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Diálogo:Gynandro (página 2)



Partes: 1, 2

Desde luego para la tradición ilustrada todos los
románticos y postmodernos serían, como algunos
ilustrados como Kant,
misóginos y machistas. No digamos ya Weininger por su
Sexo y carácter sino Nietzsche,
Schopenhauer,
Kierkegaard, Derrida, Deleuze, al igual que en la literatura clásica
Hesíodo por el mito de
Pandora, la Biblia por el Génesis y su relato sobre
la creación de Eva o Aristófanes por su
presentación de las mujeres en sus comedias, como si
presentase mejor a los hombres.

El psicoanálisis de Freud y de Lacan
también es considerado de igual modo, así como el
erotismo de Sade o Sacher-Masoch, por no mencionar las Mil y
Una Noches
o El Cantar de los Cantares. Repasar con la
mirada los textos de filósofos, científicos, artistas y
literatos, buscando en ellos tan sólo recoger todas las
alusiones ad personam contra el género
femenino, para con ello pretender demostrar el principio del
patriarcalismo a lo largo de los tiempos no me parece un procedimiento muy
racional y demostrativo sino muy subjetivo y poco fundamentador.
Si me tomase el trabajo de
rastrear referencias ad personam contra el género
másculino en las obras escritas por mujeres de seguro que
hallaría también un buen número, pero eso
nada probaría. Por tanto, esa necesidad de realizar un
memorial de agravios como reproche y descarga me parece la
realización de una actividad que bien pudiera estar
motivada por otras causas distintas a las que se aducen.

También cualquier remisión a la etología
se condena desde el feminismo como
misógina o machista, ya que si hay pautas de comportamiento
entre los mamíferos cercanos al hombre, el ser
humano se distingue del animal en ser un ente de razón que
supera con su inteligencia
las determinaciones de la naturaleza. En
ese sentido Rousseau
sería un archimisógino hipermachista ya que dentro
de la enemistad entre Naturaleza y Razón,
escogería, como Heidegger, lo
antediluviano y primitivo considerado inmutable frente a lo
progresado y civilizado considerado mudable y en mejora
constante.

El a priori incontestable del patriarcalismo presupone que el
poder es
liberación y que las mujeres han estado
sometidas, más sometidas que los hombres, desde el
principio de los tiempos. Digamos entonces que respecto a la
división del trabajo desde
los cazadores recolectores hasta la actualidad parece que a las
mujeres les ha tocado siempre la peor parte por causa del
varón, que se ha quedado siempre con lo más
suculento de todos los festines. Esto lo desmentiré con
ejemplos históricos más tarde.

Si la literatura romántica y caballeresca dice que
la mujer es
maravillosa resulta machista y misógina y por supuesto si
indica que es una mala pécora entonces va de suyo la cosa.
No hay salvación posible y si los hombres caen en
misoginia por causa de haber dado con mujeres que les han
dañado, las mujeres feministas que se consideran
milenariamente dañadas por los varones a lo largo de la
historia de la
humanidad, termináis cayendo en la patología
contraria, que se llama misandria y que significa odio al
varón. En tal movimiento,
entonces, no veo que la racionalidad y la objetividad primen
sobre la subjetividad y la singularidad.

Por otra parte, si la mujer reivindica
su igualdad con
el varón dentro de sistemas de
desigualdad, esa participación en tal poder
significaría pasar de ser víctimas a ser verdugos y
no un restablecimiento o adquisición de unas relaciones de
justicia.
Así a lo mejor se acaba con la discriminación de la mujer pero entonces se
mantienen todo el resto de desigualdades.

Verganza: Me parece Escipión que has expuesto
bien algunos principios del
feminismo emancipatorio, pero no otros, éstos, los has
sintetizado a mi juicio de forma caricaturesca. No quiero
aún decir yo nada más, pues, como ya indiqué
al principio, prefiero escucharos primero antes de plantearos mis
argumentaciones.

Laika: Obviamente, Escipión, tú no puedes
aceptar que las mujeres sean ciudadanas puesto que eso
amenazaría tus privilegios y son los irracionalistas esos
que tanto lees los que temen el progreso y el cambio desde
las tinieblas del Antiguo Régimen y la Edad Media a
las luces de la
Ilustración y del Renacimiento. Es
un hecho que la mujer ha sido heterodesignada por el varón
a lo largo de la Historia, mal que nos pese a todos por motivos
distintos, es un hecho que no ha tenido nunca -hasta la
actualidad en que se sigue avanzando en la lucha por ello-
autonomía y libertad, que
no ha podido ocupar los puestos de mayor relevancia de la
sociedad, sino
los más subordinados; siendo un hecho que han quedado
marginadas de las esferas de la ciencia y
del arte, de la
economía y de la industria, de
la religión y
de la política, recluidas en el hogar y en el
cuidado de los hijos.

Lo que la mujer reclama es presencia y participación en
la esfera de lo público, luego la reivindicación de
las mujeres no es odio al varón ni nada de eso, es
simplemente democrática. En Grecia se
inventó la democracia
pero excluyendo a las mujeres y sólo en las democracias
modernas -y no hace mucho tiempo- se ha
empezado el proceso de la
igualdad de derechos en los
países desarrollados, que no en otros. Si esto no es un
progreso de la civilización sobre la barbarie entonces que
me digan lo que es, porque mantener a una mujer con un velo en la
calle y encerrada en la esfera privada de lo doméstico,
como antiguamente o en los países islámicos de hoy,
no me parece que se pueda llamar con otro nombre que
subordinación, exclusión, sometimiento y falta de
racionalidad.

Hay que distinguir misoginia y patriarcalismo, lo primero
significa aversión a la mujer, mientras que lo segundo
remite a la idea de que debe haber una jerarquización,
bajo la hegemonía del varón, claro, de las
relaciones entre los géneros. Me ha parecido que
confundías lo primero con lo segundo.

Desde luego que Kant, cuando en el librito que mentaste indica
que Madame de Châtelet es una mujer con barba -y lo
hace porque ella sabe más de física newtoniana que
él-  está no sólo bajo el influjo del
patriarcalismo, sino también siendo misógino.
Nosotras tomamos la idea de autonomía, razón y
libertad, muchas veces, de Kant, luego obviamente no condenamos a
este pensador en bloque, ni a casi ningún otro, excepto
casos ya patológicos de animadversión contra la
mujer.

Cuando Kierkegaard en La alternativa formula el
siguiente discurso: "Una
mujer comprende la finitud, la entiende desde el fondo, y por lo
tanto es hermosa…, por lo tanto es encantadora…,
por lo tanto es feliz (feliz como ningún hombre es o puede
ser), por lo tanto se podría decir que su vida es
más feliz que la del hombre; porque la finitud
quizás puede hacer feliz a un ser humano, la infinitud
como tal nunca puede hacerlo… La mujer explica la finitud,
el hombre
está a la caza de la infinitud". Está como el Kant
de las mujeres bellas y los hombres sublimes que citaste, bajo el
influjo del patriarcalismo y cometiendo misoginia, enarbolando el
discurso de la misoginia romántica que nos excluye del
espacio de los iguales superiores declarándonos
idénticas inferiores. Rousseau al diferenciar entre
la
educación de Emilio y la de Sofía queda preso
de las mismas pautas machistas.

Resulta que para Kierkegaard el hombre es igual en lo esencial
mientras que la mujer lo es en lo accidental y como estos
pensadores irracionalistas se contradicen, además, declara
en su Diario de un seductor a la mujer como infinita, pero
en lo accidental claro: "En el hombre, lo esencial es lo esencial
y, en consecuencia… todos los hombres serán siempre
iguales unos a otros. En la mujer, en cambio, lo accidental es lo
esencial y, por tanto, será siempre una diversidad
inagotable y nunca habrá dos mujeres iguales… La
mujer es una criatura infinita y, en consecuencia, un ser
colectivo: la mujer encierra en sí a todas las mujeres".
¡Toma ya!

Wolfina: Un momento, un momento. Comparto como mujer
las reivindicaciones feministas, pero no desde el feminismo
emancipatorio, sino desde el feminismo de la diferencia. Desde
éste, prescindiendo de que sea cometer un anacronismo el
interpretar a Kierkegaard desde la actualidad y no atendiendo a
su contexto histórico-literario, que no es el nuestro; del
susodicho pensador se puede sacar mucho más que un
reduccionismo psicologista en virtud de sus afecciones y
relaciones con las mujeres, como el paradigmático caso de
Regina Olsen.

Para empezar, lo más importante en el pensamiento de
Kierkegaard es el Amor y la
Singularidad, la Ironía y la Religión. Hay que
tener en cuenta que habla muchas veces bajo pseudónimo o
heterónimo, como Pessoa, distanciándose de lo que
dice; y que lo hace desde tres niveles de emergencia distintos,
el estadio estético, el ético y el religioso. Si no
se atiende al conjunto del pensamiento en el que está
inmerso lo que se cita no se puede comprender lo que se
está leyendo.

Desde el existencialismo de la singularidad kierkegaardiana
bien se puede defender la unión en el Amor Absoluto
de dos seres heterogéneos, el hombre y la mujer, en una
plenitud infinita y eterna. La distinción entre lo finito
y lo infinito es la que corresponde, la primera a los dos
primeros estadios y la tercera al tercero, de modo que tanto el
hombre como la mujer, dependiendo de los estadios por los que
transiten, con-tendrán finitud e infinitud, que no tienen
que ser necesariamente las mismas para ser igualmente ricas y
valiosas. Desde el feminismo de la diferencia las mujeres no
pensamos que tengamos que convertirnos en varones, vestirnos y
comportarnos como ellos, sí que reivindicamos los mismos
derechos, pero no la misma naturaleza, la misma identidad, ni
la misma configuración psicológica o sociocultural.
Cuando se habla de lo finito y lo infinito no se está
hablando de derechos ni del ámbito jurídico sino de
la profundidad ontológica y de la escisión entre lo
humano y lo divino. Heidegger, que era un buen lector de
Kierkegaard, partió de la idea de diferencia
ontológica o distinción entre el ser y el ente. Y
lo que acabas de hacer descontextualizadamente es confundir un
discurso sobre el ser con un discurso sobre el ente.

Laika: Pero ¿es que no ves las consecuencias
políticas de semejantes enunciados?

Wolfina: Veo más bien las consecuencias de tu
crítica
y no las comparto, además, yo no leo así a
Kierkegaard.

Verganza: Os ruego que no disputemos sobre la
exégesis de un pensador, porque, en tal caso, precisar lo
que realmente quiso decir el autor de un texto con su
texto, la verdad del enunciado, con las remisiones al contexto
histórico, al conjunto de la obra y las lecturas de las
diferentes escuelas, nos haría perder todo el tiempo de
que disponemos en este camino secundario o subdisputa y se
perdería la vía principal.

Laika: Yo estoy de acuerdo porque no me parece bien
dividir al feminismo, con eso lo que se consigue es que sea
más débil.

Wolfina: Vale, vale, ya continuaremos con la hermenéutica de Kierkegaard en otro
momento. Pero que coste que no hay la interpretación verdadera sino siempre una
pluralidad de interpretaciones competentes, no infinitas, pero
sí numerosas, sobre lo que dice un autor.

Verganza: Entonces, permitidme intentar reconducir el
debate a la
vía principal. Nos hemos reunido para debatir sobre la
guerra y la
paz entre los sexos, lo que ocurre es que Escipión ha
partido del presupuesto de
que la situación es la de guerra y no la de paz,
comenzando con un ataque al feminismo emancipatorio.

Escipíón: ¡Y al otro
también, a los dos, a los dos!

Verganza: Está bien, a los dos. Déjame
seguir que ya hiciste una larga argumentación y yo te
escuché con atención al igual que a nuestras
compañeras.

