Fuentes arqueológicas en el estudio de la esclavitud en Cuba (página 2)
Para los estudiosos de la arqueología de habla castellana, la obra
del arqueólogo soviético Alexandr
Mongait[6] representó el punto de partida
de una valorización de la ciencia
arqueológica a la luz del marxismo-leninismo. A modo de ejemplo tomemos sus
proprias palabras al respecto:
"… el objeto material es para el arqueólogo una
importantísima fuente histórica, es un fragmento de
la vida pasada encarnada en valores
materiales"[6: 11].
En épocas anteriores se consideraba la
arqueología como una ciencia auxiliar de la historia y, por esta
razón, sus fuentes no
eran tomadas en consideración. De ahí que la obra
citada abra una perspectiva de gran importancia, sobre todo
cuando dice:
"… el hombre
antiguo creó objetos muy diversos, instrumentos de
trabajo,
adornos, vajillas, etc., todos ellos son producto de su
época, propios de su época y, a veces, nada
más que de ella. De este modo el arqueólogo, al
examinar un objeto, puede determinar en qué período
fue fabricado y a qué pueblo perteneció"[6:
11].
De acuerdo con todo lo expuesto podemos concluir que el
resultado de una investigación arqueológica, seguido
de la reconstrucción histórica, está en
dependencia del valor y
alcance que se logre de las fuentes que constituyen los medios para el
análisis de los datos
concretos[7: 9].
Estas fuentes de las que se vale el arqueólogo son las
que resultan del trabajo disciplinario. Para explicar similitudes
y diferencias observadas en el registro
arqueológico, así como en los procesos que
provocan modificaciones en los sistemas
socioculturales, es necesario valerse además de otros
tipos de fuentes, las cuales pueden ser de índole
etnográfica o histórica, con el apoyo
también de datos climáticos, ecológicos,
faunísticos, botánicos, etc.[8:
4].
Una tendencia muy común, en la que se cae a veces sin
intención, es la de estudiar y valorar los materiales
extraídos de una excavación arqueológica a
través de un trabajo mecánico-descriptivo, y se
olvida lo más importante: el hombre que
confeccionó estos materiales[9: 1].
De acuerdo con las características señaladas
para el estudio de las fuentes arqueológicas, es bueno
observar que en las investigaciones
efectuadas en nuestro país acerca del proceso de la
esclavitud
dichas fuentes son de un valor incuestionable; por tal
razón, pasaremos a analizar el segundo objetivo de
este trabajo: cómo las fuentes arqueológicas
investigadas han contribuido al estudio general de la esclavitud
en Cuba.
Desarrollo del
trabajo
Los españoles llegaron a nuestras tierras con el solo
afán de lucrar, de sustraer la mayor cantidad de riquezas
para regresar llenos de gloria a España.
Para lograr esto, necesitaban aumentar cada vez más sus
posibilidades de extracción de recursos, tanto
de las tierras otorgadas como de los hombres que les fueron
encomendados[1: 38].
Para poder alcanzar
todo lo que pretendían, confeccionaron leyes
arbitrarias, se repartieron el mundo americano, y hasta dudaron
de la condición de seres racionales de todos aquellos que
encontraron en estas tierras. Casi simultáneo con el
descubrimiento de
América se produce la penetración en el
continente africano de los europeos, quienes se permitieron
tratar de forma semejante a los habitantes de ambas tierras, ya
que poseían un nivel socioeconómico similar, de
ahí la explotación implantada en África y
en el Nuevo Mundo.
Cuando los brazos, para ellos débiles, de esta masa
indígena, no les sirvió más a sus intereses,
y había comenzado la disputa sobre la posible legalidad de
los actos de atropello con los indígenas, comienza el
trasiego en la costa africana, con la captura y compra de hombres
negros, que eran introducidos en cantidades considerables en
estas nuevas tierras de América
como esclavos. En Cuba, esta actividad alcanza su apogeo a
finales del siglo XVIII, y en los dos primeros tercios del siglo
XIX.
