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Introducción a la gestión tecnológica – Nivel básico (página 2)




Enviado por Hugo Squinobal



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Dentro de todas las categorizaciones que se
le pueden encontrar a la ciencia, es deseable hacer
hincapié en las que la separan a la ciencia básica
de la aplicada. La primera se basa en realizar investigaciones
científicas sin vislumbrar, a priori, utilidades
prácticas para estos estudios; la segunda es, justamente,
realizar investigaciones científicas teniendo como fin la
aplicación práctica de las mismas para que los
resultados de ellas sean aprovechados por la sociedad en su
conjunto.

Cabe destacar que toda ciencia aplicada
comenzó como básica, solo que en algún
momento se le encontró alguna aplicación
práctica y pasó a ser "de las otras". De esto se
puede deducir que las ciencias básicas son los pilares en
los cuales las ciencias aplicadas se sentarán para llegar
a algo concreto.

b) – Financiación:

Si se introduce en lo que a
financiación se refiere, las ciencias básicas que
hoy en día en el mundo se estudian suelen ser llevadas a
cabo por universidades e instituciones que reciben el dinero
público o de parte de entidades más bien
filantrópicas. Las ciencias aplicadas suelen tener una
financiación privada ya que suelen realizarse en los
departamentos de I+D (investigación y desarrollo) de las
empresas y corporaciones.

Entonces, el dinero público, o sea
sus impuestos, pagan las investigaciones de ciencia que, en
algún momento (también puede que nunca), pasan a
tener una aplicación práctica. En ese mismo
instante las empresas y corporaciones toman los resultados
generados por la ciencia básica, se llevan a los
investigadores, la investigación y sus posibles
aplicaciones a sus confortables oficinas de I+D donde el equipo
puede ampliar lo investigado con mayor comodidad y recursos (casi
la panacea del científico) que dura mientras dure la
coyuntura de intereses entre la ciencia y los dividendos, pero
ese es otro tema en el cual no se entrará.

En realidad es una ecuación que, de
acuerdo a determinados autores, cierra bastante bien.
Después de todo son los seres humanos los que consumen los
productos finales que las corporaciones y empresas generan. Y el
que buena parte de los estudios se hagan con dinero
público debería hacer que siempre se logre
encontrar con productos sorprendentes que, de repente, pasan a
estar al alcance de la mano.

Es necesario hacer una clara diferencia
entre quien estudia la ciencia básica y quien saca
provecho de este estudio. Por ejemplo, un científico
boliviano encuentra una posible forma de optimizar el tratamiento
de los metales en presencia del agua salada para que éste
dure por mucho más tiempo bajo estas condiciones sin ver
alterada su composición. Todo gracias a un estudio en el
que, en un primer momento, parecía una
investigación ridícula del comportamiento. Luego
publica esta posible aplicación para su
investigación y días después tiene una
oferta del gobierno de algún país que le ofrece
seguir con su investigación con mayores comodidades y
mejor remuneración y simultáneamente recibe otra
oferta de una corporación china o de cualquier otro
país, muy tentadora desde cualquier aspecto que se la
analice.

¿Cuáles son, sinceramente,
las opciones que tiene éste científico?
¿Quedarse en su laboratorio para continuar estudiando y
realizando ciencia básica, quizás en un país
en vía de desarrollo, al cual los resultados logrados no
le sirven o tentarse con las mejores ofertas laborales, con toda
la parafernalia y financiación, para ver como su
investigación logra que las flotas de diferentes buques
duren más tiempo sin mantenimiento de su
estructura?

Entonces cabe la pregunta ¿debe un
país en vía de desarrollo, realizar
investigación básica? la respuesta también
es obvia: Sí. Pero la investigación básica
en ningún momento debe ser la norma, sino debe ser una
pequeña parte de lo investigado, porque,
además,  la decisión de qué es lo que
se debe estudiar en ciencia básica está dictado
más por lo que está de moda (surgiendo
inmediatamente otra pregunta: ¿quien termina imponiendo la
moda?) pero sería conspiratorio, en el ambiente
científico, para todo aquellas investigaciones que
realmente puedan llegar a tener alguna aplicación
práctica.

c) – Conclusión:

El gran provecho de las investigaciones
básicas realizadas con un inmenso esfuerzo por el tercer
mundo no lo saca el tercer mundo. El país que le dio
impulso y financió ésta investigación solo
puede ver como sus resultados son utilizados por instituciones
que no van a compartir los futuros logros, so pena de juicios por
patentes, en caso de que saquen algo parecido.

Por todo esto se considera que un
país como la Argentina no debe buscar premios Nobel sino
generar industrias de desarrollo para investigaciones hechas
acá y para la sociedad que la conforma.

CAPÍTULO 4

Desarrollo de la
ciencia

Se ha afirmado que la ciencia -en tanto forma
exclusiva, y por cierto excluyente, de conocer la realidad, de
alcanzar la verdad de las cosas, garantizada por una
lógica interna- y el derecho -como trascripción de
la situación social más razonable y por ello
más justa-,  no han tenido, 
históricamente, vinculación alguna. Sin embargo la
actividad científica ha inspirado y ha canalizado
posiciones filosóficas y, bajo reglas
epistemológicas propias, ha delineado las estructuras
sociales y políticas para la expresión del
hombre.

La ciencia y el derecho fueron elaborando las
estructuras económicas, políticas y culturales, con
el estímulo, la tolerancia o el rechazo de su entorno
natural y social.

La imagen general social que, hoy, la
biogenética evoca y lleva en sí -no sus
consecuencias efectivas ni sus desarrollos- crea una variedad de
formas imaginarias y naturales que determinan un complejo y
ambivalente estereotipo, en este caso, de la manipulación
de los genes, la que es vista como el peligro de la
transformación del hombre, tal y como se lo conoce hoy. Se
alienta un piélago agitado de opiniones  y se aspira
a poner un freno (¿legal?) a la investigación y al
desarrollo tecnológico ante la posibilidad de que tales
conocimientos puedan ser utilizados con fines
antidemocráticos, lo menos. No es necesario pensar que la
naturaleza humana es angelical o demoníaca para darse
cuenta de que el peligro que entraña el conocimiento es
insignificante comparado con el que entraña la ignorancia.
En realidad, las nuevas biotecnologías  plantean el
incentivo vital para encontrar, preservar, examinar, discutir,
comprender, utilizar viejas y nuevas formas de vida. Pero, a su
vez posibilitan y obligan, antes que todo, a que el hombre y la
sociedad tomen la decisión de desperdiciar o culturizar
las reservas genéticas del planeta y definan los alcances
y significados de esas acciones.

Frente a este desafío es en el que
el derecho cumple su función social considerando que la
ciencia y la tecnología tienen una política
subyacente construida a partir de intereses y valores propios.
Erigiéndose como relación reguladora, la norma
jurídica tiene necesariamente que hacer explícito
lo que en aquellos está implícito, a saber: la
dimensión política de la actividad
tecno-científica.

La historia de las ideas no ha sido lenta,
antes bien dinámica ilustradora. Por ello, una breve
síntesis servirá como introducción a la
fundamentación que se sustentará en este
trabajo.

El siglo XVII

El siglo XVII es conocido como el de la
"Revolución científica".  Cuánto de
este movimiento había venido siendo preparado por los
siglos anteriores  es aún materia de controversia,
pero fue entonces cuando una reestructuración global de la
imagen del mundo y del hombre tuvo lugar y gran parte del
pensamiento del mundo moderno fue conmovido.

Durante la segunda mitad del siglo XVI, la
astronomía aristotélica y ptolemaica había
sido puesta en cuestión y los sistemas de Tycho Brahe
(1546-1601) y Copérnico eran discutidos como alternativas.
La revolución consistiría justamente en forjar una
nueva física adecuada al sistema copernicano que unificara
los cielos y la Tierra: esa tarea puede epitomizarse en los
nombre se Galileo Galilei (1564-1642), Johann Kepler (1571-1630)
e Isaac Newton (1642-1727).

La filosofía característica
de la revolución científica quedó
fundamentalmente asociada al mecanismo o "filosofía
mecánica", la que fue una de las constantes de la
explicación científica del mundo a la que aspiraba
el siglo XVII y también hizo mella en las ciencias de la
vida. René Descartes (1596-1650) se ha convertido en el
símbolo de esa tradición. 

La física cartesiana aceptaba la
existencia de dos principios: materia (a la cual identificaba con
la extensión espacial) y movimiento; a partir de ellos
debían deducirse todos los fenómenos del mundo
físico. Descartes buscaba reducir las llamadas cualidades
"secundarias" de los cuerpos (esto es, cualidades perceptibles
por un solo sentido, como color, sabor, etc.) a las cualidades
"primarias" (aquellas perceptibles por varios sentidos y que
dependen de la extensión: figura, movimiento).  En
otros términos se trata aquí de la reducción
de lo cualitativo a lo cuantitativo comenzada con Galileo y que
sería una de las constantes de la filosofía del
siglo XVII, opuesta a la filosofía aristotélica que
defendía la irreductibilidad de lo cualitativo.