Sostengo que la situación de guerra y paz conjuntamente
es una constante entre los géneros a lo largo de la
historia, pues siempre ha habido conflictos y
amor entre los hombres y las mujeres, pero en la actualidad -en
eso estoy con Laika- merced al progreso y a los adelantos de la
civilización, la situación se ha inclinado hacia la
paz y ha abandonado la guerra en cierta medida. Veo como si
Escipión por ser hombre no pudiera reconocer el
patriarcalismo, pero a mí no me cuesta nada reconocer que
ha habido esclavismo,
racismo y
patriarcalismo a lo largo de la historia y que a partir de la
ilustración se han empezado a arbitrar unas
normas
indispensables para subvertir esas situaciones de
dominación y ser coherentes con la universalización
de los derechos humanos
a todos y todas sin distinción de género, clase, raza o
religión.

Gynandro: Puesto que habéis terminado vuestra
intervención, iniciaré yo la mía. Antes que
nada, quiero apaciguar esta turbación que sin duda
experimentáis al verme llegar así, de
súbito, cuando nadie me había invitado a vuestra
tertulia y sobre todo – esto lo leo en vuestros semblantes – os
produce no poca extrañeza mi indumentaria. Sin embargo, he
elegido esta forma de presentarme y de vestirme con el objeto de
que mi sexo no sea un
condicionante que distorsione el valor real que
puedan tener mis argumentos. Y es que he observado ya a menudo
que el simple hecho de pertenecer a un sexo determinado
condiciona a priori la valoración que en los oyentes tiene
cada idea expresada: si es un hombre quien mantiene posiciones a
favor de la igualdad entre los sexos, algunas piensan: "A saber
lo que querrá conseguir diciendo esto…", otros piensan:
"Vaya, otro que ya se ha bajado los pantalones…"; si, por el
contrario, argumenta en contra de ello, aquéllas piensan:
"No podía ser de otro modo, es un hombre…"; otros
"analizemos "objetivamente" sus posiciones, pues sin duda
tendrán afinidades con las nuestras"; y así se
constata en cada conversación que cada cual mantiene
implícitos supuestos asociados a cada uno de los sexos, y
que no es manifiesto que estos sean sometidos a reflexión.
Es más, estos actúan enfatizando o
subvirtiéndola como si se trataran de ondas
sísmicas que confieren movimiento y fuerza a los
posicionamientos, pero que subyacen a estos.

Verganza: Adelante, adelante…sé bienvenid@ a
nuestra conversación, llegas tarde pero no importa.
Además, es muy posible que tus precauciones sean
innecesarias y superfluas, ya que sin duda te manifestarás
acorde con el sentir propio de tu sexo, ya que no es fácil
-ni, quizá, posible- huir completamente de los
imaginarios.

Gynandro: Gracias por la invitación. Ante todo,
quiero mostraros que mi perspectiva es, en cierto modo, externa
al diálogo ya
que, si este puede entenderse como un atravesar las conciencias
que aquí discurren, como el ir y venir de la razón
por las distintas mentes trayendo consigo a cada vuelta lo que ha
recolectado de éstas, mutuamente fertilizadas, mi
aportación puede ser tachada de dogmática. Pues mi
punto de partida es el mismo que, presumo, mantendré al
final de este coloquio: que la dialéctica que
proponéis solo tiene su origen en la falta de amor, o en
una forma de amor incompleto entre ambos sexos. Y que el amor o
se tiene y se demuestra en acto o no se tiene, sin que en este
campo sirva de mucho el argumentar con millones de palabras.

Laika: Entiendo, naturalmente, que te refieres a la
falta de amor de los hombres hacia las mujeres, ya que
precisamente la abnegación y el sacrificio en pos de los
seres amados (padres, hijos o esposo) es un rasgo que el
imaginario, la Historia y la Literatura atribuyen al sexo
femenino. Su forma sacrificial, es decir, el extremo por el cual
el amante se anula como ser para otorgar su existencia al ser
amado, tiene diversos referentes femeninos en la literatura:
Alcestes, la heroína de Eurípides, suplica a los
dioses ser inmolada para que estos tomen su vida en lugar de la
de su marido, a quien las Parcas reclaman. Ofelia, quien posee
toda la delicadeza y matices de los sentimientos considerados
"femeninos" como la dulzura, la sencillez, el candor, la
sinceridad, la inocencia y la entrega en todos sus actos y
pensamientos, se destina a sí misma a la muerte por
amor. La realidad histórica está plagada de
innumerables casos anónimos de mujeres que han consagrado
su vida al bien de sus hijos y esposos -cuando no a encumbrarles-
y han entendido este bien como el propio. Sin embargo,
¡qué escasos son ejemplos contrarios, en los que la
abnegación a lo largo de la vida haya sido una cualidad
varonil! Por lo general, el hombre solo ama lo que le conviene,
su amor está condicionado a su goce y, extinguidas o
modificadas las condiciones -a menudo naturales y físicas-
que le proporcionaban goce, en el mismo grado se extingue y muda
su capacidad de amor.

Gynandro: Mira que parece que habla por ti el
desdén envenenado por posibles malas experiencias propias
o ajenas. Intentemos centrar los argumentos en su orden
correspondiente y otorguemos a cada uno la reflexión
apropiada, sin que unos se viertan en otros y la mezcla nos
confunda: los costumbristas, colectivos y tradicionales,
enmarquémoslos en el imaginario. Las concepciones de los
pensadores, en el acerbo filosófico. Las míticas,
literarias y artísticas podrán abordarse en una
reflexión mixta. Pero no dejemos que la experiencia
personal,
particular y limitada, oscurezca con su tono lo que intentamos
clarificar con el pensamiento y la palabra.

Escipión: Bueno, Gynandro, te he visto llegar y
atender a la conversación, pero creo que no llegaste a
escuchar el inicio de la misma. Yo propuse hablar con libertad y
expresarse desde el lugar que a cada cual le pareciese
conveniente. De hecho por mi parte solicito poder ser
políticamente incorrecto y hablar de lo masculino y lo
femenino considerando lo afeminado como rasgos y atributos de la
mujer y lo viril como rasgos y atributos de los hombres. La
distinción dialéctica entre los géneros se
ha llevado siempre a cabo a partir de la atribución de
ciertas cualidades y atributos, funciones y
caracteres propios de cada sexo. Si a la mujer se le ha llamado
el sexo débil no es porque sea floja o algo parecido, ya
que por la medicina y la
antropología sabemos que es mucho
más resistente y longeva que el hombre; sino por una causa
etológica: la constatación de la mayor fuerza
física, por naturaleza, en todos los mamíferos, del
macho con respecto a la hembra. Lo que no es mejor ni peor ni
tiene que implicar valoraciones pero sí constituyó
un hecho relacionado con la división del trabajo desde el
preneolítico hasta la modernidad.

Ya sé que estas dicotomías, sea metáfora
o realidad, han sido impugnadas hoy en día y que se
considera ya en nuestro tiempo reaccionario llamar maricón
al homosexual afeminado y marimacho a la lesbiana hombruna. Se me
podrá argüir en tu línea que se debe
seguramente a mis experiencias personales la inquina que muestro
ante esos dos colectivos o bien que soy presa del sexismo impreso
en el lenguaje
mismo, pero yo no lo considero así, sino que tengo tanto
derecho a procurar que lo que digo sea fruto de la
reflexión y no sólo de la constitución de mi identidad sexual como
hombre heterosexual o de mis experiencias personales como
cualquiera.

La sexualidad
sigue siendo un asunto tabú y es muy fácil hablar
del amor desde las alturas celestiales pero la realidad es
más jodida para todos. Para eso no está mal
la lectura de
los libros de
Michel Houellebecq, como Extensión del campo de
batalla
o Partículas elementales, donde se
expone que el liberalismo ha
alcanzado el terreno de la sexualidad en el que también
hay ricos y pobres dentro de un mundo de neoliberalismo
consumado, que abarca todos los órdenes. Este autor
francés señala muy bien cómo la mujer
occidental se ha hombrunizado a causa del feminismo, ahora
trabaja, es decir, ha sido incorporada a la guerra, a la selva,
al poder (sacada de la caverna según Laika); luego
ha de estar libre de esas esclavitudes en que consistió su
existencia durante milenios, como la limpieza del hogar y el
cuidado de los hijos. También ha perdido el placer de
agradar al hombre aunque, afortunadamente, no todas son ya
lesbianas. Pero entre las que se relacionan con los hombres, a
menos que tengan dinero para
criadas o guarderías, todo lo que forma parte del cuidado
de los otros termina siendo motivo de discusión y ruptura.
El hecho es que nadie cuida de nadie, no se tiene tiempo, sea lo
que sea lo que se considera el mejoramiento personal éste
no pasa por la mejora de los otros ni de lo circundante. Cada
cual es un ultraceloso del escaso tiempo que le deja el trabajo
asalariado y las actividades del cuidado de los otros han acabado
por considerarse la labor -remunerada con dinero o no remunerada
por familiares- más rastrera e indeseable de todas; la de
menor prestigio, la más vulgar, la propia de analfabetas
sometidas. Por eso la gente prefiere poder ir al cine que
cuidar a sus hijos, sobrinos o nietos y se niega a procrear,
sabiendo, que no existe cobertura comunitaria alguna para el
cuidado.

El imaginario femenino de la princesita lleva a considerar que
la mujer al casarse extiende un contrato de
alquiler exclusivo sobre su coñito, cuyo uso
específico reserva a un varón a cambio de la
manutención en condiciones de medio-alta burguesía,
esto es, como decía antes, con criada y guardería,
regalitos y capacidad de consumo. Una
manutención vitalicia refrendada por los tribunales en
caso de divorcio. Por
eso el casamiento no es sino prostitución encubierta, todo un negocio y
por eso las "decentes" tienen tanta inquina contra las mujeres
que practican profesionalmente el oficio más viejo del
mundo. Pero para ver los contornos de inversión de estas cosas no hay más
que ir a una discoteca latina para ver a las blanquitas bailar y
magrearse con los latinos y los negros, con los que, desde luego,
jamás compartirían más que, -y raramente
según me dijo un moreno bailón al que
pregunté si ligaba mucho-, algo más que unos roces.
La blanquita se divierte con el negrata bailón. Lo mismo
que hacían los señoritos de antaño en la
España
franquista con las cabareteras. Guerra entre los sexos como
inversión de situaciones, la mujer supuestamente sumisa y
explotada adopta el lugar del hombre, ella entonces va a trabajar
y es al que lleva el dinero a
casa, el hombre en casa con los niños y
la limpieza y cuidado del hogar. ¡Bonita solución!
Querer para los demás lo que no se quiere para sí y
justificarlo diciendo que se hace todo eso por amor, una actitud de
revancha y humillación por parte de las humilladas.
¡Ahora se van a enterar estos cabrones!

El tío que con cuarenta años y dos hijos seduce
a una jovencita de veinte, la hace su amante y le cuenta el
cuento de que
algún día se divorciará para estar con ella,
por mucha Lolita de Nabokov que leamos, no es sino un hijo de
puta; eso lo sabe todo aquel que se ha situado en una
posición ventajosa, como la del profesor y la
alumna, manteniendo un poquito de ética.
Pero ahora la ejecutiva agresiva quiere esos derechos, los mismos
derechos, exige un hombre en casa para tener su familia y su
hogar, un amante fuera para gozar de la pasión fuera de
las rutinas y monotonías cotidianas y que su arbitrio y su
voluntad nunca tengan que ceder en nada. ¡Qué bonita
la igualdad!

