Hör auf, mit deinem Gram zu
spielen,
der, wie ein Geier, dir am Leben
friest:
Die schlechste Gesellschaft lässt dich
fühlen,
dass du ein Mensch mit Menschen bist.
(1)
Angelus Silesius
Este trabajo
sintetiza las principales ideas de la monografía inédita: Tat twam asi:
el sueño de Arthur Schopenhauer.
El final del siglo XVIII y el inicio del XIX marcaron un
momento singular en el diálogo
intercultural objetivamente establecido entre Europa y el
Oriente, cuya primera etapa significativa se había escrito
en la Edad Media,
con Al-Andalus y las Cruzadas y la segunda en el siglo XVII con
las noticias que
sobre todo misioneros católicos enviaron a Europa sobre el
pensamiento de
la India y
China. Las
ideas de civilización y de hombre
civilizado habían cambiado poco a poco para el Occidente
europeo: de la mitología contenida en el Orbis
Terrarum medieval, tomada en buena medida de Plinio el Viejo,
de Claudio Ptolomeo, de Aristóteles, se pasaba al conocimiento
directo del ser humano en otras regiones del planeta y en otras
culturas.
El tránsito a una nueva visión se produjo
lentamente. Los descubrimientos geográficos del Renacimiento
habían proporcionado elementos para un conocimiento
diferente del mundo y del hombre que no fueron asimilados de
inmediato. No resultaba fácil para Europa subvertir la
visión fantástica del "otro" procedente de la Edad
Media y plasmada, por ejemplo, en la descripción de los árabes como seres
monstruosos en la Chanson de Roland, similares a los
gigantes de los albores del mundo que describe la Biblia. Basta
recordar la imagen de los
antípodas, de las criaturas de regiones
distantes–trogloditas, hiperbóreos, australes–descrita
en cualquier Orbis Terrarum medieval para comprender que
se hallaban al margen de lo humano, en todo caso al borde. Los
descubrimientos, exploraciones y colonizaciones marcaron la
profunda transformación de esta idea.
Basta revisar las obras de un sabio como Athanasius Kircher,
por ejemplo, para comprender lo sucedido: al resultar imposible
continuar concibiendo la figura del hombre no europeo como un ser
fantástico, diferente del prototipo humano "real"
proporcionado por Europa, la mitología sobre otras
regiones del mundo se traslada a las costumbres, creencias e
ideas, y a la naturaleza de
tales sitios. En Mundo subterráneo o en China
Ilustrata –concordantes con el Atlantem Sinici de M.
Martinius–, Kircher refiere episodios como el de una caverna
situada al borde de una de las montañas del Himalaya, cuya
homóloga se encuentra en Los Andes, donde se escuchan
gritos espeluznantes, probablemente del diablo(2). Describe
asimismo la presencia de salamandras y aves
fantásticas en dichos lugares, del mismo modo como lo
harán viajeros como don García de Silva y Figueroa
en su relación sobre la India incluída en la
crónica de su viaje a Persia(3). Por lo tanto, la imagen
del "otro" dejaba de ser la del monstruo para convertirse en la
del hombre de costumbres extrañas, inaceptables, cuando
menos de ideas erróneas, ya fuese por desconocimiento de
la verdadera fe, ya por no aceptación de ella.
La explicación de este último hecho era clara
para muchos: carencia de luz natural, lo
cual les hacía predispuestos a las falsedades y
supersticiones e incapaces de comprender la verdad de la fe
cristiana y de las costumbres civilizadas. Un ejemplo es el rasgo
cuya veracidad remite Martinius al propio Aristóteles:
"Los de Europa somos más forzados y valerosos que los
chinas, pero ellos sobrepasan en ingenio; su sagacidad es mucha
pero fraudulenta y cavilosa"(4).
El siglo XVII fue el escenario de un cambio
desigual en dicha visión. Señalaríamos al
menos tres vertientes de la misma. Una de ellas, la de Kircher,
ya descrita. Otra, la de personalidades tan avanzadas como
John Locke o
G.W. Leibniz. Que el primero señale como ejemplo de la
inexistencia de las ideas innatas que pueblos lejanos no posean
las mismas que Europa, que el segundo sitúe el pensamiento
y la civilización chinas al nivel de los europeos–y en
ciertos casos, por encima(5)–, son muestras de que una nueva
mentalidad se forja: se extienden las "fronteras de la
humanidad", para citar el conocido poema de Goethe; se admite que
la humanidad significa multiformidad. Esta variante, sustentada
en el siglo XVII por mentalidades muy avanzadas, sería
desarrollada realmente a partir del siglo XVIII, y su obvio
complemento fue una conciencia
creciente del dialogo
intercultural y sus implicaciones.
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