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Sin niebla en los ojos (página 2)




Enviado por Theodoro Corona



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Vale la pena, te pregunto, ser dueño de castillos, de mucho dinero, y no tener con quien compartir el calor y el frío, el llanto o la risa, la alegría o la tristeza o cualquier otro sentimiento. Responde dentro de ti. Apuntalo, si lo deseas en un pequeño cuaderno, ponle fecha, y luego de un tiempo lee la respuesta. Has un examen de cómo ha sido tu compartir. Serás en definitiva tu propio examinador. Si todos los hombres de todas las latitudes de la tierra se entregaran en un compartir gratificante, todos los hombres de todas las latitudes de la tierra fueran inmensamente felices. Porque, por qué dudarlo, no es acaso el hombre una criatura nacida para el amor.

Claro que todo hay en la viña del Señor. En nuestra vida nos vamos a encontrar con personajes nada simpáticos que no es que quieren compartir, sino poseerte. Adueñarse incluso de lo te has ganado. Esta gente no ha aprendido el deber del compartir, pero tiene un elevado sentido del derecho de compartir. Se consideran en ocasiones nuestros ángeles guardianes y no nos abandonan.

Cuando se comparte nace la esperanza. La vida se ve distinta, pareciera que tenemos la solución para todo. Para el odio y para el amor. Para el odio, porque cuando compartes, fíjate bien que siempre digo compartir no dar, divides también un poco de ese odio y cualquier cosa que podamos dividir siempre nos tocará a menos. En el amor no sucede exactamente lo mismo porque éste es un sentimiento gratificante y todo lo placentero compartido se multiplica. "Sólo en el amor, el ser humano llega a serlo" Lindo pensamiento que envuelve toda una filosofía de la vida, el compartir y el amor.

Compartir es la antítesis del egoísmo; esa verruga que afea nuestro rostro y nuestra alma y nuestra vida toda. De él no quisiera hablar en este libro, y no por querer hacer como el avestruz, sino porque a pesar de que existe – más de lo que quisiéramos- debemos hacer lo posible por erradicarlo, no ignorarlo, pero tampoco hablar mucho de él. Sé que muchos de los que lean este libro no aprobarán la idea, pero como soy un convencido de que vivir sin desaprobaciones es imposible me siento inclinado a ella.

Como todos sabemos, o nos suponemos, los libros no se escriben de una sola vez, algunos toman años o al menos meses, y este no es ni será la excepción de la regla. Debo aclarar en esta parte que en tertulia de amigos me convencí como un equivocado de la idea de no transitar este sentimiento perturbador, así es que, tal como lo propongo en el Prologo, el egoísmo "merecerá" un capitulo aparte.

Pero dejemos a un lado esta aclaratoria y vayamos a lo nuestro, al compartir, lo cual entre otras cosas barre con la soledad, no como el concepto de estar solo, sino de sentirse solo, posiciones que considero diametralmente opuestas.

Cuando estamos solos por aquella necesidad de revisar el interior de nuestras vidas, algo así como hacer un inventario, estamos en cierta medida compartiendo; pero cuando nos abriga la soledad, el ensimismamiento perturbador y doloroso, experimentamos las más horribles de las posturas de la conducta humana. La soledad es una herramienta que debemos aprender a utilizar, sin permitirle que nos aísle o nos convierta, respetando tal decisión, en un ermitaño.

Hace algunos años me invitaron a realizar una experiencia que dentro de la pareja puede lograr excelentes resultados, siempre y cuando estemos dispuestos a poner en práctica las herramientas aprendidas de las diversas exposiciones que allí se llevan a cabo. Tienen aquellas exposiciones una particularidad muy especial, y ella estriba en el hecho de que cada pareja narra conocimientos personales logrados en su unión como pareja dentro del matrimonio.

Quizás, y a mi modo de ver, tienen estos "Encuentros Matrimoniales" una única privación, y es que a ellos sólo asisten parejas unidas en matrimonio por el rito de la Iglesia Católica, lo que limita considerablemente la asistencia y acceso a esta practica del compartir.

Personalmente creo que estos eventos deberían disponer de medios para que las parejas que hayan asistido a ellos pudieran disfrutar de una continuidad programada por los organizadores del evento, aun cuando sé de parejas que han podido establecer amistades fraternas, logrando de esta manera no solo compartir en pareja, sino posteriormente entre parejas. Tienen una ventaja, y es que los puedes hacer cuantas veces quieras y constituirte, a su vez, en "dirigente" de ellos; ser facilitadores para realizar encuentros similares.

Compartir es el eslabón entre mis querencias y las querencias ajenas; donde se eleva la presencia de nuestros sentimientos en algo común, una situación que busca con afán la siembra de la amistad y la convivencia. Hemos oído decir que convivir es lo más difícil que se pueda plantear el ser humano, sin embargo, todos los días estamos conviviendo. Socialmente es imposible existir sin la convivencia y compartir es llevar esta conducta a los límites entrañables de la socialización.

Hoy estamos hablando de un mundo globalizado. Europa después de años de negociaciones y metas cumplidas en diferentes etapas ha llegado a la Unión Europea, estableciendo incluso una moneda única que le permitirá una mayor fluidez dentro del ámbito económico; al mismo tiempo se implementa un documento universal de identidad que les permite a los ciudadanos miembros de la Comunidad Europea viajar sin visado previo. ¿Qué fenómeno sociológico y estratégico tuvo que ocurrir para llegar hasta este estado de perfeccionamiento de las relaciones entre países de un mismo continente?, Pienso que allí confluyeron intereses comunes de variados valores que indujeron la solución, pero desde nuestra óptica, la óptica de este libro, y lo que resulta realmente inconmensurable, es el hecho que se decidió un compartir que poco a poco irá dando sus frutos de una convivencia más humana y, por que no, para una hermandad de los países que han logrado esta unión. Es inimaginable las ventajas que ese ir y venir de personas logrará con el paso de los años, y no me estoy refiriendo únicamente a los beneficios económicos, sino a la interrelación social que se generará, e incluso, la mezcla de nacionalidades que necesariamente producirán estos desplazamientos. Ese fenómeno sociológico no lo veremos sino en años, pero no dudo que será algo bien positivo.

Aun cuando se pueda ver extraño o no alineado con la figuración del compartir, surge dentro de él una figura sublime que traduce autenticidad del amor, me refiero al perdón. Este sentimiento que no resulta tan natural como a veces lo creemos, es la resultante de acción de sentimiento, pero que dignifica a quienes lo comparten.

¿Cómo compartir con mi hermano, si entre nosotros existen diferencias insalvables? Sólo a través del perdón se logra limar las asperezas y ellas suelen luego revelarse como grandes lazos de unión, de compartir.

Eres luz en mi vida,

pero surgió en ti la duda,

pero el amor y el cariño

disipó tal amargura.

Nada humanamente nos impide ser comunicativos, pero, por alguna razón no llegamos a entender con total certidumbre que la relación entre los seres debe estar impregnada de una condición irrenunciable, ella, que marca almas y teje cobijos para el compartir, es la transparencia. Esta no quiere decir que tengamos necesariamente que ser lo que se llama "un libro abierto" en todos los sentidos. No se trata de ir por el mundo divulgando esos pequeños detalles o grandes conflictos que giran alrededor de nuestra personalidad. Ellos pueden continuar siendo sólo nuestros, siempre y cuando no se constituyan en barreras que nos impidan ser comunicativos y participativos. Creo, en todo caso, que aquí estaría presente la madures, consecución de todo un proceso de crecimiento, que estimula decididamente el ser menos frágiles ante la vida; llegando a tener la capacidad aptitudinal para desenvolvernos con éxito y ser para los demás una persona accesible.

Se dice que los actos hablan con voz más alta que las palabras, pero no tan a menudo. Compartir, más que palabras es acción "… que hacen corazones" Es aquí donde se presenta quizás el gran dilema de compartir, pues tenemos que aprender a compartir no lo que nos sobra; lo que no nos hace falta. Ello sería muy fácil y hasta una demostración de egoísmo.

Nuestro tiempo, por ejemplo, a veces no nos sobra, en contrario nos hace falta en oportunidades un día que tenga más de veinticuatro horas, pero es aquí donde podemos demostrarnos hasta qué punto somos capaces de tener desprendimiento y saber compartir.

Cuantos hogares se ha visto destruidos por el padre tiempo; diría mejor, por el egoísmo de nuestro particular padre tiempo que se constituye en el más infernal de nuestros enemigos, y a quien le rendimos culto idolátrico, dejándole una enorme libertad de manejar nuestras vidas a su antojo.

Cuanta sabiduría existe en la afirmación de Lin Yutang, cuando nos dice que "… la verdadera cuestión de la salud física y moral en el hombre, así como en los animales, radica en la determinación de hasta qué punto es capaz de hacer su trabajo y disfrutar de la vida, y hasta qué punto es apto para sobrevivir"

Si vemos con cuidado analítico este pensamiento que encierra una sentencia lapidaria, nos daremos cuenta que a veces nos comportamos como simples máquinas (animales los llama) que estamos como a la disposición de las exigencias materialistas; pero con la agravante que además nos complacemos en ello y solemos comentar orgullosamente las horas que somos capaces permanecer trabajando, pero sin notar cuántas horas le robamos, primero a nosotros mismos, y luego a nuestros familiares y amistades que tienen un derecho sobre nuestro tiempo. En todo caso vale la pena recordar que nadie da lo que no tiene.

