Hay que partir del reconocimiento de humanidad y
racionalidad en ambos lados y de uno respecto del otro para que
pueda siquiera discutirse en todos, en definitiva, pues suele
haber siempre más de dos y la dialéctica mal
entendida puede ser ya una reducción de la pluralidad a
dos, como el monismo es el reduccionismo al Uno.
En este sentido constituye una aberración
cualquier consideración de otros que elimine su humanidad
y su racionalidad, pues en los conflictos
políticos el paso previo al exterminio mediante la
guerra es
siempre la inhumanización mediante la palabra. Así,
por ejemplificarlo con un conflicto
terrible y complejo que asola a Oriente Medio, tanto el dictamen
de aquellos defensores de los israelíes
que hablan de los árabes como seres irracionales sedientos
de sangre y llenos
de supersticiones, como cuando el neoconservador David Horowitz
dijo la barbaridad de que los palestinos prefieren matar y
matarse a vivir en paz
; como las barbaridades neonazis de algunos, que resucitan
añejas difamaciones a los judíos,
como el tenerlos por pueblo deicida o por caníbales
comedores de los niños
de los otros [3]
. Estos no son sino procedimientos de
deshumanización previos a justificar y hacer tolerables la
agresión y la violencia, ya
que una vez que se convierte a un ser humano en algo equivalente
a una rata, en un ser irracional e inhumano, nada impide entonces
su eliminación, que incluso se considera higiénica
y saludable.
Edward Said en el terreno literario fue un gran emblema
a la hora de señalar el error de considerarnos portadores
de la visión objetiva del científico frente a la
visión subjetiva del indígena, mostrando la
pregnancia del imperialismo
en el etnocentrismo europeo; y Levy-Strauss en el terreno
filosófico-antropológico destruiría la idea
levy-bruhliana de la irracionalidad salvaje, al descubrirnos un
«pensamiento
salvaje», no por menos acumulativo carente de racionalidad.
Por eso, desde entonces, la exigencia de representarnos
siempre al otro como un ser racional, tan racional e irracional
como pudiéramos eventualmente serlo nosotros mismos,
constituye hoy una obligación no sólo ella misma
racional, sino también ética y
política.
Pues pese a los muchos estudios de antropología cultural y pese a las
criminales persecuciones del nazismo, se
aprecia actualmente el retorno tanto del etnocentrismo
imperialista como del racismo
colonial.
Cabe recordar aquí las palabras del
capitán Marlow, personaje de Joseph Conrad,
antes de sucumbir al supuesto hechizo de esa selva que se
habría tragado a Kurtz; cabe escucharle describiendo su
primera sensación ante la presencia de una tierra
indómita que, sin que lo sepa, lo que hace es devolverle
su propia imagen especular,
invertida, después de uno de esos viajes de
conocimiento
de uno mismo:
"Ya sabéis que no soy particularmente tierno; he
tenido que golpear y que esquivar golpes; he tenido que resistir
y que atacar en ocasiones -que es sólo una forma de
resistir- sin calcular el precio exacto,
de acuerdo con las exigencias del tipo de vida en la que
había caído. He visto al demonio de la violencia,
el demonio de la avaricia, el demonio del deseo ardiente; pero,
¡por todas las estrellas!, eran demonios fuertes,
vigorosos, con los ojos inyectados, que dominaban y manejaban
hombres; hombres os digo. Pero cuando estaba de pie en aquella
ladera presentí que, bajo la luz cegadora de
aquella tierra, iba a conocer un demonio flácido,
pretencioso y de ojos apagados, de una locura rapaz y
despiadada [4]
".
Lo que hay en el corazón de
las tinieblas es algo que se encuentra más disimulado en
la llamada civilización, pero mucho más potente y
peligrosamente latente; pues esa civilización europea
horrorizada por el salvajismo de los africanos fue la que, a
través del dominio y
explotación del Congo por parte del rey de los belgas,
Leopoldo II, entre 1885 y 1906, época que reflejó
Conrad, exterminaría entre cinco y ocho millones de
nativos. Un genocidio que merecería ser tan recordado como
el perpetrado por la altamente civilizada Alemania
durante la SGM. Frente al Dionisos niño, festivo, alegre e
inocente, aunque a veces brutal y bestial, del salvajismo tribal;
encontramos en la civilización un Dionisos obeso y
envejecido, ahora ya ebrio de sangre en vez de ebrio de vino, un
dios de la tierra
pasado por el cinismo del mundo y del mercado, que
aplicaría la Razón, subyugando a Apolo, para
aumentar la efectividad del exterminio.
