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El heroísmo de un pueblo y su poeta  (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Federico Barreto es el cantor infausto de dicho
período, del cautiverio que se le impuso a Tacna y Arica.
Él encarna el anhelo profundo y sentido de los
tacneños de volver al seno de su patria, el
Perú.

De mi suelo natal estoy
proscrito,

y al verme aquí, tan lejos
de mis lares,

la indignación ahoga
mis pesares,

y en lugar de una queja, lanzo
un grito.

¿Cuál fue, decid, mi crimen
inaudito?

¿Adorar a mi patria en sus
altares?

¿Consagrarle mi brazo y mis
cantares?

¡Pues hónranme la
pena y el delito!

¡Madre Tacna! Soporta tu
tormento

con el valor del
mártir en la
hoguera.

¡Muéstrate grande
hasta el postrer momento!

Fija está en ti la humanidad
entera.

¿Sufre, pero no lances ni un
lamento!

¡Muere, pero no cambies de
bandera!

 

3. Cayeron
de rodillas extendiendo los brazos hacia la enseña bendita
de la Patria

Compuso en vida uno de los textos más hermosos
representativos de ese fervor patriótico, titulado "La
procesión de la bandera" que en verdad es un
artículo periodístico de un hecho concreto y
real que ocurrió tal cual allí se narra. No es un
cuento sino
una crónica ceñida totalmente a un evento y
circunstancia histórica de Tacna ocupada, cual es que: la
Benemérita Sociedad de
Artesanos y Auxilios Mutuos el Porvenir pidió permiso, en
julio de 1901, para honrar la bandera peruana, portándola
para su bendición en la iglesia
matriz de
Tacna. Se prohibió este hecho, pero luego de diversos
sucesos que narra la crónica que se adjunta el final de
esta semblanza:

Apareció el estandarte en la puerta del
templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en
las calles inmediatas se agitaron un momento y luego, sin
previo acuerdo, como impulsados por una sola e irresistible
voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas extendiendo los brazos
hacia la enseña bendita de la Patria.

No se oyó una exclamación, ni una
sola exclamación ni el grito más insignificante.
Sellados todos los labios por un compromiso de honor,
permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio
extraño y enorme que infundía asombro y causaba
admiración, la bandera, levantada muy arriba,
avanzó lentamente por en medio de aquel océano de
cabezas descubiertas.

Este suceso quedó marcado tan profundamente que
en su conmemoración se ha instituido en Tacna "La
procesión de la bandera" que se celebra en un acto central
de profunda emoción y significado el 28 de agosto de cada
año.

4. ¿Hay
algún ejemplo en la historia humana que se
compare a esta persistencia y
heroísmo?

Por el Tratado de Ancón de 1883, se enajenaba a
perpetuidad e incondicionalmente el territorio peruano de
Tarapacá y dos provincias quedaban en posesión por
10 años, periodo al final del cual se haría un
plebiscito para determinar a qué soberanía de país pasaban a
pertenecer.

La política de Chile
calculó que ese período era más que
suficiente para convencer a las personas de esos territorios
acerca de las ventajas de ser chilenos. Pasaron 10 años y
la población de ambas provincias era
unánime en su determinación de pertenencia al
Perú. Pasaron 20, 30, 40 y cerca ya de 50 años y el
anhelo de regresar al seno de la patria era
inconmovible.

Medio siglo y ambas provincias seguían cautivas.
La política de obstaculización a todo signo de
peruanidad se hizo feroz: no se permitía el funcionamiento
de escuelas públicas peruanas, se clausuraron todos los
centros educativos particulares, se desapareció,
hostigó o expulsó a maestros, sacerdotes,
periodistas; se pusieron dificultades para el funcionamiento de
entidades financieras, se prohibió el funcionamiento de
imprentas, editoriales y publicaciones
periódicas.

A la inversa, si la determinación era a favor de
Chile las prebendas eran magnánimas. Caso opuesto la
represión era temible. Los militares chilenos en Tacna
sumaban ocho mil en una población que apenas lo
duplicaba.

Habían pasado tres generaciones y el sueño
de retorno a la heredad nacional continuaba insobornable. Uno de
sus paladines era Federico Barreto que consagrado a dicha causa
corrió mil riesgos.
¿Hay algún ejemplo de pueblo y de personajes en la
historia de la civilización humana que se compare con esta
persistencia y heroísmo?:

Tacna es un pueblo
heroico

produce asombro y sirve de
enseñanza

El mundo entero canta en su
alabanza

al son de los clarines de la
gloria.

