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Sin niebla en los ojos (página 4)




Enviado por Theodoro Corona



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Todas las culturas del hombre condenan el asesinato; no existe legislación del mundo que premie el asesinato, por contrario todos lo condenan. Advierto que sólo estoy refiriéndome a la legislación civil, aquella que registra el contrato social de una comunidad que requiere vivir en la civilización avanzada de los hombres.

Sin ánimo de imponer criterios religiosos, pero tampoco por ello evadiéndolos en su dimensión moral y ética, debo referirme a esos valores que condenan a un ser vivo no nacido, pero con alma desde su gestación. Porque no basta con decir que el aborto es uno de los crímenes más abominables porque, entre otras cosas, va dirigido a un ser desprovisto de medios de defensa y sometido a la voluntad de un semejante que está en la obligación de protegerle. Es perversa la figura del aborto precisamente por ser cobarde e injustificable.

No debemos olvidar que todos los seres venimos al mundo provistos de una libertad trascendente, cuyo respeto debe estarle garantizada para que su condición de persona humana se manifieste inconmensurablemente. Esa libertad no se inicia con el nacimiento sino con la propia gestación, por lo que podemos afirmar que la libertad es un don genético aunque ella no sea identificable por la gética misma. Al establecerle a la libertad un inicio genético sólo lo hago animado por ir a la raíz misma de la concepción, donde se establecen las características de los seres nacidos a través de la sexualidad.

El derecho a nacer una vez concebido el ser, es inalienable y todos estamos en el deber de velar porque así sea.

Existen estadísticas que nos narran fatalmente cómo se comporta la "industria del aborto" y la dimensión económica que tal practica le genera a un mercado inhumado y grotesco. Hace algunos años obtuve la información de que el aborto era capaz de generar anualmente colosales cantidades de dinero comparables a la producción petrolera de Venezuela. Esta sola comparación nos dice por qué el aborto fue y sigue siendo un comercio provechoso para quien lo practica. Es conveniente en este punto señalar quienes estarían sumergidos en este acto bestial. Primeramente hemos de señalar a la mujer como la principal y fundamental protagonista del crimen, pues es desde el interior de su cuerpo de donde se va a extraer la criatura susceptible de asesinato; es la voluntad de ella la primera implicada, ya que bastase su no-aprobación para que no se dé la condición primaria. En este crimen concebido por una o más personas, quedan implicados los profesionales de la medicina que lo practican, así como el personal que les asintiera. De igual forma son culpable todo aquel que conociendo la intención no haga algo por evitarlo, bien sea dialogando con la madre con la finalidad de hacerle desistir o denunciando a las autoridades el crimen que se ha de cometer.

Hoy existen legislaciones de algunos países donde la practica abortiva está permitida, no sólo por profilaxis, sino por inferir que la mujer es dueña de su cuerpo y por tanto de su gestación. En estos casos, evidentemente, la autoridad civil que pudiese evitar el aborto no lo haría porque la misma ley lo permite, sin embargo, existen legislaciones que "regulan" los tiempos para que la mujer pueda practicarse el aborto.

Podemos decir sin lugar a equívocos que el aborto, así mismo, es una ofensa a la dignidad de la mujer, aun cuando ella dé su consentimiento. No se puede pasar por alto que la mujer no es un conejillo de indias sobre el cual se puede desarrollar experimentos, y el aborto siempre tendrá esa categoría porque las consecuencias del acto abortivo son en verdad desde el punto de vista científico impredecibles.

Pero, no pensemos ni por un instante que la mujer-madre está sola en este indeseable protagonismo, no, también el hombre-padre registra una culpabilidad inexorable y condenable desde todo punto de vista, pues su compromiso de paternidad responsable le acusa de manera directa.

Todo lo anteriormente expresado va incuestionablemente hacia la defensa de la dignidad del no nacido, quien desde el primer momento de su concepción merece respeto y cuidados ilimitados.

La religión católica, que profeso, ha dicho que el aborto es condenable como crimen nefando y ello deben ser aceptados así por todo bautizado.

La Iglesia en su afán de procurar una visión integral de la vida ha puntualizado su desaprobación de toda acción gubernamental dirigida a la limitación de la concepción, incluida la esterilización y el aborto provocado.

La planificación familiar no sólo es necesaria sino deseable y nos corresponde ser muy responsables en esta delicada materia. De esta práctica dependerá la futura familia y su propio bienestar económico. Pero, veamos que ese bienestar económico no sea un medio para la acción egoísta que proponga de manera prevalente nuestra prosperidad sobre la posibilidad de tener, crear y educar a los hijos. No niego, dejaría de ser el padre de familia que soy, que los hijos son exigencia y compromiso, pero ello no obsta para asumir el rol de la maternidad y la paternidad responsable. Con mi pareja he de decidir responsablemente los hijos que podemos, debemos y deseamos procrear, para lo cual debo instrumentar un método que regule la concepción natural producto del amor sexual. No quiero confundirme en la pléyade de moralistas que no proporcionan herramientas seguras y confiables para evitar la concepción, pero por ello no voy a caer en la recomendación de métodos considerados pre-abortivos, micro abortivo y definitivamente abortivo.

La elección de un método anticonceptivo es una decisión que sólo le compete a la pareja, pero ello no es motivo privativo para procurarnos una asesoría profesional y espiritual conveniente, dependiendo de nuestra formación y fe religiosa.

En sentido general, y a los efectos del conocimiento, existen diversos métodos para el control de la natalidad, sin embargo, ellos deben ser evaluados de manera separada en atención a los diversos factores que los conforman, mismos que tienen efectos diferentes para cada persona.

Aquí me limitaré al método ogino-knaus, conocido como método rítmico, que se fundamenta en el ayuno de las relaciones sexuales genitales durante los días considerados como fértiles. Mediante la ayuda de una programación estableceremos el período fértil considerado desde cinco días antes de la ovulación hasta dos días después del mismo. La manera de conocer los días de fertilidad lo haremos mediante la toma de la temperatura corporal basal de la mujer, suele subir un grado durante los días considerados como fértiles, y la observación del moco cervical que debe ser transparente, húmedo, viscoso o elástico. Según estadísticas este método se considera seguro en un 81%. Quiero insistir en la necesidad de procurarnos la ayuda o asesoría de personal profesional competente, que nos proporcione indicaciones e indicadores para lograr el objetivo que nos ha trazados en virtud de una sana relación sexual conyugal.

