En franca contradicción con lo anteriormente expresado
en otro párrafo
la autora presenta lo ya descrito como tradicional como una
novedad de la época: "Cuanto mayores sean los logros
personales en la educación y
el trabajo,
más caro se vende el sujeto en el mercado
matrimonial. Esta tendencia se observa sobre todo entre algunos
jóvenes varones exitosos, que requieren un proceso
terapéutico que los ayude a superar, ya no, como antes, la
represión del deseo sexual, sino la desestimación
del afecto."
Se vuelve a desvalorizar la importancia del deseo sexual en la
economía libidinal del hablante para
sustituirla por una vaga psicología
sentimental. A los varones que han invertido su libido en la
educación
y el trabajo a fin
de obtener valor en el
mercado matrimonial no les será difícil conseguir
mujeres que los admiren por sus logros e incluso les ofrezcan
algún servicio
sexual a cambio de la
renta mensual que perciben (algunos matrimonios funcionan como un
ejercicio encubierto de la prostitución). Lo que probablemente les
cueste es conseguir mujeres con las cuales gozar realmente del
sexo, sin que
justamente lo real quede elidido por la transacción
comercial. Indicio de esto es el éxito
que han tenido los medicamentos para las llamadas disfunciones
eréctiles, usados por gran cantidad de jóvenes
impotentes, principiantes asustados o apostadores a la potencia
eréctil como valor fálico único.
Porque éste es uno de los efectos de lo que I.M. llama
haber cuestionado el prestigio del amor-pasión y haber reflotado la
racionalidad para la elección de pareja. Como ella misma
lo decía anteriormente no había amor-pasión
en esos matrimonios sostenidos por la costumbre idealizada de la
época. Se habían reducido a un intercambio
simbólico. Y la supuesta reflotada racionalidad de los
"individuos posmodernos que intentan ser razonables como una
estrategia para
evitar los traumas derivados de las rupturas amorosas, con los
que estos hijos de la generación del divorcio se
han familiarizado. Los fracasos conyugales de la
generación de sus padres los han traumatizado y ellos son
cautelosos a la hora de comprometer sus afectos y desplegar
ilusiones. No es necesario que haya existido un divorcio maligno
entre sus padres. En muchos casos, la experiencia de amigos o
parientes basta para alertar a esta generación contra los
padecimientos derivados de las ilusiones totalizadoras, y el odio
que con frecuencia surge cuando éstas claudican." Meler
interpreta que lo racional se juega en la experimentación
previa con distintas parejas que pueden disolverse
fácilmente antes de encontrar aquella con la cual
formalizar. La necesariedad traumática del sexo se ve
aquí reducida a la contingencia del divorcio parental y
hasta de algún amigo o pariente. Reducir lo real del sexo,
los puntos de imposibilidad de la relación con el otro
sexo, al efecto de la inclusión del hablante en el linaje
familiar, es leer las estadísticas reduciéndolas a sus
causas simbólicas y circunstanciales. Cabe señalar
que allí donde el deseo sexual se encuentra realmente
jugado, suelen hacerse presente con fuerza entre
otros, afectos como el amor y el
odio, que nunca marchan separados. Las relaciones que I.M. llama
desafectivizadas suelen ser efecto de una fuerte represión
y transformación de lo más singular del deseo
sexual. Dicha represión no impide que la persona mantenga
variadas relaciones
sexuales con una o más parejas, siempre y cuando no
ponga en juego sus
goces más íntimos. Vale en este punto la
anécdota de la actriz porno que interrogada por el
director de la película sobre lo que estaba dispuesta a
hacer delante de las cámaras, contestó: "de todo",
y cuando le fue pedido que se masturbara se negó
rotundamente diciendo que eso era muy íntimo. La actriz
porno en un punto, resultó tan reprimida como
cualquiera.
Sigue Meler: "El amor se nutría, tal como lo
describió Freud, de la
satisfacción de las grandes necesidades vitales. Los
sujetos hegemónicos se mostraban remisos a comprometerse,
ya que su capital
simbólico era elevado. Las mujeres, bien lejos de la
inaccesibilidad narcisista descrita por Freud en 1914,
sostenían la institución conyugal con su
dependencia y con la idealización de su proveedor."
Cuando una pareja se hallaba tan tomada por el ideal cultural
que ello hacía obstáculo al juego de los deseos de
ambos partenaires, la cuestión podía hallar
algún paliativo haciendo entrar amantes o prostitutas. Si
el hombre
hubiera sido tan hegemónico como se lo imagina no hubiera
temido poner en juego su capital simbólico. He aquí
uno de los puntos capitales de la teoría
freudiana que Meler parece desconocer: el falo en tanto
significante no es un atributo masculino, como lo
ejemplificó Juanito, al atribuírselo a la madre. La
imaginarización del mismo que aporta el pene hace que se
crea que los hombres lo tienen y las mujeres carezcan de
él. Pero si se lo tiene se lo puede perder (nuevamente
Juanito nos guía), lo cual puede volver a un obsesivo tan
impotente como a una histérica, sea como frígida o
como "multiorgásmica", es decir, cortándole al
hombre el goce
de sentir que hace gozar a una mujer, o
mostrándole "que su goce es mucho mayor que el de
él". Lo que pareciera haber sucedido mayoritariamente es
que el capital libidinal de los hombres se hubiera invertido en
el trabajo y/o en el deseo sexual y/o amoroso por otras mujeres,
convirtiéndose el matrimonio en una
transacción comercial en el que se intercambiaban dinero y
apariencias,
mientras el goce erótico se lo practicaba "cama afuera".
