- La fuga
del presente - La
autoridad del proyecto - El
tiempo del proyecto - La
sustitución de lo sagrado - La
educación que viene
La fuga del
presente
Preguntarnos por el futuro de la educación, por la
educación
"en el siglo XXI" es una de esas ocupaciones que,
confesémoslo, casi nunca retribuye la inversión. Podría escribirse
—quizá alguien en este mismo momento esté
haciéndolo— una historia o un compendio de
las brillantes predicciones que han terminado engrosando el ya
inmenso archivo integrado
por las tonterías y los disparates disfrazados de
profecía científica.
Tendremos que partir de una constatación preliminar,
así parezca amarga: el futuro no existe sólo existe
en la imaginación de esos primates que si algo distingue
del resto de la naturaleza es
precisamente que no se resignan a no tenerlo. Pero, junto a esta
evidencia, hay que hacernos cargo de otra cosa, más amarga
si cabe: en el fondo, toda cultura es una
negación del presente en nombre de eso que
—todavía, dirá el soñador junto con el
"hombre de
acción"— no existe.
Suprimir, comprimir o reprimir lo inmediato, guardarlo para
después, ponerlo a trabajar para que siga habiendo
tiempo: eso es
la cultura, eso es el espíritu. Perder lo ganado, ganar lo
perdido.
Ahora bien: si preguntamos por el futuro es también
porque el presente nos resulta inhabitable, porque no sabemos
qué hacer con él, porque el presente es excesivo,
porque no podemos pensarlo, porque, en rigor, ya lo veremos, ni
siquiera "es".
Sin duda, es más fácil (y, al cabo, menos
comprometedor) decir cómo serán las cosas que decir
cómo son y cómo podrían ser ahora mismo y de
qué manera están dejando de ser lo que son.
No sabemos, ni podemos, pensar el presente. Pero debe
agregarse enseguida que se han ensayado diversas estrategias para
no quedarnos sin hacer algo útil al respecto. Una de ellas
parte de la idea de que el presente sólo se explica por el
pasado. Todo lo que es tiene una razón, es decir: una
causa. Los problemas se
heredan, las cosas son siempre el resultado y el efecto de cosas
o estados de cosas antecedentes. Pensar el presente equivale a
saber cómo ha llegado a ser lo que (ahora) es. El presente
no es más que lo que resta del pasado.
A la inversa, hay otra estrategia que
parte del futuro: el presente se explica por el punto al que
tiende, por lo que (necesariamente) será, por el horizonte
al que apunta. Los fines ordenan, desde su inexistencia, lo que
(ahora) hay. El presente existe en virtud del Proyecto, las
cosas deben ser sometidas al Plan, con
independencia
de que éste sea divino o sea humano.
Es decir: o bien somos lo que la historia ha hecho de (con)
nosotros, o bien somos lo que nosotros nos proponemos llegar a
ser: así se presenta, en sus términos más
generales, la alternativa. Pero, en uno y otro caso, eso que
(ahora) somos sigue sin ser —propiamente— pensado.
Del futuro hay imágenes
(escenarios, dicen los entendidos) y del pasado hay restos,
ruinas, huellas, inercias. El pasado pesa, como dicen. Pero si
pesa es porque las fuerzas que lo llevaron al presente ya no
operan ahora, o no operan del mismo modo y con la misma
inten-sidad. Esa fuerza ha
pasado. El presente es lo único que (efectivamente) hay,
pero ¿podemos saberlo, podemos (efectivamente) hacer algo
con él? ¿Podemos discernir las fuerzas que lo
constituyen y a la vez lo disuelven?
El presente, el instante, es (lo) impensable. O, para decirlo
en un tono menos dramático, lo único que puede
hacerse es pensar la fuga del presente, la pérdida del
tiempo.
Pensar es esa pérdida.
La autoridad del
proyecto
Nos reunimos en este presente, comparecemos en este espacio
para atender y considerar, básicamente, una pregunta:
¿Cómo podrá ser la educación?
¿Cómo serán las instituciones
educativas del futuro? ¿Cómo podrán
tener futuro los dispositivos educacionales? El poder ser, en
este caso, se confunde irremediablemente con el deber ser: el
presente se juega y se deja discernir por lo que no es, se mide
con la vara de lo que tendría que llegar a ser o evitar
por todos los medios
ser.
Por supuesto, esta pregunta es interesante, pero acaso lo
verdaderamente inquietante es preguntar, previo a toda
profecía y a todo pronóstico, antes aun de mezclar
el deber con el poder ser, de qué manera nos imaginamos el
poder saberlo. ¿Cómo sabríamos, ahora, lo
que será dentro de cinco, diez, cincuenta, cien
años? ¿Cómo podemos creernos capaces de
saberlo? ¿Es posible ver lo que no es? ¿Sabemos lo
que existe ahora? ¿Cómo se enlazan nuestras
expectativas de futuro con lo que imaginamos que ahora es un
"hecho"?
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