Consciente está la Iglesia de las limitaciones del mundo con relación a la superpoblación, pero ello no faculta una intervención violenta de los derechos humanos. En este campo la responsabilidad de los gobiernos y los medios de producción debe estar dirigida hacia el reto de la productividad, como aliada de una doctrina social que eleve al hombre en su condición antropocéntrica. Nada vale más que el hombre, nada puede de ninguna manera estar sobre él como criatura humana.

Por otra parte no debemos olvidar, sin ánimo de ser polémico, que el problema de la superpoblación ha venido siendo utilizado como excusa de gobiernos poco ocupados por el bienestar de sus naciones y por los profesionales de la "industria" del aborto que hacen lucrativos negocios partiendo de tales premisas.

Este tema, debo observar, es apasionante como lo es todo aquel donde esté involucrada la libertad del hombre como persona humana. En mi libro "Su Excelencia El amor" toco con detenimiento el amor conyugal, así como los principios morales que rigen esta célula fundamental del amor humano.

Allí opino que: siendo un acto privativo de libertad la escogencia de la pareja, la unión conyugal se perfecciona en la fundación de la familia en cuyo seno son los hijos faros para los caminos que han de transitarse de generación en generación. Los hijos perfeccionan la unión conyugal a través del acto amatorio que fecunda y da vida. La vida no surge donde el egoísmo reina, ella sólo estará presente en un medio propiciatorio para el compartir

El matrimonio no genera derechos de los cónyuges de manera impersonal, sino actuando como pareja, porque una vez cumplido el acto que lo consolida convierte a los cuerpos en un solo cuerpo, unidos por un lazo indestructible. Como sacramento sólo puede ser recibido una vez y su disolución natural y sin intervención de ninguna razón o decisión jurídica, únicamente se logrará cuando la muerte separe a la pareja. Solamente en ese momento se rompe el compromiso y se retorna a la libertad de escoger una nueva pareja.

Por razones de cualquier otra naturaleza el matrimonio puede llegar a su término, pero ello no desliga el lazo contraído. Por lo que los esposos quedando unidos se les impiden acceder al sacramento de la Comunión, si se han unido a otra pareja aun por el matrimonio civil. Quienes así actúan sólo consolidan una situación adulterina, no suspenden la fidelidad contraída en el matrimonio eclesiástico. Mientras esto no suceda y se mantengan separados sin ningún vínculo afectivo con otra pareja, el divorciado civilmente puede acceder a la Comunión. De no casarse civilmente, pero haciendo vida marital con otra pareja, su situación es de adulterio, por lo que viviendo en pecado mortal tampoco puede acceder a la Comunión. Tendría que ir primero al sacramente de la Confesión y abandonar la vida en adulterio, sólo así, únicamente así podrá gozar de la gracia santificante que trasmite los sacramentos.

Como poeta soy un enamorado de la prosa sublime de Neruda

"Para mi corazón basta tu pecho; para tu libertad bastan mis alas"

Capítulo VII

La espiritualidad

Llegamos a un tramo de nuestro libro donde se hace necesario incorporarnos de manera plena a la vida. Si nos ocupamos de la felicidad, el compartir, la amistad, el amor, el matrimonio y el perdón sin duda que el plan rector de todas estas manifestaciones lo constituye la espiritualidad. Pero, ¿cómo interpretar la espiritualidad sin que el idealismo lo invada y lo deje tal pieza de museo en un mundo donde el materialismo se impone? ¿Cómo lograr armonizar lo material con lo espiritual, sin que nos quedemos encallados en el promontorio de arena?

La espiritualidad nace de nuestro interior y se desenvuelve en el mundo exterior. Es, la espiritualidad, un pasaporte polivalente que nos permite adentrarnos en el mundo con una particular herramienta que no es otra que nuestra personalidad. Pero, como dejamos unas interrogantes que nos piden definiciones y conductas espiritualistas, veamos lo que para mí significa la espiritualidad y cómo debe afrontarse el mundo materialista donde nacemos, crecemos, nos desarrollamos y morimos.

El cuerpo, ese mágico envoltorio con el cual transitamos por la vida, es el asiento del espíritu o alma; extracto que le da al hombre ese carácter divino y de naturaleza divina. Al otear el mundo nos vemos sumergidos en unos espacios compartidos con seres no inteligentes, pero que conforman junto con nosotros la maravillosa creación; el único universo.

Si el hombre es de naturaleza divina, tal como lo sabemos y lo he afirmado, su mundo necesariamente registra para sí espacios alejados del materialismo, por lo que somos capaces de crear situaciones satisfactorias partiendo de un mundo inapreciado para el ojo humano, pero de una existencia imposible de negar.

Cuando ingerimos alimentos, por ejemplo, estamos ejecutando una acción material en su contenido y proceso orgánico, pero también espiritual en su contexto y satisfacción. Lo hacemos, el comer, para satisfacer la necesidad del organismo y su demanda de energía, pero recordando que "no sólo de pan vive el hombre" Este acto fundamental en la vida de todo ser vivo, pero especialmente en el hombre, involucra una serie de acciones metabólicas que permiten su desarrollo de manera armónica en nuestro organismo. Este simple, pero importante acto, nos ilustra cómo una acción material se reviste de una espiritualidad vividencial.

Hay que vivir la espiritualidad de manera introspectiva, pero también hacia nuestros semejantes, con la finalidad de ofrecernos como canalizadores de esa energía vibrante que es medio de superación personal.

Cuando la espiritualidad de una familia posee un alto grado de desarrollo y su presencia es activa, ese núcleo familiar crece de todas las maneras y en todas las direcciones.

Al experimentar ese desarrollo espiritual que nutre las bases de la célula, ella no tiene fronteras y su desprendimiento le permite ir hacia verdes praderas. Ese ciclo que se inicia con la menor expresión espiritual que te puedas imaginar, suprime el materialismo y lo condena al ostracismo; no hay cabida para exagerados condicionamientos sociales, expresados bajo la insignia del egoísmo, único elemento execrable de nuestro condensado temario.

Podemos, si así lo deseamos, experimentar ejercicios de espiritualidad que nos permita un crecimiento sostenido de la fe, bajo la influencia de la caridad. En oportunidades creemos que nosotros estamos excluidos de esa caridad, lo que no es cierto, pues el orden comienza por casa. Si nuestro crecimiento espiritual se ve afectado por elementos extraños incontrolables todos perdemos, ya que afecta la espiritualidad de conjunto. No existe crecimiento sano del núcleo cuando uno de sus componentes está expresado de manera negativa.