En el famoso capítulo 24 del libro primero
de El Capital, que versa «sobre la
acumulación originaria», Karl Marx
mostraba estar al tanto del genocidio que desde hacía
más de un siglo se venía llevando a cabo con los
indios norteamericanos, y señalaba como verdugos a los
virtuosos puritanos del protestantismo; a quienes en nombre de la
civilización, pagaban cuantiosas sumas por cada cuero
cabelludo de piel roja para
hacerse con ellos pelucas que lucir en sociedad. Ya
vislumbraba entonces la relación entre el mercado mundial
y la expropiación por parte de Occidente de los recursos de otros
pueblos. En su más famosa obra la explotación y
expropiación capitalistas están ya plenamente
unidas con el masivo asesinato del colonialismo
decimonónico:
"El trato dado a los aborígenes alcanzaba los
niveles más vesánicos, desde luego, en las
plantaciones destinadas exclusivamente al comercio de
exportación, como las Indias Occidentales,
y en los países ricos y densamente poblados, entregados al
saqueo y el cuchillo, como México y
las Indias Orientales. Pero tampoco en las colonias propiamente
dichas se desmentía el carácter cristiano de la acumulación
originaria. Esos austeros «virtuosos» del
protestantismo, los puritanos, establecieron en 1703, por acuerdo
de su assembly, un premio de 40 libras por cada cuero cabelludo
de indio y por cada pielroja capturado; en 1720, un premio de 100
libras por cuero cabelludo, y en 1744, después que la
Massachusetts Bay hubo declarado rebelde a cierta tribu, fijaron
los siguientes precios: por
escalpo de varón de 12 años o más, 100
libras de nuevo curso; por prisioneros varones, 105 libras; por
mujeres y niños tomados prisioneros, 55 libras; por cuero
cabelludo de mujeres y niños, 50 libras [5]
".
Pese a las críticas y condenas hacia la
acumulación originaria, el progresismo ilustrado asesino
no es ni mucho menos ajeno a la tradición marxista, ya que
el fundador del pensamiento que lleva su nombre fue en muchas
ocasiones un fiel exponente de la fe en que el desarrollo
científico-técnico acabaría con las
supersticiones y con la barbarie extendiendo la
civilización. Así, la fe ilustrada, pasaría
a considerar que el capitalismo,
pesadilla del trabajador, pudiera tener un carácter
emancipatorio al destruir los antiguos medios de
dominación junto con el mundo dejado atrás por el
progreso y la marcha de la Historia. El materialismo
histórico estaría dispuesto a reconocer
virtudes civilizatorias en el aterrador sistema
económico que inevitablemente habría de sustituir
al feudalismo en su
camino imparable hacia el cumplimiento de las condiciones de
posibilidad del comunismo.
Así, en 1849, dos años después de que en
El Manifiesto Comunista nos dijese Marx que los
proletarios y oprimidos del planeta no tenían ya nada
más que perder que sus cadenas, se mostraba el pensador
favorable a que la California quedase en manos de los
«laboriosos protestantes» antes que en manos de los
«perezosos mexicanos». Y un poco más adelante,
en sus escritos sobre la India de 1853,
Marx aseguraba que la inclusión del ferrocarril y del
telégrafo en la inmensa nación
que, preferiblemente, habrían de seguir dominando los
británicos; frente a la indeseable posibilidad de
autogobierno o de dominio otomano o persa, destruiría el
nefasto sistema de castas allí imperante. Hoy podemos
constatar como esto último no ocurrió ni ha
ocurrido, con lo cual las virtudes destructoras de supersticiones
y tinieblas de las civilizadas tecnologías occidentales
bien pudieran no cumplir siempre ni en la debida dirección esa higiénica labor de
limpieza cultural que tan frecuentemente se les
asigna.
El progreso tecno-científico no siempre destruye
las antiguas formas de dominación sino que a menudo
coexiste con ellas, ensamblándose a ellas,
amalgamándose a ellas, y a menudo lo que destruye son las
antiguas formas de cooperación y solidaridad sin
sustituirlas por ninguna nueva forma. En Japón
se produjo una extraña pero sólida fusión y
un férreo ensamblaje, producidos entre la revolución
Meiji y el trauma de las bombas
atómicas, del feudalismo con el capitalismo, perviviendo
perfectamente la jerarquización del antiguo Régimen
en la política y las grandes empresas. Aunque,
como indicó Max Weber
parece que sería el calvinismo, con su moral del
trabajo, la
que pudiera ser la religión que mejor se
adaptase al capitalismo, mientras que el catolicismo le
sería ya más hostil, como indicaba el yerno de
Marx, Paul Lafargue, al hilo de su apología del ocio y del
descanso. Todavía hoy, cuando faltan los sindicatos y
no se regulan las leyes laborales,
sólo las festividades religiosas resisten el empuje de la
compulsión capitalista hacia el trabajo
permanente. Con lo cual, la importancia de la cultura y el
retorno actual de la etnicidad, se explican como última
barricada de los pueblos para defenderse de la agresión
neoliberal, resultando notablemente dramático que incluso
los ateos, a falta de otras instituciones,
tengan que apelar a la religión para que los defienda de
la
globalización capitalista.
En 1932 el magnate Nelson Rockefeller contrata a Diego
Rivera para decorar el recibidor del Rockefeller Center de New
York que estaba en construcción. Al año siguiente, en
mayo de 1933, Rivera pinta por encargo de John D. Rockefeller Jr.
"El hombre en
una encrucijada" en el edificio RCA; mural que porque
contenía un retrato de Lenin desató una fuerte
polémica en la sociedad norteamericana a través de
sus medios de
comunicación. La familia de
industriales le propuso que reemplazara a Lenin por cualquier
otra cara conocida pero Rivera se negó a hacerlo y propuso
que, a lo sumo, estaría dispuesto a poner la figura de
Lincoln junto a la de Lenin.
