Nótese la impronta: "otro comunismo
más vigoroso y moderno" brotará de las
raíces ancestrales; la clave del futuro se halla en
el pasado. Empero, las cosas distan de ser tan simples,
surgen dificultades teóricas que no pueden atribuirse
a yerros de Marof, sino a las ideas de la época, a
saber: la diferencia civilizacional de occidente y el incario
es, ante todo, más antropológica en sus matices
que epistemológica en sus saberes y tiempos.
O sea, Incas y europeos se diferencian
culturalmente por su pasado y tradición, pero
habrán de juntarse en el presente bajo el comunismo,
que se define moderno: el aporte civilizacional
de Marof se halla mediatizado por la incuestionable
modernidad que atraviesa el campo analítico en
perfecta impunidad epocal: si a cada tiempo corresponden
ciertas ideas, entonces, a la fecha del ensayo, era lo
moderno un presente promisorio que todavía no
marcaba disensos generacionales porque se hallaba en pleno
despliegue, crecimiento y desarrollo.
La modernidad fue promesa insospechada sin criterios
antagónicos; aquellos efectos perniciosos que
conocemos hoy permanecían imperceptibles aún.
Por ello, relieva Tristán Marof que los andinos
habían vivido muy bien "bajo otro régimen,
aunque totalitario, que le garantizaba su vida
íntegra. Y la catástrofe fue total" en la
conquista.
Una sociedad con "grado avanzado de perfeccionamiento
económico y moral" es la que ofrece el incario.
Serán los Incas "hombres prácticos" sabedores de
que "el hombre vive de pan antes que de nada" y, por tanto,
resolverán este problema eficazmente a través del
estado:
Toda la aspiración incaica, tanto por
prestigio como por buen gobierno, se esfuerza de dar al Estado
toda su potencia[21]En un tiempo simplista ese
Estado soberano lo constituye el Inca. Del Estado son pues, las
tierras, los animales, los pastizales, el oro, la plata, las
piedras preciosas. El Inca reparte celosamente todos los
productos y garantiza la existencia económica del Imperio,
administrándolo por medio de una contabilidad rigurosa.
Todo llega a su conocimiento. Sabe cuántos habitantes
tiene una comarca, cuántos nacen en un año,
cuántos han fallecido. Una casta especial de
empleados le pone al corriente de los más
ínfimos detalles.
El mito del Inca redivivo tomará cuerpo en el
nuevo estado; comunista moderno; que
garantice la restitución del bienestar y justicia
como sistema de valores cardinales, mediante una
movilización total del pueblo a través del
estado comunista moderno, definida como
revolución económica.
Comparando al incanato con el imperio romano y a su
casta funcionaria con la élite moderna; el papel
fundamental queda en manos de un estado fuertemente centralizado
y vertical en cuanto al régimen de autoridad
política; que sin embargo dista del autoritarismo secante
por su normatividad justa. El ejemplo de los incas resulta
esclarecedor para Tristán Marof: la conquista incaica
respetaba los valores religiosos y culturales de los pueblos
sometidos; luego; tales actitudes "granjeaban
simpatías" que paulatinamente contribuyeron a "la
fusión de todos los pueblos" bajo moldes incaicos que
no hacían más "que traducir el triunfo de la
política comunista".
La disciplina fue tan sólida que los
conquistadores no pudieron quebrantarla, optando más bien
por aprovechar torticeramente de ella, sin lograr imponerse a lo
largo de la historia, porque "aún hoy día el
espíritu del quechua a través de los siglos se
mantiene en pie" a pesar de la
República que "con todo su lirismo y sus proclamas
no ha conquistado su corazón" ya que
ésta "no es sino la creación dichosa de
algunos doctores", por la que "el veinte por
ciento de la población se mata a cuchillo en día de
farsa electoral". Luego:
La raza originaria permanece inexorable y alejada de
las supuestas conquistas democráticas, esperando sus
antiguas fórmulas y su grande moral destrozada por la
lujuria de los conquistadores. Pero querer implantar un comunismo
en la forma incaica no pasa de ser un amargo sueño en la
hora presente. Los tiempos han cambiado, la civilización
occidental con sus inventos, sus máquinas, su avaricia y
su sordidez, aunque nos rehusemos a creer vive también
entre nosotros. Por otra parte la democracia aunque falsamente
interpretada nos separa del camino.
A criterio de Tristán Marof, la
irredargüible omnipresencia occidental tampoco basta
por sí para explicar los límites, dado que se
concibe más tecnológica que
políticamente. Se trata de otros escollos más a
superar, como la estructura de poder clasista/castiza
republicana, cuyos mentores serán "los pequeños
burgueses -enemigos natos del indígena-" que llevaron a
cabo "la revolución libertadora" y "siguieron
afortunadamente a Bolívar". Para éstos, en criterio
de Marof, "cualquier reforma en el sentido de nivelar las
condiciones sociales y económicas del indígena
sería un contrasentido".
Nótese un sentido fundamental en clave
clasista: la clase media comprendida como
pequeña burguesía; fundacional en la
narrativa nacionalista revolucionaria; es ahora un
componente vital de la casta dominante y
directora, que se concibe como beneficiaria de la
Independencia y anexa políticamente a Bolívar. Y
ésta se halla en la antípoda del
indígena.
El retorno a la tierra bajo la idea
comunista moderna marca un hito fundamental en la narrativa
de Tristán Marof, dado que tensiona
dialécticamente las categorías de "retorno" y
modernidad, bajo la mediación del
comunismo.
El "retorno" dista de implicar la "conservación"
reaccionaria, en tanto que la idea comunista moderna se
aleja de cualquier linealidad histórica; proceso sin
retorno, ad perpetuam; e ineluctablemente, articula en
progresión el sentido y su significación.
Así, pasado y futuro se articulan bajo el presente, que
habrá de transformar de forma profunda y radical las
condiciones del momento histórico y estructura del
devenir.
Esta clave deberá comprenderse en su justa
dimensión, sin sesgo determinista de cualquier
índole. Stefan Baciu, en el prólogo
dedicado a Radiografía de Bolivia,
señala sobre Tristán Marof, La Justicia del
Inca y lo antedicho:
La novedad de sus ideas fue, de un lado acusada por
la "rosca" boliviana de "comunista", y de otro lado fue mal
comprendida por quienes sólo hablaban de oír decir;
pocos ejemplares del libro han caído en manos de quienes
tenían verdaderamente interés en leerlo. Más
tarde, cuando la idea de Marof ya estaba aceptada casi
unánimemente, investigadores y profesores como los
norte-americanos Herbert Klein y Charles W. Arnade, que se
acercaron a su obra con interés y atención, hacen
interpretaciones erradas.
Lo último, al menos, debe resaltarse, porque nace
del criterio del propio autor, que comenta en una de sus cartas a
Baciu:
Yo nunca he pretendido que "la clase indígena
de Bolivia retorne al Incanato", que fue un experimento
magnífico, en los siglos X y XI de nuestra era, moralmente
superior a la civilización europea de esos tiempos por su
moral, su orden y su organización económica.
Toynbee, el historiador inglés más conocido, pone a
los Incas entre las 20 civilizaciones que ha habido en el mundo.
Salvador de Madariaga, uno de los más ilustres escritores
de estos tiempos, escribe que los incas eran tan organizados y
manejaban su imperio como no ha habido otro. Esto mismo dicen
docenas de cronistas españoles y no hay que insistir.
Parece que los autores americanos no conocen la prehistoria, ni
han leído con atención estos
asuntos.
Entonces, ¿a qué se refería
concretamente Tristán Marof con su obra? Dejemos que sea
él quien responda:
Yo me refería a que los indios de Bolivia
gozaban de mayor seguridad, orden y gobierno durante el Incanato.
No dije jamás ni se me ocurrió volver ochocientos
años de historia para atrás. Teniendo la
técnica moderna?que nos han dado Europa y los
Estados Unidos, podríamos servirnos de ellos para
implantar un Estado moderno.
Pero ¿acaso no fue implantado un estado
moderno tras la revolución de 1952? Marof responde
directa y sentenciosamente lo que sigue:
Desgraciadamente la revolución boliviana de
1952 fue conducida por malandrines y en los doce años de
gobierno se cometieron tantos abusos, como en ninguna
época. Paz Estenssoro fue depuesto por sus abusos y su
felonía, junto con sus esbirros. La nacionalización
de las minas se convirtió en un negocio y la reforma
agraria en demagogia. Al final de todo, subsiste la pobreza del
pueblo. Lo que quiere decir es que se precisa una élite
honrada, teóricamente capaz y valiente, y no de bribones
que utilizan la política para su beneficio personal y para
enriquecerse.
Normalmente, la historiografía del nacionalismo
revolucionario suele atribuirse los méritos globales de un
proceso que se inició bastante anticipadamente a la
incursión de muchos de ellos (Paz Estenssoro, por
ejemplo), en la lucha política, exaltando sus
méritos como irredargüibles hasta el extremo de
paroxismo que glorifica unos fusilamientos canallescos
(Chuspipata) cual si fueran la mecha de la emancipación
que lograron encabezar en sus momentos decisivos. El auto elogio
-muy pocas veces justificable- del movimientismo, su protagonismo
excluyente, nublaron la verdad de los hechos y, con ello,
pretendieron erigirse en los héroes de un panteón
que, seguramente, merecerá recibir a muy pocos de ellos
-como el Dr. Hernán Siles y el Maestro Juan Lechín;
Augusto Céspedes y Carlos Montenegro-.
