Anaximandro, en permitir y aun auspiciar ese
aniquilamiento? ¿es ésa la verdadera causa de que
S.W. considerara al pensamiento griego y no al Judaísmo
como la raíz del Cristianismo.
Rozamos aquí un delicado límite que
separaría tres formas posibles de mística: primera,
la transformación del trabajo en la vía por
excelencia de superación de sí mismo, de modo que
en lugar de aniquilamiento hubiese sacrificio transformador y
Encuentro; en otras palabras, metanoia. Segunda, la
mística de la negación personal
practicada personalmente por S.W., autoinmolación propia
de espíritus más despiertos, si se quiere,
"elegidos"; tercera, la depuración de la especie mediante
la aniquilación de sus formas "inferiores, el más
repugnante y criminal procedimiento del
fascismo.
¿No era precisamente esa la "justicia" que el III Reich
aplicaba en esos momentos a los judíos y a otros grupos sociales
"indeseables"? Que en sus procedimientos
subyacía una forma de mística neopagana es algo
conocido , que la propia S.W. detectó cuando
sentenció sobre la II guerra mundial:
"esta guerra es una
guerra de religiones" y habla del impulso demencial de Alemania como
"un furor de idolatría". Camino hacia arriba y camino
hacia abajo no siempre son uno y el mismo… Sobre este aspecto
será necesario retornar.
Basta repasar sus diarios de fábrica, sus escritos
sobre el trabajo agrícola o industrial para confirmar que
S.W. considera el sufrimiento de los obreros equivalente a la
pasión de Cristo: a la extenuación física, a
la larga causante de graves enfermedades y hasta de
la muerte, se
unen el menosprecio por parte de los patronos y a menudo las
medidas represivas, si se protesta o se exige un cambio.
Podría objetársele que, según predica el
Cristianismo, la pasión de Jesús fue
voluntariamente aceptada por él como Christos, como
vía para la redención humana, mientras que el
sufrimiento y degradación del obrero se imponían
entonces en Europa como necesarias consecuencias de la escasa o
nula protección social y legal de éste y no
solían concluir con la redención de nadie, sino con
vejez y muerte
prematuras y las más veces el retroceso del obrero hacia
la animalidad, pues "existir no es un fin en sí para el
hombre (…). Los bienes se
añaden a la existencia" .
Si no hay bienes, la existencia se convierte en un mal y la
única finalidad de la existencia consiste en
autoperpetuarse, es decir, perpetuar el mal. ¿Cómo
establecer en semejantes condiciones la justicia, que, de acuerdo
con la definición antes expuesta, justicia social
significaría organizar la sociedad de modo tal que se
velara para que no se hiciese daño a nadie? Esta organización comenzaría por el
trabajo, y S.W. propone la belleza como remedio al
aniquilamiento, el acercamiento de los obreros a Dios, fuente de
la belleza, rodeado de varios ritos de iniciación al
trabajo, además de una especial preparación
intelectual, tendente a reducir lo más posible las
diferencias entre el profesional y el obrero.
Huelga decir cuántas implicaciones tuvieron ideas de
este tipo durante el siglo XX, desde el movimiento de
sacerdotes obreros hasta la teología de la
liberación, pasando por los diálogos entre
marxistas y cristianos, que–es bueno recordarlo–fueron
auspiciados en sus inicios por R. Garaudy, hoy convertido al
Islam radical
y tan antisemita al menos como la propia S.W. Lo que de positivo
hubiera en dicha idea fue ahogado por el oportunismo de los
partidos que utilizaron a sus compañeros de viaje para
arremeter primero contra las instituciones
religiosas y más tarde contra las doctrinas y creencias,
fueran del tipo que fueran.
Quien vivió en los Países del Este pudo
comprobar que los únicos que creían en la eficacia
espiritual de tales ideas vivían indefectiblemente en
sociedades
democráticas, mientras que los supuestos beneficiados
optaban por la huída, la autodestrucción, el
más deformante oportunismo o el llamado "exilio interior"
. Además, entre buena parte de la clase obrera
se propagó con rapidez el anticlericalismo de base
iluminista, del que se pasó con gran facilidad al
ateísmo militante en numerosos sectores. Mucha culpa
tuvieron de ello las instituciones religiosas, aunque no sea
éste el lugar para analizarlo. En todo caso,
difícilmente tenga efectos positivos a gran escala hablar de
la belleza a quienes carecen de lo necesario, y es muy probable
que se lo tomen como una burla cruel.