Descartes desarrolló una muy
influyente filosofía del cuerpo humano. Consideraba que el
hombre estaba constituido por dos sustancias: una inextensa
(la mente) y otra extensa (el cuerpo).  La sustancia externa
podía ser descripta en términos de
mecánica.  De este modo, el hombre cartesiano era un
autómata animado por la mente, la cual se
localizaría en la glándula pineal, una estructura
del cerebro.

Pero el siglo XVII también
asistió a una transformación profunda en la
organización de la ciencia como actividad. Es en ese
momento cuando la ciencia se constituyó como
filosofía natural y comenzó a separase de la
filosofía. Las universidades, atrincheradas en la defensa
de un aristotelismo conservador, pronto se agotaron como centros
creadores.  Los hombres que llevaron a cabo la
revolución científica eran miembros de la clase
media o de la baja nobleza que se agrupaban en sociedades
interesadas en las nuevas ideas.

Son íntimas las relaciones entre el
surgimiento de la nueva ciencia y los conflictos religiosos que
asolaron la Europa del siglo XVII, su extrema complejidad – que
los expositores partidistas o los defensores de ideologías
eligen ignorar – permiten señalar solamente algunas de las
direcciones en las que desarrollan las investigaciones actuales:
la tesis según la cual el nacimiento de la Royal Society,
en particular, y de la ciencia inglesa en general estuvo
vinculada a la mentalidad puritana, el hecho constatado por el
movimiento de historia de las ideas de que la totalidad de los
actores principales de la revolución científica
estaban guiados en sus formulaciones científicas por sus
convicciones religiosas, y muchas veces por propósitos
francamente apologéticos ,y los resultados de la
investigación histórica especializada de las
últimas décadas que desarticularon la "leyenda
negra" de la condenación de Galileo.

Ciertos filósofos ingleses
desarrollaron concepciones políticas vinculadas a
concepciones relativas a la filosofía de la naturaleza, la
antropología filosófica, la psicología y la
teoría del conocimiento que alimentarían la
constitución de diferentes ciencias sociales y humanas
durante el siglo venidero. 

Éste es el caso de John Locke
(1632-1704), autor del Ensayo sobre el entendimiento humano y los
Dos tratados sobre el gobierno (1690), texto fundamental en la
teoría del gobierno representativo, y de Thomas Hobbes
(1588-1679), autor de Leviatán (1651), quien, fundado en
una filosofía mecanicista y materialista postulaba la
legitimación del estado absolutista.  Asimismo, Hugo
Grotius (1583-1645) y Samuel Pufendorf (1632-1694) produjeron
tratados fundamentales respecto de la idea de derecho natural,
invocando la utilidad general, los derechos del individuo y el
estado de naturaleza. Los benedictinos de la congregación
San Mauro, como Jean Mabillon (1632-1707) y los jesuitas belgas
conocidos como bollandistas (organizados alrededor de Jean
Bolland) establecieron por primera vez el enfoque
crítico-documental en la edición de obras
históricas (hagiográficas y de historia
eclesiástica), editándose asimismo importantes
instrumentos filológicos como el Glosario del latín
medieval de Du Cange (1678) o la Paleografía griega de
Montfauçon (1708).

El siglo XVIII

Durante el siglo XVIII, la ciencia se
orientó hacia el ambicioso intento de cumplir con el
programa de la Revolución científica, de tal modo
que estas décadas pueden considerarse como una
prolongación y afirmación del período
precedente.  Más aún, la ciencia fue el
principio organizador del pensamiento de la Ilustración,
corriente que, en mayor o menor medida, se extendió por
toda Europa y que aspiraba a sistematizar y establecer una
visión científica del mundo que permitiera reformar
la sociedad de acuerdo a principios racionales. Si en el siglo
XIII "razón" significaba  razonar de acuerdo con la
lógica aristotélica recién recuperada, en el
siglo XVIII y en su uso científico, "razón"
significaría razonamiento matemático.  La
noción de razón fue, durante el Iluminismo,
equiparada con la "ley natural"; ley que podría llegar a
expresarse matemáticamente.

El otro concepto que determinó gran
parte de las ideas científicas de esta época fue el
de "progreso", entendido como una progresiva iluminación
de la humanidad por las luces de la razón que despejaban
las tinieblas de la tradición, la superstición y la
ignorancia.  Esta matriz conceptual estaba inextricablemente
ligada con los cambios histórico-sociales del
período.

Se suele afirmar que la revolución
científica del siglo XVII no afectó a la
química, la que tuvo su "revolución" un siglo
más tarde.  En efecto, la filosofía
mecánica del siglo XVII no estaba aún en
condiciones de explicar los procesos químicos y la
química adquiriría un perfil reconocible
recién con los métodos de cuantificación de
Antoine Lavoisier (1743-1794) y la declinación de la
teoría aristotélica de los cuatro elementos – la
cual estuvo vigente hasta fines del siglo XVIII -.  En
éste sentido, debe señalarse que la química
no fue una "transformación científica" de la
alquimia, sino que lo que se creó en el siglo XVIII fue
una nueva disciplina. Uno de los factores claves en la
constitución de la química fue el hallazgo de que
el aire no es un "elemento" en el sentido aristotélico,
sino una mezcla de gases, siendo el gas un estado físico
particular de la materia.

En el siglo XVIII los seres vivos eran
estudiados desde dos puntos de vista: Uno de ellos apuntaba a
cuestiones vinculadas a su funcionamiento, generación y
desarrollo y formaba parte más bien de la filosofía
natural, preocupada por hallar explicaciones causales de los
fenómenos; Bacon la asociaba a la "razón". El otro
enfoque, más descriptivo, se preocupaba por asuntos como
la clasificación y la morfología. Esto daría
origen a la tradición de la historia natural, asociada por
Bacon a la "memoria".

El estudio de las funciones animales
durante el siglo XVIII evolucionó lentamente hacia un
fenomenalismo experimentalista (el cual posibilitaría el
surgimiento de la biología como ciencia independiente
durante el siglo XIX) abandonando, no sin problemas y sólo
en parte, el ideal de encontrar explicaciones mecánicas a
los fenómenos de la vida dentro del marco de la
"filosofía mecánica". 

La fisiología experimental se
desarrolló a partir de 1740, en coincidencia con el
surgimiento de la doctrina de los "fluidos sutiles".  Fueron
importantes, asimismo, las relaciones establecidas entre la
fisiología y la química, que se manifestaron
fructíferas en distintos campos, v.gr., en la
investigación de los fenómenos de la
fotosíntesis, la elucidación de los procesos
químicos y el estudio de las secreciones de la
digestión comenzado en el siglo precedente.

También en fisiología, como
entre los distintos sistemas físico-cosmológicos
del siglo XVIII, había varios sistemas en conflicto – que
asumían como marco referencial uno o más de los
sistemas físicos – aunque aquí las fronteras
aparecían difusas y la identificación más
complicada. Simplificando, se puede asumir la existencia de los
vitalismos y los mecanismos, prolongación de la
"filosofía química" y de la "filosofía
mecánica" del siglo XVII respectivamente, y afirmar que,
al menos en Francia, tanto el vitalismo como el mecanismo fueron
volcándose durante el siglo XVIII hacia una
interpretación materialista.

Es tradicional referirse a los vitalismos
del siglo XVIII, los cuales forman una compleja trama.  En
las primeras décadas del siglo, George Stahl, continuador
de la tradición de la "filosofía química" –
que se mantuvo viva en el ámbito germánico – y
responsable de la teoría del "flogisto", defendía
la existencia de un ánima sensitiva, responsable de la
vida de los organismos.  El vitalismo de Stahl
ejerció influencia en el desarrollo del vitalismo de la
escuela médica de Montpellier, aunque el "vitalismo de
Montpellier" – que se prolongó hasta las primeras
décadas del siglo XIX – tenía un carácter
bien diferente.  Era, en cierto sentido, un vitalismo
materialista, que consideraba a la materia viva dotada de ciertas
"fuerzas vitales" características.

En cuanto a los sistemas mecanicistas, la
cuestión era muy matizada.  El influyente
médico y fisiólogo Friedrich Hoffmann (1660-1742)
desarrolló una visión mecánica de la
fisiología, pero aún consideraba la existencia de
una "fuerza organizadora" propia de los seres vivos.

La tradición de la historia natural,
que se constituyó como tal en el siglo XVIII, aspiraba a
una descripción no causal de los tres reinos de la
naturaleza.  Sus antecedentes pueden rastrearse en las
enciclopedias renacentistas y en la propuesta baconiana de las
"historias naturales" – colección de observaciones
empíricas sobre fenómenos de la naturaleza que
servirían de base para la formulación de leyes -.
Su ascenso coincidió con el progresivo descubrimiento del
planeta y la necesidad de ordenar y dar cuenta de los hallazgos
geológicos, botánicos, zoológicos en las
nuevas tierras.  Es también el siglo XVIII el que
asistirá a la separación de la botánica de
la medicina, a la que siempre estuvo íntimamente
vinculada, profesional e institucionalmente. Carl Linnaeus
(1707-1778) y Buffon fueron los dos polos de una notable
controversia que dividió a los naturalistas.  El
problema que los enfrentó fue el de la
clasificación de los seres vivos.  Es evidente que la
cuestión de la clasificación debía asumir un
papel preponderante en la era de la razón.