Por la Patria que vive en su memoria,
luchó mil
veces lleno de pujanza

y cayó sobre
el campo de la Alianza,

retando, por
injusta, a la victoria.

Para cantar ¡oh! ¡Tacna! tu
denuedo

y tu cautividad y tu
agonía

preciso fuera despertar a
Olmedo.

Yo también tus hazañas
cantaría:

pero el dolor me ahoga y
solo puedo

decirte con el alma: "Madre
Mía"

5. Hay
que evitar la afrenta sobre todo. ¿Lodo? ¡Eso nunca!
¡Sangre antes que
lodo!

Federico Barreto tenía 17 años cuando se
declaró la guerra al
Perú. Había publicado ya su primer poema en
el
periódico "Los andes" de Tacna, ciudad donde
nació el 8 de febrero de 1862, hijo del coronel Federico
María Barreto y de doña Ventura Bustios.

Fue a los 17 años también, en 1879, que
asomó a su vida aquella realidad sombría y
tremenda: ¡la guerra! La vida, que a esa altura de los
años se ofrece primorosa, como un tallo lozano con la
pujanza de crecer de manera plena y total, se viene a interrumpir
y dar de bruces con una situación ineludible que se tiene
que afrontar, porque es un compromiso legítimo de
defensa.

Desde que vi la luz mi pecho
anida

dos amores: ¡mi patria y mi
bandera!

Por mi patria, el Perú,
¡doy la vida!

Por mi bandera el alma,
¡el alma entera!

Yo quiero que mi patria bien
querida

vuelva a ser en América lo que era,
y
que mi enseña, blanca y
encendida,

flote muy alto y ¡sea la
primera!

¡Mi patria! ¡Mi bandera! Desde
niño

fueron mi encanto, fueron mi
cariño.

Ni la sangre que deja
horribles huellas

ni el lodo, que es baldón, caigan sobre
ellas.

Hay que evitar la afrenta sobre
todo.

¿Lodo? ¡Eso nunca!
¡Sangre antes que lodo!

6. Asumió
la épica del cautiverio, la consagración cotidiana
a un ideal

Desatada la guerra sus padres lo obligan a trasladarse a
Lima para completar sus estudios, pero sensible a la angustia y
el padecimiento en que estaba sumido su pueblo retornó a
su ciudad nativa y no obstante la violencia de
la ocupación extranjera, animó la expresión
de los sentimientos patrióticos de las provincias
cautivas.

Con su hermano menor, José María, fundaron
el periódico
"La voz del sur", bastión desde el cual lucharon
denodadamente por la reincorporación de Tacna y Arica al
Perú. Decidió consagrarse al ideal de mantener
latente e irreducible la aspiración de volver a integrar
la heredad nacional, Con su brazo en alto, las letras y palabras
que salían de su pluma e inflamado su ardiente corazón,
hizo de la poesía
su arma de lucha para la resistencia del
pueblo tacneño a todo encubrimiento y a toda
seducción por cerca de cinco décadas.

Poeta guerrero, trovador, belígero, que
desafía, se erige y proclama. Su palabra es un
volcán que estalla, inflama y se expande con
indignación. Levanta la frente de bardo irreductible,
altivo, se expone y arenga.

De mirada franca y tierna como la de un niño. De
cólera
santa, de golpes de puño contundentes. Un alucinado,
impertérrito, corajudo siempre. Hijo adorable, de
corazón brioso, de temple guerrero. Su verbo es lanza,
saeta, espada.

A la patria le da su vida y a los hombres que la
defienden. Con veneración ciega y sublime, porque a
la tierra se
la adora, se la ama y se la exalta:

El morro hacia el océano se
adelanta

como un león que acecha lo
infinito,

ruge el mar y parece que su
grito

le hace estallar la fiera en su
garganta

El morro asombra y a la vez
espanta,

finge si se le mira de hito en
hito,

un gigantesco puño de
granito

que amenazando al cielo se
levanta.

Sobre ese monte infinito y
solitario,

Bolognesi, el guerrero de
renombre,

murió como Jesús en
el calvario.

Y ambos son inmortales por su
suerte

El Cristo que era Dios murió
como Hombre

el hombre como
un Dios marchó a la
muerte.

Ese es el sentido de pertenencia, de filiación,
de arraigo, a un guijarro, un corpúsculo de agua, a un
halo. Y eso es lo que nos enseña; a pertenecer a algo en
este mundo. Es también su magisterio confianza absoluta en
lo que somos, pese a los reveses, desventuras y hasta
desgracias.

