Literatura infantil rebelión, soledad y tierra de promisión (página 2)
3.
Dilucidación
histórica
Si algo distingue a la literatura
infantil de cualquier otro hecho o fenómeno cultural
es su carácter de legítima,
auténtica y natural, razón por la cual es muy
difícil hacerla. Y en este aspecto no hay nada más
opuesto a su ser que la historia que han vivido
nuestros pueblos en los cuatros largos siglos, desde la
época de la conquista hasta nuestros días.
América
es producto de un
estupro o violación de la mujer y madre
indígena. El hijo es un niño que no se encuentra ni
en su madre ni en su padre, pues es consciente que es producto de
un acto de fuerza y
agresión, de una acción
de dominio y
conquista, de un acto ilegítimo, no de hallazgo ni de
amor; de
allí que él se rebele al padre y entre en soledad
con la madre, que es la humillada y la vencida.
Los aventureros de la conquista para apoderarse de las tierras
que recién conocían y avasallar a sus moradores, y
ejercer así dominación sobre las culturas madres,
se valieron de la violencia como
después de la falsedad y la incomunicación, de todo
aquello que es contrario a la legitimidad y al amor a fin de
imperar en estas tierras para ellos vírgenes. Y nada
más adverso, antinómico y opuesto a la literatura infantil que esa
situación.
El proceso
histórico de América
Latina en la época de la conquista y luego en lo que
se ha dado en denominar Colonia, tiene el estigma de la
ilegitimidad en la apropiación de la tierra, del
gobierno y del
poder, e igual
de la mujer y su
progenie; ilegitimidad en lo más auténticamente
humano cual es la capacidad de continuidad biológica de la
especie, por no hablar del aspecto sensorial, sensitivo,
anímico, moral y
espiritual que se hizo sobre la base de un acto brutal, de
exterminio. Y de la violación sexual nacía
paradójicamente algo nuevo pero conturbado desde la
raíz.
4.
Todo deviene en un problema de
identidad
Las naciones americanas tiene como sustento en la
mayoría de casos un acto sexual forzado, no de acogida
sino de expulsión, no de encuentro sino de sanción,
pugna y contracción. La mujer se esconde así misma
y el hombre
evacua su simiente en un útero conflictivamente
insensible. Y nace el hijo, pero en estado de
soledad. Es un hijo distinto, de padre ajeno para la mujer
indígena, y en cuya faz el conquistador no se reconoce
porque es el efecto de una batalla; en realidad, un cupo de
guerra que no
se sabe si le pagan o él paga, en este caso, porque
después hubo reclamos de herencias.
De allí que, al final, el meollo de la literatura infantil
devenga en un problema de identidad. Y
ese es nuestro vacío, esa es nuestra quiebra, ese es
nuestro lado herido. De allí que han habido cuatro siglos
de sentirnos desamparados e inermes para hacer literatura
infantil, que supone entronque con una raíz,
afiliación a una casa, acto de fe en una firme y vigorosa
identidad, la misma que aquí nunca
existió.
Por eso no hubo literatura infantil en el nuevo continente
durante varios siglos, precisamente cuando en Europa
había una eclosión de encuentro con sus
raíces y se volvían los ojos a la cultura
popular, a los cuentos
folclóricos, a los relatos de hogar. Por eso no es
literatura infantil de América Latina aquella que
divierte, entretiene o engolosina; por eso aquí el
problema de la literatura infantil no es que guste, cause placer
o delirio; por eso aquí no puede ser literatura la
truculencia, la magia y hechicería, sino la que subvierte,
duele y hiere.
De allí que en América Latina, que lo imitaba todo
de Europa curiosamente no se producía literatura infantil,
porque aquí no había hogar, no había casa;
lo que acontecía era todo lo que negaba o destruía
la noción de casa. Lo que había era el cuartel
militar, la mina, el obraje o la reducción
catequética.
El hecho que evidencia todo esto es que se destruía todo
lo que era fe popular, religión, nativa,
dimensión trascendente de las poblaciones vencidas, a
través de los destructores de idolatrías que
patentizaban este acto genocida en lo que es más sagrado,
en aquello en lo cual una persona cree.
Mucho más es en lo que una comunidad,
grupo humano y
una cultura, tan desarrollada como fue la civilización
incaica, creía; aún más cuando a partir de
dichas creencias ha logrado obras portentosas y tener una
organización y unos valores que
causan asombro.
5. El atisbo de
paraíso
Hay, de otro lado, una visión aparentemente
idílica pero en el fondo falsa y engañosa respecto
a las nuevas tierras desde la óptica
europea y desde donde partiera la aventura expansionista, que se
sintetiza en el embeleso de que ella es el Nuevo Mundo,
denominando con este eufemismo a los parajes recién
descubiertos. Un universo en donde
sitúan, imaginan lo posible y hasta ven concretada la
utopía que habían soñado durante toda la
Edad
Media.