Con todo, S.W. no se dejaba engañar por la
utopía marxista-leninista, que exige una subversión
de la sociedad y una etapa dictatorial, de duración
indefinida, en pos de un luminoso futuro que se avizora al menos
tan distante e impreciso como la Ciudad de Dios sobre la tierra.
Sabía que, bajo la idea de revolución,
seguía predominando el sueño del poder, similar al
"comunismo
grosero" descrito por Marx en los Manuscritos del 44, que no
busca elevar al oprimido, sino reducir a todos a un nivel
común , en burda sustitución de la competencia
capitalista . S.W. lo expresa así, refiriéndose al
ideal revolucionario: "Tiene por objeto la dominación
ilimitada de cierta comunidad
sobre la humanidad entera y sobre todos los aspectos de la vida
humana" . Con la añadidura de la nueva clase dominante
burocrática surgida bajo la mano de Lenin, reforzada bajo
la de Stalin y detectada por S.W. en un momento en el que miles
de socialistas, comunistas y simpatizantes les rendían un
culto cuasi religioso, que perduraría pese a todas las
pruebas y
testimonios presentados por víctimas sobrevivientes y/o
testigos, mientras que sus detractores solían esgrimir
motivos que rezumaban un absoluto desdén hacia el dolor de
los desfavorecidos. Su posición hacia el marxismo se
resume así: "en lo que tiene de verdad, el marxismo
está contenido por entero en la página de Platón
(República, VI, 493, a-c) sobre el gran animal, lo mismo
que su refutación" . El gran animal, para ella, es el
reino de los contrarios, del que Dios está ausente . Por
ello, humanizarlo es un contrasentido que es obligatorio
realizar.
Si, de acuerdo con esto, S.W. creía posible, aunque
esencialmente problemática, la justicia social–a
diferencia de Schopenhauer, con quien su pensamiento tiene
similitudes dignas de un análisis más detenido–,
la creía factible a través de una
transformación pacífica de la sociedad. El punto de
partida, accesible para quien pudiera comprenderlo, era el
trabajo, capaz de transformar y de santificar a los individuos.
La metanoia a través del trabajo se convierte así
en objetivo para
la clase obrera; vía de aniquilamiento devenida vía
de redención: ese sería el objetivo. Pero lograrlo
a gran escala requeriría de otras muchas transformaciones
para humanizar el trabajo .
De forma tentativa, S.W. enumera condiciones que cree
necesarias para lograr lo que llama una "unión entre el
obrero y su máquina" que transforme el trabajo en "un
equivalente del arte", es decir,
estaríamos frente a la realización humana en el
trabajo, asumido como creación. De ese modo, se convierte
en una responsabilidad propia, con un sentido arraigado
en la propia vida. Unase a ello el acortamiento de las jornadas
de trabajo, para dejar un espacio al descanso y al disfrute, y la
ralentización del progreso técnico y de la
competencia a cambio de una vida más rica y plena para los
obreros . Pero al conducir también al encuentro con
Cristo, exige de quienes la llevan a cabo la fe cristiana, ya sea
como punto de partida, de llegada, o ambos, en la medida en que
significa la conversión del corazón. Tarea cuya
realización es altamente improbable, si no
quimérica, por cuanto aquella parte de la humanidad que no
es cristiana–y en muchos casos, nunca lo ha sido–no parece
estar dispuesta al cambio de religión, al menos
masivamente.
S.W. buscaba una solución para el problema arriba
expuesto. Si las observaciones sobre las coincidencias que
encuentra entre otras religiones, en especial las del extremo
Oriente, y el Cristianismo no convencieran, bastará leer
sus Cuadernos para comprobarlo. Existen referencias muy
explícitas a los libros
sagrados del Hinduísmo que permiten concluir que S.W. se
acercaba a la idea de que dicha religión, entre otras,
había descubierto lo crístico sin conocer
directamente a Cristo, o quizás, yendo más lejos,
que Cristo se había revelado a otras culturas, en ese caso
específico a través de los avatares Rama y Krishna
, idea seguida de algún modo en nuestros días, con
sus variantes, por R. Panikar . Todo ello, en busca de las
raíces del sufrimiento y de las vías espirituales y
materiales
para su superación.