Son estos hombres los que nos legaron un futuro que hoy
nos llena de orgullo. Orgullo de la tierra a la
cual pertenecemos.


7. Se
había jugado tanto la vida y batido en mil
batallas

El 8 de junio de 1890 por iniciativa del Perú se
recuperan los restos mortales exhumados de los combatientes del
Morro de Arica y del Alto de la Alianza. Se encomienda al
Capitán de Navío Melitón Carvajal recibir a
nombre del país los catafalcos. La multitud de peruanos en
Arica se arremolina como una marea silenciosa. Una emoción
fuerte, de honor, deber y coraje embargaba a los
asistentes.

Al divisar entre el público presente a Federico
Barreto hay entre la multitud agolpada un murmullo que se expande
por toda la concurrencia. El poeta permanece con las
mandíbulas apretadas, hierático, cejicunto. Se oye
una voz que clama:

– ¡Que hable Federico Barreto!
– ¡Sí! ¡Que hable!

Los soldados chilenos aprietan sus fusiles y hacen un
gesto de rechazo e impaciencia.

– ¡Queremos escuchar a Barreto!
– ¡Habla Federico!

Siempre les fue a los chilenos un hueso duro en la
garganta. Pero en este caso la prohibición es tajante. No
se consentirá ninguna alocución patriótica.
Se cumplía con un severo protocolo
establecido rígidamente. Es lo único que
podrá hacer efectiva esta entrega difícil y
pacientemente gestionada.

Esto lo sabía más que nadie el propio
poeta, pero al mismo tiempo se
había jugado tanto la vida y batido en mil reyertas para
ganar la prerrogativa legítima como ciudadano a tener voz
y a hacer respetar sus derechos. ¡Tantas
veces ha sido amenazado y ahora, ante los restos mortales de esos
héroes, ¿iba a callarse?

¡Su nombre figura remarcado en rojo en las listas
negras de los servicios de
inteligencia
chilenos! ¡Cualquier sacrificio era poco en relación
al que habían hecho los peruanos envueltos en los
túmulos que hoy día se entregaban!

8. ¡Oh
Patria amada! –gritó y se desgranaron los versos de
su poema "Legión guerrera"

Avanzó unos pasos hasta la explanada y con voz de
trueno prorrumpió:

– Peruanos. La patria recibe hoy día los
restos mortales de estos héroes que murieron aquí
defendiendo el Morro de Arica, para legarnos una patria digna,
con la conciencia
moral
inmaculada de no arriar jamás la bandera actuando siempre
con hidalguía y honor en todo trance en el cual se
pretenda ofenderla. ¡Peruanos! Ser tiernos con los tiernos
y duros e insobornables con los malos.
¡Peruanos!…

La multitud lloraba

– ¡Oh Patria amada! –aulló y se
desgranaron los versos de su poema "Legión guerrera" que
dicen:

Ayer con voz potente pero triste,
quiero héroes nos dijiste
que
aventajen aquellos de Ayacucho;

y,
allí, en la cumbre de ese morro
fiero

luchó este pueblo
entero

¡Hasta quemar el último
cartucho…

Hasta los soldados chilenos se los veía imbuidos
de una emoción profunda.

9. De un lado
está la adoración e idolatría y ahí
mismo, muy cerca la desmesura, el desdén y la
condena

La poesía amatoria de Federico Barreto es libre,
límpida y también de mucho ímpetu. Ha legado
a nuestra tradición los más entrañables y
sentidos poemas
románticos, que añaden al sentimiento,
indignación; a la delicadeza, castigo; a la reverencia, la
audacia, desenfadada y hasta impúdica.

Después de tu traición no he vuelto
a verte

Te ocultas porque temes que
algún día

Exclame en alta voz
para perderte:

¡Esa mujer que
pasa ha sido mía!

No temas nada soy hidalgo y fuerte

Y en mi honradez de caballero fía

Guardaré tu secreto hasta la muerte.
¡Antes que
divulgarlo moriría!

No seré yo que fui feliz
contigo,

Quien salpique de lodo tu
semblante,

¡Tendrás el
desengaño por castigo…!

Algún día llorando como loca

Me llamarás, a gritos, y tu
amante

Las manos viles te pondrá en
la boca…

Profano, mordaz y hasta cruel. Desacraliza y dice las
verdades que se ocultan, con voz rijosa, rebelde y crispada.
Delicado pero a la vez implacable. Con la miel y el látigo
en la mano:

Capaz de expresarse con pleno dominio,
desenfado y hasta insolencia; amando con pasión y a la vez
odiando con el mismo arrebato. Alaba y ofende en un espacio muy
breve, pasando en un instante de una a otra orilla, donde de un
lado está la adoración y ahí mismo, muy
cerca la desmesura, el desdén y la condena.

