El grado de complejidad alcanzado por la sociedad de
sociedades que
es el mundo de inicios del siglo XXI impide explicaciones
lineales de los fenómenos. La guerra que se
libra en Irak, y que es
escenario de una de las mayores barbaries conocidas hasta ahora
en nombre de la civilización, no admite explicaciones
fáciles. No así, tampoco, la situación
colombiana que se agrava cada día. El
petróleo y el narcotráfico, simultáneamente, son
las explicaciones de sentido común que, sin ser
erróneas, nublan la visión frente a las
problemáticas más profundas o más extensas
de estas dos guerras y de
las que a sus alrededores se libran sobre bases aparentemente
civiles, como la de Haití, en que los ejércitos
latinoamericanos, bajo el comando del brasileño, cumplen
lastimosamente funciones de
intermediarios del imperio en contra de la resistencia
haitiana y de los afanes de autodeterminación de ese
pueblo. Después de la implosión de la Unión
Soviética y la caída del muro de
Berlín parece iniciarse, por fin, la carrera hacia el
establecimiento de un dominio
universal1. Nunca antes Estados Unidos
había contado con condiciones que posibilitaran su
extensión total en el planeta, brindándole la
"oportunidad estratégica"2 de ampliar sus poderes a la
escala
planetaria, y aprovechar la ocasión antes que
ningún otro implica una serie de transformaciones o
adecuaciones de diverso carácter.
Jugando con todas sus herramientas,
Estados Unidos intenta disciplinar al mundo entero mediante el
uso de mecanismos jurídicos, económicos, culturales
y militares que son desplegados simultáneamente, y en esta
carrera no hay mayor amenaza para la humanidad que la de un
jugador que impunemente pretende fijar todas las reglas. Con la
reelección de Bush y el aval de la sociedad estadounidense
a la política de confrontación salvaje de
cualquier disidencia o indisciplina frente a reglas universales
impuestas hegemónicamente
Así se llame conmoción y pavor,
furia fantasma, plan patriota u
otros-, es justificado prever un incremento de las tensiones y
conflictos en
todo el mundo, con dos causas principales compartidas:
1 El cambio
tecnológico que deslizó la alta competencia desde
la automatización de procesos
productivos a la pretendida automatización de la reproducción de la vida internándose
en el conocimiento
de las estructuras y
comportamientos intrínsecos de los seres vivos
replanteó la valoración de los elementos y
núcleos estratégicos de la reproducción
tanto de las condiciones materiales de
existencia como de las condiciones de ejercicio del poder. La
redefinición tecnológica produjo una
redefinición territorial relacionada con la distribución y densidad
geográfica de la naturaleza
biótica, con la disponibilidad de recursos
naturales y la concentración del poder y las
decisiones sobre el uso de dichos recursos.
2 La recolonización de los territorios en un momento
histórico en el que no quedan más desiertos3 coloca
la disputa en el extremo de la negación (o
afirmación) de la propia existencia. El capitalismo no
deja más resquicios e intenta taponar todos los poros de
la sociedad por donde emerge la vida en su afán
libertario. Pero si el capitalismo toca estos extremos reduce la
posibilidad de acuerdos: en su pretensión de negar la
vida, la apremia a romper la coraza. Efectivamente, la lucha por
el territorio y las modalidades de uso y de relación con
la naturaleza y el espacio llevan a cuestionar el capitalismo
como sistema acercando
la posibilidad de realización de las utopías
caleidoscópicas y los horizontes societales no
capitalistas. La vocación predadora del capitalismo no
sólo amenaza con hacer invivible el planeta deteriorando
sus condiciones ambientales, sino que parece haberse enredado en
un proceso de
exterminio que lo lleva a la autodestrucción. Tan
implacable y extendido es el proceso capitalista de exterminio
que ha generado un amplio y decidido rechazo activo que pone en
riesgo su
propia supervivencia.
El sometimiento de hombres y naturaleza es condición
para el mantenimiento
del sistema hegemónico de organización mundial. La urgencia de
disponer, por sobre los derechos y voluntades del
resto del mundo, de los recursos que Estados Unidos considera
vitales para el mantenimiento de su posición
hegemónica4, y la necesidad de controlar, disuadir o
eliminar cualquier tipo de resistencia, son los dos pilares sobre
los que se construye su estrategia de
"seguridad
nacional".
Seguridad y
contrainsurgencia
La guerra no es una novedad. Un sistema basado en relaciones
de antagonismo implica una simbiosis destructiva cuyos momentos
de crisis asumen
la forma de guerras abiertas. Sin embargo, la tensión
antagónica supone una contrainsurgencia inmanente
practicada sistemáticamente desde las esferas de poder. La
contrainsurgencia en el capitalismo es una característica
sistémica que cambia de modalidades e intensidades pero
que se revela tanto en el establecimiento de legalidades
excluyentes o en la imposición de las "reglas del mercado" como en
las acciones de
operación o inteligencia
militar.
Lo novedoso en este siglo XXI, que se inició en 1989,
es la claridad con la que se enuncia el objetivo de la
confrontación, así como las dimensiones que
alcanza. La guerra hoy es una guerra "total contra la totalidad
del mundo" (Subcomandante Insurgente Marcos, 1997) que se define,
desde el Comando Conjunto de Estados Unidos, como una guerra
asimétrica de espectro completo. Asimétrica porque
en esta lógica
contrainsurgente se identifica al enemigo como inasible, difuso y
confuso, cuya peligrosidad proviene de su carácter no
institucional, no reglamentado y no reglamentable. Como un
enemigo que no sigue las reglas del juego que
legitiman las relaciones de poder: como un rebelde insumiso, como
pueblo en lucha.
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