Ejercitar la espiritualidad dependerá de nosotros y de nuestro aporte, lo que nos pone la cuestión sumamente fácil, porque ¿quién no querrá crecer? Lo que sucede a menudo es que nos descuidamos y nos sometemos al abandono espiritual, ubicándonos en los prados secos e infértiles. Muchas veces oímos que se nos recomienda orar, pero le hacemos caso omiso a esta poderosa herramienta y nos olvidamos de esa comunicación. No quiero decir que por no tener el "habito "de la oración nos veremos olvidados por Dios, no; sólo que no somos orientadores de la energía que fluye de la oración misma. Llamar de vez en cuando a un amigo mantendrá la amistad viva, dejarlo en el olvido nos apartará algún día definitivamente de él.

No son pocos los pensadores que han escrito sobre el poder de la mente y muchos los tratados de parasicología que recomienda la meditación como medio de gran fuerza espiritual. Pues bien, qué cosa es la oración sino una meditación profunda que nos permite comunicarnos con el Creador y sus discípulos. Si entendemos bien, por discípulos tenemos a todo aquel que en vida siguió las enseñanzas de Jesús y convirtió su existencia en ánfora de espiritualidad. ¿Cuántos son? Suponemos que deben contarse por millones, y no sólo aquellos reconocidos como santos por la Iglesia Católica. Ellos representan para nosotros predecesores, pero además un vehículo seguro y firme de comunicación con el Supremo Hacedor. Nada hará crecer más nuestra espiritualidad que la oración, la cual debe ser a tiempo y a destiempo.

"La santidad no es tal o cual práctica sino que consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, concientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre" (santa Teresita)

Ignacio Larrañaga en su obra "Muéstrame tu rostro" apunta que: "Dejándose llevar confiadamente por el Padre, Jesús de Nazareth ha adquirido una estatura moral única, convirtiéndose en testigo incorruptible del Padre, lleno de libertad interior" Esta expresión plena de una profundidad humana ejemplarizante, nos indica el honor y la gloria de quien se abandona al crecimiento espiritual sin pretextos, y también nos presagia el premio que nos haremos acreedores cuando al final de los tiempos seamos señalados como discípulos de Cristo Jesús.

Como la confianza no se rivaliza, pido sí comprensión por aquellos lectores que vean en este capítulo de "La Espiritualidad" una narrativa que pudiera serles un tanto identificada con la fe católica. Ellos estarían ciertamente en una presunción correcta, pero también les pediría que se observe la limpieza para con la idea del crecimiento espiritual, el cual fundamento en el respeto por todo tipo de inclinación religiosa, pues si bien se recomienda el ejercicio de la oración como medio de crecimiento, ésta se equipara con la meditación que muchas otras orientaciones espirituales señala como medio fértil para el crecimiento espiritual.

La franqueza que tanto se estima cuando alguien tiene que comunicarnos algo sobre nosotros mismos, es en este caso particular una gracia recibida, y quiere ser así comunicada a todos.

No he encontrado medio más firme que la oración para penetrar los insondables caminos de la perfectibilidad espiritual, siendo que, igualmente, le confiero a los asuntos netamente materiales un abono que fertiliza sin contaminar los logros.

Nada me impide poner en manos de Dios mis asuntos personales, confiándole mis avances y, por qué no, también los retrocesos que me sirven de acicate para corregirles. Es molestoso tener que cargar con cruces pesadas, pero ello no debe ser problema para continuar por los polvorientos caminos de la vida, hay que recordar que todo esfuerzo conlleva una conquista y toda conquista un beneficio.

No dejes al azar la meta

No llegues al objetivo por casualidad

Ello no será conquistas sino signo de fatalidad

Durante el trayecto del libro he propuesto varias fórmulas que
de seguro nos alimentan para tener momentos felices en ausencias de metas felices,
esto porque nada daña más una meta feliz que un camino descalabrado.
Debemos recordar que la felicidad no es una meta en sí misma, sino un
camino; por lo que los caminos que transitemos serán en definitiva los
que marquen los logros. Cuando transitamos vamos sosteniendo nuestra condición
de seres bendecidos por Dios, lo que nos permite ir de la mano de Dios mismo.
Si estamos seguros de esta afirmación podemos decir como el salmista:
Si Dios está conmigo, quien podrá contra mí. No sé
que tan difícil o fácil pueda resultarles sostener esta inconmensurable
fe, pero seguro estoy que una vez logrado tal posicionamiento nada ni nadie
nos separará de la sombra del Señor y los dominios estarán
allí para ser ejercidos por nosotros.

La espiritualidad que le imprimamos a nuestros proyectos de vida es una
condicionante que nos hará ver con mayor claridad los pasos que hemos
de dar para solventar escollos o promontorios de arena que nos quiera obligar
a desechar metas propuestas. Esa espiritualidad debe ser, por lo tanto, firme
y en crecimiento, todo lo contrario a entrega o abandono de la perseverancia.

"Caminante no hay camino

Se hace camino al andar…"

Esta afirmación del poeta español Antonio Machado, nos brida con toda exactitud la enorme voluntad que espiritualmente hemos de tener para ir haciendo caminos.

Los maltrechos parajes, las umbrosas veredas y las duras cuestas están allí para ser convertidos en caminos, largas o cortas, pero al fin al cabo senderos que hemos de transitar para ir de la mano de la vida. Tengamos por seguro que debemos cumplir sin mirar atrás lo que nos hemos propuesto, pues no nos estaría permitido quedarnos en la mitad, pues sólo quien nos ha dado la tarea conoce el momento de parar.

La concepción materialista del mundo ha venido negando lo que está implícito en la propia negación, pues nadie niega lo que potencialmente tiene probabilidades de existir. Cuando se afirma que el cuerpo humano es simple materia corruptible, no se niega la existencia en ese cuerpo del alma, sólo se está afirmando una verdad axiomática, pues ciertamente el cuerpo humano es corruptible. "Polvo eres y en polvo te convertirás" Sin embargo, esa materia movida por los mecanismos biológicos poseyó un hálito de vida imperecedera que no murió con él, sino que intangiblemente se proyectó hacia el encuentro eterno. Esa verdad sostenida por la fe nos envuelve de manera también natural, como naturales fueron la vida y la muerte humana.

La espiritualidad hay que vivirla en todos los aspectos de la vida pues inyecta el necesario influjo para que los actos sean y tengan verdadero sentido.

Hablar con sentido significa darle a las palabras, frases y oraciones un objetivo claro e inequívoco que haga comprensible lo que queremos decir y decimos.

Reír o llorar, expresiones disímiles entre sí, tendrán cada una sentido en el momento apropiado, pero no son manifestaciones carentes de espiritualidad.

En cierto sentido nada escapa a la espiritualidad, así como toda acción le es propia a la vida.