Existen fuentes documentales que datan del inicio de la
colonización, en el siglo XVI, que acreditan la llegada de
negros esclavos al Caribe[10: 92] y, en especial,
a Cuba. La misma desgracia une en un comienzo al indio y al
negro, por esta razón, los primeros cimarrones y palenques
iniciales no fueron de negros, sino de indios[2:
79]. Ellos enseñaron a los negros la forma de
salir al monte y buscar la libertad,
"… la fuga era el ideal del esclavo, porque significaba la
libertad temporal cuando menos"[10: 98].
Así se observa que algunas palabras del léxico
de la época, como por ejemplo "asiento", que indica la
estancia de un grupo de
hombres en un lugar preestablecido, se usaban indistintamente
para indios o negros, al igual que "cimarrón" y
"palenque"[2: 80]. Aun en la literatura
arqueológica actual se le dice asiento a un sitio
aborigen[11: 126].
Sobre la base de todo lo apuntado anteriormente estudiamos el
indudable valor y la utilidad de la
fuente arqueológica, que permite aportar una inapreciable
información, como, por ejemplo, el
patrón habitacional de los esclavos a través de las
diferentes épocas, sus rituales funerarios en el siglo
XIX, y los variados objetos de uso personal, que
diariamente acostumbraba a tener consigo y también los que
usaba en el momento de la muerte.
Cuando el colonizador español
logró establecerse en el Nuevo Mundo, es decir, cuando su
emplazamiento urbano se hizo permanente y no tuvo que utilizar el
caserío indígena para subsistir en nuestro medio,
pudo utilizar mejor la fuerza esclava
que representaban los indios. Emplea primero la encomienda, la
cual le da resultados por algún tiempo; pero
más tarde trata de concentrar a los indios en poblados, a
los que llama experiencias, que después convertirá
en pueblos de indios. Algunos de estos poblados han devenido en
poblaciones, como son Jiguaní, en la provincia de Granma;
Caney, en la provincia de Santiago de Cuba; y Guanabacoa, en la
provincia Ciudad de la Habana. En la provincia de Holguín
existe un sitio arqueológico, El Yayal, del cual quedan
solo los restos de su capa antropogénica y que fue en su
tiempo una de estas concentraciones indígenas. De este
sitio se han hecho varios estudios, y actualmente se considera
como una posible reducción de grupos
aborígenes. Dicho sitio solo se ha podido investigar a
través de métodos
arqueológicos debido a que no existen documentos sobre
él.
El patrón habitacional de El Yayal es parecido al
utilizado por los aborígenes agroalfareros de Cuba; esto
se ha podido determinar recientemente por investigaciones hechas
en el lugar[12: 187-250]. También se
precisó que su verdadera razón de ser fue la
concentración indígena organizada por los
españoles dentro de la hacienda de Francisco García
Holguín, y que posiblemente traían a los indios de
las densamente pobladas áreas de Banes, cuyo acceso era
difícil a los españoles sin que recibiesen la
hostilidad de sus moradores autóctonos[13:
38].
En las múltiples excavaciones, realizadas en el lugar,
se han exhumado una serie de objetos que fueron parte de la vida
cotidiana de sus habitantes, tanto indios como españoles,
donde podemos observar la simbiosis que debió originarse
al convivir estas dos culturas. Ejemplo de ello tenemos, como
herramienta de trabajo, un hacha petaloide de hierro
martillado; vasijas de barro cocido, con formas españolas,
pero confeccionadas con material y técnica aborigen;
adornos colgantes, realizados en mayólica española
policromada del siglo XVI; cuentas de barro
que imitan las de cristal; cerámicas o vasijas
indígenas con forma europea; y otros objetos[14:
63].
En su gran mayoría, los negros esclavos que llegaron en
los primeros momentos del siglo XVI, se ubicaron en la
servidumbre; pernoctaban con sus amos en las casas de vivienda,
urbanas o rurales, o en áreas aledañas a estas;
aunque no hay referencias es lógico pensar que pudieron
convivir también en los caseríos indígenas
de la época, ya que posteriormente utilizaron el mismo
sistema de
emplazamiento en su patrón habitacional.