Acusado de «hacer propaganda» el artista replicó que
«todo arte es
propaganda [6]
». Finalmente, ante la firmeza de Rivera el
millonario mandó tapar el mural que sería destruido
poco después. Entonces Rivera poco después, una vez
que hubo regresado a México, volvió a pintar el
mismo mural, pero esta vez en el tercer piso del palacio de
Bellas Artes
de México, con su figura de Lenin, la de Trotsky, la de
Darwin y con el
mismo título, pero con ligeras diferencias o
añadidos respecto al proyectado para Nueva York, como la
inclusión de Rockefeller de manera harto
siniestra.
En la parte superior del lado izquierdo del mural se
sitúan las fuerzas del capitalismo, un ejército de
uniformados sin rostros y sin caras, cubiertos de máscaras
de gas y con la
bayoneta calada y aviones que les sobrevuelan; en la parte
superior del lado derecho del mural se sitúa el
ejército rojo, los hombres con gorro, las mujeres con una
pañoleta roja en la cabeza, cantando, con sus rostros
enfrentándose al otro lado. En el centro aumentada por las
lupas se puede percibir la máquina de la plutocracia y de
la tecnociencia,
que queda suspendida sobre una naturaleza
exuberante que ocupa el lugar inferior. En el lado capitalista se
encuentra Rockefeller Jr. semiescondido tras la gran lupa de la
izquierda, con traje un gran anillo de oro en el
dedo, cerca de los pobres y delante de una carga policial a
caballo [7]
:
"¿Los artistas eran simplemente unos
provocadores, los patrocinadores eran unos cobardes, cómo
podían ser tan ingenuos en pensar que Rivera, Orozco o
Siqueiros no pintarían obras convencionales, decorativas,
al gusto de quienes las pagaban? Los Médicis gringos,
ciegos, generosos y ruines a la vez, de Nueva York, Detroit y Los
Ángeles,
quizás pensaban que ordenar y pagar una obra de arte era
suficiente para anular su intención crítica, hacerla inocua, e incorporarla,
castrada, al patrimonio de
una especie de beneficiencia puritana libre de impuestos
[8]
".
Al tratar del fenómeno de los murales mexicanos
que proliferaron en Estados Unidos
desde los años 30 surge la cuestión del
«chantaje de los garbanzos»; del endeudamiento en que
queda el asalariado por parte del patrón, ya privado ya
público, que no sólo exige un buen trabajo, sino
filiación a los principios que
conservan y mantienen el status quo. El artista siempre ha
tenido que luchar contra una paradoja, ya que quienes le
contratan pretenden que haga propaganda del mantenimiento
de su poder y su
gloria mientras que su vocación le pide la
destrucción y la crítica de esos fetiches para
promover el cambio.
Sin que se produzca la prometida apropiación por
el pueblo de las fuerzas productivas toda la revolución
planetaria provocada por el imperialismo capitalista de la
burguesía sólo conlleva dolor, miseria y una
más perfecta explotación de la mayoría por
unos pocos, equivale a un nuevo fascismo [9]
. El que se tengan que producir de ese modo las premisas
materiales que
permitiesen otra sociedad resulta una necesidad de sufrimiento
harto sospechosa a la vez que demasiado escatológicamente
dilatada en el tiempo. Frente
al aquí y ahora del comunismo libertario, el
marxismo
clásico siempre pidió paciencia. Había que
tomar el Estado e
imponer la dictadura del
proletariado para que luego, en el futuro, en un futuro no muy
distante, (promesa y dilación escatológica
secularizada), tras muchos horrores y sacrificios, adviniese el
paraíso de la sociedad comunista y desapareciese el
Estado y las
clases. La historia de la URSS o de la propia India demuestran en
contrario. Tras muchos sacrificios y muchos horrores no advino la
prometida sociedad ni se produjo el comunismo. Ahora está
de moda retrasar el
advenimiento de un mundo habitable para todos o para una
mayoría hasta que se llegue a la consumación de la
Globalización y, sólo entonces, a la
apropiación por la humanidad política del mercado
mundial; pero de nuevo tememos en tan internacionalista idea una
añagaza de los futurólogos predicadores de la
inevitabilidad de la Historia; de nuevo el truco que convierte la
esperanza de expectativas razonables para un momento dado en una
espera infinita que traduce el Todo en Nada. La inversa del
escatologismo progresista del humanitarismo ingenuo sería
una historia interminable en la que, como pudo ver el
ángel de la Historia benjaminiano, la devastadora Nada
sería la que realmente avanza, dejando a su paso
montañas de escombros y montones de cadáveres,
viscosos cascotes que nunca podrán llegar a quedar
justificados:
"Los Ángeles convertida en un gigantesco mural
mejicano, levantado como un dique de colores para que
California entera, vista por el trío de los jóvenes
amantes y el viejo jardinero desde las colinas de Puente para que
California entere no se derramara de las montañas al mar
en una sacudida final… Irse. Regresar. O llegar por vez
primera. Desde las colinas se divisaba el océano
Pacífico, disipado por un velo de polución, y a los
pies de las montañas, se desparramaba, bajo el smog, la
ciudad sin centro, mestiza, políglota, la Babel
Migratoria, la Constantinopla del Pacífico, la zona del
gran deslizamiento continental hacia la nada… No
habría nada más allá. Aquí terminaba
el continente. Empezaba en Nueva York la primera ciudad y acababa
en los Ángeles, la segunda, quizá la última,
ciudad. Ya no había más espacio para conquistar el
espacio. Ahora había que largarse a la Luna o a Nicaragua,
a Marte o a Vietnam. Se acabó la tierra conquistada por
los pioneros, se consumió la épica de la
expansión, la voracidad, el destino manifiesto, la
filantropía, la urgencia de salvar al mundo, de negarles a
los demás su destino propio e imponerles en cambio, y por
su propio bien, un futuro americano… [10]
".