Gustaba repetir Napoleón que la historia no es
más que una fábula consensuada; y escrita por los
vencedores -añadirían millones de voces-. La
extensa descripción del texto de Tristán Marof no
sólo obedece a un acto de justicia, para restituir los
fueros de la verdad, sino un auténtico manantial de
historia donde fluyen las aguas que desembocarán
raudamente el 9 de abril de 1952; para ser arrojadas de nuevo al
tiesto de frustraciones históricas del pueblo de
Bolivia.
En cuanto nos ocupa, el texto de Tristán Marof,
escrito en 1924 y publicado en 1926, arroja las claves precisas
para comprender un proceso en su real dimensión. A la vez,
gesta los principales postulados que habrán de dominar los
lenguajes generacionales y, posteriormente, un proyecto de
país moderno y nacional revolucionario tras
rebelión épica de un pueblo que, hasta hoy,
prosigue mayoritariamente ignorando los factores verdaderos del
desastre que acompañó al proceso de "la
revolución nacional", frustración que, por cierto,
no pagaron sus verdugos, sino el pueblo que la hizo
posible.
En cuanto al ideario moderno, éste -me parece- es
el libro clave que gesta las cadenas de sentidos, enunciados y
significaciones decisivos a su descenlace. El estado comunista
moderno de La Justicia del Inca nos arroja justamente sus dos
elementos centrales: el estado total moderno (estado nacional) y
la revolución económica (movilización
total), factores clave que habrán de florecer con
sorprendente anticipación a sus pares europeos.
Más allá de todo lo antedicho, el
mérito que, a mi criterio, sobrepasa cualquier
expectativa, reside en que -modernismos más o menos-, se
trata del más serio intento por edificar
paradigmáticamente un país equitativo, viable,
justo y poderoso, a través de un pensamiento propio,
original; que sin envidiarle nada a nadie, constituye uno de los
proyectos más serios, brillantes, originales y factibles
que se hayan esbozado en estas tierras bendecidas.
A diferencia de Marof y del propio Marx; camino a
un exclusivo Lenin, el PIR y el POR;
los más importantes partidos "marxistas" leninistas
nacionalcomunistas / nacionalbolcheviques bolivianos con
duración estable y definida a lo largo del período
de reconstitución y sucedáneos tras la
revolución nacional; coinciden abiertamente en el
diseño leninista, diferenciando llanamente aspectos
de orden táctico en cuanto a las formas de
consecución del poder y el contenido de clase que
éste observe?.
Y esto mediante la articulación
revolucionaria de las clases en la etapa correspondiente -sin
diferir en cuestiones inherentes a la estatalidad- que se
presenta como su representación total, a
través del partido revolucionario concebido como
vanguardia política del proletariado y operador
directo de las transformaciones requeridas por un
país que rearticulará sus componentes
justamente bajo la égida del estado
clasista.
En virtud a lo antedicho, no debe extrañar a
nadie que las principales elaboraciones acerca del capitalismo de
estado post 52, correspondan a figuras y cuadros provenientes de
ambos partidos, en abierta coincidencia con el partido
"burgués" que acabó conduciendo el proceso, vale
decir, el MNR. En todos ellos puede observarse
nítidamente la textura del estado total moderno como
realizador teleológico de la clase representativa de la
nación -clase media-, conteniendo a ésta: estado
nacional moderno.
Por ello, trascendiendo el marco partidista,
enfocamos la visión de ambos elementos a través de
la obra teórica de sus más esclarecidos exponentes,
a saber: Tristán Marof y José Antonio Arze, quienes
buscan las huellas del pasado incaico para validar el presente
suyo; ya por su redimensionamiento (Marof) o por su
análisis articulador de clase (Arze). A despecho de
constituir una valiosa inflexión de corte indigenista,
trasluce la necesidad de justificar un orden estatal centralizado
como catalizador del país para sí. Y esto
último, puede ser comprendido si acaso indagamos el
porqué de la elección paradigmática que del
incario llevan adelante ambos teóricos, que sin dejar de
mencionar elementos aymaras -obviando casi totalmente a otras
culturas no andinas-, optan por el estado central de los incas y
no por el modelo confederativo local-comunal y autogestionario
aymara o guaraní. Allí pueden visualizarse las
preferencias y nociones estatalistas de la izquierda, en
divergencia con el propio Marx.
Es hoy común identificar al socialismo marxista
con estatismo soviético, dando por entendido que cualquier
pensamiento contradictorio al de origen liberal, necesariamente
debe afirmarse en dicha base. A esto han contribuido los propios
militantes y teóricos de la izquierda, quienes adquieren
la formación marxista de segunda mano, a partir de la
intelección que sobre éste llevaron a cabo los
bolcheviques, cuyos textos circularon ampliamente -en forma de
folletos-, por toda América allende la década de
los 20. Por otra parte, las temáticas y significaciones
adheridas a sus planteos, difieren según la vertiente por
la cual arribaron al continente; destacando la corriente
socialista heterodoxa de orientación nacional en su fuente
platense de origen atlántico y la ortodoxa e
internacionalista de raíz pacífica -chilena-,
excluyendo al Perú, que aportó intensamente cierta
heterodoxia detenida abruptamente por las condiciones
políticas internas que le cupo afrontar al país en
cuestión. Obviamente, la observación ha de tomarse
como tal y no como canon estricto.
La corriente marxista universitaria posteriormente
identificada como stalinista y fundadora del PIR, tuvo en
José Antonio Arze a su teórico mayor. Es
atribuible a su figura la introducción del materialismo
histórico en el dominio académico y
científico social a partir del cual una generación
emergente interpretaba la estructura nacional y proyectaba sus
redes enunciativas al conjunto de una plataforma doctrinal densa
y sistematizada, cuyo epicentro se ubicaba en la categoría
de clase como articulador y eslabón decisivo en una larga
y sostenida cadena de acontecimientos
sociohistóricos.
En texto de impecable rigor académico
-característico en el autor-, José Antonio
Arze[22]discurría los cauces de la
historia nacional desde las culturas pre/hispánicas,
recontextualizando sus eventos en clave clasista y moderna,
conservando taxonomías que frisan lo primitivo y
civilizado a la usanza liberal positivista y nacional bolchevique
de la época; esto es, en clave lineal moderna; aspecto que
le lleva a catalogar cualquier civilización amerindia como
primitiva, concediendo en esa lógica un segundo estadio de
la barbarie al Imperio Inkaiko[23]y menor grado
aún a Tiahuanacu, pese a catalogarle como imperio. Si de
éste rescata el ayllu, de aquél un estado
centralizado.
Quizá sea esto último lo que orienta
al autor -fuer las no muy amplias investigaciones de la
época- hacia los incas en desmedro de los tiwanacotas,
además del indudable fin político perseguido, a
saber: una sociedad organizada en confederación
multiétnica descentralizada como la de Tiwanaku resultaba
menos eficiente a los declarados objetivos del bolchevismo
nacional que un estado incaico de fuerte centralización,
considerado epocalmente como superior al régimen de
autonomías locales, visto analógicamente cual
señorío feudal pre / capitalista. El Imperio
Inkaiko, a decir del autor, observa lo siguiente:
Este Imperio surge como tipo de sistema político
centralizador de los ayllus, que habían conocido desde
mucho antes del siglo XII el régimen del colectivismo
agrario bajo el gobierno plural de caciques o curacas (sinsi). El
fundador del Imperio, Manko Capac, es probablemente mera
representación mítica de alguna dinastía de
sinsis que realizaron el propósito de organizar un fuerte
poder central, después de la disgregación que
parece haber sobrevenido a la ruina del poderoso Imperio de
Tiahuanacu. El centro de donde partió la acción
centralizadora fue el Cuzco, en la meseta peruana; esta ciudad
siguió conservando su categoría de capital del
Imperio hasta la caída de éste.
A fuer de discutir la veracidad o no de lo afirmado
-que resulta injusto por el privilegio de la actualidad y escapa
a los fines del trabajo-, es más que obvia la insistencia
que José Antonio Arze despliega en el factor estatal y
centralizado como antecedente válido para luego intentar
aproximaciones contemporáneas -a las del autor-, con
raíces validadas en la propia cultura. Pero siempre bajo
claves de lectura modernas, como a continuación
refiere:
Es interesante empezar observando que el medio
geográfico del Imperio Inkaiko, aunque rico en recursos
minerales, no pudo ser explotado en los tiempos inkaikos como lo
sería recién en la época de la Conquista,
que trajo una técnica productiva minera más apta
que la indígena. La meseta, mientras sus habitantes no
habían logrado un grado superior de desarrollo industrial,
determinó, pues, las características esencialmente
agrarias de las fuerzas productivas.
El carácter progresivo que sirve a occidente
para clasificar estamentalmente los diversos tipos de sociedad
según su desarrollo industrial, aparece como rasgo
sustantivo del pensamiento prohijado por José Antonio Arze
y su sector político al interior de la izquierda, como el
conjunto del nacionalbolchevismo que, como fue anteriormente
desarrollado, constituye una variante de corte estatalista en el
seno del modernismo occidental y su maquinismo. De suyo, si la
minería industrial obtiene mayor importancia que la
economía agraria, aspecto discutible, será el
subdesarrollo tecnológico incaico una de las causas de su
posterior declinación frente a otra fuerza que sí
obtuvo aquella técnica, bajo el supuesto de que la
economía secundaria industrial deviene superior a la
agropecuaria.