Existen infinidad de manifestaciones espirituales que podemos subrayar, pero una en su conjunto le hace envolvente y le coloca como la más sublime de las manifestaciones humanas: Amar. De allí parte absolutamente todo, y nadie puede negar que aún siendo insustancial, el amor existe producto de la espiritualidad y no de la material mortal.

La fuente de los sentimientos, el amor lo es, no es la mente, ya que en ellos intervienen acciones inherentes al espíritu. Los animales carecen de espíritu, por tal no tienen sentimientos sino instintos. Ese alma inmortal y la inteligencia es lo que nos diferencias del resto de los animales, que aún teniendo cerebro poseen sólo instintos que no logran ser inductivos o racionales.

Capítulo VIII

El perdón

No es una simple casualidad que el primer capítulo de este libro tenga como nombre y contenido "La felicidad", como no lo es tampoco que el último sea "El perdón"

En alguna parte he dicho que sin perdón la ofrenda ante el altar quedará muda e inexpresiva hasta que armados del necesario valor podamos decir que nada tenemos que perdonar porque todo ha sido perdonado. Y diría: ¡Que bueno, que así sea!

Agravios, incumplimientos, mentiras, falsos testimonios, falacias, en fin, ofensas que se han de perdonar. Quien hiere nos hace un gran favor, pues nos coloca en posición de ventaja al darnos la oportunidad de perdonarles, lo que no podrán hacer quienes nunca hayan sido ofendidos. Y no es que vayamos por el mundo buscando que nos infieran ofensas, no, pero ello es casi inevitable. La ofensa nace del corazón humano y como dardo envenenado va dirigido al corazón humano. No ofendemos a los animales, ni a las plantas, ni a los minerales, aunque habría que analizar también, bajo esta óptica, los atropellos que se comenten contra los ecosistemas. Pero, como quiera que al final los ofendidos y dañados seremos los mismos humanos, las ofensas a la naturaleza son agravios al hombre epicentrito.

Pienso que el mismo valor que necesitamos para ofender y engañar, lo debemos tener para rectificar. Cuando rectificamos y reparamos los daños cometidos estamos ejerciendo un acto de profunda responsabilidad social y humana; y nos hace perceptibles del perdón que como elixir redentor nos devuelve la paz. La ofensa, lo cual da origen al perdón, puede tener consecuencias graves e inferir daños incalculables, no sólo a la persona natural sino a la propia comunidad de personas.

Cuando vivimos en sociedad aceptamos cumplir una serie de normas que hacen posible la socialización, dejando a un lado la conducta egoísta para adoptar una conducta social diáfana y coherente. Nos ajustamos a una vida compartida que previamente hemos aceptado como seres socializados, y nos conducimos como individuos imbuidos en la cultura del hombre pensante. Esta condición nos distingue y subraya como persona, de quien se espera buen comportamiento y mejor desarrollo social.

Resultan francamente injustos los comportamientos alejados del respeto a las normas y leyes fundamentales que preservan la dignidad de la persona humana, por lo que los infractores son enmendados de acuerdo a los códigos éticos, morales, religiosos y legales. Toda sociedad requiere de esos parámetros que pueden ir desde simples normas de urbanidad, hasta complicadas legislaciones que rigen las diversas materias que tienen vigencia en el seno de la sociedad. Sin embargo, la sociedad prevé la posibilidad del perdón y la reincersión del agresor que por ninguna causa debe perder sus derechos de persona humana.

Existen países, cada vez menos, donde la pena de muerte es un "castigo" contemplado para ciertos y determinados delitos, con lo que esas administraciones se arrogan el derecho de disponer de una vida humana, cuestión que está definitivamente alejada de una auténtica justicia, de la conmiseración y misericordia.

Particularmente, así lo he expresado en diversos artículos, condeno la pena de muerte por considerarla una barbaridad frente a un acto bárbaro. Nada justifica la reserva para disponer de la vida de un semejante, pues ésta continúa siendo libre aún cuando haya atentado contra la vida de otra persona.

La primera palabra que Jesús pronuncia en la cruz se refiere precisamente al perdón, demostración de lo ingente y necesario que resulta perdonar las ofensas.

De un análisis de las siete palabras de Jesús, y que pronuncié en una oportunidad, voy a transcribir el concerniente a esa primera palabra:

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

Esta petición jamás había sido escuchada. Por primera vez un ser humano se dirige a Dios con una suplica tan significativa, pues al borde de la muerte humana, Jesús hombre y Dios verdadero, pide perdón para sus verdugos.

Personalmente no me cabe alguna duda que ese perdón fue concedido, que ese suplica elevada al Padre salvó de la condenación eterna a todos y cada uno de los hombres que tuvieron que ver con la muerte de Jesús, pues allí está presente la misericordia infinita de Jesús; el amor auténtico por quienes fueron siempre considerados sus semejantes. Este perdón nos habla de Judas, pero también de Pilatos y los sacerdotes del Sanedrín que pidieron su muerte. No era un perdón sólo para quienes se repartían sus ropas; ese perdón tenía una dimensión más amplia, más doctrinal, y que encierra el propio perdón de Adán y Eva, por quienes entra al mundo el pecado.

Afianzado en la sabia deducción "porque no saben lo que hacen", Jesús pide misericordia; porque bien sabía Jesús que aquellos hombres ignoraban ciertamente quién era Él. Pero también Jesús actúa con justicia al reconocer que aquellos hombres eran instrumentos para que se cumpliera lo que estaba escrito. Porque Jesús había venido en medio de un pueblo que no lo conocía y no se conocía a sí mismo.

Esta primera palabra pronunciada dentro de la agonía más excelsa nos agrieta el corazón de hombres que no sabemos perdonar, de hombres abatidos por el rencor, de hombres negados a la misericordia. "Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden", era la oración que les había enseñado hace muy poco tiempo, pero ellos la olvidaron pronto, al igual a veces nosotros también la recitamos vacía, sin fondo ni forma. Ese vacío es la negación más profunda del sacrificio de Jesús, es también, la negación de una dignidad esclarecida por el sufrimiento del Hijo del Hombre. El perdón es sublimidad para la ofensa, así como la ofensa le resta brillo al amor.

Esta petición, pronunciada en esa hora aciaga, tiene una importancia singular cuando nos dice: "Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes"(Cf. Mt 6, 14-15)

Es, entonces, importante para nosotros perdonar, pues de ese perdón proviene el perdón de nuestros pecados, pero además alivia las penas del corazón al dar salida a esa fea verruga del rencor.