Los adelantos de la Historia, como son eminentemente
la ciencia y
la tecnología, en lugar de quedar al servicio del
ser humano y permitir el paso del reino de la necesidad al
reino de la libertad, se vuelven, con el capitalismo y el
imperialismo, medios de opresión en lugar de un medios de
liberación. Y eso sin necesidad de vincular el
«desencantamiento» propio del valor de
cambio y del fetichismo de la mercancía, con la
deshumanización que esencialmente habría de portar
la técnica en sentido heideggeriano. Pues desde este
último punto de vista, la técnica, sería
intrínsecamente irrecuperable y hostil tanto a la
naturaleza como al ser humano, que, en cuanto parte él
mismo de la naturaleza, también padecería la
imposición de esa desmesura. No siendo la esencia de la
técnica algo técnico finalmente, descubrimos,
cuando seguimos a un determinado Heidegger, que la esencia de la
técnica habría de ser entonces Nihilismo, la
destrucción y la muerte de
todo lo viviente en su estado puro. Por eso desde el segundo
Heidegger sólo parece caber el retorno a los
orígenes, la espera del retorno de los dioses y no esta
clara ninguna posibilidad de que allí donde se cierne el
mayor peligro vaya a poder surgir lo que salva, a menos que
acontezca de veras tal evento. El antitecnologismo heideggeriano,
huida de los dioses, subsunción real en
términos marxistas, no piensa que pueda tener la
tecnología ninguna virtualidad positiva y la descarta como
esencialmente nociva, simple expediente de potenciación de
la dominación. La Antiglobalización peca de
semejante visión unitaria, aunque también,
desgraciadamente, clarividente:
"el nuevo orden de la globalización no es otra
cosa que un orden de ricos y pobres, lo cual no puede ser
discutido empíricamente, puesto que los hechos y los
datos
mundiales ofrecen poca discusión (…). Lo que no ofrece
ninguna duda es que en el marco de la globalización, lo
único que ha cambiado, según criterios
distributivos, es que las diferencias entre los más ricos
y los más pobres han aumentado a un ritmo vertiginoso en
el último siglo, en el siglo de la
tecnología [11]
".
Con Marx y Kropotkin, sin embargo, una vez sopesados el
sentido histórico del primero y sus análisis estructurales con las objeciones
del segundo, bien se podría seguir defendiendo una
ciencia y una
tecnología determinadas; pero siempre y cuando fuesen
puestas al servicio de los seres humanos desde ahora mismo y no
siguiesen ni privatizadas, ni prometidas para un incierto futuro,
ni tampoco transformadas en públicas cuando con ello se
quiera decir, convertidas en corruptas; aunque no haya mayor
corrupción
en este mundo que la propiedad
privada.
Con todo no debe admitirse como dogma necesario sino tan
sólo posible que la industrialización pueda
facilitar una vía para la emancipación humana. El
que otras vías hacia una «vida buena» sean
posibles lo demuestran los numerosos estudios de la
antropología del siglo XX que describen la existencia de
muchas culturas con una vida individual y social bastante
envidiable aunque no se encontrasen industrializadas. En la mayor
parte de los casos ha sido la imposición de los
industrializados y la expropiación por parte de los mismos
y no los propios mecanismos de dominación, los que han
degradado o impedido la existencia de comunidades humanas con
vidas no por diferentes y carentes de tecnología
materialmente depauperadas ni poco libres, fraternas e
igualitarias.
La creciente preocupación actual hacia el cuidado
del medio ambiente
que vincula ciencia y ecología,
además de la pertenencia al sector
público de las infraestructuras garantes de agua potable o
luz eléctrica para toda la ciudadanía, suponen un incuestionable
progreso material respecto a las condiciones descritas por Marx
en el siglo XIX o a las que se viven actualmente en muchas partes
del planeta. Hay que recordar que cuando Marx en su
Crítica al Programa de
Gotha (1875), condenaba a los socialdemócratas,
indicando que la prohibición del trabajo
infantil era un objetivo
irrealizable y no más que «un piadoso deseo»,
se equivocaba, aunque ciertamente resultase bastante impensable
desde las condiciones materiales del siglo XIX y de buena parte
del XX que se pudiera llegar a semejantes embridamientos del
capitalismo, aunque sólo fuese en algunos privilegiados
lugares del planeta.
