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La filosofía y la formación política de la ciudadanía (1ra. Parte) (página 2)



Partes: 1, 2, 3

 

EDUCACIÓN Y
ESTADO: LA
DIFUSIÓN DE LA IDEOLOGÍA DOMINANTE Y LOS POSIBLES
LUGARES DE LA FILOSOFÍA EN LA SOCIEDAD
ACTUAL.

Por un lado reconoce Fuentes que
las instituciones
de enseñanza que el Estado pone
en funcionamiento tienen la misión,
encomendada por éste, de propagar la ideología vigente y dominante,
además de formar trabajadores cualificados y obedientes
que reproduzcan dicha ideología a otras escalas de la
enseñanza oficial:

"En principio, todas las formas de
institucionalización donde la filosofía pueda tener
lugar tienden a acabar funcionando como formaciones
ideológicas, y por tanto a reciclar la crítica
dialéctica bajo formas metafísicas" (CM11, p.20).
Sin embargo, considera que al filosofía sólo tiene
vida en el interior de dichas instituciones de enseñanza,
confundiendo la necesidad de la existencia del Estado para la
existencia de la filosofía, (en cuanto surgida en sociedades
excedentarias: urbanas, políticas
y civilizadas, cfr.Ibid.p.15; sociedad que, sorprendentemente,
califica de "inexorablemente capitalista" CM11, p.42), con la
necesidad de que la filosofía, -sin privilegiar a la/s
ciencia/s
(geometría) positivas como criterio/s de
discriminación de las ideologías-,
se desarrolle de manera privilegiada en el interior de las
instituciones estatales: "De aquí que los Estados
necesiten institucionalizar (sin duda, de muy diversos modos) la
actividad filosófica, generar instituciones eminentemente
públicas, o bien directamente estatales, o al menos de
algún modo controladas por el Estado, donde la
filosofía deba tener lugar, y a través de las
cuales se juegue la vida misma del Estado. Mas por ello mismo,
estas instituciones tendrán que albergar dicho juego
dialéctico, y por tanto tendrán que soportar los
momentos en los que la crítica dialéctica brota
entre sus reapropiaciones metafísicas, como parte de su
propio juego" (CM11, p.23). Desde luego que el homo erectus no
vivía en una sociedad en la que pudiera desarrollarse la
filosofía, sin embargo, los egipcios y los persas
contemporáneos de los griegos clásicos sí
que vivian dentro de unos marcos estatales e institucionales y no
por eso desarrollaron, como sus vecinos, la filosofía. Si
bien la existencia del Estado es condición necesaria de la
filosofía no es condición suficiente, y
además, no podemos obviar los diferentes modelos de
Estado posibles y declarar, con Fuentes y los neoliberales, que
toda economía excedentaria tiende necesariamente
al capitalismo,
pues ¿acaso en la antigua URSS, en la Cuba de hoy,
en la Hungría comunista de G.Lukács, no se
hacía filosofía?

Si, más allá de la mera mención de
la necesidad de excedentes de producción se atiende a las configuraciones
de la
educación en el desarrollo de
los Estados y de los Imperios se puede percibir que su función es
sumamente ambigua, como es el caso de la introducción de la escritura.
Fuentes tan sólo atiende a sus virtualidades positivas,
limitando la acción
de la alfabetización a la posibilidad del surgimiento de
la Ley, pero hace
caso omiso a sus virtualidades negativas que, por ejemplo, se
aprecian en las investigaciones
del antropólogo C.Lévi-Strauss.

Éste nos recuerda que el surgimiento de la
escritura hacia el tercer o cuarto milenio antes de nuestra era
va ligado a la "formación de ciudades y de
imperios",
a "la integración de un número
considerable de individuos en un sistema
político"[iv]
y con ello, a una eficaz distribución vertical de las sociedades, a
la "jerarquización en castas y clases"[v].
La estructura
piramidal de las sociedades, no obstante, también
existió con anterioridad a la escritura, sostenida por
otros medios de
sujeción (orales), pero aquí lo fundamental es
darse cuenta de cómo la escritura entró a formar
parte de los recursos de
dominación de las culturas humanas, sirviendo de apoyo,
por ejemplo, a la religión, que pasa a
codificarse, y al Estado, al control de los
subyugados, que pasan a cuantificarse.

"Tal es, en todo caso, la evolución típica a la que se asiste,
desde Egipto hasta
China, cuando
aparece la escritura: parece favorecer la explotación de
los hombres antes que su iluminación. Esta explotación, que
permitía reunir a millares de trabajadores para
constreñirlos a tareas extenuantes, explica el nacimiento
de la arquitectura
Si mi hipótesis es exacta, hay que admitir que la
función primaria de la
comunicación escrita es la de facilitar la esclavitud. El
empleo de la
escritura con fines desinteresados para obtener de ella
satisfacciones intelectuales
y estéticas es un resultado secundario, y más
aún cuando no se reduce a un medio para reforzar,
justificar o disimular el otro"[vi].
Tenemos aquí planteada la teoría
de la doble verdad característica de la hipocresía
que ha teñido la política
contemporánea. Los medios de dominación son
presentados como elementos de liberación, de modo que la
escritura oculta su carácter adverso y se presenta escolarmente
como un inicuo placer estético, como un juego
estético que puede estar encubriendo al intelectualismo
orgánico. Lévi-Strauss nos ayuda a romper semejante
ideología: "Si la escritura no bastó para
consolidar los conocimientos, era quizás indispensable
para fortalecer las dominaciones. Miremos más cerca de
nosotros: la acción sistemática de los Estados
europeos en favor de la instrucción obligatoria, que se
desarrolla en el curso del s.XIX marcha a la par con la
extensión del servicio
militar y la proletarización. La lucha contra el analfabetismo
se confunde así con el fortalecimiento del control de los
ciudadanos por el Poder. Pues es
necesario que todos sepan leer para que este último pueda
decir: la ignorancia de la Ley no excusa su cumplimiento
(sic)"[vii].
La cultura de
masas actual, no obstante, es doblemente oral y escrita, sujeta a
la
televisión, a la imagen que habla
y al mismo tiempo, en
cuanto alfabetizada, a la ideologización escrita, a
la lectura de
los periódicos y los best-sellers, a la
acción de marketing sobre la conciencia
burguesa de un capitalismo que ha traspasado la mera esfera de la
reproducción material.

Desde ésta perspectiva la
Ilustración educativa, la instrucción
obligatoria de los ciudadanos, revela que todo método de
socialización es empleado,
simultáneamente, como método de dominación.
Tras la formación de ciudadanos ilustrados en
democrática y participativa convivencia se oculta la
preparación de carnaza para ser explotada en el mercado laboral, la
formación de obreros cualificados y obedientes. El
sueño del total alfabetismo de las sociedades es un nuevo
instrumento de poder, quizá no menos tenebroso que los
mecanismos de la transmisión oral, pero al menos sí
completamente novedoso respecto a las sociedades sin escritura y
más omniabarcante. Pero el aumento del control
social
por los gobernantes no se debe solamente al empleo de
la escritura, toda la tecnología y todo el
desarrollo científico-técnico han contribuido a un
mayor control, tanto ejercido contra la sociedad
(p.ej.racionalidad instrumental del exterminio nazi) como a favor
de ésta (p.ej.erradicación del virus de la
viruela del planeta). El control social por tanto, es como la
escritura misma, un Jano bifronte que nos lanza una paradoja
terrible: no podrás inocular racionalidad política
en oposición a la barbarie sin aumentar la codificación y el control social y con
él, la posibilidad de predicción y planificación de las ciencias
sociales, pero éste último, abrirá al
mismo tiempo la posibilidad de los mayores actos de
barbarie.