Buffon fue uno de los principales
exponentes de una idea que tendría una gran influencia
embriología: la de que los seres vivos forman una
cadena de complejidad continua, sin "saltos": la gran cadena
del ser.  Esta idea que se remontaba a Platón y
fuera  formulada en categorías metafísicas por
Leibniz, tenía, para Buffon, al hombre en la
cúspide y los demás eran considerados una
degeneración de los estadios superiores: el reverso
de la idea de evolución

El que interpretó la noción
de la gran cadena del ser en términos evolucionistas fue
Jean Baptiste Lamark (1744-1829). Las especies, para este
naturista, habían surgido debido a una
transformación (de allí el nombre que el
evolucionismo adquirió en Francia) debida a la existencia
de una fuerza vital interior en los organismos (concebida en
términos materialistas) que los impulsaría a
perfeccionarse.  El uso y desuso de órganos,
posibilitado y limitado por las condiciones ambientales,
serían la causa de sus modificaciones, las cuales
serían en adelante hereditarias.

A pesar de que durante el siglo XVIII
comenzó a definirse el perfil propio de la distancia
disciplinar de la ciencia natural, la actividad que hoy se
denominaría científica se consideraba aún
como "filosofía natural", o sea, una rama de la
filosofía.  Lo que sí es evidente es el
decidido surgimiento de las ciencias "sociales" (como ciencias
morales), las cuales terminarían de constituirse
definitivamente durante el siguiente siglo.

Podría afirmarse, asimismo, que las
ciencias humanas y sociales comenzaron a definirse como tales
durante el siglo XVIII, con el nombre de "ciencias
morales".  Era pretensión de los iluministas el
fundar una ciencia objetiva del hombre y la sociedad, sobre la
base de las leyes de la naturaleza humana, que permitiera
racionalizar las instituciones sociales.  Esta ciencia
debía ser objetiva y modelarse de acuerdo al método
empírico y cuantitativo de las ciencias
naturales.

Ejemplo de esto es el desarrollo de las
doctrinas económicas: los fisiócratas en Francia,
como François Quesnay (1694-1774), imaginaron – e
intentaron poner en práctica con Anne Robert J. Turgot
(1721-1781), director general de finanzas al servicio de Luis XVI
– una ciencia de la actividad económica que estuviera de
acuerdo con las leyes de la naturaleza. En Inglaterra, Adam Smith
(1723-1790), en Investigación sobre la naturaleza y causas
de la riqueza de las naciones (1776), formularía
más tarde la conocida doctrina que fundamentó el
liberalismo económico y que descansaba sobre los conceptos
de autonomía y autorregulación del mercado,
acuñados a la sombra de la idea de que la razonabilidad de
las leyes naturales es extensiva a las de la
sociedad. 

Varias tendencias contribuyeron a la
constitución de esta idea de una ciencia de la
sociedad.  En primer lugar, el surgimiento de las ciencias
sociales está indisolublemente ligado a la ruptura del
Antiguo Régimen y las dos revoluciones del siglo
XVIII:  la francesa, que difundió los ideales de la
democracia política y la Revolución Industrial, que
instauró el capitalismo y desencadenó los procesos
de cambio tecnológico acelerado.  Por otro lado, la
Ilustración había difundido varias nuevas
corrientes de pensamiento, vinculadas con el espectro de la
diversidad de la experiencia humana y el interés por las
sociedades "salvajes" o exóticas – conocidas a
través de los viajes de exploración del siglo XVIII
que prácticamente terminaron de revelar el globo – y con
la idea de que el comportamiento tiene un fuerte carácter
cultural (convencionalismo), expresada por ejemplo, en obras como
las Cartas persas de Montesquieu (1689-1755).  Esta idea
también se dio bajo la forma de ambientalismo en la que
quizá fue una de las obras más influyentes de la
Ilustración, el espíritu de las leyes de
Montesquieu (1748). La obra de Montesquieu no es sólo una
historia natural de las sociedades, sino, un fundamental tratado
de teoría política que se funda en el modelo
inglés a la hora de explayarse sobre la división de
poderes. El Contrato social de Jean Jacques Rousseau (1712-1778)
daba forma a la idea de que la sociedad es más importante
que sus miembros individuales y que los individuos son libres en
tanto y en cuanto obedecen la ley dictada por la voluntad
general.

Uno de los aspectos
característicos  de las ciencias morales del siglo
XVIII fue el intento de aplicar las matemáticas a las
cuestiones sociales -aunque no sin controversias- y,
especialmente, una parte de las matemáticas, la
teoría de la probabilidad que había comenzado a
desarrollarse en el siglo XVII con Pascal. Finalmente Diderot,
también Buffon comenzaron a alejarse de las
matemáticas como clave de interpretación de la
realidad; pero fue Rousseau, como preludio del romanticismo, la
figura más característica en el sentido de un
cuestionamiento radical de los beneficios de la ciencia y de la
posibilidad de su aplicación al mejoramiento de la
sociedad.

El siglo XIX

En el siglo XIX, el gran avance de la
química fue el establecimiento definitivo de la
teoría atómica de la materia, formulada por John
Dalton (1766-1844) a principios del siglo en su Nuevo sistema de
filosofía química (1808-1827).  Según
la misma, los elementos químicos estaban constituidos por
átomos iguales cuya constitución variaba en los
distintos elementos en cuanto al tamaño, peso y
número por unidad de volumen. Simultáneamente, se
consolidaron las leyes que describían cuantitativamente la
combinación de los elementos que entran en un compuesto
(la ley de las proporciones definidas y la ley de las
proporciones equivalentes).

En 1800, la palabra "biología" fue
finalmente utilizada. Durante el siglo XIX la nueva ciencia se
iría identificando cada vez más con la
fisiología a la vez que se separaría de la
tradición de la historia natural. La biología,
fuertemente marcada aún por los mecanismos y vitalismos
hasta las postrimerías del siglo, se estableció
definitivamente como ciencia experimental a comienzos del siglo
XX y pasó de preocuparse por definir "la esencia de la
vida" a investigar fenómenos biológicos. Cuatro son
los temas principales alrededor de los cuales se puede agrupar la
biología decimonónica: forma y
clasificación
, la biología de los primeros
decenios del siglo – de hecho gran parte de la actividad
científica se desarrolló en Alemania e Inglaterra –
estuvo signada por la filosofía de la naturaleza
(Naturphilosophie) alemana, una vertiente del pensamiento
romántico.  La "ciencia romántica"
poseía otra característica distintiva: buscaba
ser una ciencia de cualidades en contraposición a la
ciencia cuantitativa, que al ser analítica
destruiría la unidad esencial de su objeto de
estudio.  La embriología del siglo XIX fue
básicamente descriptiva y comparativa.  Sus
resultados proporcionaron nuevos argumentos para el programa
epigenético – impulsado por Caspar Wolff durante el siglo
XVII – a través de los trabajos de Heinrich Pander
(1794-1865) y, en especial, de Karl E. von Baer
(1792-1876).  La embriología alemana sería una
de las áreas en la cual la Naturphilosophie haría
sentir más su influencia.  Von Baer, por ejemplo,
estableció una clasificación de los animales
fundamentada, cada uno moldeado sobre un "arquetipo
evolución, la teoría de la
evolución de Charles Darwin (1809-1882) es quizá la
revolución biológica que más ha influido en
la historia del pensamiento. Antes de considerarla se debe aludir
a dos importantes antecedentes. Darwin reunió sus
investigaciones en El origen de las especies (1858) y
postuló que las especies evolucionaban a través del
mecanismo de la selección natural.  Su teoría
involucra varias ideas: a) el hecho de que los recursos
vitales son menores que los necesarios para sostener la creciente
población de las especies – idea malthusiana -, lo que
lleva a una lucha por la existencia. b) la suposición de
la existencia de variaciones hereditarias; 

c) la noción de adaptación,
que consiste en que los organismos mejor adecuados a su medio
poseen mayor probabilidad de dejar descendencia.  La
selección natural consiste en que aquellos organismos que
nacieron con variaciones favorables en el sentido de la
adaptación tienden a procrearse en mayor cantidad,
generándose una nueva especie, con barreras que impiden la
cruza con la especie original. Sobre la base de las ideas de
Darwin fue posible comenzar a diseñar un árbol
genealógico que diera cuenta de la filogenia, es decir,
del origen de una especie a partir de otra. Su influencia fue
enorme, no sólo en campos como la biología y la
geología, sino también en las ciencias sociales
dando origen en particular al darwinismo social:  la idea de
que aquella es una prolongación de la naturaleza y que
operan en ella los mismos mecanismos que en ésta, lo cual
se adecuaba al ethos victoriano del individualismo y la
competencia en el contexto de la revolución industrial, la
expansión del imperialismo nacionalista de Inglaterra y
Prusia y la economía del laissez-faire.  Debe
señalarse que también hubo un darwinismo social
progresista, vinculado a los movimientos, en Inglaterra, de
reforma y mejoramiento social.
Función, bioquímica y
teoría microbiana
; las cuestiones vinculadas a
la función del organismo reconocen algunos antecedentes en
el siglo XVIII en el marco de una fisiología mecanicista.
Así, la importante postulación de Lavoisier y
Laplace de que la combustión animal es equivalente a la
inorgánica. Durante el siglo XIX se fueron aclarando los
procesos de combustión celular y respiración, aun a
nivel celular. La figura que concentró la actividad en
este campo fue la de Justus von Liebig (1803-1873), quien
vinculó íntimamente la química y la
fisiología y en su influyente Química animal (1842)
relacionó definitivamente las funciones orgánicas
con sustancias químicas – además de efectuar
importantes contribuciones respecto de las aplicaciones de la
química a la agricultura herencia, en
cuanto al problema de la herencia, la teoría vigente era
la de la "mezcla", es decir, el hecho de que los caracteres
hereditarios eran un resultado de la combinación de los
padres.

