Actividades
gremiales
Fue Vasconcellos también, un destacado
gremialista, luego, defensor a ultranza de las condiciones
esenciales en el desempeño digno de toda labor, fuera esta
educacional, profesional o laboral.
Prueba de ello, por ejemplo, es su paso digno y
comprometido por los siguientes cargos:
- Secretario de la Asociación de Estudiantes
Normalistas; - Secretario de la Federación Magisterial
Uruguaya; - Directivo de la Asociación de Maestros de
Montevideo; - Directivo de la Unión Nacional del
Magisterio; - Director de la Revista
Uruguaya de Ciencias de la
Educación; - Directivo del Centro de
Estudiantes de Derecho; - Delegado de Derecho a la Federación de
Estudiantes Universitarios del Uruguay; - Delegado del Magisterio Uruguayo al Congreso
Latinoamericano de la Escuela
Laica, realizado en Buenos Aires
en el año de 1947.
En lo periodístico, ejerció como
co-director del periódico
Sur, como co-director y director del diario Acción
–1951/1955 (junto a Luis Batlle de quien fuera amigo y
correligionario), como así también director del
semanario Vanguardia,
bien como columnista en estos como en otros medios tanto
en el Uruguay como en el exterior.
De su vasta actividad política, cabe
mencionar que fue Representante Nacional por Montevideo
(1951/1959), Ministro de Ganadería
y Agricultura
(1955/1957), de Hacienda (1957 a febrero 1959), Consejero
Nacional de Gobierno
(1963/1967) y Ministro de Hacienda, por cien días, en la
Presidencia de Gestido, sin olvidar su cargo de Senador de la
República (desde 1º de marzo de 1967, reelecto en
1971, cesado por la fuerza el 27
de junio de 1973).
Fue, también representante de nuestro país
en distintas y especiales instancias en el concierto
internacional, como ser:
- Presidente de la Delegación Uruguaya a la
Conferencia Internacional Económica
realizada en Buenos Aires, año 1957; - Presidente de la Delegación Uruguaya a la
Reunión Internacional del Banco
Mundial en Río de Janeiro, año
1967. - Miembro de la Delegación Uruguaya a la
Asamblea General de las Naciones Unidas, en New York,
año 1987.
Don Amílcar, como le llamaran sus amigos y
estudiantes, falleció el 22 de octubre del año
1999.
Febrero
amargo
Hecha la presentación, en especial para las
generaciones que no le conocieron directamente, vayamos
directamente a la instancia en la que comienza a delinearse lo
que, a posteriori –27 de junio de 1973- se conociera como
el golpe de Estado,
perpetrado por Juan María Bordaberry y las Fuerzas Armadas
de aquel entonces.
En febrero de aquel año, una única voz
partidaria, más allá de la otra y complementaria,
en lo periodístico: Don Carlos Quijano, sistematiza en una
prédica pública tan encendida como valiente, una
obra en forma de libro que
denominara "Febrero Amargo".
Así, Amílcar Vasconcellos, maestro,
abogado, escritor y hombre
público, denuncia con voz firme y a todos los vientos que
estaba fraguándose un quiebre institucional. Voz digna
aunque solitaria en su Partido, hablo a igual nivel de
representación política y parlamentaria,
Vasconcellos no tuvo pelos en la lengua.
En su obra, por ejemplo, encontramos al inicio esta
frase salida de la pluma de un hombre recto: "Si en las horas
difíciles los dirigentes callan –y en la modestia de
mi electorado tengo la responsabilidad de esclarecer y orientar un sector
de la opinión ciudadana-, ¿qué se puede
pedir de los militantes, a quienes, un día tras otro, se
les viene brindando un enfoque parcial de una realidad que es,
naturalmente, mucho más compleja?".