A diferencia de los pueblos sin escritura (que utilizan
otros mecanismos de dominación) en los pueblos en los que
predomina la cultura escrita, la información impresa constituye uno de los
principales elementos materiales de
modelamiento de las conciencias y la herramienta de
producción y mantenimiento
de las ideologías, «accediendo al saber asentado en
las bibliotecas, esos
pueblos se hacen vulnerables a las mentiras que los documentos
impresos propagan»[viii].
Con la imprenta (y no
digamos con los medios audiovisuales como la televisión) se propagan mentiras con
apariencia de verdades, falsedades que, la manía
revisionista del re-pensar los documentos transmitidos por la
tradición, se ha propuesto combatir. Pero el proceso de
desmitificación quizá es más lento que los
mecanismos múltiples de producción de
mitologías, con lo cual, pensando que vivimos en un mundo
cada vez más racional, es posible que vivamos, por el
contrario, en un espacio cada vez más
mitologizado.

La institucionalización de la enseñanza
implica formaciones ideológicas dominantes puestas en
juego, no siendo menos ideológica la Historia que se
impartía durante el franquismo que la Historia que se
imparte ahora en las escuelas españolas o en las escuelas
catalanas o vascas. Hay que decirle a Fuentes que su
visión de la filosofía en la Universidad es
tremendamente provinciana ya que la presencia de las facultades
de filosofía en el panorama universitario, dada la
multiplicidad de facultades y saberes, es más bien
pequeña y muy poco determinante en términos
sociales. Son más bien los medios de comunicación de masas, los
sucedáneos de la filosofía hoy en día
(cfr.QF, p.73), quienes ocupan su lugar y su función,
configurando la opinión o juicios del pueblo; el periodismo y
la televisión[ix],
difícilmente contrarrestables desde una institución
cerrada sobre sí misma y, sin embargo, sin unidad alguna,
como es la Universidad. Institución alejada y cerrada a la
ciudadanía, la cual jamás participa
en ella, dada una estructura burocrático administrativa
dirigida a la matriculación de alumnos de determinadas
edades, destinados a formarse en doxografía para concurrir
laboralmente a la guardería que hoy se insiste en llamar
enseñanza en secundaria, donde se imparten a lo sumo las
Éticas para Amador como el grado más excelso
de filosofía.

"De hecho, si estas minusfilosofías
ideológicas invaden la enseñanza secundaria es por
su objetiva función social, en la que objetivamente no
puede dejar de estar implicado el Estado: A su vez, semejante
implicación exige que sean asimismo estas
ideologías minusfilosóficas las que se implanten en
la enseñanza
universitaria de filosofía, puesto que de ésta
depende la formación de los profesores de filosofía
que han de alimentar la atmósfera adecuada en
la enseñanza secundaria. El Estado no puede dejar de estar
objetivamente interesado en el mantenimiento de la
filosofía, tanto universitaria como secundaria, en la
medida misma en que está interesado en la
reproducción de una determinada atmósfera
ideológica que sólo puede cobrar forma a
través de semejantes filosofías, por muy menores y
degradadas que ellas sean —y esto, aun cuando los propios
Estados de estas sociedades se vean crecientemente reducidos y
desbordados por los intereses tecnoeconómicos
transnacionales, respecto de los cuales comienzan a funcionar
como meros apéndices, pero en todo caso apéndices
necesarios para aquellos intereses que deben seguir jugando el
juego ideológico que dichos intereses imponen—.
Según esto, sólo entre medias de semejantes
ideologías (minusfilosóficas, como digo), puede
brotar la crítica
. Esto es lo que hay…"
(CM11, p.31-32, ponemos en negrita las últimas frases para
resaltar su alto nivel de resignación y ceguera, pues hay
más de lo que Fuentes dice que hay). Lo contrario a lo que
dice Fuentes es más bien aquí lo verdadero, resulta
milagroso que entre ideologías pueda llegar a brotar la
crítica, casi podría decirse que la
filosofía surge en nuestra sociedad a pesar del Estado,
que un estudiante de filosofía puede llegar a hacer
filosofía a pesar de lo difícil que se lo pone la
Universidad, que la fiebre
doxográfica puede ser en lugar de una ayuda
propedéutica inestimable para el quehacer
filosófico, un impedimento. Gustavo Bueno lo deja ver con
la observación del carácter de
parcialmente "contraproducentes" (QF, p.71) que pueden tener hoy
las instituciones de enseñanza reglada y su gremio de
enseñantes profesionales a los efectos del surgimiento de
la filosofía entre los ciudadanos: "Solamente en el
supuesto de que la acción de este gremio fuera
contraproducente para la educación
filosófica cabría proponer su disolución…
o la reconversión del gremio en su conjunto" (QF, p.73),
supuesto que dice Bueno "parece gratuito" (Ibid.) pero que en
fiel coherencia con su postura y desarrollando sus planteamientos
llega a no parecer tan gratuito.

El Estado está interesado en la
minusfilosofía, en la ciudadanía estulta y
embrutecida lo suficiente para ejercer sobre ella la demagogia
más barata pero funcional a efectos laborales. Los
profesores de filosofía de secundaria no degradan su
docencia por
su complaciente voluntad, malformados, expuestos a toda clase de
vejaciones y con un alumnado analfabeto funcional, no tienen
más remedio si quieren sobrevivir en el medio que degradar
su materia y
degradarse a sí mismos.

La función social de los profesores de secundaria
se reduce a guardería y selección
más propedéutica para la profesionalización, asignando, desde cada
vez más pronto (especialización y temprana
optatividad), el trabajo
asalariado al que se destina a un ciudadano desde los 14
años. ¿Qué le espera al jovencito de 16
años que acaba el obligatorio graduado en educación
secundaria y abandona sus estudios? Ser cajero del Día,
poco más. Y consumir fútbol, alcohol y
televisión, además de
teléfonos móviles y juegos de
ordenador. Votará cada cuatro años a quienes le
ordenen votar los medios de
comunicación de masas, a quien más dinero tenga
para publicitarse y saldrá a la calle con las manos
pintadas de blanco gritando ¡Eta asesina! para luego irse
al Estadio futbolístico a partirle la cara al del
equipo contrario al suyo.