La inaccesibilidad narcisista no es otra cosa que cuidado de la
identificación al falo.
"Los ideales laicos que consistían en utopías de
paridad social se han revelado difíciles de alcanzar. El
mundo del mañana se parece de modo algo siniestro al de
ayer, en tanto las relaciones de dominación, de
explotación y su versión innovadora, la
exclusión, continúan generando pobreza. Un
correlato de esta situación se observa en el campo de las
relaciones amorosas. El lema de las mujeres anarquistas, "Ni
Dios, ni patrón, ni marido", parece cumplirse, y como todo
sueño, presenta en ocasiones ribetes de pesadilla."
No se ha cumplido el ideal de la igualdad entre
los sexos, ya que si bien el falo no es el pene, su presencia o
ausencia juega una función en
el modo en que el ser hablante se relaciona al deseo y a las
distintas modalidades de goce. Lo que no los hace ni mejores ni
peores, solo distintos. Una de las formas de reaseguro narcisista
frente al complejo de castración, sobre todo para las
mujeres, ha sido y sigue siendo tener hijos. Este es un elemento
de importancia señalado indirectamente por el
título del artículo de Meler y luego en el primer
párrafo. Las mujeres se hallan más limitadas por el
tiempo para
procrear. El "me olvidé de casarme" de la mujer de
treinta y pico de años se encuentra fuertemente influido
por el límite que la biología le marca para tener
hijos. En la vorágine de completar su carrera profesional
muchas mujeres reprimen éste deseo y revelan así
que aquella puede ser muchas veces un desplazamiento de
éste. Descubren, éstas mujeres, que el mercado
laboral no es
asunto de seres autónomos y soberanos y que cuando la
actividad laboral no se anuda sinthomáticamente[1]
al deseo inconciente, puede ser una carga muy difícil de
soportar. Cómo conjugar el deseo materno con el acceso al
mercado laboral y su consecuente disposición de uno de los
significantes fundamentales de la cultura como
es el dinero,
hete ahí una de las encrucijadas más arduas que les
toca afrontar a la mayoría de las mujeres.
"En algunos casos, la estrategia para superar la amenaza de
soledad es una especie de reciclado de la subordinación de
género
acotada al ámbito privado. Así como algunas
jóvenes disimulan sus credenciales universitarias a la
hora de seducir, al elegir pareja impostan una dependencia que no
existe de modo efectivo; y aceptan varones con menores atributos
fálicos de lo que sus aspiraciones demandan."
No resulta difícil interpretar que si una mujer se toma
el trabajo, a la hora de seducir a un hombre, de disimular sus
credenciales universitarias es porque éstas han tomado un
tipo de valor fálico que imaginariamente siente que la
masculiniza. Siguiendo la lógica
complementaria de Meler es esperable que busque un hombre
imaginariamente castrado, tan castrado como puede haberse
presentado ella ante la universidad que
prodiga credenciales fálicas.
Los errores a los que conduce el someter el psicoanálisis a los prejuicios de
género, hallan alguna explicación en el supuesto
que I.M. sostiene apoyándose en Jessica Benjamin. Dice en
su segundo artículo: "la fuente de la socialidad deriva
del vínculo primario que se establece entre la madre y el
hijo. La prematuración de los niños
en nuestra especie obliga a una relación madre-hijo
prolongada, debido a la necesidad de cuidados maternos. La
construcción de las sociedades
humanas se funda, según esta perspectiva, en la
indefensión y en la necesidad de asistencia que
caracteriza los inicios de nuestra existencia. No se trata de un
pacto concertado entre sujetos ya constituidos, sino de una
precondición para la humanización de la especie y
para el advenimiento de la subjetividad. Ambos modelos no son
incompatibles, porque el vínculo madre-hijo funda la
relación inicial con el otro, pero los arreglos sociales
del mundo adulto se establecen entre los sujetos
hegemónicos, ansiosos de olvidar su origen y remisos a
pagar la deuda material y simbólica con la madre."