La realidad nos devuelve al punto de partida: sólo con
grandes esfuerzos se logrará imponer mejores condiciones
de trabajo, y el individuo volverá a sentirse aplastado
por la necesidad y consumido por el deseo irrealizable; gravedad
que sólo vislumbra la Gracia para poder apreciar lo que le
falta. Pero los ejemplos están ahí: Sócrates,
el picapedrero; Jakob Böhme, el místico zapatero, y
por extensión, los músicos y poetas como Hans
Sachs, salidos de los gremios medievales; Baruch Spinoza, pulidor
de lentes . Si ellos lo lograron, es que resulta posible. Se
trata de promover en el obrero la conciencia de su propia
grandeza: ser capaz de recrear su vida . Sin embargo, llama la
atención de la autora que ninguno de los que han
experimentado la vía mística del trabajo manual haya
dejado algún escrito en el que se explique "cómo
aprovechar el hastío del trabajo" . S.W. no formula la
lógica
pregunta: si se trataba entonces de un camino para seres
excepcionales y no para el común.
De ahí que las dos grandes tareas sean individualizar
la máquina, es decir, crear en el obrero un sentimiento de
unidad con ella, de modo tal que la reconozca como su instrumento
de creación de la realidad, de transformación del
mundo; individualizar la ciencia:
llevar al obrero el conocimiento de los fundamentos de su oficio.
Desde el punto de vista social, S.W. ha caído en la trampa
de aceptar la libertad
sólo como conocimiento de la necesidad, algo que, en
condiciones difíciles, a duras penas permite sobrellevar
el sufrimiento.
Desde el punto de vista místico, S.W. ha encontrado una
clave esencial para la ansiada metanoia: la unidad entre la
extrema grandeza y la extrema miseria, contenida en el ciclo
vida-trabajo-vida . Puede asumirse como una "perpetuidad sin
cambios", dimensión espiritual del trabajo enajenado, y
puede pensarse y vivirse como renovación diaria, humilde y
silenciosa del mundo, del mismo modo como el sol sale cada
día, y al despertarse, el individuo comprueba que, para su
tranquilidad, todo sigue ahí, el mayor y el más
difícil de apreciar de los milagros . Exige además
la muerte propia del grano de trigo , la entrega total a la
materia como sacrificio; en suma, la renuncia al fruto de la
acción , el desapego de la secuencia del acaecer a
través de dicha entrega total al aquí y ahora que
Krishna exigía a Arjûna en la Baghavad Gita . Sin
embargo, S.W. no llegó a captar, según parece, una
dimensión mucho más peligrosa y aniquiladora del
trabajo, surgida de la Endlösung y de su puesta en
práctica, que se tratará más adelante.
La
liberación: ¿terrenal o
mística?
Encontrar la premisa de la liberación exige a S.W.
revisar las más diversas vías místicas,
vinculadas a distintas religiones, porque todas coinciden en el
desapego y en la exclusiva vivencia del hic et nunc. Como ya se
indicó, S.W. encuentra una inquietante relación
entre Jesús y Arjûna : la fuerza, utilizada contra
alguien o recibida contra uno, supone privación de Dios:
por eso el héroe hindú no quería entrar en
batalla; por eso Jesús se vió abandonado por Dios :
"lo infinito del hombre está a merced de un pequeño
trozo de acero;
ésta es la condición humana; el espacio y el
tiempo son la
causa. Imposible manejar el trozo de acero como no sea reduciendo
lo infinito del hombre a un punto en la punta y a un punto en la
empuñadura y pagando por ello un precio
desgarrador" . Todo cambio, hasta el más inocente, es
entonces un acto de guerra disfrazado, que hace aflorar de la
forma más dolorosa la miseria del hombre, pero es a la vez
el único medio de trascender realmente: para quienes lo
han entendido, supone la anulación de sí, aquello
que Schopenhauer llamaba anular la voluntad de vivir. Para
quienes no son capaces de esto, supone la necesidad un sistema social
justo. Aunque la condición creatural traiga consigo el
dolor, pues la justicia posibilita el convertirlo en instrumento
de redención consciente. Es oportuno recordar la
reflexión de Lèvinas a este respecto: "la
souffrance n'a aucun effet magique. Le juste qui souffre en vaut
pas a cause de sa souffrance, mais de la justice qui défie
la souffrance" .