Quizás a muchos de mis lectores les suene como duro ese derecho sobre nuestro tiempo, pero es que así es; o no tiene derecho la esposa, los hijos, los padres, hermanos y amigos de compartir conmigo la vida. Si me respondes que no, y sin hacer mayores juicios de valores, te diría: pues bien, anda, vuelve a tus quehaceres y olvídate hasta de respirar, y quizás cuando lo hagas sabrás que tus vías respiratorias necesitan del aire que esa acción motora, independiente de ti, es vital para la vida. El apreciar la vida es algo maravilloso; con nada puedes comparar esta inclinación, pues sin aquella nada tendrías. Pues entonces déjame decirte que también otros tienen una vida para compartirla, y si somos capaces de dedicarnos con integridad a nuestro desarrollo, también el compartir debe formar parte del crecimiento personal que tanto nos ocupa.

Haz caminado alguna vez sin rumbo fijo, como queriendo escapar de todos y sintiendo en tu alma la necesidad de la soledad?, Si así lo percibes, eres capaz de entender el valor sublime del compartir, que misteriosamente te devuelve al centro de la sociabilidad. El hombre por naturaleza es un ser social. Qué sería de la humanidad si cada uno de nosotros nos aislamos y nos envolvemos en un capullo inexpugnable y sólidamente construido para no permitir interferencia de ninguna índole. El mundo precipitadamente caería desinflado y la animalidad ocuparía prontamente el espacio dejado vacío por el hombre. La inteligencia, reservada al hombre, dejaría de ser la piedra fundamental de la existencia y volveríamos rápidamente al alba de la civilización.

El estudio de la historia pasada de los pueblos sirve a estos nobles objetivos, pues ella dentro de su bellísima narración nos conduce hacia la universalidad de la raza humana; raza que está íntimamente unida para lo grande, misión enraizada en nuestro contenido de seres dados para el compartir.

Quien es capaz de compartir es también vasto para perdonar. Recordemos el pasaje bíblico que nos indica cuantas veces tenemos que personar. Jesús nos dice que siete veces siete.

Esto no quiere decirnos que tenemos que perdonar sólo cuarenta y nueve veces, sino que simboliza un número hipotético de veces que afirma que el perdonar es de siempre y para siempre y todas las veces que sea necesario. Así tenemos que ser, vastos para dar el perdón y esperar consecuentemente ser a su vez perdonados. Yo te digo que cuantas arenas tenga el mar, así serán las veces que tendrás que perdonar, y por cada perdón que sustraes de tu crédito, se restarán mil al débito de tus faltas.

Por qué es tan importante el perdón para que le dediquemos tanta atención y lo hagamos como el pan nuestro de cada día, porque el perdón le da un tinte distinto a la vida y porque el perdón es, sin duda, la alegría más autentica que interiormente podamos vivir. Por eso, Jesús representa el perdón del Padre como una fiesta.

Como será de importante el perdón que se nos dice que si tenemos alguna deuda con nuestro semejante y pretendemos hacerle una ofrenda al Señor, debemos dejar la ofrenda ante el altar e ir a pedir perdón a nuestro hermano para que la ofrenda sea bien recibida y logre el acercamiento gratificante con Dios. Él que instituyo el perdón a través de Jesús, y por perdonarnos se atrevió al sacrificio de su propio hijo, fija en este acto de amor una cualidad santificante. Los que solemos ir al sacramento de la confesión sabemos y vamos con certidumbre a pedir el perdón de nuestras faltas, en la seguridad de encontrar el magnánimo gesto de la misericordia.

Perdona a tu pueblo Señor

Perdona a tu pueblo,

Perdónalo Señor!

No estés por siempre enojado,

no estés por siempre enojado

Perdónalo Señor!

Este canto tan popular en época de Semana Santa y que acostumbra la feligresía entonarlo mientras va en procesión recordando la vía crusis de Cristo, nos traduce con singular hermosura la fe por la benevolencia mil veces ofrecida y practicada por el Señor. Dichoso el hombre que se complace en la ley del Señor (cf. Sal.1, 1-2) Y que además, deja todo y sigue a Cristo, éste tendrá un tesoro en los cielos.

No creas que nos hemos apartado del tema compartir, es que es tan agradable hablar de la reconciliación que uno se anima y quisiera continuar dialogando de ello por más tiempo; por otra parte, cómo compartir con alguien con quien tenemos pendiente deudas. Necesariamente el diálogo del deudor con el acreedor versará sobre la deuda; planificaran tiempo e intereses y el segundo exigirá garantías que prendariamente satisfaga lo adeudado. Entonces, para que podamos tener un compartir fresco y gratificante, primero tiene que estar en orden o saldadas todas las deudas, pues de no ser así, la atmósfera estará pesada. Este tema del perdón lo he incluido en capítulo aparte; en él hablaré tan profusamente como me sea posible, pues la sanidad conductual pasa necesariamente por esa vía esplendorosa de la reconciliación.

Cuando galanteábamos a quienes hoy son nuestras parejas, y aquellos que ahora viven esa relación hermosa de enamorarse y conocerse, deben experimentar la dulzura de la reconciliación. Aquellos momentos marcan para siempre y nos dan la oportunidad de practicar con profundidad el compartir.

Una ramo de flores; un pequeño dulce, chocolate por ejemplo, nos permitió esa presentación que era como una solicitud de audiencia para tratar algo serio y urgente. No podíamos dejar pasar un día sin intentar hablar con nuestra novia para darle o pedir una explicación de cierta conducta o comportamiento. Teníamos que sentarnos a dialogar para lograr que la normalidad de la relación volviera en alas de la reconciliación. Y al lograrla, toda la felicidad nos desbordaba y hasta una lágrima se asomaba entre anhelante y esquiva.

Cuantos recuerdos no afloran ahora mismo a nuestra mente; recuerdos que nos hacen vibrar como si se tratara de un acontecimiento muy reciente. Aquí somos capaces de perdernos en el tiempo y dejar que la visión nos invada dulcemente y sin clemencia.

Ojalá podamos continuar siendo así, pues cuando perdemos esa maravillosa comunicación sentimos la pérdida de algo que en sí misma llena la vida de ternura.

Cuando un amor se te va se desgarra el corazón, Pues pesa mucho el te quise, porque quisieras cambiarlo por un ¡te quiero! de estrellas…

Es así el dolor de la separación. Tan rudo y cruel que nos hace palidecer el rostro, y nuestras manos sudorosas nos hablan con angustia de una pérdida o, lo mejor, de una desunión corta y sin mayores consecuencias.

Pero surge como hada bendita la ternura del compartir, y como volcados a una vida que se inicia nos permite decir:

¡Dulce amor de mi vida, querer de mis quereres,

Que linda es la vida, que suerte es tenerte!

Por otra parte, el compartir adquiere incluso efectos de compromiso cuando a través de él se transita caminos comunes y llenamos páginas enteras de nuestra propia vida al lado de quien escogimos como acompañante.

Compartir la vida. Acaso puede existir mayor compromiso que el fundir dos personas en una. Renunciar, en ocasiones, a nuestros propios anhelos y consolidarlos para el logro de objetivos que se volvieron comunes. Fíjate bien que no estoy afirmando una renuncia de tu voluntad, sino una configuración innovada de la vida para verla, ambas, unidas en un proyecto común.

Cuando tenemos pareja existe un proyecto común que sólo se logra por la unión del hombre con la mujer: Los hijos. Uno solo no es capaz de lograr tal fin. Se requiere la cooperación de un espermatozoide que fecunde el óvulo para lograr la vida, sólo así podrá ser posible la llegada de los hijos.

Sin embargo, hoy tenemos que decir que la vida que transferimos no sólo se refiere al acto mecánico de la relación sexual, aun cuando ésta basta para el fruto; pero haciéndose necesario también la transferencia emocional del amor, del afecto y de la paternidad responsable que da plenitud de gozo y felicidad.

Esta parte merece que nos detengamos a verla más agudamente, pues se podría pensar que los avances de la ciencia en cuanto a los logros que tiene que ver con la concepción y posterior maternidad por vía no ortodoxa, estarían fuera del contexto humano del amor y el afecto. Nada más alejado de la realidad que apreciar éstos actos de tal manera. Siento un gran respeto por la ciencia que ha logrado tales avances, y una gran felicidad por aquellas parejas que han logrado culminar exitosamente esa aguardada cima, a través de estas prácticas. Es más, admiro profundamente a quienes siendo pioneros de tales destrezas científicas, se enfrentaron a lo desconocido y corrieron el riesgo del fracaso; de la frustración. Tuvieron, en su momento, que romper esquemas que los condenaban, siendo todavía dianas de perplejos dardos de incomprensión y hasta de sanción.

De toda forma es en el vientre de la madre donde se culmina el acto milagroso y maravillo de la maternidad, y es en ese insuperable abrigo donde se gesta la nueva vida.

Como Cristiano sé que toda vida viene de Dios, pues ésta no es posible imaginarla llegada de una simple operación mecánica. Los humanos jamás seremos robotizados, pues aun con viseras mecánicas seguiremos teniendo el espíritu que garantiza la condición humana del hombre. Mucho avanzará la ciencia, ello está garantizado por Dios mismo, y el hombre quedará sorprendido y muchos serán los que sentirán alarmas en sus corazones; no obstante toda acción que haga el hombre dentro de lo bueno para él, será bendecida por el Creador.

No es, por otra parte, despreciando como lograremos comprender que la humanidad posee dones especiales que van viendo "vida", sino asumiéndolos como nacidos de la voluntad Divina que se manifiesta a través de la inteligencia humana.

Retos tenemos por delante donde el hombre llegará a pensar, ya está sucediendo, que es él quien todo lo logra, sin embargo, está demostrado que cuando el hombre descubre avances como la energía atómica y la utiliza contrariamente a lo bueno, las consecuencias no se hacen esperar y ella se ve revertido en su contra. El hombre sabe esto y cada día está más convencido que no es destruyendo, sino construyendo como encontrará la vía de la felicidad para la raza humana.