Desde luego que empresas como Nike siguen
empleando niños en India, China e
Indonesia para fabricar a bajo coste y sin derechos laborales sus tan
publicitados productos y
aún se calcula que hay en el mundo unos 250 millones de
niños trabajando, pero de ser una práctica
universalizada hace tan sólo unos 50 años a dejado
de existir en un buen número de países. Los
juguetes
Chicco o Lego, con los que juegan los niños
ricos de Occidente, son producidos en condiciones infrahumanas
por niños de India, China, Tailandia o Indonesia. Y en los
soportales de los grandes bancos del mundo
desarrollado siempre duermen indigentes. De ahí que la
explotación y la miseria sigan estando demasiado presentes
como para poder aceptar que se viva en el mejor de los mundos
posibles.
Para Marx el sistema económico depredador que
combatía nunca podría proporcionar más que
las mínimas condiciones higiénicas y sanitarias que
impidiesen la muerte de los
trabajadores, pero como indicó Eric Hobsbawm en sus
«Memorias», tituladas Años
interesantes. Una vida en el siglo XX, esas consideraciones
fueron debidas a que desde la ideología comunista y desde la dureza y
precariedad de la lucha obrera decimonónica y de bien
entrado el siglo XX, era imposible llegar a vislumbrar que el
capitalismo pudiera llegar a suavizarse en las zonas más
desarrolladas del planeta; como reconoce el historiador que
así acabó sucediendo hasta el punto de llegar a
proporcionar una cierta calidad de
vida a quienes habitaban buena parte de los países de
Occidente. El que sea una minoría de la población mundial dedicada principalmente
al sector servicios la
que disponga de ciertas garantías materiales, sociales y
jurídicas, no es argumento contra la posibilidad de
embridar la economía vigente,
cosa considerada antaño imposible; sino argumento contra
la conveniencia de mantener semejante programa de mínimos
para minorías, ya que quizás no sea
universalizable. Desde luego que el hecho de los llamados
Estados del bienestar aporta un argumento a favor de la
espera progresista y de la posibilidad de paliar algunos de los
efectos perversos del sistema económico vigente, pero por
un lado, esos avances fueron posibles en un capitalismo en lucha
con el socialismo real,
pudiéndose apreciar la regresión sufrida en ese
terreno desde la caída del muro de
Berlín; y por otro lado, los costes de embridar al
monstruo económico y proporcionar unas condiciones
pasables de existencia para una minoría, no sólo
pudieran ser demasiado elevados, sino que pudiera ser que se
gravasen físicamente sobre la mayoría desfavorecida
del planeta y psíquicamente sobre esa minoría
supuestamente privilegiada. Volviéndose entonces muy
dudoso el progreso en términos globales.
El Marx más progresista, al comienzo de los
Grundrisse, se meterá en una aporía cuando
intente explicar el desarrollo incomparable del arte de la
Grecia
clásica bajo el modo de producción esclavista, y aunque se
descartase muy pronto el intento de imprimir la doctrina del
progreso al mundo de las Bellas Artes, hasta nuestros días
sigue defendiéndose el progresismo de las ciencias y de
la tecnología; aunque la bomba atómica, la carrera
armamentística, o la semejanza entre la
organización de las fábricas, los hospitales,
los asilos, las cárceles o de las escuelas y la eficiencia de los
campos de concentración o la mera racionalidad
instrumental de determinadas instituciones, lo pongan
también en entredicho.
Las consideraciones que Marx y Engels realizaban sobre
el comunismo originario, que localizarían muchas
veces en la antigua India, difícilmente encontrarán
tampoco coherencia con el progresismo lineal del positivismo
cientifista que en ocasiones profesaron; a menos que el
materialismo histórico no fuese sino una
secularización de la escatología judeocristiana, con su ciclo
circular desde la expulsión del paraíso hasta el
retorno al mismo, cosa que repugnaría a su militancia
atea. El propio Marx, pese a lo antedicho, no era de
ningún modo ciego ante ese lado negativo perverso de los
tenidos por grandes progresos y logros de la humanidad; estando a
veces atento y despierto frente a la desgraciada posibilidad de
que el desarrollo científico-técnico pudiese
empeorar las cosas en lugar de promover su mejora:
"Se ha creído hasta ahora que la mitología cristiana bajo el imperio romano
sólo fue posible porque todavía no se había
inventado la imprenta. Es
todo lo contrario. La prensa cotidiana
y el telégrafo que difunden sus inventos en un
abrir y cerrar de ojos por todo el globo, fabrican más
mitos en un
día que lo que antaño se podía fabricar en
un siglo [12]
".
De este modo no sólo se podrán fabricar
mitos y mentiras a una escala sin
precedentes. Henry Ford, el magnate de Detroit, uno de los
fundadores del trabajo en cadena para el montaje fabril de los
automóviles; será el principal responsable de la
proliferación de esas máquinas
deprisa, muerte y polución, que son esos vehículos
que beben gasolina y abundan casi tanto como los humanos en los
países desarrollados. La enorme mortandad en las
carreteras, 42.000 muertes sólo en Estados Unidos en 1998,
la misma cifra para Europa durante el
2001, a la que habría que adjuntar tres millones y medio
de heridos, suponen unas cifras superiores a las de cualquier
guerra actual [13]
, pero son asumidas con toda naturalidad, justificadas como
precios aleatorios del progreso en la locomoción o como
fruto de la libertad
individual para moverse con rapidez.