En años posteriores, a medida que va aumentando la
población negra, surgen otras formas de
alojamiento, como el llamado conuco, que no era otra cosa que una
pequeña parcela que se le proporcionaba al esclavo dentro
de la propiedad
rural, donde emplazaba su casa o bohío, tenía
siembras y animales, y se
autoabastecía. Estos conucos formaban a veces
pequeños poblados, los que tomaban, como ya dijimos, la
distribución de la población
indígena originaria. La casa del esclavo negro
recibía, interesantemente, el nombre de bohío, y el
área central de concentración, el de batey;
reiteramos que ambas palabras, así como conuco, son de
origen indio[15: 98, 79, 187].
A finales del siglo XVIII, con el auge azucarero, se cambian
algunos rudimentos del hábitat
del negro esclavo, sobre todo la vivienda. Al consultar la obra
de Moreno Fraginals[4], estamos de acuerdo con
este autor en que hay tres etapas en el patrón
habitacional de los negros esclavos en este momento, tanto en
haciendas cafetaleras como azucareras. Primero, el amo ubicaba
los conucos con sus respectivos esclavos en un área
determinada de la finca, y luego estos se colocaban al arbitrio,
generalmente, alrededor de una plaza central o batey. De esta
forma el sistema de vigilancia era efectivo, todo esto se puede
observar en la restauración del cafetal "La Isabelica",
situado en la Gran Piedra, Santiago de Cuba[16:
25].
Con el esplendor azucarero de finales del siglo XVIII y
principios del
XIX, hay otro momento diferente en el asentamiento esclavo; la
dotación, que ha aumentado y continúa aumentando
considerablemente, necesita también más vigilancia;
por esta razón, la distribución de la vivienda se
realiza de otra forma, ya que en este momento se dan
orientaciones en el trazado de la planta de la fábrica de
azúcar.
De aquí que ahora los bohíos de los esclavos se
emplacen en forma de U, o sea, en dos líneas paralelas,
con una plaza rectangular delantera y cerrada en uno de sus
extremos por el bohío mayor, desde el cual se controlaba
la "negrada".
A partir de 1830 cambia otra vez el status del esclavo.
Se implanta el llamado barracón cerrado, hecho de cal y
canto[4: 71], de forma cuadrangular, patio central
y cuartos dispuestos a su alrededor; a estos cuartos
también se les llamaba bohíos.
En este barracón se optimiza la posibilidad de
vigilancia, ya que la huida de la dotación se hacía
cada día más frecuente, "… el
barracón fue el máximo baluarte de la barbarie
esclavista"[4: 78], era un símbolo de
piedra que se convirtió en una verdadera
cárcel.
Debemos aclarar que es solamente en el occidente de la Isla
donde realmente se empleará esta construcción que, en algunos casos, aun hoy
día quedan en pie, como vivos ejemplos de un pasado
oprobioso. Podemos citar muestras de estos inmuebles que se han
conservado: en el poblado de Juraguá, provincia de
Cienfuegos, se conserva uno con su fachada y estructura
casi intacta; esta construcción presenta un segundo piso
en su parte delantera. Otro caso es el barracón del
ingenio Taoro, en la provincia Ciudad de La Habana, que fue
objeto de excavaciones arqueológicas por el Departamento
de Arqueología de la Academia de Ciencias de
Cuba entre los años 1968-1970.
El sitio arqueológico Taoro está enclavado en
las afueras de la Ciudad de La Habana, en el camino que va desde
la playa Santa Fe al poblado de Cangrejeras, hoy parte de la
Agrupación G del Oeste, Plan Niña
Bonita. Aquí se encuentran las ruinas de una antigua
fábrica de azúcar, que debió ser en su
tiempo de considerables proporciones; actualmente, solamente
están en pie algunas viejas construcciones, como son el
campanario y el barracón.