El trabajo sobre el átomo le ha permitido avances importantes en medicina y muchas otras actividades donde se aplica benignamente; pero también ha sufrido en carne propia la destrucción y secuelas de su aplicación en el campo de la guerra.

Sabemos que el egoísmo, sobre el cual no queremos hablar mucho, existe en el corazón del hombre, y mientras éste no sea extirpado seguiremos dando bandazos y nada nos resultará cien por cien positivo.

El diálogo, que es en esencia compartir, tendrá que triunfar sobre el silencio de la incomunicación y la incomprensión. Para ello el hombre se va dando herramientas cada día más afirmativas de su condición de persona humana, y los pueblos se plantean retos de cooperación para poder silenciar el egoísmo y la intolerancia que funda egocentricidades que manipulan las soluciones a los problemas más urgente. La hermandad de la raza humana tendrá que ser una realidad para que el hombre encuentre salidas vivificantes y logros definitivamente exitosos para su propio bienestar.

Como decía, no se trata de renunciar a los anhelos propios de los pueblos ni de las particularidades, sino lograr que tales proyectos encajen dentro de la confraternidad universal de la humanidad y con ellos unificar metas comunes.

Creo que con esto no estaríamos renunciando a nada, y sí logrando el fin último de la humanidad: la prosperidad concebida en la fecundidad del amor.

El compartir es esto y mucho más. No existe relación humana que busque fundarse sólidamente sin éste benefactor que se complace en el alma y en sentido físico. Es por tal que el hombre nada logra buscando la felicidad para él de manera exclusiva y desordenada, pues más temprano que tarde se dará cuenta que habrá arado en el mar. La semilla debe encontrar suelo fértil, ya que en el zarzal del egoísmo perecerá por falta de tierra que le permita germinar con fuerza hasta alcanzar el fruto apetecido.

Este compartir que también debe estar presente en la amistad lo debemos ver con especial empeño. Pero, las amistades deben ser cultivadas a riesgo de perderlas por falta de riego, y sólo la impregnación del amor permite avivar la llama de una relación vigorosa, fuerte y recíproca.

Nacemos en el seno de una sociedad a la que venimos no ha vivir de manera aislada, por eso el más avaro de los seres humanos tendrá que dar algo a cambio de permanecer en ella, so pena de terminar consumido por el egoísmo y su sentido ególatra.

Construir la colmena lleva tiempo y esfuerzo; dedicación que nos debemos exigir de continuo hasta verla completamente realizada; sin embargo, ella no podrá ser edificada en la soledad de nuestro empeño, sino ayudados con la palanca que nuestros semejantes aportan con su presencia compartida y con la transferencia existencial que permite darnos de entero.

Compartir no tiene secretos ni fórmulas mágicas. Ojalá todo dependiera de la toma de una rica poción que embrujara la relación entre los seres humanos o el despeje de algún enunciado matemático que con precisión nos permitiera descorrer la incógnita. Algo más complicado es, pero también algo elemental para quien con sencillez se complazca en el amor. No es acaso sobre esta entrega donde logramos disolver las rivalidades; donde la envidia es vencida y la vanidad sumergida para siempre en la profundidad oceánica del olvido.

La rivalidad, la envidia y la vanidad es una trilogía de feas verrugas que exhiben los rostros de quienes van por la vida sumergidos en ellos mismos; ensimismados en su propio y único poder; mirando de reojo y criticando de manera destructiva a cualquier persona, proyectos o realización de vida que signifique logro para otros. No soportan el éxito; les fastidia aceptar que la vida es vida fuera de su propio diseño de vida; los invade la ira cuando ven que los demás están compartiendo su vida, sus éxitos, conflictos y todo genero de sentimiento que seamos proclives a repartir. Odian de manera gratuita y no conocen la palabra compartir, y mucho menos han sentido jamás el amor.

Este sentimiento, sobre todo, lo encuentran vacío y sin razón. Van definitivamente con una gran nube de niebla que invade sus ojos. Son definitivamente seres desagradables; son como aquellos pequeños microorganismos que la Lombriz de Tierra ataca para purificar la raíz y permitir que la planta crezca robusta; extendida hacia los cielos y brindando felicidad en sus nobles y apetitosos frutos.

El compartir nos enseña a comportarnos como seres humanos; nos permite ser observadores para expandirnos, creciendo en el afecto y en comprensión. No olvides que aquel ser afeado por las verrugas indicadas con anterioridad puede ser alguien muy cercano, o aun siendo un desconocido es un semejante. No se trata de actuar con hipocresía frente a él, sino, contrariamente, con autenticidad y desplegando todas las "armas" con la cual cuenta las mentes positivas para lograr un cambio que los incorpore a una vida más gratificante al lado de la humanidad hermanada.

Muchos hombres de ciencia coinciden hoy al afirmar que el amor, del cual hablaremos en capítulo aparte, es una fuerza inconmensurable capaz de influir en la conducta y la personalidad de los seres humanos, siendo que él solo modifica radicalmente comportamientos que son entre sí contradictorios.

Con toda seguridad encontraremos personas que opinen y sientan el compartir de modo diferente al nuestro, ello, sin embargo, no desluce nuestra particular manera de pensar. Compartir es una experiencia y como tal se da de diversas formas. No imaginemos que la nuestra es la única y verdadera. El compartir está íntimamente ligado a nosotros pues somos quienes lo ponemos en práctica, por lo tanto de alguna manera tendrá un sello personal.

Sin la intención de ponerme demasiado meloso, me atrevería a decir que de alguna manera el compartir debe ser dulce. No es que afirme que lo pegajoso califica el compartir, sino que al estar presente la afabilidad, la armonía no se hará esperar. No dudo que existen también tipos variados de compartires, pero cualquiera que éste sea si lo regamos con una buena dosis de afecto será definitivamente más compensatorio.

En las relaciones ordinarias, y también aquellas que tengan mayor significación para nosotros, necesitamos presentarnos de manera abierta. No es que a cada persona que conozcamos le tengamos que contar nuestra vida y vamos a saturarla de información sobre nosotros, pues con toda seguridad no se mostrará interesada y pasaremos como unos impertinentes y aburridos.

Se trata sí de encajar nuestra-

forma de ser dentro de la relación que se inicia y presentar nuestros tentáculos afectivos para tender el puente comunicacional de primera calidad. Y, ¿cuáles son estos tentáculos afectivos? Veamos.

La sonrisa: Nada habla más de nuestro carácter que su presencia. Nada exagerada, pero tampoco mezquina. No se trata de hacer una mueca como para engañar a nuestro interlocutor. Esta debe ser natural, espontánea.

Es sumamente fácil descubrir una falsa sonrisa, y no titubeamos en comentarlo en la primera oportunidad que tenemos al estar cerca de una persona de nuestra confianza.

– Ese sonríe falsamente, no me gusta nada este tipo. Mejor hagámoslo a un lado y no le contemos nuestros planes.

Claro que es una primera impresión, pero, ¡es precisamente de lo que estamos hablando!, de la primera impresión. Después agudizaremos nuestra óptica y nos volcaremos a conocer mejor a la persona a través de tratarnos más firme y consecuentemente.

Se dice que el rostro es el espejo del alma, quien le afirme sus motivos tendrá. Sin embargo, nuestro rostro sí es nuestra mejor tarjeta de presentación, Aclaro, no obstante, que nada tiene que ver en esto con las características físicas. No es que una cara bonita haga mejor persona a alguien con relación a otra no tan agraciada y que tal cosa nos hablará asertivamente de su personalidad. No debemos equivocar el parámetro pues podemos correr el riesgo de cometer tremenda equivocación. El rostro muestra simplemente una configuración netamente física que nada tiene que ver con lo que somos realmente, pero su expresión si está ciertamente relacionada con nuestra interioridad. La vida nos enseña a leer más en las expresiones que en la propia fisonomía. Se dice, repito, que la cara es el espejo del alma, eso a mí particularmente siempre me ha parecido una exageración, pues el estado espiritual que es el alma no se anda reluciendo ante la mirada de todos, además, el alma concreta toda una gama de expresiones que difícilmente podemos resumirla en un enunciado corporal por más valor que éste contenga.

Dentro de este capítulo quisiera hablar un poco sobre el matrimonio, aunque cuando hablemos del amor nos detengamos un poco más sobre el tema.

Los hombres por lo general hablamos poco del matrimonio y mucho menos de sus ventajas. Eso, aunque mal, lo debemos reconocer como algo que podemos corregir.

No se trata de hablar bien del matrimonio, como tampoco de resaltar lo que podamos considerar negativo, sino hacer justicia a su valor incomparable.

Si estamos refiriéndonos al compartir pienso que éste tiene su mayor expresión en la entrega que nos brindamos las parejas, y más tarde los hijos.

Aprecio en su justo valor la soltería, pues fui soltero en una oportunidad y sé de las ventajas, hoy las creo respetuosamente aparentes, que tiene la soltería, sin embargo comparadas con las ventajas que nos ofrece el matrimonio, aquellas quedan pálidas frente a las segundas.

Juro que mi matrimonio no es precisamente un nicho de rosas, en él podemos encontrar, como en cualquier otro, momentos extraordinariamente gratos, como otros que no lo han sido definitivamente. No obstante jamás cambiaría el matrimonio por una lozana soltería que se ofreciera.

Cuántas veces, te pregunto, haz llegado al hogar agobiado por la angustia de la vida y el cansancio de un día de arduo y honrado trabajo, y sientes la sensación de haber llegado a una especie de oasis donde encuentras el agua fresca y cristalina del amor de la esposa y la alegría incomparable de los hijos. Sitio que por más que frecuentas lo consigues atrayente, aun cuando existan las naturales diferencias de los genios y caracteres, y la algarabía de los muchachos haciendo de las suyas.

