- Las cosas
están, así como estaban. - El
remanido artículo 86. - La
preparación del terreno. - In
dubio… prudentia.
I. Las cosas están,
así como estaban.
El aborto, como objeto de cualificación moral, es la
interrupción voluntaria del embarazo.
Sin embargo, propiamente hablando, más bien hay que
decir que este tema refiere al modo como el mundo adulto
considera que ha de resolver los conflictos que se le suscitan en
su relación con otros seres humanos en los momentos
iniciales de su existencia; es decir, en su existencia prenatal.
Ahora bien, cabe señalar que el modo cruento de deshacerse
de la prole no deseada o problemática para los
progenitores o para el Estado, no siempre se circunscribió
al tiempo inicial de gestación en el vientre de su madre,
sino que en otras épocas llegó incluso hasta los
primeros años de vida del menor.
Ni hace falta decir, entonces, que este no es un tema nuevo;
pues desde muy antiguo se han practicado abortos en el mundo, y
no solo abortos, sino también infanticidios.
1.- En el mundo antiguo.
Unos mil años antes de Cristo, en Esparta, los
niños podían ser desechados desde el momento de su
nacimiento y hasta los siete años de edad, si acaso se
observaba que no eran aptos para desempeñarse como
guerreros. Sucedía que a partir de los siete años
de edad era el Estado quien se hacía cargo de la
educación de los menores, pero no gastaba su tiempo y sus
recursos en aquellos que no se juzgasen aptos.
¿Cómo se deshacían de ellos? Pues
arrojándolos al vacío desde un barranco en el monte
Taigeto. En efecto, las leyes de Licurgo admitían el
despeñamiento de los "débiles y deformes".
El de los espartanos quizás sea el caso más
conocido y citado, pero no fue ni con mucho el único. En
Roma, por ejemplo, según narra Tito Livio, la roca Tarpeia
cumplía la misma función con los niños
considerados inválidos congénitos y con los
ancianos, sin embargo los inválidos de guerra, eran
tenidos como ciudadanos que debían ser honrados por todos.
Es lógico, pues Tarpeia es el nombre de una virgen vestal
que había traicionado a Roma entregando la ciudad a los
enemigos; en consecuencia, era en la roca que llevaba el nombre
de esta vestal, el lugar donde se castigaba a los traidores
precipitándolos al vacío. Resulta significativo
observar que desde ahí mismo se despeñaba a los
niños "no deseados" o "inconvenientes".
Muchos fueron los abusos cometidos contra los niños
desde tiempos remotos. El infanticidio directo practicado con
frecuencia en la antigüedad, fue siendo progresivamente
reemplazado por el simple abandono (expositio). Ambas
prácticas manifiestan el no reconocimiento del estatus
humano de los niños. La sociedad de aquel entonces
decidió que había un tiempo cronológico a
partir del cual un ser humano debe ser respetado como ciudadano,
y que antes de ese tiempo no lo es; en consecuencia: no siendo
todavía ciudadano, no se puede decir que tenga ni siquiera
derecho a vivir [1]. No se trataba de una fecha
determinada sólo para el inicio de la vida intrauterina,
sino incluso para después del nacimiento. Por suerte en
nuestro tiempo tan solo discutimos en torno al aborto; es decir,
respecto del tiempo antes del nacimiento, pero ya no respecto de
los derechos del niño una vez que ha nacido.
En la mayoría de los casos, los infanticidios no se
cometían por métodos directos tales como
estrangular al recién nacido, ahogarlo, despeñarlo
o golpearle la cabeza, sino por métodos indirectos tales
como abandonarlos en cerros y caminos, dejarlos morir de hambre
lentamente en las calles, descuidarlos física y
psicológicamente, al punto de permitir que les ocurran
accidentes. En ocasiones los niños eran arrojados a los
ríos, echados en muladares y zanjas, e incluso envasados
en vasijas para que se murieran de hambre. Según algunos
autores, la forma más corriente de infanticidio
consistía simplemente en no dar alimento al niño,
por descuido o deliberadamente. Estos datos no deberían
asombrarnos, pues aún hoy existen algunos casos de
bebés abandonados en basurales, así como lugares
del mundo en donde los niños mueren por
desnutrición.
En todas las sociedades de aquellos tiempos remotos, siempre
operaron factores de selección u omisión en
detrimento fundamentalmente de las niñas, a las que no se
daba gran valor en esas sociedades predominantemente militares y
agrícolas, y sobre los discapacitados físicos y
retrasados mentales, que eran considerados como engendros,
criaturas de seres abominables y enemigos de los niños
sanos. Esta selección afectaba a todos los niños,
ya fueran ilegítimos o legítimos. Tampoco estas
cosas deberían extrañarnos; pues también hoy
se suelen practicar exámenes prenatales al solo efecto de
saber anticipadamente si el niño nacerá "sano y
normal" o no.
Antaño en Grecia y Roma como hogaño en
muchísimos países, ni la ley ni la opinión
pública veían nada malo en deshacerse de la prole
indeseada o que resultare de algún modo
problemática para los progenitores o para el Estado. Los
grandes filósofos de la antigüedad tampoco se
opusieron. Aristóteles escribió: "En cuanto al
abandono o la crianza de los hijos, debe haber una ley que
prohíba criar a los niños deformes; pero, por
razón del número de hijos, si las costumbres
impiden abandonar a cualquiera de los nacidos, debe haber un
límite a la procreación".
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