El Presidente y el comediante. Los medios en el gobierno de Vicente Fox
- En la
prensa, sarta de babosadas - Decretazo propicio a
las televisoras - Difíciles
esfuerzos de reforma legal - Ley
Televisa
Ensayo incluido en el libro
¿Qué país nos deja Fox? Los claroscuros
del gobierno del
cambio.
Adolfo Sánchez Rebolledo, coordinador, Grupo
Editorial Norma, México,
2006.
El presidente Vicente Fox disfrutaba uno de los
que, para él, sería de los momentos más
placenteros de su sexenio. Sentado en la oficina de Los
Pinos que fue habilitada como estudio radiofónico,
conversaba con el cómico Andrés Bustamante.
-Oye, (una) propuesta, Ponchito -dijo de pronto
el presidente, refiriéndose al personaje que estaba
representando ese conocido comediante-. Tú hablas "ora
como Fox y yo voy a tratar de hablar como tú. A ver si nos
sale.
Bustamante apenas atinó a responder:
"¡Aaahhh!" Y luego, haciendo ya la voz de "Ponchito",
aceptó: -Me late, me late el intercambio. Entonces
aquí, de cuates, no hay bronca, ¿verdad?, la onda
no…
-Ciertamente, conciudadanos, me da gusto estar
aquí hoy, hoy aquí, en mi Rancho de San
Cristóbal y recibir ni más ni menos que a Ponchito.
¿Cómo estás? -dijo Bustamante parodiando a
Fox.
El presidente adelgazó la voz y casi
murmuró: -Pues mira, manito, yo estoy a toda
máquina aquí, en Rancho San Cristóbal,
aquí preparando mi agencia de publicidad Travel
Panchito, Ponchito y no sé qué más…
Era el 3 de febrero de 2001 y Fox se encontraba
en una de las primeras emisiones del programa de
radio que
presentaba los sábados. Anticipándose a la escasa
audiencia que tendría un programa repleto de mensajes
oficiales, los asesores comunicacionales del presidente
habían invitado a locutores y personajes conocidos de
la
televisión y la radio. Pero
seguramente no anticiparon que, con el creador de "Ponchito", el
presidente hallaría un alter ego por lo menos
mediático.
El presidente estaba feliz. Recordando que lo
habían criticado por no llevar los tamales que se
había comprometido a entregar el día de La
Candelaria, siguió en su imitación del
muñequito de animación computarizada creado por
Bustamante: -Que hay que recordarle al presidente Fox que el
Día de la Candelaria le quedó mal a los niños de la
calle, que había comprometido después de la
Rosca de Reyes y que no fue ahí. Hay que darle un
jalón de orejas al presidente.
El cómico, haciendo el papel de Fox,
disculpó al presidente: -Lo que pasa es que en la rosca me
salieron "unos niños"
y yo digo que no deben ser niños, deben ser chiquillos,
deben ser chiquillos. Por no olvidé ese compromiso que
tenía yo de entregar los tamales, Ponchito.
La conversación Fox-Bustamante
continuó por un rato. En más de una ocasión
el presidente habría admitido la magnética
fascinación que le suscitaban los micrófonos y las
cámaras. Ante los primeros no podía dejar de
formular cualquier declaración. Frente a las
cámaras inevitablemente se detenía para
sonreír y saludar.
Hubo quienes consideraron que sabía
manejar los recursos
comunicacionales para gobernar apoyado en ellos. No era
así. Vicente Fox no gobernó con los medios sino
para ellos, especialmente para los consorcios de la
radiodifusión. Durante el sexenio que presidió, la
relación entre medios de
comunicación y gobierno experimentó un viraje
de 180 grados.
Antes de Fox, en el transcurso del largo cuan
social y políticamente costoso período priista,
los medios de
comunicación llegaron a estar supeditados al
presidente en turno. Entre unos y otro se estableció un
vínculo desigual, que oscilaba entre la resignada
tensión y la interesada sumisión de la
mayoría de los medios
electrónicos e impresos. Esa dependencia forzosa
constituyó uno de los rasgos más afrentosos antes
de la transición democrática que se expandió
al finalizar el siglo XX. Luego, en vez de construir una nueva
relación de respeto e
interlocución con los medios el gobierno de Fox
admitió con tanta condescendencia los requerimientos de
las empresas de
comunicación más importantes que
acabó por estar al servicio de
ellas. El júbilo con que se transfiguraba en comediante
era algo más que una anécdota. Se trataba de un
presidente que olvidaba su investidura para imitar, gozoso, a un
personaje de la televisión.
En la
prensa, sarta
de babosadas
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