En mis primeros años de matrimonio, todos los casados los hemos tenido, solía advertir esa particular gracia de ver a mi esposa afanada; con poca experiencia, pero siempre queriendo complacer en lo más mínimo; y yo tratando de aportar lo poco que sabía o la invención de cómo debía hacerse tal o cual cosa. Y cómo fuimos aprendiendo error tras error, pero en la seguridad de que lo que hacíamos era sólo un comienzo. Con aquella certeza de que los años nos darían momentos de felicidad e íntimo compartir. Les digo, hoy, que no me equivoqué.

Esfuerzo, trabajo, dedicación, esmero, paciencia, perdón y mucho amor son algunos de los adjetivos del matrimonio. Ellos sintetizan en la mayoría de las oportunidades toda una vida, a veces larga, de feliz unión.

Yerros, muchos, pero siempre buscando la madurez de un compartir que con los años se convierte en la fundición de seres que se constituyen para siempre en esa alianza bendecida por Dios y definitivamente inseparable.

Que no se me disguste el soltero o quien ha tenido que llegar al divorcio. Para ambos, mi comprensión y todo mi respeto. Ojalá los primeros estén prontamente proclives al matrimonio, y a los segundos, mi mayor deseo porque hagan sus vidas felices, respetando siempre a quien fue su pareja y muy especialmente a los hijos a quienes les debemos por siempre nuestra dedicación.

No es que no tenga respeto y aprecio por los animales, ellos por general son excelentes compañeros, sino que debemos frente a ellos ser realistas y no mojigatos que nos anotamos en la pretensión de muchos que piensan que a los animales debemos "venerarlos" como si se tratara de seres superiores.

Pero, mientras más hurgamos dentro, eso no tiene para mí la más mínima disconformidad, pues probándose la existencia inteligente en otros planetas, eso me permitiría afirmarme en la grandiosidad omnipotente de esa "ciencia" que se llama compartir más nos asombramos de la expresividad al sillón del olvido como si ellas no formaran partes de nuestra propia naturaleza.. Quererlos, respetarlos y cuidarlos es lo que debemos hacer con ellos. Es más de los que ciertos adoradores de las relaciones humanas, las que en muchas oportunidades soslayamos de los animales se permiten hacer por sus semejantes humanos.

Causa confusión ver el trato preferente que mucha gente les da a sus llamadas "mascotas". No pocos son los que se convierte en simples esclavos del animal y le dedican más tiempo que a sus propios familiares más cercanos. Un cantautor venezolano, Alí Primera, en una de sus composiciones nos habla de que "… hasta hay escuela de perros…", mientras a quienes viven en sus techos de cartón no son tomados en cuenta por una sociedad alelada en la carencia de su compartir.

Quizás haz escuchado la oración "… mientras más conozco a los hombres, más quiero a los animales…" No sé a ciencia cierta a quien atribuirle esta afirmación, lo que sí sé es que ella no juzga al hombre con verdadero sentido humanístico.

No es que el compartir sea una "ciencia" tal como es definida desde el punto de vista gramatical, sino que el compartir es en sí mismo un aprendizaje que envuelve inteligencia, dedicación, compenetración de idea, apertura hacia el semejante; en síntesis, es todo un compendio de conocimientos que logramos al amparo del saber y la práctica de las relaciones humanas. Ese aprender es definitivamente humano por lo racional, mientras que al animal puede en todo caso ser domesticado a nuestras propias condicione, costumbre e inteligencia.

No es mi intención polemizar o entrar en controversias con aquellas personas que piensan y afirman que el hombre no está solo en el universo. Sin embargo, y a la luz de lo que podemos considerar serio y no especulativo, hasta ahora no existen evidencias científicas que haya logrado encontrarle un compañero de viaje al hombre en esta inmensa creación universal. Yo acepto que el hombre es el centro de la creación y en él confío. Creo en su inteligencia y sentido de madurez. Nada, que no sea Dios, está por encima del hombre, es, por ahora, el auténtico "rey del universo" Parafraseando el decir: Mientras más conozco a mi semejante y éste aprende a compartir, más amo la creación de Dios.

Muchas personas buscan afanosamente la verdad que les confirme su conocimiento o intuición con relación al ser humano en el sentido de verlo como único e inteligente; mas el hecho de observarle también en sus grandes dificultades para convivir, se permite la duda y la suspicacia de que tanto dominio sea real y verdadero. Dudamos de nuestros semejantes en cuanto a su capacidad de amar y su desprendimiento de dar amor cuando observamos las miserias de las cuales están revestidos muchos seres humanos, esto sin embargo, corrobora por qué el hombre es un ser imperfecto e inacabado. Quien ha logrado desarrollar y conocer poco amor, dará en esa misma magnitud, no más.

Lo más grande que poseemos y podemos compartir es amor. Este sentimiento involucra todos los bienes materiales y espirituales que nos podamos imaginar. En el se encierra toda riqueza y todo poder.

Cuantas veces hemos escuchado historias de hombres que han atesorado grandes fortunas; que poseen bienes materiales casi imposible de cuantificar, y sin embargo les escuchamos decir cuanta lamentación existe en sus corazones por la falta de amor. Amor de tener como de recibir.

No cuestiono para nada la posesión y propiedad de bienes materiales, ellos suelen ser un don maravilloso, pero también pudieran encerrar grandes dificultades para el logro de un desarrollo humano integral, donde el amor fuese eje de nuestra existencia. Estas fortunas, en ocasiones, estorban; impiden que el hombre pueda darse con apertura completa. En ocasiones su corazón abriga temores y dudas; su espíritu está materializado e involucrado en la fantasía del poder material; impedido de mezclarse en una relación sincera de compartir.

Dentro de este hombre está presente siempre el verbo "aprovechar" en todas sus formas, sometiéndolo a una auténtica tiranía que lo reclama como gendarme de los bienes para que nadie ose sustraerlos. Está este ser humano sumergido en uno de los mayores sufrimientos: el no poder amar y ser amado.

Somos destinados para el amor, él está presente como el don más maravilloso que podemos recibir de Dios o, si lo prefieres, de tu propia esencia humana evolucionada.

¿Dónde radica, entonces, su carencia? Personalmente pienso que el egoísmo es la mayor traba que impide su aparición plena y segura. Una vez eliminado el egoísmo, el amor se presenta esplendoroso, amplio e inconmensurable. Donde existe desprendimiento existe compartir, donde existe compartir se hace presente, permítaseme el término, instintivamente el amor.

Cuánta dificulta, sin embargo, para que éste se enseñoree en el corazón de los hombres; para que sea ese vaso comunicante que une y despierta emociones a veces incomprensibles.

Desde de la vida de los santos hasta el compartir de un ser humano ignoto, nos encontramos historias bellísimas que nos hablan de amores fecundos y generosos, donde la entrega a sus semejantes es el punto coincidente que raya en la incomprensión humana. Hombres mártires que han protagonizado un idealismo perfecto y seres cuya entrega ha sido narrada como culmine del desprendimiento.

La vida, pasión y muerte de Jesús, el Cristo, fue, es y será la manifestación más monumental de entrega que cualquier ser es capaz de otorgar por su semejante. Hijo de Dios vivo, se hizo llevar al padecimiento más extraordinario que se le pueda inferir a ser humano alguno. Pudiendo impedirlo por ser quien era, se entrego por amor a todos los hombres en cumplimiento y obediencia al Plan divino de Dios: la Salvación de todos los hombres, el perdón de los pecados y la salvación de todas las almas. "Nadie tienen mayor amor que el que da su vida por sus amigos" ( jn 15,13 )

Pero, se me dirá, ¿es posible encontrar hoy dentro de los hombres tal grado de amor? Ciertamente así lo es. Por eso vemos hombres y mujeres entregados al servicio de sus semejantes con total desprecio de su vida. Almas dedicadas a suplicios terribles que atienden enfermos terminales sin ningún temor por ellos mismos; entregados decididamente a tareas que otros no harían por ningún precio material, y que ellos realizan simplemente por amor.

La madre solícita que dedica su vida a sus hijos en la presunción, a veces, de verse luego despreciada por quienes le merecieron su abnegación y desprendimiento. Seres dados a la defensa de ideales, sacrificados en el ara de la incomprensión y la humillación humana. Gente que recorre el mundo con el olivo de la paz en sus manos, para luego ser centro de la barbarie y la ignominia. Sí, allí están a montones hombres y mujeres que aun padeciendo prefieren vivir vidas de entrega antes de verse rodeados de lujos y comodidades. Humildes seres que han hecho de sus vidas candelabros de luz ante la oscuridad intransigente del mal. Gente al servicio de la dignidad del hombre en lucha constante contra el oprobio y la negación de la persona humana. Todo esto en nombre de la solidaridad y el compartir.

No te estoy proponiendo que tengas una vida flagelada y de sufrimiento para que sean un ser con sentido del compartir, no, por lo contrario te invito a sumarte a la vida ordinaria, la que todos hacemos, y desde allí con sus dificultades y carencias compartas hasta el rayo de sol que calienta tu ser.

Existe un mínimo grado de compartir, algo que no podemos desdeñar so pena de vernos rechazados; ese mínimo se nos pide para poder socializar y sentirnos dentro de la sociedad como uno más.

Martin Luther King, líder de las luchas contra la segregación racial en los Estados Unidos y en el mundo, fue la personificación de la entrega y el compartir hasta hacerse víctima de la intransigencia del mal representado por un común humano que consideró molesto al " clarín de la conciencia". Este hombre de color con una serena expresión en su rostro fue un fiel catequista, capaz de unir de manera ejemplar vida y palabra.