Pero está claro que perdonar a nuestros enemigos no es cuestión fácil, perdonar las ofensas no es un ungüento que vendan en el supermercado o en la farmacia, pero sin ese perdón nada podemos lograr.

El perdón es cumbre de la oración cristiana y nos dice que el amor es más fuerte que el pecado, por lo que debemos orar, así como nos recomienda Jesús, al Padre Celestial para que fortalezca nuestra voluntad y que ella esté siempre supeditada a la voluntad del Padre.

Estas palabras surgieron de una reflexión cristiana dirigida a cristianos. Sin embargo, en ella se observa con toda claridad que el perdón no es sólo para unos pocos escogidos, sino que todos estamos involucrados en el perdón divino. Sin perdón no hay paz, sin paz el hombre no vive, vegeta al paso del tiempo hasta sucumbir.

El perdonar nos permite ver la vida con una dimensión distinta, pero no por ello pensemos que somos exclusivos, que pertenecemos a una especie de club de "raros" Son muchas las personas proclives al perdón, diría sin temor a equivocarme, que una mayoría de los seres humanos perdona todos los días, y también muchas veces al día.

Pero ahora que hemos hablado de exclusividad no imaginemos ni por un instante que el perdón queda circunscrito a una acción obligada únicamente para el cristiano, sino que les pertenece a todos y cada uno de los seres humanos; sin distingo de religión, raza, cultura, sexo, educación, etc. El perdón lo tenemos dentro de nosotros y basta recocerlo para que aflore inconmensurablemente.

Graves situaciones se nos presentan para ser perdonadas, lo que escruta de manera intensa el corazón, pero también la razón; pues el perdonar en muchas oportunidades no es sólo un acto de indulgencia, sino de fino razonamiento donde tenemos que convencer a "ese otro yo"para que le dé salida al perdón y evite la entrada del rencor y, en no pocas oportunidades, a la retaliación y la venganza.

La ley del talión "ojo por ojo y diente por diente"que formaba parte del judaísmo antiguo, de la ley mosaica, nos indicaba que cada ofensa debía ser cobrada en grado igual al daño causado, y donde el perdón, por supuesto, era ignorado o despreciado.

Esa barbaridad, créanlo ustedes, no ha desaparecido, y muchos son quienes vengan las ofensas en lugar de perdonarlas. Pero, ¿es justa la venganza o justo es el perdón? Creo honestamente que en esta materia hay mucha tela que cortar, y que no sólo por ignorancia se busca la retaliación, sino por estimar que quien causa daño, también con daño debe pagar su deuda. "…perdona nuestra ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes no ofenden" pareciera ser el diarismo del hombre que no cesa en caer, pero también en levantarse.

Pero, si como hemos afirmado la felicidad no es una meta en sí misma, sino un camino, cabe preguntarnos ¿cómo ser feliz si para serlo he de vengar lo que en un momento me restó felicidad? Si aquel momento ya pasó, ¿cómo recobrarlo y hacerlo feliz? No pienses que con la venganza recobrarás nada, por el contrario de ofenderás a ti mismo, te faltaras el respeto en tu dignidad humana y perderás la tranquilidad y el sosiego en tu corazón y en tu alma.

Creo que la repuesta está dentro de nosotros. Sin embargo, no podemos jamás perder de vista la justicia, pues si justo es el perdón, doblemente justa sería la reparación. Esta no necesariamente significa o contrae indemnización, pues lo reparable es dentro de quien remedia un acto de justicia hacia quien fue dañado de alguna forma. Fíjate que dije, no necesariamente significa o contrae indemnización, lo que deja abierta la posibilidad que en términos también justos sea compensada el daño.

Un daño moral infringido por un falso testimonio debe tener una compensación moral, sin embargo, hay quienes cuantifican el daño moral en términos monetarios, todo por el agravio que a su patrimonio social se pudo causar. ¿Es justo? Pues diría que cada cual debe observar una ética que no rompa con la verdadera dimensión de los asuntos, y lejos de ser aprovechamiento de una situación dada para obtener algún beneficio, sea salvadora de la afectación moral cometida.

Si soy protagonista de una situación turbulenta que para nada ha dañado a terceros, por lo que la ha mantenido en reservada al núcleo donde se desarrolló, y decido hacerlo público por razones personales; he de tener en cuenta que a pesar de no obligarme a dar explicaciones, sí tengo que esperar que me lo pidan terceros no afectados, pero tampoco ajenos a tal situación. El silencio cuando se rompe en situaciones tales, erupciona un volcán para verlo desarrollarse y apagarse, mientras esto sucede lógico es pensar que la lava y los gases alcancen a mucha gente a quienes debo proteger. De la manera más natural tenemos que afrontar nuestra responsabilidad y trasmitir de forma trasparente los acontecimientos; claro que debemos esperar de la otros comprensión para con quien asumió el riesgo de levantar el velo y dejó pasar la luz de la verdad. En estos casos la naturalidad es el mejor camino a seguir.

Pero, demos un ejemplo para que podamos asimilar con exactitud una situación de tal naturaleza.

Soy padre o madre soltera y decido contraer matrimonio con alguien distinto a mi antigua relación, pero además oculto a mi futura pareja la existencia de ese hijo. Esa fue la decisión tomada para bien o para mal.

Años después se decide romper el silencio y dar a conocer a la familia la existencia de aquel hijo. Ese hijo ilegitimo a quien también se le ha ocultado la paternidad o maternidad, surge como el principal clarificado de la situación, y quienes son la familia legítima vienen a ser receptores de una situación envolvente, que si bien es cierto no fue causante de malestares ni limitaciones, deviene en una impronta que por lo menos confunde. Creo de manera clara que de parte de éstos últimos nada habría que reprochar si son respetuosos de una decisión de silencio, acompañada años más tarde de una confesión pública. Pero, tampoco me queda la menor duda de que se debe hablar el tema hasta agotarlo y convertirlo en algo más de la vida en común. Esto es, permitir que el volcán entre en erupción y verlo acallar sus rugidos, protegiendo a quien nada tiene que ver con la decisión tomada años atrás.

No nos adentraremos aquí en el análisis de cómo ese padre o esa madre resuelve la problemática con relación a la verdad revelada al hijo, lo que daremos como resuelta satisfactoriamente. Sin embargo, el ejemplo es propicio para desnudar sentimientos encontrados que pueden ir desde el gozo hasta el odio, pasando por la aceptación o el rechazo; por el rencor y la revancha; por el perdón y la reconciliación.

Claro que toda esa gama de manifestaciones pueden ir juntas o separadas o pudieran ser enterradas unas por otras. Sólo el ser humano es capaz de pasearse por esa multiplicidad de sentimientos, para verse luego tomando una decisión impredecible.

