Lenguaje en uso: apelativos, vocativos y deícticos
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El propósito de esta exposición es
entender el uso de las nuevas expresiones que nuestros
jóvenes utilizan a diario y, en especial, la
utilización de vocativos como medio expresivo de
comunicación. Sabemos que en la comunicación oral
es habitual que aparezca designado el destinatario de la
alocución. Usualmente, lo que aparece es un
deíctico o forma en que el locutor nombra a su
interlocutor, el tiempo en el que se halla o para nombrarse a
sí mismo. Según Pierce (1974), una frase
deíctica es un signo índice pues está en
relación de contigüidad con el objeto designado. Pero
hay formas del lenguaje que presentan notorios rasgos de
expresividad y que pueden asociarse con el discurso subjetivo:
estamos frente a los llamados apelativos, frases o
términos que designan al alocutario y que a la vez cumplen
con la doble función de indicar y de valorar.
El apelativo es todo término idiomático
que se emplea en el discurso para mencionar a una persona. Entre
la variedad de apelativos, hallamos los nombres propios, los
pronombres personales, los títulos honoríficos,
ciertos sustantivos comunes y otros términos de
familiaridad y de parentesco. Desde el plano afectivo, hay
términos apelativos que evocan objetos y animales (mi
bomboncito, tu gatita), y también se utilizan algunos
términos de relación (mis
amigos).
Los apelativos se distribuyen en las tres personas del
coloquio, es decir, mencionan a la persona que habla, o
locutor; aquella a quien se habla, o
alocutario, y aquella de la cual se habla, el
delocutor. Por ello, se los llama, respectivamente,
locutivos, alocutivos (o vocativos) y delocutivos. Como
característica, todo apelativo tiene un carácter
deíctico ya que permite la identificación de un
referente; tiene carácter de predicativo, pues su sentido
nos habla de una predicación explícita, y por
último, es demostrativo de las relaciones sociales que
existen entre los hablantes.
Estudiaremos, dada su importancia, el caso particular de
la forma alocutiva o vocativa como caso que se emplea para
identificar el nombre al que se dirige el hablante. Y
también como la palabra o grupo de palabras con las que el
hablante atrae la atención del receptor. Como ya he
mencionado, el apelativo sería la modalidad del idioma que
usa el nombre para apelar al oyente (o 2° persona
gramatical). El uso del mismo corresponde a la función
apelativa del lenguaje.(Bühler, 1950). En cambio, la
función inherente a la forma vocativa es el de contacto,
la función fática.(Jackobson, 1988)
Los nombres propios de personas y los pronombres
personales de segunda persona son el medio natural de la
función apelativa, y tienen su origen en esta
función; lo mismo que sucede con el modo imperativo. En
efecto, el nombre propio no tiene un carácter denotativo
ni clasificador como los comunes, sino indicativo, se emplea en
el vocativo como dispositivo casi deíctico, semejante a
como lo hacen los pronombres personales.
Por otra parte, las oraciones imperativas han sido
clasificadas como "oraciones vocativas unimembres" (Jackobson,
ibíd.). Es decir, en las oraciones imperativas no se
establece una relación predicativa entre el sujeto
gramatical y el verbo.
El uso del vocativo se cumple a través de los
nombres propios y los pronombres de segunda persona. Sin embargo,
también los nombres comunes pueden cumplir esa
función:
Chico, no me vende un
periódico.
Abuelo, no salga tan desprotegido que
hace mucho frío.
Además, el locutor puede dirigirse al oyente
manifestando una actitud de afecto, respeto o atención, es
decir, mostrando una fórmula de cortesía (Grice,
1991). Brown y Levinson distinguen dos categorías de
cortesía: la formal (o negativa), y otra informal (o
positiva). En la primera, se establece entre el locutor y el
oyente una comunicación convencional y menos
natural:
¿Sabés Jorge?, ese es
el tío de Carla. (formal)
En el otro caso, hay una supresión del vocativo,
indicándose así un acercamiento y familiaridad
mayor entre hablantes:
¿Sabés?, ese es el
tío de Carla. (informal)
El vocativo en particular, llama la atención del
alocutario por la mención de un término que lo
designa, indicándole que el discurso se dirige a
él. A través de ese término, nos enteramos
del grado de relación que tienen entre sí los
interlocutores. En ocasiones, el vocativo adopta la forma de un
enunciado:
El más
pollo…
Veamos ahora qué pasa con el vocativo en los
actos de habla. En ellos, en tanto se requiere, por lo menos, un
oyente, encontramos que el vocativo puede acompañar a
cualquier acto de habla. El locutor puede dirigirse al oyente
empleando vocativos en los distintos actos de habla: saludar ,
dirigirse a una audiencia, ordenar, preguntar, hacer un pedido,
escribir una carta, agradecer, etc. simultáneamente, el
vocativo puede servir para llamar la atención del oyente
(vocativo de apelación pura), como para dirigirse a
él con el uso de la máxima
cortesía.