Bajo tal axiología, evidentemente, resulta
difícil plantearse otros argumentos, como por ejemplo, el
valor que la minería guardaba en una u otra
civilización, así como el desarrollo
tecnológico en la agricultura amerindia, superior al
importado. Arribar a estas conclusiones demanda inicialmente
liberar el concepto de tecnología de toda carga
maquinista, retomando su acepción original, a saber:
Tecnología es el conocimiento de las leyes de la
naturaleza y su correcta aplicación hacia el mejoramiento
de la calidad de vida. En el esquema dominante de occidente
moderno, observamos una suerte de antonomasia entre maquinismo y
tecnología, estableciendo clasificaciones y rangos a
partir de ella, como el mismo autor esclarece:
En un Imperio de técnica tan rudimentaria, la
fuerza productiva esencial fue, pues, el trabajo humano aplicado
al cultivo de la tierra y a la ganadería. El
desconocimiento del hierro impidió desarrollarse a la
minería y al utilaje industrial. La ausencia de animales
de carga pesada y el desconocimiento de la rueda impidieron un
mayor progreso de los transportes y del arte militar, aunque, por
otra parte, fueron factor de la admirable política
caminera llevada a base, también, del trabajo personal del
hombre.
El uso intensivo de mano de obra humana en las
fuerzas productivas pre coloniales aparece como signo evidente de
rezago tecnológico antes que modalidad propia de
generación de recursos y empleo, contrariamente al
maquinismo que paulatinamente sustituye al trabajo humano por
mecanismos técnicos cuya absorción de mano de obra
se reduce inversamente a la sofisticación que alcancen.
Luego, el sesgo supracitado adquiere un rango de
afirmación principista cuando José Antonio Arze
proclama:
Faltaron en el Imperio las dos premisas indispensables
para la implantación de un verdadero régimen
socialista. La presencia liberadora de la máquina y de la
gran producción. Por eso resulta impropio calificar a este
Imperio de socialista o comunista, como es corriente el
hacerlo. Fue, a lo sumo, un Imperio semi-socialista de
Estado.
Para el teórico valluno, socialismo es
equiparable a producción excedentaria y maquinismo,
aplicando el corpus leninista sin concesiones a la individualidad
histórica de cada formación económico
social, trasladando las categorías modernas al
análisis de sociedades altamente diferenciales: las
civilizaciones amerindias no parten del principio de
acumulación, sino el de abundancia redistributiva. Y a
esto habrá de sumarse la concepción de propiedad
que termina por establecer un rasgo aristocrático moderno
al sistema incaico donde se pueden apreciar nítidamente
las divisiones clasistas que justifiquen así la tesis del
PIR en tal sentido. Así:
Analizando las características del aparato
político-jurídico que correspondía a la
estructura económica incaica, vemos perfectamente
confirmada la afirmación marxista de que el Estado incaico
era un Estado de clase, un Estado que expresaba
fundamentalmente los intereses de la nobleza poseedora del
control de los medios de producción. La autoridad del Inka
era casi omnímoda y se veía atemperada a lo sumo
por ciertas limitaciones que le eran impuestas dentro de la misma
nobleza. Los hatunrunas estaban privados de opinión y de
intervención activa en la vida política: las luchas
de Partido se hallaban estrictamente limitadas dentro de la
nobleza, y aquí mismo su expresión era
mínima, gracias a la fuerte centralización de poder
que había logrado conquistar la dinastía que se
decía descendiente de Manco-Capac, a quien, como sucede en
todas las sociedades primitivas que conocieron la realeza, se le
atribuye un origen divino.
El anclaje clasista de Arze confiere a las tesis del
PIR una validez histórica suficiente para postular su
modelo estatal, reflejando miméticamente las adscripciones
que luego actuarían trágica y decisivamente en el
eclipse de esta corriente. Por lo demás, trasluce una
suerte de generalización que ha de colocar el conjunto
social amerindio bajo la óptica de transposición
lineal moderna, sin solución de continuidad pese a que la
obra en sí no deja de aportar elementos interesantes,
opacados por el conjunto del sistema teórico. Luego, en
criterio del autor:
Según el marxismo, es el ser social del
hombre lo que determina fundamentalmente su conciencia o, dicho
en otros términos, la psicología de los grupos y de
los individuos humanos está condicionada por la diferente
estructura económica de una Sociedad dividida en clases.
La aplicación de este principio a la cultura incaica, nos
permitirá precavernos, pues, contra las generalizaciones
de orden psicológico respecto a la totalidad de los
primitivos peruanos.
Vislumbramos la introducción del concepto de
conciencia de clase. Sin llegar a extremos donde cualquier
diferencia social sea negada, resulta evidente que; bajo el
sistema conceptual de Arze; si la noción de clase ha de
concebirse en su carácter económico y de lucha por
el excedente acumulado, cabe indagar: ¿cómo ha de
comprenderse ésta en una sociedad que se aparta del rasgo
acumulativo per se?; y, de suyo, ¿cuál será
el rasgo distintivo de la conciencia de clase y cómo se
halla expresada al interior de tal sociedad? Responde José
Antonio Arze:
En el Tawantinsuyu no es difícil advertir que la
psicología social de la nobleza ofrece rasgos casi
antagónicos a los de la masa. Es una psicología de
clase dominadora: el aristócrata incaico es imaginativo,
previsor, duro para mandar sin dejar de ser algo
magnánimo, es activo y tenaz para sus empresas. El
hatunruna, en cambio, a lo largo del proceso de sojuzgamiento
económico y político se nos revela cada vez
más despojado de iniciativa intelectual, manso, no poco
autómata en sus manifestaciones volitivas. Nada prueba
mejor que este antagonismo de psicologías lo
erróneo de aquellas escuelas socioetnológicas que
creen que tales o cuales manifestaciones psicológicas son
inherentes a una raza determinada y que esas cualidades son la
causa de sus modalidades culturales. Orejones y hatunrunas
pertenecían a la misma raza: ¿Porqué eran
tan diferentes espiritualmente? Los marxistas respondemos: por la
diferente posición de clase que ocupaban en el
Imperio.
El concepto de raza en el autor aparece unificando
socioculturalmente a un pueblo cuyas diferencias podrían
otearse bajo la lupa del conflicto de clase. En el mosaico
multiétnico del Tawantinsuyo, difícilmente pudo
hablarse de una raza en singular, como tampoco negar diferencias
sociales que reflejan otro tipo de operatorias a las comunes en
occidente. Luego, en vez de cuestionar la imposición de un
modelo estatal centralista que despertó resistencias
enconadas de comunidades confederadas y sin mando centralizado
como ha de verse en el apoyo brindado por muchas a los
españoles contra el incario; José Antonio Arze
asume una suerte de homogeneidad étnica y escisión
clasista. Aparentemente, el énfasis del autor se dirige a
la colocación histórica precisa del incario dentro
del marco lineal y sucesivo que caracterizó el
análisis determinista de izquierda bolchevique,
pretendiendo con dicha localidad un punto de inflexión que
articule historias distantes bajo la generalizante secuela
evolutiva que, partiendo del esclavismo, habrá de recalar
ineluctablemente en el socialismo.
Es en clave lineal como Arze interpola contextos
para llegar a su homogeneidad y consiguiente desembocadura. Pero
también será éste el fundamento
analítico de la caracterización clasista que hace
del PIR un partido bolchevique occidental creativamente
reduccionista. Como reflejan voces críticas, probablemente
sea pecado de origen la simiente académica doctrinal que
distingue al PIR de otras agrupaciones que terminan abrazando el
marxismo tras un devenir más amplio y ligado a las
contingencias de la práctica política. El sesgo
doctoral que ha impreso este sistema teórico a la praxis
cotidiana, afinca sus reales justamente en la pureza y rigor
académicos, que -en justicia- revelaban aires de novedad
en los tiempos que fueron planteados, introduciendo
categorías analíticas de amplia influencia en las
demás corrientes generacionales que aplicaban esfuerzos
para comprender la realidad nacional objetivamente; he
allí su mérito. Baste proseguir el relato de
José Antonio Arze para observar lo
antedicho:
Empero, cabe preguntarse: ¿No hubo en el Imperio
una lucha de clases que tendía a romper este molde
de desigualdad económica y política?
¿Soportaba con resignación tan absoluta la masa la
autoridad de la aristocracia incaica? El economista Baudin,
después de preguntarse (…) ¿Era feliz el indio?,
se responde: "Podemos creerlo, ya que tanto añora el
pasado. Trabajaba sin desagrado para un amo a quien tenía
por divino: no tenía más que obedecer sin darse el
trabajo de pensar; si su horizonte estaba limitado, no se daba
cuenta de ello, ya que no conocía otro, y si no
podía elevarse en la escala social, no sufría en
manera alguna por eso, ya que no concebía que tal
ascensión fuese posible".