Schopenhauer, como haría después S.W., se
inspira en las Upanishads y en general, en las ideas del
Hinduísmo y del Budismo . El
ascetismo no es un fin, sino una vía mediante la cual el
jivatman, correspondiente al nivel de maya, se prepara para dejar
paso al alma universal. Esto no debe hacer olvidar que el
jivan-mukta deja de ser un hombre normal, en el sentido
convencional del término, pues la renuncia al fruto de la
acción trae consigo el desapego a todas las cosas: vivir
como si no viviera y realizar cada acto de la cotidianidad sin
necesitarlo, sin poner en él su deseo . Llegados a este
punto, dejarían de tener sentido las mortificaciones
ascéticas, pues la vida misma se hace ascesis sin que se
padezca por ello.
S.W. sin embargo se consagró, más que al
ascetismo, al sufrimiento provocado por éste, con un
tesón anómalo. Como señala la
biógrafa que tanto le disculpa y le pasa por alto , su
actitud mostraba a menudo mayor masoquismo que énfasis en
la práctica de la ascesis. Pues el místico llega a
experimentar lo que Francisco de Asís llamaba la perfecta
alegría, es decir, la alegría terrenalmente
incondicionada, por encima de dolores y vicisitudes; la que
Beethoven quiso expresar a través de los versos de
Schiller. Nunca un dolor en el que regodearse.
A lo anterior se une la fuerte repugnancia de S.W. hacia la
sexualidad ,
estrechamente vinculada a su peculiar ascesis: "privación
para que no prevalezca el objeto del deseo: eso es castidad" . En
sus reflexiones acerca de la dimensión carnal del amor,
llega a decir: "si el amor
satisficiera su deseo, sería la realización del
pensamiento vedántico. Pero aquí abajo le resulta
imposible hacerlo" , por cuanto el Vedanta aspira a la
unión con la Unidad absoluta. Un deseo que no aspira a la
unión con un ser determinado: eso sería lo deseable
, y por ello S.W. examina detenidamente el amor homosexual sin
carnalidad idealizado por Platón,
y considera el amor más perfecto el que tiene lugar entre
hombre y mujer cuya
unión la castidad hace imposible. De ahí que el
amor cortés, tan vinculado con los cátaros–por los
que la autora sentía una particular inclinación–y
la mística sufi–evóquese el amor de Layla y
Majnún –constituyan ejemplos de amor perfecto,
sublimaciones del irrealizable amor homosexual . Pues el sexo es mal,
impureza, contaminación , salvo cuando se dirige
sólo a la procreación y no supone deseo ni goce, de
modo que "apenas habría diferencia entre un monje y un
padre de familia".
Esta radical negación de los instintos que realiza S.W.
va mucho más lejos que las regulaciones sexuales
cristianas o en cualquier religión, salvo en el
Judaísmo, en el que la autora no cree que exista castidad
alguna, al menos en el bíblico , idea a menudo reiterada,
sobre todo en los Cuadernos. Cabría preguntarse en
qué consiste para S.W., más allá de la
exigencia de reformas sociales, por lo demás en favor de
ambos sexos, el mensaje feminista de alguien que siente tanto
desprecio por la sexualidad, sea o no este sentimiento el
resultado de algún trauma personal.
Para superar realmente al Hinduísmo y a otras
religiones orientales y lograr el exclusivo protagonismo en el
camino de la Redención, el Cristianismo tendría que
asumir lo que, según S.W., sería su "verdadera
condición", y es la de no reconocerse heredero del
Judaísmo, con la consiguiente exclusión de la
Biblia de los libros que comprende el llamado Antiguo Testamento.
Tampoco habría que asumir la condición de
judío practicante de Jesús, ideas nada novedosas
por cierto, rebatidas ya por Orígenes en su escrito Contra
Celsum . Durante la segunda mitad del siglo XIX, el tema
había sido retomado en las discusiones teológicas
protestantes, marcadas por la teología liberal. Von
Harnack en especial había replanteado dicha idea. Todo
esto, sin olvidar que la Iglesia
Católica ha hecho hincapié tradicionalmente en el
Dios de Israel como "justiciero y cruel", a su juicio, mientras
que el Dios predicado por Jesús sería "amoroso y
compasivo", idea que ha hecho un daño incalculable y que
sólo en los últimos tiempos se ha procurado
superar. S.W. no deja de presentar–pero sin explicar–por
qué tal escisión entre Judaísmo y
Cristianismo debe producirse: "los musulmanes
continuaron la misión de
Israel. India y
China han
permanecido igual. El Cristianismo tomó el relevo de
Egipto, pero
también de Grecia" .