De acuerdo con la documentación existente en el Archivo Nacional,
Testamentaria, Legajo 27 no. 13, este inmueble, desde 1851 hasta
1880, perteneció al Marquesado Duquesne, quienes le dieron
el nombre de Taoro. Su último dueño, Don Pablo
Pérez Zamora, Marqués de Duquesne, vendió
este ingenio, en 1883, a la familia de
Agustín Díaz.
La dotación era de 224 esclavos negros de ambos sexos,
y una cantidad no determinada de chinos. La propiedad no solo
abarcaba el ingenio, sino también un tejar llamado Zarate,
la casa de vivienda y el cafetal San Miguel, por lo que la misma
se extendía desde los actuales terrenos que ocuya la playa
de Jaimanitas, la playa Santa Fe, hasta llegar a los llamados
Bajos de Santa Ana, en la costa Noroeste de la Ciudad de La
Habana.
Cuando se produce la guerra de
independencia,
este ingenio fue un baluarte de la reacción colonialista;
por ello, el 7 de enero de 1895, las fuerzas mambisas del general
Antonio Maceo, durante la invasión, lo pasó por la
tea incendiaria.
En las excavaciones arqueológicas efectuadas, se
abrieron pozos en diferentes áreas de esta casa de
azúcar, en especial en los lugares donde estuvo emplazada
la carpintería, la enfermería, el cementerio, y en lo que
queda del campanario y el barracón.
Del trabajo realizado en el barracón se pueden explicar
algunos aspectos, por ejemplo, se enmarcó la zapata para
reconstruir su verdadero perímetro, y se llevaron a efecto
algunas calas de prueba con el objetivo de lograr la mayor
información del mismo. Se procedió a buscar los
emplazamientos de almacenes,
enfermería y carpintería; se destaparon y pudo
comprobarse que habían sido destruidos por un intenso
fuego, ya que en las excavaciones se observa, a unos 0,20 m de la
superficie, la presencia de fuego en los sedimentos, así
como el hallazgo de piezas quemadas, sobre todo botellas de
vidrio fundidas
por el calor. De la
misma manera se exhumaron !casqui llos de balas, pomos de
farmacia, diferentes tipos de botellas, cazuelas de barro rojo y
de metal, entre otras cosas.
En el siglo XIX, al modernizarse la planta del ingenio, se
cambia el formato del barracón, se mantiene su
distribución, pero ahora se fabrica de cal y canto. En el
caso del Taoro, que entra de lleno en esta época, el
barracón es construido de este material y se utiliza la
piedra de las canteras cercanas a la playa de Santa Fe.
En este momento concurrían varias disposiciones que
exigían di mansiones y características determinadas
en la ejecución de este edificio. El tamaño del
bohío o alojamiento interior del esclavo, según
dictamina el Reglamento para esclavos[17: 20],
emitido por el Bando de Gobierno y
Policía de la Isla de Cuba, promulgado en 1842 por el
Gobernador, Gerónimo Valdés, debía tener
proporciones muy definidas. En el Vademecum de los hacendados
cubanos[18: 22], se exponen también
reglas para la fabricación del mismo; sobre todo, se
emiten criterios muy oportunos para la protección de la
propiedad que estos inmuebles contenían, o sea, la
vigilancia de los negros de la dotación que se encontraba
en su interior. Una de estas precauciónes sugeridas era la
concerniente a las puertas y su ubicación en el edificio,
sobre todo la puerta principal, que se sugería fuera
única. Sin embargo, el barracón del Taoro que
poseía dos, no se ceñía a dichos consejos;
una puerta se utilizaba para la entrada de los esclavos, en ella
estaba instalado el torniquete, y la otra para el trasiego de
carros y para el personal adjunto que vivía en el lugar,
como eran el contramayoral custodio de los esclavos, los chinos,
los trabajadores de la cocina, etc.
De acuerdo con lo propuesto por Pérez de la
Riva[18: 358], en Cuba los barracones de los
ingenios pueden haber sido únicos en su especie, pues no
hay similares en el resto del Caribe, Venezuela, ni
en el sur de Estados Unidos.