Efectivamente, sí hubo lo expuesto a guisa de
pregunta, revelándose como una causa fundamental en la
caída del Inkario. Y, de inmediato, responde
Arze:
Claro que si tenemos en cuenta la dura
explotación a que vivió sometida la masa
indígena por los invasores españoles y más
tarde por la feudal-burguesía republicana, es
lógico suponer que añore como un mal menor el yugo
que soportaba de los sojuzgadores de su propia raza. Pero esto es
una cosa y otra muy diferente el suponer que los hatunrunas
soportasen sin resistencia, en la época del Imperio, la
dominación de la nobleza. La prueba de que eso no
debió ser así, es la rigidez con que los Inkas
castigaban a los revoltosos. Fue sin duda muestra de gran
sagacidad "haber evitado -como dice Baudin- los peores
sufrimientos materiales, los del hambre y los del frío";
"haber impedido que las pasiones destructivas del orden social
tomen libre curso y restauren la anarquía primitiva, haber
hecho desaparecer los dos grandes factores de perturbaciones: la
pobreza y la pereza, no dejando más que un
pequeño sitio a la ambición y a la avaricia". Mas,
¿hemos de concluir de esto que las masas incaicas
habían llegado a un grado de inercia tal que no intentaran
nada para elevar el nivel de sus condiciones económicas,
políticas y culturales?
Menester ha preguntarse concretamente a cuál
estado de primitiva anarquía se alude, si al descrito por
Dick Ibarra como behetría o al sistema confederativo
aymara, que dicho sea de paso, hoy se considera bastante
avanzado, aunque las percepciones de la época en que fue
escrito el texto, opinaban en contrario, bajo el paradigma
comparativo del estado nacional centralizado y moderno, asaz
contrario y superior a cualquier otro que se motejaba primitivo.
Luego:
Es dudoso que esto haya sido así y lo demuestra,
entre otras cosas, la guerra en que el Imperio estaba envuelto a
la llegada de los Españoles; actuaban, es verdad, en esa
guerra, dos intereses dinásticos -el de un heredero
bastardo y el del legítimo-, pero es probable
también que en el fondo de ese conflicto hayan existido
gérmenes de insurgencia de la clase sojuzgada contra los
fundamentos del poder mismo de la nobleza sojuzgante. Un progreso
ulterior de la técnica de producción, habría
determinado, sin duda, el momento de madurez para dar
expresión más definida a este latente antagonismo
de clase. Quizá la etapa inmediata de ese régimen
de comunalismo agrario habría sido la formación de
estratos sociales algo parecidos a los que sobrevivieron en
Europa a la descomposición del feudalismo medieval;
quizá se habría conservado en lo esencial ese
sistema de comunalismo, evolucionando hacia una igualación
cada vez más efectiva en las condiciones de
producción y de consumo entre la nobleza y la masa. Pero
estas son hipótesis: por desgracia, la violenta
superposición de la Conquista "cortó en redondo
-como dice Engels- todo ulterior desenvolvimiento de la sociedad
peruana".
Lectura en clave clasista y occidental, aporta
indicios que bajo un marco dialéctico intercultural
dejarían de ser parcialmente válidos en tanto
autorreferencialmente abordaren la problemática
civilizacional bajo sus propias categorías. Huelga
reiterar que, no obstante, la introducción del
análisis de clase contenía la novedad, siempre
enriquecedora y paradójicamente silogística,
combinando equitativamente un acierto heurístico y un
error mimético; si acaso consideramos lo que José
Antonio Arze refiere como resumen:
Lo más preciso que puede afirmarse respecto al
Imperio Aymara Preincaico de Tiahuanacu es que la base de su
régimen económico fueron los ayllus o comunidades
agrarias. El Imperio Inkaico estableció sobre esa base un
sistema de centralización política
"semi-socialista". Pero no puede afirmarse que ese Imperio haya
sido ni socialista ni comunista, en el sentido que
el Marxismo o Socialismo científico otorga a esas
palabras. Y esto por dos razones esenciales: 1º) La
técnica económica rudimentaria que necesitaba
explotar en gran escala el trabajo personal humano. 2º) La
presencia de una clase sojuzgante y otra sojuzgada. Para la
implantación de un verdadero régimen socialista se
necesita un previo y maduro desarrollo de la técnica
capitalista, lo cual determina la aparición de una
clase proletaria capaz de transformar el régimen de
la propiedad privada en colectiva. Realizada esta
socialización, al través de un período
transitorio de dictadura proletaria, empieza recién a
diseñarse la Sociedad sin clases y sin poder del Estado,
fase remota de la Sociedad en que podrá lucir en toda su
plenitud la fórmula de Marx: "De cada uno según sus
fuerzas, a cada uno según sus necesidades".
Es acá donde se advierte claramente la
influencia leninista y su sello secuencial, concibiendo bajo
linealidades históricas occidentales, contextos de
lógica diversa que obtienen mayor grado de parentesco al
marxismo del fundador que al replanteo bolchevique. La trampa
había cerrado sus tentáculos, y todo un ala de la
nueva generación había caído en ella, aunque
sus efectos hayan sido matizados por anclajes originales
-atribuidos a las corrientes indigenistas de la izquierda en el
propio PIR-, que sin modificar sustancialmente los preceptos,
hubieron de aportar indicios de riqueza notable:
El estudio de las culturas precolombinas no tiene,
empero, un mero interés teórico para los
políticos marxistas. En Bolivia y en todos los
países que todavía conservan gran proporción
de población indígena, kechua y aymara, subsisten
las formas institucionales primitivas (especialmente el ayllu) y
se mantiene, un tanto transformada por los aluviones de la
cultura colonial y republicana, un rico substracto de mitos que
sólo esperan una acción acertadamente orientada
para ponerse al servicio de la Revolución antifeudal y
antiimperialista.
Es justamente acá donde puede apreciarse el
sentido último del recorrido que José Antonio Arze
demarca, el retorno al pasado en clave porvenirista que se
distancia de Montenegro en los ejes a que apela, pero guarda
semejanza como intento de relectura histórica vista
progresivamente y sometida a fines últimos que
habrán de justificar sus clivajes. Luego, la totalidad del
programa político del PIR, descansa en la
revolución que reifica en la estatalidad, es decir, que la
revolución misma y su éxito dependen centralmente
de la nueva forma organizativa del estado a construir, lo que
resulta subrogando a la forma estado el contenido clase; cediendo
la soberanía totalmente a su envoltura superestructural,
en clave leninista, como puede apreciarse en el programa del
partido:
"Este Programa sólo podrá ser llevado a la
práctica en su plenitud cuando se haya logrado la
implantación de un nuevo tipo de Estado que deje de ser la
expresión de los imperialistas y de la feudal
burguesía y sea, por el contrario, la expresión de
los intereses de las clases oprimidas, vale decir de las nueve
décimas partes de nuestra Nacionalidad.
Las medidas concretas del programa señalan un
redimensionamiento estructural a partir del estado dirigido por
el partido, en adhesión a las tesis que Lenin prohijara y
Stalin llevara meticulosamente a la práctica, en
dirección al estado total bolchevique, pariente
más que cercano del estado total
nacionalista/fascista/nacionalsocialista.
II.II. EL ESTADO TOTAL
NACIONALISTA / FASCISTA /
NACIONALSOCIALISTA
Establecemos, operamos y desglosamos; a
continuación, lo antedicho y por ello transcribimos los
documentos de lenguaje fascistas y nacionalsocialistas bajo la
intencionalidad ilustrativa acerca de convergencias más
que la utilización anatematizante de coincidencias que
sirvan para etiquetar a una u otra corriente, sino procurando
establecer contextos teóricos y visualizaciones
ideológicas de mayor alcance que la asignación
epifenoménica hacia una u otra corriente; cuya
selección corresponde a Jean Pierre Faye. Acerca del
estado totalitario y la doctrina del fascismo, tenemos
que:
E1 Estado, si es efectivamente autoritario, es
igualmente totalitario, es decir, dotado de una «autoridad"
que despliega, no en la limitada esfera formadora y tutelar del
derecho sino en la totalidad de las relaciones que se desarrollan
en su propio ámbito (…). Sin embargo, se crea en Vico
igualmente esta reciprocidad unitaria entre el Estado y el pueblo
que Mussolini ha interpretado confiriendo al Estado el
espíritu del pueblo y al pueblo el cuerpo del
Estado.
Sintéticamente, se trata de un estado que realiza
la voluntad de la sociedad, englobada ésta bajo su
imperio, que recobra validad en el ejercicio pleno y unificado
del poder; luego, en tratándose del mismo estado
totalitario, ahora en relación al liberalismo:
Por otra parte, no es exacto que el Estado
totalitario sea una reacción contra el Estado Liberal. El
Estado totalitario es el Estado por excelencia, el Estado
verdadero, hoy lo mismo que siempre. Sería absurdo pensar
que se trata de algo transitorio.
Se trata de volver a definir el estatuto
teórico de la autoridad estatal, que trasciende una
etapa, retomando la fuerza de sus apelaciones iniciales
Así, tenemos en ciernes "el concepto":
Precisamente para esto y para afirmar la
analogía que existe entre el Estado fascista y el Estado
Nacionalsocialista por una parte y la que surge de las cruentas
pruebas de la Falange española, por otra, la
denominación del «Estado totalitario» es
válida (…). Es apreciable el concepto según el
cual el Estado Fascista sería un "tipo
histórico» del Estado totalitario, lo mismo que el
«Estado Nacionalsindicalista» en España y
«Estado Nacionalsocialista» en Alemania serían
otros tipos históricos.