El fordismo
pintado de rojo, engalanándose con los murales del
comunista Diego Rivera, con el talento de quien pintó el
mural del Instituto de las Artes de Detroit, de quien se
atrevió a pintar a Marx y Lenin en el Rockefeller Center;
una muestra de la
paradoja de una modernidad
cruzada con la tenacidad indigenista, de una modernidad cuyo
mito del
progreso tendrá a Ford como héroe, como marca, como
mojón sin rostro en la carretera de la Historia
Universal, dicho sea esto con la misma risotada que ya
soltase el novelista Carlos Fuentes:
"Perdónenme la risa. Es una buena risa, una
carcajada irreprimible de reconocimiento y acaso de nostalgia.
¿De qué? Creo que de la inocencia perdida, de la fe
en la industria; el
progreso, la felicidad y la historia dándose la mano
gracias al desarrollo industrial. A todas estas glorias
había cantado Rivera, como se debe, en Detroit. Como los
anónimos arquitectos, pintores y escultores de la Edad Media
construyeron y decoraron las grandes catedrales para alabar al
Dios único, invariable e indudable, Rivera vino a Detroit
como los peregrinos de antaño a Canterbury y a Compostela:
lleno de fe. Reí también porque este mural era como
una postal a colores del escenario móvil, en blanco y
negro, de la película de Chaplin, Tiempos modernos.
Las mismas máquinas pulidas como espejos, los engranajes
perfectos e implacables, las confiables máquinas que
Rivera el marxista veía como signo igualmente fidedigno de
progreso, pero que Chaplin vio como fauces devoradoras,
máquinas de deglución como estómagos de
fierro que se tragan al trabajador y lo expulsan, al final, como
un pedazo de mierda [14]
".
La excepcional película de Charles Chaplin
Tiempos Modernos (1936), comienza con la imagen de un
rebaño de ovejas al que inmediatamente se superpone el
plano de una manada de obreros saliendo del metro y
dirigiéndose al trabajo. Pero el aspecto de manada del
rebaño de obreros en las iniciales imágenes
de la película contrasta con el aspecto humano que
caracteriza a todos los personajes pertenecientes al pueblo,
tanto los individuales como los colectivos, de modo que ni el
obrero individual ni los grupos de
huelguistas y manifestantes ofrecerán ese aspecto de masa
informe o manada
ovejil con que empieza este hilarante relato
cinematográfico. Y eso porque la conversión del
pueblo en masa o manada de los tiempos modernos vendrá
dada por la alienación a la que le somete el desarrollo
industrial y por su conversión en mero apéndice de
una máquina, un periférico, en terminología
informática; mientras que aquellos aspectos
solidarios y participativos subyacentes a cada singularidad
humana y a toda multitud no podrán ser nunca sometidos,
quedando la cooperación en estado latente o siendo
expropiada por las avariciosas manos del Gran Jefe. El matiz es
muy importante, pues es el que separa, la crítica
izquierdista a la alienación de las masas de un Chaplin,
de la ideología del desprecio fascista de las masas con la
que Hitler
subiría al poder por esa misma época. A las
muchedumbres de huelguistas y manifestantes comunistas que
aparecen en el film de Charlot podríamos contraponer las
ordenadas huestes nazis que Leni Riefenstahl inmortalizó
en su contemporáneo documental El triunfo de la
voluntad (1935), para así darnos cuenta de la
separación de dos movimientos bien diferenciados, el del
«pueblo revolucionario» y el del «fascismo de
masas»; dos movimientos que resulta importante saber
separar y discriminar, para no acabar en la misantropía ni
en las antiutopías subsuncionistas.
En el film antedicho el propio Chaplin hace el papel
protagonista, como obrero de una fábrica de
producción en cadena tras la depresión
del 29, un trabajador que enloquece ante la locura del ritmo de
producción fordista al que resulta encadenado,
mostrándose una suerte de afinidad entre el capitalismo y
la locura que algunos autores franceses de los años 80,
hoy convenientemente olvidados, estudiarían antaño
con intensidad.
El Gran Jefe se comunica con sus subalternos de la
fábrica como si fuese el Gran Hermano, a
través de unas enormes pantallas de cine, mientras
cámaras en todo el recinto le proporcionan una vigilancia
panóptica de hasta el último rincón del
lugar. Y eso que la famosa novela de Orwell
1984 es más de diez años posterior a esta
película. Hasta llegan a ensayar con el protagonista,
tenido por conejillo de indias, una nueva máquina que
supuestamente permitiría alimentar al obrero mientras
trabaja, ahorrándole al empresario la
detención de su labor para comer. Todo ese trajín,
en clave de comedia chapliniana, llevará al protagonista
hasta el desquiciamiento, lugar de defensa ante una presión
insoportable; con lo cual nuestro desventurado trabajador fabril
es llevado entonces al psiquiátrico, lugar donde se le
recomienda, al darle el alta, algo que ya no existe en los
«tiempos modernos»: tranquilidad y ausencia de
excitación. Es entonces cuando, recogiendo una bandera
roja de alerta por carga sobresaliente del vehículo,
caída de un camión, resulta confundido con un
líder
comunista, seguido espontáneamente por una multitud y
encerrado en prisión.