Encararé a continuación la
descripción de los tipos más comunes de vocativos.
El vocativo de apelación pura (recién mencionado)
refiere al uso del pronombre en 2° persona, o de un
imperativo verbal (¡Escucháme!). Al producirse la
emisión en estos casos, la apelación es
predominante, y el pronombre es una señal que produce una
reacción en el oyente:
¡Vos, qué
mirás!
Esta variedad de vocativo con aposición permite
disolver la ambigüedad en la deixis que efectúa el
pronombre. También los sustantivos comunes se pueden usar
como vocativos de apelación:
¡Mozo!
¡Taxi!
Estos nombres comunes se suelen proferir ausentes de
cualquier artículo que los anteceda.
En la categoría del vocativo de tratamiento,
encontramos aquel de la categoría negativa o formal.
Aquí, el uso del Usted para apelar al oyente es una
estrategia de la cortesía formal que indica respeto o
distancia hacia el oyente. También los sustantivos
señor/señora son empleados como vocativos
de respeto. La herencia hispánica hizo que ciertas
palabras llegaran a indicar el status social (o prestigio) del
sujeto al cual nos dirigimos: don, doña, caballero,
etc.
Don José de San
Martín
Estos son los llamados "términos
honoríficos". Fillmore (1983) considera que los
términos honoríficos forman una "deixis social".
Particularmente, para Foucault un término
honorífico, al igual que un insulto, es un gesto
simbólico de dominación que sirve para dominar y
reforzar el orden jerárquico.
Una variante que también hallamos en esta
exploración es la del vocativo en 1° y 3°
personas. Bajo ciertas circunstancias, el emisor puede apelar a
sí mismo, cuando padece, por ejemplo, un dolor
intenso:
¡Ay de mí!
¡Qué mal me siento!
El vocativo en 3° persona se expresa por una frase
determinante, que lo aclara:
¡El jovenzuelo!
¡Qué triste espectáculo está
dando!
De analizarse en profundidad, el vocativo en 3°
persona sería una variante del vocativo de 2°
persona:
Vos, el jovenzuelo…
En cuanto al vocativo retórico (o
poético), es la modalidad empleada para apelar a una
entidad no personal o inanimada, como por ejemplo, objetos de la
naturaleza:
¡Oh tú, Madre Tierra,
pobre víctima de los desbordes de tus
hijos!
Nuestra breve investigación ha de centrar su
mirada en las formas en que nuestros adolescentes –en
particular, los que habitan en el conurbano bonaerense -, hacen
uso de estos vocativos. No nos detendremos en las variantes
sociolécticas que dan cuenta de los diferentes estratos
sociales que conviven en la región, motivo quizá de
un estudio más profundo, sino que haremos pie en los
modismos que tiñen por igual a los jóvenes de una
misma generación, más allá de su
ubicación en la escala social.
La expresión comunicativa del adolescente es la
síntesis de su conducta verbal más la conducta no
verbal. Su grado de expresividad no concluye en las formas
verbales –elaboradas o no – con las que se conecta
con el mundo. Depende, entre otras cosas, de la imagen que tenga
de él mismo y de cómo se cree que se ve ante los
demás. Una emisión común, dada entre de
estudiantes en cualquiera de nuestras aulas, como la
siguiente,
Chabón, alcanzame los apuntes
de biología
de aparente neutralidad y sin mayores pretensiones que
las que carga en dicho pedido, sin embargo nos da una cuota de
información bastante significativa. Podemos inferir que
entre los actores hay un cierto grado de conocimiento y
confianza, como para que uno realice esta exigencia, dado el
término chavón que es una
distorsión rioplatense del chaval/a español, y que
no se agrega al pedido ninguna fórmula de cortesía.