La teoría de la herencia de Gregor
Mendel (1822-1884), aunque publicada en 1866, recién fue
difundida ampliamente alrededor de 1900.  La misma dio
solución a las controversias acerca de la
transmisión de los caracteres hereditarios y se
constituiría en uno de los pilares del pensamiento
biológico moderno.  Mendel postuló que la
herencia se transmitía de modo discontinuo e
hipotetizó la existencia de unidades (a las que
llamó elemente), cada una responsable de transmitir un
carácter hereditario. 

La primera ley de Mendel afirma que cada
carácter está codificado por un solo elemente, del
cual existían formas "dominantes" y "recesivas",
responsables de transmitir distintas formas del mismo
carácter. La segunda ley afirmaba que los genes que
controlaban los diversos caracteres se segregaban de modo
independiente cuando se trasmitían a la progenie. 
Estas leyes permitieron explicar muchos – aunque no todos – de
los fenómenos de transmisión hereditaria. Quedaba
por resolver, sin embargo, una importante
cuestión: ¿qué era un elemente?,
problema alrededor del cual se concentrarían los mejores
esfuerzos de la biología de la primera mitad del siglo
XX.

La fisiología general del siglo XIX
tuvo dos centros principales de desarrollo. La escuela de los
materialistas de Berlín, que floreció a mediados de
siglo, con nombres como Emil DuBois-Reymond (1818-1896), Ernst
Brüke (1819-1896), Hemlholtz y, en particular, Carl Ludwig,
quienes intentaron reducir la fisiología a la
física;  y la escuela francesa de Claude Bernard
(1813-1878), que encaminó esta ciencia hacia el
método experimental en un sentido
fenomenalista.

Las investigaciones sobre química
animal contribuyeron a que, hacia fines del siglo XIX se fuera
definiendo, principalmente por obra de Louis Pasteur (1822-1895),
una nueva disciplina, la bioquímica, que se
desarrollaría rápidamente entre 1880 y 1900. 
Una de las cuestiones que contribuyeron a definir el perfil de
esta especialidad fue la controversia acerca de los
fermentos.

Pasteur sostenía que para que
ocurriera fermentación era imprescindible la presencia de
un organismo vivo, en contra de Liebig y Berzelius, quienes
sostenían la posibilidad de la fermentación
abiótica (sin vida).  La controversia quedó
zanjada con la demostración por Edward Buchner (1860-1917)
en 1897 de la fermentación libre de células
La síntesis de la urea por Wohler reavivó asimismo
el debate en torno de la existencia de "fuerzas vitales", fuerzas
características de los organismos vivos.  Este asunto
tuvo relación con la polémica sobre el origen de la
vida, entablada entre Pasteur y Félix Pouchet (1800-1872),
que concluyó con la demostración de la
imposibilidad de la abiogénesis (generación de la
vida de materia inorgánica) a través de los
clásicos experimentos de Pasteur. 

El nacimiento de la bioquímica
estuvo íntimamente vinculado a los grandes encuentros
entre posiciones "vitalistas" y "materialistas", en los que
resonaban problemas ideológicos y religiosos.

Durante el siglo XIX las ciencias humanas y
sociales se constituyeron como tales: la psicología, la
sociología y la antropología derivadas de la
filosofía moral y las especulaciones sociopolíticas
de los siglos XVII y XVIII, hacen su aparición como
disciplinas definidas en este período.

El desarrollo en psicología
más influyente fue el psicoanálisis, creado por
Sigmund Freud (1856-1938). Originalmente una técnica de
tratamiento de la neurosis, a través de la
exploración de los fenómenos inconscientes
elaboró una teoría de la psiquis fundada en la
sexualidad (forjada en términos de la física
energetista finisecular, aunque luego haya evolucionado hacia
modalidades hermenéuticas) y fue transformándose en
una clave interpretativa de la cultura humana que dejó
profunda huella en el desarrollo de las ciencias
sociales.

Las dos revoluciones del siglo XVIII
determinaron una serie de profundas transformaciones de la
sociedad: el aumento de la población, el
empeoramiento de las condiciones laborales, la creciente
concentración de la propiedad, la urbanización, el
desarrollo de la tecnología durante el siglo XIX (que
algunos denominan "la segunda revolución industrial"), el
desarrollo de las masas políticas, el surgimiento de las
ideologías.  Es en este marco de cambios convulsivos
que se recortaron como tales las disciplinas sociales.  Si
bien la idea de una ciencia de la sociedad surgió en el
siglo XVIII bajo el signo de un proyecto unificador, éste
fue progresivamente cediendo a fuerzas centrífugas y dando
paso a un proceso de atomización de las disciplinas, que
se inició durante el siglo XIX y se acentuó en el
XX. Dos son los temas que recorren como columnas vertebrales la
estructuración conceptual de las distintas disciplinas
sociales: el positivismo y el evolucionismo.

La sociología vio su nacimiento con
Auguste Comte (1798-1857), el creador del "positivismo" quien, en
su Curso de filosofía positiva (1830-1842), planteó
una visión de la historia de la humanidad en la que
ésta progresaba a través de varias etapas: el
estadio teológico, el metafísico y, finalmente, el
positivo que era la culminación del proceso y se
habría alcanzado cuando el pensamiento pudo liberarse de
los obstáculos religiosos y metafísicos y
contemplar el hombre y el universo "positivamente". La
sociología nació así como ciencia
independiente dentro de una matriz evolucionista e
indisolublemente vinculada a la idea de progreso. Pero debe
destacarse que Comte no buscó basar la sociología
sobre la física y que su concepción de la sociedad
fue más bien de tipo orgánico.

En Inglaterra, Herbert Spencer (1820-1903)
también incluyó a la sociología en su
clasificación de las ciencias.  La filosofía
de Spencer era una versión del evolucionismo, aunque
previa a la formulación de la teoría de la
evolución de Darwin y diferenciada de ésta. 
La diferencia fundamental con Comte era que este último
concebía una escala de progreso lineal y consideraba, como
dijimos, a la sociología como una ciencia autónoma
respecto de la biología. Spencer, por su lado,
concebía una evolución diversificadora y
consideraba a la sociología como dependiendo en
última instancia de la biología.

El próximo paso fue dado por
Émile Durkheim (1858-1917), quien combatió el
optimismo progresista de Comte y el individualismo de Spencer y
definió la irreductibilidad del hecho social.  Para
Durkheim, la explicación histórica no era
válida, pues no existiría una sucesión
histórica de etapas sociales. La economía se
formalizó como una reelaboración de los postulados
de Smith, en la economía clásica de David Ricardo
(1772-1823) frente a los cuales creció el "marxismo" – en
términos de una crítica a la economía
política liberal e interpretable en el contexto de los
grandes movimientos revolucionarios y el pensamiento socialista
utópico fundado en la obra de Karl Marx (1818-1883) Der
Kapital y Friederich Engels (1820-1895 -.

La tesis del materialismo dialéctico
y el materialismo histórico, que interpretan la
dialéctica hegeliana en términos materialistas, son
bien conocidas: el motor de la historia, entendida como una
permanente lucha de clases, es el desarrollo dialéctico de
las formas de transformación de la naturaleza y el
intercambio económico; los productos culturales de una
sociedad son entendidos como epifenómenos de las
relaciones de producción, su base material.

El siglo XX

Ya a principios del siglo XX, la famosa
distinción de Ferdinand Tönnies entre "comunidad" y
"sociedad" (explicativa del paso de la Edad Media a la sociedad
de la revolución industrial) tendría influencia en
autores como Georg Simmel (1858-1918), Ernst Troeltsch
(1865-1923) y Max Weber] (1864-1920) quienes marcarían el
tono de gran parte de la sociología del siglo XX.
  

Sin duda que el siglo que pasó ha
sido de gran riqueza en avances científicos y en promesas
que, como se viene exponiendo tienen su recepción y
consecuencia en el hombre y sus estructuras sociales.

Las dos grandes teorías
físicas que surgieron con el nacimiento del siglo XX (la
relatividad y la cuántica) tuvieron un impacto tal que
trajeron como consecuencia la reformulación de la imagen
del universo físico que había construido la
síntesis newtoniana.