 Temible en su verbo, asusta y solivianta, porque
es sarcástico y burlón, pero siempre se sobrepone
el cariño y el amor
más hondo. Como en "Historia triste":

Es una historia triste
Es una
historia triste que no
olvido,

–"Iré a verte
mañana –me
escribiste-

iré a verte mañana
a nuestro nido".

Y te esperé en el nido y no
viniste…

Y no vendrás ya
nunca… y te he ¡perdido!

Es una
historia triste

Es una historia triste que
no olvido.

Han pasado los
años

dejando tras de sí penas
y daños,

los años ¡ay!
que siembran desengaños

y tronchan
ilusiones.

Han pasado los
años

¡desgarrando al pasar los
corazones!

Vagando ayer sin rumbo ni
destino

te encontré de repente en mi
camino.

Palideciste al verte en mi
presencia,

y ante la acusación de mi
mirada,

que llegó como un rayo a tu
conciencia,

inclinaste la frente
avergonzada…

¡Cuánto has cambiado!
¡Estás desconocida!

Ya tus
pupilas bellas,

que alumbraban la noche de
mi vida,

no brillan como
estrellas.

Ya no hay luz en tus
ojos.

Tus labios que eran rojos, no son
rojos…

Y así, doliente,
pálida, ojerosa,

caminas por las
calles desoladas,

muda como una sombra
misteriosa…

Y en ti se fijan todas
las miradas

y al ver las gentes cómo
el desaliento

inclina tu
cabeza.

"¡Pobre! –dicen–
la agobia el
sufrimiento…

¡Pobre mujer!
¡se muere de tristeza!".

Comprendo tu dolor. Una
esperanza

te apartó de mi
lado;

creíste ver la dicha en
lontananza

y por ir detrás de aquella
venturanza

me dejaste en la vida
abandonado…

Y dejaste y volaste sin
recelo,

y al detener el
vuelo

al fin de la
jornada,

miraste en torno y no
encontraste nada…

Y entonces, llena de
angustioso anhelo,

en el cielo clavaste la
mirada

¡y no hallaste ni estrellas en
el Cielo!

¡Pobre amor
mío! Todo lo tuviste,

y todo, para
siempre ¡lo has perdido!

Es una
historia triste.

Es una historia triste que
no olvido…

Has vuelto con el alma hecha
girones

De tu viaje al país de las
quimeras.

¡Cómo se han
agrandado tus ojeras

con la ceniza de las
ilusiones!

Hoy, que te arrastras con el alma
herida

sin encontrar quien oiga tu
gemido,

¡Cómo te dolerás
de haber perdido

todo el amor inmenso de mi
vida!

¡Con qué pesar, con
qué remordimiento

meditarás en
nuestra dicha trunca!

En esa dicha que
duró un momento

y que nos dijo al
despedirse: "¡Nunca!"

Se me figura
verte,

tendida a medianoche sobre el
lecho,

fijos los grandes ojos en el
techo

pensando en la tragedia de tu
suerte…

¡Oh, tus horas de insomnio y
desaliento

en las oscuras noches
invernales,

mientras fuera, en la calle gime
el viento,

y la lluvia golpea tus
cristales!

¡Oh, tu dolor en medio de
las sombras

cuando, añorando mi
cariño santo,

lloras de pena, a media
voz me nombras

y dices: "Nadie me
querrá ya tanto"!

Era un nido encantado nuestro
nido

Un nido pequeñito y
escondido,

Viajaste un día a lo
desconocido,

y yo te dije: "Vuelve" y no
volviste.

Y no vendras ya nunca… y te
he perdido.

¡Ves! Nuestra historia en
un historia triste

Es una historia triste
que no olvido.

10. En las
sombras, cuando el día ha muerto el alma mía por su
ausencia llora

Tres libros
orgánicos conforman la obra poética de Federico
Barreto. El primero lleva por título "Algo mío" y
se publicó el año 1912. Dentro de ese poemario
sobresalen el largo y dolido poema "Madre mía" y el
inolvidable "Más allá de la muerte" dedicado a la
escritora Zoila Aurora Cáceres (Evangelina).
También el cadencioso y con aroma a naturaleza
"Indiana", que hecho música ha sido
entonado en los rincones más apartados del
país.