En los lugares citados, estaban formados por un conjunto de
chozas, donde vivían los esclavos, como se usó al
principio y en las áreas orientales de Cuba. Algo
semejante, pero no igual, fue con la "zenzala" brasileña,
edificación para esclavos que nunca llegó a tener
las proporciones del barracón cubano.
El costo de esta
construcción alcanzaba a veces hasta 20.000 pesos oro, sobre
todo los que poseían grandes proporciones. Es bueno
aclarar que no todos los ingenios tenían barracón,
aun en el occidente de Cuba, donde eran más comunes.
Estos edificios para esclavos solían tener entre 60 y
100 cuartos o divisiones internas; su aspecto exterior era
uniforme v parejo, como una gran caja, de paredes lisas y
estucadas, del color de la cal
y, por lo general, con un segundo piso en la fachada. Al pareces,
el del Taoro no tuvo segundo piso, pues en sus ruinas actuales no
hay elementos que permitan acreditarlo así.
El barracón de esta casa de azúcar tenía
alrededor de 60 habitaciones; esto se ha podido inferir de las
ruinas existentes. Los bohíos o habitaciones para los
negros eran aproximadamente de 2 X 3 m. La letrina interior, que
se encontraba en el lado sureste, era de aproximadamente 4 X 5 m
y quedaba fuera de la línea de construcción de los
cuartos. Al noroeste estaba el aljibe " muy escaso en la
edíficación de otros barracones ", con una
capacidad aproximada de 14.000 galones de agua no
potable. Los pisos del barracón del Taoro fueron de
caliche apisonado, tanto los del patio como los de los
bohíos. La ventilación era muy pobre; los cuartos
tenían pequeñas puertas y ventanas que daban al
interior del patio, pero al exterior no había generalmente
nada. Podemos percatamos de que en el Taoro, como
excepción, se presentaban orificios o airantes hechos con
atanores o tubos de cerámica, colocados tanto en las posiciones
delanteras como en la letrina.
Generalmente, en el centro del patio interior se encontraba la
cocina con un cobertizo, bajo el cual tomaba los alimentos la
dotación, en el barracón que estudiamos se presenta
en esta forma. La techumbre del Taoro era de una sola agua,
tapizado con tejas criollas producidas por un tejar llamado
Zarate, que pertenecía a los mismos dueños de este
ingenio; estas tejas están marcadas con una Z en la parte
inferior de la paleta. El puntal de los muros era de 4,5 m en la
parte alta y de 4 m en la baja, confeccionados de cantería
cortada en bloques de aproximadamente 0,50 X 0,70 m, en general,
se calcula que en este barracón habitaron unos 300 seres
humanos, ya que solo de esclavos había 224, a esto deben
agregarse los chinos, el contramayoral, el personal de cocina, la
cebadora y los criollitos.
Efectuadas las excavaciones en diferentes pozos de prueba,
sé ha exhumado en ellas una apreciable cantidad de objetos
de la vida cotidiana de los moradores de este barracón,
como, por ejemplo, pípas del siglo XIX, cuenta de
collares, botonaduras de hueso de dos y cuatro orificios,
amuletos colgantes, ollas de cerámica para la cocina,
vajillas industriales de porcelana del siglo XIX (posiblemente
europea), y otros objetos.
Anexa siempre a este conglomerado industrial azucarero de
nuevo tipo, estaba la última morada de su principal
trabajador: el cementerio esclavo. El esclavista, a fin de
cuentas, no quería tener cargos de conciencia y le
daba "cristiana sepultura" a quienes había avasallado en
vida. El duerio del ingenio Taoro no se quedó atrás
y, a unos 550 m al norte de la torre del campanario, encontramos
un pequeño cementerio de unos 100 m, con muros de
contención de 1,20 m de alto por 0,45 m de grueso, hechos
de mampostería y con la siempre clásica
"piña de ratón" en sus alrededores; dicha planta
servía para proteger el lugar de las incursiones de
animales. Esta ínfima parcela contenía,
también hacinados, al igual que en el barracón, los
restos de aquellos que por la fuerza habían sido
traídos de tierras africanas.