La teoría de la relatividad especial
(1905) y la de la relatividad general (1909-1916) llevaron a la
reformulación de los conceptos de espacio y tiempo, a
plantear la equivalencia entre materia y energía y a
concebir la gravedad como un efecto de la estructura
témporo-espacial del universo, que puede modificarse por
la distribución de la materia y la energía y que es
la fuente del "campo gravitatorio" (esto solucionó la
cuestión de la "acción a distancia" de Newton, a
costa de una teoría poco "intuitiva").  La
relatividad general abrió las compuertas de la
especulación cosmológica y comenzaron a sucederse
los modelos del universo, desarrollo posibilitado por las
investigaciones sobre geometrías no euclidianas y un
conocimiento cada vez más profundo del sistema solar y el
resto del universo.

El desarrollo de la teoría
cuántica estuvo íntimamente vinculado al de la
física atómica.  Max Planck, en 1900 y en
referencia a la emisión de radiación del cuerpo
negro, postuló que la energía era una variable no
continua, es decir, que sus valores están restringidos a
cantidades discretas o unidades llamadas quantos. Einstein, en
1905, hipotizó que la radiación
electromagnética consistiría en unidades discretas,
"paquetes de energía" a los que llamó
fotones.  El progresivo estudio del espectro
electromagnético (por ejemplo, el descubrimiento de los
rayos X por Roentgen) y el estudio de la radiactividad (rayos a,
ß y ?) dieron paso al develamiento de la estructura del
átomo con el descubrimiento del electrón por J. J.
Thompson (1897) y los modelos atómicos de Rutherford
(1911) y Niels Bohr (1913) llevaron a la física a ser la
vedette de la primera mitad del siglo XX. Por esa época
Max Born, Pascual Jordan y Werner Heisenberg desarrollaron la
mecánica cuántica y este último propuso en
1927 su famoso principio de incertidumbre.

Pero si la física ocupó la
atención durante los primeros cincuenta años de
este siglo, la biología vio su estrellato y
consagración durante las recientes décadas. La
centuria fue caracterizada, para esta disciplina, por dos grandes
síntesis. 

En primer lugar, los trabajos de la escuela
de Morgan sobre Drosophila melanogaster, que se desarrollaron
entre 1910 y 1915, dieron lugar a la teoría
cromosómica de la herencia, lo que durante los años
cuarenta llevó a la identificación del ácido
desoxirribonucleico (ADN) como el material hereditario,
descubrimiento que estuvo a cargo de Avery, McLeod y McCarty (en
1944), confirmado por Hershey y Chase en 1952.  Estos
hallazgos, los estudios sobre el control genético del
metabolismo comenzados por Beadle y Tatum, la utilización
de técnicas cristalográficas de difracción
por rayos X y los trabajos de Max Delbrück y Salvador Luria,
condujeron a la elucidación de la estructura del ADN, en
1952,  por James Watson y Francis Crick y la
descripción de los mecanismos de síntesis proteica
y de funcionamiento celular.  Éste fue el gran paso
unificador de la biología del siglo XX, el que
permitió comprender las funciones celulares en
términos moleculares y explicar los mecanismos de la
herencia.  Las bases para el surgimiento de la
biología molecular a partir de los años cincuenta,
ya estaban echadas.

Mientras tanto, la bioquímica se
siguió desarrollando en el sentido del conocimiento de los
mecanismos de respiración y metabolismo celular, a cargo
de Otto Warburg, Hans Krebs y Otto Meyerhof, y de la estructura
de las proteínas por Wilhelm, Ostwald, Emir Fischer,
Sanger, Linus Pauling y Max Perutz.

La virología se desarrolló
ampliamente a partir de la síntesis del virus del mosaico
del tabaco por Stanley en 1935 y también creció
geométricamente a partir de la aplicación de las
técnicas de biología molecular. Otro campo que se
abrió fue el de la inmunología con el desarrollo de
la teoría de los anticuerpos y que recibió un
impulso decisivo con la biología molecular, reconfigurando
la teoría microbiana y la acción de los organismos
infecciosos.

La paleontología animal y humana de
las últimas tres décadas también
verificó importantes avances a partir de innumerables
descubrimientos de campo y del desarrollo de las técnicas
de biología y genética molecular.  En
taxonomía, durante los años ochenta, se
asistió a las controversias entre los métodos de
taxonomía ortodoxo, fenético y cladista.

A comienzos de siglo, la teoría de
Darwin había sufrido el desafío de la teoría
mutacionista de DeVries, superado lo cual se logró, entre
1915 y 1960, la llamada síntesis neodarwiniana (expuesta
en el famoso texto Evolution de Th. Dobzhansky) a cargo
fundamentalmente de Ernst Mayr, Julián Huxley y G. G.
Simpson.  La síntesis organizaba los argumentos
evolucionistas de la taxonomía, la paleontología,
la genética clásica (mendeliana) y la
genética de poblaciones desarrollada por J. B. S. Haldane,
R. A. Fischer y Sewall-Wright. Esta síntesis se ha visto
sometida a importantes cuestionamientos desde los años
sesenta, entre otros trabajos por los de N. Eldredge y S. J.
Gould.

El aspecto integrador de la biología
se volcó en el desarrollo de la etología y el
estudio del comportamiento animal, por un lado, y el de la
ecología, que pronto adquirió el carácter de
una disciplina independiente y vinculada a cuestiones sociales
perentorias.

El sistema nervioso, cuyo conocimiento
había comenzado a adelantar a pasos firmes en el siglo
XIX, recibió un importante impulso con la idea de los
reflejos condicionados de Pavlov, las investigaciones de
Sherrington sobre la integración del sistema nervioso y la
doctrina de la neurona de Ramón y Cajal, que llevó
al descubrimiento de la estructura íntima del sistema, los
mecanismos de transmisión del impulso nervioso y,
posteriormente, abrió el campo de la
neurofarmacología. El conocimiento de las funciones
cerebrales progresó notablemente en cuanto a su estructura
y función. El estudio del sistema nervioso fue
sintetizando diversas disciplinas dando origen a las
neurociencias.

En el siglo XX se siguieron desarrollando
los efectos de las dos revoluciones de fines del siglo XVIII en
el sentido de que la sociedad industrial comenzó a afectar
cada vez más a las sociedades no occidentales en un
contexto de guerras masivas, migraciones hacia Occidente,
totalitarismos de izquierda y de derecha, instauración
histórico-política de sociedades socialistas,
creciente industrialismo, transformación en las
comunicaciones y profundización de la democracia
occidental.

El estructuralismo, originalmente
desarrollado a partir de una teoría
lingüística nacida de la obra de Ferdinand Saussure,
alcanzó una influencia marcada dando origen a la
semiótica o teoría general de los signos que
elaborara los lenguajes artificiales. La antropología con
las obras de Lévi-Strauss, Lévi-Bruhl, Margaret
Mead y últimamente Geertz se desarrolló en escuelas
diferenciadas como el culturalismo simbólico y el
funcionalismo, con las variantes durkheimianas.

La economía  fuertemente
asociada al nombre de Maynard Keynes, en los años treinta,
fue girando hacia una posición neoliberal y una
asociación hermenéutica con el derecho, el llamado
law & economic, ampliamente aplicada en las decisiones
judiciales de los setenta y ochenta en los EE UU, fue
"economicizando" las relaciones sociales y
políticas.

La noción de progreso fue
profundamente cuestionada y abandonada y, asimismo, el papel de
la razón como guía de la sociedad entró en
crisis, poniendo, a su vez, en crisis el proyecto del Iluminismo;
el concepto de "desarrollo" comenzó a organizar gran parte
de las formulaciones en las ciencias sociales de las sociedades
occidentales. Las ciencias sociales se desarrollaron en el
sentido de una especialización creciente pero
también en una búsqueda de fecundación
interdisciplinaria. En la filosofía, partiendo desde
diversas posiciones, Lewis Mumford, Paul Goodman, Hebert Marcuse,
Theodore Roszak, Jacques Ellu trasladaron el tema de la sociedad
tecnológica moderna y la mentalidad técnica al
primer plano de la crítica social. Se pensó y 
postuló que existía algo abominable en los
artificios modernos de la tecnología que se generaba una
destrucción en forma tan vasta que podía destruir
los beneficios mismos de la productividad tecnológica.
Nació así la necesidad de desarrollar
tecnologías que resultaran ser particularmente adecuadas
no solamente desde la micro y macroeconomía, sino
también de las estructuras sociales y
culturales.

El derecho positivo -entendido como
aquél producido por órganos competentes del Estado-
en tanto acto político, es pretendidamente construido a
partir de una ética discursiva (J. Habermas y K.O. Apel),
o de un contrato (J. Rawls), sujetos más que a contenidos
universales a procedimientos admitidos; se apela a una
intersubjetividad desarrollada en discusiones o negociaciones
ideales, por cierto contra fácticas, como garantía
de legitimidad de las normas de creación
democrática.

4.2 – Investigación
básica: Invención

En la vida corriente el término
investigar tiene acepciones análogas, cuando no, en
algún caso, equívocas. Hay una inflación en
el uso de esta palabra, que aparece en contextos
académicos, industriales, institucionales,
políticos, en los medios de comunicación y en cada
uno de ellos con significado peculiar. Para intentar delimitar
los contornos de la investigación científica, que
es la propia de la universidad, se contrapondrá con otras
tareas con aquellas que pueden confundirse o tienen una cierta
afinidad.

