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Mistificaciones del culto al genio (página 2)



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Genio sólo puede ser el que sobrevive a su
tiempo, se
dice, como para justificar el abandono y el crimen que cometen
las comunidades con sus mejores ejemplares. Lo que no se puede
ser sin haber muerto es un clásico, pero Verdi y Wagner ya
fueron reconocidos genios en su tiempo, llegando a ser
clásicos después.

El ideal de la Paideia (educación) griega
contemplaba tanto el cultivo del cuerpo como el del alma.
Por
eso se llegó a  pensar que un cuerpo deforme o
enfermo encerraba un alma perversa. Así lo afirmará
también Shakespeare en su
Ricardo III, al retratar al horrible duque de Gloucester.
Y puede que haya cierta relación entre el cuerpo y el alma
pues, frecuentemente, vemos en rostros macilentos las marcas de la
penuria, de la brutalidad, de la ignorancia, si bien es cierto
que, precisamente, la suavidad, la dulzura y la inteligencia,
no llegan a dejar marcas tan profundas en el rostro como sus
contrarios.

Habrá que esperar hasta el siglo XIX para ver
reivindicada la posibilidad de que en un cuerpo enfermo o deforme
habite un alma bella.
En este sentido la tuberculosis
ensalzaba y ponía de manifiesto la belleza del
romántico (Chopin, Keats), también la deformidad
(Kierkegaard, Toulousse Lautrec). Y visto desde el siglo XX, se
llegaría a reivindicar igualmente la locura (Nietzsche,
Hölderlin, Schumann). El espíritu bohemio
también tiene que ver con esto y sostiene el
encumbramiento al que se puede llegar a través de las drogas y el
alcohol. En
tal sentido se expresan incluso las enciclopedias de arte, por
ejemplo, refiriéndose al alcoholismo y
la adicción al opio de Modigliani, se nos dice: "Su genio
plástico
parece exaltarse bajo el efecto de estupefacientes" (Jean
Louis-Ferrier L’aventure de l’art au XX
siecle
. Chêne-Hachette, 1988).

La valoración de la precariedad
psicofísica y sus posibilidades, debe hacerse desde la
perspectiva adecuada y con las debidas matizaciones. Es decir,
Mondrian no era un borracho que pintaba, sino un pintor que
bebía.
Modigliani y Van Gogh también
bebían, pero no para alcanzar el talento con el que ya
contaban, sino porque nunca vendieron un cuadro, porque pasaron
hambre y abandono llevando adelante su arte a pesar de la
miseria, a pesar del alcohol, a pesar del deterioro físico
y mental al que les abandonaron sus contemporáneos. Y si
Hemingway conseguía escribir literatura a pesar de ser un
bebedor o Stephen Hawking divulgar la física teórica
incluso postrado en una silla de ruedas o Vicent Van Gogh pintar
desde un sanatorio mental, eso era algo que denotaba un
espíritu fuerte y una inquebrantable vocación,
capaz de superar lo que a otros, la mayoría, destruye
totalmente: El abandono, la incomprensión, la estupidez,
etc. Talento, espíritu fuerte o inquebrantable
vocación son cualidades semejantes y adquiridas, no
sabemos a ciencia cierta
cuáles son los ingredientes de su adquisición, ya
que influyen en ello una gran multiplicidad de factores, de
azares, que no son sino causas desconocidas; pero lo que si
está claro es que las cualidades no podrán surgir
de sus contrarios, de modo que no será posible que por
medio de la estupidez se alcance la inteligencia o que mediante
la maldad se llegue a la bondad.

Por eso es tan mezquino el pensar que el talento se
puede adquirir o potenciar mediante la enfermedad, las drogas o la
bebida. Eso es absolutamente falso.
Una idea que proviene del
chamanismo indio y la brujería de la Edad Media,
recuperando por los Beatles en la psicodelia de los 70 (Lucy
in the Sky with Diamonds
= LSD) y retornado en los 80 bajo la
moda del
tercermundismo y los enteógenos.

El hechicero de una tribu conoce, mediante la
experiencia milenaria de ensayo y error
transmitida de padres a hijos, las propiedades curativas de las
plantas y las
emplea con sus pacientes. Eso es lo fundamentalmente importante.
A la par el brujo baila, ejecutando una serie de danzas y ritos
que pueden reforzar (psicológicamente) la acción
del medicamento. Esto último tiene una importancia
secundaria y se reduce al efecto placebo, a un empleo
positivo y activo de la sugestión. Si no administra una
sustancia contra la mordedura de una serpiente, a un miembro de
la tribu atacado por una, este último morirá sin
remedio, por mucho que el hechicero baile y se emborrache,
entrando en comunión con la divinidad. El que semejantes
practicas puedan llegar a tener entre 80 y cien mil años
de antigüedad nada dice en su favor, pues también el
canibalismo ritual se nos muestra tan
longevo

Volviendo al tema del que hemos derivado, no caben
medios
artificiales por muy esotéricos que sean, para hacer que
un individuo
mediocre inmediatamente se convierta en un genio.
A la
naturaleza, al
crecimiento de una semilla que marca sus
límites
y tiene en potencia el
desarrollo
mediato que le corresponderá en acto, los medios
artificiales como el abono, la poda y el riego, la pueden ayudar
a que actualice sus potencias. Siempre será mejor la
lluvia para el crecimiento y desarrollo de una planta que el
riego. Pero si en lugar de abono y riego lo que se pretende es
saltarse un paso en el desarrollo mediante cualquier sortilegio
imaginario el fracaso estará garantizado. No se puede
curar a un enfermo terminal de Sida por muchos
bailes y drogas que se consuman.

El fenómeno es el mismo cuando es el propio
individuo el que intenta auto-inspirarse. No hay nada más
tétrico que ver a un jovenzuelo que busca adquirir el
talento poético a través de las drogas o el
alcohol, más le valdría marcharse a leer un rato.
Se ha dejado engañar por el mito del
bohemio. Verlaine y Rimbaud eran tan excelentes poetas estando
sobrios, que incluso borrachos y con sus facultades mermadas eran
capaces de hacer buenos versos.
Otros no quieren alcanzar
cualidades que no poseen, sino experiencias que no
poseen, así, el jovenzuelo tiene la errónea
impresión de que las sustancias psicoactivas pueden abrir
su mente cerrada, fenómeno que pasa también con el
tabaco, que
induce la sensación de relajación cuando en
realidad enerva. Pero si el abrir la mente de forma inmediata
mediante cualquier artefacto químico estuviese a nuestro
alcance, ¿por qué fumando un porro se puede ver a
Dios y sin embargo no se logra ni con un chute de heroína
entender una ecuación diferencial? Porque lo primero es la
falsa impresión de una alucinación a nivel de la
conciencia,
idealismo en
estado puro,
que se hará pedazos en cuanto vuelva a ponerse en contacto
con la realidad material.

Cuando se escribe bajo los efectos de un estupefaciente
(o se realizan otras acciones) se
tiene la impresión subjetiva de que las trabas normales
han desaparecido y de que se vuela más lejos, pero lo que
se está consiguiendo es engañar a la conciencia, se
supera el individuo imaginariamente, no realmente; pues no hace
falta más que se vuelva a leer lo escrito bajo los efectos
de la droga en
estado no alterado para que darse cuenta de que lo que nos
parecía fantástico resulta objetivamente
grotesco.

Coleridge escribió su poema el Khan
Kubla
(1798) bajo los efectos del láudano. Tal vez lo
hubiera hecho mejor de trabajar sin el opio, porque si el citado
poema es tan conocido, es tan sólo por ese falso mito de
la creación ex nihilo
, ya que, ciertamente, es
de lo peor de su producción. Pero Coleridge no produce de la
nada, él tiene talento, es tierra
productiva. Si un hombre
desértico consume opio, no se vuelve poeta cultivado al
instante, pero un poeta cultivado será capaz de lograr un
poema aceptable incluso en estado de embriaguez. Aunque lo
común es que los alucinógenos sean, como la
enfermedad o la locura, devastadores en la gran mayoría de
los individuos. Existe, no obstante el que ha sabido sacar
algún partido del deterioro que provoca su uso para
fomentar su trabajo.
Así lo hizo Sartre,
tomando anfetaminas
sin parar para conseguir llevar a término su
Crítica de la razón dialéctica.

Sin esa automedicación, quizá no hubiera
resistido tanto tiempo a la zaga de sus conceptos sin perderlos
de vista. Hizo como el corredor que se dopa para anular el dolor
y el cansancio a cambio de
lograr una marca y a costa de su salud y su vigor futuros.
El estado
físico en el que se quedó el filósofo tras
ese abuso de la droga fue lamentable y nadie puede asegurar que
su insomnio artificialmente provocado le llevase a escribir mejor
de cómo lo hacía en la vigilia fresca y normal.
Pero el propio Sartre declaró que sabía muy bien lo
que hacía, que hubiese hecho cualquier cosa para acabar su
obra, su obra que era su vida. ¿Cualquier cosa menos
trabajar libremente en su obra durante más tiempo?
¡Un pensador víctima de la prisa! Caso
inédito hasta la revolución
industrial. Las grandes realizaciones requieren largos
tiempos y riñen con la celeridad. Además, a la
postre, en el mejor de los casos el resultado es el mismo, ya que
si un intelectual acude a la cocaína
para mantenerse despierto una semana entera, luego habrá
de pasarse la semana siguiente durmiendo, con lo cual
habrá hecho lo mismo en una semana sin dormir que en dos
semanas durmiendo. La máxima intensidad sólo se
alcanza intelectualmente cuando se encuentra alguien en la
plenitud de sus facultades, pues en detrimento de éstas lo
que se alcanza es la falsa impresión de la
maximización de la intensidad. Cierto que un atleta
olímpico puede doparse para no sentir el dolor y alcanzar
una marca más elevada, pero el engaño del aviso de
sobrepasar la resistencia del
cuerpo sólo puede reportarle un deterioro en su
condición física; así, creyendo avanzar, lo
que consigue es retroceder y en la realidad, alejarse cada vez
más de la marca que hubiese podido llegar a batir en
condiciones óptimas de no haber deteriorado su cuerpo
utilizando el dopaje.

El ánimo se fortalece cuando triunfa sobre la
adversidad. Y en cuanto que se triunfa sobre ellos,
superándolos o, al menos, se resisten y pasan, todos los
padecimientos pueden ser, en ese sentido, positivos. Ello no
quiere decir que gracias a los padecimientos se ha fortalecido el
ánimo, porque al pensar eso lo que se hace es confundir
las causas. No es el padecimiento lo que proporciona la
superación, sino el triunfo sobre el padecimiento lo que
puede reportar fortaleza de ánimo. Es el triunfo sobre
el padecimiento
y no el padecimiento lo que puede
servir de desarrollo. El padecimiento no queda justificado, no
queda positivizado, no ha reportado nada bueno, tan sólo
el triunfo sobre él, que se deberá a otras causas
distintas a las que provocan el padecimiento, puede ser rentable;
pero no se debería aceptar que el triunfo sobre el
padecimiento es preferible al triunfo sin padecimiento. Puesto
que el padecimiento deteriora, lo mejor será triunfar sin
padecimiento, sin deterioro. Es falso que sin deterioro no se
pueda llegar tan lejos como deteriorándose, es falso que
un culturista no pueda desarrollar al máximo su capacidad
muscular sin tomar anabolizantes y destrozarse el
hígado.
Pues a lo sumo, ese supuesto máximo
desarrollo no será más que una falsa
impresión, algo aparente, que nos presentará al
cuerpo más enfermo y deteriorado como si fuese el cuerpo
más potente y desarrollado.

Esto ocurre muy a menudo en la sociedad
contemporánea a causa de la excesiva
especialización y división del trabajo. El que a
menudo se nos presenten engendros grotescos como la máxima
realización de lo humano en alguna de sus facetas
particulares. Lo engaña aquí es que se desconoce
que el desarrollo real tiene que ser un desarrollo lo más
completo y simultáneo posible. El todo no se habrá
desarrollado realmente si no se han desarrollado cada una de sus
partes de manera equilibrada, a falta de ello el sistema
estará cojo y será a causa de nuestra visión
parcial que podremos pensar en un avance. Un árbol no
puede desarrollar una de sus ramas mientras que las demás
se pudren, eso sólo ocurre si una enfermedad ataca a una
parte y no a todo el árbol, pero no le ocurre a
ningún árbol sano y, desde luego, nadie
diría de un árbol semipodrido o semicomido por los
gusanos, aunque la parte no comida sea hermosa, que se halla
frente a un árbol hermoso. Aunque el árbol
sobreviva al ataque de los gusanos no por ello llegará a
ser más frondoso y más grande, es más,
será el árbol que no haya sido atacado por los
gusanos el que mayor envergadura probablemente alcanzará.
Pero la metáfora vegetal se nos queda corta, porque el
desarrollo del árbol está más condicionado
por el genotipo que por el fenotipo, mientras que en el ser
humano es al revés, su desarrollo depende más del
fenotipo que del genotipo, hasta el punto que nos
atreveríamos a decir que, dadas unas condiciones
fisiológicas standard en un recién nacido, a los
efectos de su desarrollo todo dependerá del medio ambiente
y muy poco de la herencia genética.

Por tanto, respecto a la idea de que el ánimo
se fortalece con las adversidades, ya hemos dejado en claro que
se fortalece con el triunfo sobre las adversidades y,
mayormente, con el triunfo sin haber padecido
adversidades.
Por eso decía Nietzsche que se
cocía cualquier azar en su puchero, aunque no pudiese
llegar a cumplir su aserto durante los 11 años que
permaneció totalmente enajenado e improductivo antes de
morir. Ya señalaba el estoico Marco Aurelio que no hay que
quejarse nunca de sufrir lo insoportable, puesto que si lo que
nos aqueja es soportable se exagera y si lo que sufrimos llega a
acabar con nosotros, no podríamos llegar a quejarnos.
Cuando un corredor de fondo dice que no puede más, miente,
si no pudiese más de verdad no podría ni siquiera
hablar para decirlo.

Como agentes esencialmente destructivos, los males son
penosísimos y no tienen justificación ninguna.
La Teodicea es la ciencia
más repugnante que existe, pues se dedica a buscarle
justificación al mal.

Respecto a la bondad moral,
también se ha suscitado el dilema entre su
adquisición mediata y aprendida o su posesión
natural hereditaria o de divina procedencia. Tolstoi, en un bello
relato que lleva por título El padre Sergio
,
nos narra la historia de un hombre noble
que se hace religioso y se esfuerza por ser bueno lo más
posible, hasta que un día, viendo a una mujer del pueblo,
sin instrucción ni pretensión de ser buena, pero
siéndolo de hecho en un grado mayor al que el hubiera
podido alcanzar, llegó a la conclusión de que no
sólo era cuestión de sus esfuerzos, sino de la
forma en la que Dios hacía a las personas. El
equívoco del mensaje que el escritor ruso introduce en su
relato es el de considerar que la mujer simple
carece de experiencias, que ha nacido buena, en lugar de
considerar que ha podido llegar a alcanzar esa cualidad aun sin
proponérselo, y no gracias a ello, en virtud de los
acontecimientos que hayan podido jalonar su biografía. Un ejemplo
corporal sería el de un trabajador que reparte bombonas de
butano y, sin proponérselo, desarrolla unos bíceps
descomunales y una considerable fuerza
física; mientras que un aficionado al culturismo, que
proponiéndose la finalidad de desarrollar sus
bíceps acude diariamente a un gimnasio, puede darse cuenta
un día de que quien reparte el butano, sin pretender esa
finalidad, la ha adquirido, incluso más y mejor que
él. El ejemplo pretende ser gráfico y no es muy
adecuado, ya que la mayoría de los trabajos asalariados,
en lugar de promover el desarrollo, fomentan la hipertrofia y el
deterioro, pues se siguen dividiendo aún hoy entre
trabajos físicos y trabajos intelectuales.

Ciertamente, la mejor manera de aprender una lengua es como
los niños,
sin darnos cuenta y sin proponérnoslo, aunque es de
lamentar que en la edad adulta se haya perdido gran parte de esa
plasticidad infantil del que está por hacer. Por eso vemos
que es mucho más difícil corregir, que aprender por
primera vez, y nada hay peor que lo que mal hemos aprendido, pues
lo arrastramos siempre y con mucha dificultad logramos superar
las deficiencias de base.

El mensaje rousseauniano y cristiano del relato de
Tolstoi venía a indicar que la naturaleza bondadosa de la
mujer popular era un asunto natural, no aprendido, cuando no un
don divino.
 
Doctrina que mediante sutilísimos retorcimientos
fenomenológicos llevaría a Max Scheler,
filósofo que se hizo sacerdote al final de su vida
(y
sobre el que ha escrito el especialista en su obra Karol Wojtyla,
actual Papa), a proclamar que quien quiere ser bueno no es
más que un fariseo, esto es, alguien que tan sólo
quiere aparentar ante sí mismo y ante los
demás su calidad moral, ya
que no se puede pretender ser lo que no se es.

Resulta que respecto a la moral, hay
dudas respecto a su adquisición mediata o su
posesión inmediata, mientras que respecto a las matemáticas nadie diría que se
puedan adquirir inmediatamente mediante una intuición
súbita, sino que es obvio que requiere un largo aprendizaje.
Para la adquisición de las capacidades también
se requiere un largo aprendizaje y es difícil conjurar el
absurdo racista y lamarckista de que alguien haya nacido con
facilidad para las matemáticas
, o para la música, o con
oído,
como se dice a veces, como si los demás no hubiesen nacido
con unas oídos tan educables como los de los demás.
Y no digamos ya cuando se dice que alguien ha nacido bueno o
malo. Las capacidades intelectuales y morales son adquiridas,
no innatas. Platón
no distinguía entre las dos cosas, que consideraba ya no
sólo mediatas sino iguales y paralelas.
La
fórmula griega virtud es conocimiento viene a
identificar el ámbito moral y el cognoscitivo (e incluso
el estético) de un modo que a los modernos nos resulta muy
difícil comprender. Dicho llanamente, el ignorante es malo
(y feo) y el sabio es bueno (y bello), decía Sócrates,
y no hay mejor forma de mejorar en todos los ordenes que
encaminarse desde el primero hacia el segundo.

En las películas sobre artistas,
músicos, literatos o científicos, suelen
presentarnos al creador de dos maneras y ambas inducen a la
confusión
de la facilidad y la posesión de
cualidades innatas pues esconden el proceso que
lleva a su desarrollo y el esfuerzo de su ejecución: se
nos enseña a los creadores de fiesta, bebiendo y
divirtiéndose, nunca trabajando o rara vez, y cuando se
les presenta trabajando realizan su labor con una agilidad,
rapidez y maestría, que sugieren al espectador que lo que
hacen es muy fácil, que cualquiera podría hacerlo
inmediatamente, nada más salir del cine, igual de
bien. Sólo quien conoce las dificultades de una actividad
puede apreciar la realización de la misma, no es sencillo
apreciar tras los movimientos de un bailarín de ballet sus
miles de horas de entrenamiento,
sino que se está viendo el resultado quedando el proceso
que ha llevado hasta él en la oscuridad. De ahí que
haya al menos dos formas de mirar las obras, la superficial y la
profunda. La primera se queda en lo manifiesto, mientras que la
segunda, además, capta lo oculto que yace tras lo
manifiesto.

 

Simón Royo Hernández

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