"El mandamiento de amar a nuestros enemigos, decía, lejos de ser la piadosa exhortación de un soñador utópico, es una necesidad absoluta si queremos sobrevivir. El amor hasta para nuestros enemigos es la clave para resolver los problemas de nuestro mundo" De allí su predica de la no-violencia y su firme postura de mantener la lucha de los negros dentro de la justicia y la democracia. "La violencia, afirmaba, crea más problemas sociales de los que resuelve, y por tanto no conduce nunca a una paz permanente" El amor es una necesidad absoluta, como absolutos son el aire, la alimentación y el calor corporal, esta lección aprendida no en la universidad, sino en la vida misma nos habla de un valor también absoluto. Así se expresaba poco antes de que una bala asesina segara su vida para siempre. Este hombre que vivió para amar a sus semejantes, murió a las manos de uno de ellos. Seguro estoy que este paladín del compartir y premio Nóbel de la Paz (1.964), perdonó al agresor antes de morir. Sus últimas palabras fueron de amor por la humanidad, de perdón como único puente para terminar con las discrepancias sociales y raciales.

Pero no estaba Martin Luther King solo en la lucha para lograr el reconocimiento de los derechos civiles de los negros norteamericanos, a su lado existía un "ejercito" de hombres y mujeres anónimos. Muchos de ellos fueron víctimas del odio y la incomprensión humana. Al lado de los negros encontrábamos a miles de blancos solidarios compartiendo con sus hermanos la justa contra las locuras de una sociedad de fanáticos. Así como Martin Luther King existen millones de hombres y mujeres dedicados al servicio de sus semejantes en nombre del amor.

La Madre Teresa de Calcuta, cuyos servicios a los pobres dejo honda huello en el corazón de la humanidad, se entregó por entero desde muy joven a los pobres de una nación que ni siquiera era su patria de nacimiento. Pero, qué importa el lugar donde nacemos, si nuestra alma y fuerza está para el servicio y el amor. Nuestra patria se hace gigante y somos, por así decirlo, ciudadanos del mundo dispuestos a compartirlo todo, hasta el holocausto de nuestra vida.

También en el campo científico vemos a hombres y mujeres dedicados a la ardua labor, comúnmente sacrificada, de encontrar soluciones que permitan salvar vidas humanas o hacerlas más saludables. Comparten con la humanidad su afán en el campo de las investigaciones, en oportunidades poniendo en riesgo su propia integridad física, para que todos nosotros tengamos una mayor y mejor expectativa de vida.

Igualmente comparte el literato, el dramaturgo, el pintor; en general todos los que se dedican al arte son auténticos dadores y multiplicadores del amor y el compartir. Se dan por entero en sus obras suavizando las asperezas de la vida; convirtiendo momentos de ocio en verdaderos cultivadores del espíritu.

Existe una manera particular de compartir que tiene que ver con el servicio a nuestros semejantes. Este servicio puede desarrollarse de diversas maneras, como por ejemplo, en el campo del trabajo social, político, religioso y, en general, desempeñando toda aquella actividad que involucra prestación y asistencia a nuestro congénere.

Personalmente siempre he tenido la suerte de estar al servicio de mis semejantes, habiendo explorados los campos del trabajo social, la política, la religión y, de manera particular, la opinión política y el análisis social.

En cada uno de ellos he podido compartir de la manera más amplia, sin que en ningún caso se me haya coartado la libertad de pensar y trasmitir mi opinión personal y mis convicciones ideológicas y doctrinarias.

La política particularmente es un compartir de especial dimensión donde el servicio debe ser norte del activismo y, donde, la dignidad de conciencia debe ser inalienable. Ninguna ideología política puede estar por encima de la dignidad de la persona humana y nunca nadie puede ser sometido ideológicamente a ningún credo partidista. La participación política no sólo es un derecho, sino un deber de todo ciudadano que se precie de serlo, pues allí se deciden cuestiones fundamentales para con la libertad, el bienestar social y económico de los pueblos.

Pero, si la participación y el compartir político son importantes, no lo es menos nuestros medios, presencia y compartir en el plano religioso, donde tenemos comprometida nuestra ponderación y orden moral.

Ese compartir religioso debe ser respetuoso y equilibrado; sin fanatismo ni imposiciones; fundado en la fe y el amor.

Para finalizar este capitulo me voy a permitir decirte algo que toda seguridad sabe, pero que se me antoja debemos observar con más detenimiento.

En ocasiones somos de la opinión de que como no tenemos nada o poco que dar, nos salvamos de eso que llaman compartir.

Sabes sonreír, comparte una sonrisa. Te gusta y cantas bien, comparte tu canto. Eres bueno y ameno charlando, charla con tus amigos y conocidos; bríndales tu encanto y hazle pasar agradables momentos. Escribes y te comunicas con tus semejantes con facilidad; escribe mucho que algo queda. Tienes tiempo libre, dedícalo al servicio de tus prójimos más necesitados. Tienes posibilidad de ayudar económicamente alguna institución dedicada a obras de caridad, no le niegues tu aporte; hazlo a hurtadillas si es que no te gusta la publicidad. Viven tus padres, atiéndeles y comparte con ellos lo más que puedas. Aprende a comunicarte con tu esposo o esposa, con tus hijos, hermanos y el resto de la humanidad. Recuerda que no estas solo en el mejor planeta del Universo, al menos el que conocemos, y prepárate para hacer de él el mundo feliz que todos anhelamos.

Ciertamente que compartir es algo fabuloso y tengo bellas experiencias que me han brindado todo tipo de satisfacciones. Tuve una amiga que fue la compañera más fiel que jamás he tenido. Entiéndase como compañera no la esposa, sino alguien especial que un buen día comenzó a brillar en mi vida. Nunca nos reprochamos, y tuvimos algunos desacuerdos, pero eran como abono para esa fértil amistad que nació de manera sorprendente. Sólo una cosa teníamos presente, y es que nada que tuviéramos nunca fue algo que no pudiéramos compartir. Nos dimos de todo y compartimos amigos que jamás sin su y mi participación hubiésemos sido capaces de compartir. Pero no sólo es la experiencia personal la que puede ilustrar entregas llenas de amor.

El fundador de la Cruz Roja Internacional, filántropo suizo Jean Henri Dunant, olvidó todos sus negocios para dedicar su vida entera a la asistencia humanitaria de todo aquel hombre que sufría por el terror de la guerra. Llegó al colmo de ser perseguido y demandado por sus antiguos socios comerciales, a quienes "defraudó" al desatender los deberes del negocio por dedicarse a compartir. Dunant nos legó esa obra conocida por todos nosotros, organización de alta reputación y aprecio mundial.

Cuando somos padres asumimos un compromiso muy alto, debemos ayudar a otros seres, nuestros hijos, a moldear una personalidad desarrollada con seguridad. La vida les espera con sus múltiples facetas que les obligará a tomar decisiones importantes. Enseñarlos a compartir es una de las tantas tareas que tenemos por delante. Pero, esto hay que tenerlo presente, el compartir fluye de manera natural cuando la autoestima es alta y vigorosa y de ella dependerá mucho cómo será nuestro comportamiento y la conducta futura. La carencia de autoestima es envolvente y perturba de manera muy particular. Pienso que la autoestima de alguna forma actúa como un condicionante ético y moral que "prohíbe" acciones poco o muy fuera de esos contextos. Cuando tenemos valores enraizados, tales como la honradez, la fraternidad, el respeto, etc., sin duda que nos haremos seres de hermosísimas cualidades y de alta autoestima.

Capitulo III

El egoísmo

Si terminamos de ver en los capítulos anteriores el tema de la felicidad y el compartir por qué hablar de inmediato sobre el egoísmo. Eso tiene toda una lógica y razón de ser, pues el egoísmo en una de las más importantes trabazones en nuestra ruta de la felicidad y un impedimento para la existencia del compartir. Sin ser erradicado éste ninguna felicidad se hará presente y nuestro corazón se mantendrá en una espesa niebla. Quizás podamos percibir la presencia de aquellos que están dispuestos a compartir con nosotros, pero no se harán visibles hasta ver despejada la niebla. Estaremos sumergidos en una oscuridad terrible, en un túnel largo; muy largo, que nos irá midiendo los segundos en la espera más insólita de nuestra existencia.

Pero, ¿qué realmente es al final de cuentas el egoísmo? Porque suena como muy fácil y rutinario hablar de una expectativa que casi a diario manejamos y por ello se ven hijos egoístas, esposas egoístas, padres egoístas, maridos egoístas, maestros egoístas y, hasta, ¡niños egoístas!

¿Has tratado alguna vez de observar lo egoístas que suelen ser los niños y hasta la crueldad con que habitualmente miden sus relaciones sociales? Y, ¿ saben acaso hasta dónde somos culpables los adultos de esta situación? Los invito a reflexionar sobre nuestra conducta y costumbres; quizás nos llevemos una muy desagradable sorpresa.

Dentro de la gran libertad con que Dios nos ha creado no existe obligatoriedad para no ser egoísta, al fin y al cabo ejercemos esa libertad cuando nos mostramos aprensivos en nuestras relaciones. Nuestras pertenencias son nuestras y con nadie estoy obligado compartirlas, pero, ¿ hasta dónde puedo no dar algo de lo es mío? y ¿hasta dónde puedo soportar que otros no compartan lo suyo conmigo?