La información como ineludible tarea del
hombre público para con la ciudadanía. Lección de él,
base o piedra fundamental, mejor dicho, del batllismo, el
único y verdadero, el de José Batlle y
Ordóñez, que también siguiera su sobrino,
Luis Batlle Berres y luego, tristemente, buscaran enterrar otros
hombres públicos que hoy reciben su justo salario por parte
de la gente, que consiste, así lo estimo, el que les
dará la historia: el
olvido.
Pero estamos en febrero de 1973, con Vasconcellos
queriendo reunirse con el Presidente de la República para
alertarle de lo que ya se avecinaba en el horizonte, y el
mandatario alegando el consabido: "No está, no contesta"
renunciando, pues, a su responsabilidad democrática y
republicana y tomando para sí, cual recibo de mensaje
divino, otro lugar en la historia de su pueblo. Hombre que hasta
el 27 de junio al mediodía podía ser reconocido
como Presidente de la República, y al anochecer del
día, anocheció su condición ciudadana y su
apego a la Carta y a las
Leyes,
mereciendo, apenas, el rótulo de dictador sin poder,
vértice inactivo de una figura que lo utilizara mientras
le fuera útil y que cuando pretendiera ser lo que nunca
fue, por imposibilidad teórica y práctica, le hizo
a un lado, definitivamente.
Vasconcellos en febrero de 1973, hizo más que una
obra, que un libro, dio voz a lo mejor del hombre responsable y
público. Tuvo coraje, tuvo sustrato moral y,
además, lo que dijo, lo dijo con altura, la de un
maestro.
Fue un hombre directo, no pocas veces rudo pero franco y
abierto. Dispuesto siempre a la escucha y al diálogo.
No de otra manera consideraba él, como usted y yo, la vida
en comunidad, sino
sobre una base de dignidad y
respecto para con el otro, a partir de la cual atreverse a ser
libre y estar al descampado.
Febrero Amargo, esa obra del ciudadano, dio ejemplo
cabal que en la vida una persona puede ser
ética,
debe serlo y no se lo impide nada ni nadie porque la ética
va con el respirar del espíritu que se expresa en la
gestualidad de un ser maduro y solidario.
Invito, pues, a todos quienes no hayan leído esta
obra, lo hagan, como lo hicieron, eventualmente, con otras obras
escritas por otros hombres y mujeres protagonistas de aquella
hora y esa circunstancia en la vida del Uruguay.
El último en
salir
Como consecuencia de aquel febrero, arribamos al 27 de
junio de 1973, momento en el que se produce el cierre de las
Cámaras por parte de las Fuerzas Armadas.
Horas previas, se da una sesión extraordinaria,
en este caso en el Senado de la República,
interviniendo varios oradores, representantes de los diferentes
Lemas en el Poder
Legislativo. Uno de ellos es, notoriamente, Amílcar
Vasconcellos, de cuya intervención, extraemos estas
palabras: "Hay triunfadores efímeros que las hojas del
viento de la historia desparraman, y se olvidan hasta del odio de
los pueblos. Ellos se sentirán vencedores, y muchos
serviles y miserables se acercarán para decorar una
situación momentánea, pero ya sentirán
también el látigo de la historia sobre sus nombres
y el de sus hijos, como una mancha indeleble por la inmensa
traición que están cometiendo contra el Uruguay. Y
de eso, señor Presidente, no los salvará
absolutamente nadie; contra esto, nadie puede defenderse."
Ciertamente que no, no se puede.
Vasconcellos esa noche, estaba armado. Llevaba consigo,
dos armas cargadas y
previamente ajustadas, dispuesto a enfrentar lo que viniera. Y no
se apuró en salir del recinto parlamentario, por el
contrario, fue el último parlamentario, de todos los
partidos, en abandonar el recinto. Y, además, lo hizo
saludado con efusivos aplausos de todos los funcionarios que aun
continuaban en el Palacio.
Llegó a su casa a primeras horas de la madrugada,
con varios amigos, algunos parlamentarios y otros de distintas
profesiones.