Su segundo libro lo
tituló "Aromas de mujer" y fue publicado en 1927, dos
años antes de la muerte de su autor. Continúa la
línea romántica y la emoción vibrante de su
libro anterior, destacando los poemas "Mis golondrinas",
"Pensando en ti" y "Limosna de Jesús".

Su tercer poemario fue publicado póstumamente, el
año 1964, con el título de "Poesías" por iniciativa de la Casa de la
Cultura de
Tacna y por la dedicación de Carlos Alberto
Gonzáles quien acopió poemas dispersos en
periódicos, revistas y hojas sueltas.

Muchos de sus poemas circularon de boca en boca, o
impresos en hojas y en pliegos al viento, o bien fueron incluidos
en las páginas de revistas o periódicos.

 En un tiempo mejor, aquí
vivía

 el ángel tutelar
de mis amores.

 A la oración,
en estos corredores,

 ella, mis
versos, repetir solía.

 Este era su jardín. Aquí
venía,

 al despuntar el
alba, a
coger flores.

 ¡Bajo este
limonero, hoy sin verdores,

 nos
despedimos para siempre, un día!

 Han pasado los años. A su
huerto

 ya nadie viene al despuntar la
aurora…

 ¡Desde que ella se
fue quedó desierto!

 Un cementerio es su jardín
ahora,

 y aquí, en las sombras,
cuando el día ha muerto

 el
alma mía por su ausencia llora…

11. Lo que
más importa es que dichas versiones formen parte del
cancionero popular

Pero hay un aspecto que debemos relevar y es que mucho
su poesía ha tenido el amplio privilegio de ser
musicalizada en versiones que circulan en el ámbito
nacional como internacional, aunque en este aspecto lo que
más importa es que dichas versiones formen parte del
cancionero popular, que entonamos cada día casi
podríamos decir distraídamente, sin tomar en cuenta
que estamos vocalizando palabras y versos compuestos por
él. Es muy probable que tú, amable lector, hayas
cantado sus palabras y ritmos y lo estés cantando
mentalmente en valses como "Ódiame", "Aurora", "Antes que
tú", etc.

Carlos Gardel, a quien alguien le obsequió el
libro de poemas de Federico Barreto, musicalizó uno de sus
poemas: "Queja a Dios", que dice:

Me has entregado, ingrata, al
abandono,

y yo, que tanto y tanto te he
querido,

ni tu negra traición
echó en el olvido

ni disculpo tu
error… ¡ni te perdono!

No intentes, pues, recuperar el
trono

que en mi pecho tuviste, y has
perdido.

En el fondo del alma me has
herido

y en el fondo del alma está
mi encono.

Yo no podría, es cierto, aunque
quisiera,

castigar como debo tu
falsía;

mas la mano de Dios es
justiciera…

¡Castígala, Señor con
energía!

Que sufra mucho;
¡Pero que no muera!

¡Mira que
yo la adoro todavía!

Este poema había sido publicado antes de la
aparición del libro, en el año 1903 en la revista
Actualidades, con el título de "Jaspe", que luego al
incluirse en el libro fue cambiado por el de: "Queja a Dios". Fue
gravado en 1919 por Carlos Gardel y José Razzano cambiando
el título por "Aurora".

12. Yo,
humilde bardo del hogar tacneño, que entre pesares mi
existencia acabo

Otra canción muy conocida en España y
que tiene letra suya es el vals que dice:

Ódiame por piedad, yo te lo
pido…

¡Ódiame sin medida ni
clemencia!

Más vale el odio que la
indiferencia.

El rencor hiere menos que el
olvido.

Es un poema de Federico Barreto que tiene por
título "Último ruego"

Mario Vargas Llosa consigna en su libro "La
señorita de Tacna" este poema de Federico Barreto que
cantaba su tía:

Tan hermosa eres Elvira, tan
hermosa

que dudo siempre que ante mí
apareces,

si eres un ángel o eres
una diosa.

Modesta, dulce, púdica y
virtuosa

la dicha has de alcanzar, pues la
mereces.

Dichoso, sí, dichoso una y
mil veces

aquel que al fin pueda llamarte
esposa.

Yo, humilde bardo del hogar
tacneño,

que entre pesares mi
existencia acabo,

para tal honra
júzgome pequeño.

No abrigues pues, temor porque te
alabo:

Ya que no puedo, Elvira, ser tu
dueño,

déjame, por lo menos,
ser tu esclavo.