Por otra parte, un entrenamiento de
milenios junto a la cuestión del embarazo ha
llevado a que las mujeres que aún gozan con el sexo con el
género opuesto desarrollen un imaginario de
seducción en base a la reserva, mientras que los hombres
acaban siendo más manipulables y menos contenidos a esos
respectos y por las mismas causas. Esta esfera como tantas otras
en la sociedad de las mercancías se configura como lucha
de voluntades de poder, conflictos entre egos exacerbados, choque
de narcisismos y entonces, ya sólo importa quién
gana, cuál vence, lo cual significa pase lo que pase que
ya han perdido todos de antemano y que ya lo han perdido todo
antes de terminar la batalla.

Siguiendo al escritor que he mencionado los atributos
femeninos -además del dinero, claro- se tornan requisito
social del varón apuesto, que ha de ser entonces sensible,
llorar en las películas románticas, ser dulce,
recatado, comedido, fiel, no-violento, cuidarse
estéticamente, depilación, cremas hidratantes,
manicura, peluquería. Todo eso a lo que algunos
habíamos llamado hasta el momento, mariconadas. Surge
entonces el metrosexual, esos heterosexuales que se hacen pasar
por gays o que comparten su estética para hacerse atractivos a las
mujeres y conquistarlas en un juego de
seducción y engaño que no es sino, nuevamente,
voluntad de dominio. Muchas
veces se escucha entre mujeres heteros eso de "¡qué
chico tan majo y tan agradable, lástima que sea gay!",
narcisismo femenino que valora lo semejante a sí y no lo
diferente como aquello que puede ser estimable. El metrosexual
tiene siempre un tampax en el cajón de su mesilla de noche
para que las mujeres vean lo que las comprende y cómo las
tiene en cuenta, lo maravilloso de su empatía, las tontas
pican el anzuelo de esos nuevos sofistas.

Las víctimas de tamañas encrucijadas del
individualismo occidental en materia sexual
son ambos bandos, la depauperación de las relaciones
humanas resulta enorme en el mundo de los esclavos
asalariados y, todos, repito, todos, desde la niñez y la
pubertad,
hasta la edad adulta, tenemos unas experiencias y un desarrollo
psicosexual y emocional penoso en nuestras sociedades
desestructuradas. Las mujeres pasan por tres abortos si no se
hacen adictas a la píldora, buscan, luego de relaciones
con hombres casados que las engañaron en su juventud y a
los que otorgaron sus mejores años de vigor y belleza, de
tipos listos que las abandonan por una más joven cuando ya
han gozado de su juventud y se acercan a la edad de la
pulsión última de su biología en aras de
la gestación; relaciones más puras, más
nobles, más sinceras. Devaneos entonces por bares y
sueños de encontrar quien las ame tanto que las convierta
en princesas.

También las hay que se vuelven cínicas y ya
sólo consumen sexo los fines de semana con una pareja
exclusivamente carnal, como muchos hombres, con la que salir de
paseo o de fiesta, pero cada uno en su casa con sus
manías, su egocentrismo y su vida independiente. La
natalidad decrece, pues nadie se quiere privar de ir a consumir
la última película de la industria
cinematográfica o de comer todos los días de
menú y no tener que lavar platos, por tener que ocuparse
de unos niños o de una casa. Los hombres siempre fueron
maleducados así, pero ahora también las mujeres, lo
que conciben como consecución de la igualdad. Los
resentimientos y las depresiones aumentan y las relaciones entre
los sexos se vuelven imposibles entre dos grupos
enfrentados por ese poder de llevar los pantalones y de disponer
de una tarjeta de crédito. Dentro de estos procesos
vitales hay sexoadictos, como los personajes de Houellebecq, para
los que ya no queda otro objetivo en la
vida que el consumo de sexo como quien consume mercancías,
en ello empeñan todas sus energías, su tiempo y sus
recursos,
millones de personas. Las cosas son muy diferentes dependiendo de
la clase social y el nivel de renta pero también hay
fenómenos transversales que atañen a todos por
igual.

Luego están las que han llegado a la conclusión
de que los hombres son la peor peste de la humanidad, pero no se
han hecho lesbianas, luego procuran quedarse embarazadas para,
después, sustituir al padre malo por el hijo bueno.
¡Por fin un varón que las ama sin reservas, de
manera absoluta, plena y que corresponde así a la
perfección propia! El círculo del machismo es
así creado por las madres solteras, un club de resentidas
que no han sabido retener a un hombre a su lado y piensan que un
hijo es algo de su propiedad
exclusiva, una prolongación suya -nuevamente narcisismo-
una forma de extensión del propio yo.

Ahora, además, los maricas y lesbianas con dinero
adquieren los mismos derechos y adoptarán niños que
vivirán en las mismas circunstancias, gran logro de
emancipación de un colectivo marginado y estéril,
que les sitúa al mismo repugnante nivel que los
demás. La reivindicación del proletariado no fue el
comunismo sino
volverse burgueses, lo que querían era ser amos, invertir
en bolsa, ya lo han conseguido y ya no es necesaria la revolución. Los judíos
escarmentaron a lo largo de la historia y de ser perseguidos,
pueblo errante cosmopolita, se han transformado en perseguidores,
el poderoso Estado de Israel, con
tanques y bomba atómica, ya nadie se atreve a tocarles un
pelo, son ellos quienes tienen a los palestinos con la cabeza
bajo su bota como los nazis tuvieron la cabeza hebrea bajo sus
grandes botas. Y lo mismo ocurre con la mujer occidental, su
igualación no es sino simetría en la voluntad de
poder. Lo socrático es preferir padecer la injusticia a
cometerla, lo cristiano, poner la otra mejilla y amar al
prójimo como a ti mismo; pero detentar la posición
de la ciudadana blanca occidental es compartir la injusticia y el
odio. Con lo cual nadie es ni socrático ni cristiano
porque nadie está dispuesto a renunciar al poder, aun a
sabiendas de que el poder es malo, como ya indicara Nietzsche en
su Richard Wagner en Bayreuth: "¿Cuál de
vosotros está dispuesto a renunciar al poder porque sabe y
experimenta que el poder es malo?".

La respuesta es nadie, no seamos ingenuos, sobre todo
después de tantas tortas y de una mirada crítica
sobre la realidad circundante.

Además está la decadencia, ya decía Freud
que el sexo estaba en declive, como el pelo o los dientes. Si
tenemos en cuenta que el amor es algo mucho más
sofisticado veremos que el malestar en la cultura ha
llegado hasta unos límites en
los que sólo nos queda, o sólo se nos deja, el odio
generalizado, la agresividad, el cinismo o la hipocresía.
Resulta difícil confiar ya en nadie y no es que no haya
amor sino que por no haber no hay ni amistad. Cada uno
va a lo suyo en ventajista oposición a someter a los
demás a su arbitrio. De ese modo se actúa y luego
se pretende justificar la preeminencia de la voluntad propia como
un gesto de bien por los otros. Así es como Estados Unidos
democratiza y civiliza Irak. Luego al
final no es un problema de género sino un problema de
civilización que afecta a las relaciones entre los
géneros. Nuestra civilización está podrida y
yo ya sólo espero que los bárbaros logren pasarnos
a todos a cuchillo algún día o que se desmorone
este burdo montaje por sí solo.

Los más damnificados de toda esta basura son los
niños, ya que ni las abuelas occidentales se quieren
ocupar de ellos -viejas egoístas destinadas a morir solas
en su casa propia y pudrirse hasta que las huelan los vecinos-
 con lo cual los niños son abandonados en las
guarderías o confiados a niñeras latinoamericanas
-mujeres que todavía conocen la dulzura- que han
abandonado a sus propios hijos en sus países
dejándolos a cargo de sus abuelos para venir a cuidar de
los de otros por dinero. Todo un despropósito monumental
pero toda una realidad que no se borra con remitir a bonitas
poesías
de amor mientras los hechos son lo que son y la realidad se
impone. Los asalariados se sienten esclavos y no quieren traer
otros esclavos al mundo para que sufran una vida de
máquina de producción y consumo. Aquí no valen
palabras ni las justificaciones, pues a todos nos sobran ambas
cosas, sólo los actos pueden contar, pero hemos perdido el
privilegio de la acción.

Tu intervención, Gynandro, también redunda en un
tema que también al principio había mencionado, que
no se puede descalificar a un pensador buscando una frase en su
obra con la que intentar deslegitimar toda su producción,
luego tampoco lo que manifiesta un razonador basándose en
sus características, indumentaria o experiencias
subjetivas. A diferencia de Gynandro los demás tenemos una
vestimenta, un lenguaje, unas formas y maneras, que traducen
nuestro lugar en el mundo. No es juzgar mal o descalificar
despreciativamente darse cuenta de ello. Soy un ser racional pero
también un sujeto de pasiones y de instintos.

Si una mujer considera que llevar falda o tener el pelo largo
es una heterodesignación producto del
sometimiento a la esclavitud de la
dominación masculina, de modo que se rapa el pelo, se pone
pantalones y, en lugar de unos bonitos zapatos de cenicienta, se
pone unas botas Martins de puntera de acero, luego que
no se queje de no parecer atractiva al otro sexo. Parece entonces
que podría decirse que hay una retroalimentación entre la teoría
y la praxis, entre
la vestimenta y las ideas que se tienen. Yo también creo
que he sido heterodesignado como hombre, no por la mujer,
ciertamente, sino por las estructuras
sexuales, identitarias, psicológicas,
antropológicas y biológicas, que nos circundan; que
no son nadie concreto ni
ningún grupo
específico. Como no me produce insatisfacción
semejante heterodesignación, excepto en lo de llevar
corbata, que es el uniforme facha generalizado a la apariencia de
digno y respetable y como la insatisfacción me la produce
más bien la de asalariado con hipoteca, no me revuelvo
contra las asignaciones masculinas, sino contra las
heterodesignaciones de clase y capital.

Cierto que la Filosofía en general no debe tener
adscripción última alguna, no debe ser, por
ejemplo, de base cristiana -aunque haya filosofía
cristiana y filósofos cristianos- por lo mismo no debe ser
feminista, ni marxista -aunque me declaro en cierta consonancia
con esa tradición-, ni de la ciencia o de
la religión. ¿Hay filosofía masculina y
filosofía femenina? ¿A qué viene eso de
Feminismo o de Filosofía hecha por mujeres?
¿Tendré que aceptar también, como se ha
llegado a decir, la "matemática
negra" o la "física apache"? ¿No es el feminismo un
cónclave de maricones y lesbianas con resentimiento y
fuerte espíritu de venganza, mujeres que quieren ser
generales y hombres que quieren ser coñitos andantes con
respecto al grupo de adscripción y asignación
polémico-bélica, que es el de los varones? Buscad
en la Wikipedia la palabra Misandria, que es de reciente
acuñación y os aclarará no pocas cosas.

Verganza: Bueno, Escipión, no hace falta faltar
a ningún colectivo, creo que te estás pasando. Yo
también soy un hombre heterosexual y no por ello me
muestro despectivo hacia las otras identidades
sexuales que no son la mía, sino que tengo muy buenos
amigos gays y muchas amigas lesbianas, así como amigos
entre los hombres de color. Como ya
dije antes ninguna de mis particularidades de vestimenta,
lengua,
nacionalidad
-o cualesquier otra determinación de identidad o de
imaginario- me impide guiarme por la Razón y tratar a todo
ser humano como un fin en sí mismo y no como un medio.
Creo que con esta simple ley moral kantiana
se solucionan todos los problemas que
tú has apuntado y que entonces, como ya hablamos en otra
ocasión, lo que se tiene es dignidad y no
precio.
Considero muy oportuna la incorporación de Gynandro, ya
que o bien existan o bien no existan, signos
externos o internos que nos pudieran clasificar dentro de ciertas
coordenadas no universales sino particulares -siendo las
personales las más particulares de todas- creo que somos
capaces todos de razonar y de elevarnos al espacio trascendental
de las argumentaciones lógicas, dejando atrás o de
lado lo demás. Por eso no entran a mi juicio a
colación los problemas privados psicoanalíticos de
las biografías de los individuos de nuestras
sociedades democráticas. Somos ciudadanos e individuos
autónomos y lo que hay que lograr es la autonomía
de cada cual, porque eso es la libertad.