Además del interés que tendría una
investigación sobre las analogías
y/o posibles influencias de R. Guénon sobre S.W.–y esto
sea dicho como simple sugerencia–habría que preguntarse
qué misión tenía exactamente Israel en
opinión de la autora, por cuanto lo considera un pueblo de
pecadores, cuyo monoteísmo constituye un pecado porque
su Dios es un monstruo abominable al que llega a comparar con
Hitler , en
quien, por cierto, el nazismo
esotérico veía, y aún ve, un avatar
vishnuíta, que llega a marcar el inicio de una era .
Señala además que las causas de los excesos
represivos del Cristianismo y hasta la opresión social
provienen, desde el punto de vista espiritual, de la servidumbre
que persiste en muchos cristianos con respecto al Judaísmo
y a Roma: la
cristiandad "concibió la Providencia a la manera del
Antiguo
Testamento. Sólo Israel podía oponer resistencia a
Roma, porque era el único que se le parecía,
razón por la cual el naciente Cristianismo llevaba la
mácula romana ya antes de ser la religión oficial
del Imperio" . Para colmo de incongruencias, la idea
islámica de Dios se mezcla con la de un Estado que no ha
llegado a ser: "es el Dios de una guerra de razzias" . Entonces,
¿de qué misión es heredero el Islam?
En cualquier caso, el Cristianismo deberá retornar a la
religión griega, en especial a la órfica, su
"verdadera" fuente, según S.W. De poco parecen valer para
ella las palabras de los Evangelios en las que Jesús
afirma no haber venido a negar la Ley–judía, por
supuesto–sino a cumplirla, y condena a quienes incumplan el
menor de sus mandatos . Haciendo balance, Dios se habría
encarnado en muchas ocasiones, y las de Melquisedec, rey de Salem
, Jesús y Krishna serían especialmente dignas de
atención, aunque en Egipto y Grecia tampoco habrían
faltado ejemplos .
Más arriba se había prometido retornar sobre el
tema del paganismo, la idolatría y de sus posibles
perjuicios para la humanidad, por cuanto el fascismo había
sido calificado, y de forma muy certera, de idólatra por
S.W. Aquí se encontrará el lector con valoraciones
muy antiguas: "Platón anuncia con seguridad la
llegada de Cristo. Y la Sibila también" . Sobre estas
profecías se habían pronunciado ya los primeros
Padres de la Iglesia, sobre todo Agustín de Hipona , a
partir de la elaboración de la doctrina sobre la prisca
theologia. El especial interés de S.W. en la historia del
Santo Grial , de marcada influencia cátara, muestra que
para ella resulta más cercana la versión del
"Cristo ario"–tan propagada desde hacía más de un
siglo, y asumida en su época por nazis y
simpatizantes–que la bíblica, y con ésta, la
recuperación del paganismo. Lo resume así: "Notre
civilisation ne doit rien a Israël et fort peu de chose au
Christianisme; elle doit presque tout à l'antiquité
pre-chrétienne (Germaine, Druides, Rome, Grèce,
Egéo-Crétois, Phéniciens, Egyptiens, Babyloniens…)"
.
Habría que preguntarse si, además de su
pertenencia a la mencionada corriente de lo que
llamaríamos "cristianismos nacionalistas", S.W. persigue a
la larga una convergencia histórica inicial o final de
todas las religiones, una suerte de religión universal, o
si "sólo" pretende descaracterizar al Judaísmo y
negar, o disminuir al máximo, su papel y/o importancia en
la formación del Cristianismo y de la civilización
occidental . Sería necesario esclarecer también si,
para S.W., religión y civilización coinciden, y en
todo caso, qué relación guardan entre sí, y
por qué la doctrina fascista (excluyendo sus métodos
criminales) no tendría razón, pues justamente
plantea que la civilización occidental nada debe a las
razas consideradas inferiores .
