En todas las tradiciones espirituales que han hecho de la
meditación un ejercicio de acercamiento a los mundos
espirituales, desde la filosofia
Vedanta-Advaita hindú de hace dos mil años a la
práctica meditativa budista clásica, o desde el
contemporáneo Jiddu Krishnamurti.
a occidentales especializados en tal investigación como Jean Klein con su
escucha sin objeto, o Beltrán Anglada con su
serena expectación y su Agni Yoga, han coincidido
en que la espera (la "escucha") receptiva en el silencio del
pensar activo, como medio de apaciguar y parar la actividad del
ego separativo y permitir que sea el verdadero pensamiento,
el del Yo Superior, el que se actualice y manifieste, es lo que
se busca en el ejercicio del contemplar espiritual.
Pero las antiguas tradiciones orientales meditativas son muy
anteriores a la Epoca del Alma
Consciente que comienza en el siglo XV, de manera que el alma
hindú antigua reunía características
obviamente muy diferentes a las del hombre
moderno, en el que el desarrollo del
Yo y del pensar han recorrido todo un camino evolutivo de
separación del mundo espiritual y de acercamiento a la
materia para
crear una individualidad que permitiese asentarse
consistentemente en el alma al Yo auntoconsciente, pensante y
libre. Y sin embargo la contemplación sigue siendo sin
duda el método
más factible para el ser humano de traspasar el umbral de
la percepción tridimensional hasta el mundo
suprasensible, para poder llegar a
la impersonalidad, al desapego y al mundo intuitivo de las ideas
puras, descartando así los estados emotivos, compulsivos e
irracionales así como los obstáculos
psíquicos que nos atan y bloquean como los muros de una
cárcel, que imposibilitan la percepción objetiva de
los impulsos multidimensionales del mundo espiritual y que
bloquean energéticamente al cuerpo etérico para
percibir esos niveles superiores.
En su libro
"¿Cómo se adquiere el conocimiento
de los mundos superiores?" Rudolf Steiner afirmó que
"cada idea que no deviene en ideal mata en tu alma una
fuerza, pero
cada idea que deviene ideal crea en ti fuerzas vitales",
significando con ello que la necrosis (la muerte
celular) y el desgaste que se produce con el pensamiento
estrictamente racional y físico (producido por y ligado al
cerebro
físico), paraliza las fuerzas vitales, mientras que el Yo,
como reflejo en el hombre del
Cristo individualizado, ha de hacer surgir las fuerzas del pensar
en lo que llamaba el "cuerpo de vida", en vez de hacerlo en el
cuerpo físico que es el que paraliza aquellas fuerzas
vitales. Y ello es porque una idea proveniente de la fuerza
moral del Yo
es sustraída al cerebro físico y puede ser
vivenciada en el cuerpo de vida como ideal, de manera que se
convierte en idea viva y moral, y llega a constituirse como la
consciencia verdaderamente objetiva, más allá de la
consciencia intrínsecamente unida al cerebro
físico. Y es que conocer desde ese cuerpo de vida se
convierte en lo que Steiner denominó el "contemplar
etérico", que es la forma más evidente y
práctica de ampliación de la consciencia y
asímismo de la penetración en la profundidad del
pensamiento.
Pero ese contemplar no es solamente una forma de
apaciguamiento y control del
pensamiento egótico racional cerebral, y de contacto y
relación con el mundo espiritual, sino que sobre todo es
la manera única a la que el hombre puede acceder al
pensamiento espiritual durante el periplo de su
encarnación en el mundo físico, al permitir que el
alma aprenda a pensar de forma verdadera y auténtica a
partir del pensamiento de los Dioses. Y es que al elevar hacia lo
alto la contemplación calmada de la fuerza del pensar, se
puede llegar a un estado de
conocimiento que está libre de hipótesis, donde ya no se piensa sino que
solo se contempla. Y lo que se contempla son los pensamientos del
universo. Al
transformar el hombre su propia facultad del pensar, mediante la
ubicación y conversión del sujeto en un ojo
contemplativo, descansando en la quietud y en el silencio, llega
a percibir la facultad del pensar del mundo, el pensar global,
los pensamientos de los Dioses, en que las jerarquías
Divinas regalan la luz de sus
pensamientos a los seres libres para que realicen acciones
libres. Solo esos pensamientos no están condicionados, son
creativos y por tanto libres: vienen de la libertad
incondicionada y objetiva y promueven la libertad
humana.
Página siguiente |