"¿De qué modo se vinculan los estudiantes a
la universidad?, es
la pregunta que se hacía en su época el
filósofo Federico Nietzsche…
Ante esta pregunta, respondíase a si mismo… "Por la
oreja".
En efecto, el estudiante es un auditor nada más que por
la oreja. En nuestras escuelas asistimos a un ritual en donde
mientras el profesor habla
a los estudiantes, éstos escriben mientras escuchan. Por
esta vía llegamos a la conclusión numeral de que en
el aula, mientras una boca habla, muchas orejas escuchan y la
mitad de las manos escriben. Es este el aparato académico
exterior. Sin embargo, el poseedor de la boca poco tiene que ver
con los poseedores de las orejas, por lo que se enfrenta en los
claustros una doble autonomía; doble autonomía
sumamente ensalzada bajo la denominación de libertad
académica. Se cierra el ciclo con la presencia del
Estado, quien
situado detrás, a una distancia conveniente, con su rostro
tenso de supervisor, nos recuerda a unos y a otros que Él
es el fin de toda esta actividad y la quintaesencia de estos
procedimientos
de audición y oratoria.
Estos son conceptos de Nietzsche, en una de sus cuatro
conferencias sobre "el porvenir de nuestros establecimientos
educacionales" haciendo una abierta y contundente crítica
a la filosofía "académica" de su
época. También el filósofo Schopenahuer,
conocido por su "pesimismo filosófico", lanza condenas y
diatribas en contra de la filosofía académica. Y no
dejan de tener razón, cuando hoy día los egresados
universitarios en las cátedras de filosofía, en su
gran mayoría, son sólo "profesores de
filosofía", pero en ningún caso filósofos. Se remiten, en el ejercicio de
su función
educadora (pero no formadora), a repetir y enseñar a sus
alumnos lo que dijo Platón o
lo que dijo Aristóteles, o bien lo que dijo Kant o lo que
dijo Hegel, y
así sucesivamente. Es decir, son meros repetidores de lo
que dijeron otros, pero en ningún caso capaces de
reflexionar para crear nuevos pensamientos. Como sabemos, para
Nietzsche, el verdadero filósofo debe ser un
auténtico creador, y no un mero repetidor, constante
ésta que es la que se ha dado y repetido en las actuales
aulas de clases.
Sin duda, en sus juicios críticos contra el
academicismo, estos filósofos tuvieron a la vista, en su
sentido más general, los conceptos primarios que
organizaron el proyecto moderno
de la burguesía que tuvo su origen en la
Ilustración. Proyecto histórico que
sirvió, en su primer momento, para combatir el orden
feudal, en el que apenas si podía desarrollar su
incipiente poder
económico y desplegar el acrecentamiento de su actividad
comercial, y después, para desarrollar y defender el nuevo
orden capitalista. Este nuevo orden al que se dio por llamar
Modernidad, desde
un principio arrastró la bajeza de sus orígenes,
creando nuevas formas y relaciones para afianzar su poder, dentro
del cual cabe destacar, entre otros, el trazado y difusión
de una figura mitificada, idealizada, casi sacralizada de la
figura moderna del "Educador", como sujeto y actor que permanece
en el sustrato de la "ideología pedagógica occidental". A
partir de entonces, se internalizó en la sociedad
moderna el concepto de
educación
con el convencimiento íntimo de que a través de
ésta estábamos trabajando para la "buena causa",
para la "causa noble", la causa justa de la Humanidad.
Sin embargo, más de cien años después de
la muerte de
estos filósofos, sus ideas sobre las falencias de la
filosofía académica de su época, mantienen
una asombrosa actualidad, no sólo en lo que respecta al
modo actual en que se imparte la enseñanza de la filosofía en liceos
y universidades, sino también en todas las materias y
ramos que enseñan los establecimientos educacionales en
sus distintos grados y estamentos (básica, media y
universitaria). En efecto, donde quiera que miremos, en todas las
aulas se repite el mismo fenómeno: mientras el profesor
habla por la boca los alumnos escuchan por los oídos
mientras escriben con las manos. Lo que importa es cubrir los
temas o materias del programa a como
venga y rápidamente, y después examinar a los
estudiantes, de manera tal que el requerimiento principal que
persigue el educador es la memorización de la información por parte de los alumnos.
Y no sólo filósofos como Schopenahuer y
Nietzsche empezaron a llamar la atención con sus críticas a la
manera en que se impartía la educación desde la
naciente modernidad. También los poetas románticos
y malditos no cayeron embelezados ante el atrayente garlito que
significaba en su esencia la "ideología pedagógica
occidental".Para Lautréamont, por ejemplo, el educador es
un embrutecedor y su relación con el joven sólo
puede concebirse en términos que hoy designaríamos
como relación "sadomasoquista". El mismo Oscar Wilde
definió al educador como "el azote de la esfera
intelectual": "así como el filántropo es el azote
de la esfera ética, el
azote de la esfera intelectual es el hombre
ocupado siempre en la educación de los demás",
rubricaba este hombre de
letras.
Románticos y malditos tenían más
razón de la que ellos mismos eran capaces de imaginar.
Hoy, en el contexto histórico de la crisis
indefectible del Proyecto Moderno, bajo las coordenadas de lo que
algunos autores denominan como reflujos de la Modernidad", o si
se quiere, Posmodernidad,
todas las ideas y todas las figuras heredadas de la Ilustración decimonónica son
sometidas a una crítica radical. Es en este orden que
Ulrich Beck estima que vivimos rodeados de "zombis", atrapados en
categorías e instituciones
"zombis", realidades que están, a la vez, vivas y muertas.
La familia, la
clase, el
sindicato,
etc. son ejemplos de "instituciones zombis". También la
Escuela es una
institución "zombi"; y la figura moderna del Educador,
desde el punto de vista de la teoría
crítica y de la praxis
contestataria, está asimismo "más muerta que viva",
aunque vive de hecho.
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