Veamos dos cosas para diferenciar lo que puede ser exclusivamente mío de lo que es colectivo. Mi casa aislada del mundo en una isla o montaña lejana no es igual a mi casa urbana, enclavada allí en la gran ciudad o en el pequeño pueblo. Mi casa de la montaña, sin vecinos, obviamente logra un sentir más propio por lo incomunicado, no así el apartamento dentro de un condominio. En este último me veo obligado a compartir paredes, techos, jardines, ascensores, escaleras, estacionamiento, pasillos y toda y cada una de las cosas que les son comunes a esa asociación de personas. Sin remedio debo compartir. En este caso qué es lo que hacemos, a los menos muchos tratan de hacerlo, nos acogemos placidamente a la ternura de la aceptación; y no lo digo en término irónico; simplemente es una realidad de la cual no me puedo escapar. Existe hasta una legislación que regula esta sociedad de personas e impone normas que no podemos saltarlas a la torera. Las cumplo o las cumplo, no existe alternativa. Aun siendo egoísta estoy condenado a compartir. Para el egoísta debe ser terrible vivir de esta manera, para quien esté acostumbrado a compartir, todo le parecerá normal, soberbiamente normal. Sin embargo, el egoísta tiene su caverna; allí en su fortaleza inexpugnable no permite el menor atisbo de seres sociables; no quiere saber de vecinos, y apenas murmura un ¡buen día o unas buenas tardes! Cuánto le cuesta, Dios mío, mirar a los ojos de su semejante; y si algún vecino se atreve a hablarle y hasta hacerle una invitación, lo evita de todas las maneras o simplemente lo desprecia de tal forma que nunca jamás se le ocurrirá a esta buena alma de Dios atreverse acercarse a este especie de animal surgido de las cuevas de Altamira.

La persona egoísta es un ser solitario que encuentra en el aislamiento su mejor arma para justificar y justificarse en su conducta. El Egoísta es dominante, petulante, padre irresponsable, codicioso, avaro, egocéntrico y dado a los "placeres" de manera desenfrenada. Por lo general abusa de licor y el tabaco, utilizando una importante suma de sus ingresos en tales y otros vicios, dejando a un lado el contacto con la familia, esposa, hijos y hermanos; buscando en otros lugares y personas que le hagan soporte de su egoísmo. Por esto no tienen amistades verdaderas y perdurables, sino amigotes del mismo "gremio"

Pero, ¿me pregunto? ¿Se puede hacer cambiar a estas personas o simplemente no las tomamos en cuenta y las dejamos en el camino de su propia felicidad?

La conducta del egoísta, sin adéntranos en el campo del psicoanálisis, es modificable si quien la padece se hace consciente de su condición y busca las razones para cambiar. Razones que como hemos visto en el Capítulo Compartir, las hay de sobra. Sé que algunos de ustedes dirá que es muy difícil que un avaro se convierta en generoso o un ególatra deje de sentirse la "última Coca Cola del desierto", sin embargo, y aun considerando las implicaciones sicológicas involucradas en tales conductas, debemos recordar que el hombre es un ser inacabado, por lo tanto perfectible.

No soy un metafísico pero tampoco rechazo de plano los conceptos metafísicos, algunos de ellos expresan con sencillez y diafanidad, por ejemplo, cómo borrar de nuestro subconsciente las imágenes y conductas negativas para ser sustituidas por la verdad pura y milagrosa de una vida feliz. Existe toda una técnica, nada engorrosa, -el lector consultará en los textos metafísicos apropiados- para suplantar imágenes perturbadoras que enlodan la vida e inducen a una existencia poco edificante.

No quisiera dar por terminado este capítulo sin asomarnos a la vida de un egoísta -les juro que no es nada recreativo- porque es mejor conocerlos de primera mano para poder ayudarlos, si es que resolvemos tener tal propósito. También les propongo observar a un ser sociable y transitar su sentido de compartir. Esta gimnasia mental, de alguna manera para eso estamos aquí compartiendo estas líneas, nos servirán para cotejar una conducta social con otra y nos permitirá escoger mejor a nuestros amigos, pero sin olvidar que también el egoísta es nuestro semejante, aun en contra de su voluntad.

Juan Pablo II refiere que tenemos que convertirnos de "yo" al tú, al nosotros, pues el hombre no puede encontrarse a sí mismo, sino encuentra un tú y se abre a los hombres.

Esa voluntad está en nosotros como un don, falta ponerla en práctica.

Egoísta: Todo lo que tengo lo debo al esfuerzo propio, a nadie le debo nada; mis padres apenas si me procrearon, ni los estudios les debo; mi esposa, que ni siquiera es mi familia, me causa tantos problemas que cualquier día de estos la dejo; mis hijos, esos mal agradecidos, no confían en mí; los jefes que tengo no saben más que yo, pero ganan más; el vecino del 15-A, ese yo lo conozco, pero me cae mal, siempre me caído mal. Por eso prefiero mil veces a mi perro o mi gato o mi rana o mi culebra o, en fin, mi mascota. Ellos valen más que cualquiera de mis vecinos, de esos nada quiero saber.

El año que viene –todos los años dice lo mismo- me voy de viaje, por lo que tengo que ahorrar el más mínimo centavo, por lo que no voy a estar gastando en lujos para la familia -¿cuál familia?- nada de ropa nueva y mucho menos finos manjares (con esto de finos manjares e refiere al cotidiano y normal consumo humano) Sólo compraré aquellos trajes que vi en la tienda y los zapatos deportivos y las camisas de seda natural y.. Así es el egoísta, díganme ustedes si merece ser ayudado o no.

Y el sociable: Debo afanarme para ser mejor en los estudios. Si lo logro puedo optar más rápido por mi graduación y así ascender a puestos de mayor responsabilidad y beneficios. Quizá, si me esfuerzo, puedo casarme con Patricia, ambos queremos, pero, no podemos tal como están las cosas… La verdad que casarme sólo por tener mujer segura no me entusiasma, aun cuando no estaría nada mal. Patri piensa que es mejor, pues así nos apoyaríamos mutuamente. Pero, y cómo hago con mamá; bueno ya veremos.

Aquí se refleja, cortamente, cómo nuestro sociable amigo piensa en sí mismo cuando se dispone a lograr cometidos que indudablemente lo benefician, pero no deja de analizar lo conveniente o inconveniente de sus determinaciones. Piensa en sí mismo, pero el reflejo de los beneficios involucra a otros seres queridos. Medita sobre su futuro, pero incluye en él a otros.

Podemos imaginar qué sería de la maternidad si la mujer, egoístamente, no prestara su cuerpo para lograr esta maravilla de la naturaleza y bendición de Dios que hace perdurable la vida humana.

La entrega, y no estoy hablando de sumisión, de la pareja para lograr la prolongación de la vida es un acto de amor inapreciable y creo que aquí se barre con el egoísmo. No importa qué pueda suceder más tarde. Me explico, cuando la pareja decide responsablemente traer al mundo un hijo, fruto del amor que se dispensan, saben los riesgos y compromisos que tal acción contrae; pero se renuncia a comodidades ante la felicidad que embarga el vientre materno al alojar por meses a su crío, quien más tarde hará lo propio y así sucesivamente.

El despeje del subconsciente –cambiar viejas grabaciones por nuevas- garantiza la libertad y nos trae paz en el corazón, pues esa concordancia mental domina nuestra conducta y actos irreflexivos. Nada fácil resulta sin duda cambiar aquellas imágenes mentales que perturban, pero es posible conquistar esa libertad que no se somete ante la violencia instintiva del subconsciente.

Esto pareciera decirnos que el ser egoísta es una educación, un aprendizaje; diría que así como aprendemos a caminar y hablar, así mismo aprendemos conductas. Ahora, no es falso que así como aprendemos lo bueno, también lo malo es un aprendizaje.

Lo alojado en nuestra mente es parte aprendizaje y parte instinto; al igual que tenemos acciones reflexivas, así tenemos acciones irreflexivas

Claro que nos debemos a una educación de la conciencia que sea edificada para la verdad y no para la mentira; para el amor y no para el odio; para el valor y no para el miedo; para el perdón y no para el rencor; para compartir y no para el egoísmo.

Esa cultura es imprescindible para que podamos tomar el camino feliz. Ese camino feliz de todos y cada uno de los días de nuestra existencia. Recuerda que la felicidad no es una meta sino un camino. No hay aviones, ni trenes, vehículos que nos trasladen hacia la meta de la felicidad, la felicidad debe ser conquista a cada momento. Pero, qué momento feliz podemos albergar en nuestro sano raciocinio si el aguijón del egoísmo mina nuestra personalidad

Decía que no estaba planteando la cuestión del egoísmo con la idea de trasparentarlo a la luz del psicoanálisis, pero cuando hablamos de conductas humanas qué otra ciencia puede arrojar luz sobre ellas sino la sicología y sus técnicas secundarias. Por otra parte, qué es la sicología sino la ciencia del yo o de la persona individual. Esa que narra la relación del individuo con la colectividad y con sus semejantes; la que puede comparar a luz de intelecto la relación del hombre, su conducta y procesos psíquicos.

No estoy afirmando aquí que el egoísta sea un orate o un enfermo mental, sólo pienso que el egoísmo no es congénito sino un aprendizaje, un mal aprendizaje.

Thomas Szasz en su libro El mito de la enfermedad mental nos dice que el hombre es un animal que acata reglas. Sus actos no están dirigidos simplemente hacia determinados fines; se ajustan también a las normas y convenciones sociales. Atribuimos al ser humano, por ejemplo, ciertos rasgos caracterológicos, como la honestidad, la puntillosidad, la benevolencia y la mezquindad. Qué otra cosa es la mezquindad sino el egoísmo y qué la benevolencia sino estima, afinidad y raciocinio social. Por otra parte, se nos habla de normas y convenciones sociales que el hombre obedece y allí está la educación para lo bueno y para lo grande; para lo noble y para el amor.

Ojalá podamos ir de la mano con nuestros valores en el juego social y desterremos lo que se afirma, pues no creo en la incapacidad del hombre para olvidar lo que mal aprendió. El hombre registra una capacidad evolutiva que no cesa, y aquellas conductas que no le permiten tener momentos de felicidad las puede desterrar de su ser.

El hombre modifica lo aprendido a cada instante y se vale de ese mismo bagaje intelectual para suplantar malas técnicas por buenas; viejas ideas por otras más evolucionadas; malos hábito por buenos; malas por buenas costumbres; egoísmo por nobleza.