Por un testimonio de uno de ellos, puedo afirmar, sin
sombra de duda, que el Senador Vasconcellos, en momentos de tanta
incertidumbre, y ante posibles acciones
armadas, tenía aun consigo las armas que portara durante
en el día y en el propio Senado de la República,
como antes citara, a saber: un revólver Colt, calibre 38,
y una pistola Colt, calibre 38, superautomática.
Pero tenía, también, cargada y revisada, sobre la
mesa de su escritorio, una ametralladora Thompson 45, que le
había sido regalada por el ex presidente de la
República, don Luis Batlle Berres.
El caso
Brizola
Vasconcellos nunca padeció al contrario que
muchos, de lobotomía ideológica alguna, cuando
tenía frente a sí a un hombre con pensamiento
propio, concordante o discordante con el suyo, pero que en
común ambos tuvieran lo que hay que tener: Dignidad y
seriedad, en un marco operativo democrático y
republicano.
Tal es, a modo de ejemplo entre otros, el caso del
político brasileño Leonel Brizola.
Ya en plena dictadura, hay
una persecución y hostigamiento a diferentes
personalidades extranjeras aun presentes en el país, como
pasó con Leonel Brizola. Este connotado político
brasileño, se viene a exiliar al Uruguay, en el año
1964, cuando se da el golpe de Estado en el
país hermano, junto con otros políticos
brasileños y aquí va a estar casi por trece
años, hasta que el doctor Aparicio Méndez,
presidente de facto, lo expulsa.
En primer lugar, se generó una relación de
amistad entre
Vasconcellos y Brizola, por un episodio bastante ocasional. El
brasileño tenía que llevar a una clínica
médica en Glasgow, Escocia, a uno de sus hijos a efectos
de ser intervenido quirúrgicamente, y quería
acompañarle pero si iba perdía el estatuto de
asilado. Entonces, hubo una serie de gestiones por parte de
Vasconcellos, por las cuales consiguió se le permitiera a
Brizola acompañar a su familiar, en una operación
que fue exitosa, y volver manteniendo el estatuto de
asilado.
Ahí nació una amistad, no sin que mediaran
varios asados en Atlántida, por ejemplo, y a posteriori,
la situación se va complicando, hasta que un buen
día el doctor Méndez, bajo la presión de
las autoridades del Brasil de aquel
momento, decide expulsar a Leonel Brizola del territorio
nacional.
Brizola, sorpresivamente no tenía dónde
ir, puesto que le dio un plazo muy breve en horas –uno
piensa si realmente quería que saliera del país
como entró, al menos- hace gestiones sin mayor suerte.
Llama a Vasconcellos, un amigo común a ambos, un
brasileño -militar retirado y gaúcho, según
tengo entendido- a lo que don Amílcar responde
afirmativamente e inicia otras gestiones, en momentos incluso
para el propio uruguayo, muy difíciles.
No debemos olvidar que Vasconcellos estaba proscrito por
la dictadura, pese a lo cual, hizo gestiones ante la Embajada de
Portugal, e hizo otra gestión, en ese momento estaba Jimmy Carter
como Presidente de los Estados Unidos de
América, esta vez ante la Embajada de los
Estados Unidos en el Uruguay.
El plazo para Brizola vencía al
atardecer -momento en el que iba a ser detenido, expulsado
y entregado a las autoridades brasileñas. A media tarde,
le comunicaron de la Embajada americana en Montevideo que
sí, que Leonel Brizola podía entrar al territorio
de los Estados Unidos de América –piensa uno que
recibida la luz verde por
parte del Departamento de Estado
norteamericano-.
Vasconcellos fue en su auto, un Saab blanco del
año 1966, hasta la Rambla y Larrañaga, hoy
denominada Luis Alberto de Herrera, y en su auto lo subió
a Leonel Brizola, lo trajo por la Rambla, y lo llevó y
entró en el edificio de la Embajada de los Estados Unidos
de América, donde quedó alojado hasta el otro
día y al otro día, entonces, emprendió un
vuelo rumbo a los Estados Unidos. Estuvo cerca de dos meses en
tal país, para luego vivir mucho tiempo en
Lisboa.