La investigación científica,
según el Diccionario de la Real Academia Española,
es la acción y el efecto de realizar actividades
intelectuales y experimentales de modo sistemático, con el
propósito de aumentar los conocimientos sobre una
porción de materia determinada denominado sistema. Se
distingue así de la invención, que pretende dar una
respuesta eficaz, original en el mejor de los casos, a una
necesidad material planteada.

En efecto:

– En la invención se conoce
previamente la necesidad que resolver.

– En la investigación se pretende
descubrir una verdad desconocida.

– La invención concluye cuando se
alcanza el resultado previsto.

– En la investigación el
descubrimiento de una verdad induce generalmente una
concatenación de investigaciones sucesivas
paralelas.

– El modo habitual de trabajo del inventor
es empírico: prueba/error.

– En el método científico del
investigador el esclarecimiento de la verdad precisa establecer
una secuencia clara y coherente de relaciones
causales.

– La finalidad de la invención es
resolver, a posteriori, una necesidad si la misma es demandada
por el mercado o la sociedad en general

– Mientras que el objetivo esencial de la
investigación es la de aprender la verdad, en
último término del saber; es decir en la frontera
de la ciencia

En consecuencia:

– El inventor debe ser, fundamentalmente,
imaginativo, creativo y práctico.

– Al investigador se le exige inconformismo
intelectual, sentido crítico y razonamiento riguroso.Al
comparar invención e investigación no se ha
pretendido, de ningún modo, descalificar a aquella frente
a ésta.

Hay inventores, como Edison, que han pasado
a la historia pues sus logros han dado origen a nuevos
ámbitos de investigación. Por otra parte, cuando en
un país se supera una masa crítica de
investigación, se generan casi espontáneamente
originales invenciones que pueden luego transformarse en
innovaciones: basta con comprobar el número de inventores
excelentes que están promoviendo la acelerada
innovación que se observa en el mundo de la imagen, del
sonido, de la comunicación, de los automatismos y la
electrónica de consumo, lo que ha sido posible gracias,
entre otros, a los imponentes avances científicos de la
microelectrónica, la nanotecnología, la
informática y la algorítmica.Si se compara la
investigación con la creación artística, el
contraste tiene otros matices.Al igual que la
investigación, la creación artística
pretende llegar a algo nuevo, no conocido ni necesitado: la obra
de arte. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede con el
descubrimiento científico:

– El término de la creación
artística, no pre-existe en la realidad, sino en la mente
del artista, depende esencialmente de él.

– La obra de arte exhibe en sí misma
su propia coherencia, o, dicho de otro modo, se justifica por
sí misma sin que sea necesario un proceso racional alguno
que la patentice.

– Las aptitudes personales del artista:
imaginación, creatividad, sensibilidad ante la belleza,
etc. son más innatas que cultivadas, sin que eso le exima
de adquirir unas destrezas técnicas para plasmar su
obra.

Resumiendo cabría decir que el
inventor realiza; el investigador descubre; y el artista crea. Y,
simplificando mucho, el inventor y el artista nacen, en tanto que
el investigador se hace. Reflexionar brevemente, cómo se
está haciendo, sobre investigación, lleva a la
debatida cuestión de contraponer la investigación
básica frente a la aplicada. Aunque existen opiniones para
todos los gustos, y sin pretender sentar cátedra, se puede
aventurar a dar opiniones.Desde el punto de vista, el dilema
investigación básica versus investigación
aplicada, es sencillamente, bizantino… si en ambos casos
se trata de verdadera investigación, pues toda
investigación es en sí misma,
simultáneamente, básica y aplicada.Es básica
porque muestra con más claridad la evidencia interna de la
verdad que se encierra en tal investigación.En
términos generales, la dicotomía
básica/aplicada responde a la inmediatez que la
investigación sobre su aplicación práctica.
Es éste criterio, aunque razonable, el reduccionista por
basarse en el mero utilitarismo pragmático.

La historia ha demostrado que
investigaciones que en una época fueron consideradas como
absolutamente básicas, por carentes de aplicación,
han dado origen, con el transcurso de los años, a
espectaculares avances tecnológicos; transformando
aquellas aparentes e inaplicables invenciones en innovaciones. Se
debe recordar que: Innovación = Invención + fines
de lucro. Un ejemplo reciente de lo que se ha explicado es la
investigación dirigida a entender los momentos
magnéticos de los spines nucleares y a explicar
cómo esos imanes nucleares interaccionan en
líquidos, cristales y moléculas. Esta
investigación, tan fundamental y tan lejana,
aparentemente, de la aplicación práctica, al poco
tiempo de esclarecerse, permitió construir los aparatos de
Resonancia Magnética Nuclear, que tienen tanta
aplicación en la diagnosis tumoral, es decir que aquella
invención se transformó, aplicando el desarrollo en
innovación y se cumplió el ciclo I + D.De todas
formas, aun cuando pareciera no tener aplicación
práctica alguna, toda investigación tiene una
aplicabilidad intrínseca, pues entraña una mejor
comprensión de la verdad, al quedar iluminada con
más intensidad y proyectar su claridad a otros
ámbitos del saber. Contribuye, y esta es su
aplicación más importante, al avance del
conocimiento humano.

4.3- Lógica de la
investigación

Una de las cuestiones no resueltas por la
Filosofía de la Ciencia es la del proceso lógico
que recorre el intelecto humano en el descubrimiento
científico.En la filosofía occidental se considera
que hay dos modos básicos de razonamiento: la
deducción y la inducción. Ambos procedimientos son
adecuados para exhibir la coherencia interna de una verdad ya
establecida; pero la investigación se inicia siempre por
el choque con un hecho sorprendente, una anomalía, la
ruptura de una regularidad esperada, o por una presunción,
no explícitamente formulada, de un fenómeno no
previsto por la teoría común. C.S. Peirce y sus
seguidores consideran que en el inicio de toda
investigación hay otro modo de razonamiento, distinto de
los anteriores, que denominan abducción. Abducción
sería el proceso de razonamiento mediante el cual se
engendran las nuevas ideas, las hipótesis explicativas y
las teorías científicas. Y desde su punto de vista,
sería el primer modo de razonamiento.

Al margen de esta teoría
filosófica, que presenta en la actualidad otros perfiles,
está generalmente aceptado que en el umbral de ese proceso
existe una elección personal que en muchos casos no puede
someterse a reglas lógicas estrictas que impulsa al
investigador a explorar nuevos caminos: unas veces, pocas, con
una radical originalidad; otras, las más, con la novedad
que supone una nueva combinación de verdades previas. Para
aclarar lo anterior se citarán dos casos.El primero se
refiere a la formulación de la Ley de la
Gravitación Universal, realizada por Isaac Newton en 1687.
En ella Newton postuló la existencia de unas fuerzas a
distancia. Esta afirmación supuso una ruptura radical con
la tradición secular aristotélica que sólo
admitía acciones mecánicas por contacto.

Precisamente este "salto en el
vacío", esta fractura con la teoría
comúnmente aceptada, ocasionó, que, pese al
éxito de ésta Ley para predecir el movimiento
planetario, no fuera aceptada por la Royal Academy hasta bien
entrado el siglo XVIII, gracias a la apasionada defensa que R.
Cotes hizo en el prólogo de la segunda edición de
Principia Mathematica en 1717.El segundo, tiene como
protagonistas a Blaese, Anderson y Culver, que en 1990 realizaron
la transferencia del gen de la adenosina deaminasa a linfocitos T
de dos niños con inmunodeficiencia por déficit de
esa enzima: dieron así nacimiento a la Terapia
Génica, procedimiento terapéutico basado en la
introducción de secuencias génicas en el interior
de células para lograr un efecto curativo. Como
fácilmente puede entenderse, esta investigación
procede de una acertada simbiosis de unos conocimientos muy
avanzados de Biología Molecular y de Patología
Médica.Cuanto se acaba de mencionar no excluye el hecho de
que, en algunas ocasiones, la investigación haya nacido de
una casualidad o de un error.

A este respecto, es paradigmático el
caso de Fleming, descubridor de la penicilina, al observar que se
producía una drástica disminución de la
colonia bacteriana en un cultivo de estafilococos en el que
habían caído unos mohos.Para constatar que una
investigación relevante puede proceder de un error se
narrará ahora, presumiendo la amable benevolencia del
lector, un suceso del que hubo testigos durante algunos de los
años transcurridos en la Escuela de Ingenieros de San
Sebastián. A mediados de los años setenta un
profesor de Metalurgia Física propuso iniciar una
investigación sobre "la transformación
martensítica en las aleaciones hierro/cobalto" y con
éste fin se procedió a encargar al Departamento de
Materiales de la Universidad de Sheffield probetas de ensayo
calibradas, con diferentes porcentajes de cobalto.