Desde luego no son esos los lugares para la
filosofía ni tal ciudadano en el que brilla una conciencia
crítica y comprometida, pero decir por ello que el lugar
de la filosofía es la Universidad sería como
aceptar que el lugar de la música es el
Conservatorio superior o que el del arte es la
Facultad de Bellas Artes.
No todos los ciudadanos son ciudadanos alienados
(recuérdese que la ideología es la
alienación a nivel de la conciencia) sino que existe un
cierto número de ciudadanos críticos y es de la
mayor o menor cantidad de ciudadanos de este tipo de lo que
depende que se pueda hablar de una sociedad con formación
política o sin ella. Sostenemos que, si bien los
profesores de filosofía pueden (aunque en las condiciones
de la ESO cada vez menos) desempeñar algún papel a
tal respecto, como los profesores de cualquier otra materia,
también y principalmente del contacto con los ciudadanos
críticos o ilustrados es que brotan otros ciudadanos
críticos. Y en lo relativo a la filosofía, que
situamos por encima de la mera conciencia crítica,
ésta no queda circunscrita a la Academia-universitaria,
sino que brota cuando los ciudadanos ilustrados tienen el
suficiente ocio y talento para desarrollarla. Los grandes
novelistas no están en las facultades de filología,
ni los grandes músicos en los conservatorios de
música, ni los grandes artistas en las facultades de
Bellas Artes, algunos han pasado por esas instituciones
formativas otros no sólo no han pasado por éstas
sino que han sido rechazados por ellas (p.ej. no siendo admitido
Goya en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).
Pretender que el profesor de
filosofía es el albacea de la filosofía es querer
darle una importancia excesiva a un funcionario que en la
mayoría de los casos (salvo loables excepciones) deja
intelectualmente mucho que desear y de lo único que se
preocupa es de su salario y de su
carrera meritocrática, escondiendo su incapacidad
filosófica bajo montañas de mala
doxografía.

"La unidad de concepto
«profesores universitarios de filosofía de finales
del siglo XX», es fundamentalmente de estirpe
administrativa, lo que, lejos de excluir, implica, sin embargo,
un mínimum de patrones culturales comunes (como puedan
serlo: haber leído un mismo conjunto -cada vez menor- de
manuales,
citar de vez en cuando a Platón
o Wittgenstein y utilizar algunos términos
característicos identificadores del gremio tales como
«óntico», «silogismo»,
«trascendental»… Pero esta unidad gremial no
autorizaría a hablar de una «comunidad de
filósofos españoles», a la
manera que suele hablarse de una «comunidad
científica». Una comunidad supone un consenso,
aunque sea polémico, en torno a ciertos
métodos,
temática, principios, por
parte de las personas que,… constituyen la comunidad… Pero el
«conjunto de profesores univer-sitarios de
filosofía» no sólo no mantienen consenso
alguno sobre métodos, temática, o principios
doctrinales, sino que sus miembros ni siquiera se conocen
(intelectualmente) entre sí, puesto que se ignoran
mutuamente, no se citan, ni se leen, ni se escuchan los unos a
los otros, absorbidos como están en su mayoría, en
leer, escuchar o citar a pensadores extranjeros". (Revista El
Basilisco
Nº8, segunda época, primavera 1991:
Bueno, Gustavo «Sobre la filosofía del presente en
España», pág.60).

El grave defecto de los profesores universitarios de
Humanidades reside en su soberbia intelectual, que suele ser
proporcional a su degeneración académica. En las
universidades de nuestros días los jóvenes se
preparan para su cualificación y habilitación
profesional, han llegado al más alto escalafón
formativo dentro del Estado y están destinados a
reemplazar en breve futuro a las clases dirigentes en el
ejercicio de la gestión
social. Los esclavos ya han sido seleccionados previamente pero
todavía se impone una penúltima selección
antes del mercado de trabajo que
plataforme a unos arriba y a otros abajo. Esto es así en
casi todas las esferas formativas menos en las Humanidades. De
ellas el Estado sólo busca proveerse de profesores o de
directores de recursos
humanos.

Su escasa proyección profesional es inversamente
proporcional al número de jóvenes con verdadera
curiosidad intelectual que llegan a poblar las aulas
universitarias donde se imparten tan inútiles disciplinas.
Por eso mismo, el profesor universitario de humanidades, al verse
frente a unas poblaciones estudiantiles motivadas por la materia
y no tanto por el dinero que
conseguirán llegar a ganar algún día a
través de su estudio sufren de la fiebre mesiánica.
Año tras año frente a jóvenes ansiosos como
esponjas de beber de ellos, pero siempre entre mocosos de 18 a 25
años, el profesor de humanidades, al nunca tratar con
estudiosos de entre los 30 y los 65 años, (que o son
profesores como ellos y por eso mismo les resultan detestables a
causa de portar criterios alternativos a los suyos, o,
simplemente, son trabajadores y  por tanto, no pudieron
continuar sus estudios más allá de, a lo sumo, el
doctorado), se empieza a creer Dios y a reunir feligreses que
adoran sus sermones. Ya sólo le interesa aquel estudiante
que es capaz de repetir como una grabadora sus lecciones
doctrinales, los fieles pupilos, y mira con torva desconfianza a
cualquier alumno que llegue a pensar por su cuenta, ya que tiene
la osadía de considerarse su igual. Los departamentos
hacen las veces de Iglesia con la
que hay que comulgar y como contínuamente el material
juvenil se renueva, los profesores siempre son extremadamente
superiores a sus alumnos, pues justo cuando habían
empezado a ser interesantes los mejores alumnos, (por haber
aprendido ya lo básico y ser ya capaces de discriminar a
ese 10% de profesores realmente valiosos entre la
patanería restante, agotadas ya todas las becas), se
tienen que marchar al mercado de trabajo o al paro, viniendo
una nueva hornada de ignorantes que adoctrinar. Por eso los
profesores de humanidades universitarios siempre están por
encima de sus pupilos. Al cabo del tiempo, ese tan fácil
estar por encima, no les deja apreciar su propia
degradación científica, su propia pérdida de
desarrollo, sus contenidos cada vez más triviales, su
estancamiento, y terminan dando lecciones triviales cuando no
absurdos galimatías de terminología neobarroca, que
no obstante, son siempre aplaudidos por los neófitos, por
quienes carecen aún de criterios de discriminación.

Es de resaltar como los profesores de humanidades
universitarios no pueden ni verse entre ellos, se evitan, para no
ser evaluados por sus compañeros, y cuando no pueden
evitarse se espera de los profesores sabios que tengan el tacto
necesario como para no desenmascarar a los farsantes, planeando
sobre los primeros la amenaza tácita de guerra
burocrática funcionarial (que no intelectual) en caso de
no guardar la ley del silencio. Por eso cuando sucede, que rara
vez, el que  un buen alumno de un buen profesor consigue
sustraerse lo suficiente a la esclavitud de la mayoría de
las jornadas laborales como para seguir asistiendo a la Academia,
lo hace ya sin matricularse, asistiendo como oyente a las clases
de quien fue su maestro y ahora es su compañero de
investigación. Pero aun así, hay
algo en la Academia que huele a podrido y que la rodea de un
hedor insoportable para quien ya no necesita que le den el
biberón y tiene dientes para comer sólido, la
papilla pedagógica, correlato de la vanidad y engreimiento
de quienes la preparan. ¿Éste es y sólo
éste el lugar de la Filosofía?, ¿aquí
es donde debe brillar la Política?