Pero las sorpresas continúan: en Egipto existía
un ritual de sacrificio idéntico a la Eucaristía ,
al mismo tiempo que muchos pueblos (India, Egipto, China, Grecia)
poseyeron Sagradas Escrituras "révélées au
même titre que les Ecritures
judéo-chrétiennes" , y que existían,
demostrado por las propias Escrituras bíblicas, un
conocimiento de Dios y un culto "situés sur le plan même
du christianisme et infiniment supérieurs à tout ce
qui a jamais éte possédé par Israël" ,
para agregar a continuación que nada impide suponer una
relación entre Melquisedec y los misterios
antiguos; ni nada tampoco lo demuestra en principio,
podríamos agregar, sin una investigación especial a
este respecto.
Sería bueno preguntarse por qué entonces,
según la autora, el Cristianismo debería
"desjudaizarse", si sus Escrituras parecen formar parte de la
Revelación divina, según estas palabras.
¿Indaga una vez más en el tema de la prisca
theologia? Si se recuerda que ésta se refería a la
Revelación recibido por Moisés y por el pueblo
hebreo en el monte Sinaí, que habría sido
transmitida a todos los pueblos con las consiguientes
transformaciones, idea que desempeñó un importante
papel en los inicios de la Modernidad y especialmente en la labor
misionera, vuelve a surgir la pregunta sobre el porqué de
la necesidad de desjudaización de la Iglesia y de lo poco
que Occidente debería a los judíos. De modo que no
queda otro remedio que pensar que, según S.W., en la
Antigüedad pre-cristiana existieron mensajes superiores al
de Israel…"peut-être", añade siempre.
A partir de la doctrina de las semillas del Verbo, enunciada
por los Padres de la Iglesia, S.W. parece acercarse, mediante
extrapolaciones, a una especie de religión universal,
siempre cristiana, aunque encubierta bajo las apariencias
del politeísmo, cuyo núcleo serían las
sucesivas encarnaciones de Jesús, fuese como Melquisedec,
como Krishna o como otros personajes, punto de vista coincidente
con el Cristianismo desjudaizado al que S.W. aspiraba, idea muy
en boga entre los Gottgläubigen seguidores del fascismo . La
especulación se vuelve aquí tan tendenciosa como
carente de fundamento. Tendenciosa en su obsesión por
rebajar la importancia del Judaísmo en la historia del
monoteísmo, y en especial, del Cristianismo, en favor de
un universalismo pagano-cristiano, según el cual toda
religión pre-cristiana, salvo el Judaísmo,
habría anunciado a su modo el advenimiento de Jesús
y anticipado algunas de sus doctrinas.
Es rendir tributo a la justicia expresar aquí que todo
estudioso desprejuiciado de las religiones experimenta con gran
frecuencia la tentación de convertir las analogías
en nexos y de encontrar el monoteísmo, al menos como
trasfondo último, en todas las religiones, porque es
cierto que, en más de un caso de aparente
politeísmo, hay un trasfondo panteísta,
según el cual las deidades no son sino manifestaciones de
la única divinidad, que subyace en todas ellas. Sin
embargo, esto no es una razón suficiente para extender a
todas las religiones esta característica, y menos
aún para olvidar que monoteísmo y politeísmo
conviven a menudo en la religiosidad popular de varios
países. Por último, más allá de la
perspectiva confesional del investigador, ha de imponerse la
necesidad de pruebas que proporcionen categoría
científica a lo que, de lo contrario, sería un
peligroso fantaseo, conducente a la manipulación de la
realidad histórica y de las ideas.
A partir de esta idea, se hace posible comprender el
significado para S.W. de lo que se denomina idolatría: es
en gran medida una ficción "du fanatisme juif. Tous les
peuples de tous les temps ont toujours été
monothéistes" . En consecuencia con esto, añade que
Baal y Astarté eran "peut-être", verdaderas imágenes
de Jesús y de la Virgen. De modo que, lo que creemos
idolatría, incluyendo los sacrificios humanos y
mutilaciones rituales correspondientes, condenados por las
Escrituras bíblicas, es en realidad un culto tan puro y
válido como el cristiano, pues la verdadera
idolatría es la codicia , y como sostén de esta
opinión cita a San Pablo .