Este pedido se hizo mediante una carta, en
la que, por una equivocación mecanográfica, se
deslizó inadvertido un pequeño lapsus
ortográfico. Concretamente se sustituyó la letra
"o" de Co, símbolo químico del cobalto, por una
"u", con lo que la aleación demandada pasó a ser
hierro/cobre en vez de hierro/cobalto, como era el deseo inicial.
A todos les extrañó el tiempo que tardaron en
llegar las probetas y, aún más, la elevada factura
que las acompañaba, hasta que se descubrió el
error: fabricar aleaciones de hierro con alto contenido de cobre
supuso un verdadero reto tecnológico para los colegas de
Sheffield: tuvieron que resolver un difícil problema de
termodinámica del estado sólido.Repuestos del
consabido disgusto, muy a pesar del Departamento y puesto que no
se podían despilfarrar probetas tan costosas, se
decidió modificar la investigación abordando la
"transformación martensítica en las aleaciones de
hierro/cobre". A estas alturas conviene precisar que mientras las
aleaciones Fe/Co tienen aplicaciones industriales avanzadas, no
sucede lo mismo con las Fe/Cu, que unen a la dificultad de
conformación en caliente, unas discretas propiedades
estructurales. En sí mismo, el tema era novedoso y el
trabajo desarrollado fue muy original, tanto que sus resultados
dieron lugar a un buen número de papers en prestigiosas
revistas internacionales. (Se supone que en aquellos momentos los
colegas pensarían que había en San Sebastián
unos cuantos locos investigando sobre un tema inútil
tecnológicamente).A principios de los años ochenta,
cuando estaba a punto de terminar esta investigación, se
produjo en España una profunda crisis económica,
que ocasionó una restructuración drástica
del sector metalúrgico. Muchas acerías se
clausuraron y sólo las de muy alta productividad pudieron
trabajar con éxito en un mercado europeo altamente
competitivo. Entre ellas, una, situada no lejos de San
Sebastián, que podía presumir de no haber tenido un
resultado negativo en ninguno de los ejercicios económicos
precedentes.

En estas circunstancias el Director de
ésta empresa fue a San Sebastián, para mostrar su
asombro por cuanto le había ocurrido. Contó que
ante un importante concurso europeo, ineludible para la buena
marcha de su factoría, se había visto obligado a
optar como materia prima por la chatarra más barata del
mercado, que era la procedente del reciclado del
automóvil. (Por entonces en las tareas de desguace no se
separaban el cableado eléctrico y esto producía en
la chatarra un progresivo enriquecimiento de la proporción
de cobre). Con el fin de producir un acero conformable y con unas
determinadas propiedades mecánicas, había acudido a
los más relevantes centros europeos de
investigación en ciencia de materiales en búsqueda
de la tecnología adecuada para el proceso de
fabricación de aceros obtenidos a partir de esa materia
prima. Y de esto vino su asombro en todos ellos les
remitió a la Escuela de Ingenieros, como centro pionero en
las aleaciones de hierro/cobre. De resultas de esta entrevista se
formalizó un contrato de investigación de gran
envergadura que permitió a esa empresa poseer una
tecnología propia para la optimización de aceros
con alto contenido de cobre, que hoy en día sigue
produciendo.Este caso sirve también para corroborar la
falacia de la dicotomía entre la investigación
básica e investigación aplicada, a la que se han
referido algunos autores.

4.5.- Investigación
universitaria

Hasta ahora se ha tratado de la
investigación en general y cuanto se ha afirmado
podría aplicarse a un departamento fabril de I+D, a un
centro de investigación, a un laboratorio
farmacéutico, etc.; pero lo explicado lleva el
título de "investigación en la Universidad" o su
equivalente, "investigación universitaria".
¿Qué aporta este adjetivo a la
investigación?Por ser universitas scientiarum, la
institución universitaria debe investigar en todas las
áreas científicas que cultiva. Pero el solo fomento
de los saberes no agota su dimensión investigadora. En su
servicio a la verdad la Universidad ha de abordar una tarea
propiamente suya: ordenar, armonizar y jerarquizar las verdades
alcanzadas en los distintos saberes, pues no en vano, el
término universitas procede de las palabras latinas in
unum vertere.

La universidad nació con la
pretensión que aún conserva de dar una respuesta
intelectual, científica, al mundo en que vivimos; con la
finalidad de vertere in unum, esto es, dar unidad a la
dispersión para recuperar y reconstruir la unidad del
cosmos: urge, pues afirma Ortega y Gasset, una nueva
integración del saber, que hoy anda hecho pedazos por el
mundo. Cabría, por tanto, afirmar que a la Universidad le
corresponde dar un paso más allá en la tarea
investigadora: inquirir lo que tienen de común las
verdades de las diferentes ciencias por el único hecho de
ser verdad.En el cometido de este propósito se debe
respetar la legítima autonomía y los métodos
específicos de todas las ciencias, ya que cada una de
ellas estudia un aspecto distinto de la realidad, o bien al
referirse al mismo aspecto lo hacen desde una perspectiva o con
una finalidad diferente.A lo largo de los siglos el coloquio
interdisciplinar ha mostrado ser la herramienta más eficaz
para disponer esa jerarquización sapiencial. Y en ese
diálogo el eje de articulación de verdades y
saberes no puede ser otro que la persona humana, que es el centro
del cosmos. Este hecho otorga una especial relevancia al estudio
y a la investigación de las Humanidades, que dan
razón de los aspectos más esencialmente humanos:
por las Humanidades la persona puede conocerse en sus dimensiones
más íntimas, esto es, en cuanta criatura pensante,
capaz de salir de sí misma, de relacionarse con los
demás, de amar y de ser amada.

No se debe dudar al afirmar que es tal la
importancia de las Humanidades, que deben constituir la tierra
fértil en la que enraícen los otros saberes.
Aún más, si se piensa que la crisis actual de las
Humanidades se encuentra en el origen de los devaneos que se
observan al menos en Europa en la institución
universitaria, que están tratando de reencontrar su
identidad, sin reparar en que no es precisa una
reformulación novedosa de sus fines, sino tan sólo
la adecuación de su espíritu tradicional en un
nuevo modelo de organización y gestión, más
se estará de acuerdo con la dinámica de estos
tiempos.Quienes por formar parte de universidades con ideario
cristiano reconocen la dimensión trascendente de la
persona humana y la condición creatural de cuanto existe,
se está en condiciones especialmente favorables para
abordar tareas investigadoras de gran calado intelectual y
social, porque:- Frente al relativismo científico, que
pone en suspenso la posibilidad de llegar a certezas estables, se
está ante aspectos ciertos de que existen verdades
absolutas a las que es posible acercarse racionalmente.- Frente
al pensamiento débil, que encubre un escepticismo
ecléctico, se afirma la posibilidad de acceder a un
conocimiento consistente de las realidades materiales y
espirituales. Porque las verdades alcanzadas con la actividad
especulativa, aunque parciales y perfectibles, son verdades
genuinas, y, como tales, participaciones limitadas de Quien es la
Verdad Personal. – Frente al pragmatismo excluyente de la
investigación científico técnica, que no
admite barrera alguna que pueda coartar su avance, se sabe que
los presupuestos éticos no sólo no son óbice
para conseguir resultados genuinamente valiosos, sino que
constituyen una ayuda directriz inapreciable, porque lo que no es
ético no es científico. – Frente a la
consideración de la persona humana como ser esencialmente
cambiante a lo largo de la historia incapaz, en consecuencia, de
asumir compromisos irrevocables se acepta que el hombre, por su
libertad y su dignidad, está capacitado para
empeñar establemente su vida por un ideal noble. Esta
concepción de la persona proporciona un horizonte mucho
más abierto y atractivo para la investigación en
todas las áreas del saber.

4.6.- Importancia de la
investigación en la Universidad

Al comienzo de estas palabras se ha
afirmado que el objetivo último de la Universidad es la
verdad, que se conoce y amplía con la
investigación, se transmite mediante la docencia y se hace
cultura al difundirse en su entorno social. La búsqueda
permanente y honrada de la verdad constituye, por tanto, el
corazón de la vida académica. En consecuencia se
habrá de concluir que no es posible ser profesor
universitario sin estar empeñado en una actividad
investigadora, del mismo modo que no es cabalmente universidad
aquella que renuncia a la investigación. Aún
más, la docencia misma debe estar impregnada de una
impronta investigadora.

Al hacer esta afirmación se limita a
la calidad de las clases cuando las imparte un profesor que
investiga y está, por tanto, comprometido con la
evolución y crecimiento de la materia que explica. Me
refiero también a la actitud discente de los estudiantes:
no pueden limitarse a ser enseñados, sino que deben asumir
el reto de liderar su propio proceso formativo, reclamando de los
profesores que se les ayude a aprender. Además, la
colaboración de alumnos brillantes en tareas
investigadoras tiene un efecto beneficioso para la vida
universitaria: en primer lugar, porque la falta de aprioris
acuñados por la experiencia hace que, en ocasiones, los
estudiantes aporten ideas creativas y originales para resolver la
investigación que se está realizando; en segundo
lugar, porque se fomentan vocaciones universitarias que
tomarán el relevo más adelante; y en tercer lugar,
porque ese trato continuo, respetuoso y sincero por ambas partes
es la mejor escuela de aprendizaje, ya que "es en la convivencia
donde se forma la persona".

