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Militarización y resistencia




Enviado por Ana Esther Ceceña


Partes: 1, 2

    1. Seguridad y
      contrainsurgencia
    2. Bibliografía

    El grado de complejidad alcanzado por la sociedad de
    sociedades que
    es el mundo de inicios del siglo XXI impide explicaciones
    lineales de los fenómenos. La guerra que se
    libra en Irak, y que es
    escenario de una de las mayores barbaries conocidas hasta ahora
    en nombre de la civilización, no admite explicaciones
    fáciles. No así, tampoco, la situación
    colombiana que se agrava cada día. El
    petróleo y el narcotráfico, simultáneamente, son
    las explicaciones de sentido común que, sin ser
    erróneas, nublan la visión frente a las
    problemáticas más profundas o más extensas
    de estas dos guerras y de
    las que a sus alrededores se libran sobre bases aparentemente
    civiles, como la de Haití, en que los ejércitos
    latinoamericanos, bajo el comando del brasileño, cumplen
    lastimosamente funciones de
    intermediarios del imperio en contra de la resistencia
    haitiana y de los afanes de autodeterminación de ese
    pueblo. Después de la implosión de la Unión
    Soviética y la caída del muro de
    Berlín parece iniciarse, por fin, la carrera hacia el
    establecimiento de un dominio
    universal1. Nunca antes Estados Unidos
    había contado con condiciones que posibilitaran su
    extensión total en el planeta, brindándole la
    "oportunidad estratégica"2 de ampliar sus poderes a la
    escala
    planetaria, y aprovechar la ocasión antes que
    ningún otro implica una serie de transformaciones o
    adecuaciones de diverso carácter.

    Jugando con todas sus herramientas,
    Estados Unidos intenta disciplinar al mundo entero mediante el
    uso de mecanismos jurídicos, económicos, culturales
    y militares que son desplegados simultáneamente, y en esta
    carrera no hay mayor amenaza para la humanidad que la de un
    jugador que impunemente pretende fijar todas las reglas. Con la
    reelección de Bush y el aval de la sociedad estadounidense
    a la política de confrontación salvaje de
    cualquier disidencia o indisciplina frente a reglas universales
    impuestas hegemónicamente

      Así se llame conmoción y pavor,
    furia fantasma, plan patriota u
    otros-, es justificado prever un incremento de las tensiones y
    conflictos en
    todo el mundo, con dos causas principales compartidas:

    1 El cambio
    tecnológico que deslizó la alta competencia desde
    la automatización de procesos
    productivos a la pretendida automatización de la reproducción de la vida internándose
    en el conocimiento
    de las estructuras y
    comportamientos intrínsecos de los seres vivos
    replanteó la valoración de los elementos y
    núcleos estratégicos de la reproducción
    tanto de las condiciones materiales de
    existencia como de las condiciones de ejercicio del poder. La
    redefinición tecnológica produjo una
    redefinición territorial relacionada con la distribución y densidad
    geográfica de la naturaleza
    biótica, con la disponibilidad de recursos
    naturales y la concentración del poder y las
    decisiones sobre el uso de dichos recursos.

    2 La recolonización de los territorios en un momento
    histórico en el que no quedan más desiertos3 coloca
    la disputa en el extremo de la negación (o
    afirmación) de la propia existencia. El capitalismo no
    deja más resquicios e intenta taponar todos los poros de
    la sociedad por donde emerge la vida en su afán
    libertario. Pero si el capitalismo toca estos extremos reduce la
    posibilidad de acuerdos: en su pretensión de negar la
    vida, la apremia a romper la coraza. Efectivamente, la lucha por
    el territorio y las modalidades de uso y de relación con
    la naturaleza y el espacio llevan a cuestionar el capitalismo
    como sistema acercando
    la posibilidad de realización de las utopías
    caleidoscópicas y los horizontes societales no
    capitalistas. La vocación predadora del capitalismo no
    sólo amenaza con hacer invivible el planeta deteriorando
    sus condiciones ambientales, sino que parece haberse enredado en
    un proceso de
    exterminio que lo lleva a la autodestrucción. Tan
    implacable y extendido es el proceso capitalista de exterminio
    que ha generado un amplio y decidido rechazo activo que pone en
    riesgo su
    propia supervivencia.

    El sometimiento de hombres y naturaleza es condición
    para el mantenimiento
    del sistema hegemónico de organización mundial. La urgencia de
    disponer, por sobre los derechos y voluntades del
    resto del mundo, de los recursos que Estados Unidos considera
    vitales para el mantenimiento de su posición
    hegemónica4, y la necesidad de controlar, disuadir o
    eliminar cualquier tipo de resistencia, son los dos pilares sobre
    los que se construye su estrategia de
    "seguridad
    nacional".

    Seguridad y
    contrainsurgencia

    La guerra no es una novedad. Un sistema basado en relaciones
    de antagonismo implica una simbiosis destructiva cuyos momentos
    de crisis asumen
    la forma de guerras abiertas. Sin embargo, la tensión
    antagónica supone una contrainsurgencia inmanente
    practicada sistemáticamente desde las esferas de poder. La
    contrainsurgencia en el capitalismo es una característica
    sistémica que cambia de modalidades e intensidades pero
    que se revela tanto en el establecimiento de legalidades
    excluyentes o en la imposición de las "reglas del mercado" como en
    las acciones de
    operación o inteligencia
    militar.

    Lo novedoso en este siglo XXI, que se inició en 1989,
    es la claridad con la que se enuncia el objetivo de la
    confrontación, así como las dimensiones que
    alcanza. La guerra hoy es una guerra "total contra la totalidad
    del mundo" (Subcomandante Insurgente Marcos, 1997) que se define,
    desde el Comando Conjunto de Estados Unidos, como una guerra
    asimétrica de espectro completo. Asimétrica porque
    en esta lógica
    contrainsurgente se identifica al enemigo como inasible, difuso y
    confuso, cuya peligrosidad proviene de su carácter no
    institucional, no reglamentado y no reglamentable. Como un
    enemigo que no sigue las reglas del juego que
    legitiman las relaciones de poder: como un rebelde insumiso, como
    pueblo en lucha.

    Partes: 1, 2

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