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proceso de la reflexión - Albert
Schweitzer y el pensamiento perdido - Konradin
Kreutzer, la música y la persona - Versos
libres - Bibliografía
I
Inicio
En diálogo
con un amigo, me permití apuntar hacia el hombre
práctico de nuestros días, aquel individuo que
todo lo cosifica y que corre, corre sin más, y en la prisa
no inhala el suficiente aire, no se da
tiempo para
expandir sus pulmones y activar neuronas, provocando
meditaciones. Lleva –argüía- fetidez y
oscurecimiento. Huye del pensar.
El individuo, ante la huida del pensar,
pasa a ser un perpetuador de pesadillas o, como bien definiera
Hannah Arendt, el pater-familias que advierte a los suyos:
"¡No te metas!" .
Prefiere paganizar la vida antes que
soportar el imperio de la libertad.
Porque, recordemos, libre es aquella persona que
primero dejó de ser individuo –mero átomo
irrelacionado- para luego darse al Otro, conocerlo, escucharlo y,
junto con ello, reconocerse y encontrar su Yo, logrando unicidad
al tiempo que deviene en armonía con sus pares, con
elevación de espíritu.
Individuo, pues, que en relación con
el Otro pasa a ser persona y esta en posición de percibir
lo trascendente, lo inasible de la vida que es, según lo
entendemos, la esencia de la misma.
El filósofo Martín Heidegger
apunta al meollo del problema de nuestro tiempo: la huida ante el
pensar.
II.
Intervalo
Visitaremos tres aportes de Heidegger que hacen
relación al mismo tema. Tres reflexiones de variada
complejidad e intensidad, aunque con un mismo sustrato; sucedidas
en el tiempo a través de intervalos de igual o similar
duración: cinco años. La primera en 1944/45, la
segunda en 1949 y la tercera en el año de 1955. Las dos
primeras fueron en el periodo más conflictivo del pensador
alemán en que estuvo vigente la prohibición de
enseñar.
Por tanto, son para nosotros tres momentos de un
único pensamiento
que tuvo sus instantes de recogimiento para nacer a la conciencia y
dejar su huella para ser visitada por la humanidad.
Pensamos que lo trascendente hizo aquí su parte,
a través del intervalo, esa pausa intemporal luego pautada
por lo temporal pero nunca mensurable en su duración en
tanto sucede mas allá de lo lineal, en el espacio de la
creación personal.
Por el intervalo se accede, a posteriori, convenimos
nosotros, a lo trascendente, a aquellas regiones del
espíritu que nos sustancian y decoran para regresarnos al
camino con otra perspectiva que nace de una tal
experiencia.
El intervalo, lejos de ser una interrupción es el
puente que nos permite acceder a lo creativo, a la esencia de la
reflexión a partir de la cual tanto creamos como
recreamos; regresamos, sí, pero restaurados. Intervalo,
reiteramos, no mensurable aunque sí apreciable,
retrospectivamente. Es la fragua donde fundimos metales para
quitar impurezas y llegar a crear una pieza pura que imane su
luz y proyecte
mejores obras.
Intervalo que da paso a la intuición. Por ello,
nos valdremos de un esclarecedor ensayo sobre
teoría
de la creación artística, intitulado La
energía del intervalo, en donde sus autores, Mario y
Pablo Stratiotis, coinciden, entre otros conceptos que guardan
relación directa con nuestro tema, con Bergson, en el
sentido de que la intuición es inefable y que a partir de
la cual se tiene acceso a la autentica realidad. Intuición
creadora que tiene carácter holístico, totalizador,
tanto por lo que ella capta como por las aptitudes que en ella
confluyen: lo intelectual, lo volitivo, lo emocional,
etcétera. Es, asimismo, el puente por el que el sujeto
humano pasa al mundo de la libertad, de la plenitud, de la
creatividad.
Ahora bien, estamos por iniciar una caminata y ya es
tiempo que de comienzo la misma.
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