A continuación vemos como pierde todo empleo
precario que consigue, -como el de vigilante nocturno o el de
camarero-, y como pasa varias veces por la cárcel. Todo
ello envuelto en ese tono tragi-cómico que caracteriza a
nuestro genial comediante. El obrero-Chaplin, en ésta su
última aparición cinematográfica,
ayudará a una joven vagabunda a lo largo de varias
vicisitudes y terminará la película
marchándose con ella por una interminable carretera,
caminando hacia delante en busca de un mundo y una vida
mejores.
Dos años después de la producción
de esta genialidad cinematográfica, en 1938,
comentaría en una entrevista el
director, cómico, músico y actor: «la
introducción de las máquinas en el
trabajo debería ser una ayuda a la humanidad y no una
fuente de tragedia». Señalando así la
paradoja y la contradicción que le había llevado a
la crítica de esos «tiempos modernos» en los
que, con algunos cambios, aún vivimos. Unos tiempos en los
que, absurda e irracionalmente, el desarrollo tecnológico
acaba significando esclavitud en
lugar de libertad.
La Entrevista a Stalin que le hiciese el escritor
H.G.Wells en 1934 ( Bolchevik , número 17),
año en que la URSS entró en la Sociedad de
Naciones, es un buen ejemplo del malestar generalizado que
refleja el film de Chaplin, pero también de las esperanzas
que suscitó entre algunos intelectuales
la superación de la depresión del 29; pues en ella,
el entusiasta escritor de ciencia-ficción, a diferencia de
su interlocutor, renunciará a la violencia como medio de
transformación social, diciendo que: «no hay ninguna
necesidad de desorganizar el sistema viejo, ya que éste,
tal como están las cosas, se va desorganizando por
sí solo. Por eso, la sublevación contra el orden
viejo, contra la ley, me parece
anticuada y superada por el desarrollo». Así,
H.G.Wells intentará una aproximación entre el New
Deal de Roosevelt, al que denominará «socialismo
anglosajón», y el experimento soviético, del
que no les parecía aún a muchos que hubiese
empezado a torcerse. Y si bien hay experiencias como la famosa
Tercera Vía del laborismo británico actual, que
acaban por dar hoy la razón al dictador, existen
también propuestas como la de la Renta Básica
Ciudadana, que bien pudieran jugar a favor del escritor. Stalin
se mostrará, en lo que más fue un diálogo
que una entrevista, reacio a aceptar que pudiera haber una
vía reformista y gradual para llegar desde el capitalismo
al socialismo, contestando ante el entusiasmo acerca del progreso
del escritor que: «en determinadas condiciones, la inteligencia
técnica puede lograr milagros y prestar grandes servicios
a la humanidad. Pero también puede causar grandes
daños». El que Wells pusiese al banquero Morgan como
ejemplo de parásito social pero tuviese a Rockefeller por
un valioso emprendedor o a Ford por un «organizador
apasionado de la racionalización en la
producción», dice poco a favor de sus propias
propuestas de socialización y mucho sobre su ingenuo
progresismo. Nada menos que Bertrand Russell, nada sospechoso de
veleidades bolcheviques ni dictatoriales, nos dará otra
imagen de los millonarios industriales y llegará a decir
por la misma época, lo mismo que contra-argumentaba
Stalin:
"Rockefeller decía que Dios le otorgaba su
dinero y
éste no dejó nunca de crecer. Cada vez fue
más rico, no importó nada el que se descubrieran
nuevos yacimientos de petróleo (la bendita competencia) en
otras partes del mundo, tal descubrimiento ocasionó
guerras y
muertos, pero Rockefeller continuó haciéndose cada
vez más rico. Bajo las condiciones capitalistas de
producción la plutocracia gobierna y nunca pierde terreno,
estando la pretensión de refrenarla mediante la ley
destinada al fracaso [15]
".
Ya hemos hablado que la domesticación del
Capitalismo a través de la Ley, la cual, con un poco de
perspectiva histórica, no se muestra ya tan
pusilánime como se le aparecía a Russell en los
terribles años 30. Pero no hay que olvidar que nos
encontramos dialogando con interlocutores del periodo de
entreguerras y que, cuando se establecen estas consideraciones,
todavía está por llegar toda la destrucción
que el poderío científico-técnico y militar
del mundo desencadenaría en la SGM, tras el prólogo
de tal saga destructiva que fue la guerra civil española.
Todo ello cambiará mucho la consideración acerca
del progreso y de la técnica, aunque no se abandone del
todo la utopía ni se apague, pese a todo, la antorcha de
la revolución.
Por eso, volviendo al muralista mexicano, a ese pintor
comunista que se atrevió a dar colores al fordismo y al
novelista que nos lo hizo revivir en la actualidad, volvemos a
ver, más allá de la sujeción esclava del
trabajo y pese a toda la destrucción del siglo XX, el
atisbo de una resistencia y de
una recuperación, ya en medio de la era de la
ciber-tecnología virtual; la resistencia a perder el
rostro y la recuperación de lo mejor de cada
tradición. Incluso de la nuestra. De la que demanda la
consecución del «reino de la libertad» a
través de un desarrollo tecnológico. Esas
obstinaciones con que las diversas culturas, contra toda la
apología de la pérdida del rostro, contra todo
pronóstico ilustrado y etnocentrista, frente a todo
abundamiento en el esclavizador «reino de la
necesidad», han sabido salvar la cara y guardar el rostro.