Ahora usted, con estos datos, sin
agregados de mi parte, saque sus propias conclusiones sobre la
talla de este hombre público.
El
Pensador
Es mediodía en punto. Es la hora de comenzar,
dicen algunos. Yo, por lo pronto, iré a votar. Pues
estas líneas fueron escritas el domingo 31 de octubre del
año 2004, en la ciudad de Montevideo, capital del
país que hoy elige Presidente, Vicepresidente y a todos
sus parlamentarios.
Vale el ejercicio del sufragio, modo
honroso de ejercer nuestra condición ciudadana. Pues eso
de hundir la mano en la urna, como dijera en otra oportunidad, es
para uno como hundir la mano en garra, en la negrura
húmeda de la tierra
fértil del mañana, construyendo el porvenir de
nosotros y de los nuestros.
Hay mucho e importante por decir del ciudadano
Amílcar Vasconcellos, pero lo haré como dijera,
desde un ensayo
ensayo
latinoamericano, despojado ya de cualquier cariz
político-partidario.
Hasta aquí, pues, este testimonio sobre un hombre
recto y un educador, un Maestro en la primera y más rica
acepción del término. Vasconcellos, otro más
de los nuestros, no importa el signo ideológico siempre
que esté antes y más alto, el respeto para con
el otro.
Ah! Y me despido, brindando con una copa de agua, como lo
hubiera hecho, a no dudar tanto José Batlle y
Ordóñez, cuanto Luis Batlle y el propio
Amílcar Vasconcellos. Como lo hacen hoy tantos
uruguayos batllistas y no batllistas pero, ante todo,
responsablemente ciudadanos de un Uruguay que, más
allá de sanguijuelas y comodrejas, va a más; a
mucho más y no quiere, ni debe, so pretexto de una
supuesta pero falsa libertad de
mercado, terminar
con la entrega misma de la sangre de nuestra
Patria Grande: el acuífero Guaraní que es, a no
dudar, lo que va, cual fuente subterránea, por debajo de
todo este proceso de
enajenación del agua que, afortunadamente,
no va a pasar porque la ciudadanía será conteste en
corregir los horrores cometidos por unos pocos.
Don Amílcar ha entrado en la historia del Uruguay
como de nuestra América Latina, por la portada a la cual
acceden los grandes.
Faltará, entonces, referirnos al Pensador, pero
eso lo haremos desde nuestros "Ensayos
Latinoamericanos" pues ha sido muy fecundo el aporte de
Vasconcellos a la causa de la Patria Grande. Algo que saben
muchos pueblos de nuestra región pero que aquí y
por imperio de la pequeñez de algunos que ya fueron pero
que mientras estuvieron como inquilinos del poder, operó
un silencio indigno para con Vasconcellos bien como para con
otros uruguayos y pensadores, hombres y mujeres, relegados, que
pretendieran –mejor dicho- relegarlos al lugar que estos
pequeños seres, hoy ingresan: al reino del
olvido.
Reitero que hay mucho más para compartir –y
sobre esto reflexionar- de la rica existencia de este hombre
artiguense que nunca olvidó su pago y menos su
condición americanista.
Una vez más, lo reitero: la ética es
posible. El Maestro Vasconcellos, así lo dio a entender
con su proceder en esta vida y que por imperio de su
acción, hoy está, cada día más y
mejor, en nuestra memoria
colectiva.
Ahora me voy a votar, no sin antes tomar otro sorbo de
agua, que dicho sea hoy sabe tan rica como
nunca:
¡Salud!
Goethe, Johann Wolfgang – La
vida es buena (Cien poemas),
Colección Visor de Poesía, Madrid,
año de 1999, Pág. 136.
Héctor Valle
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