Otro soneto suyo "Mi patria y mi bandera", en su
versión musical compuesta por los músicos Libornio
y Ugarte, fue adoptado como el himno del colegio Nuestra
Señora de Guadalupe de Lima.

13. Legado que
nos alcanza  como el decurso de un destino
invisible

Federico Barreto murió en el puerto de Marsella,
al sur de Francia, el 30
de octubre de 1929. Como él lo quiso, sus restos fueron
repatriados el año 1968 y dados sepultura besando la
tierra de Tacna.

Su obra es una lección de lucha y coraje. De un
ser inflamado de una fe, de un corazón vehemente inspirado
por una emoción sacratísima, henchido de ira santa;
de un paladín enérgico, legendario y mítico,
a quienes los dioses le dieran una misión
gloriosa que cumplir. Un ser proteico, imbuido de un fuego
sagrado, visionario, iluminado por el ardor hierático de
las grandes causas.

¿Cuál es ese? El amor a la tierra donde se
ha nacido, vivido y por la cual se lucha y se muere. Ése
es el núcleo central de la poesía de Federico
Barreto, aquel peruano esencial de cuyo lirismo nos hemos nutrido
sin conocerlo ni saber su nombre, incluso cuando en el patio de
nuestra escuela de
provincia nos desgañitábamos entonando la canciones
que él las escribiera. Amor y patria en la poesía
de Federico Barreto es el legado que nos alcanza como el decurso
de un destino invisible, pero elevado y venerable.

Es justo recordar aquí también que
Federico Barreto además de intenso poeta fue un combativo
periodista quien ejerció su magisterio patriótico
en publicaciones periódicas como "Los Andes", "El
progresista" (1886), "La voz del sur" (1893) y la revista
"Variedades" de Lima (11921- 1924). Fue autor igualmente de
"Frente al Morro" (1925, diario de la vida a bordo del "Ucayali",
surto en las aguas de Arica, durante el plebiscito).

14.
Los  arrayanes y claveles de los huertos de Tacna
jamás lo olvidan

El día 28 de agosto de 1929 amanece en Tacna y
las campanas en todas las torres repican al vuelo, a rebato, a
júbilo; durante toda la mañana, mientras en la
Plaza de Armas el pueblo
se abraza, cae de rodillas, llora de alegría, hay una pena
inmensa oculta, secreta e impalpable.

Cincuenta años cautiva había permanecido
esta provincia con una fe inquebrantable de cuál era su
pertenencia, su filiación y su promesa; fe legada de
padres a hijos, soportado mil sinsabores y sacrificios por la
cautividad.

Federico Barreto no vivió ese día siendo
uno de sus adalides, no estuvo en su tierra nativa. El día
en que se reincorporada su tierra al seno de la patria, el
Perú, que fue su llama votiva y su desvelo, el destino no
le deparó esa dicha, como le privó de tantas y
tantas otras complacencias.

¿Dónde estaba? Envuelto en un gabán
miraba con la misma pena por la ventana los paisajes, mientras el
tren corría bordeando el mediterráneo.
Suspiró por su tierra natal, pensando en volver cualquier
día. Tenía los nervios destrozados. Escribió
días antes el poema "Delirius tremens", Desde que tuvo la
edad de ejercer su ciudadanía Tacna estaba ocupada bajo una
bota militar.

Había una pena inmensa entre las muchas penas
invisibles que se deslizaban esa mañana del 28 de agosto
de la reincorporación de Tacna al Perú. Era por el
poeta heroico, combativo, inclaudicable. Por aquel imbuido de
mística santa. Ríspido, lleno de honda amargura.
Era esa melancolía en medio de la fiesta por aquel que
ahora estaba lejos, pero cuyo destino estaba tan ligado al de
Tacna y al de una fe inquebrantable que pocas personas y pocos
pueblos en el mundo pueden ostentar, como él y como Tacna
lo exornan para gloria del género
humano.

Cincuenta años de una vida ciudadana marcada por
el infortunio y el dolor. La amargura de ver a su tierra amada,
"Mi madre" –decía él– y que lo vio
sojuzgada y nunca libre.

Al exhalar su último suspiro estaba en su alma
esta tierra. Los  arrayanes y claveles de los huertos de
Tacna jamás lo olvidan. Son sus garantes los ficus que
aquí velan su majestuoso reposo. Su campiña de
hondo sol y las campanas que repican en cada amanecer nos
recuerden siempre su fe adorable.