Esta obviedad podría reforzarse si la emisión
está acompañada de un tono calmado en la voz del
dicente, algo que gráficamente se expresa ante la falta de
signos auxiliares que pondrían evidencia de lo contrario.
En caso contrario, ante la expresión
¡Alcanzame los apuntes de
biología, chabón!
tenemos, en rigor, una demanda cambiada por el sema tono
que refuerza el pedido y, en especial, por la posición que
ubica el vocativo. Muchos lingüistas han estudiado esta
particularidad en la expresividad del habla, entre ellos Leech,
quien señala que "un vocativo inicial combina las
funciones de llamar la atención de alguien con la de
identificar al interpelado; un vocativo final, probablemente
combina las funciones de identificar al interpelado con los de
mantener y reforzar las relaciones sociales" (Leech,
G.,1985).
Está claro que desde el punto de vista
gramatical, la ubicación del vocativo al principio, medio
o final del enunciado, carece de importancia. Es función
de la pragmática establecer sus distintos niveles de
expresividad o intencionalidad, si expresa un mandato, una
pregunta o una súplica. También es importante
resaltar que sea inicial o final la posición del vocativo,
siempre estará más conectado con el marco de la
enunciación que con el enunciado; es decir, más
relacionado con el modus que con el dictum. En
el caso particular del vocativo arriba señalado podemos
decir que como fruto de nuestras escuchas entre el alumnado
bonaerense, es mayoritario su uso en posición inicial.
Esto indica claramente su utilidad de llamador de atención
hacia el otro y su cualidad de selección del interlocutor.
El citado Leech ha estudiado las conversaciones de ingleses
adultos y como consecuencia realizó la siguiente tabla de
funciones:
POSICIÓN DEL VOCATIVO EN EL
ENUNCIADO
inicial | media | final |
Llamar la | identificar al apelado | identificar al apelado |
identificar al apelado | mantener y reforzar las relaciones | mantener y reforzar las relaciones |
Leech, G. 1999.
Esto podría aplicarse al término
chabón en uso de emisiones de adolescentes,
sumado a las características del modo enfático que
le imprimen éstos, y las condiciones del contexto que
modulan el mensaje. Es muy discutible la definición del
carácter marginal del vocativo en cualquiera
posición que ocupe en la emisión, dada por algunos
semánticos (Briz, 2001; Alpizar Castillo, 1983), puesto
que en muchas ocasiones es su utilización la que regula la
respuesta del apelado, sea ésta una interpretación
correcta o errónea del mensaje enviado. Entre los
jóvenes, tanto el término anterior como otros, son
de carácter fundamental en la idea propuesta hacia el
interpelado y hasta logran reacciones diversas y hasta contrarias
a las expectativas del emisor.
La lista de vocativos juveniles es numerosa, y entre
ellos se destacan con fuerza y repetición algunos como los
siguientes: bolu, buche, buchón, gato, ortiba,
etc. Es necesario destacar que su uso no discrimina en
género, siendo tan utilizados en chicos como en chicas en
edad adolescente, con un sugestivo aumento entre estas
últimas en los recientes años. El uso de
bolu como apócope de boludo, ha lavado para las
últimas generaciones su figura de término ofensivo
y se impone como un vocativo asumido entre pares y con una
connotación hasta de simpatía hacia el
otro.
¿Decí bolu, qué
te costaba venir temprano?
Podría aducirse que el carácter de las
observaciones-escuchas de un docente dentro de las aulas puedan
ser un simple segmento no representativo del lenguaje de los
jóvenes, comparándolas con diversos ambientes
(calle, club, hogar, trabajo) donde se expresarían de modo
diferente. Esta observación no es gravitante en lo que
hace a las expresiones adolescentes, dado el grado de desparpajo,
indiferencia hacia el medio y menor autocontrol sobre sus actos
respecto a las generaciones anteriores que manifiestan los
alumnos actuales.