"Las Universidades son esencial y constitutivamente
políticas, y más aún las Facultades de
Filosofía, por su propio contenido disciplinar, de modo
que si toda pugna política se da no globalmente contra el
Estado, sino dentro del Estado, también toda pugna de
ideas universitaria debe darse dentro de la Universidad. Si la
crítica filosófica puede surgir en algún
sitio, ese sitio será aquél en donde la pugna
filosófica esté políticamente instituida
—¿donde, si no?—; por tanto, en la
Universidad" (CM11, p.24). ¿Que dónde? La
mayoría de los grandes filósofos de la historia de
Occidente han pensado y escrito fuera de la Universidad: Platón y
Aristóteles (terratenientes); Epicteto
(esclavo); Marco Aurelio (emperador romano); San Agustín y
Santo Tomás (eclesiásticos); Spinoza (pulidor de
lentes); Descartes
(mercenario); Leibniz (diplomático); Bacon (canciller de
Inglaterra);
Rousseau
(copista de música); Marx (pensionado
de Engels y periodista), Stuart Mill (diputado del parlamento
británico y comerciante), etcétera.

La palabra Política viene del griego (polis =
ciudad; polités = ciudadano; politiká = aquello que
hacen los ciudadanos) y resulta un concepto mucho más
amplio que el de Estado (en griego: Politeia); es el Estado una
parte de la Política (y no al revés como sugiere la
lectura de
Fuentes). La Política engloba a todo el tejido social o
entramado comunitario de una sociedad determinada, incluyendo las
formas de Estado que se puedan suceder en ella.

Por eso Gustavo Bueno acierta al señalar que
"todo ciudadano puede ser filósofo, y no de un modo
espontáneo (por mera respiración de la atmósfera en la
que está envuelta una sociedad democrática ya dada
y, por tanto, situada de algún modo en un nivel
histórico, lingüístico, determinado), sino por
modo de disciplina que esa misma sociedad
democrática le imponga" (QF, p.100). La disciplina, es
decir, la política. Debido a que el ciudadano griego
tenía que participar en las tareas de gobierno
(asamblea ateniense) o defenderse a sí mismo y acusar en
un juicio público (cfr.Apología
platónica), filosofar se convirtió en necesidad
social, requisito indispensable para la
ciudadanía.

LA FILOSOFÍA
COMO BROTE ENTRE LAS CIENCIAS, QUE
A SU VEZ SURGEN ENTRE LAS IDEOLOGÍAS.

Recordemos que Fuentes nos dice en su escrito que los
debates de Crónicas Marcianas y los libros de
Savater son el único terreno donde puede surgir la
filosofía: "sólo entre medias de semejantes
ideologías (minusfilosóficas, como digo), puede
brotar la crítica. Esto es lo que hay" (CM11, p.32),
aceptando con ello un panorama grotesco y paradójico. Pero
se olvida de que Sócrates
no debatía con grotescos ufólogos o expertos en
fenómenos para-anormales, como ha llegado a hacer Gustavo
Bueno en los medios de
comunicación con el fin de inocular su quehacer
filosófico entre las ideologías y acercar la
racionalidad crítica, no a sus obtusos interlocutores, con
quienes renunciaba a dialogar, sino a la audiencia ciudadana
televidente capaz aún de razonar. Sócrates
debatía con ciudadanos como Protágoras,
Hipías, Ión, Alcibíades, Aristófanes,
Górgias, Teeteto, Menón, e interpelaba a todos los
capaces de razón, incluyendo al esclavo del último
citado, a los artesanos, comerciantes, poetas y políticos
como se señala en la Apología
platónica, pero ningún personaje de los
diálogos platónicos se asemejaba, ni remotamente, a
la imbecilidad de una Pitita Ridruejo, y eso que llegan a
aparecer personajes tan obtusos como el Hermógenes del
Crátilo o Eutidemo y Dionisidoro, sino que la
mayoría de ellos, ya estuviesen dedicados a alguna
profesión liberal, ya fuesen terratenientes, contaban con
unos saberes previos desde los que Sócrates ejercía
su quehacer mayéutico, saberes que no eran otros que las
ciencias y las técnicas,
eminentemente la geometría.
Sin siquiera esa base racional no era posible el diálogo,
pero es que en Grecia
¡hasta un esclavo sabía geometría!. Suponer
que la filosofía brota de las ideologías presupone
saltarse el necesario suelo
científico desde el que se puede llegar a
dialogar.

En la historia de Occidente se produjo en Grecia un paso
del Mithos a la Scientia (crecida con la
techné) y de ésta a la
Filosofía, resumido por Nestle en paso del
Mithos al Lógos, esto es, de la
Ideología a la Razón, con lo que se olvida que
entre ambos se sitúan las técnicas y las ciencias,
como cuñas racionales brotando dentro del envoltorio
ideológico que supura toda sociedad. Gustavo Bueno es
bastante explícito en este punto: "La filosofía
crítica, tal como la entendemos aquí, aparece muy
principalmente, como crítica a las construcciones
científicas categoriales, que son construcciones cerradas
dentro de su categoría; pero la filosofía, por
ocuparse de Ideas[x]
que brotan a través de esas categorías, no
puede arrogarse una «categoría de
categorías» para sí misma, o una
categoría sui generis en función de la cual
pudiera definirse como ciencia. La filosofía no es una
ciencia, lo que no significa que deba dimitir {como
geometría de las Ideas} de los métodos
característicos del racionalismo.

           
Cuando hablamos de filosofía académica nos
referimos a este modo platónico de entender la
filosofía, más que al modo burocrático
universitario" (QF, p.37).

Con ello se pone de manifiesto que no es lo mismo
filósofo, que profesor de filosofía,
ya que el primero no tiene como condición de su
posibilidad que estar comprendido dentro del entramado estatal
burocrático universitario o pedagógico. Se puede
ser filósofo académico sin necesidad de pisar una
Universidad en la vida, Rafael Sanchez Ferlosio es un buen
ejemplo de ello, y se puede ser profesor de filosofía sin
llegar nunca a ser filósofo ni a tener siquiera un
sólo juicio realmente crítico.

Las ciencias y la Filosofía son solidarias en el
sentido en que no se puede ejercer la segunda sin entrar en
familiaridad con las primeras. Si bien se diferencian en sus
procedimientos, en el experimentalismo y el cierre
-no clausura- de las primeras frente al teoreticismo y apertura
de la segunda; es el núcleo teorético de toda
ciencia, cerrado y particular, es decir, su estructura
Noetológica, lo que tiene en común con la
filosofía, en cuanto teoría general y abierta de
los principios de la razón material dialéctica. "4.
Las distancias que hay que establecer entre los procedimientos
científicos (tan diversos a su vez entre sí) y los
procedimientos filosóficos no impiden la sospecha, ni
excluyen el reconocimiento, de una «afinidad de
principio», fundada en la razón, entre el saber
científico y el saber filosófico" (QF, p.104). Las
ciencias y la filosofía conforman el "racionalismo
crítico" porque "piden una validez para todos los hombres
y para todas las culturas" (QF, p.36) contrarrestando tanto a las
ideologías como a esa concreta ideología que
conocemos como relativismo cultural.