Respecto a lo que vienes comentando me parece que aplicas
el estado de
guerra a tu esquema de interpretación o fondo
ontológico general, lo cual, aplicado a las relaciones
entre los sexos y las tendencias dentro de las relaciones
íntimas entre los seres humanos, transforman todo lo que
tiene que ver con el amor, paradójicamente, en odio.
Sugiero que nos fijemos no tanto en lo que separa, en lo
conflictivo, en lo malo, en lo negativo, como en lo que une, en
lo que armoniza, en lo bueno, en lo positivo. Quien diagnostica
un nihilismo
consumado es también víctima de su diagnóstico y con ello no le quedan ojos
para ver a dos seres humanos que se aprecian, se estiman, que
están dispuestos a la cordialidad y afectividad con
respecto del otro; que no son ya capaces de percibir su bien
particular como algo separado del bien de su pareja y de sus
hijos. No todo es voluntad de poder, interés,
animadversión, afortunadamente, habríamos de
declarar. Suena cursi y ñono, sentimental y quizás,
diría Escipión, muy falto de virilidad, pero hay
que decir también que una sola caricia destruye todo el
mal en el mundo. Sorprende que las mentalidades y pensadores que
proceden del Romanticismo se
hayan endurecido tanto y que seamos los racionalistas y
científicos ilustrados los que les tengamos que recordar a
los sentimentales estéticos lo que son los buenos
sentimientos.

Mi posición es la de respeto a los
demás considerados como fines en sí mismos y no
como medios,
considerados como portadores de dignidad y no de precio. Las
relaciones ejemplares a mi parecer entre hombre y mujer son las
de los esposos Curie o la de John Stuart Mill con Harriet
Taylor, de la
que éste último escribía: "pronto
observé que la señora de Taylor poseía
juntas las cualidades que yo no había encontrado hasta
entonces más que distribuidas entre varios individuos". De
lo que se trata entonces en parejas del mismo o de distinto sexo
es de tenerse una alta estima recíproca, en ser un
aliciente el uno para el otro en el decurso de la vida, en
tratarse con respeto y consideración buscando el bien del
otro, en equilibrada armonía. Si se es educado y atento
con un extraño por el mero hecho de que es otro ser humano
y merece toda nuestra consideración con mayor motivo
habría que impulsar y fomentar las relaciones educadas y
atentas entre los allegados, subvirtiendo el lema de que la
confianza da asco y no permitiéndonos licencias que no nos
permitiríamos con un extraño con aquellos a los que
apreciamos y queremos. Claro que si mi jefe me grita y yo no le
puedo contestar tendré la carga de agresividad y la
tendencia de gritar a mi pareja al llegar a casa, pero en tales
situaciones hay que desfogarse haciendo deporte, cambiar de trabajo o
contestar al jefe aun a costa del despido; ya que no es un buen
asunto que el maltrato social se lleve al hogar, en ocasiones el
único lugar de paz, tranquilidad y buenos sentimientos que
puede encontrarse en medio de la jungla de cemento. Si
dejamos que el espacio de la intimidad quede invadido por el
espíritu de la discordia no encontraremos ningún
lugar de reposo y el mundo entero devendrá un lugar
infernal. Hay que multiplicar los espacios ajenos a la voluntad
de poder, espacios de ocio, de estímulo del intelecto, de
juego, de diversión. Los espacios íntimos no es que
deban preservarse de la invasión de lo público en
lo privado, no son ni de lo público ni de lo privado, han
de preservarse tanto del Estado como del Mercado.

No entiendo cómo se puede llegar a posiciones de
antagonismo tan exacerbadas como las que se presentan en las
polémicas intelectuales
sobre la materia. Quizás no sea justo y sea reduccionista
el considerar que son las malas experiencias subjetivas y
personales las que determinan las colisiones y conflictos que se
argumentan en los foros del pensamiento contemporáneo
sobre la materia, supongo que eso, como ya hemos comentado, debe
existir pero no de forma que nos pueda dar explicación
plena del fenómeno. Me parece que hay otros factores que
han incidido en la problemática actual dentro de las
relaciones de pareja, como el problema de la conciliación
de la vida laboral y
familiar una vez incorporada la mujer al mercado de trabajo, la
dificultad para atender al cuidado de los niños y de los
ancianos en sociedades de familias no patriarcales y
eminentemente egoístas en cuanto neoliberales, lo que
obliga a idear nuevas fórmulas de protección social
y de incremento de los sistemas públicos de
protección y atención ciudadana. El modelo del
Estado del bienestar de los países nórdicos de
Europa como
ejemplo generalizable se ha venido abajo y urge replantear la
situación.

Laika: Escipión es un buen ejemplo de machista
resentido, una víctima de su imaginario, uno de esos que
se han convertido en misóginos a causa de su propia
actitud dominadora o, simplemente, dejándose llevar por
sus costumbres y su inercia antediluviana. Si eso no explica todo
el fenómeno no me privaré de diagnosticar que en su
caso me cuesta oír tanta misoginia y homofobia junta sin
interrumpir su argumentación. No le he cortado antes por
educación
y consideración pero no voy a quedarme callada
después de todo lo que ha dicho. No me extraña que
se exprese como lo hace y no me importa, su semejanza a
Torrente y la remisión al reaccionario de
Houellebecq ya le delata y le refuta suficientemente. Pero lo que
sí que me resulta insultante es lo de Gynandro, esto es,
que se me diga que habla por mí el desdén
envenenado
, supuestamente por experiencias biográficas
o personales. De eso nada, yo soy objetiva y si algún
desdén envenenado hay aquí es el de
Escipión. En realidad que yo soy objetiva y que los
demás no lo son es algo que podría decir cualquiera
de cualquier otro, es muy fácil situarse más
elevado y juzgar desde las alturas. Luego no sé si la
pretensión de objetividad debe concederse a todo el mundo
y su logro ponerse en duda en todo el mundo o cómo
conviene juzgar en ese sentido. Lo que sí puedo hacer es
defender mi objetividad y criticar la de los que me parezcan no
serlo, de modo que cada cual tenga que justificar la validez de
sus afirmaciones.

En ese sentido es que digo que mi posición no pretende
partir de mi biografía, sino, como
bien indica Verganza, de la Razón y de la Ciencia, siendo
esta posición, la del Feminismo Moderno, un planteamiento
exclusivamente de vindicación de los derechos de igualdad
desde el racionalismo
ilustrado. Si los hombres nos han excluido de la Razón y
la Ciudadanía a lo largo de la Historia no por
reivindicar la inclusión en las mismas condiciones -pues
no hay otras- tiene que derivarse esa vindicación de haber
tenido una, en cuanto particular, malas experiencias con el otro
género. En realidad es todo el género femenino el
que ha tenido una mala experiencia histórica con el otro
género y me refiero a, al menos, el 50% de la población, lo que no nos convierte,
precisamente, en una minoría.

Y finalmente sólo decir que siendo coherente con los
principios de un Estado de Derecho democrático y bien
construido, se sigue lógicamente la posición que
mantengo. Luego considero que ha hablado bien Verganza y que, por
el contrario, ha intervenido muy malamente Gynandro. Si no
queremos ser tan elevados en el pensamiento que no miremos a las
realidades mundanas cotidianas sugiero que se observe que a las
mujeres las están matando y que todos los días hay
víctimas de la "violencia
machista" contra el género femenino en nuestro propio
país. Por no hablar de la defensa del relativista cultural
de las mujeres quemadas con ácido en Bangladesh, echadas a
la pira en algunos lugares de India, las
lapidaciones y la ablación de clítoris en África o
el casamiento forzoso a los 15 años y del velo de los
integrismos islámicos. Atendiendo a lo que dice
Escipión ¡el colmo reside en pretender que de ser
agredidas hubieran de tener la culpa las mujeres! ¡Y
sólo por exigir sus derechos! ¡Ahora resulta que las
víctimas van a ser los verdugos! ¡Lo que
faltaba!

Wolfina: Creo que ninguno habéis entendido a
Gynandro. No creo que se estuviese refiriendo a lo mismo que
vosotros, que propugnáis que lo generalmente denominado
como lo irracional, las experiencias vitales, las emociones y los
sentimientos, las particularidades y las pertenencias, es algo
malo, perturbador u oscuro, algo supersticioso que impide la
racionalidad y que debe ser abandonado o superado; la luz a la que se
opone la oscuridad. Hay que tener en cuenta que lo racional y lo
consciente remiten precisamente al yo, como bien sabe el
psicoanálisis, mientras que es precisamente a partir del
despegamiento del narcisismo primario por parte de la
manifestación del ello -no, por supuesto, del super-yo-
que puede hablar algo que no es el yo, con sus particularidades y
sus adherencias imaginario-reales. Los mitemas constituyentes del
Inconsciente no son algo que se pueda elegir tener o no tener
racionalmente, son estructuraciones del psiquismo que mutan a lo
largo de tiempos muy largos por causas que no están en
nuestras manos. El entendimiento que tiene en cuenta sus
límites en este sentido y acude a la razón, como
libre juego de la imaginación y el entendimiento, en pos
de poder pensar lo sublime, podrá precisamente hacerse
cargo de lo que rebasa sus competencias. A
mí me ha parecido cuando ha hablado Gynandro que estaba
hablando de ese pensar mismo, de la intuición pura y no de
explicaciones científico-positivas ni de ninguna
opinión particular.

Para que podáis entender el posicionamiento
de un pensar postmetafísico os mencionaré un
célebre pasaje de El manifiesto comunista de
Karl Marx:

"Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía
ha destruido las relaciones feudales, patriarcales,
idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al
hombre a sus «superiores naturales» las ha desgarrado
sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los
hombres que el frío interés, el cruel «pago
al contado». Ha ahogado el sagrado éxtasis del
fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo
del pequeño burgués en las aguas heladas del
cálculo
egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor
de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y
adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En
una palabra, en lugar de la explotación velada por
ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, descarada, directa y brutal. La
burguesía ha despojado de su aureola a todas las
profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y
dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al
sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en
sus servidores
asalariados. La burguesía ha desgarrado el velo de
emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones
familiares y las ha reducido a simples relaciones de dinero".

Pues bien, Marx se
equivocó al considerar que todo lo relacionado con la
identidad suponía una explotación
velada
, de ahí que el movimiento multiculturalista y
el pensamiento contemporáneo de la postmodernidad
y la hermenéutica hayan acabado por reivindicar lo que
desde la antropología cultural y desde el
psicoanálisis, cuando no desde la biología, se
demuestra como signos de pertenencia necesarios para el
desarrollo de los individuos y de los colectivos. No siempre
podrán valorarse como negativos ni como positivos, sino
que habrá que verlos en cada caso y lo que sí que
resultarán, no siempre pero sí que en muchas
ocasiones, será una refutación y un freno a la
pretensión de cuantificarlo todo y comprarlo y venderlo
todo eliminando lo cualitativo. A éstas tendencias del
pensamiento actual se las considera -con la visión
progresista de la Filosofía de la Historia como infinitud
lineal ascendente que llamamos desde la postmetafícia
metarrelato de la metafísica
tradicional- conservadurismo y reaccionarismo. De modo que para
el Habermas ilustrado y progresista de El Discurso
filosófico de la modernidad
todo lo que ha venido
defendiendo el pensamiento postmoderno no es sino un
"neoconservadurismo". Al poner ejemplos se percibe enseguida lo
ridículo de tal pretensión de refutación.
¿Escuchar a los ancianos en cuanto memoria
generacional es algo fascista? ¿Cuidar de los propios
hijos o amamantarlos es algo fascista? ¿La música de Richard
Wagner es algo fascista? ¿Considerar algo como sagrado es
algo fascista? ¿No avergonzarse de tener identidad
(sexual, cultural, nacional) es algo fascista? Y así se
podría segur preguntando sin solución de
continuidad.