Una vez más se pone de manifiesto el desconocimiento de
las fuentes judías por parte de S.W.; en los textos
hasídicos se expresa una idea similar: "La
adoración al dinero, al
igual que la idolatría, proviene de una falta de confianza
en Dios" . El fundamento de esta equiparación está,
a nuestro juicio, en Marx y no en los autores cristianos. No se
olvide la caracterización criminal del capital que
éste realiza, sobre todo en la obra homónima,
además de su constante referencia a los judíos y
los peores aspectos del capital como aspectos indisolublemente
vinculados. El mejor destino que podría esperar a Israel
es su extinción, en forma de asimilación radical.
Sin olvidar el silencio de la autora frente a la tragedia vivida
por los judíos.
A S.W., tan lúcida en relación con las formas
enajenadas del trabajo humano, parece haberle pasado inadvertido
el segundo de los peligros que para la humanidad representa el
holocausto
nazi, una importante faceta que hace temer con razón por
su posible influencia en otros tiempos y en otros medios: supuso
un nuevo modelo social y del trabajo, basado en una esclavitud
conducente al exterminio; es decir que la degradación, el
deterioro y la muerte de los esclavos dejan de ser consecuencias,
de la esclavitud o de los procedimientos de esclavistas
particularmente crueles para devenir finalidades. El trabajo
esclavo sería a la vez la vía más
generalizada para llevarlas a cabo y un modo de sacar
algún provecho de las energías de dicha mano de
obra; digamos, que las víctimas costearan su propia muerte
y dejaran además alguna ganancia .
Excluído el desconocimiento de la barbarie
antijudía nazi por parte de S.W., sólo
quedarían dos opciones para explicarlo:
¿aprobación secreta, fundamentada en
crímenes supuestamente cometidos desde siempre por los
judíos, culminantes en la muerte de Jesús, que
sólo pueden expiarse con el más horrible de los
martirios? ¿abstención de juicio? ¿por
qué no amar a los judíos, o al menos sentir
compasión por ellos, aun siendo un pueblo de malvados, si
cree que es obligatorio amar especialmente a los peores de entre
los hombres? No es posible responder sino sólo suponer,
porque no hay una declaración explícita de la
autora.
Los elementos de juicio existentes, sin embargo, permiten
formular otras preguntas importantes: ¿fue la ascesis que
la condujo a la muerte, un modo silencioso de recorrer el mismo
camino de los mártires de la Shoah, con el fin de eliminar
a la judía que había en ella? Pues el pertenecer,
aunque no fuera de intención, sino "sólo" por
nacimiento, al pueblo que consideraba maldito, supondría
para ella una culpa irremisible en vida, como un estigma
heredado. ¿O estamos frente a otro tipo de
inmolación? . En el acta de su deceso se estableció
el suicidio como
causa de la muerte. Sus devotos lo han negado, para sustituirlo
por la muerte resultante del ascetismo, propia de ciertos santos
cristianos . Pero aceptar la muerte, venga como venga, imponerse
ciertas mortificaciones y aun anhelarla como vía hacia la
presencia divina, lo que se dice en los propios Salmos es muy
distinto de la búsqueda del sufrimiento hasta los
últimos límites que S.W. se autoimpuso, siempre
pensando que la vida es una transgresión que se paga
devolviéndola.
Téngase en cuenta que, de ser cierto lo expresado en la
primera interrogante, implicaría que la misión
redentora de Jesús no abarcaría al pueblo
judío, ni siquiera a quienes hubieran reconocido a
Jesús como Cristo. Esta negación del carácter universal y absoluto de la
Redención, tal y como la entiende el Cristianismo, no
sólo constituiría un grave error, incluso una
herejía para cualquier Iglesia cristiana, sino que
anularía un importante elemento doctrinal, con los
consiguientes problemas
teológicos derivados de dicha negación. Pues, de
acuerdo con la interpretación ortodoxa de los Evangelios,
la segunda venida de Cristo se produciría cuando el pueblo
judío hubiera aceptado a Jesús como Mesías e
Hijo de Dios, en el sentido de compartir su divinidad .