Mundo Nuevo que remite necesariamente a infancia
renovada y distinta, hecho que no fue así, porque Europa
con la conquista no hizo el mínimo esfuerzo, ni siquiera
el intento ni el gesto –y sólo acuñó
el nombre palpitante de una indefensa utopía– de
crear o idear aquí al hombre nuevo.
Al contrario, el hombre nuevo,
el hijo, es el que surge de un acto de rebeldía, en contra
y a pesar del padre.
Y fue así porque el conquistador europeo no vino con una
creatividad
sincera de hacerse nuevo o hacer algo distinto en las tierras por
ellos recién descubiertas. Eso sí, quería
lavar sus culpas; ciertamente, quería limpiar su impureza
y redimir sus pecados, que eran muchos y graves: la codicia, el
embuste, las guerras
consuetudinarias y fratricidas. Quería enjuagar las
manchas de su perversión en un nuevo arroyo, limpiar sus
culpas con un nuevo ciento; en tierra
primigenia, en fuego impoluto y restallante; pero no para ser
distintos, sino para paliar su mala conciencia,
siendo iguales en sus mezquindades, infamias e infiernos.
Si algún signo bueno y hasta trascendental caracteriza el
descubrimiento y conquista de América, de parte del
europeo, no es sino el sentimiento de culpabilidad,
de pecado, y de titubeante esperanza de redención. Pero,
todo aquello no fue suficiente. Y pronto, se dieron cuenta que
volvieron a obrar mal, con violencia, con rapiña,
avasallando gentes y pueblos. Y no les quedó otra cosa que
ocultarse a sí mismos y denostar del vencido.
Trasplantaron aquí lo mismo de lo cual venían
huyendo, que los perseguía y acosaba. Y ellos, a la vez,
sin ser conscientes, o sin suponerlo, iban también tras de
esos vicios: acicateados por su vanidad, como por sus ansias de
poder y riquezas.
Pronto se dieron cuenta que no solo habían obrado igual
sino peor, porque al final ganó la ambición, la
usura y, sobre todo, la perfidia. Y el atisbo de paraíso
de oro, que fue
un breve resplandor y un señuelo, lo canjearon por el
brillo del oro que hacía fulgurar sus ojos de codicia.
Él se convirtió en tentación, en nueva
culpabilidad y en vicio. Aquí, el europeo volvió a
perder sus caminos, a fallar, a sucumbir ante los metales, a
apoderarse de los frutos de la tierra y no saber qué hacer
con los frutos de los vientres de las madres
indígenas.
6. Hemos devorado el
lenguaje
De allí que, para tener literatura infantil en
los diferentes países de América Latina, hemos
tenido que realizar un acto ceremonial de antropofagia en una
dimensión ritual: devorarnos al padre dominante, padre
autoridad,
negador del ser y de la identidad que violó y
violentó a la mujer indígena.
Para modular una voz propia que recién se plasma cuando se
hace literatura infantil, hemos tenido que realizar un acto de
muerte y
resurrección de nuestra propia raíz cultural
paterna; ha tenido que haber un parricidio; hemos tenido que
afirmar y erigir un ser sobre el cadáver del padre; hemos
tenido que apropiarnos de su lengua y
arrebatarle su voz.
Por eso es que lo más sintomático que existe en el
ámbito de la clase
intelectual en nuestros países, y en nuestro continente,
es la no aceptación de cómo el ciudadano de la
península ibérica maneja el español,
pareciéndonos que no ejercen bien el don del lenguaje,
rechazando la actitud que
asumen ante la palabra. Incluso esta impresión se extiende
a los estratos populares en donde es curioso que exista la
opinión que el español no habla bien, que lo hacen
sin propiedad, que
lo estropean. Sentimos que así que es más nuestro
idioma que el de ellos. Y que hasta son toscos y falsos
hablando.
Es que le hemos arrebatado el habla, nos hemos comido su voz, le
hemos devorado el lenguaje,
haciéndolo nuestro, obligándole a que él
diga lo que nosotros queremos que diga, imprimiéndole
nuestra faz y nuestro dolor; de allí que sean los
más grandes escritores nuestros aquellos que
desconstruyeron el castellano para
erigir otra manera de decir las cosas, rompiendo todos los
cánones, en una dimensión imprevisible, como es el
caso de César Vallejo y José María
Arguedas.
Por eso es revelador el hecho de que la mejor literatura en
lengua castellana ahora no la hagan los españoles, y
más bien la urdan aquellos contestatarios a dicho dominio,
es decir, que ella esté hecha más bien por
escritores que hunden sus raíces y afirman su identidad,
fusionándola con los pueblos y culturas autóctonas
de la América indígena.