Cuando hablamos del odio decimos que éste es ausencia de amor, así como el frío es ausencia de calor. En nuestro libro –es de todos- nunca hablamos de gozo porque se pudiera confundir con felicidad, lo que no evita su presencia como componente del fin de cada instante y acompañante de caminos felices. Con relación al egoísmo en el capítulo que ocupa dentro del libro fuimos prolijos en su observación y medios para conjurarlo, sin embargo, sobre él tendríamos que decir algo adicional.

Para mí el egoísmo es la madre de todas las aberraciones, pues acompaña decisiones que no dudo en calificar de insensatas. El egoísmo es una manifestación que está más cerca de una acción animal que humana, ya que excluye de la participación a quien tiene el derecho de ser tomado en cuenta. Los animales actúan por instinto, mientras los seres humanos como seres pensantes que somos deben someter sus decisiones al raciocinio, padre de toda buena decisión.

Cuando acudimos al perdón -que debe ser enterrador- se nos presenta como herramienta útil para lograr caminos de felicidad, pues nos libera de las cargas pesadas de las ofensas recibidas.

Nada de lo te haya acontecido de manera negativa debe ser revivido, por lo contrario, debe ser expulsado de nuestro disco duro; sometido al olvido y enterrado para siempre. Cuando esas imágenes se reproduzcan sin haberlas llamado, de manera suave, pero enérgica recházalas de inmediato, y a otra cosa. Experimenta ejercitar los buenos pensamientos y recuérdale a la negatividad que se hizo presente, que tu corazón y raciocinio perdonó por lo que no tiene derecho a volver sobre tu vida.

En uno de mis poemas traduzco el valor y trascendencia infinita del perdón, que lo elevo a la temeridad de grandes sacrificios y renuncias.

Si el precio del olvido es la ceguera

Ciego he de quedarme en el olvido.

De él no existe ya el más mínimo vestigio;

No busques en mí la amarga huella

Ella quedó en el olvido,

Pues nada que agreda mi meta

Merece ser por mí reconocido.

Renovado el corazón, todo ha quedado en el olvido.

Cuando el perdón se da no existe ya la ofensa, ésta debe desaparecer por arte magia, diría, de manera milagrosa, pero bajo la tendencia propia de que así sea.

Al perdonar, sin embargo, se debe dejar claro que no es una muestra de debilidad ni de permisividad que deja la puerta abierta para el abuso y aceptación de la injusticia. El perdonado deberá extraer de sí la responsabilidad de aceptar el perdón bajo la premisa de no faltar nuevamente. Así debe ser el perdón, pero sin olvidar, por otra parte, nuestra disposición de un perdón sin ambigüedad y firme. Nada de reclamar contraprestación por la indulgencia, pues así carecería de valor humano y se convertiría en un papel negociable y en subasta.

La firme disposición de perdonar debe nacer del corazón, pues es allí donde reposa la reflexión que señala el punto de partida para que en la mente se siembre el olvido. Si nosotros aprendemos a perdonar habremos logrado un nuevo camino; sendero brillante que nos permite exaltar la "divinidad" humana. Porque, pregúntense ustedes, qué haríamos con esa pesada carga de las ofensas recibidas, si de alguna manera no aprendemos a perdonar y a olvidar. Cómo soportar una mente plagada de pequeños, medios y grandes odios fertilizados por el rencor y la rabia. Sin duda que la vida sería, y no dudo que así es para muchos, un verdadero infierno.

Pero, seguramente se estarán preguntando, ¿cómo hacer para perdonar siempre a un ser que no parece comprender su vínculo social y respetabilidad que le merece el semejante? Válida sin duda alguna la pregunta y tratemos de darle respuesta para que las lagunas se sequen y se conviertan en pastizales donde podamos estar juntos sin pelearnos de manera constante.

Si podemos entendernos no sobre el esquema cerrado de una tensa calma y bajo condiciones sólo de aceptación, sino dentro de la llamada confraternidad, podemos ir abonando el terreno que nos permita vivir en paz duradera y auténtica.

Las relaciones humanas no son nada fáciles, ello lo sabemos porque a diario se nos demuestra, sin embargo, muchas personas han logrado convivir con los más mínimos roces y diatribas. ¿Cómo lo han logrado?

Existe un término que enlaza el querer hacer con el poder hacer; esa actitud, porque es una actitud, es la tenacidad. Si logramos que nuestras relaciones humanas se impregnen de constancia, firmeza, tenacidad, tesón, perseverancia, paciencia y empeño, que más que sinónima son conducción e imperativos de vida, habremos logrado un paso agigantado para que nuestras relaciones se hagan robustas e inquebrantables.

Claro que el perdón conlleva una responsabilidad que resulta dual, pues ese mecanismo no puede ir en una sola dirección. La indulgencia requiere de dos o más actores que la quieran y la sostengan, pues debe retroalimentarse para poder vivir. Si yo perdono y el sujeto no acepta el perdón, éste se queda en el aire y no llega al destinatario; se pierde por lo tanto en esfuerzo tanto mental como físico.

Llegar con nuestra piedad puede ser contraproducente y generar conflictos que pudieran alcanzar dimensiones superiores a la contrariedad misma, por lo que habremos de adoptar soluciones no convencionales. El tiempo si lo dejamos actuar sana prodigiosamente, él pudiera ser un magnifico aliado para casos donde puede ser considerado el perdón como ofensivo y lastimoso. Pero, tiene el inconveniente de darse con el transcurrir de meses y hasta años. Las heridas físicas requieren tiempo para sanar, así también las heridas nacidas del desafecto, la controversia o el simple equívoco. Nada pues más indicado que incorporar el perdón de recibir, dar y auto dado en nuestras vidas. Saber darlo es tan importante como recibirlo de otras personas o de nosotros mismos. Y aquí vale la pena recordar que quien nada tiene nada puede dar.

A estas alturas y después de haber hablado de perdón como verdadero bálsamo curativo, quiero dedicarle unas líneas a un gran monstruo que de dejarlo actuar hará destrozos irrecuperables en nuestras vidas, me refiero al sentimiento de culpa.

La culpa es una experiencia emotiva pero puede ser también una sensación. Establecer la diferencia entre emotividad y sensación la creo fundamental para comprender cómo actúa ese espantajo que mina nuestra existencia.