Es precisamente en ese clima donde brilla
con luz propia el ideal de la universitas studiorum et
scholarium, esa Corporación de maestros y de estudiantes
donde, al decir de Newman, "los distintos saberes se completan,
corrigen y equilibran mutuamente. Y esta consideración
debe tenerse en cuenta no sólo en lo que se refiere a la
consecución de la verdad, que es el objetivo de toda
ciencia, sino también respecto al influjo que las ciencias
ejercen sobre aquéllos cuya educación consiste
precisamente en estudiarlas". Sólo en la medida que se
persiga este objetivo, la universidad se configurará como
una realidad unitaria, donde estudiantes y profesores participan
de los mismos objetivos y propósitos: buscar la verdad sin
restricción alguna y adecuar sus vidas a la verdad
alcanzada, para saber más y, sobre todo, para ser
mejores.En el discurso pronunciado en una investidura de Doctores
honoris causa en la Universidad de Navarra, S. José
María afirmó que "la Universidad no puede vivir de
espaldas a ninguna incertidumbre, a ninguna inquietud, a ninguna
necesidad de los hombres". Con estas palabras vino a recordar a
la comunidad académica que la Universidad no se justifica
por la altura de su cometido, sino por el servicio que presta a
la gente con la que convive en cada época
histórica.

Es cierto que la contribución
primordial de la Universidad al bien social son los estudiantes
egresados de sus aulas, en los que la formación
profesional, lo más excelente que puedan alcanzar, ha de
insertarse en personalidades enterizas adornadas de virtudes;
pero en su quehacer investigador la Universidad debe afrontar los
temas que inciden en el bienestar social y económico de su
entorno, colaborando a proponer, fruto de un estudio hondo y
riguroso, una respuesta cabal a los interrogantes planteados. Con
esto no se pretende coartar la libertad de cátedra, sino
tan sólo manifestar que la investigación
universitaria tiene que servir, y, en la medida que sea posible,
estar orientada en cada momento hacia los problemas demandados
por la sociedad, sin descuidar la necesaria exploración en
áreas que no tengan una utilidad práctica directa
por su naturaleza o atemporalidad. En el ámbito de las
ciencias experimentales se trataría de potenciar la
investigación transnacional, que no se reduce a la
cesión del "know how". El propósito es, más
bien, involucrar a la otra entidad en el proceso de poner en
valor el conocimiento y asegurar su desarrollo futuro. Para
conseguirlo es necesario formalizar foros estables de trabajo,
donde profesores universitarios y profesionales externos
colaboren complementariamente.

Con el fin de aclarar esta idea se hace
referencia a la experiencia del Centro de Investigación
Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra. En
él trabajan cerca de cuatrocientos investigadores y
técnicos. Desarrollan una investigación fundamental
apoyándose en las técnicas más modernas con
la ambición de entender mejor los mecanismos de las
enfermedades y establecer, si fuera posible, alguna terapia
eficaz o algún test de diagnóstico más
avanzado. Los directores de las líneas y la mayoría
de los investigadores seniors forman parte de los Departamentos
paralelos de la Clínica Universitaria, lo que propicia la
constitución de equipos mixtos de la Clínica y del
CIMA, para trabajar conjuntamente, aportando cada uno su propia
especificidad: los nuevos conocimientos de los básicos,
tamizados a través de la experiencia de los
clínicos, acrecientan la calidad asistencial; en tanto que
las observaciones del personal facultativo abren nuevos campos de
posible trabajo a los que se dedican a la investigación
básica. Y unos y otros, colaboran estrechamente en los
ensayos clínicos de las nuevas formas terapéuticas
y de los kits de diagnosis.

Algo semejante cabría decir de los
spinoff nacidos de la actividad de la Escuela de Ingenieros, en
los que la transferencia de investigación se propicia a
través de una tutela contractual de apoyo
científico, por la que los Departamentos de la Escuela
mantienen una relación frecuente con las direcciones de
esas empresas.Si importante es la investigación
científico experimental no lo es menos la que concierne a
las Humanidades y Ciencias Sociales, por las repercusiones que
estas disciplinas tienen en los comportamientos personales y las
modas sociales. Aunque ningún tiempo pasado fue mejor, el
actual es mejorable. La cultura irenista presente no parece
conducir a un orden más justo, por más que sea
impulsada por la brisa de un inusitado progreso
tecnológico. Y es que, en palabras de Séneca,
ningún viento es bueno para el barco que no sabe
adónde va. Hoy, más que nunca, hace falta saber
adónde se quiere ir, tener referencias absolutas por las
que guiarse, ya que, como ha observado Peter Berger, el
relativismo cultural vigente, "puede degenerar en el
fundamentalismo, pues el espíritu humano aborrece la
incertidumbre en el que éste le deja sumido.Es tarea
urgente de la Universidad ofrecer argumentos firmes para una
actuación que conduzca a un mundo más justo, digno
y solidario, en definitiva, a una sociedad transida de valores
genuinamente humanos, esto es, cristianos. S. José
María soñaba con universidades que, por su
prestigio, estuvieran en el origen mismo de los cambios, y esta
tarea la asignaba de modo especial a las Humanidades y Ciencias
Sociales en colaboración con las Ciencias Sagradas.La
investigación en estas áreas tiene un reto
acuciante: superar el individualismo y buscar formas operativas
de trabajo multidisciplinario.

Evidentemente esta propuesta conlleva una
ruptura con la tradición secular de los modos de hacer de
los grandes pensadores y juristas. Sin embargo, se sostiene que
no hay ninguna razón para que el trabajo en equipo
interdepartamental se presente como un obstáculo para la
creatividad propia de un intelectual: es más no abordar
con esa metodología el estudio de los temas que atenazan a
la humanidad conduce a achicar el horizonte y perder
oportunidades de fortalecer el discurso intelectual al no contar
con los logros científicos concomitantes de otras
disciplinas.En algunas universidades entre ellas la de Navarra se
está intentando obviar esa reticencia con el
establecimiento de centros universitarios de
investigación, dotados de la autonomía necesaria
para catalizar y potenciar esa tarea mediante el diálogo
académico en torno a temas de repercusión y calado
sociales.

Como líneas temáticas se
citarán a modo de ejemplo:

Género, matrimonio y
familia

Pobreza y emigración en un mundo
globalizado.

Diseño genético, la vida y
la muerte, etc.

Se trata, en definitiva, de estructuras
académicas de carácter horizontal, centradas en
líneas de investigación coincidentes con las
cuestiones a las que se desea dar, desde distintas aproximaciones
(la Filosofía, el Derecho, la Economía, la
Ética, la Comunicación, etc.), una respuesta
coherente con la dignidad de la persona y con el recto orden
social. Lo novedoso de estos centros es su carácter
interdisciplinario, que supone la confluencia de distintas
ciencias sobre un mismo tema para que las luces proyectadas desde
cada una de ellas para que iluminen los otros saberes y se
amplíe y profundice el conocimiento sobre el tema
comúnmente abordado.

Ciñéndose al que se
está planificando en la Universidad, se puede inferir que
en la participan en primer lugar profesores de reconocido
prestigio internacional que imparten la docencia en sus
Departamentos respectivos, en tanto que canalizan su
investigación ocupándose de dirigir e impulsar esas
líneas. A ellos se están sumando otros profesores y
jóvenes investigadores de valía contrastada, por lo
general, estudiantes en fase de redacción de sus tesis
doctorales. Y el fruto de estas investigaciones se pretende
plasmar tanto en publicaciones de alta especialización,
como de amplia difusión sociocultural. Insistiendo en esta
última idea se dice que para lograr los frutos esperados
de la investigación transnacional y de la
investigación en Humanidades y en Ciencias Sociales es
preciso que los logros descubiertos aparezcan publicados en
monografías y, sobre todo, en revistas científicas
del máximo rango en cada especialidad. De esta manera,
además de presentar las ideas para que sean valoradas y,
en su caso, sancionadas por especialistas lo que avala su
calidad, se consigue que pasen a engrosar el acervo de
conocimientos y se compartan para la comunidad académica
internacional. Como efecto colateral pero muy importante, se
consigue que se realce el prestigio de la Universidad, que en
estos momentos, como se sabe, se barema exclusivamente con base
en los índices de impacto de sus publicaciones; y
simultáneamente se logra que las aportaciones, avaladas
por la autoridad de la Universidad, tengan más relevancia
social y científica.

La importancia de la investigación
universitaria, brevemente esbozada anteriormente, es un
estímulo para que el profesor, cualquiera que sea su
área de conocimiento, se dedique a esa tarea con esfuerzo
y generosidad sin pactar con un conformismo mediocre. Y en ese
cometido es preciso poner en ejercicio la honradez intelectual,
virtud cuyo presupuesto es la aceptación de la
autonomía de la verdad: esa verdad que, al estar por
encima de la persona humana, ha de ser aprendida con un talante
respetuoso y abierto hacia la realidad en todas sus dimensiones.
Porque en un entorno cultural, en que se prima el saber sobre el
ser y se da más relevancia a la praxis que al tener, no es
extraño que al propósito de alcanzar la verdad se
contrapongan dos sucedáneos, no ausentes en los ambientes
intelectuales y académicos: la búsqueda de la
eficacia, del éxito, por encima de la verdad, y el
sacrificio de la verdad en aras de la originalidad.

CAPÍTULO 5

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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