7. Literatura
infantil y realidad social
Ahora bien, todo eso ocurrió en el pasado, pero
situémonos en el presente y formulémonos algunas
preguntas, aunque ellas sean incómodas, como las
siguientes: ¿De qué sirve la literatura infantil en
la situación actual en que viven nuestros países?
¿De qué sirve que se lean cientos o miles de
libros?
¿Qué sentido tiene que la gente lea si no tiene
arroz, trigo o pan sobre la mesa?
Franca y urgentemente: ¿de qué sirve la literatura
infantil en una realidad en que el niño no toma desayuno,
en donde la mitad de la población infantil son hijos de uniones
irregulares de parejas y en donde una tercera parte de la
población infantil vive miseria crítica? ¿De qué sirve la
literatura infantil, en suma, en un país del tercer
mundo?
O bien, ¿Qué alternativas nos alcanza la literatura
infantil frente al gran sentimiento de inseguridad
que nos embarga ahora con respecto a nuestra realidad, a nuestro
destino y a nuestros hijos? ¿Qué hacemos dedicados
a este campo, en una situación en la cual, a veces, nos
reprochamos ser irresponsables con nuestras familias por seguir
aún en países donde la vida peligra día a
día, donde ella es algo que se aleja, se distancia y
desaparece en el vacío?
Enfocar así el asunto no es estar saliéndonos del
tema, sino recién entrando en él. Porque si el
motivo que hoy nos ocupa no puede velar por lo esencial del
niño, lo cual es su vida, entonces debiéramos
acabar con este tema o asunto; porque si la literatura infantil
sólo es recreación, deliquio, ambrosía de
palabras o sentidos sutiles con los cuales se complace el buen
gusto, entonces –y considerando las condiciones en que
vivimos– no vale realmente la pena seguir
preocupándonos por ella.
8. Nobleza,
altruismo y sentido de lo
heroico
Felizmente, ésta no es la verdadera
situación, porque la literatura infantil nos asegura
existencia, nos fija una ubicación en el mundo, nos dona
sentido para vivir; porque nos da identidad, relación
despierta y consciente con el hermano, impulso y capacidad de ver
muy claro el pasado, el hoy en su devenir y el futuro
promisorio.
El valor
más importante de su desarrollo en
nuestras sociedades es
el hecho concreto de
que ella puede hacer mucho por cambiar la condición de
vida del hombre y en una realidad adversa, como es aquella que
sufren actualmente nuestros pueblos, porque ella nos da nobleza,
altruismo y sentido de lo heroico, porque la literatura infantil
muestra la
vida en sus niveles más esenciales y la palabra escrita al
recrear con fervor el mundo y los personajes presenta modelos y
caracteres tan diversos e intensos, que pueden servir para que un
lector los conozca, asuma y combata.
No es casual, por ejemplo, que el primer libro que ha
hablado del Perú de manera intensa y verdadera y haya
ayudado a cambiarlo sea "El mundo es Ancho y Ajeno", extensamente
leído por jóvenes y hasta niños.
Y, posteriormente, toda la novelística peruana del siglo
pasado siguió ese rumbo. Ninguna ciencia u otra
actividad práctica nos acercó y
enseñó tanto o lo suficiente acerca de nosotros
mismos como fue esa y otras obras literarias. Pero es más,
nos urgió a superar los problemas
lacerantes de entonces
Reconociendo, por eso, su importancia, es necesario impulsar
entonces su desarrollo, visualizando que tres grandes
áreas o espacios comprometan el quehacer de la literatura
infantil: a) cultura, b) educación y c)
comunicación. Y planteamos esto porque
interesa ordenar aquí los campos de acción y ver
qué relaciones, áreas específicas y
complementaciones se derivan de este enfoque.
La literatura en general, y la literatura infantil en particular,
hace consciente al ser humano acerca de su realidad, como persona
y como ente social, porque lo confronta con distintas
experiencias y opciones que se han dado a través de la
historia. Nos enseña acerca de la vida, pero con
profundidad y belleza. ¿Qué realidad profunda no
toca la literatura infantil? Todas las esencias y hondas
verdades.
Y, ¿qué es más universal que la infancia? De
allí que postule que la literatura infantil es la
literatura universal, no de un grupo, una edad o etapa de la vida
humana, sino de todas las edades, o de la edad de la infancia que
es la edad del mundo, porque todos los días el mundo es
nuevo, amanece y está la aurora.
Fuente:
Instituto del Libro y la Lectura del
Perú
25 Encuentro nacional de literatura infantil y juvenil
de la APLIJ 1 al 5 de agosto, 2006
Ponencia de
Danilo Sánchez Lihón
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