Se trata de una dinámica transida por la
asimilación de los actuantes y clases al interior de
la estructura estatal, brindando el énfasis
según la operatoria que adopte específicamente
cada tipo histórico, en función a sus
peculiaridades nacionales. Y esto último tiene efectos
acerca de las nociones fascistas conjuncionadas de "raza" y
"derecho":
Para quien siente la dignidad de ser italiano debe,
en consecuencia, parecer indispensable reprimir con
energía los extremismos raciales. Estos son el resultado
de una improvisación pseudo-científica, o de cierto
espíritu de imitación que es la tara más
reciente del carácter italiano. Si los alemanes consideran
que les es conveniente fijarse como modelo ético y
estético el tipo del "hombre nórdico»,
nosotros los italianos, no podemos renunciar al título que
proviene de la descendencia de Roma.
La invocación dista de ser gratuita. Para el
modelo italiano, de raíz latina pero mayormente
intercultural en su propia configuración nacional; el
rescate de una tipología étnica excluyente no
moviliza energías creadoras sino cuando retoma el
principio de los tiempos, esto es, apelando a una determinada
etapa histórica donde se gesta la gloria nativa, su
grandeza que reclama autoestima. Y ésta puede localizarse
en Roma, por esencia multicultural, como imperio y no como raza,
a diferencia del caso alemán, donde los albores
teutónicos gestan la energía vital movilizadora.
Por ende, al fascismo no le interesan tanto los contenidos
raciales de Roma, sino su carácter de imperio universal
latino englobante del conjunto civilizacional interétnico
localizado allende su territorialidad.
Es un mérito del fascismo el haber evocado,
por primera vez, y asumiendo de nuevo, en el hundimiento de la
civilización europea, la posición
ético-orgánica de las ciencias morales, y haber
definido por vez primera el concepto «totalitario»
del Estado pueblo. Todo pueblo, como unidad de vida colectiva,
debe igualmente resolver el problema de su individualidad
según sus propios caracteres espirituales y raciales.
Sobre esta base el fascismo y el nacional-socialismo reivindican,
ambos, el derecho a defender y perfeccionar la
civilización europea. EI orden jurídico del
«Estado Totalitario» pone como fines la integridad
moral y material del pueblo mismo en la sucesión de sus
generaciones.
La individualidad histórica puede sugerir
peculiaridad, pero coincide en los mecanismos a través de
los cuales se hará posible, es decir, apelando a la
totalidad por vía estatal, que remarca el contenido
civilizacional y busca su plasmación real, factible y
posible sólo por vía reconstitutiva, brindada a
partir del estado. Este principio de identidad a través de
la raza, tendría como invocación el asunto ligado a
los valores nacionales que le hacen posible:
(…) Los valores nacionales deben ser defendidos
también ante el hebraísmo, por la separación
absoluta y definitiva de los elementos hebreos de la comunidad
nacional, para impedir que el hebraísmo pueda ejercer
cualquier tipo de influencia sobre la vida de los pueblos. Los
pueblos italiano y alemán oponen a las ideologías
universalistas y cosmopolitas del hebraísmo internacional
los principios categóricos que se desprenden de las leyes
de Nüremberg del l5 de septiembre de l935 y de las
resoluciones del Gran Consejo de Fascismo del 6 de octubre de
l938, año XVI (del Fascismo).
La identificación del hebraísmo con
la nación sin estado, la gens carente de patria,
resuelve incidentalmente y por vía negativa en
intríngulis que pretende relevarse estatal o
racialmente. El hebraísmo se cataloga
antonomásticamente como internacional en tanto ajeno a
cualquier identificación propia, nacional, opuesta a
lo universal informe de los imperios que ya han llevado a
cabo estatalmente su proyecto de nación estado. El
asunto adquiere carácter jurídico, encarando la
propia visión de justicia como legitimación en
el estado totalitario:
Con la fundación del «Estado
Totalitario» la situación se ha modificado por
completo. A este tipo de Estado es esencial la noción de
«comunidad nacional» y la coincidencia entre el
concepto de pueblo y el concepto de Estado, la estructura del
«gobierno», entendida como este complejo de poder
público, asume un carácter jerárquico. El
sistema parlamentario queda abolido, la ley no reposa ya sobre el
título de la voluntad general, la pluralidad de los
poderes no tiene ya razón de ser, (…). Hoy en
día, bajo el efecto de la doctrina del «Estado
Totalitario», no solamente no es ya admisible que el juez
sea extraño a la acción del poder público
sino que, mucho menos se puede consentir que quede indiferente
ante el resultado final. El juez debe concurrir en el efecto
teleológico de todo el poder público. Esto
significa que el carácter de la función
jurisdiccional debe adaptarse, en el tipo de «Estado
Totalitario», al carácter unitario, dinámico
e imperativo que el poder público asume en
él.
Esto es, crudamente, arrancar los velos de la fementida
separación de poderes liberal, en pos de un alineamiento
directo totalmente, mas no nuevo:
Común a la concepción fascista y a
la concepción nacional-socialista es esta regla
canónica: el juez debe estar circunscrito, en la
interpretación de la ley, por la aplicación que
debe hacerse de ella en los casos concretos. Notemos, respecto a
la versión alemana, que el juez en el "Estado
Totalitario», debe entenderse, de todas formas, como ligado
a la concepción política del régimen porque
éste, en algunos casos, no estaría ligado al
Derecho. (…) La versión italiana… ha
añadido que el espíritu de la organización
italiana va sobre todo en el sentido de los controles
jurisdiccionales sobre la actividad de la administración
pública. El principio de la legalidad puede y debe obtener
su realización más amplia en el marco del Estado
totalitario.
Ya no se trata de un estado de derecho, sino que el
estado mismo es el derecho, la autoridad y el poder soberano de
la sociedad; la legitimidad tiene fuente en la autoridad y de
ésta desprende todo sistema de legalidad; en ambos casos,
la raíz que valida el conjunto reside en la voluntad total
hecha estado. En cuanto a la versión alemana:
"Völkisch» significa una
concepción de la esencia de la Totalidad Volk totalmente
distinta de la del liberalismo (…). La concepción
völkische acentúa conscientemente, en
oposición a la concepción liberal, lo que se llama
las comunidades naturales del pueblo. Ve en el pueblo una unidad
de vida biológica y saca las consecuencias
políticas de esta concepción en oposición al
liberalismo. EI concepto de raza, pero también la
significación del espacio y del país natal, entran
en juego en primer plano de forma preeminente y actúan
igualmente en el terreno del Derecho del Estado
(…).
A diferencia de la voluntad social enhiesta bajo la
totalidad estatal, la teoría germana enfatiza como punto
de partida el factor étnico, völkische; la unidad del
pueblo, esparcido bajo múltiples unidades estatales en
Europa, principalmente tras la creación de estados
"tapones" que median las fronteras alemanas, incluyendo gran
parte de sus connacionales bajo banderas distintas a la suya. Por
ello, toda invocación inicial pasa por el origen racial,
para luego plasmar éste en la gran unidad germana, en el
Tercer Reich, el nuevo estado alemán, que agrupará
la totalidad sólo si parte de la comunidad natural, esto
es, llanamente, la raza. Luego, la unidad entre
derecho positivo y natural, a través de la
invocación de principio, mor la comunidad de origen y, por
tanto, de un futuro destino:
Semejante concepción del pueblo domina
también todos los ámbitos vitales en la vida del
pueblo y del Estado. La totalidad del pensamiento völkische
la penetra por completo. Más aún; de esta Totalidad
völkische se desprende, el hecho de que, para la
concepción nacional- socialista, la continuidad del
acontecimiento político pasa a través del pueblo,
como magnitud política, y no a través del Estado
(…). En esta medida, la concepción hegeliana del Estado
como «realidad de la Idea moral» constituye una
posición a-völkische, que es extraña al
nacionalsocialismo.
Es el pueblo quien articula primordialmente lo nacional
y sólo después será realidad cualquier
entidad que lo agrupe, esto es, primero el carácter de la
nación como raza y luego su estado nacional en
representación de su pueblo, ahora entendido cual etnia;
vale decir, articulando los conceptos de raza y pueblo, alcanza
recién un sentido propio la estatalidad, diferenciando el
caso alemán de los otros, principalmente el italiano, en
virtud a su invocación de raza-pueblo como principio de
legitimidad y legalidad, recayendo en la formación
estatal, el cumplimiento de su función aglutinante,
sólo legítima en tanto representa la comunidad
natural.
No obstante la cita, el pensamiento nacionalsocialista
tampoco desecha el aporte de Hegel, principalmente bajo dos
ámbitos:
poder de voluntad del pueblo o
naciónsujetos interpelados: clase media baja en
vías de proletarización,
lumpenproletariat
El pueblo como totalidad que se encuentra con el estado,
pero no en el sentido de articulación clasista, sino
más bien cercano a las visiones de Gobineau y Montlosier,
esto es:
La tesis según la cual el pueblo es el
«lado apolítico" conduce, como hemos visto, a la
concepción del Estado liberal de poder, que ha encontrado
su expresión en el principio fascista del Estado. Mientras
que para el pensamiento nacional-socialista del Estado y el
Derecho, pueden existir en razón de sus funciones de vida
völkische, el fascismo subraya de forma tajante el valor
propio del Estado, por el que la nación es creada en
primer lugar. Esta concepción, desarrollada en los
derroteros del pensamiento hegeliano, conduce entonces
necesariamente a la de "Estado total», es decir, el Estado
como aparato total de poder. Esta concepción es igualmente
extraña al pensamiento völkische y
nacionalsocialista[24]
¿Cuál es entonces la raíz del
asunto?: simplemente que mientras para la concepción
alemana es la raza como factor generativo del pueblo quien
constituye estado, para el fascismo italiano es el estado quien
da forma política a la nación, de modo total.