Esto que digo es bastante diferente de ese afán por
querer ser el portavoz de la Razón del platonismo y de la
metafísica tradicional. Es distinto porque no identifico
Razón y Pensamiento sino que considero que
lo segundo es lo que tenemos que hacer, comprender,
mientras que lo primero es una castración lógica
de muchos aspectos de la vida que quizás formalmente y en
altas abstracciones puedan desprenderse de la vida y consigan
explicar algo, pero entonces lo hace desde la muerte y sobre
lo muerto. Pienso que nadie puede ni debe desprenderse de lo que
es en aras de lo que razona. Soy mujer y me gusta llevar
vestidos, arreglarme y no veo como disvalores los femeninos y
como valores los
masculinos, sino que me parece estimable poder ser sensible y
racional, dulce y fuerte, sencilla y compleja, inocente y
experimentada.

Laika asume los valores
masculinos, desprecia los femeninos y exige la igualdad de la
mujer con los hombres en un mundo que se rige por valores de los
hombres. Por mi parte, basándome en las ideas de
pensadoras del feminismo de la diferencia como Luce
Irigaray, Julia Kristeva, Héléne Cixous o Victoria
Sendón de León, considero que hay que reivindicar
un espacio para lo femenino que ponga el flujo heraclíteo
de lo vital materno a la misma altura que el ser
parmenídeo de lo fálico paterno. Reivindico
así, como Laika, los mismos derechos, pero los mismos
derechos para lo femenino, desde la diferencia, que no es
contraria a la igualdad social pero que no cree que se consiga
ésta imitando el falogocentrismo que se ha impuesto a
través de la metafísica occidental. Para mí
la igualdad no consiste en que la mujer vaya a la guerra, sea
competitiva, se pegue en el boxeo, acuda a un Boys o consuma
prostitutos por detentar el saber-poder de una tarjeta de
crédito.

La igualdad consiste en algo propio de la sociedad
postmetafísica propuesta por Heidegger al final de la
primera sección de Ser y Tiempo, aquella con la que
termina la analítica existenciaria del ser-ahí. Se
trata entonces de un mundo no desligado de la tierra que
rememore (Andenken) y recupere la senda perdida del
cuidado (Sorge) -lo que los griegos llamaban
epimeleia– mediante la cura de un preocuparse
solícito (Fürsorge) -por los niños y el
amante, por ejemplo- o un ocuparse (Besorge) de los entes
intramundanos que queda implicado ontológicamente en el
cuidado-de-sí (Selbs-Sorge) -de ahí la
necesidad de complementar a Foucault con
Heidegger.

El cuidado (Sorge) es la estructura del
ser-ahí. Esto último ha sido olvidado por la
metafísica occidental dando lugar a un cuidado de
sí solipsista, narcisista, egotista, individualista,
liberal y neoliberal, que ha roto con toda comunidad y
que no establece ya vínculos de philía ni
rinde culto al dios Eros.

En resumen, lo que esto quiere decir para nuestro asunto es
que habrá que lograr que se pueda, por ejemplo, volver a
ser madre sin que parezca un crimen contra natura, una renuncia y
una esclavitud, cosa que ocurre porque desde nuestra sociedad
actual -una cultura nihilista de odio contra la vida- todo lo que
es naturaleza (physis) parecería como si fuese una
aberración a trascender o a eliminar en lugar de un bien
que cuidar, preservar, considerar y respetar.

En Ser y Tiempo anunció ya Heidegger la
significación profunda del cuidado (Sorge) de la
siguiente manera:

"Este término no se ha escogido porque el Dasein sea
ante todo y en gran medida económico y
práctico, sino porque el ser mismo del Dasein debe
mostrarse como Sorge, cuidado. A su vez, esta
expresión deberá comprenderse como concepto
estructural ontológico. No tiene nada que ver con
aflicción, tristeza ni preocupaciones
de la vida, estados que pueden darse ónticamente en todo
Dasein. Todo esto es ónticamente posible, al igual que la
despreocupación y la alegría, porque
el Dasein, entendido ontológicamente, es Sorge,
cuidado
".

Lo que no significa otra cosa más que la
constatación de que otra medida de la temporalidad es
necesaria en cuanto ontológicamente estructurante de las
existencias, aquella a la que los griegos llamaban
scholé; una noción traducida por ocio
pero malsignificada y resemantizada en el sentido de
pereza por la tradición metafísica. Una
noción que dio lugar a la palabra escuela tras
pasar de los griegos a los romanos y que ya en Maquiavelo
significa lo contrario del estudio y de la acción. Este es
el motivo de que en el mismo libro que he
mencionado antes se nos diga también, que:

"En el reposo, el cuidado [Sorge] se sumerge en la
circunspección ahora libre".

En esa línea podría mencionarse el primer
volumen de la
trilogía de Esferas de Peter Sloterdijk como un
homenaje a la maternidad y una exposición
de una sabiduría olvidada allende el
positivismo,
unos conocimientos que sitúan la concepción como la
esfera primordial. Con el embarazo, señala éste,
las madres, leo:

"sienten que se han hecho responsables de sus estados de
ánimo y de sus éxitos vitales, y saben que ellas
mismas no son una condición marginal indiferente para el
buen resultado de la vida venidera. Sienten especialmente, aunque
sea de manera implícita y discreta, la obligación
de ser felices por amor al hijo".

¿Es acaso semejante fenómeno una
concepción de amor sacrificial, como piensa Laika,
a la que deberíamos negarnos por significar nuestra
esclavitud y dependencia? Fue Rousseau quien, con fino sentido de
que la naturaleza era más sabia que las sociedades,
facilitó la recuperación del pasado de la
práctica perdida de que las madres amamantasen a sus
hijos. Hoy ese cuidado se ha perdido en Occidente, lo cual es un
síntoma de todo lo que no anda bien y se concibe aquella,
la mejor nutrición para el neonato, la que
sólo puede proporcionar una madre, como una esclavitud de
la que hay que librarse para ser una mujer emancipada.

Escipión: Un momento, un momento. Lo de
Heidegger no lo entiendo y lo de Sloterdijk no lo he
leído. Y si bien no comparto sus registros
lingüísticos, como no estoy suficientemente
familiarizado con su metalenguaje, no los voy a descartar
llamándoles nazis como hacen muchos bienpensantes en la
actualidad. Pero aunque yo mismo he venido insistiendo en no
descalificar a un pensador en bloque por una frase suelta
extraída de un libro no puedo evitar mencionar algo sobre
esa tal Irigaray, ya que sí que estoy versado en el lenguaje de
las ciencias
matemáticas y fisico-naturales, estoy
familiarizado con esos registros. Y es que lo único que
sé de Luce Irigaray es lo que de ella apareció en
el libro de Alan Sokal Imposturas intelectuales y que
conozco por un sarcástico artículo del
biólogo Richard Dawkins que os voy a citar traduciendo un
párrafo
del artículo en inglés
que tengo aquí entre mis papeles. Sí, aquí
está. Dice lo siguente:

"La "filósofa" feminista Luce Irigaray es
otra que merece un capítulo en el libro de Sokal y
Bricmont. (…). Irigaray arguye que E=mc2
es una "ecuación sexuada". ¿Por
qué? Porque "privilegia la velocidad de
la luz sobre otras velocidades que son vitalmente necesarias para
nosotros" (enfatizo lo que estoy aprendiendo,
poniéndolo entre comillas). Igualmente son típicas
de esta escuela de
pensamiento las tesis de
Irigaray sobre la mecánica de fluidos. Los fluidos, ya lo
ven, han sido injustamente rechazados. La "física
masculina" privilegia lo rígido y las cosas
sólidas".

Obviamente, manteniendo una distancia con la falta de
comprensión de los discursos
heideggerianos puedo aceptar que soy yo el que no comprende y no
juzgar lo que no conozco, pero por lo de Irigaray, francamente,
no paso.

No me gusta el pensamiento débil de la
postmodernidad, del arte y de la literatura, prefiero el
pensamiento fuerte de la modernidad y de la ciencia, qué
le vamos a hacer, no creo que eso sea sinónimo de caer en
el endurecimiento insensible, adolecer de resentimiento o carecer
de buenos sentimientos. Digamos al respecto que King Kong es
sensible y tiene buenos sentimientos, pero es fuerte y no tiene
por qué avergonzarse de serlo y actuar en todo con
suavidad y dulzura. ésas cosas se las reserva el simio
para la que ama, pero no con respecto a aquellos con los que se
enfrenta. Y aquí hablamos de enfrentamientos, no porque
las armonías no existan, sino porque es lo que está
mal lo que fastidia lo que está bien y sobre lo que hay
que trabajar a fin de procurar evitarlo. Se me acusa de hacer lo
que hace el telediario, contar sólo malas noticias y no
dar las buenas, pero nadie vería una cadena de noticias en
la que se contasen las bondades que, ciertamente, acaecen
también en el mundo. Sobre los conceptos de fuerte y
débil habría mucho que hablar, pueden discutirse y
deben discutirse si maniqueamente se quieren contraponer de forma
absoluta, pero al menos se me podrá dejar contraponerlos
de forma relativa, sin por ello dictaminar que una cosa sea mejor
que la otra o que el llamado sexo débil tenga alguna
suerte de inferioridad sobre el otro.

Jugaré al juego de las metáforas para que
veáis que también puedo hacerlo, aunque
desconfío de tales amalgamas. Si bien hay artes marciales
duras, basadas en la fuerza, el golpe directo y rápido,
como el karate o el
boxeo, también hay artes marciales blandas o suaves, como
muchas modalidades del kung fu, basadas en la flexibilidad, el
golpe circular y el fluir de los movimientos. Según las
metáforas del imaginario en términos
sociohistóricos lo indoeuropeo es la cultura de la vista y
de la imagen, la
masculina, seducida por la apariencia visual, la de los arios
conquistadores del mundo desde Grecia hasta el Indostán;
la de los belicosos descendientes de los kurganos. Lo
semítico, por el contrario, sería la cultura del
oído,
femenina, a la que se seduce con poemas
cantados a la oreja, por palabras antes que por ideas; pues la
palabra griega "idea" proviene del vocablo ver y de la
metáfora del conocimiento
como visión. Tales dicotomías entre lo duro y lo
flexible, lo que fluye y lo que permanece, pueden dar mucho juego
literario, pero no sé si suficiente juego
filosófico. Dictaminar que lo violento es lo fuerte y duro
y que lo pacífico es lo flexible y fluyente es tan absurdo
como decir que Parménides es violento y Heráclito pacifista, cuando lo que fuerte y
duro escribe el primero es un Poema y en los que, también
poemas, escribe el segundo, es donde se dice que la guerra es
el padre de todas las cosas
, lo cual, desde la
filosofía postmoderna contemporánea pudiera
corregirse ligando pólemos a la madre fluyente
de la circulación sangrienta del Capital
, antes que a
padre; cosa que quizá agradaría a ese Lacan que
decía que siempre se enferma por la madre.

Cierto que hay tanto hombres como mujeres que practican ambas
modalidades de artes de la guerra de las que hablaba antes y que
hay modos mixtos, como en la música degenerada
según el Platón de
Las Leyes. Pero en esto me quiero relativamente purista o
con la idea de que una tendencia predomina en ciertos caracteres
sobre la otra. Tomadlo como una preferencia personal, si se
quiere, tan respetable como su contraria. ¿Por qué
no puedo decir que prefiero la filosofía fuerte y rigurosa
de carácter científico frente a la
literaria y poética de carácter artístico o
a la mezcla de ambas? ¿No abogas por el pluralismo?