Lo esencial para que haya tanto ciencias como
filosofía es su común sustrato en una
Lógica
material dialéctica»" (QF, p.105), que iría
más allá del proyecto
gnoseológico de una teoría general de la ciencia, al
buscar "englobar tanto a las formas de proceder de la
razón científica como a las formas de proceder de
la razón filosófica. El análisis de los procedimientos más
generales de la razón dialéctica" (Ibid.), lo que
desde Platón se conoce como Ontología o Metafísica
dentro de la tradición filosófica, la
Lógica o principios del razonamiento en general, es
decir, la Lógica del ser (onto-lógos), tan
denostada por los seguidores de los autores llamados
postmodernos; lógica que se materializa al concretar bajo
la Idea del ser en general, cualquier ente o Ideas que las
ciencias proporcionen para la reflexión: por eso la
"filosofía es «enfrentamiento con las Ideas y con
las relaciones sistemáticas entre las mismas»" (QF,
p.38) y lo demás es opinión, cháchara
ideológica.

La filosofía (saber de segundo grado) surge en
todo el entramado social, a partir no ya de las
ideologías, como afirma Fuentes, sino de las ciencias
(saberes primarios), tanto de sus conmensurabilidades como de sus
inconmensurabilidades: "Y, en la medida en que todos estos
«saberes primarios» solo pueden conformarse
socialmente y, por tanto, políticamente, habrá que
reconocer que los diversos tipos de estructura política
(según el nivel histórico o social) y, por tanto,
de saber político, habrán de estar moldeando de un
modo profundo la posibilidad misma de la conciencia
filosófica. Otra cosa es determinar —desde la
heterogeneidad de las diferentes estructuras
políticas— si hay algún tipo de estructura
política que facilite, más que otras, la constitución de la conciencia
filosófica (o, lo que es equivalente, si hay algún
tipo de estructura política que bloquee la posibilidad de
una conciencia filosófica —no ya la expresión
pública de la misma—)" (QF, p.89).

Por eso, el cuerpo de funcionarios del estado, los
profesores de filosofía universitarios o secundarios, son
en su conjunto, salvo excepciones minoritarias, un
obstáculo para la formación filosófica de la
ciudadanía, en un sistema
capitalista que les encomienda el bloqueo de la posibilidad de
una conciencia filosófica: "la filosofía tiende a
desbordar todo gremio.

Rechazadas estas alternativas, la única que se
mantendría como alternativa plausible sería la que
se propusiera como objetivo
lograr que un conjunto «disperso» de ciudadanos, de
profesiones múltiples, no vinculados entre sí
gremial o institucionalmente, y con una «masa
crítica» (¿medio millón? para
España, ¿un millón?) suficiente, pueda
ejercer una influencia social efectiva. Este
«conjunto» o «Tribunal Supremo disperso»
podría comenzar a desempeñar, de hecho, la
función de un órgano insustituible en una sociedad
avanzada, un órgano que ejercería, entre otras
cosas, el papel de filtro de los millares de juicios individuales
gratuitos e infundados que pululan en una sociedad en la que ese
órgano no actúa, juicios venales que, sin embargo,
son compatibles con los de un publicista, un periodista, un
«intelectual libre» (no orgánico), &c.,
que ha alcanzado la función de «formador de la
opinión
pública», careciendo de toda capacidad de
formular juicios filosóficos fundados a la altura del
presente.

           
En España, en nuestro presente, la educación
filosófica es universal a todos los ciudadanos, a menos
desde un punto de vista legal; sin embargo la presencia de hecho
de una filosofía crítica puede considerarse como
prácticamente nula. ¿No debe ser esto uno de los
principales motivos de reflexión autocrítica para
el cuerpo de funcionarios del Estado a quienes se les ha
encomendado la educación filosófica de la Nación?" (QF, p.78; pág.71: La
filosofía estará presente en la sociedad
"según la proporción de ciudadanos (¿un 5%
un 50%?) capaces de argumentar sus juicios sobre ideas comunes
incorporando los argumentos de los rivales"; pág.77: luego
no se trata de la República de los Sócrates
ya que "no sería necesario… que «todo el
pueblo» estuviese al tanto de las obras de los
filósofos. Sería, en cambio,
necesario que una minoría suficiente del cuerpo social
(¿el uno por cien mil? ¿el uno por millón?)
fuese capaz de constituir un público disperso, pero
bastante, para que la crítica estrictamente
filosófica pudiese desempeñar, en el conjunto del
saber, el papel social que virtualmente puede
corresponderle").

Nietzsche fue durante diez años
catedrático de Universidad y lo dejó, pasando a
vivir en cutrísimas pensiones de mala muerte de su
pensión por enfermedad, para poder ser libre de pensar y
escribir, muestra de que la
Universidad moderna tiende a castrar al filósofo al
cumplir su tarea de fabricar al profesor, a diferencia de la
Academia y el Liceo (o del Jardín) donde los ciudadanos no
iban para convertirse en profesores, destino despreciable como
bien se aprecia en el Protágoras de Platón,
sino a convertirse en ciudadanos.

LOS
CIUDADANOS CON JUICIO CRÍTICO.

Hay una serie de distinciones que ni Fuentes ni Bueno
hacen y que dejan en la indefinición las diferenciaciones
que se habrían de realizar entre los siguientes
términos: 1) Filosofía y filósofo,
quien lleva a cabo la actividad contemplativa (theorein)
consistente en conocer el mundo a través del
entrelazamiento de las ideas que brotan de los distintos campos
categoriales en un sistema coherente con los principios generales
de la Lógica, es el filósofo, el que hace
filosofía (lo que Gustavo Bueno denomina
filosofía académica o dialéctica):
"se trata de elegir auxiliados desde luego por las ciencias
históricas y políticas, entre hace filosofía
vulgar (mundana) casi siempre ingenua y mala, o hacer
teoría académica, no por ello necesariamente
excelente (y entendemos aquí por filosofía
académica no ya tanto la filosofía universitaria,
cuanto la filosofía dialéctica, cuyos
métodos fueron ejercitados y representados por primera vez
en la Academia de Platón)" (Gustavo Bueno,
España frente a Europa, pág.10). 2) a) Los
ciudadanos ilustrados, quienes estudian e investigan tanto
en las disciplinas científicas como en las
humanísticas a fin de formar su juicio crítico, no
con el objetivo de especializarse en una única área
desdeñando todas las demás, capaces de entrelazar
ideas pero sin preocuparse por sistematizarlas en un todo
coherente o filosofía (lo que les convertiría en
filósofos académicos o dialécticos). Y b)
Profesionales del estudio y la investigación
especializada, ya profesores de filosofía que
desempeñen tareas de investigación (lo que Gustavo
Bueno llama filosofía universitaria), ya
profesionales de cualquier área (medicina,
física,
matemáticas, ingeniería, económicas, historia,
arte, etc, etc), capaces de manejar las ideas de, al menos, un
campo categorial; 3) ciudadanos con juicio crítico
simple
u opinión verdadera, lo que Gustavo
Bueno llama filosofía mundana o vulgar, y 4)
ciudadano alienado por las ideologías
dominantes.