Devolvamos la palabra:
Es inexacta la designación de Nuestro Reich
como "Estado Autoritario" o «Estado totalitario".
Autoritarios o totalitarios son, más bien, los
«Estados liberales de poder» (Höhn), que tienen
por fin la conservación de una posición de dominio
frente a una nueva vida (ejemplos: Austria antes de la
reunificación o Rumania bajo el régimen de Carol),
Para ellos, contrariamente al Reich nacional-socialista
alemán, el pueblo no es el contenido del Estado sino el
objeto de su dominio. E1 Estado fascista italiano es
también un Estado autoritario. La forma autoritaria del
Estado corresponde a la concepción latina del Estado
según la cual el Estado debe ser construido desde arriba
para poder poner en movimiento de forma uniforme a todas las
fuerzas de la Totalidad con vistas a los objetivos que asigna el
poder central. El fascismo ha sabido dar un carácter
auténtico y un rostro positivo a esta forma de
Estado.
La visión germana, autoritaria como es,
resiste catalogarse en tal sentido, justamente porque
pretende redimir a la nación -el irredentismo surge de
ello-; articular a la nación y por lo tanto, unificar
bajo un solo concepto la noción de raza, que es pueblo
y estado, representando a la totalidad de aquella comunidad
nacional; partiendo del derecho a su existencia por
razón de su sangre, trasladando a un plano posterior
la cuestión al tipo específico de estatalidad:
primero el sentido raza/pueblo bajo un estado, y luego el
rumbo de éste, que será necesariamente el de
aquellos, por soberanía legítimamente radicada
en su composición misma. La visión antiliberal
de un objeto concebido desde las arenas del propio
liberalismo, adquiere un sustantivo:
völkische:
En lo referente al siglo burgués, que ha
introducido la separación del pueblo y del Estado en el
concepto y en la realidad, que ha reducido al pueblo a la abulia,
a una esencia incapaz de actuar, es también significativo
que haya hecho del Estado un órgano social más
entre otros, una posición del Todo entre otras. «El
Estado total», el verdadero «Estado popular" es la
misma e inmediata "Totalidad völkische», por el hecho
de que a partir del ser simple llega al acto de querer, a la
acción creadora de la historia, al poder y a la
política.
Si el pueblo es diferente al estado, el "derecho de las
naciones jóvenes" invocado por Edgar Moeller Van Den Bruck
carecería de sentido, pudiendo articularse en cualquier
tipo de entidad política. Luego, al reivindicar el origen
étnico del pueblo, éste debe fundirse con el
estado, tanto en su connotación externa como interna,
representando a la totalidad nacional que es una e
inequívoca. Se trata de algo inmediatamente
ostensible:
(···) El Estado total exige un
estrato social cerrado que la soporte, sobre el que, en
último término, repose la formación de su
voluntad y de su poderío. Tal estrato no puede nacer
más que por vía revolucionaria: el grupo que se
imponga y que arrastre consigo la ascensión al Estado
total se coloca asimismo en primera fila y con el deber
más elevado asume igualmente la responsabilidad mas alta y
por ello recibe el privilegio político de una mayor
protección del Derecho.
La raíz teutónica emerge de una
división jerárquica, que otorga sentido propio
a su intelección, mas trastocándola en la
selección del más apto, vale decir, que los
blasones de casta se diluyen en la sangre de una raza que
organiza jerárquicamente su devenir, en función
al más apto, y éste ya no pertenece a la vieja
oligarquía de casta, sino al joven sujeto
político -el pueblo-, articulando bajo el
carácter étnico a las clases, por vía
revolucionaria, transformando creativamente por un acto de
este tipo las condiciones reales, sin dejar de volver al
pasado: la revolución conservadora. Se trata,
entonces, de una dictadura total como remembranza del pasado
imperial, esto es:
En este contexto, parece que el Socialismo es la
precondición de la organización autoritaria
más dura y que el nacionalismo es la presuposición
de las tareas de rango imperial. El socialismo y el Nacionalismo
como principios generales son, tal como se ha dicho, lo que
repite y prepara a la vez (…). Los individuos y las
comunidades… son, ambos, símbolos de la Forma del
Obrero, y su unidad interior se muestra en el hecho de que la
voluntad de la Dictadura total se reconoce en el nuevo
Orden como voluntad de Movilización total (…). La
perfección de la técnica es uno de los
símbolos, y sólo uno, de los que confirman la
clausura. Se destaca por la señal con que se marca a
una Raza cuya talla es inequívoca.
O sea, el valor de la clase lo es en tanto supone raza,
marcando un signo conservador en clave nacional. Por otra parte,
el arribo a tal presupuesto debe abordarse desde la
revolución, el socialismo, trazando rutas
antitéticas que convergen hacia la unidad del pensamiento
en el justo medio, el centro radical. El socialismo aparece como
el sentido revolucionario de las clases emergentes -el obrero-,
articuladas como pueblo en sentido étnico, organizando
autoritariamente la sociedad por vía de la
revolución, que no será una marcha hacia el
comunismo, sino un retorno al sentido del Reich, a la
realización de las tareas imperiales alemanas, postergadas
tras la derrota de la primera guerra mundial. Por ello,
socialismo y nacionalismo supondrán el arribo a la nueva
estatalidad, que bajo la movilización total de sus actores
y medios materiales de realización, principalmente
técnicos, habrán de reponer o devolver al Reich la
gloria de su sino imperial.
Sintéticamente: Mientras el marxismo supone
antagonismo histórico de clases, el fascismo busca la
conciliación de clases bajo el control del estado; las
denominadas aspiraciones elevadas del hombre, a saber: voluntad
sagrada y heroica; voluntad de poder, voluntad totalitaria. Todas
ellas atractivas para países pobres o que llegaron tarde a
la repartición colonial e imperialista de mercados en el
mundo.
Veamos ahora, a la luz de la intertextualidad, los
rasgos principales que atribuyen las corrientes nacionalistas y
nacionalsocialistas bolivianas al concepto de estado y sus
tópicos diferenciales y comunes, según sean
enfocados por una u otra vertiente, a través de sus
documentos de lenguaje, relevados por el Dr. Mario Rolón
Anaya; aclarando que su despliegue corresponde a una fase
histórica anterior a los efectos conocidos luego del ciclo
bélico entre potencias europeas, como acontecerá
también cuando aludíamos al estado socialista
bolchevique.
Para Falange Socialista Boliviana (Programa de
Fundación y Decálogo Falangista), tanto
"el concepto de disciplina como subordinación consciente
del individuo a la realización de un fin colectivo";
cuanto "un sistema de jerarquía basado en la
selección del más apto"; articulados,
inspirarán la estructuración del Nuevo
Estado Boliviano, caracterizado como:
Organismo eterno y supraindividual que represente
totalmente a la Nación cuya suprema misión no es
esporádica en el tiempo y en la historia, sino que tiene
la responsabilidad de eslabonar una continuidad armónica
en el destino de las generaciones pasadas, presentes y venideras;
que excluye la disciplina social representada por dos formas
políticas: la desorganización anárquica,
producida por el relajamiento del principio de autoridad y el
entronizamiento de tiranías oligárquicas y
caudillistas. El sistema jerárquico suplirá los
privilegios clasistas o de grupo dando opción a cualquier
boliviano a ocupar el puesto que su capacidad le
asigne.
La representación de la sociedad por el estado
adquiere en el postulado falangista, la fuerza incontrastable de
una realidad nacional signada por la débil presencia de
organización alguna que articule intergeneracionalmente,
la nacionalidad. Lejos de caer en simplificaciones como las
abundantemente criticadas a lo largo del texto, relacionamos
más bien la enfática asimilación hacia las
formas dominantes de los procesos de construcción
latinoamericanos desde la figura del estado, como ente
aglutinante de la totalidad inarticulada por efecto de los
truncos procesos de constitución nacional en la
égida liberal. El estado que representa
totalmente a la nación, será, de suyo, el
estado nacional moderno.
Si el estado constituye a la nación, procede a la
"soldadura de clases" en este organismo vivo cuya misión
reside en elevar a la nacionalidad como un conjunto articulado en
sentido equitativo, sugiriendo las jerarquías por aptitud
y, por ende, cualquier aporía clasista representa una
amenaza, porque resquebraja esa unidad granítica de la
nación, expresada vitalmente en su estado.