En 1970, por vez primera en Cuba, se llevaron a cabo
excavaciones sistemáticas y controladas en un cementerio
de esclavos, las cuales fueron insertadas en el conjunto de
trabajos antes mencionados, efectuados por la Academia de
Ciencias de Cuba.
Antes de iniciar la excavación. y de acuerdo con la
estrategía a seguir, tuvimos como objetivo detectar la
forma de enterramiento y quiénes en verdad estaban
enterrados en este cementerio: de acuerdo con esto se
trazó una primera trinchera en dirección norte-sur, la que, a los pocos
tramos de corte, detectó el osario central, de forma
circular, con un radio de un
metro, aproximadamente, y edificado en piedra no canteada. Se
destapó en su totalidad y se exhumaron gran cantidad de
huesos, que se
veían muy deteriorados, y unas cuantas docenas de dientes
humanos; entre estos dientes se encontraron varios mellados, o
sea, limados en forma cónica, que fueron objeto de
estudios posteriores, por ser esta usanza propia de los
negros[19: 16].
En el extremo de esta larga trinchera, que alcanzó unos
3 m de largo por 1 m de ancho, se cortaron dos trincheras
más en sentido este, las cuales nos dieron una
visión de la forma de enterramiento, debido a que se
encontraron alrededor de unos diez esqueletos; con esto, se pudo
demostrar la arbitrariedad que primaba en el lugar al efectuarse
el sepelio, ya que colocaban el cadáver en un hueco sin
orden alguno, o sea, lo mismo enterraban a una persona en un
espacio, que tiempo después colocaban otra encima o en
parte del lugar que ocupaba la anterior: la profundidad de los
entierros variaba entre 0,20 y 0,65 m, prácticamente a
flor de tierra.
Se pudo constar que los entierros eran sin cajas, tal vez
envueltos en sus propias mantas; en muchos casos se les
mantenía la esquifacción, o sea. la ropa propia de
los esclavos y se les permitía llevar sus avalorios y
atributos religiosos. Se verificó, en seis de los
entierros exhumados en las trincheras 2 y 3, la presencia de
botones de hueso de dos orificios que petenecían a la
camisa y el pantalón del esclavo, además, colgantes
hechos con colmillos de perro, diferentes tipos de cuentas de
variados colores, monedas
perforadas, etc. Se pudo comprobar que los allí
enterrados, en su gran mayoría, pertenecían a la
raza negra, ya que solo se encontró un caso de
asiático.
Otra variante en el hábitat esclavo, que se puede
estudiar a través de las fuentyes arqueológicas,
son los palenques. Cuando el negro huía de los lugares
donde prácticamente estaba encarcelado, su único
objetico era "coger monte" " la única posibilidad que
tenía de ser libre "; al huir se volvía
cimarrón y vivía entonces en lugares intrigados e
inaccesibles, donde ni el rancheador, ni sus perros, pudieran
encontrarlo. Esta nueva morada ha sido trabajada
arqueológicamente por algunos investigadores, como Gabino
La Rosa, en diferentes zonas de la Isla[20: 84-89]
y Enrique Alonso, quien ha trabajado especialmente en la Sierra
de los Órganos, en Pinar del Río (comunicación personal). Ambos han
encontrado cuevas con evidencias de
cimarrones, en especial Alonso, que halló objetos muy
interesantes, por ejemplo, pipas de barro rudimentarias y con
decoraciones muy similares a la cerámica africana; un
peine de madera
trabajado también con incisiones parecidas a las pipas,
ollas de barro, calderos de metal, avalorios rituales, etc.; sin
lugar a duda, objetos que acompañaron la precaria vida del
esclavo prófugo.
Cuando los cimarrones se unían y se establecían
en el monte, se formaban los llamados palenques. Como se ha
demostrado existió una buena cantidad de palenques en
Cuba, algunos de ellos tuvieron un larga
duración[20: 84-89]. Aún
están pendientes de realizar trabajos arqueológicos
en algunos de estos lugares, para contribuir a determinar su
patrón habitacional.