Wolfina: ¡Pero bueno!, si no has leído
nada de Irigaray, y, además, has criticado ese proceder,
antes y ahora, de la descalificación por ignorancia, lo
mejor que podías haber hecho es callarte. Y sobre todo
callarte esa frase suelta que dices que conoces sobre la
pensadora por la cita de una cita. No voy a discutir ahora ese
asunto del Sokal ese, ya lo han hecho otros más
autorizados. ¡Pero es que además considero que no
tiene ni que mencionarse un libro que por lo que me han dicho lo
único que sabe hacer es llamar impostura al
pensamiento de gentes como Derrida -nada más y nada menos
que un filósofo que ha escrito cerca de 80 libros-
basándose en un solo párrafo de toda su obra!

Parece que sólo ves lo negativo de todas las cosas, la
maldad y el poder en la existencia, experimentas toda
determinación como negación y no hay misión
propositiva para el pensamiento a favor de la mejora de las cosas
sino sólo una tarea crítico-destructiva. Si no
puedes comprender el alcance del ámbito de la
metáfora y de lo simbólico te quedarás
sumido en la actitud violenta del pensar sin alma propio de
la ontoteología metafísico-positivista, sin lugar
para el amor y la alegría. No tengo tiempo ahora para
poder hacerte comprender estas cosas.

Ahora me interesaría -pues era lo que iba a solicitarle
antes de que me interrumpieras-, me interesaría, digo,
escuchar a Gynandro; porque indicó sabiamente que, en el
fondo, lo que ocurría era una falta para con el dios
Eros.

Dime Gynandro: ¿Es el Amor algo racional, no racional,
irracional, o acaso no caben esos calificativos y no será
más bien algo indirectamente transmisible a la hora de
hacérselo comprender a alguien a través de las
palabras o las letras? ¿No es acaso el Amor algo que
está indisolublemente vinculado a los flujos de contrarios
en unión perfecta, es decir, al pensamiento pleno,
intensivo, al que cuenta con el instante eterno de la confluencia
absoluta, la de las razones, los deseos y las emociones; la de
los sentimientos, las experiencias y las intuiciones;
la de los placeres, los instintos y las virtudes?

Escipión: Perdona lo de antes Wolfina, lo siento
si te has molestado, pero quedamos en que nos
expresaríamos con libertad. Es cierto que no he
leído nada de Irigaray y que yo mismo prohibía a
Laika emplear como supuesto método del
racionalismo crítico la manifestación de
frases sueltas para deslegitimar a un autor o pensador en su
integridad; pero no puedo evitar considerar que la frasecita que
le sacan, es, ciertamente, una chorrada. Ni puedo evitar pensar
que desde la ciencia, que es lo más objetivo, tienen que
establecerse ciertas barreras al todo vale en que puede llegar a
incurrir la postmodernidad, la mezcolanza de todo con todo del
esoterismo de la New Age, del
orientalismo y de las formas alternativas de espiritualidad que,
no casualmente, constituyen el nuevo estado de conciencia de las
masas del mundo capitalista. Por tanto, no
confío…

Wolfina: ¡Cállate un poquito ya, hombre, y
deja hablar a Gynandro! ¡Que es que te pones muy pesao! Ya
has dicho bastantes tonterías juntas de una sola vez,
tómate un respiro, relájate y contén tu
lengua polemista.

Gynandro: Está bien Wolfina. Lo repito -aunque
no lo consideren una justa apreciación- me parece que por
Laika y también por Escipión, habla el
desdén envenenado. Lamento que lo tomen como un
insulto personal pero me temo que sus palabras reflejan unas
conclusiones causadas por pretéritas experiencias de
desamor -propias o ajenas- que han cristalizado, estigmatizando
la figura del otro. Cuando esas experiencias se calcifican en la
mente dificultan cada vez más el amor.

Los fenómenos de la naturaleza y de la sociedad siguen
una secuencia lógica de acontecimientos, el amor no sigue
una secuencia lógica de acontecimientos, no procede por
causas ordenadas y racionalmente cuantificables, más bien
suspende toda secuencia y existe en la medida en que la
lógica del poder queda anulada por la alógica del
bien-estar-juntos. Luego toda calculabilidad respecto a las
ventajas o desventajas de los individuos o de los géneros
es un atentado contra el amor. En este aspecto Verganza y Wolfina
han estado acertados, pues a esa competición ventajista
entre las parejas os fuerza la pérdida de la inocencia y
el miedo a que la entrega plena no sea correspondida, sino,
tomada por una debilidad de la que aprovecharse. Se habla
entonces todo el tiempo de la guerra y nunca de la paz, siempre
del odio y nunca del amor, se focaliza una esfera
perdiéndose de vista la otra. Lo terrenal-mundano anula y
devora a lo espiritual-terreno.

Eros es un dios muy peculiar y lo que habría que decir
sobre él, a despecho de El Banquete, es inefable.
Aquí no valen mucho las palabras sino sólo las
acciones.
Luego me limitaré a guardar silencio para que sean mis
actos los que hablen por mí.

Verganza: Perdonad pero se ha hecho muy tarde y me
acaban de decir que van a cerrar y tenemos que irnos de
inmediato. A mí me parece que acabamos de empezar, apenas
me ha dado tiempo de expresar mi parecer y quizás vosotros
os quedáis también con mucho que decir. Pero nos
echan. En la próxima ocasión tenemos que quedar en
algún lugar en el que podamos despreocuparnos de la
hora.

Yo no me quedo satisfecho con el corolario de Gynandro acerca
de la inefabilidad de lo que considera determinante de la
discusión y de que el modo de acción que es hablar
tenga que culminar en un silencio para que hablen otro tipo de
acciones. Sugiero que, puesto que nos obligan, demos aquí
por terminada la discusión, pero que la transcribamos por
escrito, que aportemos cada cual algún texto breve de los
pensadores emblemáticos y notables que nos han precedido
para que meditemos cada cual y que, puesto que ya nos cierran
este lugar y hemos de marcharnos, quedemos otro día para
proseguir la discusión una vez que hayamos reflexionado
bien sobre todo lo que se ha dicho. Nos vendrá bien una
pausa y una lenta y rumiada meditación antes de que
volvamos a reunirnos. Quizás entonces se nos sume alguien
más al encuentro y de seguro podremos retomar el asunto
desde una posición más solvente para todos.

Wolfina: Muy bien, pues si nadie está en
desacuerdo en que nos disolvamos de esta manera tan abrupta y
dejemos la
investigación en donde ha llegado a fin de proseguirla
en nueva ocasión, quedamos entonces así como ha
dicho Verganza. Despidámonos cordialmente y confiemos en
haber aprendido algo los unos de los otros.

TEXTOS ULTERIORMENTE
PROPUESTOS POR LOS DIALOGANTES.

ESCIPIÓN

Parágrafos 231,
233, 238 y 239 de Más allá del bien y del
mal
[1886] de Friedrich Nietzsche.

(231) "El aprender nos transforma, hace lo que hace todo
alimento, el cual no se limita tampoco a «mantener»-:
como sabe el fisiólogo. Pero en el fondo de nosotros,
totalmente «allá abajo», hay en verdad algo
rebelde a todo aleccionamiento, una roca granítica de
fatum [hado] espiritual, de decisión y respuesta
predetermina-das a preguntas predeterminadas y elegidas. En todo
problema radical habla un inmodificable «esto soy
yo»; acerca del varón y de la mujer, por ejemplo, un
pensador no puede aprender nada nuevo, sino sólo aprender
hasta el final, – sólo descubrir hasta el final lo que
acerca de esto «está fijo». Muy pronto
encontramos ciertas soluciones de
problemas que constituyen cabalmente para nosotros una fe
sólida; quizá las llamemos en lo sucesivo nuestras
«convicciones». Más tarde – vemos en ellas
únicamente huellas que nos conducen al conocimiento de
nosotros mismos, indicadores
que nos señalan el problema que nosotros somos, – o
más exactamente, la gran estupidez que nosotros somos,
nuestro fatum [hado] espiritual, aquel algo rebelde a
todo aleccionamiento
que está totalmente
«allá abajo». – Teniendo en cuenta estas
abundantes delicadezas que acabo de tener conmigo mismo, acaso me
estará permitido enunciar algunas verdades acerca de la
«mujer en sí»: suponiendo que se sepa de
antemano, a partir de ahora, hasta qué punto son
cabalmente nada más que – mis verdades".

(233) "Delata una corrupción de los instintos – aun
prescindiendo de que delata un mal gusto – el que una mujer
invoque cabalmente a Madame Roland o a Madame de Staél o a
Monsieur George Sand, como si con esto se demostrase algo a
favor de
la «mujer en sí». Las mencionadas
son, entre nosotros los varones, las tres mujeres
ridículas en sí – ¡nada más!
-y, cabalmente, los mejores e involuntarios
contra-argumentos en contra de la emancipación y en
contra de la soberanía femenina".

(238) "No acertar en el problema básico
«varón y mujer», negar que ahí se dan
el antagonismo más abismal y la necesidad de una
tensión eternamente hostil, soñar aquí tal
vez con derechos iguales, educación igual, exigencias y
obligaciones
iguales: esto constituye un signo típico de
superficialidad, y a un pensador que en este peligroso lugar haya
demostrado ser superficial – ¡superficial de instinto! – es
lícito considerarlo sospechoso, más todavía,
traicionado, descubierto: probablemente será demasiado
«corto» para todas las cuestiones básicas de
la vida, también de la vida futura, y no podrá
descender a ninguna profundidad. Por el contrario, un
varón que tenga profundidad, tanto en su espíritu
como en sus apetitos, que tenga también aquella
profundidad de la benevolencia que es capaz de rigor y dureza, y
que es fácil de confundir con éstos, no puede
pensar nunca sobre la mujer más que de manera
oriental: tiene que concebir a la mujer como
posesión, como propiedad encerrable bajo llave, como algo
predestinado a servir y que alcanza su perfección en la
servidumbre, – tiene que apoyarse aquí en la inmensa
razón de Asia, en la
superioridad de instintos de Asia: como lo hicieron antiguamente
los griegos, los mejores herederos y discípulos de Asia,
quienes, como es sabido, desde Homero hasta los
tiempos de Pericles, conforme iba aumentando su cultura y
extendiéndose su fuerza, se fueron haciendo
también, paso a paso, más rigurosos con la
mujer, en suma, más orientales. Qué
necesario, qué lógico, qué
humanamente deseable fue esto: ¡reflexionemos sobre ello en
nuestro interior!".