Será entonces, a través del estado que la
nación pueda encontrar su destino histórico bajo la
fisonomía propia y específica a su necesidad, en
clara subordinación al interés colectivo frente al
individualismo liberal. Y el sistema de jerarquías
obedecerá a las diferencias naturales que recorren cada
cuerpo social, antes que a la prelatura de castas que
comúnmente se atribuye a esta corriente. Por otra parte,
tampoco desecha la democracia como sistema, sino que la
diseña acorde a sus imperativos, "no el derecho
político de los más en servicio de los intereses de
los menos, sino el deber político de las minorías
en servicio del pueblo todo". Así:
Bajo los principios de: Organización,
Justicia y Solidaridad, el Nuevo Estado Boliviano será un
organismo integral que basado en la voluntad de ser una
nación, subordinará los intereses personales de
grupo y de clase, al supremo interés de la bolivianidad, y
podrá cumplir el amplio programa de reconstrucción
integral a que aspira…
La Integralidad adquiere sentido en
cuanto articula esta nación disgregada, cuya
mayoría se halla al margen del sistema nacional, llevando
a cabo el tránsito de una configuración
fragmentaria hacia una totalidad de sentido, correspondiendo su
transmisión equilibrada y armónica al ente que
requiere ser expresión colectiva, total, legítima
para lograr su posibilidad, esto es, la soberanía que le
da vigor y carácter como estado de la nacionalidad. Y para
ello, a la par de integrar el conjunto nacional, ejerce su
acción como voluntad y sólo después de
alcanzar dicha magnitud, emprenderá su
transformación, expresada en un programa.
Éste puede resumirse en: la Grandeza de
Bolivia, la Creación del Alma Nacional, la Unidad de la
Patria, la Solución Integral de Nuestros Problemas, el
Trabajo de Todos, el Imperio de la Justicia Social, un Nuevo
Orden Económico, la Redención del Indio, la
Educación y la Cultura, el Problema Moral, el
Régimen Familiar, etc. Sintéticamente, apela
más a la fuerza interior que a formas externas concretas,
fuera de algunos significantes que podrían orientar
ciertas articulaciones. Luego, invoca una suerte de
mística nacional antes que modelos constitutivos
especiales del estado que pretende edificar, en curiosa
coincidencia con su rival histórico, el MNR.
Éste, en el documento intitulado Bases y
Principios del MNR, de junio de 1942, comienza su
alocución proclamando "el Derecho del Boliviano,
hombre o mujer, como principio inspirador y fundamento de la
organización del Estado, el funcionamiento de las
instituciones y la aplicación o la reforma de las
leyes". Refiere una protesta contra los individuos y
empresas extranjeras que ejercitan derechos sin sujetarse a las
mismas obligaciones extendidas a los nacionales, para esbozar, a
continuación, una plataforma que llama poderosamente la
atención, a saber: Contra el judaísmo y el
pseudo-socialismo, instrumento de una nueva
explotación:
Denunciamos como antisocial toda posible
relación entre los partidos políticos
internacionales y a las maniobras del judaísmo,
entre el sistema democrático liberal y las organizaciones
secretas y la invocación del "socialismo" como argumento
tendiente a facilitar la intromisión de extranjeros en
nuestra política interna o internacional, o en cualquier
actividad que perjudiquen a los bolivianos.
Las protestas antisemitas, como se ha documentado
ampliamente, no obedecen a ideales nazis, sino más bien a
las características comunes que guardaba el capital
financiero judío, a la par de aquellos efectos nocivos
irrogados por la inmigración semita a Bolivia,
principalmente en materia productiva de índole artesanal,
donde opera un trasiego maquinal, que causó la ruina de
numerosos artesanos, contraviniendo el destino agrícola
que facilitó su llegada al país.
A diferencia de invocaciones generales de FSB en cuanto
al concepto de lo étnico, el MNR precisa contenidos de
alcance mayor al mero reivindicacionismo cultural latinoamericano
en boga, esbozando -a través de Augusto
Céspedes-, conceptos similares a los emitidos por
Edgar Moeller Van Den Bruck en
Alemania:
Afirmamos nuestra fe en el poder de la raza
indomestiza; en la solidaridad de los bolivianos para defender el
interés colectivo y el bien común antes que el
individual, en el renacimiento de las tradiciones
autóctonas para moldear la cultura boliviana y en el
aprovechamiento de la técnica para construir la
Nación en su régimen de verdadera justicia social
boliviana, sobre bases económicas y políticamente
condicionadas con sujeción al poder del Estado.
Exigimos la voluntad tenaz de los bolivianos para mantener
ante todo la propiedad de la tierra y la producción, su
esfuerzo político para que el Estado fortalecido asegure
en beneficio del país la riqueza proveniente de la
industria extractiva, y su acción individual para formar
la pequeña industria. Exigimos la
subordinación absoluta de las grandes empresas, que
operan en el exterior al Estado Boliviano, sin apelación
de ninguna clase.
La asociación entre raza, propiedad,
producción y estado, configura la totalización del
cuerpo social en el concepto étnico para identificar su
peculiaridad, operante a través de una estatalidad
dinámica. A diferencia de FSB, que vislumbra el estado
como instrumento articulador, el MNR otorga a la raza
indomestiza el carácter constitutivo previo a la
configuración estatal, que operará desde tal
pivote; o sea, precisa la fuerza vinculante de la sangre como
referente que remonta sus apelaciones hasta un pasado remoto,
pero no de la comunidad pre/hispánica, sino como fruto de
la mestización irrogada por ésta,
composición étnica mayormente aproximada al
concepto Jungkonservativ de Pueblos
Jóvenes, cercanos al irredentismo
alemán y, por ende, menesterosos de una forma de
articulación estatal nueva que le otorgue sentido moderno
en la hibridez que designa, aunque se la pretende superar con
apelaciones históricas de un pasado heroico e
identitariamente configurado en su inmersión dentro de la
historia nacional, como élan que paulatinamente marca sus
redes de significaciones, concluyendo en una entidad definida y
globalizante, bajo referentes ampliamente flexibles.
En similar operatoria a la del nacionalsocialismo
alemán, el nacionalismo revolucionario
parte de la raza para constituir el pueblo y éste, a
través de la revolución, el nuevo sentido de la
nación, la "bolivianidad" joven y mestiza, donde los
imperativos políticos de clase van fusionados a los
caracteres socioculturales de la raza, étnicamente
mestiza, pero representativa del interés nacional. Como
ejemplo de lo anterior reflejamos la cita Augusto
Céspedes[25]al texto de Carlos
Montenegro:
"En la raíz misma del proceso -dice Carlos
Montenegro en "Nacionalismo y Coloniaje"- que en lo moral y lo
económico conduce a Bolivia por la ruta del
envilecimiento, se halla a no dudar la simiente del
antibolivianismo, hijo de los complejos psíquicos
originarios de la colonia y pupilo de los intereses
antinacionales".
Aparece entonces, en Montenegro, como desea relievar
Augusto Céspedes; la identidad entre nación
física, psicológica e interés nacional,
debiendo en tal virtud, comenzar por una definición de los
orígenes y marcos a través de los cuales opera esa
entidad vital. A dicho carácter se refiere Carlos
Montenegro[26]cuando aclara en sentido
negativo:
Bien se entiende que la autodenigración del
país equivale a una invitación cuando no a un
llamado de lo extranjero. En esa autodenigración toman
pie, efectivamente, las pretensiones de suplantar de un modo u
otro la estructura existencial de Bolivia. Desde el potente
interés de la plutocracia internacional, hasta el
ridículo e inferiorizante afán imitativo de las
ideologías universalistas, fundan sus empeños en
dominar Bolivia en el hecho de que Bolivia, a juicio del
antibolivianismo, es vitalmente incapaz de afirmar su existencia
en sí misma y por sí misma. La evidenciación
vitalista del pasado constituye, por lo tanto, no menos que el
gran baluarte en que los destinos auténticos de Bolivia
pueden atrincherarse para contrarrestar y repeler la
invasión que ha facilitado, consciente o
inconscientemente, la psicología colonialista creadora del
sentir antiboliviano.
Montenegro sale por los fueros de la nacionalidad
herida, conjuncionando ideología e interés
foráneos en confrontación abierta con sentimiento e
interés nacional, apelando nietzscheanamente a la
vitalidad de este último para la consecución de
sí mismo, retomando el curso del devenir en
revisión histórica diferente, es decir, el retorno
a las fuentes, para de ellas emerger como un élan que
revitalice sus fuerzas de cara al devenir. Apelación del
pensamiento vitalista sintetizado por Alipio Valencia Vega como
anclaje hacia el retorno eterno y pendular.
Evocando "El Eterno Retorno" del
pensamiento griego -resume Alipio Valencia Vega-, Nietzsche
plantea que "la vida es afirmación progresiva, algo que
una vez realizado exige siempre más": "eternidad para el
placer en constante retorno, en el que aquello que ya ha sido
vuelve a ser una y otra vez". Así, "los acontecimientos se
repiten, tanto lo bueno, noble y generoso; como lo malo, vil y
miserable", pues el hombre "tiene la capacidad de transformarse y
mejorar el mundo" en una "transmutación de valores que
pueden ser renovados cuantas veces deseare", tratando de
aproximar su ser a la conformación del superhombre
abierto a su individualidad física y colectiva.
Acá, tal superhombre adquiere contornos fácticos a
través de la "nación heroica", expresada en el
"sujeto pueblo".
Pero no se trata de un imperio anglosajón, sino
del país que acaba de sufrir una nueva derrota
bélica -en el Chaco-, como en el noventa por ciento de sus
conflictos armados; se narra una historia conocida nacionalmente
como frustración y destino, razón de más
para que su narrador acuda a expedientes distintos a los comunes,
apelando a cierto tipo de historicidad que trascienda las
derrotas y asiente su andadura en lo que positivamente le anime,
su voluntad indómita.