Si bien es cierto que el hablante se encuentra en un estado de
dependencia prolongada respecto de la madre y que la
relación con ella dejará marcas indelebles
en su cuerpo y mente, afirmar tan rápidamente que
allí se encuentra la fuente de la socialidad es
desacertado. El vínculo con la madre en sí, es
incestuoso y la relación incestuosa atenta contra el lazo
social. Es una relación de dos que se "basta" a sí
misma. Si hay lazo social en el hablante es en tanto la madre ya
está marcada por un más allá, que introduce
el enigma de su deseo, y la puerta de salida del incesto. Recusar
esto, es dejar de lado el fundamento del lazo social y quedar
atrapado en una relación especular como la que se revela
en I.M. cuando usa el término sujetos hegemónicos
(hegemonía: supremacía de cualquier tipo). La
preocupación por instaurar una escala
jerárquica entre los sexos, invertida respecto de la que
cree que es la dominante, la lleva en el intento de borrar
cualquier rastro masculino a una regresión incestuosa de
la teoría, en la que castrar imaginariamente al padre
(Freud) es sentido como una modo de saldar la deuda con la madre.
Es nada más que el fantasma de cambiar una
dominación supuesta, por su inversa. Dicho de otro modo,
no se aparta de la lógica de la dominación y
explotación interhumana.
Con una lógica similar Mabel Burín en su primer
artículo y criticando una versión errada y
simplificada del planteo de Lacan, aunque sin nombrarlo, dice:
"Para ciertos desarrollos teóricos, un vínculo de
apego prolongado con la figura materna operaría, en los
varones, como factor de riesgo para su
masculinidad social y subjetiva: consideran que, en tal caso, el
niño construiría el núcleo de su identidad
sobre el modelo
femenino materno; si bien esto se produce habitualmente en los
vínculos tempranos con la madre, su prolongación
más allá del segundo año de vida
haría peligrar la identificación del niño
con los rasgos considerados masculinos. La intervención
del padre, o una figura similar que separe al niño de su
madre, resultaría imprescindible, según estas
consideraciones, para evitar que se produzcan semejantes efectos
en el proceso de masculinización. Estas hipótesis suponen el vínculo con una
mujer, la madre, que no desarrolla otros deseos más
allá de su adhesividad libidinal a su hijo: el padre
intervendría como figura salvadora de la masculinidad del
hijo ante semejante amenaza de un vínculo fusional".
Uno de los errores es el de reducir los modos de goce a su
versión simbólico-imaginaria que se daría
por identificación. Se anula así lo más
importante de la dinámica pulsional, la real, que anuda lo
que viene del Otro y los otros a la respuesta del sujeto que
allí innova. Es ese el punto en que se agotan las
identificaciones y dónde masculino y femenino, activo y
pasivo, instrumental y emocional o cualquier otro par no pueden
dar cuenta de lo que allí sucede. La intervención
del padre o algo en función similar no produce por
sí misma separación alguna ya que su
intervención será ineficaz si no fue invocado
allí por la madre o sustituta. Su función
será la de responder a ese llamado, si su deseo se halla
causado por la función. En este sentido una madre
atravesada por la castración ya se remite a un más
allá y la presencia del padre no será "salvadora"
sino que aportará al menos temporalmente la
encarnación de ese más allá, que por su
existencia, limita el goce devorador del incesto. Esta
función permite al ser hablante ingresar en la cultura,
haya nacido biológicamente hombre o mujer. Que sus
modalidades de goce se aparten o no de los ideales de la cultura
que habita es harina de otro costal. La existencia del deseo
inconciente hará que nunca deseo e ideal coincidan del
todo. La función paterna no "salva a la masculinidad" sino
que en su articulación con el deseo materno sienta las
bases para que se instale el deseo inconciente que le permita al
hablante, en esos fugaces momentos de libertad que
se le presentan a su ser de objeto, advenir sujeto.
Otro prejuicio de
género lo hallamos en la lógica fallida del segundo
artículo de Burín. Dice: "Cuando hemos hallado
mujeres con habilidad en los rasgos instrumentales,
también se preocupaban por cultivar los rasgos expresivos
emocionales. La situación inversa no siempre se encontraba
entre los hombres: si desarrollaban habilidades instrumentales en
su carrera laboral, dejaban de lado los rasgos emotivos". En la
lógica de la frase el "no" está de más. Si
la premisa no es universal, no abarca a todos los hombres, no se
entiende porqué la conclusión si lo es ("si
desarrollaban habilidades instrumentales en su carrera laboral,
dejaban de lado los rasgos emotivos"). Esta falla lógica
puede ser interpretada como una negación que revela el
impasse de muchas teorizaciones de género. Pese a lo que
creen estar denunciando, o como diría Lacan gracias a
ello, promueven la idea de que los hombres son personas que
carecen de emociones, lo que
nuevamente los colocaría jerárquicamente por debajo
de las mujeres, que no carecerían de las mismas.
Continúa en: Psicoanálisis de-generado pero no
incestuoso: un caso de transexualismo
[1] Relación gozosa en tanto cercana
asintóticamente al deseo inconsciente, que de existir
facilita sostener la estabilidad de la estructura de
la subjetivación
Artículo publicado en El Sigma
Autor:
Alejandro del Carril
URL: www.alejandrodelcarrilpsicoanalista.blogspot.com
Escrito en colaboración con
Sergio Rodríguez
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