"La resistencia a la
sociedad es
resistencia a su lenguaje" (T.
Adorno)
"La literatura es también
trágica porque recomienza continuamente, entera, poniendo
en suspenso todos los datos del mundo,
sin saber si los recuperará a través de la praxis
poética, y en esto se opone fundamentalmente al
espíritu de los mass-media que parte del falso contexto de
un mundo preestablecido y no cuestionado" (Juan José
Saer)
Adorno y Saer son hoy dos nombres del consenso. No siempre lo
fueron. Si algo aduna la impronta de sus respectivas
prácticas textuales es el mantenerse siempre al margen,
lejos del bullicio engañoso de la, así llamada,
consagración intelectual. "Deriva, errancia,
pérdida, devuelven una imagen más
prójima al dolor y la soledad que a la felicidad que
otorga el afincamiento de una certeza
cobijadora"[1]. La definición de Ricardo
Forster para sintetizar la empresa
adorniana, puede ser enteramente aplicada a la de Saer. En un
trabajo lento,
tenaz y empecinado, han elaborado una obra que, si bien ha
conocido el reconocimiento público, este ha llegado casi
tardíamente, a destiempo con respecto al núcleo de
sus respectivas producciones.
"No tenemos necesidad de institutos de investigación -dice con ironía el
maestro George Steiner en una vieja pero actual entrevista–
sino de habitaciones silenciosas donde se aprenda a leer
alrededor de una mesa. El fracaso de nuestra cultura es el
miedo al silencio"[2]. Es afrontando el silencio,
como recomienda el maestro, en una labor siempre desplazada de
los lugares habituales de consagración, al margen del
gusto prefabricado, en una labor coherente a sus propios presupuestos,
intentando preservar siempre su propia autonomía que ambos
autores construyeron su obra.
En este trabajo intentaremos varias cosas. Por un lado, y
después de realizar un breve recorrido por la historia y aportes de
la Escuela de
Frankfurt, analizar la clara influencia de la teoría
estética y de la crítica
de la industria
cultural adorniana en la crítica
literaria saeriana. Escrita ésta última con el
objetivo de
construir "una serie de normas personales
para ayudarme a escribir alguna narración que justifique
tantas páginas borroneadas"[3] la misma
posee una vital importancia pues su autor ocupa un lugar central
en el desarrollo de
la poética argentina de los últimos 25 años.
Saer es un hombre faro de
la literatura
argentina actual, gran parte de la suerte del
importante legado adorniano en argentina se debe a su labor
epigonal. Saer sin Adorno es indescifrable, pero, al mismo
tiempo, la
recepción actual de la obra de Adorno en Argentina
está condicionada por algunos presupuestos de lecturas,
algunas orientaciones o inclinaciones que debemos a la labor
discipular de Saer.
En segundo lugar, intentaremos desplegar la hipótesis de que ambos autores comparten
una misma ética y
estética de la praxis poética: la poética de
la negatividad. Si la creación estética, si el
verdadero arte, es
autónomo respecto de la repetición mercantil
idiotizante de la industria cultural, no es porque describa las
realidades de la explotación capitalista creando conciencia y
empatía en las masas explotadas y oprimidas -como lo hace
el realismo
socialista staliniano- de ser así, tanto para Saer como
para Adorno el verdadero arte perdería toda
autonomía, pues sería el mero apéndice de un
programa
político-partidario. Por el contrario, el verdadero arte
es autónomo porque en su propio hacer constituye un
intersticio subversivo, una puesta en suspenso al mundo
instrumental opresivo de la cosificación capitalista. Para
ambos autores, entonces, el arte ensancha las sendas de la
utopía, la abertura a los posibles. El verdadero arte
prefigura lo que la humanidad, arrancándose el chaleco de
fuerzas de la opresión serializada de la sociedad de masas
mercantilizada, puede llegar a ser, pero aun no es.
En la historia del pensamiento
crítico y emancipatorio del siglo XX la llamada Escuela de
Frankfurt ocupa uno de los principales lugares. Entre el
pensamiento crítico y el llamado a la praxis
transformadora, entre los intentos por mantener una relativa
autonomía política y los
contactos con el Instituto Marx-Engels
dirigido por Riazanov, el Instituto de Investigaciones
Sociales surge de los encuentros de la Semana de Estudios
Marxistas en la Alemania
aún pos-revolucionaria de 1923 organizados por
Friedrich Pollock, Felix Weil, etc., los cuales no sólo
tuvieron lugar en presencia de militantes partidarios e intelectuales
de la izquierda emancipatoria, sino que en gran medida estuvieron
dedicados a la discusión de Marxismo y filosofía, un texto de Korsh
que se publicaría durante ese mismo año y que
estaba precisamente centrado en la conexión normativa
entre la construcción teórica marxista y las
estrategias para
la acción
revolucionaria. Como producto de
estas jornadas de pensamiento marxista es creado el Instituto en
Febrero de 1924, gracias al aporte cuantioso del padre de uno de
sus promotores: Felix Well. Es importante recordar que, si bien
el Instituto era asociado a la Universidad de
Frankfurt, mantenía su autonomía, tanto
académica como económicamente.
La conformación del Instituto es contemporánea
de la recuperación de las raíces hegelianas del
pensamiento de Marx. El énfasis de Hegel sobre el
papel de la conciencia como constitutiva del mundo desafiaba al
materialismo
progresista y pasivo de los teóricos de la Segunda
Internacional. Un marxismo
más volcado a la acción transformadora de los
sujetos era el complemento de alma de las
oleadas revolucionarias post-revolución
bolchevique. Tanto el citado Marxismo y filosofía
de Karl Korsh, como Historia y conciencia de clase de
Georg Luckács, fueron los estímulos que más
influyeron a principios de la
década de 1920 para reposicionar el papel posible de una
filosofía de la praxis subjetiva marxista. Esta labor de
retomar-resituar el legado marxista hecho por Luckács o
Korsh es muy importante, pues en la década del 30
serán los jóvenes del Instituto quienes, en otro
contexto y con el psicoanálisis y la catástrofe nazi
de por medio, tomarán esas banderas.
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