Guardar el rostro y salvar la cara para poder dar, nuevamente, la
batalla por un verdadero progreso y por una vida realmente
mejor:
"Había mirado sin ver. Todos los trabajadores
norteamericanos pintados por Diego estaban de espaldas al
espectador. El artista sólo pintó espaldas
trabajando, salvo cuando los trabajadores blancos usaban goggles
de vidrio para
protegerse del chisporroteo de las soldaduras. Los rostros de los
norteamericanos eran anónimos. Enmascarados. Como ellos
nos ven a los mexicanos, así los vio Rivera a ellos. De
espaldas. Anónimos. Sin rostro. Entonces Rivera no
reía, no era Charlot, era sólo el mexicano que se
atrevía a decirles ustedes no tienen rostro. Era el
marxista que les decía su trabajo no tiene el nombre ni la
cara del trabajador, su trabajo no es de ustedes.
¿Quiénes miraban, en contraste, al espectador? Los
negros. Ellos tenían caras [16]
".
Para Carlos Fuentes, Laura Díaz se
convertirá en una metáfora de la historia de
México y esos negros con rostro de 1932 que pintó
Rivera, habrían de ser los mismos que se levantasen luego
en 1967, movidos por un sueño de igualdad, los
mismos que pusiesen en ese entonces la ciudad patas arriba, como
en la plaza de Tlatelolco; enmarcados en ese periplo, nunca
completado hasta la fecha, de los afroamericanos estadounidenses
en pos de la equiparación de derechos civiles y de los
seres humanos en pos de los derechos cosmopolitas.
Referencias
[1]
Montaigne Ensayos I, XXX: «De los
caníbales».
[2]
David Horowitz, «Why Israel is the victim and the
arabs are the indefensible aggressors in the Middle
East»: "In fact, the Palestinians are a community of
suicide bombers: they want the destruction of Israel more than
they want a better life". FrontPageMagazine.com | January 9,
2002. Artículo traducido al español en
la revista: La
Ilustración liberal (nº15, mayo
2003). Antiguo izquierdista en su juventud
(años 60) y, como tantos otros, hoy neoconservador
reaccionario. Véase la descripción de la posición
ideológica de David Horowitz, antiguo izquierdista y hoy
pilar de la
administración Bush, en: http://www.zmag.org/Spanish/0203berkowitz.htm
[3]
En 1991 a través de panfletos repartidos por la
Unión
Europea se acusó a los judíos de secuestrar y
asesinar niños para extraer su sangre y celebrar con ella
extraños rituales como indicaba con preocupación
Morris B.Abram en el International Herald Tribune
(Saturday-Sunday, February 5-6, 2000).
[4]
Joseph Conrad El corazón de las tinieblas.
Op.cit, p.36.
[5]
Karl Marx El Capital I, capítulo 24:
«La llamada acumulación originaria». [Karl
Marx Das Kapital I. MEW23 [781]. 24. Kapitel – «Die
sogenannte ursprüngliche Akkumulation»].
[6]
A este respecto véase mi artículo:
«Leni Riefenstahl y la estética fascista: cuando el séptimo
arte se pone al servicio de poderes inconfesables».
Noviembre de 2003. En:
http://www.lacavernadeplaton.com/artebis/riefensthal0304.htm
[7]
El mural de Diego Rivera "La encrucijada del hombre" puede
verse en el sitio Web:
http://www.marxists.org/espanol/trotsky/imagenes/encruci.jpg
[8]
Carlos Fuentes Los años con Laura
Díaz. [1999]. Suma de Letras. Madrid, junio
de 2001. Capítulo XXVI: «Los Ángeles:
2000», p.641.
[9]
Cfr. VVAA Washington contra el mundo. Editorial
Foca. Madrid 2003. Simón Royo: «Los Estados Unidos y
sus aliados: ¿un nuevo fascismo?»,
pp.201-208.
[10]
Carlos Fuentes Los años con Laura
Díaz. Op.cit., pp.639-640.
[11]
Juan Francisco Tavira Globalización: la
relación entre poder y tecnología. (Trabajo
inédito cedido por su autor), p.14 & p.73.
[12]
Carta de Marx a Kugelmann, 27 de julio de 1871.
[13]
Sobre el más que diezmo en vidas humanas
sacrificadas al monoteísmo del mercado véase mi
artículo: « No lo saben pero lo hacen»,
en:
http://www.rebelion.org/opinion/sroyo100203.htm
[14]
Carlos Fuentes Los años con Laura
Díaz. Op.cit. Capítulo I: «Detroit:
1999», pp.17-18.
[15]
Bertrand Russell Libertad y Organización.
Parte Tercera: «La democracia y
la plutocracia en América». Sección B:
«Competencia y monopolio en
América». Capítulo XXVII: «El paso al
monopolio». Editorial Espasa-Calpe. Madrid 1970, p.335.
[1ªedición
española 1936. Traducción: León Felipe.
Título original: Freedom and Organization.
1ªedición, original inglés,
de 1934].
[16]
Carlos Fuentes Los años con Laura
Díaz. [1999]. Op.cit. Capítulo I:
«Detroit: 1999», p.19.
Simón Royo Hernández
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