¿Cómo fue posible que, ante los ojos de los
devotos casi incondicionales de S.W., esta cuestión
fundamental pasara casi en silencio, o que intentara justificarse
de todos los modos posibles? ¿Deslumbramiento ante su
personalidad y
vida interior ? ¿Vieron quizás en ella–como en
Edith Stein, tan diferente–un posible "ejemplo" a seguir por el
pueblo judío en general, un camino que, de ser masivamente
seguido por los judíos, permitiera completar la
Redención?
Pero la autoaniquilación de S.W. y sus posibles causas
evocan de inmediato las lúcidas reflexiones de G. Steiner:
"Sin los judíos no habría, no podría haber
existido la cancelación del hombre que fue Auschwitz, una
cancelación paralela a la encarnada en el recuerdo
judío de la negación de lo divino en Jesús.
Borrón por borrón. El eclipse de la luz sobre el
Gólgota y el agujero negro en la historia de la Shoah. La
oscuridad llamando a la oscuridad y los judíos implicados
de un modo central en ambas" . Con su propia muerte provocada y
tal vez sin proponérselo, al menos no conscientemente,
S.W. retornaría de algún modo a la posición
judía que nunca había profesado.
La segunda posibilidad, es decir, que la mortal ascesis a la
que se sometió estuviera basada en otros motivos, abre al
menos la posibilidad de que se ofreciera en sacrificio al modo de
las religiones paganas, tan cercanas para ella al Cristianismo, o
en una peculiar Imitatio Christi. Pues hay un aspecto abismal de
lo divino en el que S.W. intenta adentrarse, reiterado a menudo
en la Biblia judía y reelaborado en el Nuevo Testamento en
la muerte de Jesús como sacrificio redentor: "El mal,
tercera dimensión de lo divino. Soledad del hombre.
Distancia de Dios. Trascendencia" . Pero ocurre que el Dios de
Israel no admite sacrificios humanos , sino que los condena , y
aun los de animales, cuya
función
consistía en purificar al pueblo, desagradan al Creador,
si no está el corazón dispuesto, si se piensa en la
muerte material de las víctimas y no en el sentido
espiritual de ésta.
Esclarecer la verdadera religiosidad de S.W. permitirá
entender mejor su muerte, fruto de ella y asombrosamente similar
a la exigencia de Schopenhauer, anulación de la voluntad
de vivir, llevada hasta sus últimas consecuencias. Tal vez
en su magnífica intuición sobre la segunda guerra
mundial como guerra de religiones se encierre una respuesta
posible no sólo para el problema de su muerte sino
también para el de su religiosidad y la religión
universal cuyos perfiles quizás trazaba. Indagar en este
sentido podría arrojar importantes conclusiones.
¿Vería claramente en todo caso la extraña y
malvada analogía entre aquel culto pagano que arrojaba
niños
al fuego, los antiguos sacrificios alquímicos a los hornos
y el funcionamiento de los crematorios nazis?
En resumen, una judía que abominó del
Judaísmo; una cristiana que no llegó a serlo; una
seguidora de Marx que rechazó importantes ideas de Marx;
una predicadora del amor universal absolutamente insensible y en
todo caso muda ante la tragedia más terrible del siglo XX,
y a juicio de muchos, de todos los tiempos; una reformadora del
trabajo y de las condiciones de vida de los obreros que no
vió la perversión extrema del orden social y del
trabajo que el Holocausto traía consigo, como
maléfico mensaje para el futuro; una buscadora de una
religión universal que condenaba al Judaísmo
desconociendo su humanidad e influencia, mientras que idealizaba
y justificaba todo tipo de excesos y crímenes de las
restantes; una feminista que sentía horror hacia el sexo;
una reformadora social que exigía redimir el trabajo y
procuraba para sí misma todo el dolor y la enajenación que éste puede generar;
una asceta que se negaba a comer sin privarse del tabaco bajo
ningún concepto. En
resumen, un ser torturado y contradictorio hasta el absurdo,
muchas de cuyas ideas merecen ser esclarecidas y desarrolladas. Y
que a causa de otras, es quizás digno de
compasión.
Lourdes Rensoli Laliga
Madrid,
Pascua de 2003/5763
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citarán en las notas).
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– La Santa Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento. Versión
Reina-Valera. Sociedades Bíblicas Unidas. México,
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Obras generales:
Se citarán todas por el apellido del autor, a menos que
haya más de una obra del mismo, en cuyo caso se
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Artículo extraído de Opinatio.com
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