Esta analítica de la tipología ciudadana,
a los efectos de su situación respecto a la racionalidad,
de nuestras sociedades contemporáneas, no supone
ningún idealismo,
sino más bien un cuidadoso materialismo,
perfectamente adscribible al de Gustavo Bueno. Cierto que el
camino real del aprendizaje y del
conocimiento
tanto ontogenética como filogenéticamente, va de la
experiencia a la filosofía (progresus), para luego
retornar desde la filosofía hasta la experiencia
(regresus), en un ciclo de feedback o retroalimentación constante. Pero
aquí no estamos haciendo un análisis
diacrónico o historiográfico sino analizando por
separado y de forma sincrónica la tipología
ciudadana, de manera que obviamos el hecho de que todo
filósofo fue en algún momento de su existencia un
bebé que sólo sabía balbucear.

1) Respecto a la Filosofía y los
filósofos
tengase en cuenta, por el momento, lo dicho
en el apartado anterior. Los que hacen filosofía, (esos
son los filósofos), son en realidad muy pocos, aquellos
que, desde cualquier área, sin necesidad de que hayan
estudiado nunca la Historia de la
Filosofía, despliegan un pensamiento
teórico y sistemático propio.

Abundan lo casos de grandes filósofos con muy
poca formación historiográfica como Wittgenstein o
Althusser. Y si bien el
conocimiento de los textos de los grandes filósofos
puede favorecer y ayudar a la actividad filosófica
(indispensables en la erudita o doxográfica), -así
como el que quiere pintar intenta emular a Velázquez- no
parecen indispensables para que se produzca: ¿con
qué historiografía filosofíca contaban los
presocráticos? ¡Con ninguna! ¿Y
Platón? ¡Con muy poca! Con lo que sí contaban
es con una serie de técnicas, con ciencias y con un
determinado entramado político y social que, secularizado,
ofreció un entorno indiscutiblemente favorable a la
filosofía, la polis, tan apropiada para ésta
como dotada de ciudadanos críticos.

Schopenhauer, por ejemplo, fue un filósofo que
afirmaba no preocuparle en absoluto el hecho de que tras su
muerte una miriada de gusanos se dedicasen a devorar su cuerpo;
pero decía preocuparle sobremanera que, después de
morir, una miriada de catedráticos de filosofía se
dedicasen a roer su obra. También era Nietzsche
consciente del destino funesto que podían recibir sus
escritos. Demasiado familiarizado estaba con las tergiversaciones
y utilizaciones interesadas de las obras de los grandes
pensadores de la humanidad gracias a su formación como
filólogo, como se refleja en una Carta a su hermana
(Venecia, mediados de junio de 1884): "¡Quién
sabe cuántas generaciones habrán de pasar para
producir algunos hombres que puedan sentir en toda su profundidad
lo que he hecho! E incluso así, me causa espanto la idea
de que gentes, sin título para ello y totalmente
inadecuadas, se apoyarán en mi autoridad.
Éste es, sin embargo, el tormento de todo gran maestro de
la humanidad: saber que, en determinadas circunstancias y por
ciertos accidentes,
puede convertirse tanto en fatalidad como en bendición
para ella". Con lo cual vemos que, al menos los filósofos,
han tenido siempre motivos para temer a los profesores de
filosofía y que no es lo mismo lo uno y lo
otro.

2) Aquí distinguimos entre los ciudadanos
ilustrados y los profesionales
de un área de
investigación. Los primeros serán ciudadanos
críticos
ya que eso es algo que viene incluido con la
ilustración, pero los segundos, aunque puedan ser
auténticos genios en un área determinada, pueden
estar tan ideologizados en todas las demás (e incluso en
la que representa su especialidad) que no se les pueda considerar
como críticos en absoluto.

Entre los miembros del tipo que planteamos en este punto
destacan, a juicio de Gustavo Bueno, los dedicados a las Ciencias
Positivas, mientras que a jucio de Fuentes, destacan los
dedicados a las Humanidades, (a quienes -dice- hay que
distinguir, de los dedicados a las Ciencias Sociales, cfr.CM11,
pág.28): "Muy diferente, sin embargo, es el caso de las
genuinas "Humanidades" —que son, en rigor, las
filologías, la historia y la propia
filosofía—; éstas tienen ciertamente cada vez
más difícil su lugar en el "mercado laboral",
debido precisamente a que, por su vecindad cognoscitiva
consustancial con la historia, están mucho menos
reconciliadas con su presente puntual histórico" (CM11,
pág.29).

Y nosotros estamos de acuerdo con Fuentes en la tesis de que
las humanidades pueden ayudar a proporcionar a quien las cultiva
capacidad crítica, así como estamos de
acuerdo con Bueno en que dicha capacidad puede adquirirse a
partir de las ciencias positivas, pero discrepamos de ambos al
identificar la filosofía con la crítica y el ser
filósofo con el ser ciudadano crítico o profesional
de las humanidades. Ciertamente las obras filosóficas o el
contacto discursivo con un filósofo pueden ayudar al
desarrollo de la conciencia crítica, pero si bien
necesaria, ésta no es suficiente para lograr llegar a
hacer filosofía y ser, por tanto,
filósofo.

El problema reside en que tanto Fuentes como Bueno
admiten sin discusión la escisión
decimonónica entre ciencias del espíritu o
humanidades y ciencias
naturales o positivas. Pero dicha distinción no es
más que institucional y aunque admitamos, con Bueno, que
las primeras no han llegado a ser cierres categoriales y las
segundas sí, para tener un criterio de
discriminación; dicho criterio no explica suficientemente
la escisión institucional, cuyas determinaciones no vienen
comandadas por la naturaleza de
los materiales de estudio sino por la naturaleza de las
necesidades del mercado. De manera que una de las maneras en que
la educación puede hacer frente al mercado es
proporcionando una formación integral o
humanística, siguiendo la tradición renacentista
que se remonta a su vez a la Grecia clásica.

En su primer sentido, humanismo es la
atmósfera intelectual emanada del interés
renacentista por las investigaciones terrenales.
Así, el humanismo
renacentista vendría a rescatar la opción
socrática del quehacer filosófico centrado en la
polis. El humanista del Renacimiento es
aquel que se ocupa de las cosas humanas (ciencias y letras)
frente al teólogo medieval, ocupado con las cosas
sobrenaturales (teología escolástica). No hay que
confundir el sentido que la acepción humanidades tuvo para
los humanistas del Renacimiento, tan científicos como
letrados, con la doctrina filosófico-ideológica
humanista del siglo XX, a la que se enfrentó el
antihumanismo de Althusser o Foucault. La
acepción original de humanista es la que remite a aquellos
que ya han recibido la propedéutica indispensable para el
cultivo de la filosofía, lo que no significa que lleguen
necesariamente a dar ese salto; el humanista es quien
está formado tanto en las ciencias como en las letras,
apelativo que aún llegó a identificarse con
ilustrado en los siglos XVII y XVIII, ya que la
mayoría de los máximos representantes de la
Ilustración, como Voltaire por
ejemplo, estaban tan versados en las ciencias como en las
letras.