Nosotros tenemos una tarea fundamental que cumplir, ella tiene que ver con la preservación de la vida, de la propia vida. Tenemos que hacer lo indecible para que esa vida sea pletórica de momentos felices, sin embargo, tal actitud no puede ser catalogada como egoísta, sino como inteligente. Si existo puedo serte útil, si no existo, no puede serte útil. Nuestro empeño debe estar cifrado por esa premisa que será siempre inicio inagotable para el servicio que debemos prestar a los demás.

Pero, mantengámonos alerta ante el aprovechador de oficio, no permitas que se aprovechen de tu calidad de persona humana, de buena persona. Mantén a raya a quien o quienes pretenden hacerte objeto de su viveza, transmontando tu noble corazón.

Creo que en la trasmutación es donde radica la sabiduría, pues si somos capaces de cambiar o ser objeto de los cambios podemos ir saliendo del laberinto que es la vida. Cuando digo ir saliendo me refiero exclusivamente al ir venciendo obstáculos y superando barreras. Cambiar una actitud egoísta nos hará definitivamente más libre de lo que nos podemos imaginar y nos proporcionará agradables momentos de felicidad.

En muchas oportunidades solemos no ayudar por pensar que es muy poco lo que podemos dar, pero si te detienes a pensarlo mejor, puedes darte cuenta que lo poco para ti puede constituir lo esencial para otro.

Pon como ejemplo que le regalas a un carente unas pocas monedas que suelen sobrarte; con ellas tú no solucionarías nada o casi nada, pero en manos de quien nada tiene es su único capital. ¿Cuánto podrá hacer con aquello?, que eso no sea tu preocupación, déjale a él la solución, te aseguro que algo encontrará qué hacer. Por poco que te parezca siempre es más, algo que nada.

Bendita la mano que bendice y generoso el ser en donde ella habita.

Capítulo IV

La Amistad

Para mí hay una palabra que da relevancia a la amistad en toda su extensión, ella es: transparencia.

Opinan algunas personas que una forma de mantener la amistad es a través del disimulo: si algo no me gusta de un amigo, no se lo digo, lo mantengo en reserva y corro la arruga de aquella cuestión. Esto lo hacen válido para cualquier persona, sea familiar, compañero de trabajos, jefe, político, líder espiritual o simplemente un amigo, una amistad.

Estos semejantes consideran que el hacerle ver a otro un mal carácter o predisposición a la imposición se estaría rompiendo la amistad, cuando realmente, y actuando en ese sentido irresponsable, lo que se está es minándola en su estructura y confinándola a la sombra de la incomunicación, y sin ésta la amistad es sólo un artificio, una paradoja de la confraternidad.

El antídoto de ese veneno que llaman alcahuetería, es la transparencia, la diafanidad, la amistad cierta y verdadera. Para qué quiero tener un reloj que no me informa la hora con exactitud; ¿de simple lujo? Sin embargo, no piensen que debemos convertirnos en jueces de nuestras amistades, pero una buena dosis de sinceridad no daña una amistad, por lo contrario, y si se trata de alguien que vale la pena conservar a nuestro lado, nos lo agradecerá, al igual que nosotros le estimaríamos su propia transparencia.

No podemos olvidar, por otra parte, que los seres humanos nos diferenciamos en muchas cosas y entre ellas está el carácter. La mejor decoración es aquella que logra armonizar colores diversos, pues rompe la monotonía de un espacio monocolor y permite que la policromía le imprima belleza y buen gusto.

Ser un buen amigo, respetar la amistad y tender en ella un lazo indisoluble es en verdad un arte algo particular para aprender, pues el conservar buenas y auténticas amistades requiere de un especial cultivo que amerita de ese abono especial que yo llamo transparencia.

Pero las amistades no se logran únicamente con esa suerte de luminosidad, hace falta, así mismo, que ellas sepan que tiene en nuestro tiempo la prioridad que se merecen. Te pregunto, ¿hace cuánto tiempo no llamas a aquel o aquella vieja amistad con quien compartieras gratos momentos?, y conste que no estoy hablando de antiguos romances ni nada parecido; sólo hablo de amigos sinceros separados por la falta de tiempo y el desasosiego de la vida en la metrópolis.

Hace tiempo leí de una señora que llevaba un libro de amistades, tal como si se tratara de un libro contable y allí mantenía un control de sus llamadas y encuentros con sus amigos.

Hoy que contamos con recursos tecnológicos avanzados, como la agenda electrónica, nos es más fácil recodar fechas de aniversarios, cumpleaños y cualquier otra de particular interés. Esto releva a la memoria, pues con sólo apartar un momento antes de ir a la cama, podemos revisar nuestros "compromisos sociales" y fechas comprometidas.

Claro que tal aspecto sólo nos hace ser más organizados a la hora de no olvidar estos detalles importantes, pero la agenda no sustituye el calor que le podamos imprimir a la amistad, ello dependerá únicamente de nosotros.

Dentro de la amistad se da y se recibe; por ello es importante considerar que aquel que te ofrece la mano lo hace por cariño y no por algún interés mezquino. Saber apreciar esto es necesario, pues corremos el peligro de despreciar o desairar una mano amiga. Nada incomoda más que el celo quisquilloso de algunas personas que siempre están considerando que cualquier colaboración que se ofrece es causa de molestia para quien lo oferte; cuando en verdad lo llena de satisfacción. Si estamos a diez cuadras de nuestra casa y nos disponemos a tomar un taxi para llegar a ella y pasa un amigo o vecino y nos ofrece llevarnos, lo aceptamos y se agradece el gesto; pero si nos encontramos a una cuadra de muestra residencia, lo rechazamos porque estamos cerca, en ese momento olvidamos que el gesto tiene el mismo valor.

Todos hemos oído la expresión popular: "¿amigo? el ratón del queso" Personalmente no le hago mucho caso o, ¿debía decir?, no les hago ningún caso a estos consejos. Sin embargo, algo cierto deben tener, pues mucho se habla de esa sabiduría o sicología popular que sobre todo nuestros padres valoraban y respetaban.

Les comentaba que hacer amistades es un arte y conservarlas toda una labor artesanal donde nuestro ingenio se ve exigido. Tolerancia, comprensión, sinceridad y respeto parecieran herramientas de gran utilidad al momento de esa siembra, pero no siempre logramos conjugarlas en el verbo amar, llave de éxito que abre todas las puertas.

En nuestro próximo capítulo estaremos conversaremos precisamente del amor; ese don maravilloso que nace en cada uno de nosotros, pero que se hace indispensable compartir para hacerlo vivo y de verdadero valor. Ciertamente habremos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, lo que equivale a un rango de pluralidad y no de singularidad.

Cuántos hombres y mujeres no unidos por lazos de familia, incluido el matrimonio, se profesan amor entrañable e infinidad de veces incomprendida para mucha gente, incluso entregas de amistades que suscitan celos entre familiares. Acostumbramos, en Venezuela, a decir que el familiar más cercano es nuestro vecino, ello posee una exactitud axiomática.

En la Biblia, libro de los Proverbios, Salomón nos dice: Si quitas las impurezas de la plata, saldrá un vaso para el platero. Digo que, si quitamos la maleza tendremos una siembra limpia y una cosecha abundante. Si logramos limpiar la amistad de dañinas interferencias producto de malos entendidas e incomprensiones que evitan que la policromía del carácter destelle toda su belleza, habremos logrado inteligenciar un acto de amor; porque la amistad y el amor son actos humanos y como tales susceptibles de gestión.

La escogencia de los Doce adelantada por Jesús sería vista hoy como una selección nada magistral para la formación de un Te am work que sirviera a la gestión de la más grande empresa jamás intentada. Cómo pensó Jesús con aquella disparidad de hombres formar a unos sabios y sobre ellos fundar su Iglesia; extraer de pescadores, soldados y hasta un recaudador de impuestos, hombres que lo siguieran y lo respaldaran en la proclama de su misión. Porque no sólo fueron los Doce, entre ellos Judas Iscariote, los seguidores de Jesús debieron contarse por miles, aun cuando luego muere prácticamente solo, dentro de una gran confusión y desorden de sus seguidores.

Pero Jesús con amor logra unos lazos indisolubles entre los apóstoles y estos le corresponden amándose los unos a los otros. Hombres que abandonaron familia, trabajo y seguridad económica para seguir a un varón que se proclamaba el Mesías tan esperado por el pueblo hebreo.

Quizás pensemos que la amistad es un brote que se cultiva para el uso y el abuso, quienes así piensan está definitivamente equivocado. Dije con anterioridad que la amistad es para dar y recibir, no porque a ella la veamos como un mercado donde vamos a ejercitar un trueque, sino porque la amistad es ante todo solidaridad; quien no comprenda esto jamás disfrutará de verdaderos amigos.

Siempre me ha gustado aquellas personas que dicen tener en su padre, hijo, esposa o esposo a su mejor amigo, porque pienso cuán hermosa debe ser una conversación entre padres e hijos, plena de franqueza y abierta como la llanura. Y eso de que mi esposa sea mi confidente me emociona en grado sumo, pues quién si no ella tiene el "derecho y deber" de conocerme en detalle, y mucho más si el matrimonio o unión conyugal tiene varios años.

Personalmente, lo confieso, he tenido varias amigos y amigas que me merecieron el grado de "confidente", pero no lo he tenido en mi pareja. No es que no nos tengamos confianza, sino que el grado de confidente es tan elevado que sobrepasa cualquier grado de confianza que nos podamos imaginar.

Pero, y ya que estamos hablando de amistad, porque no hacemos un alto en nuestra conversación y nos vamos un rato en la cocina para preparar un delicioso platillo y así sorprender a nuestra pareja. Como lo prometido es deuda, allí les va esta rica receta.

