A los amigos
No creáis al ligero lamento
cuando la mirada del apátrida
aún os rodee con pudor.
Sentid el orgullo con que el decir
más puro todavía todo oculta.
Percibid el temblor delicado
de la gratitud, de la lealtad.
Y sabed: siempre renovado
el amor
dará.
Hannah Arendt
El querer a Hannah es una de las consecuencias de
estudiar y asimilar, en lo medular, su pensamiento,
que se nutre de su pulsión de vida, de aquella vida que es
tributaria del amor.
Así fue ella; de eso se trata su legado, de un canto a la
vida.
Ella es el presente, en cuanto a conciliación y a una
interpretación de la realidad más
cercana a lo fundamental desde el hacer cotidiano. Ciertamente
nos aproximamos a su pensar, cuando nos dice que el actor mismo
de una vida no puede conocer su significado, que este sólo
puede ser comprendido y relatado, después de su muerte, por
los espectadores que asisten a su trayectoria completa.
Ella dedicó su vida a la reflexión más honda
sobre un tiempo tan
lleno de contrastes como lo fue el siglo XX y marcó, con
trazo firme y claro, la necesidad de mostrarse activamente en la
esfera pública, sin descuidar el ocuparnos de nosotros
mismos, desde el interés
por la dignidad del
quehacer republicano. Sus contradicciones, que las tuvo, dieron
marco a la fecundante esencia de un ser que honró a la
amistad por sobre
razas, credos y nacionalidades. Luego, que al estudiar su larga y
proficua obra, en forma de ensayos,
libros, aulas,
conferencias, diálogos, intervenciones en pro de diversas
causas, se hallen contradicciones y a partir de éstas,
argüir un resultado gris o, cuando menos, sin ?nada propio y
de cierta hondura? es tanto como intentar tapar la luz solar con la
palma de una mano; lo único que se logra es no percibirla
uno mismo, perdiendo lo benéfico de su calor.
Como dijera Herman Hesse, si fuera posible narrar una vida humana
de principio a fin, con todas sus raíces y conexiones, el
resultado sería una epopeya tan rica de contenido como
toda la historia
universal.
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