Ahora bien, dado que la escisión de los saberes
en compartimentos burocráticos heterogéneos es un
hecho en aumento desde el siglo XIX, es decir, dado un estado de
cosas que degenera y limita la formación en grado sumo a
través de la especialización extrema, es probable
que en este punto vaya Fuentes por delante de Bueno, es decir,
que hoy por hoy, lo que el primero denomina Humanidades,
disciplinas menos reconciliadas con las ideologías
dominantes
, tenga más probabilidades de proporcionar
una conciencia crítica que lo que se conoce por
disciplinas científicas, en las que se extrema la
formación de meros tecnólogos.

Los resultados de la inversión educativa, tanto privada como
estatal, dependen del tipo de enseñanza que se quiera
fomentar. A lo largo del siglo XX se ha procurado cada vez
más incentivar la formación de trabajadores
cualificados y obedientes, tecnócratas superespecializados
y sabios en su reducto profesional, pero absolutamente ignorantes
de todo lo demás, de la historia, la política, la
filosofía y la filología, de todas aquellas
disciplinas humanísticas que les podrían capacitar
para ejercer como ciudadanos críticos, autónomos y
responsables, en democrática convivencia.

Para la formación de trabajadores cualificados,
orgánicos y uniformes, sobran las materias
humanísticas (filologías, historias), que generan
individuos críticos, sujetos comprometidos con una
sociedad democrática y participativa que nació en
Atenas hace dos mil quinientos años.

Los ciudadanos críticos son difíciles de
gobernar como borregos. No caen en la trampa del círculo
vicioso alienante: trabajo – consumo – ocio
adictivo – trabajo -… El «ocio adictivo» se
caracteriza hoy en día por tres opios del pueblo:
religión (o esoterismo), fútbol y
televisión. Esta última es el «Opium par
excellence» que reúne a tres personas en una, como
nueva Trinidad del monoteísmo del mercado.

El humanista o letrado ilustrado no ha sido educado para
el ocio adictivo, porque como estudia lenguas clásicas,
sabe que la palabra griega para ocio es la raíz de
nuestro vocablo escuela. Pero además, como estudia
filosofía, comprende, que si los griegos equiparaban
escuela y ocio,
es porque consagraban su tiempo libre a actividades formativas
que desarrollasen todas sus potencialidades.

No obstante, el letrado ilustrado, pese a la
admiración que le reporta la antigüedad
clásica, al estudiar la historia de la política, se
da cuenta de que en Grecia, aún siendo admirable por
multitud de motivos, la posibilidad del desarrollo educativo
pleno, le estaba reservada a los ciudadanos libres a consta de
los esclavos. Y de que es gracias a la Ilustración y a los
ideales de la Enciclopedia, que se quiso generalizar una
educación humanística y profesional, pública
y gratuita, para todos los hombres sin discriminación
alguna. ¿La pretensión?: Que la sociedad humana
fuera gobernada por la Razón y no por las pasiones de los
hombres, encontrándose todos los ciudadanos con el deber y
el derecho de ejercitar la razón común. Una
pretensión intentada en la URSS por última vez y
hoy desaparecida.

Si no se invierte en una educación integral sino
tan sólo en una profesional, tendremos un mundo aberrante
en el que los maravillosos adelantos técnicos de
trabajadores especializados, convivirán, con la más
absoluta zafiedad y cortedad ética,
política e intelectual, lo que será aprovechado por
los timócratas populares para dominar y monopolizar los
bienes de
todos los hombres.

El profesional de las Humanidades (profesor de
filologías, de historia de la filosofía, de
historia de la política, etc.) no es importante tan
sólo por el juicio crítico que se pueda adquirir
por medio de su concurso. Hoy, la mayoría de los
profesores son incapaces de proporcionar una formación
integral, ni siquiera ellos mismos la poseen, pero sí
pueden llegar a despertar el juicio crítico en sus alumnos
o bien formar profesionales de su disciplina. Pero es aún
más importante que se dediquen a trabajar profesionalmente
en su disciplina (investigación) y no sólo en la
enseñanza. Los filólogos, arqueólogos,
bibliotecarios, papirólogos, etnólogos,
demógrafos,
historiadores de la filosofía y de todas las demás
áreas, etc, cumplen una labor social inestimable cuando se
dedican a preservar los materiales en los que se conservan los
saberes, que nos parece mucho mayor que la de intentar ser los
creadores del juicio crítico en las conciencias de los
alumnos. Para crear el juicio crítico no sólo en
sus alumnos sino en todos sus conciudadanos no tiene más
que actuar como ciudadano crítico. ES ENTRE LOS CIUDADANOS
CRÍTICOS QUE BROTAN NUEVOS CIUDADANOS
CRÍTICOS.

La transmisión oral de los conocimientos no se da
únicamente en algún lugar privilegiado de la
sociedad (Universidad e instituto) sino en toda ella, y no tiene
por qué estar enclaustrada en un cuerpo oficial de
transmisores profesionales, pero la conservación de los
materiales receptores de los saberes sí que necesita un
soporte institucional, sin el cual se corre el riesgo de
perderlos.

"Aunque pusieron silencio a las lenguas no le pudieron
poner a las plumas, las cuales, con más libertad que
las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el
alma
está encerrado" (Miguel de Cervántes Saavedra
Don Quijote de la Mancha, I, XXIV). Con esta cita comienza
un excelente libro de Luis
Gil (Censura en el mundo antiguo. Alianza Universidad.
Madrid
edición
1985. 1ª edición Revista de Occidente 1961), cuyos
dos prólogos, a la primera y segunda ediciones, resultan
indispensables para que los que no vivimos la censura franquista
comprendamos cómo se las ingenió este erudito del
helenismo para
que su libro sobre la censura pasase la censura, ironía
socrática sobre la que se asienta la libertad de
pensamiento y que nos recuerda el talento de un Voltaire para
hacer que los reyes y los nobles aplaudieran sus obras sin notar
que eran corrosivas para el Antiguo Régimen. Merced a la
hábil presentación de la materia y con algunas
concesiones al nacionalcatolicismo, el libro pudo publicarse por
primera vez durante el franquismo, logrando eludir a los censores
y realizar un alegato contra la censura. Mientras a Camilo
José Cela se le daba el Nobel de Literatura, quizá
premiando su labor como censor durante la época
franquista, y luego el Premio Cervantes del
que había dicho cuando no se lo daban, con su educada
dicción poética, que era un premio de mierda; los
eruditos volterianos que lucharon con sus armas y a su
manera contra la opresión, yacen sumidos en el olvido.
¿Por qué todavía no somos los occidentales
pueblos que lean más ciencia que literatura, o al menos,
igual de ciencia que de literatura? Puede ser un problema de
acceso y un defecto de la educación, especializada para la
profesionalización especializada y el consumo
masivo.