La emotividad es una reacción del organismo en la que una gran porción de la experiencia está compuesta de elementos viscerales o somáticos. Mientras que la sensación, con la cual nos quedaremos para nuestro análisis, es una experiencia provocada por el sistema nervioso. La culpa se desarrolla en nuestro cerebro como producto de una situación o acción exterior que encuentra asentamiento en nuestro ser consciente, produciendo sensaciones desagradables con relación a un acto que pudiera contrariar un orden moral, social o religioso.

Esta sensación de culpa necesariamente debe ser resuelta sin darle oportunidad de que se convierta en una especie de juez y verdugo que nos condena y nos castiga.

Ya dije que la condición de perdón va íntimamente ligada a la acción de olvidar, lo que hace efectivamente accionario al perdón. La culpa siempre buscará hacernos recordatorios sobre una o cual acción, pero para nosotros que manejamos el perdón, sabemos que al perdonarnos la culpa no tiene motivo de existir, mucho menos de reclamar. Lo peor de esta sensación es que generalmente parte de apreciaciones erróneas sobra algunos factores del comportamiento o de la conducta -lo que tienen que ver con los valores por cada cual manejados- a los que hemos sido inducidos de manera brutal por falsos moralistas. Factores de conductas que nada tiene que ver con un correcto comportamiento en el ajuste social, sino con manipulaciones generalmente originadas por creencias religiosas sectarias. Tales acciones debemos rechazarlas porque especulan sobre lo más hermoso que pudiera tener una doctrina de fe religiosa.

Conocí una persona que odiaba a sus padres por la sola razón –inadecuada razón- de sentirse ultrajado en su poder decisorio. Decía para justificar su odio, que aquellos padres no le consultaron sobre su deseo de venir al mundo. Tamaña e inverosímil conducta sólo eran entendibles en su fuero interior, pues nada avalaba un derecho que nos da el conciente. Ese derecho de decidir es connatural del hombre vivo, no del ser inanimado o no nacido. Esta razón –lógica al menos- es la ética y la moral para sostener la defensa de los acusados injustamente.

Los padres por supuesto que habían perdonado al hijo por aquella extraña conducta, más no se había completado el círculo de la indulgencia y la controversia permanecía intacta, con la fatalidad de dañar más a quienes ninguna culpa tenían.

Aquel hombre no quiso, o no pudo, fundar una familia, pues al negarse el derecho de sentirse y hacerse realizable, prefirió vivir en la sobra de la duda, del temor, del odio y, resumiendo, de ser considerado menesteroso de lastima.

Hacerse el tonto no creo que sea una buena idea para integrarse a una sociedad exigente y poca dada a la tolerancia de casos tan singulares.

La verdad es que el mundo no es visto por la inmensa mayoría que lo integramos como un sitio donde podemos imponer criterios ajenos a su natural conformación. No hablo aquí de los aspectos geográficos, sino de los fondos socio gráficos que configuran inclinaciones de personalidad. Y no es que el mundo esté en orden para que el hombre se sienta, como debe ser, centro y preceptor inobjetable de todo el bien, sino que hombre esta en el deber, más que en derecho, de conquistar su propia esencia y hacerla vibrar como única opción válida para que el mundo sea humano y no mecánico.

Pareciera discutible hablar de un mundo que debe hacerse más humano, pues al estar integrado por humanos, éste debería guarda tal prelación, pero, lamentablemente no es así.

Muchos opinan que el mundo está fatalmente enfermo porque el hombre está enfermo, lo que sigue una corriente de lógica positiva, pero, ¿ puede el hombre enfermo enfermar al mundo? Pienso que no sería posible ya que el mundo no esta dentro del hombre, sino el hombre dentro del mundo. No quiero ni pretendo establecer aquí una polémica filosófica; pero, si es cierto que el hombre ha cometido todo tipo de desmanes contra la naturaleza, no es menos cierto que le ha tocado bregar con un mundo de donde partió sin conocimiento, y que palmo a palmo, gradualmente, ha ido superando de manera satisfactoria.

Cuando discutimos sobre ecología sentimos que estamos luchando por los espacios que nos son comunes, ello, sin embargo, no pareciera ser conocido por quienes de manera ultra conservadora pretende erigirse en jueces de sus propias convicciones, ideologías y hasta petulantes.

Esa apreciación nacida precisamente de la arrogancia de una inclinación del razonar inadecuado, nos ha brindado sobradas indicaciones para observar un mundo lleno de personas encerradas en sus capullos exclusivistas. Vamos a abrazarnos a ellos si tal acción nos permite la dicha de mejorar este mundo que habrá de reconocerse digno de ser sujeto del perdón.

¿Cómo pinto de azul celeste un cielo gris? ¿Cómo retorno a la mejilla pálida el rubor natural? ¿Cómo logro que se borre la ofensa? ¿Cómo libero de impurezas el aire enrarecido por las tóxicas emanaciones de la planta de energía atómica? No creo que para logra todo eso tengamos que nacer de nuevo, sólo hace falta la voluntad, el amor y el perdón, combustibles del nuevo y maravilloso mundo.

Ese mundo que permita la convivencia sin temor de ser herido por la mentira, la desconfianza, el odio, en síntesis, por la irracionalidad. Ese mundo que anhelamos los hombres de buena voluntad y amantes de la trasparencia y la verdad que no ofende, sino que enseña lo más puro del ser humano.

Ese mundo donde el hombre sea el inobjetable centro de toda la existencia sobre la tierra y el Universo. Ese mundo feliz que añoramos con realismo, no con fantasías de tierras prometidas. Ese mundo "paraíso" que comencemos a disfrutar aquí en la tierra, y que seamos capaces de añorar una vez instalados en la inmortal felicidad del alma.

Ese mundo donde la pesada niebla de nuestros ojos haya desaparecido, dando paso a la luz que irradiamos libres al fin de la ceguera milenaria; la misma luminosidad que se malogró aquel lejano y aciago día cuando la mano impenitente suprimió la primera vida de un hermano. Aquel que manchó con su sangre los siglos de los siglos, para que los hombres padeciéramos sin piedad hasta la aparición del amor como acto redentor de aquella inaudita siembra. Ese mundo conquistado con ternura por el amor que clamó irredento hasta la aparición de la racionalidad. Ese mundo será nuestro mundo, donde la civilización del amor haga posible el perdón y el olvidar.

Te invito pues para que tú y yo hagamos posible ese mundo que nos merecemos. Con tu perdón y mi perdón podremos finalmente cantar la tonadilla de la alondra, que entona su silva para llamar al amor porque no conoce sino la felicidad.