Sopa de langostinos Olas

Receta Original:

Ingredientes

175 grs. de mantequilla (12 cucharadas rasas)

2 �azas de cebolla picada

4 cdas. De polvo curry

10 tazas de consomé de pollo o pescado

2 tazas de tomate picaditos sin piel y sin semilla

4 c.ditas. De sal

�dita. De pimienta blanca

3/8 de cdita. De salsa picante (Tabasco) opcional

1 �g de duraznos (30 duraznos) en trocitos (Pueden ser enlatados bien escurridos)

800 grs. de langostinos crudos troceados

�aza o una lata de crema de leche pequeña

Preparación

En una olla grande y pesada se pone la mantequilla a calentar, se agrega la cebolla y, a fuego lento, se fríe por unos 10 minutos hasta marchitar; se baja el fuego, se agrega el curry revolviendo; se cocina 1 minuto. Se agrega el consomé al primer hervor, se cocina 10 minutos. Se agrega la salsa picante, los *duraznos, los tomates, la sal, la pimienta y los langostinos y se cocina removiendo de vez en cuando por unos 20 minutos más.

Se apaga el fuego y en el momento de servir se le agrega la crema de leche a la sopa que deberá estar bien caliente.

Nota 1: Se puede acompañar con arroz blanco, pan campesino o ambos.

Nota 2: Se acompaña con vino blanco bien frío

* De usarse duraznos enlatados, éstos se agregaran sólo 10 minutos después de ser puestos los langostinos y cortadas las mitades en cuatro partes.

Y, que tal, ¿les gustó? no me digan que no es rico. Ese platillo se lo inventé a una señora que estaba pasando por una fuerte depresión, yo lo sabía. Pero lo que no sabía, y aquí esa extraña magia que nos impulsa a tomar ciertas decisiones, magia que no es otra que la bendición de Dios para llegar a nuestros semejantes de la manera más insólita, es que llegué con mi receta de sopa de langostino cuando ella menos lo esperaba. Realmente no fue lo rico de la sopa lo que la entusiasmó, más bien fue la compañía con quien la compartió lo que hizo el milagro. Invitó a su hijo con quien tenía, por divergencias familiares de su nuera, mucho tiempo sin verse, y fue tan grato el momento, la compañía de su nuera y nietos, que la bendita sopa los unió. Marcos, así se llama el hijo de esta señora, me llamó agradeciendo la idea de la sopa. Claro que no fueron los langostinos ni los melocotones, como tampoco el curry, allí simplemente funcionó el perdón y la entrega amorosa del compartir.

En una de mis poesías le canto al amor intransigente de la siguiente manera:

Mi amor es una gran torre; el tuyo hasta el cielo gira.

Mis besos son un derroche; donde se duerme tu ira.

Así sucede con el amor a los hijos, de éstos a los padres; de la amante; de la esposa. Apasionado, con rosas, pero también con espinas.

Pero la amistad es mucho más y ella se encuentra en personas inimaginables. Un sacerdote, un policía, un empleado de la burocracia, un banquero, el que barre las calles, el vecino – ¡cuántos amigos en los vecinos! – , en fin a cada paso podemos hacer un amigo, pero, ¿son amigos o simplemente conocidos? Bueno, eso dependerá del sortilegio de ambos. Se dice, ahora, química. Y no es que nos sometamos a una experimentación en un laboratorio, sino que así las nuevas generaciones indican lo que los poetas por siglos han llamado magia, encanto personal.

Políticamente difiero del pensamiento ideológico de Pablo Neruda, pero eso no me frena para sentir por él una especial afinidad humana y, por supuesto, literaria.

Él le dedicó a su esposa, Matilde Urrutia, un libro de cien sonetos de amor. Allí Pablo le dice a Matilde: "Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirle estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera…"

En este libro Neruda traduce una amistad esplendorosa con su mujer. Uno a uno los versos van describiendo un amor que va más allá del amor. Se vuelca sobre ellos con una entrega de amigo, también de amante, pero esto no tendría mayor importancia, que la tiene por supuesto, sin la presencia de esa amistad. Le dice Pablo a Matilde:

"Cuando la línea pura rodea su paloma

Y el fuego condecora la paz con su alimento,

tú y yo erigimos este celeste resultado.

Razón y amor desnudos viven en esta casa."

Hay paz, razón y amor en la entrega de estos dos seres. No es el simple amor que un hombre siente por una mujer. Trasciende todo cálculo, toda ambición y hasta el deseo mismo es diferente.

En ese libro le escribí una nota a Neruda que quiero compartir con todos ustedes.

Pablo:

Tu canto, luz de estrellas

sombra de mil querellas

que luchan en la ternura

de tus bellas azucenas.

Placeres que van quemando

en frescos amaneceres,

con ojos que dedican miradas dulces y bellas.

A la amante de tus días.

Al sol de la vida toda.

Atardecer de los días.

Pero, y disculpen que continúe citando a Neruda, creo que existe un verso de Pablo donde calca con acierto ese mágico aliegro que es la amistad:

No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena

la victoria dejó sus pies perdidos.

Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.

No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.

Cuántos de nosotros tenemos a diario encuentros con personas distintas todas, ninguna igual ni parecidas; mundos diferentes, personalidades disímiles, en fin, cada cual como es.

No creamos que la amistad es fácil, nada que tenga que ver con la relación humana es sencillo. Siempre surgirá una dificultad, un tramo duro, una espesura con sus peligros. Sin embargo, para eso tenemos inteligencia, raciocinio y sobre todo transparencia. Tender puentes sobre los obstáculos, pero, si a pesar de nuestro esfuerzo la amistad no se consolida, se debe abandonar. A las amistades no se les pueden permitir imposiciones que vayan contra nuestra personalidad, cuando eso suceda debemos dejar las cuentas claras.

Particularmente tenía amistad de muchos años con una pareja, totalmente dispareja en sus relaciones. Ella por un lado, él por otro. Sin relaciones personales respetuosas, marcó siempre la diferencia en el grupo. Ella, profesional, se consideraba una persona por encima de los demás. Su preparación profesional, nada del otro mundo, la consideraba de primera línea y con su personalidad controvertida, siempre quería opacar al amigo.

Él, sin una cultura académica ni de ningún tipo, jugó un papel de segundón, cuestión que no le gustaba, y ahogaba en licor su frustración. Ambos salieron de mi vida para siempre, pues nada nos unía. El fetichismo hormonal era lo que los unía a ellos, pero su paroxismo los dejaba fuera de cualquier grupo humano.

Por mucho tiempo me empeñe en mantener esta amistad ficticia y llena de errores, los que en lugar de superarlos se le añadían a cada momento uno más. Este ejemplo personal ilustra lo que no debe ser una amistad, sin embargo, a veces cuesta tiempo decantar las amistades. La amistad, los amigos, deben sernos útil para el crecimiento espiritual, cultural y social, si tal cosa no sucede estamos en el deber y derecho inalienable de poner fin a las "amistades" de cargas negativas.

Nada nos hace tan plenamente humano como la amistad sincera y sin barreras, ello, sin embargo, no resulta de un azar. La amistad no es una lotería donde la suerte prodiga un premio mayor, ella que puede nacer instintivamente amerita de mucho esfuerzo para convertirse en pan de vida.

Tu sabemos, al igual que yo, lo que cuesta mantener lo que los católicos llamamos "amistad con Cristo" Para que ella se mantenga tenemos que procurar vivir en gracia, sin faltas ni pecados. Es necesario hacer un esfuerzo que nos brinde para siempre esa amistad tan apreciada. Así también de exigente es una amistad cualesquiera en su afán por mantenerse.

Pero una cuestión hemos de tener clara, existen amistades con diversos valores, no me refiero al valor netamente materialista. Podemos, y con toda seguridad tenemos, amistades de afinidad profesional; amistades con quienes celebramos reuniones en los clubes o entorno social donde nos desarrollamos. Amigos con quienes compartimos gustos como la música, el teatro, la ópera, la zarzuela; amistad para los juegos o aficiones deportivas, en fin, para cada actividad es posible tener amistades o afinidades. Pero, aquel amigo o amiga que registra en nosotros la especialísima identificación, es posible que sea una, y a lo sumo dos.

Digo que la amistad mientras más exigida es alcanza mayor y grande valor. Te dejo una última recomendación: Cultivar una amistad cuesta mucho en tiempo, este factor unido a la transparencia son decisivos para que una amistad perdure, sin embargo, ambos esfuerzos valen la pena y las satisfacciones son un premio apreciable.

Me tendiste la mano cuando la mía fría vivía

Me abrigaste en tu pecho aquella tarde sombría

Me diste de tu boca el bocado cálido

Y sentí que volvía de los espacios infinitos

Al dulce aposento de un corazón hermano

No dejé nunca de buscarte… y encontrarte

Pues siempre allí me aguardabas

Sin importar el sol o la lluvia

Tú estabas siempre a mi lado esperando

Capítulo V

El Amor

De la amistad pasamos al amor. Cuántas historias de amistad terminan en amor. Muchas son las amistades que terminan en amor.

Particularmente le he dedicado casi toda mi creación poética al amor y son todos reales, nacidos de relaciones verdaderas, afectivas y lindas.

Cada amor de mi vida está marcado por una poesía. Muchos de ellos se fueron para no volver, sólo me queda uno auténtico y verdadero. Un poema mío resume así a todos aquellos amores perdidos:

Yo la conocí princesa y reinó en mi corazón,

pero se alejó para siempre…

no me dio una razón.

Pero algunos me causaron daño y dejaron huella. A estos los alejé diciéndoles:

Cuánto amor, cuánta locura causó

en mí tu gran dolor dejando mi vida oscura

y de muerte herido el corazón.

Tú fuiste mi pasión que ponzoñosa

Partes: 1, 2, 3, 4
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