La censura surge de la idea dogmática
según la cual no habría que dar la misma libertad
ni las mismas oportunidades de difusión al error que a la
verdad. Así, quienes se creen en posesión de la
verdad absoluta se sienten autorizados para proscribir y destruir
las opiniones y libros que les son ajenos o contrarios. El
liberalismo literario, sin embargo, surge de la idea
antidogmática según la cual en igualdad de
condiciones de acceso, y con la misma libertad y oportunidades de
difusión, la verdad se abre camino frente al error por
sí sola, sin necesidad de que la ayudemos eliminando lo
adverso. Pero: ¿Acaso gozan hoy los clásicos de
igualdad de oportunidades de difusión que los best
sellers? ¿Acaso gozan los ciudadanos del planeta de
igualdad de acceso a los textos de los grandes genios que la
humanidad ha parido? ¿O acaso no se estará hoy
dando más oportunidades a la barbarie que a la cultura, a
la televisión y al fútbol que a Dante o Cervantes?
El no erigirse en eliminador de lo que se considera indigno de
perdurar no significa inacción, sino posición
activa de defensa y elogio de lo que se tiene por valioso, al
menos para que se encuentre tan representado como las
demás opciones, ni más ni menos. Si hubiese
igualdad de difusión y de acceso existiría hoy ya
la plena libertad literaria y nada habría que hacer para
que lo mejor, seleccionado por el tiempo, se superpusiera a lo
peor.

Sin la destrucción premeditada y con igualdad de
condiciones, el Tiempo sería el mejor clasificador y
seleccionador de aquello que merece ser recordado
generación tras generación. Desgraciadamente, a lo
largo de la Historia no se ha dejado que fuese el Crónos
quien dictaminase, manteniendo, en principio, la totalidad de la
producción intelectual humana, qué habría de
perdurar y qué habría de desaparecer, sino que las
distintas religiones e
ideologías han marcado las pautas de conservación y
destrucción. Quizá hoy en día, con los
medios informáticos, haya llegado el momento de
conservarlo todo y para dejar que sea el tiempo y los lectores de
sucesivas generaciones quienes elijan lo esencial y valioso sobre
lo perecedero, y nuestro papel sea el de esforzarnos por la
conservación y nunca prestarnos a la destrucción
por muy mal que nos parezcan las otras opciones.

La diferencia entre un clásico y un
best seller es que el clásico sobrevive a su propia
época y aunque tenga una pequeña tirada editorial
inicial, luego se sigue leyendo generación tras
generación. El best seller, por el contrario,
comienza con una tirada de miles y hasta millones de ejemplares,
pero nadie recordará esos títulos al cabo de una
generación. No hay que lamentar que se pierda la
literatura basura,
escritos del momento y para el olvido, pero atendiendo a la
historia tenemos que lamentar la enorme pérdida
intencionada de innumerables clásicos en la
antigüedad, de las alrededor de 100 tragedias de Esquilo
conservamos 7; de las 120 de Sófocles, otras 7; de las 92
de Eurípides, 18; por sólo hablar de los grandes
trágicos que conocemos. La mayor parte del saber de la
antigüedad ha desaparecido y toda nuestra admiración
por Grecia parte de la conservación de tan sólo el
10% de su producción intelectual.

En la antigüedad -señala Luis Gil en el
prólogo a la 1ª edición de su libro citado- se
puso tanto celo en la conservación de lo que se
consideraba valioso como en la destrucción de lo que se
consideraba nocivo y perjudicial. Hubo una censura en la
antigüedad mediatizadora de la transmisión o no
transmisión de los textos. Muchas obras se destruyeron
consciente y voluntariamente y otras muchas se retocaron de
acuerdo con las luchas ideológicas y religiosas de cada
época.

Hacer esta historia, la historia de la censura,
tiene la intención de que no nos erijamos nunca en
censores y dejemos que el tiempo y lo mejor perdure en competencia libre
con lo peor, pues si bien el evangelio de la libre competencia es
inhumano y destructivo en el terreno económico, cimentando
la desigualdad, e insatisfactorio en el terreno político,
donde deriva en la renuncia a la participación directa en
los asuntos que a todos afectan; en el terreno de las ideas y de
las artes y las letras, nada parece más saludable. Frente
al liberalismo
económico y político, y no junto a ellos, se yergue
el liberalismo literario, donde debería brillar plena
tanto la libertad de creatividad y
manifestación como la igualdad de difusión y
acceso.

Por último vemos que Luis Gil vincula a la forma
de organización política de la
ciudad-estado el nacimiento de la literatura
griega y de sus éxitos culturales y sociales
(cfr.Ibid.I, pág..29), vinculada a ella, como algo
característico del pueblo griego y que vendría a
explicar buena parte de sus logros, la libertad de
expresión (isegoría): "Pero ya en las más
antiguas creaciones literarias encontramos muestras de algo que
va a ser característico del mundo griego: el gusto por el
debate de las
opiniones y el aprecio por la expresión sincera y
elocuente de éstas. Un lector de los poemas
homéricos se asombrará del lugar ocupado en ellos
por los discursos y de
la soprendente libertad de palabra de los héroes"
(Ibid.I,pág.31). Los debates entre ciudadanos
críticos son el mejor caldo de cultivo para el surgimiento
de nuevos ciudadanos críticos.

3) El ciudadano con juicio crítico simple
no se identifica con los antedichos y bien puede surgir con
independencia
de ellos. De los teóricos (filósofos) beben tanto
los ciudadanos ilustrados como los profesionales, pero el
ciudadano con juicio crítico puede beber o no beber
de los teóricos, estaría en el nivel que
Platón denominaba "opinión verdadera", para
el cual no es de ninguna manera indispensable el contacto con la
filosofía teorética, aunque sí suelen haber
tenido contacto con los profesionales o ilustrados durante
algún período de su vida. Médicos, abogados,
conductores de autobús, parados, fontaneros, albañiles, terroristas, políticos o
cualesquiera otros profesionales o ciudadanos, no sólo en
el ámbito profesional sino en todo el espacio
público, pueden haber adquirido un juicio
crítico simple
y pertenecer a esta categoría,
ya que no por el hecho de tener una licenciatura en algo se
dominan las ideas de su campo categoríal. Muchos
ciudadanos, incluso habrán podido llegar a desarrollar un
juicio crítico sin necesidad de pasar por ninguna
institución de enseñanza, sino aprendiendo de la
experiencia en la vida y de los demás ciudadanos que le
rodean, dedicando su ocio al aprendizaje a través del
diálogo y mediante el intercambio con sus
conciudadanos.

En principio, alcanzar este grado no parece muy
difícil, pero si planteamos algunas de las dificultades
que lo impiden su consecución ya no nos parecerá
tan clara. Todos los elementos ideologizantes de la sociedad
laboran contra la ciudadanía crítica, las
deficiencias en las necesidades materiales básicas de la
existencia (higiene, comida,
vivienda, formación y ocio), así como el trabajo
intensivo y extenuante, también laboran en su contra. Por
eso el porcentaje de ciudadanos críticos en los diversos
Estados es tan pequeño, porque determinados requisitos
mínimos indispensables se incumplen flagrantemente o son
simplemente inexistentes y porque demasiadas fuerzas e individuos
laboran intencionadamente en su contra.

 

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