Esa búsqueda habrá terminado para nosotros también, porque como San Juan de la Cruz habremos encontrado la "noche que juntaste amado con amada, amada en el amado trasformada" Porque "no apagarán el amor ni lo ahogarán océanos y ríos"(Cantar de los cantares 8,7) El permanecerá invencible e inmutable una vez enseñoreado y reconocido como Su excelencia el amor.

Ese mundo ansiado por los que tanto y tantos han luchado, y que un Hombre, como nosotros, creyó posible y a donde dijo volvería al final de los siglos.

Esta obra no podría terminar sin un cantar, sin un poema. A lo largo del libro me he permitido hacerles llegar mi poesía; la que busca al hombre como su diana y le ofrece todo como su centro. La que siembra el amor para ser labriego amante hasta los días de la despedida. Ese cantar que no conoce odio, porque cantarle al odio sería morir asfixiado por la mórbida destemplanza de una vida angustiada.

Ven hombre nuevo:

Aposenta ya tu transitar; ven y quédate en el retozo de un corazón
cautivado que se anima a pedir nido en el gozo.

Ven hombre de siempre, y nunca digas que no a la felicidad que encierra los bosques animados por la figura creciente del manantial fresco, del río manso sin turbulencias que desgastan.

Ven hombre de siempre, y encierra en tu pecho la duda y has de ella el carbón que quema el incienso que denso se eleva alabando al amor, al perdón y a la felicidad perenne de un astro llegado a ti por los corredores infinitos de los mares celestes, las agrestes montañas y los surcos de la tierra donde queda sembrada la paz

Ven hombre de vianda ligera, y entrégate sin miramientos ni recelos; custodia con tu mirar seguro la espesa nubla que se disipa, perdiéndose como una arenilla en el océano que cautiva todo para sí.

Carta al lector:

Amigo lector, otear los secretos no es vivirlos, ellos esperan por ti porque para ti fueron creados; no porque alguien quiso fastidiarte la vida y sumió en la oscuridad lo que te corresponde a ti descubrir, sino porque fuiste hecho inteligente y además libre. Sólo a ti te corresponde sondear lo inescrutado por otras criaturas inferiores, y llevar a términos de dominio lo por ti conquistado. Eres el escogido y sobre ti pesa la historia que has de escribir con tus aciertos, con tus errores y, peor aún, con tus negligencias y apatías.

Lo que has leído sólo es una manera de observar la vida y adéntranos en sus secretos vistos desde una atalaya personal, por lo que los momentos particulares de tu vida feliz sólo podrán ser vividos por ti.

Lo que he querido hacer por ti, si así puede señalarse, es descubrir mi alma para que seas tú un poco el corrector de una conducta y el veedor de un punto de vista sobre la vida. Ello, si puede ayudarte en tus afanes, me hace feliz porque además me permite compartir vivencias que al final son experiencias.

Lo complicado o no de la vida debemos verlo de manera personal, pues para ti puede ser un problema, lo que para mí es una solución. Los secretos están allí esperando, únicamente debemos enfrentarlos, nunca pasar por ellos inadvertidamente.

Somos por encima de todo protagonistas y/o testigo de los acontecimientos, nos afecten o no. Ellos no pasan sin dejar huella. No importa si acontecen en mi entorno o fuera de él, una vez enterados de su existencia ya forman parte de nosotros. Nada de lo humano nos puede ser indiferente, y sobre todos temas debemos adoptar una posición que nos involucra y, muchas veces, nos compromete.

Ir descubriendo todo es vivir. Quien no descubre no vive, pues estará del lado oculto de la vida, donde nadie sabe nada de nada. Esa tristeza no está hecha para ti que fuiste capaz de buscar en este libro lo que alguien, un desconocido, escribió para miles de personas, pero dirigido en particular a cada alma. Ello es posible debido a la calidad y cualidad personal que no se comparte, pues nos pertenece en unidad como un todo.

Ojalá los capítulos escritos te hayan acercado la luz en tu túnel particular, pero que te haya podido, también, alumbrar el camino compartido con tu congénere.

La vida es particularmente un caos cuando no somos capaces de recocernos hijos de un fin; no fin de final, sino de finalidad, de meta. Cuando dominamos esta incertidumbre podemos tener la seguridad que nuestros pasos irán en el sentido correcto del camino exacto. De ser así nos ahorraremos parajes sórdidos, rutas agrestes e inconvenientes que dan pesar.

Pero, y a pesar de todo esto, nada nos hará renunciar a la vida que nos es propia, pero que también le pertenece a un Creador. Esa vida la compartimos, como ya lo he señalado, permitiendo la socialización del hombre como persona humana.

Cuando te hablo de meta no entiendas que te hablo de "destino", en el cual no creo particularmente, pero que respeto en ti si así concibes tu vida. La meta para mí está definitivamente por hacerse, como por hacer estaba la vivienda donde habito antes de ser construida.

Mi propia vida venida al mundo fue creada biológicamente y antes de su concepción no existía, por lo que era sólo una posibilidad el que viniera al mundo. Así las metas hay que construirlas, porque no se logra nunca lo que no se inicia. Partir de cero es la única verdad de toda creación, de toda obra, de todo descubrimiento. Por lo que nos corresponden ser constructores, quizás no ya, en muchas cosas, partiendo de cero, sino de esa materia prima que con nuestra creatividad trasformamos para dar cumplimiento a las diversas metas.

Tanto esto es verdad que la vida humana es sólo posible gracias a la unión de un esperma que fertiliza el óvulo, en una oscura y rápida carrera que la vida gana frente a infinitas posibilidades de perderse.

Todo está, amigo lector, por hacerse, y nosotros somos los constructores de ese "todo"que a veces nos presiona; sobre todo cuando somos descuidados y negligentes.

Debemos saber que nunca nos debemos dar por vencidos, no importa cuanto y tercamente habrán de tocar las puertas de la felicidad, ella está allí para nosotros, pero antes debemos desearla con todo el corazón y, sobre todo, con nuestro trabajo fecundo e incansable.

Por eso, cuando hablo de metas, corroboro lo dicho: la felicidad no es una meta, sino un camino. Un camino que se está en el deber de recorrer, para poder decir con deleite: Para ser feliz he nacido.

He disipado la niebla de mis ojos; ellos ahora sólo perciben luz, radiante luz que la lombriz de tierra esquiva y le induce a buscar refugio dentro de mí, para continuar su labor sanadora.

Sé en ti, como eres en ellos…

 

 

Autor:

Teodoro Augusto Corona Chuecos

Escritor Venezolano

Derechos reservados y registrados

En www.safecreative.org/work

Bajo el No 1201300995686 de fecha 30 de enero de 2012

Año

2012

Partes: 1, 2, 3, 4
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