Bajo el transparadigma civilizatorio de occidente, todo
el devenir histórico nacional en América Latina,
que refleja su escala de valores, aparece como barbarie,
sinónimo de caos propio de pueblos patéticamente
subdesarrollados, aspecto que juzga Montenegro como nefasto
vistas las aplicaciones en tal sentido que varios autores
nacionales llevaron a cabo, generando un sentimiento derrotista y
antinacional. Frente a ello, el autor propone volver a
situarnos en el principio, ya que todo pueblo comienza su
actuación en su época heroica; creer en un comienzo
vital, que Carlos Montenegro sitúa en la fundación
republicana, el eterno retorno al útero
glorioso.
Como resumirá de Nietzsche nuevamente Alipio
Valencia: voluntad de poder, voluntad de potencia superior al
logos. Por ende, el texto de Montenegro puede invocar a la
preceptiva nietzscheana: No existen conceptos lógicos
universales, sino "verdades provisionales con cuya
dirección queremos trabajar, así como el piloto
fija una cierta dirección en el océano". El
propósito de la acción hacia un fin que llene la
aspiración de potencia, vale por si más que
cualquier idea del espíritu, sea moral, cultural,
científica o de otro orden. Menesteroso e imponente a
la vez, el pensamiento de la obra trasluce un afán
ideológico, el vitalismo como voluntad de
vivir, expresado nítidamente por Carlos
Montenegro:
"Nacionalismo y coloniaje" reclama, no obstante,
sitio aparte entre los mencionados esfuerzos[27]en
virtud de ser -y hace jactancia de ello- el que, por vez primera
en la historia de la historia de Bolivia, con un sentido no
sólo circunstancial, sino porvenirista, ofrece un esquema
conjunto del pasado boliviano, dando a éste la vivencia
continua que le atribuye la concepción de lo nacional como
energía histórica afirmativa y, por lo mismo,
creadora y perpetuadora.
Retornar al útero para proyectarlo lineal e
ineluctablemente hacia la realización de su sino, es
decir, la revolución; una mirada de alcance profundo hacia
el pasado como vertiente del porvenir, enérgico y a la vez
crítico, rescatando de las entrañas del
autodenigrante relato colonial, aquellas pautas invertidas que
renovarán la nación, a través de la
identidad localizada con precisión, marcando la ruta con
el inicio, a saber, el acontecimiento que funge como referencia
nodal a partir del que habrá de relatarse toda la
historia, en clave identitaria y nacional. Y tal evento es la
fundación de la república, como refiere
Montenegro:
Cabe esclarecer aquí -en acuerdo con la
cronología pragmática- que el proceso
histórico de Bolivia comienza cuando el país queda
constituido en Estado independiente. La nacionalidad, en efecto,
asume entonces y no antes, formas propias históricamente
definibles por sus caracteres orgánicos y objetivos y por
su aptitud para desarrollarse en el curso de la posteridad. Su
emancipación del dominio extranjero, emancipación
que pone fin a la era del Coloniaje, señala también
distintamente el comienzo de un nuevo proceso histórico.
Al perecer la Colonia cuya existencia no fue sino una copia
artificial de la Metrópoli europea, nació un Estado
libre -casi una entelequia por su plenitud viviente- con
estructura y fisonomía específicas. El nombre de
Bolivia adoptado entonces por el Alto Perú, data asimismo
del nacimiento de esta nueva sustancia geográfica,
política y social -autonomizada en el tiempo y en el
espacio- que quiere ser Bolivia.
La fundación republicana, cuya matriz reflejada
en la voluntad colectiva de sus habitantes prohijará un
embrionario sentimiento nacional -nacionalismo republicano a
decir de algunos autores-, resulta coherente como punto de
inflexión a los fines del autor, que sin dejar de lado las
raíces amerindias precoloniales, opta más bien por
anclar su perspectiva en un hecho articulador y a la vez preciso:
no invoca el pasado indígena, sino más bien el
porvenir de esta nueva nacionalidad que se halla en el trance
libertario, donde adquiere sentido de sí en la
singularidad de su espacio y la virtualidad de su
carácter, como nación joven que se constituye
afirmando su peculiaridad. Es a través de tal punto de
arranque como el nacionalismo integra linealmente las antinomias
que designan las fuerzas vivas de la nación, ya no en las
configuraciones intrauterinas, sino en las relaciones de
identificación optativas que no admiten vacilación:
nacionalismo o coloniaje, sentido de patria o antinación,
unidad de destino o tragedia compartida.
A esta linealidad antinómica que fusiona
sentimiento con raza, pueblo y nación; en
secuencia progresiva; corresponde un tipo de organización
que la viabilice a partir de la defensa patrimonial de los
recursos que harán posible su destino, a saber, un estado
nacional. Éste, además, consolidará
orgánicamente el ser cuya vitalidad palpita sin alcanzar
la forma que permita expresar su devenir, desatando la
energía creadora que involucra todo ser vivo. Luego,
existe un ser nacional -la nacionalidad-, que ha dado lugar a una
entidad -nación- cuyo carácter singular -raza
indomestiza-, deviene pueblo -fuerza política- en busca de
su organicidad -estado nación-. Algo similar al
völkische alemán, donde la raza como pueblo antecede
al estado, que resulta necesario bajo el imperativo de organizar
políticamente a esta comunidad natural, representando su
totalidad hacia el futuro como redentor de la escatológica
presencia que lucha por ser.
Nos las habemos con aplicaciones de inspiración
bergsoniana, resumidas brillantemente por Alipio Valencia
Vega.
Bergson se refiere al tiempo y el espacio, elementos que
ordinariamente se consideran como paralelos y comparables, como
sinónimos. El espacio es como una línea de puntos,
que se pueden saltar de uno a otro, en cualquier
dirección, adelante o atrás; el tiempo se
desenvuelve en una dirección fija y cada uno de sus puntos
es irrecuperable, no se puede volver de uno a otro ni se pueden
repetir.
Bergson distingue, así, el tiempo
espacializado, objeto del conocimiento común, del
tiempo vivo, que dura. El primero el del reloj, se puede contar y
aparece como longitud; el segundo muestra al tiempo en su
desarrollo real; el primero nos presenta el proceso como una
serie de puntos en reposo; el segundo nos lo enseña en su
encadenamiento vivo, en su actuar, en el desenvolvimiento de su
vida misma.
Bergson usa de la razón para atacarla,
distinguiendo la inteligencia de la
intuición. La primera tiende a la
espacialización y es instrumento de la ciencia para
reducir todas las magnitudes a longitud u otra forma espacial que
significa estado de reposo. El fin de la ciencia no se orienta
tanto a la verdad como a la utilidad. Su instrumento de proceder
es la observación y la lógica y trata de fijar
conceptos estables y rígidos, para manejarlos con
facilidad. Es que la ciencia se aplica sólo a la vida
práctica. El afán de la inteligencia es buscar
rasgos semejantes entre los individuos para construir
generalizaciones utilizables. El pensamiento que es generalizador
y estatizador, tiene su esfera en lo material inerte y
quieto.
En cambio, el tiempo vivo, transcursante, es
decir, el movimiento que es la vida misma, sólo puede ser
captado por la intuición. La inteligencia, para
estudiar el andar del individuo reduce ese movimiento a una serie
de actos en reposo, destruyendo el movimiento mismo. Este
movimiento del andar, activo y continuo, sólo la
intuición puede captarlo como tal movimiento,
enterándonos de su duración real y viva. Por eso la
inteligencia se aplica a la materia y organiza la ciencia; en
cambio, la intuición, que se relaciona estrechamente con
el instinto, se aplica a la vida misma.
La realidad de la vida está dominada por un
impulso vital esencialmente dinámico que Bergson llama
"élan vital". Este impulso determina la
evolución humana en el tiempo, que se da como realidad, la
cual es continuidad viva, no formada por elementos dados de
antemano, sino que se conforman a medida del proceso vivo. Por
eso la realidad histórica, sólo después de
consumada, puede ser objeto de la inteligencia, que ya tiene
facilidad para seccionarla en diversos estados de
reposo.
En cuanto a la sociedad, Bergson establece una
distinción entre sociedad cerrada y abierta. La primera es
estática donde predomina el hábito, la
tradición y los instintos, siendo su fundamento
biológico puro, infraintelectual. La sociedad
abierta se funda en la unión espiritual y el misticismo,
que producen una moral y religión dinámicas; es
supraintelectual formada por hombres excepcionales. Entre
ambas sociedades existe una profunda
separación.
La sociedad contemporánea se preocupa por el
hambre, el lujo, la superpoblación y la guerra, que le
dominan. El espíritu bélico es propio de la
sociedad natural, para defender la propiedad; las guerras de hoy
ya no son individuales o de grupos, sino encuentros de todos
contra todos, que se originan en la conservación u
obtención de cierto nivel de vida adquiriendo
significación el aumento de población y la
necesidad de materias primas y combustibles.
Los medios destructivos de alta técnica de la
guerra moderna, provocarán la destrucción de
pueblos enteros si las guerras se repiten; por eso se impone una
organización internacional que las prevenga. Cada Estado
puede prevenir la superpoblación, pero la cuestión
de mercados, materias primas y combustibles, debe ser solucionada
por esa organización que, si ha de ser eficaz, debe
intervenir autoritariamente no sólo en la
legislación, sino también en la
administración de cada país, sin lesionar su
soberanía.
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