LA
PROCESIÓN DE LA BANDERA

(Episodio del
Cautiverio de Tacna)

Federico
Barreto

Tacna y Arica –lo mismo que Alsacia y
Lorena– han sido teatro durante
su largo cautiverio de episodios interesantísimos que
han hecho proverbial en todas partes el patriotismo
inextinguible de los hijos de aquellas provincias.
Desgraciadamente, en el Perú no ha habido un escritor
que –a semejanza de Alfonso Daudet en Francia– haya
eternizado esos sucesos en el libro para ejemplo de las
generaciones venideras y también para honra y gloria del
país.

Yo, que he nacido en Tacna y que he pasado
allí mi niñez y parte de mi juventud, he
sido testigo presencial de esos episodios que recuerdo siempre
con orgullo. Un compañero de labores
periodísticas me pide que narre alguna de esas
anécdotas, y accedo a la demanda, a
sabiendas de que mi relato no producirá en el
ánimo de las personas que lo lean la honda
impresión que sacudió mi espíritu cuando
vi desarrollarse ante mis ojos la inesperada y conmovedora
escena que voy a referir.

Ocurrió el caso en 1901. Era por entonces
Intendente accidental de Tacna el general don Salvador Vergara,
hombre impresionable y receloso que durante su breve administración mantuvo siempre sobre las
armas, lista para cualquier evento, a la guarnición
militar que se hallaba a sus órdenes, como si esperara
que un enemigo invisible atacara la plaza de un momento a
otro.

Una institución tacneña muy antigua
y muy prestigiosa: La Sociedad de Auxilios Mutuos "El
Porvenir", quiso un día hacer bendecir en la iglesia
parroquial un magnífico estandarte de seda, bordado en
oro; pero,
como en aquellos días habían prohibido las
autoridades chilenas exhibir banderas peruanas en la ciudad,
fue menester enviar una misión de socios a la
intendencia a recabar el permiso correspondiente. La negativa
del general Vergara fue rotunda.

– No quiero banderas en las calles
–dijo–. Provocan manifestaciones patrióticas
y esas manifestaciones dan origen a contramanifestaciones que
ponen en peligro el orden público.

Y no hubo medio de hacerle variar la
resolución

Días después, ya en vísperas
del 28 de julio, la Sociedad "El Porvenir", que deseaba
celebrar de alguna manera el día de la patria,
volvió a solicitar el permiso deseado, y el Intendente
volvió a denegarlo.

– Lleven el estandarte a la iglesia en una
caja –dijo– y en la misma forma vuelven con
él al local de la Sociedad. Así nos ahorramos un
conflicto.

Insistió la comisión, alegando que
en Tacna todas las colectividades extranjeras, incluso la
China,
enarbolaban su bandera cuando les placía y que no era
justo que sólo los peruanos que estaban en suelo propio,
se viesen privados de esta libertad.

Una idea extraña, sabe Dios de qué
alcances posteriores, debió cruzar en ese momento por el
cerebro del
general Vergara, pues, cambiando repentinamente de tono,
dijo:

– Tienen ustedes el permiso que solicitan;
pero con la condición de que me garanticen, bajo
responsabilidad personal, que
al conducir la bandera por las calles, el pueblo peruano no
hará manifestación alguna de carácter patriótico. Exijo, desde
luego, de un modo concreto, que no haya aclamaciones, ni vivas,
ni vivas, ni el más leve grito que signifique, ni
remotamente, una provocación para el elemento
chileno.

Los miembros de la comisión se miraron un
tanto desconcertados, estimando, sin duda, demasiado aventurado
el compromiso que se le imponía; pero, resueltos a todo,
lo aceptaron, poniendo así en grave riesgo su
responsabilidad.

– Está bien señor
Intendente– dijo uno de ellos hablando por todos–.
No se oirá un solo grito en las calles durante la
procesión del estandarte.

Al día siguiente los diarios peruanos, a la
vez que daban a conocer al público el grave compromiso
contraído por la comisión, recomendaban
eficazmente a los hijos del lugar que el día de la
fiesta honraran con su actitud la
palabra empeñada al mandatario de la
provincia.

Los aprestos para la gran ceremonia, que
debía realizarse una semana después, en el
día de la patria, comenzaron desde luego con toda
actividad en medio de la más intensa expectación
pública.

La institución encargada de organizar el
programa
–conocedora del carácter altivo y rebelde de la
gente de Tacna– abrigaba el íntimo temor de que la
fiesta acabara en tragedia. Un viva al Perú, contestado
con un viva a Chile, podía convertir las calles de la
ciudad en un campo de batalla. En medio de esta incertidumbre,
llegó, por fin, el 28 de julio.