Dos términos en particular merecen que nos
detengamos en ellos: gato/a y trolo/a. En ambos hay resonancias
contemporáneas a la discriminación que hacen las
mayorías sobre sectores de su propia comunidad con
particularidades bien definidas: guys, lesbianas, individuos con
capacidades diferentes, inmigrantes, etc. En estos dos casos, la
mención implícita es sobre la identidad sexual y el
comportamiento sexual de los aludidos. Aunque podemos hacer
distinciones bien claras:
¡Salí gata, ya todos
saben que lo engañabas a Juan con su
primo!(a)
Qué gato que es Jorge, sale a
flote de todos los exámenes.(b)
En el ejemplo (a), la carga ofensiva refiere claramente
a la falta de virtud y lealtad en lo amoroso de la aludida, hecho
que tiene una generalizada respuesta de sanción, en
especial si la persona acusada pertenece al sexo femenino. En el
segundo ejemplo (b), se evidencia el enfoque laudatorio hacia el
interpelado, particularmente por su condición varonil
más que por sus conocimientos en las respectivas materias
de estudio. El sexismo y la discriminación por
género es parte altamente incorporada en nuestros
hábitos de expresión –como resultante de una
cultura que nos hace refractarios a lo distinto, a lo diferente-.
Sin embargo, la aplicación denostativa del término
gato
entre varones puede adoptar un trasfondo ofensivo,
siempre que esté en duda "su condición de hombre",
siendo así que este apelativo-vocativo pase a tener valor
agregado de disfemismo(*):
¡Qué te hacés el
macho si te la comés, Gato!
Reitero que estos y otros proferimientos en actos
comunicativos entre adolescentes varían en sus efectos en
función del contexto donde se desarrollan, las condiciones
previas y las relaciones de poder entre los actores. Por ejemplo,
si el interpelado no es cooperativo (o rechaza el convite para
proferir una respuesta de igual o mayor tenor agresivo),
desaparece el efecto del vocativo y queda del mismo una forma de
apelación o llamado de atención sobre el enunciado
complementario.
Por supuesto, el eterno problema del sexismo en el
lenguaje, algo que se halla en casi todas las lenguas del mundo
moderno, no es inherente al mismo, sino de origen sociocultural.
Nuestros jóvenes no pueden sustraerse del ambiente del
cual provienen, ni de los patrones de habla y pensamiento
transferidos por sus mayores. Es curioso que en nuestra realidad
social, que hace que la mujer afronte responsabilidades
impensables hace medio siglo, tales como trabajar, estudiar,
parir y cuidar por sí misma a sus hijos sin ayuda de una
pareja, todavía la representación del rol de la
mujer -tanto en hombres como en mujeres – se manifieste en un
lenguaje diferenciador en desmedro de ella misma.
Entre las chicas, calificativos del orden de "machona",
"varonera" o "maricona", aún siguen ocupando espacio en
sus intercambios, cuando el intento es etiquetar al sujeto
femenino con cualidades propias del varón. En las aulas,
particularmente en los años inferiores, la mirada y el
comentario negativo hacia las jóvenes que departen todo el
tiempo con compañeros varones, proviene particularmente
del propio sector, lo cual produce los comentarios del conjunto y
la estigmatización de la joven observada.
(*) Disfemismo m. Modo de decir que consiste en nombrar
una realidad con una expresión negativa o con
intensión de rebajarla de categoría, en
oposición a eufemismo. (DRAE, 2004)
En el segundo caso de vocativos planteados, vemos lo
siguiente:
Hey trolo, ¿de quièn te
escondés si todos saben que la miràs con
cariño?(a1)
¡No te sarpès màs
con mi novio, trola!(b1)
El concepto del tèrmino "trolo"(*) va unido a una
identidad sexual en lo atinente al varon destinatario del mismo,
y a una referencia a mujer fàcil o de la vida, cuando la
referida es del sexo femenino. En ambos casos se cumple lo
antedicho respecto a la posiciòn de este vocativo en cada
enunciado, pero la singularidad que aquí aparece es que
hay una mayor necesidad de llamar la atención del otro,
tanto en las emisiones (a1) como en la (b1), sin afectar su
posición, siendo su aparición resultado de un
especial estado de ánimo del dicente. Cuando este
término es invocado repetidas veces en un intercambio de
adolescentes, pasa a perder su condición de tal y toma la
forma de un insulto deliberado, con miras a la beligerancia entre
partes.