(239) "El sexo débil en ninguna otra época ha
sido tratado por los varones con tanta estima como en la nuestra
– esto forma parte de la tendencia y del gusto básico
democráticos, lo mismo que la irrespetuosidad para con la
vejez -:
¿qué de extraño tiene el que muy pronto se
vuelva a abusar de esa estima? Se quiere más, se aprende a
exigir, se acaba considerando que aquel tributo de estima es casi
ofensivo, se preferiría la rivalidad por los derechos,
incluso propiamente la lucha: en suma, la mujer pierde pudor.
Añadamos enseguida que pierde también gusto.
Desaprende a temer al varón: pero la mujer que
«desaprende el temor» abandona sus instintos
más femeninos. Que la mujer se vuelve osada cuando ya no
se quiere ni se cultiva aquello que en el varón infunde
temor o, digamos de manera más precisa, el
varón existente en el varón, eso es bastante
obvio, también bastante comprensible; lo que resulta
más difícil de comprender es que cabalmente con eso
– la mujer degenera. Esto es lo que hoy ocurre: ¡no nos
engañemos sobre ello! En todos los lugares en que el
espíritu industrial obtiene la victoria sobre el
espíritu militar y aristocrático la mujer aspira
ahora a la independencia
económica y jurídica de un dependiente de comercio:
«la mujer como dependiente de comercio» se halla a la
puerta de la moderna sociedad que está formándose.
En la medida en que de ese modo se posesiona de nuevos derechos e
intenta convertirse en «señor» e inscribe el
«progreso» de la mujer en sus banderas y banderitas,
en esa misma medida acontece, con terrible claridad, lo
contrario: la mujer retrocede. Desde la Revolución
francesa el influjo de la mujer ha disminuido en
Europa en la medida en que ha crecido en derechos y exigencias; y
la «emancipación de la mujer», en la medida en
que es pedida y promovida por las propias mujeres (y no
sólo por cretinos masculinos), resulta ser de ese modo un
síntoma notabilísimo de la debilitación y el
embotamiento crecientes de los más femeninos de todos los
instintos. Hay estupidez en ese movimiento, una estupidez
casi masculina, de la cual una mujer bien constituida – que es
siempre una mujer inteligente – tendría que avergonzarse
de raíz. Perder el olfato para percibir cuál es el
terreno en que con más seguridad se
obtiene la victoria; desatender la ejercitación en nuestro
auténtico arte de las armas; dejarse ir
ante el varón, tal vez incluso «hasta el
libro», en lugar de observar, como antes, una disciplina y
una sutil y astuta humildad; trabajar, con virtuoso atrevimiento,
contra la fe del varón en un ideal radicalmente distinto
encubierto en la mujer, en lo eterna y necesariamente
femenino; disuadir al varón, de manera expresa y locuaz,
de que la mujer tiene que ser mantenida, cuidada, protegida,
tratada con indulgencia, cual un animal doméstico bastante
delicado, extrañamente salvaje y, a menudo, agradable; el
torpe e indignado rebuscar todo lo que de esclavo y servil ha
tenido y aún tiene la posición de la mujer en el
orden social vigente hasta el momento (como si la esclavitud
fuese un contraargumento y no, más bien, una
condición de toda cultura superior, de toda
elevación de la cultura): – ¿qué significa
todo eso más que una disgregación de los instintos
femeninos, una desfeminización? Desde luego, hay bastantes
amigos idiotas de la mujer y bastantes pervertidores idiotas de
la mujer entre los asnos doctos de sexo masculino que aconsejan a
la mujer desfeminizarse de ese modo e imitar todas las
estupideces de que en Europa está enfermo el
«varón», la «masculinidad»
europea, – ellos quisieran rebajar a la mujer hasta la
«cultura general», incluso hasta a leer
periódicos e intervenir en la política. Acá
y allá se quiere hacer de las mujeres librepensadores y
literatos: como si una mujer sin piedad no fuera para un hombre
profundo y ateo algo completa-mente repugnante o ridículo
-; casi en todas partes se echa a perder los nervios de las
mujeres con la más enfermiza y peligrosa de todas las
especies de música (nuestra música alemana
más reciente) y se las vuelve cada día más
histéricas y más incapaces de atender a su primera
y última profesión, la de dar a luz hijos
vigorosos. Se las quiere «cultivar» aún
más y, según se dice, se quiere, mediante la
cultura, hacer fuerte al «sexo débil»:
como si la historia no enseñase del modo más
insistente posible que el «cultivo» del ser humano y
el debilitamiento – es decir, el debilitamiento, la
disgregación, el enfermar de la fuerza de la
voluntad,
han marchado siempre juntos, y que las mujeres
más poderosas e influyentes del mundo
(última-mente, la madre de Napoleón) han debido su poder y su
preponderancia sobre los varones precisamente a su fuerza de
voluntad – ¡y no a los maestros de escuela! -. Lo que en la
mujer infunde respeto y, con bastan-te frecuencia, temor es su
naturaleza,
la cual es «más natural» que
la del varón, su elasticidad
genuina y astuta, como de animal de presa, su garra de tigre bajo
el guante, su ingenuidad en el egoísmo, su ineducabilidad
y su interno salvajismo, el carácter inaprensible, amplio,
errabundo de sus apetitos y virtudes… Lo que, pese a todo el
miedo, hace tener compasión de ese peligroso y bello gato
que es la «mujer» es el hecho de que aparezca
más doliente, más vulnerable, más necesitada
de amor y más condenada al desengaño que
ningún otro animal. Miedo y compasión: con estos
sentimientos se ha enfrentado hasta ahora el varón a la
mujer, siempre con un pie ya en la tragedia, la cual desgarra en
la medida en que embelesa -. ¿Cómo? ¿Y
estará acabando esto ahora? ¿Y se trabaja para
desencantar a la mujer? ¿Aparece lentamente en el
horizonte la aburridificación de la mujer? ¡Oh
Europa! ¡Europa! ¡Es conocido el animal con cuernos
que más atractivo ha sido siempre para ti, del cual te
viene siempre el peligro! Tu vieja fábula podría
volver a convertirse en «historia», – ¡la
estupidez podría volver a adueñarse de ti y a
arrebatarte! Y bajo ella no se escondería un dios,
¡no!, ¡sino únicamente una «idea»,
una «idea moderna»!…".

Taisen Deshimaru El Zen y las artes
marciales
. Luis Cárcamo Editor. Madrid
1980.

"En las artes marciales, hay que penetrar los elementos, los
fenómenos, y no pasar al lado de ellos. Las artes
marciales son pues esencialmente viriles, ya que el hombre
penetra a la mujer. Pero en nuestra época todo el mundo
quiere economizar su energía y se vive a medias. Siempre
se esta incompleto. Las gentes viven a medias, tibias como
el agua del
baño. Hay que aprender a penetrar la vida".

"Antiguamente, el tai-chi estaba reservado a las mujeres, a
los niños, a los ancianos, a la gente débil. Es un
ejercicio muy interesante ya que enseña a respirar
correctamente (como en zazen), a suavizar todo el cuerpo y a
concentrar el espíritu. Incluso se le ha llamado Zen de
pie
; pero a pesar de todo no es más que una danza, una
gimnasia de la
cual el espíritu del Zen ha escapado".

WOLFINA

Luce Irigaray Speculum. [1973]. Saltés.
Madrid, 1981, p.133.

"En la ignorancia, en la inconsciencia de lo que le
corresponde, de sus méritos, de su valor, de la eventual
especificidad de su papel en la economía de los
intercambios, la mujer no podrá sino envidiar y reclamar
poderes iguales o equivalentes a los de los hombres. Momento sin
duda ineluctable en el que ella se representará como
sometida, víctima o revés de fortuna del narcisismo
del pene, con el sólo fin de apoderarse de tales
privilegios. Rebelión o revolución sexuales que
simplemente invertirán las cosas y que amenazan con
perpetuar un eterno retorno de lo mismo. De manera que Freud
tiene de alguna manera razón al criticar a las feministas,
aunque las razones que aduce son discutibles y prueban su
desconocimiento de la importancia de la cuestión".

De Speculum a Entre Oriente y
Occidente
:
Luce Irigaray,
25 años de filosofía feminista de la diferencia
(Entrevista en
La Jornada, UNAM, México,
2/8/1999).

"T.J.- El concepto de la diferencia entre hombre y
mujer es la clave en su obra. ¿Por qué mientras la
mayoría habla de la igualdad usted habla de la diferencia?
Luce Irigaray.- Primero, creo que continuamente hay una
confusión entre igualdad y equivalencia de los derechos.
Segundo, devenir igual significa frecuentemente abolir su
identidad. Más profundamente, yo diría que el mal
de nuestra época viene sobre todo de una pérdida de
la autonomía personal, resultante de una falta de cultura
de la vida como tal, que hace que difícilmente nos
encontremos el uno frente al otro. El Otro se convierte en un
padre o un niño, en un amo o un esclavo, un superior o un
inferior, una cosa o un verdugo. La relación de
reconocimiento y de reciprocidad es rara. ¿No es
allí donde se encuentra el mayor bien? El problema de la
igualdad entre los individuos, particularmente entre los sexos,
no puede resolver la cuestión: la igualdad se
evalúa en función de
algo en común que posee más o menos cada uno, lo
que entraña relaciones de competición agresiva. No
hay cuestionamiento entonces respecto al amor y la reciprocidad
de las personas. Esto no puede ocurrir más que dentro del
respeto de las diferencias, cuando el otro es reconocido por lo
que es, en un deseo, una alianza y un entrelazamiento de las
cualidades propias de cada uno o una".

F.Max Müller Mitología comparada.
[1892]. Primer capítulo. Edicomunicación, Barcelona
1988.

"Ahora bien, nosotros no sabemos nada de la raza aria antes de
que se dividiese en diferentes naciones, como los grupos indio,
iranio, griego, romano, eslavo, teutónico y
céltico; en este caso, pues, ése método que
hace contar al lenguaje mismo la historia del pasado,
adquirirá para nosotros un gran valor; dará un
carácter de realidad histórica a un período
de la historia de la humanidad (…).

El simple hecho de que los nombres de padre,
madre, hermano, hermana e hija sean
los mismos en muchas lenguas arias,
podría parecer insignificante a primera vista; sin
embargo, esas palabras están llenas de sentido. La
formación del nombre de padre en ese lejano
período, prueba que el padre reconocía el fruto de
su mujer como suyo; sólo con esta condición
tenía derecho a reclamar ese título de padre.
Padre deriva de la raíz PA, que no significa
engendrar, sino proteger, sostener, nutrir. El padre, como
generador, se llamaba en sánscrito g-a-n-i-t-á-r;
pero, como protector y sostén de su hijo, se llamaba
p-i-t-á-r. Por eso estos dos nombres se emplean juntos en
los Vedas para expresar la idea completa de padre.
(…).

De igual manera m-â-t-á-r, madre, se une a
g-a-n-i-t-r-í, generadora, lo que demuestra que la voz
m-â-t-á-r había perdido pronto su
significación etimológica, para convertirse en una
expresión de respeto y de cariño. Entre los
antiguos arios m-â-t-á-r significa creador,
de MA, formar".

Peter Sloterdijk Esferas I. Siruela, Madrid 2003,
p.58; pp.161-162; pp.401-402.

"Toda historia es la historia de las relaciones de
animación".

"Para tener una idea de qué temperaturas afectivas
dominan en los invernaderos protohistóricos de las hordas
baste recordar el encanto, todavía hoy extendido en toda
la especie, que mujeres maduras, así como hombres
paternalmente motivados, sienten ante rostros bonitos de
bebés y niños pequeños. Lo que necesita
aclaración en esa inclinación espontánea a
simpatizar embelesadamente con el rostro de un niño no es
tanto su universalidad cuanto su falta ocasional en individuos
que, por especializaciones de su afectividad o blocajes de sus
sentimientos, están excluidos del encantador microclima
que se instaura espontáneamente por doquier (…). En
el círculo más íntimo de las campanas
sociales de participación que ritman y climatizan
emocionalmente la vida de los grupos se encuentra, casi por todas
partes, un campo, especialmente denso y protegido, con
carácter extremadamente refinado de nido e incubadora: el
espacio-madre-hijo. Con muy buenas razones podría
aventurarse uno a describir toda la antropogénesis desde ese rooming-in
primario. Desde el punto de vista evolutivo, lo que designamos
con la infeliz expresión modernista «sociedad»
es, ante todo, un sistema-abrigo de
personas menos imprescindibles, más tarde conocido con el
nombre de padres, cuya función es la de proteger la esfera
nuclear, tan indispensable como sensible, del
campo-madres-e-hijos. La incubadora interfacial tiene en las
simbiosis-madre.hijo su lugar más cálido,
más abierto y normalmente también más
alegre".

