Cada anhelo y cada ilusión que alcanzaron a sentirse le
han dado la contorsión de sus calles ya para siempre
curvas.
Serenata son los senderos ciertos e inciertos, amables y
ariscos, hechos de encuentros y olvidos, de nacimientos y muertes
que han empedrado, abierto y cerrado sus calles.
Este haber anochecido y madrugado por las esquinas y plazas la
madeja derecha y torcida de la vida es que ha ensimismado su
destino hacia el infinito y la eternidad.
Ay penas que poco a poco
van pasando
sin sentir
agobiantes ellas no
matan
luego al cabo tienen
fin
conmigo.
A veces quiero arrojarme
a los filos de
un cuchillo
porque el cuchillo es tan
limpio
para el hombre es
un martirio
una ingrata.
Si yo vengo a cantarte
no creas que es
por despecho,
embriagado por las
penas
de tu amor que a
mí me mata,
ingrata.
4. Serenata es abismo
callado
Tú, serenata, eres lucero y noche
insondable.
Ella duerme, pero arrebolada quizá por aquella
emoción y aquel sentimiento que viene desde la
creación de las especies sobre la superficie de la tierra, el
amor del hombre que le
canta.
¡Allá ella, que sienta o no sienta las
melodías y acordes que se le dedican! Ya nació para
ser amada toda mujer de la
tierra.
¡Allá ella que se pierda o se encuentre con estos
bordoneos y estos cantares!
¡Allá ella que sea digna o indigna de esta noche
tenue o iluminada, con o sin estrellas en el cielo sereno, con o
sin cordilleras que se avizoran en lontananza!
¡Allá ella que escuche o no esté despierta
cuanto se la canta, cuando se la sueña y cuando se la
adora! Ya es adorable desde que se hizo el mundo.
De cómo se la evoca bajo este cielo con o sin luna, con
o sin infinidad de luceros, ya ella es el motivo que justifica la
vida.
¡Allá ella que esté despierta o se halle
dormida! Es la geografía del alma,
la del hombre como urdimbre:
Cuando va muriendo el día
y va
ocultándose el sol
no has visto
cómo se acrece
la sombra de una
colina.
Así se ven mis amores
tras
el sol de tus
caricias
cuanto más de mí te
alejas
han de crecer cada
día.
Mañana recordarás
que me
quisiste un día
entonces sabrás
que hay penas
que nos quitan la
vida.
La serenata se eleva hacia lo alto para una amada pero al
final a pesar de ella.
Es cierto, desde ella, pero más allá de
ella.
Quizá después no sea tan real este sentimiento y
¡es posible que la realidad lo tuerza o hasta lo deplore o
lo niegue!
Quizá en el mundo de la superficie no quepa ni como
invocación, por eso se da en las noches, a oscuras y en
secreto.
Quizá, incluso, lo disuelva la tenue luz del alba.
Indudablemente, nada que ver, con la vida práctica que la
desconoce, lo distancie y arroje a la nada.
Pero vale en este instante y vórtice en que los hombres
cantan, en que el alma está en su agonía, en que el
sentimiento ilumina, oprime e hincha los pechos, en que el
corazón
sangra atravesado por una flecha.
La serenata vale en el instante en que se lo dice cono la vida
que es herida entre dos eternidades y puñales:
Ama pues a quien te adora
olvida el
triste pasado
que en mi pecho has
levantado
pasión
avasalladora.
Tú también amaste un
día
y me da pena el
decirlo
tú arrastraste las
cadenas
yo arrastro
melancolía.
Quiero dejar de existir
en este mundo
de martirio
basta ya tanta
amargura
yo bajaré a la
sepultura.
6.
¿Quién ha visto al fuego helarse?
Las serenatas son efímeras y fugaces.
En ellas la voz se eleva y el espíritu se sumerge a lo
hondo de la vida y de la muerte en
un rapto y un hechizo de un tiempo y
espacio mágicos.
Hasta el frío se enardece cuando lo roza el amor que
vibra en la noche callada.
En ningún otro momento lo sublime alcanza a ser flor en
nuestras manos y en nuestros pechos como en la serenata.
Para lo cotidiano no existen, permanecen para la eternidad del
sentimiento. Son testigos la sombra, lo oculto, la brisa que
pasa.
¡Ah! ¡Cómo las paredes y los techos se han
cimbrado y torcido tanto por las serenatas! Y se han resbalado
las tejas y se han abierto goteras
Y, ¿cuántos no hemos padecido delante de una
puerta, o tenido yerta el alma atribulada en una esquina?
¿Cuántos no hemos dedicado una queja a la amada,
a ese ser sublime al cual por el prodigio de amarla no se puede
ya ni siquiera hablar, menos aún nombrar?
¿Quién repetiría su nombre sin sentir que
comete u sacrilegio?
¡Sólo cabe llevarla para siempre y eternamente
callados por los caminos!
7. Con las alas plegadas
sobre un abismo
¿Quien al fuego ha visto helarse
y a la ceniza escarcharse?
¿Quien
ha visto a dos amantes
sin motivos
separarse?
¿Quien ha visto al ruiseñor
prisionero en su jaula
cantar su
prisión alegre
cuando libertad le
falta?
El peso de lo trascendente ocurre también cuando todos
regresan callados después de una serenata.
Y se siente, sin razón aparente, el vacío y el
desconsuelo, precisamente por ser muy lleno y repleto de secreto
y significado todo lo que acontece y se presiente.
¿Qué produce ese estado del
alma?
Quizá sea porque la serenata es algo en donde no se
alcanza nada, salvo el sentimiento, hecho jirones en el lamento,
en la queja por lo que no se tiene.
Por lo menos que no se tiene en ese instante, y que sin
embargo se anhela tanto. Es siempre pretender lo imposible, como
tratar de adueñarnos de una estrella. Por eso se la dice
bajo la eternidad del cielo descubierto.
La serenata duele tanto porque es amor que se ha tenido, ya se
esfumó o se ha perdido:
Desde tu separación
la tristeza
no me deja
la tristeza no me deja.
Olvidarte yo quisiera
pero el
corazón se queja
pero el
corazón se queja.
Siempre vivo padeciendo
preso de
melancolía
preso de
melancolía.
Ella llorando me decía
que
nunca me olvidaría
que nunca me
olvidaría.
8. Las llevamos
en el fondo del alma estremecida
Es la queja que se dice hacia lo alto y al fondo del
firmamento.
Y, frecuentemente, al vacío o a la indiferencia.
¿Quién está seguro de que la
persona a
quien se le canta la haya escuchado? De allí que cuando se
vuelve después de haberla consumado, con el corazón
estremecido y la mano tendida hacia lo ignoto, nadie habla, nadie
esté contento.
Todos van callados, cabizbajos y ensombrecidos.
Y una serenata se la vive incluso sin ser directamente
convocados a su vórtice y a sus pétalos
caídos.
Porque uno duerme inocente, sin sospechar que va a despertarse
al escucharla en las noches hondas, para sentirse con ella
flotando y con las alas abiertas o plegadas en una caída
sin retorno hacia el abismo que es el destino.
Por eso, todos de alguna forma estamos heridos por ellas y las
llevamos en el fondo del alma estremecida:
Amor,
amor que quitas la
vida;
ladrón,
ladrón que robas el sueño.
Que no hay amor
más
constante
ayayay
que no
hay más constante
cuál es
él
cual es el amor primero.
La vida
se ha de
acabar
la vida se ha de
acabar
la vida se ha de
acabar
y yo te sigo queriendo…
Fuente:
Instituto del Libro y
la Lectura del
Perú
Danilo Sánchez Lihón
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