- El
derecho a la diferencia - Pretextos para la
ignorancia - Costumbre del menor
esfuerzo - Legitimación
de la negligencia - Políticamente
agresivo - Universidad
petrificada
Texto publicado en el libro La
Universidad y la
tolerancia. Rafael Cordera Campos y Eugenia Huerta,
coordinadores, UNAM,
1996.
Tres imágenes
de intolerancia, consecuencia del no resuelto entrecruzamiento
entre Universidad y Política.
24 de mayo de 1994: Ernesto Zedillo, candidato
presidencial del PRI, acude a la Facultad de Contaduría,
invitado por estudiantes que quieren escucharlo y debatir con
él. Cuando sale del auditorio, varios jóvenes del
CEU, enmedio de una provocadora estridencia, arrojan piedras y
palos contra su vehículo.
15 de junio de 1994: El candidato del PAN, Diego
Fernández de Cevallos, encabeza un mitin al pie de
Rectoría y un pequeño grupo de
antagonistas suyos le arroja huevos podridos.
22 de septiembre de 1995: Varias docenas de
jóvenes que no fueron admitidos en el examen de selección
para entrar a la Universidad, ocupan la Torre de Rectoría.
Cuando varios funcionarios son obligados a salir de allí,
su camioneta es apaleada.
Los tres incidentes, fueron ampliamente
difundidos y en casi todos los casos criticados pero más
como evidencia de algo de lo que hay mal en la Universidad, que
como resultado de una convicción antiautoritaria. Cada vez
que un acontecimiento escandaloso ocurre en la Universidad
(1) ciertos segmentos de la llamada opinión
pública parecen confirmar sus sospechas, o recelos,
sobre lo desordenadas que son las cosas dentro de esa
institución. Se podrá alegar, con razón, que
la Universidad es mucho más que las protestas irracionales
y las animadversiones. De cualquier manera, lo que habrá
de quedar de cada incidente como los mencionados será una
imagen de
aislamiento y descomposición. Aunque expresiones de
obcecación las haya en todos los escenarios
públicos, cuando ocurren en la Universidad quedan
magnificadas por la transgresión adicional que significan,
en un espacio del que se espera coherencia, sensatez, pluralidad,
tolerancia.
Obcecaciones
ordinarias
La intolerancia en la Universidad, cuando ocurre en sucesos
drásticos, destaca más que en otros sitios. Esa no
es necesariamente una desventaja. En la medida en que se le
identifica como un valor
negativo, se le condena y se le aísla en medio de muchos
otros asuntos que definen al quehacer universitario. Pero podemos
preguntarnos, además, qué ocurre con las
pequeñas intolerancias cotidianas, que son transgresiones
menos notorias, y acaso menos abusivas, al respeto a los
derechos de los
otros. Quizá entonces, más allá de los
momentos climáticos, la Universidad es un escenario tan
abierto como cualquier otro a las intolerancias más
vulgares. Ni la investidura académica, ni la cobertura
autonómica, ni el espíritu que se supone define al
verbo de la raza universitaria, logran evitar una cadena de
resistencias y
exaltaciones que podemos considerar como breves pero fastidiosas
intolerancias ordinarias.
El derecho a la
diferencia
¿Qué es la intolerancia? Repasemos un
texto
prácticamente obligado en vista de la carencia de otros
libros que
específicamente se ocupen del tema. Tolerancia, es "la
aceptación de credos diferentes del propio", "no significa
indiferencia hacia los demás, sino el reconocimiento de
sus diferencias y de su derecho a ser diferentes", "es soportar
al otro, con la intención de entenderlo mejor", puede ser
considerada como una "pequeña virtud", "una virtud
democrática indispensable en las sociedades
modernas" (2).
No se puede aceptar lo otro, al otro, sin
reconocerse uno mismo como parte de un entramado de relaciones
que interactúan entre sí. Si tolerancia es
aquiescencia ante lo que resulta distinto de nuestras creencias,
intereses o ideas, entonces en la medida en que tengamos un
contexto más amplio, habríamos que ser más
tolerantes.
El espacio arquetípico de la tolerancia,
de tal suerte, tendría que ser la Universidad en donde, se
supone, predominan las conocimientos por sobre los prejuicios.
Además, en tanto que, por definición incluso, es
receptáculo de la pluralidad del conocimiento
–es o busca ser universal, por eso se llama así– la
Universidad debiera ser el sitio por excelencia de la tolerancia,
al reunir en la medida de lo posible a todas las corrientes del
pensamiento y
la creación.
Todos sabemos que esas, sin embargo, no suelen
pasar de buenas intenciones. Es más: las garantías
para que la pluralidad y la libertad de
pensamiento sean respetadas en la Universidad –y que son
prerrogativas sin las cuales esa institución no
sería tal– aparte de plausible cobertura llegan a ser
coartada no para la tolerancia, sino para excesos, dogmatismos y
holganzas que se han vuelto la jaqueca de todos los días
en universidades como la nuestra.
Pretextos para la
ignorancia
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