Referencias
[1] Saco, José Antonio. Acerca de la esclavitud y su
historia. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1982.
[2] Ortiz, Fernando. Los negros esclavos. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[3] Saco, José Antonio. Historia de la esclavitud de
la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial en países
americo-hispanos. Imprenta de
Jaime Jepiés, Barcelona, 1879, t. 1.
[4] Moreno Fraginals, Manuel. El Ingenio. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1978, t. 1.
[5] Domínguez, Lourdes. La esclavitud negra en Cuba
durante el siglo XVI al XIX: fuentes arqueológicas para su
estudio. Ponencia presentada en la Conferencia sobre
la historia de la esclavitud en América, Academia de
Ciencias de Cuba, 1979.
[6] Mongait, Alexandr. La arqueología en la
URSS. Ediciones en Lenguas
Extranjeras, Moscú, 1960.
[7] Zajaruk, Yuri. "La herencia
teórica leninista y la ciencia
arqueológica". En Las ideas leninistas en el estudio de
la historia de la sociedad
primitiva, de la esclavitud y del feudalismo, Academia de
Ciencias de la URSS, Editorial Lenguas Extranjeras, 1970.
[8] Alonso, Enrique. Reflexiones sobre objeto y método de
la
investigación en la arqueología de Cuba,
Mimeografiado, 1982.
[9] Bartra, Roger. "La tipología y la
periodificación en el método arqueológico".
Revista Tlatani, Escuela Nacional
de Antropología e Historia, no. 5, México,
1964.
[10] Franco, José Luciano. La presencia negra en el
Nuevo Mundo. Cuadernos Casa de las Américas, no. 7,
1968.
[11] Tabío, Ernesto y Estrella Rey. Prehistoria de
Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana,
1979.
[12] Domínguez, Lourdes. "El Yayal". César
Augusta. Publicaciones del Seminario de
Arqueología y Numismática Aragonesa, no. 57 y 58,
Diputación Provincial de Zaragoza, 1983.
[13] Ibarra, Jorge. "Las grandes sublevaciones indias desde
1520 hasta 1540 y la abolición de las encomiendas". En
Aproximaciones a Clio, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1984.
[14] Domínguez, Lourdes. Arqueología colonial
cubana: dos estudios. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1984.
[15] Zayas Alfonso, Alfredo. Lexicografía
antillana. Imprenta Siglo XX, La Habana, 1914.
[16] Boytel Jambú, Fernando. "Restauración de un
cafetal de los Colonos Franceses en la Sierra Maestra".
Revista de la Junta Nacional de Arqueología y
Etnología, época 5ta, diciembre, 1961.
[17] Pérez de la Riva, Francisco. "El barracón
de ingenio en la época esclavista". En El
barracón y otros ensayos, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975.
[18] Pérez de la Riva, Francisco. "La habitación
rural en Cuba". Revista de Arqueología y
Etnología, año 7, época 2da, nos. 15 y
16, enero-diciembre, 1952.
[19] Rivero de la Calle, Manuel. "La mutilación
dentaria en la población negroide de Cuba". Universidad
de La Habana, serie ciencias biológicas, abril,
1973.
[20] La Rosa, Gabino. "Elementos para la reconstrucción
histórica de los Palenques". Bohemia, año
76, no. 33, agosto, 1984.
*Tomado de: LOURDES S. DOMÍNGUEZ, "Fuentes
arqueológicas en el estudio de la esclavitud en Cuba". En
La esclavitud en Cuba, La Habana, Instituto de Ciencias
Históricas, Editorial Academia, 1986, pp. 267-279
Autor:
Lourdes S. Domínguez
Oficina del Historiador, La Habana, Cuba, investigadora
visitante, con apoyo FAPESP, en el Núcleo de Estudos
Estratégicos, Universidade Estadual de Campinas, Brasil.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |