3.
El chiste del horror marital.
En Occidente el horror marital se esconde en multitud de
viviendas bajo una férrea ley del silencio
que impone el pudor moral y el
miedo a la murmuración. Ya saltan a la luz muchos casos
de agresiones domésticas, de violencia
física
ejercida por algunos hombres sobre algunas mujeres, que son
sólo la punta del iceberg; porque permanecen ocultos
muchos de esos casos a los que habría que añadir
los de violencia psíquica, que son de una
proporción mucho mayor y más ejercida por las
mujeres que por los hombres. En cualquier patio de vecinos de una
de nuestras ciudades se puede escuchar el maltrato continuo y
mutuo, no ya de agresión física sino de
agresión verbal, en el que viven muchas parejas y que
soportan muchos hijos. La sociedad
capitalista en que vivimos presiona a los individuos, tanto
mujeres como hombres, cargándolos de frustraciones que
pagan con la pareja, cosa que hace para luego decirles que ellos
son totalmente responsables de sus conductas y exigirles unas
formas de proceder que de hecho se reprimen parcialmente en
el trabajo y
frente al jefe pero que ya no pueden ser reprimidas en el
ámbito de la privacidad. A pesar de todo ello
todavía los occidentales se sienten legitimados para
criticar el trato que se otorga a las mujeres en otras regiones
del planeta y dentro de otras culturas, eminentemente las de
confesionalidad islámica; dada la cruzada actual del
Imperio contra ese nuevo Satán, a través de la cual
se ve muy claramente la paja en el ojo ajeno pero no se aprecia
la viga en el propio.
La confianza da asco, dice el refrán,
encontrándonos con parejas que consideran ambos por igual
que sólo hay que tener respeto y
consideración para con los extraños o los
jerárquicamente superiores, pero que con los allegados,
familiares y parejas, como se sigue considerando que hay lazos
indisolubles, piensan que todo maltrato les es ahí
lícito y en ningún otro lugar. Conforme avanzan los
años las parejas que se han encerrado en sí mismas
consideran que nadie las va a aguantar, ya perdida la belleza
física de juventud,
más que el consorte, palabra que significa el que comparte
su suerte. Pero parece que sólo se ha de compartir la mala
suerte y no la buena. Esa otra persona con la
que se llega a considerar que no es la persona que se ama y con
la que se comparte la vida sino la que te tiene que aguantar,
sólo puede encontrarse en esa situación a causa de
las uniones no libres. Las uniones no libres son aquellas que por
lazos no sólo familiares, teológicos o judiciales,
en el caso del matrimonio
eclesiástico o civil; sino fundamentalmente debido a lazos
económicos, permanecen juntas una vez que a los tres
años de fuego y pasión han desaparecido siendo
seguidos de treinta años de cenizas sin el reemplazo de la
pasión por el cariño.
Deberíamos lograr la coexistencia de uniones de
pasión y uniones de cariño, en las relaciones al
principio bien pueden darse las dos juntas y luego si se
convierte en duradera ir alternando en el tiempo
periodos más apasionados con periodos más
afectivos; pero cuando no es así no tendría que
haber ningún inconveniente para simultanear ambas en
distintas personas, como hacen esos burgueses que aman a su
mujer y familia con
sincero cariño y tienen de vez en cuando alguna amante.
Los obreros no se pueden permitir ese lujo y las mujeres son
más reacias que los hombres a simultanear relaciones,
estando en ellas más firmemente asentada la monogamia que
la poligamia.
El caso de la prostitución es lamentable no solamente
para la mujer tratada
como objeto y comprada y vendida en el mercado, sino
también para ese hombre que
contrata sus servicios. La
relación es de dominación tanto en el sentido
económico como en el psicológico de la palabra y no
siempre el comprador, más bien casi nunca, gana la batalla
psicológica y sojuzga doblemente a su víctima. Pero
horror para los bienpensantes la dominación puede resultar
satisfactoria, placentera y todas las relaciones humanas de
cualquier índole conllevan un grado de sadismo y
masoquismo, sólo denostable cuando no se alternan los
papeles y siempre le corresponde a una parte el llevar a cabo una
función.
La prostituta siempre guarda algo para sí, no
besa a los clientes, no se
deja besar, está tensa, no se relaja, rara vez disfruta si
es que lo hace alguna vez y el afecto que unido al sexo llamamos
amor
desaparece en ellas casi por completo (es la contrafigura
simétrica de la puritana o la malcasada, pues ambas ven el
sexo como una horrorosa obligación), inextinguible a su
pesar, guardado sólo para el amante o proxeneta. Los
hombres que acuden a ellas no encuentran mujeres con las que
hacer el amor porque
no es que no quieran, (como la prostituta, que se obliga por
dinero a
fingir y manipular expertamente en busca de la eyaculación
lo más precoz posible y del ingreso pecuniario del nuevo
cliente), sino
que no saben amar, no dan afecto ni lo reciben, no saben hacer
el amor sino que sólo saben y malamente follar.
Siéndoles los estímulos necesarios para llegar al
orgasmo dada la baja intensidad de la afectividad necesariamente
más fuertes que si fuese otro el caso o hubiesen tenido
otra educación sentimental. Las confesiones de
un nihilista son ilustrativas de lo antecedente:
"Había sido, desde luego, capaz de amar; le
habría gustado seguir siéndolo, se lo concedo; pero
ya no era posible. Fenómeno raro, artificial y
tardío, el amor sólo puede nacer en condiciones
mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son
de todo punto opuestas a la libertad de
costumbres que caracteriza la época moderna (…). El amor
como inocencia y como capacidad de ilusión, como aptitud
para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara
vez resiste un año de vagabundeo sexual y nunca dos. En
realidad, las sucesivas experiencias sexuales acumuladas en el
curso de la adolescencia
minan y destruyen con toda rapidez cualquier posibilidad de
proyección de orden sentimental y novelesca; poco a poco,
y de hecho bastante deprisa, se vuelve uno tan capaz de amar como
una fregona vieja. Y desde ese momento uno lleva, claro, una vida
de fregona; al envejecer se vuelve uno menos seductor, y por lo
tanto amargado. Uno envidia a los jóvenes, y por tanto los
odia. Este odio, condenado a ser inconfesable, se envenena y se
vuelve cada vez más ardiente; luego se mitiga y se
extingue, como se extingue todo. Y sólo quedan la amargura
y el asco, la enfermedad y esperar la muerte"
(17).
No hay nada de malo en alternar relaciones de ternura y
de pasión, de suave cariño y de agitada fuerza, al
contrario, es muy saludable y necesario (al menos para quien no
sea un puritano), pero incluso para las relaciones
sexuales que puedan producirse (es cuestión de grados)
sin ese afecto que llamamos amor (o más bien con
vistas exclusivamente al placer o al deseo de placer y, por
tanto, con un grado disminuido de ese afecto amoroso que se
transmite o se siente su ausencia principalmente por el tacto; es
necesaria la complicidad libre de los dos intervinientes en
condiciones de igualdad o
asimetría equilibrada, para que, desinhibidamente, se
produzca tanto la conversión amorosa de dos en la fusión en
uno, como el deseo de proporcionar placer al otro y solicitar del
otro su generación:
"No es que el deseo sea social sino, al contrario, es
perturbador. No hay máquina deseante que pueda
establecerse sin hacer saltar sectores sociales enteros. Piensen
lo que piensen algunos revolucionarios (…) ninguna sociedad
puede soportar una posición de deseo verdadero sin que sus
estructuras de
explotación, avasallamiento y jerarquía no se vean
comprometidas. (…). Para una sociedad tiene, pues, una
importancia vital, la represión del deseo"
(18).
Existiendo una duplicidad de interpretaciones posibles
de lo antecedente se puede considerar desde el postmodernismo de
derechas al deseo de consumo de
mercancías al que anima el capitalismo
como la quintaesencia de una máquina deseante, pero
Deleuze que se definía antes como comunista que como
filósofo, representa un postmodernismo de izquierdas que
difícilmente puede admitir semejante
tergiversación. Si Foucault se
dedicó a liberar el placer, Deleuze hizo el trabajo de
liberar el deseo, concibiendo una "posición de deseo
verdadero" como esencialmente revolucionaria. Cuando falta la
complicidad libre que requiere la posición de
deseo-verdadero el amor-sexo es mecánico, desabrido,
generalmente insatisfactorio, al menos para aquellos que conocen
la existencia de un nivel de satisfacción mucho mayor y
pueden comparar.
Esa posición jamás es un absoluto de
manera que la cercanía a la misma se produce
asintóticamente sin llegar a alcanzar un fondo que no
existe. Es perdiéndose en un abismo insondable de manera
con-junta como la posición de deseo verdadero alcanza el
tiempo-pleno, el Aión. La con-junción es
indispensable y los distintos ritmos o desajustes en el grado del
deseo siempre son una merma de una relación que, no
obstante, puede ser aceptada de tal modo. Se equivoca todo
aquél que piensa en las relaciones amorosas desde el punto
de vista individual, aunque sea Rilke, pues cada uno somos muchos
y cada conjunción de dos es un conglomerado de dos
galaxias complejas, a menos que el poeta se consagre al
onanismo:
"El sexo es difícil, sí. Pero es
difícil cuanto nos ha sido encomendado; casi todo lo serio
es difícil, y todo es serio. Sólo con que usted lo
reconozca y llegue a lograr, a partir de sí, a partir de
su disposición e índole, de su propia experiencia e
infancia y
fuerza, una relación totalmente propia con el sexo (no
influida por la convención y la ética),
entonces no tendrá ya que temer perderse y hacerse indigno
de su mejor posesión" (19).
Desde luego que la convención en este terreno es
una lacra castradora, no tanto la ética, pues tiene que
haber cierta ética sexual no escrita acerca del deber de
desear y proporcionar placer y afecto. La convencionalidad
más perniciosa es el dualismo establecido entre cuerpo y
espíritu. Hay sexo en el amor y amor en el sexo siendo la
separación de ambos aspectos un error, como cuando se
considera la sexualidad (o
la corporalidad) como algo propio de los animales, como
algo supuestamente bajo y zafio, frente a otro aspecto amoroso
que sería lo propio de los seres humanos, elevado y puro.
A eso lo llamó Nietzsche odio
contra la vida. Como hemos dicho constituye esto un error
dualista de origen religioso semejante a la separación de
cuerpo y alma o mente y
espíritu, lo que lleva a degradar uno para cultivar el
otro en lugar de progresar armónicamente en ambos y
procurar alcanzarlos a ambos en el otro. Es más, en las
sociedades
desarrolladas es sobre todo de esos animales
domésticos tan denostados de quienes las gentes
más solas reciben el único afecto que a
menudo les rodea, con lo cual decir que amar no es de animales
resulta una estupidez. Ellos sí que saben amar, ellos no
lo han olvidado, tienen tacto, como los niños y
de ellos hay que aprender, lo que no significa violentar a un
animal o a un niño con prácticas de zoofilia o
pederastia; ya que por la fuerza y sin voluntad para crear la
complicidad libre, jamás se otorga ni se alcanza
ningún tesoro afectivo. Como dijera Deleuze en Mil
Mesetas con el animal doméstico no hay que crear
Edipo, no hay que volverlo un miembro de la familia,
sino que hay que devenir animal; reaprender de él todo lo
que habíamos olvidado.
Lo que ocurre en el mundo de nuestra cultura es que
alejados de la tierra y de
la naturaleza, el
liberalismo
económico ha impuesto unas
restricciones grotescas en las que tanto los hombres como las
mujeres que no dan el modelo
publicitario corporal divulgado en incesantes imágenes
sufren una depauperización de las relaciones
afectivas:
"Dijo: «Mira, he hecho cálculos;
podría pagarme una puta por semana; los sabados por la
noche estaría bien. A lo mejor acabo haciéndolo.
Pero sé que algunos hombre pueden tener lo mismo gratis,
y además con amor. Prefiero intentarlo; de momento,
prefiero seguir intentándolo»" (20).
El hipócrita voto de pobreza de los
curas pederastas del Vaticano se manifiesta tanto en lo
económico como en el celibato. La negación del
cuerpo y de la sexualidad que predica la Iglesia es
análoga a su insistencia en los votos de pobreza al tiempo
que nadan entre tesoros. La mayor perversión sexual es
ciertamente el celibato pues no hay nada más contranatura,
pero la analogía con la economía aquí
se pierde, ya que la acumulación desenfrenada de riqueza
económica en nombre del amor al prójimo y de la
espiritualización mediante la depauperización
formal y no real respecto a los bienes
materiales,
supone una perversión también contranatura de
sentido contrario y efectos recíprocos. El nihilista
detecta el problema sin aportar la solución, frente al
amor universal hipócrita del sacerdote se convierte en al
sacerdocio del odio, ya que es consciente de lo dañada que
ha quedado su mente por las manipulaciones que publicistas y
sacerdotes de toda laya han operado sobre su cuerpo desde su
más tierna infancia. Incapaz de amar, al nihilista
sólo le resta el odio hacia quienes le convirtieron en lo
que es y el deseo tanático de destrucción de
sí mismo y de todos aquellos en los que resta lo que a
él le falta. Cuando no la operación
schopenhaueriana del fin del mundo como obra de arte, nihilismo para
el cual el mayor favor que se le pudiera hacer al mundo es
hacerlo desaparecer.
Numerosos hombres y mujeres de Occidente (no cometemos
el error de hablar universalmente porque no conocemos ni hemos
estudiado apenas otras culturas) las disfunciones sexuales de
origen físico o psíquico son tan frecuentes como
escondidas. Los hombres que no consiguen la erección viven avergonzados y no se lo
cuentan ni a su mejor amigo y las mujeres que nunca han tenido un
orgasmo, (algunas nunca lo han tenido pero ni siquiera se dan
cuenta porque no saben lo que es y no consiguen juzgar); tampoco
se lo suelen contar ni a su mejor amiga. Así, todo ese
malestar, ya que el amor-sexo individual y en pareja es una
necesidad como el comer y el respirar, se acumula en el fondo del
iceberg. A unos no se les para y otras no entran en estado de
excitación asunto que tiene tres causas principales
interrelacionadas, económicas, fisiológicas y
psicológicas (o debido a la torpeza del
acompañante), sobre todo en relación a la vida
íntima de las mujeres, pues ellas suelen necesitar
más que una rápida y certera manipulación
para alcanzar la excitación sexual y el deseo del otro.
Aunque en este caso también sea erróneo establecer
férreos dualismos de dialéctica
determinista.
Se da la paradoja de que contra más se habla de
sexo en la
televisión menos se practica, proliferan los chistes de
sexo en la conversación como síntomas de
necesidades inconscientes, satisfacciones vicarias de instintos
libidinosos u hostiles, catarsis
ahora, incluso perseguidas en nuestros días por la
histeria de lo políticamente correcto. Ciertamente en la
broma y la ironía se escuda muchas veces la hostilidad: el
racismo, la
misoginia, la misandria o la frustración sexual, pero
eliminar el chiste constituye sólo una forma de matar el
síntoma sin paliar sus causas, lo que incrementa la
represión en lugar de eliminarla, al no darle ni siquiera
una salida verbal al complejo que la origina. Pero también
la broma es una forma de mostrar lo ridículo de lo serio,
motivo de que Umberto Eco fabulase genialmente en El Nombre de
la Rosa con un Borges
bibliotecario, ciego e iracundo, que quemaba el único
ejemplar del segundo libro de la
Poética de Aristóteles (supuestamente dedicado a la
comedia) para evitar que se riesen las gentes de Dios, del
poder, de la
autoridad, de
los amos, del Rey y de todas las imposiciones y dominaciones. A
la tragedia sigue la comedia y al absurdo la risa, motivo de que
la Tesis doctoral
de Kierkegaard se titulase Sobre el concepto de
ironía y de que el maestro del existencialismo tuviese contacto con el humor
socrático. El chiste como parte de la comedia que sigue a
la tragedia provoca a la vez "desconcierto y esclarecimiento", es
un juicio juguetón con desplazamientos y contrasentidos
que emplea una técnica análoga a la de la
formación de los sueños y rompe barreras sociales
impuestas desde el exterior. Veamos dos satisfacciones
instintivas expuestas por Freud en sendos
chistes, la primera libidinosa y la segunda de
hostilidad:
"Un doctor pregunta a un joven paciente si en alguna
época ha sido dominado por el vicio de la
masturbación. La respuesta es: ¡O na, nie! (Onanie =
onanismo: O na, nie = «¡Oh, jamás!»)
(…..). Por último, se desencadena el ataque contra el
Conde de Platen y de cada frase que Heine dirige contra el
talento y el carácter de su adversario, surgen
inagotables alusiones al conocido tema de la homosexualidad
del mismo: «Aunque las musas no le son propicias, tiene en
su poder al genio del idioma, o mejor dicho, sabe hacerle fuerza,
pues no goza del espontáneo amor de este genio, sino que
tiene que correr tras él como tras otros efebos y no sabe
sino apoderarse de sus formas exteriores, que, a pesar de su
bella redondez, carecen de nobleza en su expresión.»
«Le sucede entonces como al avestruz, que se cree oculto
enterrando su cabeza en la arena y dejando sólo visible la
rabadilla. Nuestro noble pájaro hubiera obrado mejor
enterrando su rabadilla en la arena y enseñándonos
tan sólo su cabeza»" (21).
Y si bien los chistes de hostilidad o agresión
pueden llegar a ser reprobables, se olvida al denostar el chiste
desde lo políticamente correcto el importante papel de lo
cómico como subversivo del poder represor establecido. La
comedia es un movimiento
revolucionario, poco estudiado y lamentablemente muy poco
cultivada dada su dificultad extrema, que va desde
Aristófanes a Dario Fo, pasando por los juglares
medievales o Billy Wilder: "La investigación de las condiciones de la risa
nos llevará quizá a una más definida
representación del proceso por el
que el chiste coadyuva a la lucha contra la represión"
(22). Así, vemos con Freud que se puede distinguir entre
varias modalidades de chistes: desnudadores (desveladores) u
obscenos, agresivos y hostiles, tendenciosos, inocentes,
cínicos, críticos, blasfemos o revolucionarios, los
cuales a veces aparecen combinados u hibridados. Los chistes de
mujeres y de hombres, de homosexuales y lesbianas, de sexo o
escatológicos, no son simples burradas descartables por
las buenas maneras de la buena sociedad burguesa. Sus
implicaciones son mucho más hondas, pues toda sociedad es
una sociedad de hipócritas sexuales (como no puede ser de
otra manera), pero unas lo son más que otras y la nuestra
ha llegado a niveles de hipocresía y represión, a
un malestar en la cultura, difícilmente soportable.
Afortunadamente lo cómico siempre fue un antídoto de rebeldía que destruye la
represión y muestra el
absurdo del dominio mediante
el sentido de lo desatinado (aunque eso pueda molestar a sus
valedores):
"Cuando al final del capítulo precedente copiaba
yo las frases en que Heine compara al sacerdote católico
con el dependiente de una gran casa comercial y al protestante
con un tendero al por menor establecido por su cuenta, me
sentía un tanto cohibido, como si algo me aconsejara no
citar in extenso tal comparación, advirtiéndome que
entre mis lectores habría seguramente algunos para los que
el máximo respeto debido a la religión se extiende
a aquellos que la administran y representan. Estos lectores,
indignados ante los atrevimientos de Heine, perderían todo
interés
en seguir investigando con nosotros" (23).
Buena parte de nuestra sociedad y de nuestras relaciones
efectivas y afectivas no son más que fachada, proceso de
seducción o condiciones de relación, pero la
sociedad capitalista es llamada la sociedad desarrollada porque
ha desarrollado con mucha mayor eficacia no
sólo algunos medios
técnicos sino, a la par, numerosos males sociales. La
religión del Dios Mercado a mejorado, no eliminado, el
mundo de los tenderos y los dependientes, aunque
invirtiéndose la posición del católico y el
protestante. No sólo el ethos calvinista y el
espíritu del capitalismo moderno, van hoy de la mano, sino
que el Dios Mercado ha absorbido y perfeccionado la escatología judeocristiana en su totalidad;
sustituyendo las técnicas
de represión mediante la privación por
técnicas de represión por sobreconsumo ilimitado,
por saturación.
Se utiliza el imaginario y se provoca excitación
mediante la publicidad
exclusivamente con la finalidad de vender mercancías, de
ese trato los hombres resultan sobre-excitados y las mujeres
hiper-reprimidas, con la consecuencia de que para paliar la
frustración realizan compras. Nadie
puede en realidad dar la imagen que
construyen los medios de cada género
mientras que la moda presiona
incesantemente en esa dirección. Al comienzo de la descarnada y
cínica novela 13,99
euros de Frederic Beigbeder encontramos un ejemplo de tan
sorprendente fenómeno:
"Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista:
esto es, contamino el universo. Soy
el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con
esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul,
tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada
con el PhotoShop.
Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a
fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros
sueños, el que lancé en mi última
campaña, yo ya habré conseguido que esté
pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me
las apaño para que os sintáis frustrados. El
Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os
drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es
durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr
que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba,
ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea
vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume".
Se nos hace creer que hacemos todos las mismas cosas y
que sin embargo somos libres y las hacemos libremente, se utiliza
nuestra capacidad de desear para hacernos comprar,
desposeyéndonos de ese modo de la capacidad política y de la
afirmación vital al reorientar la esfera de los deseos en
la dirección marcada por el marketing. Se
oculta una férrea jerarquía social, más
clasista que nunca, bajo el imaginario de las posibilidades de
consumo ilimitado para todos.
Así es como va bien la economía pero mal
la humanidad. El miedo al SIDA o a las
enfermedades
venéreas, los tabúes culturales, religiosos y
mentales, la falta de desinhibición, confianza y
relajación, la tensión sobreacumulada, las jornadas
extenuantes, la no realización de deporte sin finalidad competitiva
ni de cuidados corporales, gastronómicos y de salud en lugar de para
mantener quiméricamente un tipo de belleza que sólo
pertenece a la maltratada juventud o a la quimera del publicista;
todo ello convierte las vidas de pareja en infiernos, la
sexualidad en su ausencia y las relaciones entre los
géneros en guerra sin
cuartel.
A los jóvenes se les informa sin cesar en los
colegios de métodos
anticonceptivos pero no se les explica como se hace el amor.
Lo que lleguen a saber sobre ello lo tienen que aprender fumando
marihuana o
consumiendo éxtasis. No están preparándose
ni formándose para amar sino que las instituciones
de enseñanza están consagradas a la
producción de trabajadores cualificados en
una dirección cada vez más unilateral y
restringida. La relación sexual homosexual entre hombres
adultos y jóvenes adolescentes
de la Grecia
clásica no responde a otro fin que a la paideia
(educación) y no se desarrollaba de manera heterosexual
debido a que en la época no había métodos
anticonceptivos tan abundantes como los de hoy que
asegurasen al cien por ciento la evitación del embarazo
indeseado. Ciertamente el descubrimiento paulatino y conjunto del
sexo y el avance en el arte de hacer el amor entre los
jóvenes resulta una emocionante y bella etapa de la
existencia si se consigue una progresión sin
engaños ni frustraciones. Pero para que eso fuese
mayoritario sería necesaria otra moral sexual distinta y
alternativa a la ahora vigente. A veces una instrucción en
ese ámbito de alguien más mayor que no fuese tan
mezquino de pretender descubrir todo el planeta sexo al de menor
edad de un plumazo, sino que con ternura y comprensión, le
llevase de la mano, sin aprovecharse de sus ventajas excepto con
vistas al bien de su pareja, sería muy aceptable para esa
moral sexual no cristiano-puritana que habría que
construir. Hablamos en lo antecedente con exclusión de los
niños, pero la edad y el paso de la niñez a la
madurez la marca la biología, no la
legislación, ni tampoco la psicología, porque en
relación a la psicología abundan los adolescentes y
los niños con canas.
Los casos de pedofilia hoy también salidos a la
luz pública son búsquedas de amor en quienes
más pueden prodigarlo a través brutalmente del
sexo. Los niños tienen el tacto del amor cariño aun
sin destrozar, por eso se les quiere tanto, un tacto que luego al
crecer y endurecernos perdemos en cierta medida y que sólo
recuperamos cuando amamos de verdad sexualmente a la pareja o sin
sexualidad a los hijos. Por eso ciertas personas en las que suele
haber desaparecido el tacto del amor cariño, por completo,
cometen el error de buscarlo en la población más débil y
delicada.
El sometimiento de la mujer por el hombre
tiene aquí también un importante factor. El
torrentismo proviene de la consideración de la mujer como
simple objeto de uso, transformada en mercancía de usar y
tirar. Pero es la sociedad de las mercancías la que impone
esa tendencia y no ninguna esencia maligna que imperase en el
varón desde el origen de los tiempos. Si el imaginario
femenino afecta a las mujeres en la dirección del
hiper-higienismo, llegando a producir que amas de casa dediquen
sus vidas a limpiar y ordenar diariamente toda la vivienda hasta
el último rincón, limpiando sobre limpio o
arreglándose sin cesar para mantener una belleza
prototípica; el imaginario masculino afecta a los hombres
en dirección contraria, hacia el abandono de la higiene y del
cuidado personal,
llegando a la patología del refrán «el hombre
y el oso cuanto más feo más hermoso» de
acuerdo con el cual el mal olor, el completo desorden y la
convivencia con la suciedad y los insectos se considera varonil.
Aspectos negativos de los imaginarios lo equilibrado brilla por
su ausencia en el mundo del exceso y el estrés.
Pero el amor es inalienable y si bien muchas presiones sociales
conjuran para extinguirlo en los seres que habitan el mundo
contemporáneo, todo ser humano nace con la capacidad de
amar bien potente y actualizada, una potencia que
sólo un constante bombardeo de endurecimiento y cierre de
la sensibilidad puede llegar, con el tiempo y tamaña
insistencia, a dañar severamente.
Bien hacemos al defendernos y protegernos de la
máquina de guerra del Capital que
convierte lo viviente en periférico de un artilugio muerto
e inerte, de un vampiro que se alimenta con sangre y nos
convierte en muertos vivientes.
4. En la esfera del
buen Eros: cuando el amor triunfa sobre el instinto de
muerte.
Vencer el horrendo amor sacrificial del cristiano amor
al prójimo o la nefasta amistad enfermiza
de las frustradas masas psíquicamente damnificadas del
capitalismo tardío exigen no poca cautela y notable
esfuerzo. Vencer el amor sacrificial implica un cierto
egoísmo y no preciamente el del liberalismo
económico, sino el saludable amor propio que resulta
combinable con el amor pleno al otro. Una entrega puede ser total
sólo y precisamente cuando no suponga la anulación
de ninguno de los afectados por la relación. De ese modo
implica el crecimiento mutuo y el aumento simultáneo y
recíproco de la vitalidad y la energía en
relación agonística y no vampírica.
Sólo se entrega totalmente quien no se entrega del todo y
sólo ama quien frena la entrega del otro por respeto y por
amor. Las relaciones simétricas son por ello más
fáciles aunque las asimétricas bien pueden llegar a
ser complementarias y equilibrarse más que las que se
basan en lo mismo.
Las asimetrías que contienen un intercambio de
juventud por paideia, de hermosura por inteligencia y
educación, como en el modelo griego clásico, cuando
lo más sabio y lo más bello se acercan y se atraen,
pueden provocar tanto la dominación de lo sabio sobre lo
bello, como el sojuzgamiento de lo sabio por lo bello. Para la
heterosexualidad Aristóteles recomendaba en su
Política que las mujeres se casasen a los 18
años y que los hombres lo hiciesen alrededor de los 37
(24). Respecto a lo primero baste recordar la relación de
Sócrates
con Alcibíades tal como aparece esbozada en El
Banquete, en la cual el sabio parece dominar la
situación y rechazar la propuesta del bello joven; aunque
sea un sospechoso relato transmitido por un celoso Platón.
Y respecto a lo segundo recordemos como en La muerte en
Venecia de Thomas Mann, tan acertadamente llevada al cine por
Visconti, el gran artista, trasunto del sabio, Gustav Mahler,
queda sojuzgado por la belleza de la música y del muchacho
andrógino; conquistado por la muerte y destruido por las
mismas potencias que alimentaron su creatividad.
Tanto en los encuentros como los desencuentros rige la
serendipidad, ese cúmulo caótico de azares con
apariencia a posteriori de rígido determinismo al que en
ocasiones se ha llamdo Fortuna o destino. El andrógino de
Aristófanes, esquizoide, dividido, sólo se
reconstruye por un tiempo finito por casualidad e
intervención de un gran amasijo de causalidades. Como
Maquiavelo
afirmase respecto a la Fortuna, la virtud puede ayudar a ser
afortunado pero cuando el infortunio es grande hasta los
más fuertes sucumben (25). Sin embargo se puede ser
afortunado en el juego y
desafortunado en amores, como dice el refrán y la suerte
en la política o en la economía no necesariamente
conlleva buena ventura en amores y relaciones personales;
quizá al contrario, pues el
príncipe afortunado en política suele tener
muchos enemigos. La mujer abnegada o el hombre calzonazos siguen
por el contrario el precepto kantiano-puritano del deber,
al irrompible fidelidad a una relación viciada por el
contrato,
económico o sexual para, sin atrevimiento, precaverse
contra el infortunio racionalizando en exceso el ámbito de
los sentimientos. En lugar del precepto del florentino acerca del
intento continuo de alcanzar las metas y los objetivos que
el deseo manifiesta y la prudencia modera el amor burgués
se engolfa en el pacto y el contrato con la institución
jurídico eclesial del matrimonio avalando el mantenimiento
de la herencia y la
primacía de los bienes sobre las personas.
Cuando amamos vemos siempre la divinidad en el otro y no
pensamos en nadie ni en nada más. La contención
tiene que darse para que la entrega no sea tan absoluta que se
pierda el amor propio y los defectos que pudiera tener el
amado se transmutan en algo bello y hermoso también.
Frenando entonces es que se sopesa que amamos cuando, como en
todo ser humano, vemos que hay cielo e infierno en cada cual,
pero que las virtudes superan con creces a los vicios cuando se
trata de la persona adorada, venerada y admirada. En ese leve
cálculo
racional se basa también la amistad y el cariño no
ya sólo el amor, pero una visión totalmente
objetiva de una relación asesina el amor del mismo modo a
como el bisturí analítico mata, disecándola,
cualquier poesía.
No alcanza la ciencia a
lo divino y no atiende a los dictados ni a las verdades de la
sensibilidad. Amar es un arte diferente del que nos
enseñó ese tal Ovidio (26) que tan acertadamente
supo racionalizar las técnicas de conquista, el ligue,
porque no se trata de una guerra, sino de la más elevada
paz, no se trata de conseguir el dominio sobre el otro sino de
lograr su máximo bienestar. La entrega es total pero el
respeto por el otro es el que hace inadmisible la
desviación del amor sacrificial. Queriendo ambos
entregarse por entero al ser amado y fundirse en su ser otro
olvidando el propio ser la situación se equilibra, pues
ninguno admite la anulación e inmolación del otro,
al haber adquirido alegre, voluntaria y personalmente el deber de
cuidar el ser del amado. El cuidado del otro no admite su propio
descuido y exige de cada cual que persevere en el ser en su
singularidad. Un atractor hay en cada cual capaz de absorber toda
la energía del otro pero también un punto de
materia que
condensa toda la energía del cosmos. Ambos polos se
equilibran y alcanzan en ocasiones, durante un tiempo
indeterminado, esa armonía gravitatoria en la que todo se
mueve pero todo parece permanecer en calma y en
reposo.
Quizá por esto último dicen que la Luna es
mujer y el Sol es hombre
que la primera refleja la luz del sol y es receptiva o que el
segundo irradia y a veces quema. La relación de las
mujeres, el ciclo de su menstruación y las crecidas y
bajadas de las mareas con la Luna siempre ha sido sentida como un
vínculo misterioso. Pero la metáfora no es adecuada
porque supedita la luz de la Luna a la luz del Sol.
Otra metáfora más adecuada sería
concebir a todo ser humano como una estrella y no hacer que
ningún ser humano sea satélite o planeta de ninguna
estrella. Los astros se vinculan entre sí por la ley de la
gravitación universal y la entropía que les lleva a atraerse y
distanciarse al mismo tiempo, lo que sugiere cierta
condición trágica como analogía entre los
géneros masculino y femenino. Constituyen dos
constelaciones que se atraen al tiempo que se distancian cada vez
más. ¿O acaso estamos más cerca y la
nostalgia no será sino la proximidad de lo lejano? Hay
también una ley de la entropía de los seres humanos
y de los sexos según la cual al tiempo que las galaxias se
van volviendo más complejas se alejan las unas de las
otras; pero por eso mismo la conjunción gravitatoria, si
bien más difícil contra mayor complejidad y
distancia, transforma la lejanía en la más profunda
cercanía, atravesando el espacio y el tiempo con ese
tiempo-eterno, tiempo-todo, tiempo-infinito o tiempo pleno, que
es como suele traducirse el termino griego
Aión.
Se podrían tomar las metáforas estelares
de la astronomía como esquemas para hacer un
mosaico más variopinto que el de las relaciones entre las
estrellas o las galaxias. Habría entonces también
nebulosas, galaxias, novas y supernovas, agujeros negros y
cometas, pero interesa mostrar dentro de esa variedad siempre
posible un fondo común e igualitario, resultante de la
consideración de los cuerpos estelares como singularidades
todas ellas con luz propia.
Ya decía Shakespeare que
cuando un príncipe muere aparece un cometa entre las
estrellas. El caballero y la princesa se encuentran como dos
sistemas
estelares que dan realidad al imaginario. Toda la literatura lírica no
canta otro tema que ese encuentro en el que el tiempo-pleno, el
Aión, como en la esfera del arte, de la ciencia, de la
filosofía o de la creatividad en general, demuestra que la
paz es más fuerte que la guerra y que el amor es
más grande que el odio. Para ello sólo basta que el
mundo infame de la zafiedad y la mezquindad junto al mundo
frío y rígido de las heladas estepas de la
racionalidad analítica no hayan aniquilado la sed de amar
en el ser viviente. Para la Razón
analítico-dialéctica el sentimiento en profundidad
sólo puede ser captado como ilusión, como hipótesis del sueño de Calipso para
con Ulises o de Venus en el Tannhäuser de Wagner,
pero el sentimiento amoroso es mucho más real y mucho
más percipiente que toda razón. La
descalificación del enamoramiento sólo proviene de
los que no han amado nunca o temen ese estado de plenitud a causa
de la posibilidad de que sea efímero en el tiempo de
Cronos.
¿El ser amado y el sentimiento de amor es real o
acaso un sueño tan hermoso del que no se quiere despertar?
Cuando dos amantes se abrazan entre los bramidos de
Poseidón ¿acaso no les parecen sus besos y sus
caricias lo más real de todo y no se volve todo lo
demás ilusorio? Desde la vida es sueño y el genio
maligno hasta Matrix 1 y la
indistinción entre lo virtual y lo real llegando hasta el
rozarse de los cuerpos se nos presenta una cuestión
filosófica de primera magnitud. ¿Será
cuestión de decisión en que planos se quiere
habitar en caso de que todos sean reales con la misma carga
ontológica? No estoy seguro
de que todos los planos tengan el mismo valor
ontológico pues creo que hay más ser,
más vida y existencia también, en esos
tiempos-plenos intensos que he mencionado con
anterioridad, mucho más ser que en los tiempos
otros que no son plenos. Aquí tenemos un tema
heideggeriano por excelencia "Ser y Tiempo", "Tiempo y Ser". Se
existe más plenamente cuando se ama. Entonces la percepción
de la "belleza, el bien y la verdad" se hace más fluida y
natural, como si uno de los ángeles de Rilke nos hubiera
prestado sus alas.
El tiempo-pleno en que los amantes están juntos
ambos tienen más ser que en otros momentos, en los que son
sólo unas sombras, platonismo no sólo invertido
sino transvalorado. Afirmación de la vida frente al
nihilismo. ¿Cuando existimos entonces realmente? Sin duda
cuando amamos y cuando entramos en contacto con la verdad,
el bien o la belleza. ¿Era esto la vida? Pues que vuelva
otra vez, dice el amante sin pestañear, asumiendo la
doctrina del Eterno Retorno.
Ya Hölderlin señaló que el hombre es
un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, pero
los sueños de la Razón crean monstruos. ¿Y
los del amor? Sea eso sueño o realidad no importa,
mientras sea nuestro sueño y nuestra realidad. Nos
llaman por ello Soñadores (como en una reciente
película de Bertolucci crítica
contra ese sesentayochismo del "¡burgueses, vuestros
sueños son nuestras pesadillas!"):
"Todo debe encontrarse con el otro,
y para el otro cada uno ha de crecer y
madurar;
nadie debiera hallarse al margen de esa
globalidad,
porque mezclándose con todos
íntimamente,
penetrando con avidez en sus profundidades,
así puede refrescarse el ser
y abrir su pensamiento a
novedades infinitas.
El mundo se transmuta en sueño, y soñar es
mundo" (27).
Otros piensan o creen que cuando son más es
cuando no sueñan, que cuando más son, que
cuando más ser tienen, es cuando compran en el Mercado,
cuando consumen al otro y lo otro. Esos nos han de dar pena, no
conocen el amor, son las víctimas del nihilismo y de su
determinación fundamental, el Capital, sus sueños
de la razón son nuestros monstruos pesadilla.
El amor es una constante, una de esas estructuras
estables que permanece y reaparece a lo largo de la Historia adoptando formas
cambiantes y distintas modalidades. Uno de los ámbitos de
la verdad cuyas constantes pueden rastrearse entre el movimiento
de su esencia y su existencia.
NOTAS:
(1) Friedrich Nietzsche La genealogía de la
moral, III, 7; & Más allá del bien y del
mal, §153.
(2) Jacques Derrida Espolones: los estilos de
Nietzsche. Pre-Textos, Valencia 1981, pág.25 &
pág.81.
(3) Cfr. Patricia Pearson When She Was Bad. Violent
Women & the Myth of Innocence. Viking Pr. Editions,
October 1997.
Cfr. George Dupuy Coupable d’etre un homme.
Coll. «Partis pris actuels», sept.2000.
Cfr. Warren Farell The Myth of Male Power.
Berkley Publishing Group, january 2001.
(4) Cfr. Lori Baker-Sperry and Liz Grauerholz The
Pervasiveness and persistence of the femenine beauty ideal in
children’s fairy tales. Purdue University, November
2003.
(5) Emily Bronte Wuthering Heights. Wordsworth
Editions Limited 1992, pp.99-100. Emily Bronte Cumbres
borrascosas. Editorial Bruguera. Barcelona 1984, p.96.
Traducción de Carmen Martín Gaite.
(Variamos, muy ligeramente, la excelente traducción
citada).
(6) Michel Houellebecq Ampliación del campo de
batalla. Barcelona, Anagrama, 1999,
págs.48-49.
(7) Cfr. Paul Nathanson & Katherine K. Young
Spreading Misandry. The Teaching of Contempt for Men in
Popular Culture. McGill-Queen's University Press
2001.
(8) Gonzalo Suárez Don Juan en los
infiernos. Edición
Caja de Asturias, Oviedo, 1991, pp.47 & 91-92. Guión
de la película con el mismo título.
(9) Cfr. Kierkegaard Diario de un seductor.
Fontamara, Barcelona, 1980. & Celia Amorós
Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero.
Editorial Anthropos. Barcelona, 1987. Y por contraste: cfr.
José Lasaga Medina Las metamorfosis del seductor
(ensayo sobre
el mito de Don
Juan). Editorial Síntesis,
Madrid
2004.
(10) Ya sé que este párrafo
parece centrarse en el punto de vista de los hombres
(¿acaso hay punto de vista de mujeres y de hombres o
habrá un punto de vista racional y objetivo
común a ambos?), alguien tendría que desvelarnos si
en las mujeres es recíproca, en cada cultura, el
asentimiento a la conformación que se hace de la
sexualidad y si están o no de acuerdo con como se plantea
en los diversos lugares del planeta. Algunos datos
antropológicos ponen en cuestión la universalidad
en la resolución de las relaciones genéricas en
distintas culturas:
«Respecto a la educación
sexual hay dos extremos: los kwoma de Nueva Guinea no pueden
tocarse los genitales ni para orinar. Sin embargo, los indios
hopi masturban a sus hijos. Tampoco nos gusta a todos lo mismo:
en muchas regiones de África son las chicas rellenitas las
que resultan más atractivas, por lo que antes de casarse
van a cabañas de engorde. En Europa y Estados Unidos
atraen los pechos grandes, mientras los asiáticos
prefieren una cosa más moderada. Los azande (Sudán)
valoran los senos firmes y los ganda (Uganda) los prefieren
caídos y colgantes. En las islas Cook (Oceanía)
los pukapukanos permiten las relaciones extramaritales. Los
esquimales, hotentotes (Namibia) y chukey (Siberia) son los
precursores del ahora tan en boga swinging (intercambio de
parejas). De hecho, en el Ártico su hospitalidad es tan
grande que agasajan al huésped ofreciéndole su
mujer. Y en un pueblo de Mozambique se admite que las mujeres
presten el marido a las amigas con problemas de
fecundidad. En las islas Ulithi (Micronesia) se celebra el
día de las cien caricias, al que las parejas no pueden ir
juntas. En las islas Yap (Micronesia) celebran festivales
eróticos con coitos públicos, y en las islas
Marquesas (Polinesia) se terminan los ceremoniales con una gran
orgía. Hay sociedades donde la virginidad es un valor en
alza. Los aranda (Australia) comienzan la boda con la
desfloración de la novia ¡por parte de los parientes
del novio! Entre los sakalaves (Madagascar) es una vergüenza
llegar virgen al matrimonio».
(11) Lévi-Strauss Raza e historia,
cap.4.
(12) Sigmund Freud
Nuevas Lecciones Introductorias al Psicoanálisis
CLXVI (1932). Lección XXXV: El problema de la
concepción del universo, nota 633.
(13) Sigmund Freud El Malestar en la Cultura
(1930). Alianza editorial. Madrid 1970, p.47.
(14) Freud Ibidem.
(15) Cfr. Freud Ibid. págs. 54-55. Y Cfr. p.86,
donde indica que una modificación en la relación
con la propiedad sería más eficaz para mejorar
el mundo que cualquier precepto ético o
religioso.
(16) Michel Houellebecq Ampliación del campo
de batalla. Op.cit., págs.112-113.
(17) Michel Houellebecq Ampliación del campo
de batalla. Op.cit., págs. 127-128. Véase sobre
el deseo de amar y ser amado, pág.103; y sobre la
necesidad de amor y los trantornos psíquicos que produce
su ausencia, pág.168.
(18) Gilles Deleuze & Félix Guattari El
Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Editorial
Seix-Barral. Barcelona 1972.
(19) Rainer María Rilke Cartas a un joven
poeta. Alianza, Madrid 1988, pág.47.
(20) Michel Houellebecq Ampliación del campo
de batalla. Op.cit., pág.112.
(21) Dos chistes narrados por Freud en su
investigación: El chiste y su relación con el
inconsciente (1905). (Ensayo XXV de sus Obras Completas en
castellano). II.
La técnica del chiste.
(22) Sigmund Freud El chiste y su relación con
el inconsciente. IV. El mecanismo de placer y la
psicogénesis del chiste.
(23) Sigmund Freud El chiste y su relación con
el inconsciente. III. Las intenciones del
chiste.
(24) Aristóteles Política
1335a.
"Las relaciones eróticas entre hombres y
adolescentes fueron, en un grado que escapa a nuestra
comprensión, la condición única y necesaria
de toda la educación
masculina (…). Toda la fuerza idealizadora de la
naturaleza griega se centró en estas relaciones, y sin
duda nunca fueron tratados los
jóvenes con tanto miramiento, afecto y respeto hacia lo
mejor de ellos mismos (virtus) como en los siglos VI y V"
(Friedrich Nietzsche Humano demasiado humano I.
5.Síntomas de alta y baja cultura, §259:
Una cultura de hombres).
Relacionada con la Paideia de adulto a joven
Marvin Harris localiza este tipo de homosexualidad entre los
azande de Sudán y los etoro de Nueva Guinea: "Entre los
azande, un pueblo del sur del Sudán (…) era una
forma de aprendizaje
militar (…) entre los etoro de Nueva Guinea se espera que
los hombres etoro de más edad transfieran su semen a los
muchachos jóvenes. Se consigue esto mediante la
práctica de la fellatio (…). El etoro mayor
no sólo alimenta a su muchacho consorte (…) sino
que le enseña los secretos de la religión y el arte
del combate viril (…) pocas sociedades prohíben
completamente todo tipo de actividad homosexual" (Marvin Harris
La cultura norteamericana contemporánea. «Por
qué se soltaron el pelo los homosexuales». Alianza.
Madrid 1984, p.119).
Las prácticas sexuales en el África
subsahariana han sufrido un desmantelamiento semejante al de las
culturas allí existentes a causa del imperialismo
occidental, culturas que, una vez sumidas en el hambre, la guerra
(con la práctica de violaciones individuales y colectivas
como arma), la enfermedad (decenas de millones de infectados de
Sida) y la desesperación, han perdido, en muchas
ocasiones, toda estructuración social,
desquiciándose sus instituciones de la costumbre y todo
vínculo de solidaridad
comunitaria y de philía. "El daño
ocasionado por Europa (y Norteamérica) a África se
dio en cuatro fases. La primera fue el periodo de esclavitud,
1450-1850. La segunda fue el periodo de colonización,
1850-1960. La tercera fue en la independencia
temprana, 1960-1980. La cuarta fue en el período de ajuste
estructural, de 1980 a la actualidad" (Justin Podur
Non-reformist reparations for Africa. Z Magazine, febrero
de 2002).
Por otra parte, respecto a la mujer y el amor en Grecia,
es muy posible que las relaciones matrimoniales fuesen, muy
extensamente, meramente procreativas, y que la
objetualización primitiva de la mujer fuese una suerte de
Eros tiránico, la contrafigura de la
espiritualización de las relaciones entre varones; una
hipótesis bastante plausible para el mundo griego
clásico, pero de la que se encontrarían numerosas
excepciones. Así lo corroboraría la experiencia
antropológica en pueblos como los dowayo del
Camerún, si es que no también la misoginia de
nuestras sociedades contemporáneas. Según el
antropólogo inglés
Nigel Barley que convivió y estudió a una tribu del
Camerún: "Para los dowayos el sexo y el afecto son cosas
tan distintas que una excluye a la otra" (Nigel Barley El
antropólogo inocente. Notas desde una choza de barro.
Ed.Anagrama. Barcelona 2ªed. 1990. (1ªed.inglesa 1983).
Traducción: MªJosé Rodellar. Prólogo,
revisión técnica y notas: Alberto Cardín.
Cap.X, pág.168). Nos narra también el
antropólogo mentado que, endeudarse, es también en
Africa un
sistema
tradicional de vida, más con algunas diferencias,
"mientras que los occidentales gruñen bajo el peso de
tener que comprar una casa, los africanos se hipotecan hasta las
cejas para comprar una esposa" (Nigel Barley Una plaga de
orugas. El "antropólogo inocente" regresa a la aldea
africana. (1ªed.inglesa 1986). Ed.Anagrama. Barcelona
1993. Traducción: MªJosé Rodellar, Cap.II,
pág.34).
(25) La oposición virtud / Fortuna aparece en
numerosos capítulos de Il Principe (I; VI; CIII;
XI, XIII, XXIV, XXV, XXVI) y de los Discorsi (I.4; I.10;
I.19; I.25; II.1; II.3; II.30; III.9; III.30; III.31).
(26) Cfr. Ovidio El arte de amar.
(27) Fragmento de Novalis (en: Astralis, de los
Poemas de Enrique de Ofterdingen).
Simón Royo Hernández
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