Cuando el criterio del emisor es no malquistarse con su
interlocutor, es probable que apele a las formas del diminutivo o
a equivalentes con menor carga denostativa:
Guachín, devolveme la carpeta
que me sacaste.
Vos sì que no tenés por
qué quejarte, turrito.
Es importante reconocer que los modismos en la lengua de
una sociedad son producto de la evolución (o
involución) de la misma, indicadores de sus cambios y de
la tensión que se establece entre sus miembros y sus
relaciones de poder. Las expresiones de los grupos adolescentes
son parte de esa dinámica, como también factor de
identidad intergrupal y diferenciador de los adultos. Son
también indicadores de un status social que tiene sus
particularidades y riesgos propios.
Un correlato inquietante, aunque va más
allá de las pretensiones de esta simple indagación
del uso del vocativo entre los adolescentes escolarizados, nos
habla de la progresiva pérdida del valor de la palabra. Y
entre todas, el valor del insulto como una entidad menor al
factor que acostumbradamente hacía pasar a las manos a los
proferentes de estos agravios. La intolerancia verbal de otras
épocas, cuando dos caballeros se trenzaban en escenas de
pugilato por uno o dos insultos cruzados, hoy es un vago recuerdo
si miramos las aplicaciones que les dan nuestros
adolescentes.
(*) Es coincidencia en muchos estudiosos exploradores de
la génesis de neologismos y expresiones de uso popular,
que el término "trolo" proviene de los años
cincuenta, época en la cual las calles porteñas y
de algunas capitales del interior eran circuladas por micros de
pasajeros conocidos como trolebuses o trolleys. La particularidad
de estos vehículos era "que el pasajero subía por
atrás". (Oh perenne picardìa criolla, que como es
habitual, va hermanada a las formas de segregación
más sórdidas)
Inquietante, digo, porque a la par de esta
depreciación de la categorìa insulto verbal, la
violencia fìsica se desata por otras vìas, con
resultados mucho más lamentables, como nos refleja a
diario la crónica policial. Parece ser, y esto es
opinión generalizada entre sociólogos y
psicólogos, que una mirada sostenida por más tiempo
que el supuestamente normal, puede desencadenar una tragedia
entre dos jòvenes adolescentes. El "¡què
te pasa, por què me mirás así!" , puede
llegar a concluir en una revuelta impredecible donde la lucha
entre dos puede ser sin cuartel. Parece que estos insultos,
epìtetos, vocativos, que otrora proferìan los
adultos de dècadas pasadas, eran una especie de
"colchón" o freno a la agresividad sin lìmites que
hoy, lamentablemente, nos tiene acostumbrados.
Pero no quiero extenderme en este terreno, que demanda
una investigaciòn profunda y podría alumbrar
algunas soluciones para este presente de violencia que nos
envuelve. Agradezco profundamente la atenciòn prestada de
este respetable público a esta ponencia, cuyo simple
propósito fue la de resaltar algunos tèrminos que
son de uso habitual en boca de nuestros jóvenes, como
acicate para investigaciones posteriores y de mayor relevancia.
Muchas gracias.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS
Alpízar-Castillo, R. (1983), "Para
expresarnos mejor", La Habana, editorial Científico
Técnica.Briz A.(2001) "Español coloquial, argot y
lenguaje juvenil", Valladolid, Fundación Jorge
Guillén (eds.)Brown P., Levinson, S(1987), "Politeness: some
universals language usage", Cambridge, Cambridge University
Press.Bühler, K. (1950), Teoría del lenguaje,
Madrid, Revista de Occidente.Fillmore, W, (1983), "The languages learner as an
individual", N.Y., Wilkins LC ed.Grice H P (1991), Lógica y
conversación, Madrid, Tecnos.Jakobson R., (1988) Arte verbal, signo verbal,
tiempo verbal, México DF, FCE.Leech G.(1985), Semántica, Madrid, Ed
Alianza.Leech G.(1999), "The distribution and functions of
vocatives in American and British English conversation",
Amsterdam, Hasselgard H y Oksefjel S (eds.)Pierce, Ch. (1974-2001), El pragmatismo, Buenos
Aires, Paidós.
Autor:
Hugo César
Barán