En las primeras horas de la mañana,
más de 800 miembros de la Sociedad "El Porvenir"
condujeron a la iglesia de San Ramón
-la principal de Tacna- el estandarte que había de
bendecirse. Esta traslación se realizó,
intencional mente, por calles poco concurridas, a fin de
evitar, en lo posible, que la hermosa bandera fuese conocida
por el vecindario antes de la ceremonia.

Comenzó ésta a las 10 con el
concurso de casi la totalidad de la población
peruana.

Las tres naves del templo estaban materialmente
repletas de gente. Afuera, en el atrio y en las calles
adyacentes, una multitud incontable aguardaba, impaciente, el
fin de la fiesta religiosa para escoltar la bandera del
cautiverio.

En el altar mayor oficiaba, auxiliado por dos
diáconos, el cura vicario de la parroquia, doctor
Alejandro Manrique -antecesor del célebre cura
Andía, que poco después sacrificó su vida
en servicio de
la Patria.

Bendíjose el estandarte, cantóse un
Te Deum solemne, y en seguida el vicario subió al
púlpito y habló a la enorme concurrencia,
exhortándola a mantener siempre latente en el alma el
amor a Dios y a la Patria; a soportar con entereza las
amarguras del cautiverio y a confiar sin desmayo en las
reparticiones justicieras del porvenir.

Esta oración, intitulada "La Cruz y la
Bandera" conmovió intensamente al
auditorio.

Terminada la ceremonia la concurrencia
comenzó a abandonar el templo y a engrosar el inmenso
gentío que se agitaba, imponente, en los alrededores.

Al último, cuando ya no quedaba nadie en el
interior de la iglesia, apareció en la puerta, sostenida
en alto, hermosa y resplandeciente como nunca, la bandera
blanca y roja del Perú.

Y entonces, en aquel instante solemne,
ocurrió allí, en la calle llena de sol y apretada
de hombres, mujeres y niños, de toda condición social,
algo inesperado y grandioso; algo que no olvidaré nunca;
algo que me hizo experimentar una de las emociones
más hondas de mi vida.

Apareció el estandarte en la puerta del
templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en
las calles inmediatas se agitaron un momento y luego, sin
previo acuerdo, como impulsados por una sola e irresistible
voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas extendiendo los brazos
hacia la enseña bendita de la Patria.

No se oyó una exclamación, ni una
sola exclamación ni el grito más insignificante.
Sellados todos los labios por un compromiso de honor,
permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio
extraño y enorme que infundía asombro y causaba
admiración, la bandera, levantada muy arriba,
avanzó lentamente por en medio de aquel océano de
cabezas descubiertas.

Y pasó la bandera y detrás de ella,
como enorme escolta, avanzó el pueblo entero, y aquella
procesión sin música ni aclamaciones siempre en
silencio, siempre majestuosa- recorrió, imponiendo
respeto y
casi miedo, los jirones más céntricos de la
ciudad cautiva.

En una bocacalle, un antiguo soldado del Campo de
la Alianza, un hombre del pueblo invalidado por un casco de
metralla se abrió paso, como pudo por entre la compacta
muchedumbre, aproximándose al estandarte} besó
con unción religiosa los flecos de oro de la
enseña gloriosa. Y un enjambre de niños
imitó luego al viejo soldado. Y ante aquel
espectáculo, a la vez sencillo y sublime, tuve que
apretar los ojos para contener las
lágrimas.

Al paso del cortejo -en el cual el gentío
parecía transfigurado por el dolor y el patriotismo- los
transeúntes se descubrían pálidos de
emoción y hasta los oficiales y soldados chilenos,
visiblemente impresionados, levantaban maquinalmente la mano a
la altura de sus gorras prusianas en actitud de hacer el saludo
militar.

Hace largos años que presencié este
episodio. En el tiempo transcurrido hasta ahora, sucesos de
toda índole han impresionado fuertemente mi
espíritu; pero ninguno lo repito -ha dejado huella
más honda que éste en mi
corazón.

Ahora, al evocarlo después de tanto tiempo,
pasan por mi memoria otras anécdotas patrióticas
ocurridas en nuestras provincias irredentas, y mi ánimo
se conforta y crece mí confianza en la salvación
de esos pueblos, dignos mil veces de un gran porvenir, y siento
orgullo, grande y legítimo orgullo de haber nacido en
Tacna.

Fuente:

Instituto del Libro y la Lectura del
Perú

 

Danilo Sánchez Lihón

Partes: 1, 2, 3
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