- El lugar del poder dentro
del discurso
zapatista - Sobre la
construcción de la utopía
colectiva
Suponga usted que no es verdad eso de
que no hay alternativa posible. Suponga usted que la impunidad y el
agravio no son el único futuro. Suponga usted que es
posible que no se adelgace cada vez más la
raquítica frontera que
separa a la guerra de la
paz. Suponga usted que algunos locos y románticos piensan
que es posible otro mundo y otra vida.
Subcomandante Insurgente Marcos
Los movimientos sociales grandes y pequeños que
han conformado la historia del mundo, de la
humanidad, presentan una variedad enorme de acuerdo con su
historicidad y su ubicación geográfica o espacial.
Delimitados o posibilitados en cada caso por los conflictos y
las utopías de su tiempo, por su manera de
enfrentar la materialidad de su reproducción, por la representación
imaginaria de su vida y de su entorno, de su sentido y de sus
límites, estos movimientos son resultado de
una acumulación de luchas o resistencias,
aunque, cabe decir, no todas reaparecen o se expresan
políticamente en ellos. Su capacidad para encontrar y
subvertir en sus condiciones inmediatas los elementos generales
de opresión, y para dibujar los puentes de
identificación colectiva correspondientes a la
dimensión y carácter de esa opresión, determina
su pertinencia y las condiciones reales de su acercamiento a la
utopía. Es decir, su capacidad para simbolizar la
alternativa y la esperanza, para ofrecer caminos de
construcción libertaria de significación universal
y para instaurar una nueva ética
social y política, reconocida
y respetada por los más.
Hace ya casi cuatro años que fuimos confrontados
por la voz de los sin voz de las montañas del
sureste mexicano, que nos expulsó de los nichos o de los
escondites en que nos iban colocando la cibernética, las realidades virtuales, la
competencia, la
individualización de la supervivencia y todos los
mecanismos y fuerzas fragmentadores de una sociedad que
niega en cada uno de sus actos la posibilidad de socializar. De
una sociedad que excluye las relaciones sociales directas a
través de una compleja red de mediaciones que, como
el rey Midas, va convirtiendo en objeto todo lo que
toca.
La frescura de un movimiento
como el zapatista, que busca restablecer los significados a la
vez que construye la posibilidad de subvertirlos y trascenderlos,
no fue sólo una especie de insubordinación
de nuestra propia naturaleza y
contenido sino un resquebrajamiento de la imagen de
nosotros mismos que el posmodernismo nos había ayudado a
armar paciente pero implacablemente.
Si bien el EZLN se propuso inicialmente
declarar la guerra al mal gobierno para
poder acceder al simple reconocimiento de las comunidades que lo
conforman como parte de la nación
-y, consecuentemente, como merecedores de los derechos reconocidos en la
Constitución-, el zapatismo es
muchísimo más que un ejército, que una
organización campesina, que un grupo
étnico o un pueblo indígena, que un conjunto de
mexicanos (con toda la carga nacionalista que generalmente se le
atribuye al término). Quizá su ubicación en
el extremo de la polaridad histórica generada por el
capitalismo, y
que los hizo objeto de explotación, discriminación, opresión y
desprecio, todo al mismo tiempo, les
permitió, o los obligó, a mirar hacia dentro de
sí mismos, hacia la tierra que
les recordaba su origen, hacia los montes que les recordaban su
temporalidad y su fortaleza interna y hacia los astros que les
abrían posibilidades infinitas de
liberación.
Quizá esa misma ubicación social les hizo
percibir las múltiples facetas del poder porque todas, de
una manera o de otra, les negaron el derecho al ser. Quizá
lo inalcanzable de sus satisfactores más elementales los
hizo solidarios en su miseria y conscientes de la posibilidad de
relacionarse más allá de los objetos, más
allá de lo expropiado y expropiable.
Se pueden levantar muchas hipótesis de interpretación acerca de las causas
más profundas de este nuevo zapatismo y de su oportunidad
o pertinencia histórica. Si se trata del último
movimiento revolucionario del siglo XX
o del primero del siglo XXI, si constituye un
movimiento posmoderno o es la respuesta articuladora que reconoce
y valora las diferencias pero rescata también la
comunalidad y las significaciones de orden general, si es un
movimiento democratizador en el sentido convencional del
término o si es un movimiento revolucionario. Una manera
de avanzar en esta difícil búsqueda y en una
teorización libre de dogmatismos que intente entender la
propuesta zapatista y las razones de la inconformidad que causa,
no sólo en los actuales depositarios del poder sino en
fracciones importantes de la izquierda, consiste en explorar
algunos de sus fundamentos
éticopolíticos.
1. El lugar del poder
dentro del discurso zapatista
Tal vez la nueva moral
política se construya en un nuevo espacio que no sea la
toma o la retención del poder, sino servirle de contrapeso
y oposición que lo contenga y obligue a, por ejemplo,
"mandar obedeciendo".
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