"En las culturas tradicionales los hijos tienen que conseguir
al menos la misma amplitud psíquica que sus padres para
poder mudarse a la casa del mundo de su estirpe. En culturas
avanzadas entran en escena adicionalmente espíritus
provocadores y amplificadores anímicos profesionales: un
fenómeno que entre los griegos condujo al descubrimiento
de la escuela y a la transformación de los
daímones en maestros. (El maestro entra
históricamente en el plan como segundo
padre; él se cuida de la delicada transición del
nivel del cuarteto, que sigue restringido familiarmente, al
quinteto: es decir, a la forma mínima de sociedad. Desde
que hay maestros, hay padres que asoman tras hijos poco
parecidos).

En la historia de la pedagogía institucionalizada puede
comprobarse que en todas las grandes culturas, en el umbral entre
crianza y educación, se quita a las madres su monopolio
socrático con respecto a los hijos. Cuando Hegel en su curso
de psicología
dice: «la madre es el genio del
hijo» describe con ello -insuficientemente- el punto de
partida de la educación a nivel del alma sensible y de la
subjetividad perceptiva, todavía sin conceptos. Es cierto
que el individuo,
tras sus improntas placentarias y acústico-fetales, tiene
que ser animado -y, según expresión de Hegel,
«hecho temblar»- primero por la madre; pero, una vez
acabada la formación, según el esquema idealista,
ha de ser espiritualizado sólo por el concepto
autodeterminado, que ya no tiembla.

El modo en que se experimenta al comienzo la presencia del
acompañante es, en principio, en su mayor parte, uno
no-óptico, pues la vieja historia subjetiva cae
completamente en el dominio de lo previsual y preimaginario. Para
la (in-)existencia en la noche uterina esto se entiende por
sí mismo: pero -exceptuando el elemental contacto ocular,
significativo y fascinógeno, con la madre- también
para los recién nacidos son muy importantes los medios no
visuales de contacto y relación. En la constitución
más temprana del niño incluso un hermano gemelo
corpóreo no sería durante mucho tiempo algo visto,
sino más bien una presencia barruntada, un foco de ruidos,
una sensación de tacto, un pulso, un aura, una fuente de
efectos de presión, y
sólo en último lugar una visibilidad".

LAIKA

Celia Amorós Tiempo de Feminismo.
Cátedra, Madrid 1997, pp.293; pp.300-301;
pp.322-323.

"Se es ciudadano-hombre (en tanto que soldado) o ciudadana
mujer (en cuanto madre). Se renuncia así a que sea
universal la ratio formalis de la ciudadanía. Y se
hace de este modo la abstracción inversa a la anterior: se
retiene como pertinente lo que antes se dejaba fuera -es decir,
la masculinidad o la feminidad- y se hace abstracción de
lo que antes se consideraba lo relevante -es decir, lo que hombre
y mujer podrían tener en común en tanto que
ciudadanos".

"A veces, la crítica del androcentrismo se vuelve tan
prioritaria que se pasa de rosca, desconstruye por
androcéntricas las mismas abstracciones en base a cuya
lógica se plantean las vindicaciones redistributivas, de
modo que nos quedamos sin base ni objeto para nuestra
vindicación porque hemos tirado el niño junto con
el agua del
baño. El ejército, por ejemplo, como lo recuerda
Benhabib, es en muchas sociedades «una poderosa agencia de
redistribución» de bienes
sociales, dinero, poder y status. Se quedará, sin
duda, encantado si homosexuales y mujeres procedemos a su
crítica radical por androcéntrico y nos marginamos
de él. Creo que aquellas y aquellos a quienes esa carrera
les tiente y quieran reorientarla en base a valores diferentes de
los que han constituido su tradición deben hacer ambas
cosas: vindicar el ingreso y criticar el androcentrismo. Pero no
lo podrán hacer a la vez".

"El movimiento obrero nos traiciona cuando pacta con los
patronos, como agudamente lo ha señalado Heidi Hartmann,
el salario familiar;
los negros, como es sabido, dejaron en la estacada a las
abnegadas sufragistas; ahora, algunos ecologistas se
empeñan en que las mujeres qua tales debemos
«remendar la capa de
ozono» por aquello del operari sequitur esse;
los pacifistas nos imponen el «atajo» hacia un mundo
sin guerras por la
prescripción de que nos abstengamos de participar en ellas
en razón de las características genéricas
que nos adjudican (…). Tardamos en tomar conciencia de que
nuestra relación con el marxismo era,
al menos tal y como estaba planteada, «un matrimonio
desdichado». (…) Pues bien, ahora se trata de
nuestra alianza con la postmodernidad. Y este debate está
en función de la valoración que hagamos como
feministas de nuestra relación histórica de origen,
a saber, del vínculo entre feminismo e
Ilustración".

VERGANZA

John Stuart Mill La esclavitud femenina [1869].
Extractos del capítulo primero, quinto, sexto y
décimo.

"Creo que las relaciones sociales entre ambos sexos,-aquellas
que hacen depender a un sexo del otro, en nombre de la ley,-son
malas en sí mismas, y forman hoy uno de los principales
obstáculos para el progreso de la humanidad; entiendo que
deben sustituirse por una igualdad perfecta, sin privilegio ni
poder para un sexo ni incapacidad alguna para el otro".
(…).

"Dicen que la idea de la igualdad de los sexos no descansa
más que en teorías, pero recordemos que no tiene otro
fundamento la idea opuesta. Todo cuanto se puede alegar en su
favor, en nombre de la experiencia, es que la humanidad ha podido
vivir bajo este régimen, y adquirir el grado de desarrollo
y de prosperidad en que hoy la vemos. Pero la experiencia no dice
si se habría llegado más pronto a esta misma
prosperidad, o a otra mayor y más completa, caso que la
humanidad hubiese vivido bajo el régimen de la igualdad
sexual. Por otro lado, la experiencia nos enseña que cada
paso en el camino del progreso va infaliblemente
acompañado de un ascenso en la posición social de
la mujer, lo cual induce a historiadores y filósofos a
considerar la elevación o rebajamiento de las mujeres como
el criterio mejor y mas seguro, la medida más cierta de la
civilización de un pueblo o de un siglo. (…).
Durante todo el período de progreso, la historia demuestra
que la condición de la mujer ha ido siempre
aproximándose a igualarse con la del hombre. No significa
esto que la asimilación deba llegar hasta igualdad
completa: otros argumentos lo probarían mejor; pero
éste de cierto suministra en favor de la igualdad un dato
sólido". (…).

"Puede que la mujer no tenga intención de disimular,
pero hay muchas cosas que no deja entrever a su marido. El mismo
fenómeno se observa entre padres e hijos. A pesar de la
recíproca ternura que realmente une al padre con su hijo,
ocurre con frecuencia que el padre ignora y ni llega a sospechar
ciertos detalles del carácter de su hijo, que conocen a
las mil maravillas los compañeros e iguales de
éste. La verdad es que, desde el momento en que un ser
humano está bajo nuestro dominio y autoridad, mal
podríamos pedirle sinceridad y franqueza absoluta. El
temor de perder la buena opinión o el afecto del superior
es tan fuerte, que, aun teniendo un carácter muy recto, se
deja uno llevar, sin notarlo, a no mostrar si no el lado
más bello, o siquiera el más agradable a sus ojos;
puede decirse con seguridad que dos personas no se conocen
íntima y realmente sino a condición de ser, no
solamente prójimos, sino iguales". (…).

"¿Puede esperarse algo mejor de la forma actual del
matrimonio? Todos sabemos que las malas inclinaciones de la
naturaleza
humana no se contienen en límites tolerables sino
cuando encuentran dique. Sabido es que por inclinación o
por costumbre, ya que no con propósito deliberado, se
abusa siempre del que cede, hasta obligarle a la resistencia. Y no
obstante estas conocidas tendencias de la naturaleza humana,
nuestras instituciones
actuales conceden al hombre poder casi ilimitado sobre un miembro
de la humanidad, aquel con quien vive, el que está siempre
a su lado, el compañero. Este poder busca los
gérmenes latentes del egoísmo en los repliegues
hondos del corazón
del hombre, reanima las más débiles chispas, aviva
el fuego oculto y da rienda suelta a inclinaciones que, en otras
circunstancias, el hombre se vería precisado a reprimir y
disimular, hasta el punto de formarse con el tiempo una segunda
naturaleza más generosa. Sé que existe el reverso
de la medalla: reconozco que si la mujer no puede resistir, le
queda el derecho de represalias, tiene medios de hacer muy
desgraciada la vida del hombre, y se sirve de ellos para que
prevalezca su voluntad en casos en que debería imponerla y
hasta en muchos en que no debería. Pero este sistema de
protección personal, que puede llamarse el poder del
escándalo y la sanción del mal humor, adolece del
vicio fatal de que suele emplearse contra los amos menos
tiránicos y en provecho de los subordinados menos dignos;
es el arma de las mujeres irascibles y voluntariosas, que
harían peor uso del poder si lo poseyesen, y que abusan
del que han salteado. Las mujeres de genio dulce no pueden
recurrir a esta arma, y las de corazón levantado y
magnánimo la desdeñan. Por otra parte, los maridos
contra quienes se emplea con buen éxito,
son los más blandos, los más inofensivos, aquellos
a quienes ninguna especie de provocación impulsa a ejercer
severamente su autoridad. El poder que tiene la mujer de hacerse
desagradable, da por resultado el de establecer una
contra-tiranía y causar víctimas en el otro sexo,
sobre todo en los maridos menos inclinados a erigirse en tiranos.
Así la injusticia produce y engendra la injusticia".

GYNANDRO

Hugo von Hofmannsthal Carta a Lord Chandos. [1901].
Yerba, Múrcia, 1996, p.30; p. 32 y p.37.

"Primero se me fue volviendo imposible hablar sobre un tema
elevado o general y pronunciar aquellas palabras, tan
fáciles de usar, que salen sin esfuerzo de la boca de
cualquier hombre. Sentía un inexplicable malestar con
sólo pronunciar «espíritu»,
«alma», «cuerpo»".

"Desde aquel tiempo llevo una existencia que temo
difícil lleguéis a comprender, tan sin
espíritu, tan sin pensamiento se va sucediendo; una
existencia apenas distinta, por cierto, de la de mis vecinos, mis
parientes y la mayor parte de los nobles propietarios de tierras
de este reino, y que no está desprovista por completo de
instantes gozosos y vivificantes. No me es fácil
explicaros en qué consisten esos buenos instantes; las
palabras me abandonan nuevamente. Porque es algo completamente
indefinido e incluso indecible lo que se me declara en tales
momentos, colmando cualquier suceso de mi círculo
cotidiano con un desbordante raudal de vida superior, como una
copa. No puedo esperar que me entendáis sin ejemplos, y
debo pediros indulgencia por su banalidad. Una regadera, un
rastrillo olvidado en el suelo, un perro
al sol, un pobre cementerio, un lisiado, una pequeña casa
de campesinos, todos ellos pueden convertirse en cuenco de
revelación. Cada una de esas cosas, y las mil otras
semejantes, sobre las que la vista, en otro tiempo, pasaba ligera
con confiada indiferencia, puede adquirir, en cualquier momento
que escapa a mi poder, tal tono sublime y patético que
empobrece demasiado cualquier palabra que quiera expresarla".

"El lenguaje en el que quizás me fuera dado, no
sólo escribir, sino incluso pensar, no es el latín,
ni el inglés, ni el italiano o español,
sino un lenguaje del que no conozco una sola palabra, un lenguaje
en el que me hablan las cosas mudas y en el que, quizás,
una vez en la tumba me justificaré ante un juez
desconocido".

Junio de 2007

 

 

Autor:

Simón Royo Hernández

Doctor en Filosofía por la Universidad
Nacional de Educación a
Distancia. Miembro de los Grupos de investigación "Pólemos" y
"Palimpsestos" de la citada
universidad.

Imparte un módulo como profesor en el MASTER
"Europa Fin de siglo" de la UCM y desarrolla en la actualidad una
investigación Postdoctoral en la UNED sobre el pensamiento
de Platón.

Partes: 1, 2
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